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ArribaAbajoLos rumores más allá y más acá de la noticia (versiones no autorizadas de la realidad)

Luis Carlos Assis Iasbeck


Facultad de Comunicación de la Universidad de Brasilia

Facultad de Administración UPIS-DF

No son muchos los estudios -ni tampoco originales- sobre éste que tal vez sea uno de los medios más antiguos de la comunicación humana: los rumores, las habladurías. Sea por la fugacidad de su acción, sea por la prohibición que los toma tan atrayentes y peligrosamente cautivantes, los rumores son fenómenos comunicativos que preceden, parodian, agitan y realimentan la novedad de la noticia. Ellos reascienden el interés y la motivación que tienden a disminuirse cuando es revelado el misterio o cuando es autorizada la versión oficial acerca de un hecho esperado o acontecido. El rumor también crea efectos que lo convierte en foco de las atenciones y vigilancia del orden público, principal sospecha y mira preferida de esa manera subtextual de la realidad.

Ubicado en esa panorámica, sería muy trabajoso aprehender el rumor para estudiarlo en sus camaleónicos cambios. Es por eso que reducimos   —164→   aquí el marco de su actuación en algunos espacios en los cuales el imperativo del orden recrudece el arsenal sígnico del poder: las instituciones nucleares de la cultura, tales como los de la República, el ejército, la religión, el mercado financiero y la red pública de educación.


1. Qué son los rumores

Rumores son ondas noticiosas disformes que circulan al gusto de las contribuciones colectivas, según una ética bien definida y una estética muy deshilada, capaz de contener una variada gama de productores/fruidores. La metáfora de las «ondas» nos lleva a la inclusión de la «resonancia» en la comprensión y en la suposición de que el motivo inicial que la impulsa tiende a perder fuerza en la complejidad de sus consecuencias. Aquel motivo funciona como un motor, propagando ondas secuenciales que corroboran las anteriores y crean expectativas de otras.

Motivaciones localizadas -pero difícilmente localizables- son responsables por el accionamiento de ese «motor» y cuando lo hacen desean revertir, invertir o subvertir la secuencia de hechos o situaciones que coligen con intereses específicos. La propagación del rumor es esencial para la realización de tal objetivo, tomándose, no sin propósito, su razón de ser y mantenerse como tal.

No se puede hablar de rumores limitados a grupos restringidos, porque el «bullicio» debe envolver un mayor número de personas, recibiendo contribuciones más significativas de las inmediaciones, en cuanto se minora en dirección de la periferia.

Finalmente, rumores, comentarios, habladurías son clamores que llaman la atención de un número relativamente grande de personas e incomodan el flujo de la comunicación al atropellar relaciones previsibles o desplazar expectativas, instituyendo inseguridades.

Concurre para esto la ausencia de certezas. En un rumor, cualquiera que sea, no hay espacios sino para la multiplicación de las posibilidades. El único factor limitante es el propio contexto, el territorio en el cual el rumor actúa y tiende a producir consecuencias.

Con todo, enderezarse a situaciones concretas, que están fuera de sus arreglos retóricos, las articulaciones lógicas que lo sustentan tienen un carácter fantasioso (estético), imaginativo, muchas veces no comprobables   —165→   y, por eso mismo, incapaces de ser cotejados con el hecho que pretenden modificar. De esa manera, al contrario de los demás textos de comunicación, el rumor no tiene condiciones de dialogar con otros ambientes, una vez que quedaría expuesto a las demostraciones y a los juegos lógicos que apartarían de él la razón autorreferencial. Pero como narrativa oral, constituye un texto de la cultura, tal como lo entienden los semióticos rusos de la escuela de Tartu, liderados por Yuri Lotman (1988: 69-77): todo rumor tiene expresión y estructura peculiares, además de fronteras bien delimitadas.

Paul Zunthor, en la introducción a su estudio de la «literatura» oral en la edad medieval, distingue tres tipos de oralidad «correspondientes a tres situaciones de la cultura». Conforme al nivel de relación con la escritura, los modos de oralidad (primaria, mixta y segunda) se sofistican o se embrutecen: en la relación primaria, lo oral no depende de la escritura; en la relación mixta, la oralidad deriva de la cultura escrita y en la relación segunda, la oralidad se conecta a una cultura letrada, «en la cual toda expresión es marcada más o menos por la presencia de la escrita» (Zunthor, 1933: 18-19). Los rumores son narrativas orales que no se escriben, bajo pena de perder su principal característica, su fenecimiento, pero eso no impide que estén impregnados de las marcas del texto escrito, condición que les asegura cierta credibilidad en medio de las incertidumbres de toda índole.

La narrativa del rumor está asociada también a otro tipo de «escritura»: el lenguaje cinematográfico y televisivo. Contados en secuencias editadas, según las contingencias y exigencias del narrador, los rumores ganan tonos y ángulos que pueden, incluso, modificar el curso de las «escenas» siguientes, o también suprimirlas para contener las modificaciones.

Asimismo y por ese motivo, los rumores son marcados por la indecisión y por la imprecisión de los elementos que los componen. No pueden ser rígidos e insondables, porque así no podrían recibir las contribuciones que los llevaran adelante y no pueden ser tan flexibles que pierdan su carácter textual, su foco, o que se pierdan fuera de la zona del interés.




2. ¿De dónde vienen los rumores?

Según nos muestra Jean-Noël Kapferer (1988: 13-47), un rumor puede surgir como compensación a un deseo frustrado de alguien o de un grupo social, de la necesidad de hacer pública alguna confidencialidad,   —166→   de intereses trastornadores de un orden que no es conveniente, de fantasías (o fantasmas) que habitan en las narrativas míticas de una cultura, de malentendidos, de interpretaciones deformadas, etc.

Vengan de donde vengan, el gran equívoco de quien se aventura a investigar un rumor es descubrir su origen. Esto porque el rumor solamente se toma un fenómeno después que gana circulación y, por tanto, se hace indispensable que esté desalojado de un hipotético lugar donde habría sido originado. Su constitución es colectiva e imprecisa, en la medida en que crece y corre con contribuciones individuales que se diluyen en las narrativas subsiguientes, pero que «lubrifican» el canal de pasaje.

Si para nosotros es difícil -si no imposible- localizar el origen de un rumor, es posible, sin gran esfuerzo, investigar el ambiente en el cual surgió y para el cual produce efectos.

Ningún rumor aparece en lugares en los cuales no pueda despertar o encender intereses, lo que seguramente nos lleva a consumirlo como signo indicial, un síntoma de situaciones y/o formas sociales que se ligan a él por relaciones de afinidad. Tales relaciones pueden estar tanto en la cadena de conexiones sintagmáticas como en asociaciones paradigmáticas, sugiriéndonos cartesianamente lugares de encuentros virtuales de intereses.

Sin embargo, aún localizados los puntos de vinculación entre el rumor y sus eventuales mentores, difícilmente se conseguirá identificar, sin un gran margen de equivocación, ese o aquel individuo, ese o aquel grupo como mentores del rumor. Al mismo tiempo, si el diseño del proceso de propagación de un rumor nos puede llevar a entender fuerzas que mueven los intereses de un determinado grupo, insinuando convicciones sobre el origen, con certeza nos desvía de la ruta multiplicadora que hace que él venga a ganar efectos.

Por lo que el mejor camino para investigar el origen y entender la fuerza infringidora del rumor no es retrospectivo. Tal vez prospectivo, apoyado en amplios diagnósticos del tejido en el cual se sustenta y se desenvuelve. Y, para eso, es necesario comprender algunos elementos semióticos en los que la comunicación se asienta.




3. La frustración de un rumor

El tránsito del año 1999 hacia el año 2000 fue marcado por grandes ansiedades e incertezas, anunciadas hace mucho tiempo y estimuladas   —167→   por los medios sensacionalistas, por las previsiones de sectas religiosas y esotéricas, por las historias que nos contaran los abuelos y por las desdichadas previsiones de Nostradamus, fechadas en el siglo XVI. En medio de ancestrales catástrofes anunciadas del fin de los tiempos, un fenómeno nada fantasioso ocupó mentes y brazos de buena parte de la población: el reordenamiento de los sistemas computadorizados con el fin de evitar la lectura equivocada del año 2000 como año 1900.

El previsible perjuicio perturbaría gran parte de los sistemas ordenadores de la sociedad: las computadoras del gobierno podrían perder para siempre informaciones esenciales para el mantenimiento de las leyes y de la justicia; datos económicos serían invertidos, empresas públicas de sectores esenciales de la vida moderna dejarían de funcionar, perjudicando el suministro de agua, luz, telecomunicaciones; habría suspensión en el sistema de distribución de combustibles; los aviones podrían caer en pleno vuelo y las embarcaciones encallarían o quedarían a la deriva en alta mar.

En un ambiente de tamaña expectativa, cualquier rumor encontraría campo fértil para brotar. Y fueron muchos. Uno de los que más llamó nuestra atención fue el de la ineficacia de los bancos y consecuentemente la desaparición del dinero depositado. Todos los bancos se prepararon, capitaneados por el Banco Central del Brasil, esperando un alto volumen de retiradas en las cuentas. Al final, había un sentido: ¡el mundo se podría no acabar, pero el dinero se podía extraviar!

El mundo no acabó, el dinero no desapareció y el daño quedó reducido a algunos profesionales que no pudieron pasar las fiestas del fin de año con sus familiares, por estar atentos en sus puestos de trabajo para evitar que los rumores se concretaran en acontecimientos.

Estos hechos se repitieron en varias partes del mundo. En los Estados Unidos miles de familias abastecieron sus viviendas de víveres, baterías auxiliares para la iluminación y hubo hasta quien buscó sofisticados abrigos antiaéreos, esperando el bombardeo de los misiles detonados por alguna computadora desnortada.

Los rumores que precedieron al pasaje del año 2000 no encontraron, ninguno de ellos, la confirmación de acontecimientos hechos realidad, después del día uno de enero. Y ni por eso los rumores perdieron la fuerza y dejaron de existir.

Georges Duby (1999), historiador francés muerto en 1996, adelantó muchos de los «temores» que posiblemente ocuparían al mundo en el   —168→   pasaje al año 2000, comparando tal pasaje con el cambio de calendario del año 999 al año 1000. De sus investigaciones arqueológicas sobre los miedos medievales, Duby concluye con un indudable paralelismo: los miedos no cambiaron. El miedo de la miseria, el miedo del otro, el miedo de las epidemias, de la violencia y de lo desconocido son miedos antiguos del ser humano, apenas encubiertos por la ilusión de la seguridad creada por el orden, por lo rutinario, por la repetición afirmadora de las convicciones del día a día. Cualquier elemento que atropelle y rompa la linealidad y la previsibilidad de las expectativas será capaz de accionar toda una cadena de miedos, temores y recelos que quedan entorpecidos por pequeñas -pero eficientes- convicciones nacidas en los ritmos sociales. Indudablemente, el cambio de calendario no podría ser entendido como rutinario, una vez que nunca el mundo había pasado de 999 al 1000. De otra forma, pero con los elementos estructurales muy próximos, el pasaje al año 2000 prometía emocionar más de lo que el pasaje al año 2001, cuando matemáticamente estaremos en el nuevo siglo.

Edgard Morin (1988) escribió en 1971 un libro sobre uno de los rumores más famosos, acontecidos en Francia, el rumor de Orleáns. Mujeres que frecuentaban tiendas famosas de la ciudad estaban siendo secuestradas en el cuarto de prueba mientras se probaban ropas. Drogadas y mantenidas prisioneras, al final de la noche eran deportadas por marinos que las agarraban en el río Loire y las llevaban hacía un «destino peor que la muerte»25. Algunos meses después, el rumor se sofisticó y se multiplicó tanto en detalles que se afirmaba que 28 mujeres jóvenes habían desaparecido en esa extraña situación. Llamada a intervenir, la policía concluyó que ninguna mujer había desaparecido de la ciudad en cualquier circunstancia extraña, pero los rumores continuaban y sólo pararán después de las elecciones, cuando «la prensa, ciudadanos privados y organizaciones cívicas» se unieron contra el antisemitismo. Investigando el rumor, el equipo de sociólogos, liderado por Morin, concluyó que las tiendas en las cuales supuestamente las mujeres desaparecían vendían un tipo de minifalda que la mentalidad provinciana entendía como estímulo al erotismo y, consecuentemente, la condenaban. El otro factor que contribuyó para que el rumor terminase fue el antisemitismo que imperaba en la región, responsable por las fantasías extravagantes en la descripción del asesinato ritual a la que eran sometidas las mujeres que atrevidamente usaban la falda erótica.

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Comentando este hecho, Paul Watzlavick (1991) dice que las autoridades policiales se descuidarán del hecho de que «lo importante no es la verdad que pueda haber detrás del rumor, sino el propio rumor».

Vemos, por tanto, que en los dos casos mencionados los rumores fueron suficientemente estimulados para ejercer una fuerza motivadora y mobilizadora que casi llegó al pánico. En el primer caso, la amenaza de romper la rutina se desparramo en todos los sectores que debían ser absolutamente rutinarios (porque son esenciales a la seguridad) y en el segundo, intereses localizados necesitaban actuar en defensa de la preservación de sus usos y costumbres, incomodados por elementos de fuera de la cultura (la minifalda norteamericana y los judíos).

En los dos casos, la resolución que hizo parar al rumor fue la noticia oficial de que grupos vencedores en las elecciones condenaban el antisemitismo y de que nada de anormal había sucedido en el paso al año 2000.

La noticia aparece entonces como la «no novedad», en la medida en que corrobora todo lo que las personas esperaban ver confirmado: sus certezas. Jean-Noël Kapferer (1988), discutiendo el carácter inesperado que toda noticia debe tener para constituirse como tal, observa que la noticia verdadera es aquella que origina el rumor y que el rumor o comentario es la mejor noticia porque agita las probabilidades de lo que pueda venir. La mejor noticia es, por tanto, lo imprevisto, lo que «atraviesa el orden natural de las cosas». Lo que explica el carácter sensacionalista de la prensa de modo general y atribuye a la «vocación de sorpresa» la responsabilidad por el alto tenor dramático de las noticias que ganan títulos principales en los periódicos.




4. La desconfianza originaria

El comunicador alemán Harry Pross (1980: 16-22), analizando las estructuras simbólicas del poder, nos habla de una confianza originaria que se desenvuelve en la primera infancia con la adquisición del lenguaje. Esa confianza es adquirida a partir del momento en que el niño gana competencia para operar con los signos. Y operar con signos sólo es posible cuando creemos que el signo es algo que se coloca en el lugar de algo que no se presenta, pero apenas se representa.

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Sabemos que el niño necesita confiar que debe existir algo más allá de las paredes de su cuarto porque constata que las personas aparecen y desaparecen, que algo que está adentro, posteriormente puede no estar. ¿Para dónde se ha ido? Debe existir, pues, algo afuera que no es del conocimiento de quien está adentro. El antropólogo alemán Dietmar Wyss señala que la confianza en el mundo nace aún antes de esos momentos perceptivos, en el instante mismo del nacimiento:

La relación primaria, fundamental del recién nacido con el mundo circundante es la confianza de que aquí, después de haber pasado por la estrechez y oscuridad de los órganos que posibilitan el nacimiento, se da «algo». El mundo circundante responde sencillamente con su existencia a esta absoluta confianza sobre «nada», ya que el recién nacido no trae todavía consigo experiencia alguna del mundo, pero está orientado hacia el mismo.


(Wyss, apud Pross, 1980: 17)                


La confirmación de que no hay nada y si algo es suficientemente redundante y persistente durante toda la vida, para que podamos esperar, a cualquier momento, sorpresas que interrumpan o nos hagan dudar de nuestras expectativas. La adquisición de las palabras sólo es posible mediante tal confianza y todo el repertorio sígnico adquirido a partir de la primera infancia está condicionado a la confianza originaria. Es ella también la que posibilita la facultad de designar, nombrando. Pross afirma:

Por banal que pueda sonar, esto entraña por lo menos la certeza de que se dan, aparte de la conciencia interpretante, estos dos «algo». La teoría de los signos trabaja con este presupuesto. Y en este punto llega a sus límites, se apropie la facultad designadora de la imaginación, con Kant, o bien emplee la metáfora, con Engels y Lenin, del «reflejo» de la realidad, o asuma, más bien, con Sapir y Whorf, un principio de relatividad lingüística. Las relaciones entre conocer y designar, pensar y hablar se forman junto al «algo» que se dé y en su referencia a otro algo; referencia que se interpreta no en la «nada», sino, al contrario, en el algo perceptible.


(Pross, 1980: 16)                


No hay rumor sin motivación, o sea, sin algún fundamento. Podemos encontrar confirmación para esa aserción en el propio acervo cultural: un conocido dicho popular afirma que «todo rumor tiene un poco de verdad». La creencia en ese fundamento y la desconfianza en cuanto al lugar de esa «poca verdad» es lo que parece conferir al texto «rumor» -cualquiera que sea- un lugar en el imaginario de las personas. Además de eso, el misterio y la opaca convicción en cuanto   —171→   a la revelación de lo que en él se oculta, aliados al sentimiento de trasgresión que adviene de su circulación no autorizada, son ingredientes capaces de tomarlo aún más atractivo y pasivamente desafiador.

Como versiones no autorizadas, casi espontáneas, de la realidad los rumores señalan, sin ofrecer cualquier garantía de convicción, que algo debe existir cuando él (el rumor) se hace presente. Son, por tanto, conglomerados sígnicos o textos que transmiten -de forma igualmente sígnica- posibilidades interpretativas acerca de los objetos, «verdades» y «realidades» que no están en ellos, pero que intentan representar para alguien y, principalmente, por alguien. Aquí, nos aproximamos mucho a uno de los más complejos y esclarecedores conceptos que Charles S. Peirce nos ofrece del signo:

[Signo es] algo que representa algo para alguien en algún aspecto o capacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o tal vez más desenvuelto. A ese signo que él crea, doy el nombre de interpretante del primer signo. El signo representa algo, su objeto.


(CP 2228)                


El rumor se dirige a alguien porque posee motivación suficiente para llegar al público que pretende atraer. Crea en la mente de la persona que lo recibe otra versión equivalente o más desenvuelta, que seguirá hacia delante alterada, adulterada y adensada por las contribuciones de las interpretaciones anteriores. El objeto de cada versión del rumor es, entonces, no ya el hipotético objeto inicial, sino su versión inmediatamente anterior, lo que nos lleva a concluir que el rumor es un metasigno, pues no pretende llevar el interpretante a su objeto, sino las múltiplas posibilidades interpretativas que incorpora a cada transmisión.

Por eso, podemos afirmar que el rumor no representa su objeto (sígnico y de materia interpretante) apenas para alguien, sino principalmente por alguien. Tiene una voz anónima que no se compromete en la narrativa y que no escribe lo que afirma: apenas insinúa y tilda modulaciones reticentes, verdaderas invitaciones a la participación del interlocutor en la cadena transmisiva.

En ese sentido podemos igualmente afirmar que al ciclo del rumor no interesan las convicciones o las confianzas: él se mueve en medio de las desconfianzas; de que debe haber mucho más verdades en donde podría haber (o hay) apenas una versión autorizada, no contestada.

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La magia del rumor de Orleáns y las catástrofes anunciadas del paso hacia el año 2000 fueron capaces de acoger múltiples y complejas redes interpretantes que la «realidad» no se daría cuenta o no sería capaz de soportar.




5. La noticia del rumor

Los rumores corren y ganan peso, color, textura y riqueza de detalles, revelando no sólo la potencialidad creativa del grupo que lo disemina, sino también los elementos activos del imaginario colectivo de ese mismo grupo.

Y ¿por qué corren los rumores? Según Kapferer (1988), los rumores corren porque son noticias, porque traen novedades, lo mismo que la novedad no está en el hecho contado, sino -como no raras veces sucede- en la forma de cómo es contado. Además de eso, el medio del rumor es informal, tal como ocurría antes de la invención de la prensa. El rumor corre de oído en oído, creando un nexo de complicidad y confirmando lazos de confianza.

En ese aspecto, el rumor es factor de cohesión social. En la medida en que es admitido por un grupo, pasa a ser de conocimiento oficial: gana notoriedad, frecuenta las ruedas de conversación, se convierte en el asunto principal en torno al cual cada integrante del grupo se pronuncia y se posiciona. A cada repetición, se afirma, ganando, así, enorme poder de convencimiento y, por referirse normalmente a situaciones de interés del grupo que lo sustenta, no puede quedarse confinado: propalarlo, acrecentado por las propias contribuciones, significa liberarse de un peso y sentirse incluido en el lugar de los que comparten el rumor.

La velocidad con que corren es otro aspecto que los aproxima a las noticias de los medios. Los rumores se difunden tal como las noticias se difundían en las civilizaciones orales, con la sensible diferencia de que si antes las noticias eran condiciones de sobrevivencia, ahora los rumores son certificados de convivencia.

Las noticias, cuando son divulgadas, tienden a cerrar posibilidades, con respecto a otra o de alguien, dejando fuera las demás posibilidades que no figuran en la afirmación. El efecto de la noticia es, por tanto, reductor, tal como lo reconocen Hanno Beth e Harry Pross (1987: 116-117), porque al afirmar algo el mensaje se reduce a confirmar mucho   —173→   menos aspectos de lo que excluye. Al noticiar, por ejemplo, que ninguna mujer había desaparecido en Orleáns, la prensa local, debidamente escorada por las investigaciones policiales, extinguió toda y cualquier posibilidad de prosperar el rumor. No hay duda de que el rumor es más rico y sorprendente que la noticia que lo aniquiló.

Si la noticia es reductora y excluyente, el rumor es complejo e incluyente. Por eso, ambas formas trabajan en sentidos radicalmente diferentes: si el rumor tiende a difundirse, la noticia tiende a marchitarse, atrofiando las posibilidades interpretantes del ambiente al cual se reporta.




6. Oralidad, memoria e imaginación

La tradición oral, tantas veces recordada en oposición a la civilización de la escritura, convive productivamente con la escrita, actuando de forma auxiliar o también participando la autonomía y abandono.

El rumor, una de las pocas formas de comunicación social que no se sometió a la escritura, está apoyado en la necesidad de hablar y en el deseo de escuchar. La practicidad del habla, que atribuye velocidad y oportunidad a la expresión del pensamiento, coaligada con la riqueza expresiva que ésta permite en asociación con los demás lenguajes del cuerpo que habla (el mirar, el gesto, complexiones del rostro, modulaciones de la voz, timbres y ritmos), resulta muy significativas, para la comprensión e impregnación del mensaje. Al lado de esos importantes recursos persuasivos, el habla requiere de la memoria una vivacidad denunciadora, además de constituir una forma de ampliar la memoria no escrita de un grupo, conforme nos habla el biofísico Henri Atlan, en uno de sus trabajos sobre la relación entre el lenguaje y la memoria:

Hablar (...) es sinónimo de «emerger en la conciencia», pues ese querer normalmente inconsciente y esas cosas que se hacen, en general, de una manera oculta, anónima, cuando interfieren con los procesos de la memoria manifestada, no pueden dejar de utilizar los materiales de esa memoria; porque, entre éstos y el lenguaje existe un lazo muy estrecho, pues la utilización de un lenguaje hablado y, después, escrito, constituye, en verdad, una extensión enorme de las posibilidades de almacenamiento de nuestra memoria que, gracias a eso, puede salir de los límites físicos de nuestro cuerpo para depositarse en otras personas o en bibliotecas.


(Atlan, 1978: 118-119)                


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Lo que Atlan dice puede confirmar uno de los aspectos que Kapferer realza al desmenuzar la anatomía de los rumores como la actuación ambivalente de la memoria: si, de un lado, el rumor sobrevive y se multiplica incluyendo contribuciones más recientes y despreciando otras redundantes y más antiguas, él se incorpora en la memoria oral de la colectividad donde sucede, poblando historias e incrementando narrativas míticas muy diversificadas. Las narrativas bíblicas están llenas de rumores que acometerán multitudes orales fascinadas por el poder de la escritura; no son pocos los helenistas que afirman que las epopeyas clásicas -la Iliada y la Odisea- son un conjunto de narrativas que se difundían de boca en boca hasta ganar en la memoria colectiva la fuerza de la escritura.

La asociación entre oralidad y memoria, a pesar de auxiliamos a entender la lógica de los rumores, no es capaz de llevamos a entender la motivación que los hace difundirse. Tampoco permite, por sí misma, que vengamos a comprender el mecanismo por el cual un rumor se estanca. Si nos falla la memoria o la competencia del habla, puede fallar la imaginación, puede faltar asunto.

La capacidad de proyectar situaciones y de operar en situaciones posibles en torno a algo preciso, factible, comprobable, es tal vez el gran secreto de la eficacia de los rumores. Ellos asumen, así, el carácter textual que Ivan Bystrina designa como «creativo imaginativo».

Esos textos construidos para resolver problemas que no pueden ser solucionados por los demás textos -que Bystrina (1989) denomina como instrumentales y racionales- establecen nexos creativos y relaciones imposibles, ampliando el espectro de atracción de la trama narrativa, no permitiendo, así, que ella se reduzca y empobrezca.

En ese aspecto, los rumores se aproximan a la naturaleza de los textos artísticos, performáticos y de creación colectiva, casi como el folklore. No es por otro motivo por el que folklore político está lleno de anécdotas y narrativas que rumores hicieron célebres, destruyendo o glorificando, a personalidades que los protagonizaran.




7. Nuevos nichos semióticos: el rumor virtual

Fuera de los rumores clásicos a los que nos hemos referido y que, aunque poco estudiados, llenan los ambientes profesionales, políticos,   —175→   académicos, burocráticos de las más diversas áreas del quehacer humano, una nueva tecnología despunta como terreno fértil para la creación y propagación de rumores: la red mundial de computadoras, la Internet.

El intercambio rápido de correspondencias electrónicas y la posibilidad de comunicarse, al mismo tiempo, una persona con millares, geográficamente dispersas, acelera mucho el tiempo de propagación de un rumor. Pero si hay, en el ahorro de tiempo, una ganancia de eficiencia en la diseminación, hay también considerable pérdida de calidad cuando verificamos que la ausencia de contacto físico, de proximidad que la transmisión oral proporciona, compromete la credibilidad y, consecuentemente, frusta la continuidad de la divulgación del rumor.

Otra cuestión que parece inaugurar un nuevo tiempo en el lenguaje de la comunicación informal es la tendencia de la escritura a despojarse de la rigidez sintáctica de las gramáticas de las lenguas naturales y ganar mayor flexibilidad con la introducción de elementos gráficos que bordean el lenguaje ideográfico de los orientales.

Tales innovaciones, nacidas también de la necesidad de liberar al lenguaje de las opresiones estilísticas y llevarlas a superar su precariedad expresiva, tienden a crear nuevas modalidades de comunicación informal. El rumor, heredado de la tradición oral, tiende a ganar nuevas formas, sin perder su área de actuación ya consagrada: los espacios prohibidos de la trasgresión y de la subversión del orden constituido. Esos espacios, que siempre fueron virtuales, no sufrirán -como no sufren- ningún tipo de extrañamiento por las nuevas tecnologías de comunicación. En cierta manera, no es descabellado afirmar que los rumores nos esperan en ellas.




Referencias bibliográficas

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BATESON, G. y BATESON, M.C. (1984). El temor de los ángeles. Barcelona: Gedisa.

BETH, Hanno y PROSS, Harry (1987). Introducción a la ciencia de la comunicación. Barcelona: Anthropos.

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BYSTRINA, Ivan (1989). Semiotik der Kultur. Tübingen: Stauffenburg.

DUBY, Georges (1999). Ano 1000, Ano 2000 - na pista de nossos medos. São Paulo: Editora Unesp.

KAPFERER, Jean-Noël (1988). Boatos. O meio de comunicação mais velho do mundo. Publicaçõs Europa-América: Men Martins.

LOTMAN, Yuri M. (1988). Estructura del texto artístico. Madrid: Istmo.

MORIN, Edgard (1988). Introdução ao pensamento complexo. Lisboa: Instituto Piaget.

PEIRCE, C.S. (1931-1958). Colected Papers. Cambridge, Ms.: Harvard University Press.

PROSS, Harry (1980). Estructura simbólica del poder. Barcelona: Gustavo Gili.

WATZLAWICK, Paul (1991). A realidade é real? Lisboa: Anthropos.

ZUNTHOR, Paul (1993). A letra e a voz. A literatura medieval. S. Paulo: Cia das Letras.