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Soledades
(1899-1907)1

Antonio Machado

Ángel L. Prieto de Paula (ed. lit.)

Está en la sala familiar, sombría,

y entre nosotros, el querido hermano

que en el sueño infantil de un claro día

vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,

un gris mechón sobre la angosta frente;

y la fría inquietud de sus miradas

revela un alma casi toda ausente.

Deshójanse las copas otoñales

del parque mustio y viejo.

La tarde, tras los húmedos cristales,

se pinta, y en el fondo del espejo.

El rostro del hermano se ilumina

suavemente. ¿Floridos desengaños

dorados por la tarde que declina?

¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?

Lejos quedó -la pobre loba- muerta.

¿La blanca juventud nunca vivida

teme, que ha de cantar ante su puerta?

¿Sonríe al sol de oro

de la tierra de un sueño no encontrada,

y ve su nave hender el mar sonoro,

de viento y luz la blanca vela hinchada?

Él ha visto las hojas otoñales,

amarillas, rodar, las olorosas

ramas del eucalipto, los rosales

que enseñan otra vez sus blancas rosas...

Y este dolor que añora o desconfía

el temblor de una lágrima reprime,

y un resto de viril hipocresía

en el semblante pálido se imprime.

Serio retrato en la pared clarea

todavía. Nosotros divagamos.

En la tristeza del hogar golpea

el tic-tac del reloj. Todos callamos.


[He andado muchos caminos]

He andado muchos caminos,

he abierto muchas veredas,

he navegado en cien mares

y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto

caravanas de tristeza,

soberbios y melancólicos

borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño

que miran, callan y piensan

que saben, porque no beben

el vino de las tabernas.

Mala gente que camina

y va apestando la tierra...

Y en todas partes he visto

gentes que danzan o juegan,

cuando pueden, y laboran

sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,

preguntan adónde llegan.

Cuando caminan, cabalgan

a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa

ni aun en los días de fiesta.

Donde hay vino, beben vino;

donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,

laboran, pasan y sueñan,

y en un día como tantos,

descansan bajo la tierra.


[La plaza y los naranjos encendidos]

La plaza y los naranjos encendidos

con sus frutas redondas y risueñas.

Tumulto de pequeños colegiales

que, al salir en desorden de la escuela,

llenan el aire de la plaza en sombra

con la algazara de sus voces nuevas.

¡Alegría infantil en los rincones

de las ciudades muertas!...

¡Y algo nuestro de ayer, que todavía

vemos vagar por estas calles viejas!


En el entierro de un amigo

Tierra le dieron una tarde horrible

del mes de julio, bajo el sol de fuego.

A un paso de la abierta sepultura,

había rosas de podridos pétalos,

entre geranios de áspera fragancia

y roja flor. El cielo

puro y azul. Corría

un aire fuerte y seco.

De los gruesos cordeles suspendido,

pesadamente, descender hicieron

el ataúd al fondo de la fosa

los dos sepultureros...

Y al reposar sonó con recio golpe,

solemne, en el silencio.

Un golpe de ataúd en tierra es algo

perfectamente serio.

Sobre la negra caja se rompían

los pesados terrones polvorientos...

El aire se llevaba

de la honda fosa el blanquecino aliento.

-Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,

larga paz a tus huesos...

Definitivamente,

duerme un sueño tranquilo y verdadero.


Recuerdo infantil

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil

va cantando la lección;

mil veces ciento, cien mil,

mil veces mil, un millón.

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.


[Fue una clara tarde, triste y soñolienta]

Fue una clara tarde, triste y soñolienta

tarde de verano. La hiedra asomaba

al muro del parque, negra y polvorienta...

La fuente sonaba.

Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio rüido abriose la puerta

de hierro mohoso y, al cerrarse, grave

golpeó el silencio de la tarde muerta.

En el solitario parque, la sonora

copla borbollante del agua cantora

me guio a la fuente. La fuente vertía

sobre el blanco mármol su monotonía.

La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,

un sueño lejano mi canto presente?

Fue una tarde lenta del lento verano.

Respondí a la fuente:

No recuerdo, hermana,

mas sé que tu copla presente es lejana.

Fue esta misma tarde: mi cristal vertía

como hoy sobre el mármol su monotonía.

¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares,

que ves, sombreaban los claros cantares

que escuchas. Del rubio color de la llama,

el fruto maduro pendía en la rama,

lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...

Fue esta misma lenta tarde de verano.

-No sé qué me dice tu copla riente

de ensueños lejanos, hermana la fuente.

Yo sé que tu claro cristal de alegría

ya supo del árbol la fruta bermeja;

yo sé que es lejana la amargura mía

que sueña en la tarde de verano vieja.

Yo sé que tus bellos espejos cantores

copiaron antiguos delirios de amores:

mas cuéntame, fuente de lengua encantada,

cuéntame mi alegre leyenda olvidada.

-Yo no sé leyendas de antigua alegría,

sino historias viejas de melancolía.

Fue una clara tarde del lento verano...

Tú venías solo con tu pena, hermano;

tus labios besaron mi linfa serena,

y en la clara tarde, dijeron tu pena.

Dijeron tu pena tus labios que ardían;

la sed que ahora tienen, entonces tenían.

-Adiós para siempre la fuente sonora,

del parque dormido eterna cantora.

Adiós para siempre, tu monotonía,

fuente, es más amarga que la pena mía.

Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio rüido abriose la puerta

de hierro mohoso y, al cerrarse, grave

sonó en el silencio de la tarde muerta.


[El limonero lánguido suspende]

El limonero lánguido suspende

una pálida rama polvorienta

sobre el encanto de la fuente limpia,

y allá en el fondo sueñan

los frutos de oro...

Es una tarde clara,

casi de primavera,

tibia tarde de marzo,

que el hálito de abril cercano lleva;

y estoy solo, en el patio del silencioso,

buscando una ilusión cándida y vieja:

alguna sombra sobre el blanco muro,

algún recuerdo, en el pretil de piedra

de la fuente dormido, o, en el aire,

algún vagar de túnica ligera.

En el ambiente de la tarde flota

ese aroma de ausencia,

que dice al alma luminosa: nunca,

y al corazón: espera.

Ese aroma que evoca los fantasmas

de las fragancias vírgenes y muertas.

Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,

casi de primavera,

tarde sin flores, cuando me traías

el buen perfume de la hierbabuena

y de la buena albahaca

que tenía mi madre en sus macetas.

Que tú me viste hundir mis manos puras

en el agua serena,

para alcanzar los frutos encantados

que hoy en el fondo de la fuente sueñan...

Sí, te conozco, tarde alegre y clara,

casi de primavera.


[Yo escucho los cantos]

Yo escucho los cantos

de viejas cadencias

que los niños cantan

cuando en coro juegan,

y vierten en coro

sus almas que sueñan,

cual vierten sus aguas

las fuentes de piedra:

con monotonías

de risas eternas

que no son alegres,

con lágrimas viejas

que no son amargas

y dicen tristezas,

tristezas de amores

de antiguas leyendas.

En los labios niños,

las canciones llevan

confusa la historia

y clara la pena;

como clara el agua

lleva su conseja

de viejos amores

que nunca se cuentan.

Jugando, a la sombra

de una plaza vieja,

los niños cantaban...

La fuente de piedra

vertía su eterno

cristal de leyenda.

Cantaban los niños

canciones ingenuas

de un algo que pasa

y que nunca llega:

la historia confusa

y clara la pena.

Seguía su cuento

la fuente serena;

borrada la historia,

contaba la pena.


Orillas del Duero

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.

Girando en torno a la torre y al caserón solitario,

ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,

de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.

                   Es una tibia mañana.

El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

Pasados los verdes pinos,

casi azules, primavera

se ve brotar en los finos

chopos de la carretera

y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

El campo parece, más que joven, adolescente.

Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,

azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido

y mística primavera!

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,

espuma de la montaña

ante la azul lejanía,

sol del día, claro día!

¡Hermosa tierra de España!


[A la desierta plaza]

A la desierta plaza

conduce un laberinto de callejas.

A un lado, el viejo paredón sombrío

de una ruinosa iglesia;

a otro lado, la tapia blanquecina

de un huerto de cipreses y palmeras,

y, frente a mí, la casa,

y en la casa, la reja,

ante el cristal que levemente empaña

su figurilla plácida y risueña.

Me apartaré. No quiero

llamar a tu ventana... Primavera

viene -su veste blanca

flota en el aire de la plaza muerta-;

viene a encender las rosas

rojas de tus rosales... Quiero verla...


[Yo voy soñando caminos]

Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero...

-La tarde cayendo está-.

«En el corazón tenía

la espina de una pasión;

logré arrancármela un día:

ya no siento el corazón».

Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se obscurece;

y el camino que serpea

y débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

«Aguda espina dorada,

quién te pudiera sentir

en el corazón clavada».


[Amada, el aura dice]

Amada, el aura dice

tu pura veste blanca...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

El viento me ha traído

tu nombre en la mañana;

el eco de tus pasos

repite la montaña...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

En las sombrías torres

repican las campanas...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

Los golpes del martillo

dicen la negra caja,

y el sitio de la fosa

los golpes de la azada...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!


[Hacia un ocaso radiante]

Hacia un ocaso radiante

caminaba el sol de estío,

y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,

tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera

de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,

entre metal y madera,

que es la canción estival.

En una huerta sombría,

giraban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.

Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

Yo iba haciendo mi camino,

absorto en el solitario crepúsculo campesino.

Y pensaba: «¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa

toda desdén y armonía;

hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía

de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!».

Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

Lejos la ciudad dormía,

como cubierta de un mago fanal de oro trasparente.

Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

Los últimos arreboles coronaban las colinas

manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.

Yo caminaba cansado,

sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,

bajo los arcos del puente,

como si al pasar dijera:

«Apenas desamarrada

la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,

se canta: no somos nada.

Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera».

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

Y me detuve un momento,

en la tarde, a meditar...

¿Qué es esta gota en el viento

que grita al mar: soy el mar?

Vibraba el aire asordado

por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,

cual si estuviera sembrado

de campanitas de oro.

En el azul fulguraba

un lucero diamantino.

Cálido viento soplaba

alborotando el camino.

Yo, en la tarde polvorienta,

hacia la ciudad volvía.

Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.


Yo meditaba absorto, devanando

los hilos del hastío y la tristeza,

cuando llegó a mi oído,

por la ventana de mi estancia, abierta

a una caliente noche de verano,

el plañir de una copla soñolienta,

quebrada por los trémolos sombríos

de las músicas magas de mi tierra.

... Y era el Amor, como una roja llama...

-Nerviosa mano en la vibrante cuerda

ponía un largo suspirar de oro,

que se trocaba en surtidor de estrellas-.

... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,

el paso largo, torva y esquelética.

-Tal cuando yo era niño la soñaba-.

Y en la guitarra, resonante y trémula,

la brusca mano, al golpear, fingía

el reposar de un ataúd en tierra.

Y era un plañido solitario el soplo

que el polvo barre y la ceniza avienta.


[La calle en sombra. Ocultan los altos caserones]

La calle en sombra. Ocultan los altos caserones

el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.

¿No ves, en el encanto del mirador florido,

el óvalo rosado de un rostro conocido?

La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,

surge o se apaga como daguerrotipo viejo.

Suena en la calle solo el ruido de tu paso;

se extinguen lentamente los ecos del ocaso.

¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón... ¿Es ella?

No puede ser... Camina... En el azul, la estrella.


[Siempre fugitiva y siempre]

Siempre fugitiva y siempre

cerca de mí, en negro manto

mal cubierto el desdeñoso

gesto de tu rostro pálido.

No sé adónde vas, ni dónde

tu virgen belleza tálamo

busca en la noche. No sé

qué sueños cierran tus párpados,

ni de quien haya entreabierto

tu lecho inhospitalario.

.....................................

Detén el paso, belleza

esquiva, detén el paso.

Besar quisiera la amarga,

amarga flor de tus labios.


En una tarde clara y amplia como el hastío,

cuando su lanza blande el tórrido verano,

copiaban el fantasma de un grave sueño mío

mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.

La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,

era un cristal de llamas, que al infinito viejo

iba arrojando el grave soñar en la llanura...

Y yo sentí la espuela sonora de mi paso

repercutir lejana en el sangriento ocaso,

y más allá, la alegre canción de un alba pura.


Para el libro La casa de la primavera,
de Gregorio Martínez Sierra

Maldiciendo su destino

como Glauco, el dios marino,

mira, turbia la pupila

de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.

Él sabe que un Dios más fuerte

con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,

cual niño bárbaro. Él piensa

que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,

antes de perderse, gota

de mar, en la mar inmensa.

En sueños oyó el acento de una palabra divina;

en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina,

sin odio ni amor, y el frío

soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.

Bajo las palmeras del oasis el agua buena

miró brotar de la arena;

y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros

animales carniceros...

Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor.

Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,

para el ladrón y el robado,

para el pájaro azorado,

para el sanguinario azor.

Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades,

todo es negra vanidad;

y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:

solo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.

      Y viendo cómo lucían

      miles de blancas estrellas,

      pensaba que todas ellas

      en su corazón ardían.

      ¡Noche de amor!

                                 Y otra noche

      sintió la mala tristeza

      que enturbia la pura llama,

      y el corazón que bosteza,

      y el histrión que declama.

      Y dijo: las galerías

      del alma que espera están

      desiertas, mudas, vacías:

      las blancas sombras se van.

Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado

del ayer. ¡Cuán bello era!

¡Qué hermosamente el pasado

fingía la primavera,

cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,

mísero fruto podrido,

que en el hueco acibarado

guarda el gusano escondido!

¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,

arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!


[¡Verdes jardinillos...!]

¡Verdes jardinillos,

claras plazoletas,

fuente verdinosa

donde el agua sueña,

donde el agua muda

resbala en la piedra!...

Las hojas de un verde

mustio, casi negras,

de la acacia, el viento

de septiembre besa,

y se lleva algunas

amarillas, secas,

jugando, entre el polvo

blanco de la tierra.

Linda doncellita,

que el cántaro llenas

de agua transparente,

tú, al verme, no llevas

a los negros bucles

de tu cabellera,

distraídamente,

la mano morena,

ni, luego, en el limpio

cristal te contemplas...

Tú miras al aire

de la tarde bella,

mientras de agua clara

el cántaro llenas.


Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero

poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.

Acordaré las notas del órgano severo

al suspirar fragante del pífano de abril.

Madurarán su aroma las pomas otoñales,

la mirra y el incienso salmodiarán su olor;

exhalarán su fresco perfume los rosales,

bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.

Al grave acorde lento de música y aroma,

la sola y vieja y noble razón de mi rezar

levantará su vuelo süave de paloma,

y la palabra blanca se elevará al altar.


[Daba el reloj las doce... y eran doce]

Daba el reloj las doce... y eran doce

golpes de azada en tierra...

... ¡Mi hora! -grité- ... El silencio

me respondió: -No temas;

tú no verás caer la última gota

que en la clepsidra tiembla.

Dormirás muchas horas todavía

sobre la orilla vieja,

y encontrarás una mañana pura

amarrada tu barca a otra ribera.


[Sobre la tierra amarga]

Sobre la tierra amarga,

caminos tiene el sueño

laberínticos, sendas tortuosas,

parques en flor y en sombra y en silencio;

criptas hondas, escalas sobre estrellas;

retablos de esperanzas y recuerdos.

Figurillas que pasan y sonríen

-juguetes melancólicos de viejo-;

imágenes amigas,

a la vuelta florida del sendero,

y quimeras rosadas

que hacen camino... lejos...


[En la desnuda tierra del camino]

En la desnuda tierra del camino

la hora florida brota,

espino solitario,

del valle humilde en la revuelta umbrosa.

El salmo verdadero

de tenue voz hoy torna

al corazón, y al labio

la palabra quebrada y temblorosa.

Mis viejos mares duermen; se apagaron

sus espumas sonoras

sobre la playa estéril. La tormenta

camina lejos en la nube torva.

Vuelve la paz al cielo;

la brisa tutelar esparce aromas

otra vez sobre el campo, y aparece,

en la bendita soledad, tu sombra.


[El sol es un globo de fuego]

El sol es un globo de fuego,

la luna es un disco morado.

Una blanca paloma se posa

en el alto ciprés centenario.

Los cüadros de mirtos parecen

de marchito velludo empolvado.

¡El jardín y la tarde tranquila!...

Suena el agua en la fuente de mármol.


[¡Tenue rumor de túnicas que pasan...!]

¡Tenue rumor de túnicas que pasan

sobre la infértil tierra!...

¡Y lágrimas sonoras

de las campanas viejas!

Las ascuas mortecinas

del horizonte humean...

Blancos fantasmas lares

van encendiendo estrellas.

-Abre el balcón. La hora

de una ilusión se acerca...

La tarde se ha dormido

y las campanas sueñan.


[¡Oh, figuras del atrio, más humildes...!]

¡Oh, figuras del atrio, más humildes

cada día y lejanas:

mendigos harapientos

sobre marmóreas gradas;

miserables ungidos

de eternidades santas,

manos que surgen de los mantos viejos

y de las rotas capas!

¿Pasó por vuestro lado

una ilusión velada,

de la mañana luminosa y fría

en las horas más plácidas?...

Sobre la negra túnica, su mano

era una rosa blanca...


[La tarde todavía]

La tarde todavía

dará incienso de oro a tu plegaria,

y quizás el cenit de un nuevo día

amenguará tu sombra solitaria.

Mas no es tu fiesta el Ultramar lejano,

sino la ermita junto al manso río;

no tu sandalia el soñoliento llano

pisará, ni la arena del hastío.

Muy cerca está, romero,

la tierra verde y santa y florecida

de tus sueños; muy cerca, peregrino

que desdeñas la sombra del sendero

y el agua del mesón en tu camino.


[Crear fiestas de amores]

Crear fiestas de amores

en nuestro amor pensamos,

quemar nuevos aromas

en montes no pisados,

y guardar el secreto

de nuestros rostros pálidos,

porque en las bacanales de la vida

vacías nuestras copas conservamos,

mientras con eco de cristal y espuma

ríen los zumos de la vid dorados.

.............................................

Un pájaro escondido entre las ramas

del parque solitario,

silba burlón...

Nosotros exprimimos

la penumbra de un sueño en nuestro vaso...

Y algo, que es tierra en nuestra carne, siente

la humedad del jardín como un halago.


[Arde en tus ojos un misterio, virgen]

Arde en tus ojos un misterio, virgen

esquiva y compañera.

No sé si es odio o es amor la lumbre

inagotable de tu aljaba negra.

Conmigo irás mientras proyecte sombra

mi cuerpo y quede a mi sandalia arena.

-¿Eres la sed o el agua en mi camino?

Dime, virgen esquiva y compañera.


[Algunos lienzos del recuerdo tienen]

Algunos lienzos del recuerdo tienen

luz de jardín y soledad de campo;

la placidez del sueño

en el paisaje familiar soñado.

Otros guardan las fiestas

de días aun lejanos;

figurillas sutiles

que pone un titerero en su retablo...

........................................................

Ante el balcón florido

está la cita de un amor amargo.

Brilla la tarde en el resol bermejo...

La hiedra efunde de los muros blancos...

A la revuelta de una calle en sombra,

un fantasma irrisorio besa un nardo.


[Crece en la plaza en sombra]

Crece en la plaza en sombra

el musgo, y en la piedra vieja y santa

de la iglesia. En el atrio hay un mendigo...

Más vieja que la iglesia tiene el alma.

Sube muy lento, en las mañanas frías,

por la marmórea grada,

hasta un rincón de piedra... Allí aparece

su mano seca entre la rota capa.

Con las órbitas huecas de sus ojos

ha visto cómo pasan

las blancas sombras, en los claros días,

las blancas sombras de las horas santas.


[Las ascuas de un crepúsculo morado]

Las ascuas de un crepúsculo morado

detrás del negro cipresal humean...

En la glorieta en sombra está la fuente

con su alado y desnudo Amor de piedra,

que sueña mudo. En la marmórea taza

reposa el agua muerta.


[¿Mi amor?... ¿Recuerdas, dime...?]

¿Mi amor?... ¿Recuerdas, dime,

aquellos juncos tiernos,

lánguidos y amarillos

que hay en el cauce seco?...

¿Recuerdas la amapola

que calcinó el verano,

la amapola marchita,

negro crespón del campo?...

¿Te acuerdas del sol yerto

y humilde, en la mañana,

que brilla y tiembla roto

sobre una fuente helada?...


[Me dijo un alba de la primavera]

Me dijo un alba de la primavera:

Yo florecí en tu corazón sombrío

ha muchos años, caminante viejo

que no cortas las flores del camino.

Tu corazón de sombra, ¿acaso guarda

el viejo aroma de mis viejos lirios?

¿Perfuman aún mis rosas la alba frente

del hada de tu sueño adamantino?

Respondí a la mañana:

Solo tienen cristal los sueños míos.

Yo no conozco el hada de mis sueños,

ni sé si está mi corazón florido.

Pero si aguardas la mañana pura

que ha de romper el vaso cristalino,

quizás el hada te dará tus rosas,

mi corazón tus lirios.


[Al borde del sendero un día nos sentamos]

Al borde del sendero un día nos sentamos.

Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita

son las desesperantes posturas que tomamos

para aguardar... Mas Ella no faltará a la cita.


[Es una forma juvenil que un día]

Es una forma juvenil que un día

a nuestra casa llega.

Nosotros le decimos: ¿por qué tornas

a la morada vieja?

Ella abre la ventana, y todo el campo

en luz y aroma entra.

En el blanco sendero,

los troncos de los árboles negrean;

las hojas de sus copas

son humo verde que a lo lejos sueña.

Parece una laguna

el ancho río entre la blanca niebla

de la mañana. Por los montes cárdenos

camina otra quimera.


[¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja...!]

¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja,

que me traes el retablo de mis sueños

siempre desierto y desolado, y solo

con mi fantasma dentro,

mi pobre sombra triste

sobre la estepa y bajo el sol de fuego,

o soñando amarguras

en las voces de todos los misterios,

dime, si sabes, vieja amada, dime

si son mías las lágrimas que vierto.

Me respondió la noche:

Jamás me revelaste tu secreto.

Yo nunca supe, amado,

si eras tú ese fantasma de tu sueño,

ni averigüé si era su voz la tuya,

o era la voz de un histrïón grotesco.

Dije a la noche: Amada mentirosa,

tú sabes mi secreto;

tú has visto la honda gruta

donde fabrica su cristal mi sueño,

y sabes que mis lágrimas son mías,

y sabes mi dolor, mi dolor viejo.

¡Oh! Yo no sé, dijo la noche, amado,

yo no sé tu secreto,

aunque he visto vagar ese que dices

desolado fantasma por tu sueño.

Yo me asomo a las almas cuando lloran

y escucho su hondo rezo,

humilde y solitario,

ese que llamas salmo verdadero;

pero en las hondas bóvedas del alma

no sé si el llanto es una voz o un eco.

Para escuchar tu queja de tus labios

yo te busqué en tu sueño,

y allí te vi vagando en un borroso

laberinto de espejos.


[Abril florecía]

Abril florecía

frente a mi ventana.

Entre los jazmines

y las rosas blancas

de un balcón florido,

vi las dos hermanas.

La menor cosía,

la mayor hilaba...

Entre los jazmines

y las rosas blancas,

la más pequeñita,

risueña y rosada

-su aguja en el aire-,

miró a mi ventana.

La mayor seguía,

silenciosa y pálida,

el huso en su rueca

que el lino enroscaba.

Abril florecía

frente a mi ventana.

Una clara tarde

la mayor lloraba,

entre los jazmines

y las rosas blancas,

y ante el blanco lino

que en su rueca hilaba.

-¿Qué tienes -le dije-,

silenciosa pálida?

Señaló el vestido

que empezó la hermana.

En la negra túnica

la aguja brillaba;

sobre el blanco velo,

el dedal de plata.

Señaló a la tarde

de abril que soñaba,

mientras que se oía

tañer de campanas.

Y en la clara tarde

me enseñó sus lágrimas...

Abril florecía

frente a mi ventana.

Fue otro abril alegre

y otra tarde plácida.

El balcón florido

solitario estaba...

Ni la pequeñita

risueña y rosada,

ni la hermana triste,

silenciosa y pálida,

ni la negra túnica,

ni la toca blanca...

Tan solo en el huso

el lino giraba

por mano invisible,

y en la obscura sala

la luna del limpio

espejo brillaba...

Entre los jazmines

y las rosas blancas

del balcón florido,

me miré en la clara

luna del espejo

que lejos soñaba...

Abril florecía

frente a mi ventana.


Coplas elegíacas

¡Ay del que llega sediento

a ver el agua correr,

y dice: la sed que siento

no me la calma el beber!

¡Ay de quien bebe y, saciada

la sed, desprecia la vida:

moneda al tahúr prestada,

que sea al azar rendida!

Del iluso que suspira

bajo el orden soberano,

y del que sueña la lira

pitagórica en su mano.

¡Ay del noble peregrino

que se para a meditar,

después de largo camino,

en el horror de llegar!

¡Ay de la melancolía

que llorando se consuela,

y de la melomanía

de un corazón de zarzuela!

¡Ay de nuestro ruiseñor,

si en una noche serena

se cura del mal de amor

que llora y canta sin pena!

¡De los jardines secretos,

de los pensiles soñados

y de los sueños poblados

de propósitos discretos!

¡Ay del galán sin fortuna

que ronda a la luna bella;

de cuantos caen de la luna,

de cuantos se marchan a ella!

¡De quien el fruto prendido

en la rama no alcanzó,

de quien el fruto ha mordido

y el gusto amargo probó!

¡Y de nuestro amor primero

y de su fe mal pagada,

y, también, del verdadero

amante de nuestra amada!


Inventario galante

Tus ojos me recuerdan

las noches de verano,

negras noches sin luna,

orilla al mar salado,

y el chispear de estrellas

del cielo negro y bajo.

Tus ojos me recuerdan

las noches de verano.

Y tu morena carne,

los trigos requemados,

y el suspirar de fuego

de los maduros campos.

Tu hermana es clara y débil

como los juncos lánguidos,

como los sauces tristes,

como los linos glaucos.

Tu hermana es un lucero

en el azul lejano...

Y es alba y aura fría

sobre los pobres álamos

que en las orillas tiemblan

del río humilde y manso.

Tu hermana es un lucero

en el azul lejano.

De tu morena gracia,

de tu soñar gitano,

de tu mirar de sombra

quiero llenar mi vaso.

Me embriagaré una noche

de cielo negro y bajo,

para cantar contigo,

orilla al mar salado,

una canción que deje

cenizas en los labios...

De tu mirar de sombra

quiero llenar mi vaso.

Para tu linda hermana

arrancaré los ramos

de florecidas nuevas

a los almendros blancos,

en un tranquilo y triste

alborear de marzo.

Los regaré con agua

de los arroyos claros,

los ataré con verdes

junquillos del remanso...

Para tu linda hermana

yo haré un ramito blanco.


[Me dijo una tarde]

Me dijo una tarde

de la primavera:

Si buscas caminos

en flor en la tierra,

mata tus palabras

y oye tu alma vieja.

Que el mismo albo lino

que te vista, sea

tu traje de duelo,

tu traje de fiesta.

Ama tu alegría

y ama tu tristeza,

si buscas caminos

en flor en la tierra.

Respondí a la tarde

de la primavera:

Tú has dicho el secreto

que en mi alma reza:

yo odio la alegría

por odio a la pena.

Mas antes que pise

tu florida senda,

quisiera traerte

muerta mi alma vieja.


[La vida hoy tiene ritmo]

La vida hoy tiene ritmo

de ondas que pasan,

de olitas temblorosas

que fluyen y se alcanzan.

La vida hoy tiene el ritmo de los ríos,

la risa de las aguas

que entre los verdes junquerales corren,

y entre las verdes cañas.

Sueño florido lleva el manso viento;

bulle la savia joven en las nuevas ramas;

tiemblan alas y frondas,

y la mirada sagital del águila

no encuentra presa... Treme el campo en sueños,

vibra el sol como un arpa.

¡Fugitiva ilusión de ojos guerreros,

que por las selvas pasas

a la hora del cenit: tiemble en mi pecho

el oro de tu aljaba!

En tus labios florece la alegría

de los campos en flor; tu veste alada

aroman las primeras velloritas,

las violetas perfumen tus sandalias.

Yo he seguido tus pasos en el viejo bosque,

arrebatados tras la corza rápida,

y los ágiles músculos rosados

de tus piernas silvestres entre verdes ramas.

¡Pasajera ilusión de ojos guerreros

que por las selvas pasas

cuando la tierra reverdece y ríen

los ríos en las cañas!

¡Tiemble en mi pecho el oro

que llevas en tu aljaba!


[Era una mañana y abril sonreía]

Era una mañana y abril sonreía.

Frente al horizonte dorado moría

la luna, muy blanca y opaca; tras ella,

cual tenue ligera quimera, corría

la nube que apenas enturbia una estrella.

.................................................................

Como sonreía la rosa mañana

al sol del Oriente abrí mi ventana;

y en mi triste alcoba penetró el Oriente

en canto de alondras, en risa de fuente

y en suave perfume de flora temprana.

Fue una clara tarde de melancolía.

Abril sonreía. Yo abrí las ventanas

de mi casa al viento... El viento traía

perfume de rosas, doblar de campanas...

Doblar de campanas lejanas, llorosas,

süave de rosas aromado aliento...

... ¿Dónde están los huertos floridos de rosas?

¿Qué dicen las dulces campanas al viento?

....................................................................

Pregunté a la tarde de abril que moría:

¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?

La tarde de abril sonrió: La alegría

pasó por tu puerta -y luego, sombría:

Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.


[El casco roído y verdoso]

El casco roído y verdoso

del viejo falucho

reposa en la arena...

La vela tronchada parece

que aún sueña en el sol y en el mar.

El mar hierve y canta...

El mar es un sueño sonoro

bajo el sol de abril.

El mar hierve y ríe

con olas azules y espumas de leche y de plata,

el mar hierve y ríe

bajo el cielo azul.

El mar lactescente,

el mar rutilante,

que ríe en sus liras de plata sus risas azules...

¡Hierve y ríe el mar!...

El aire parece que duerme encantado

en la fúlgida niebla de sol blanquecino.

La gaviota palpita en el aire dormido, y al lento

volar soñoliento, se aleja y se pierde en la bruma del sol.


[El sueño bajo el sol que aturde y ciega]

El sueño bajo el sol que aturde y ciega,

tórrido sueño en la hora de arrebol;

el río luminoso el aire surca;

esplende la montaña;

la tarde es polvo y sol.

El sibilante caracol del viento

ronco dormita en el remoto alcor;

emerge el sueño ingrave en la palmera,

luego se enciende en el naranjo en flor.

La estúpida cigüeña

su garabato escribe en el sopor

del molino parado; el toro abate

sobre la hierba la testuz feroz.

La verde, quieta espuma del ramaje,

efunde sobre el blanco paredón,

lejano, inerte, del jardín sombrío,

dormido bajo el cielo fanfarrón.

...................................................

Lejos, enfrente de la tarde roja,

refulge el ventanal del torreón.

...................................................


Humorismos, fantasías, apuntes

Los grandes inventos

La tarde caía

triste y polvorienta.

El agua cantaba

su copla plebeya

en los cangilones

de la noria lenta.

Soñaba la mula,

¡pobre mula vieja!,

al compás de sombra

que en el agua suena.

La tarde caía

triste y polvorienta.

Yo no sé qué noble,

divino poeta,

unió a la amargura

de la eterna rueda

la dulce armonía

del agua que sueña,

y vendó tus ojos,

¡pobre mula vieja!...

Mas sé que fue un noble,

divino poeta,

corazón maduro

de sombra y de ciencia.


La aurora asomaba

lejana y siniestra.

El lienzo de Oriente

sangraba tragedias,

pintarrajeadas

con nubes grotescas.

.................................

En la vieja plaza

de una vieja aldea,

erguía su horrible

pavura esquelética

el tosco patíbulo

de fresca madera...

La aurora asomaba

lejana y siniestra.


Vosotras, las familiares,

inevitables golosas,

vosotras, moscas vulgares,

me evocáis todas las cosas.

¡Oh, viejas moscas voraces

como abejas en abril,

viejas moscas pertinaces

sobre mi calva infantil!

¡Moscas del primer hastío

en el salón familiar,

las claras tardes de estío

en que yo empecé a soñar!

Y en la aborrecida escuela,

raudas moscas divertidas,

perseguidas

por amor de lo que vuela

-que todo es volar-, sonoras,

rebotando en los cristales

en los días otoñales...

Moscas de todas las horas,

de infancia y adolescencia,

de mi juventud dorada;

de esta segunda inocencia,

que da en no creer en nada,

de siempre... Moscas vulgares,

que de puro familiares

no tendréis digno cantor:

yo sé que os habéis posado

sobre el juguete encantado,

sobre el librote cerrado,

sobre la carta de amor,

sobre los párpados yertos

de los muertos.

Inevitables golosas,

que ni labráis como abejas,

ni brilláis cual mariposas;

pequeñitas, revoltosas,

vosotras, amigas viejas,

me evocáis todas las cosas.


Elegía de un madrigal

Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,

¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,

bajo el azul monótono, un ancho y terso río

que ni tenía un pobre juncal en su ribera.

¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia

que borra el misterioso azogue del cristal!

¡Oh el alma sin amores que el Universo copia

con un irremediable bostezo universal!

*

Quiso el poeta recordar a solas

las ondas bien amadas, la luz de los cabellos

que él llamaba en sus rimas rubias olas.

Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...

Y un día -como tantos-, al aspirar un día

aromas de una rosa que en el rosal se abría,

brotó como una llama la luz de los cabellos

que él en sus madrigales llamaba rubias olas,

brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...

Y se alejó en silencio para llorar a solas.


(1907)

Como atento no más a mi quimera

no reparaba en torno mío, un día

me sorprendió la fértil primavera

que en todo el ancho campo sonreía.

Brotaban verdes hojas

de las hinchadas yemas del ramaje,

y flores amarillas, blancas, rojas,

alegraban la mancha del paisaje.

Y era una lluvia de saetas de oro,

el sol sobre las frondas juveniles;

del amplio río en el caudal sonoro

se miraban los álamos gentiles.

Tras de tanto camino es la primera

vez que miro brotar la primavera,

dije, y después, declamatoriamente:

-¡Cuán tarde ya para la dicha mía!-

Y luego, al caminar, como quien siente

alas de otra ilusión: -Y todavía

¡yo alcanzaré mi juventud un día!


Lejos de tu jardín quema la tarde

inciensos de oro en purpurinas llamas,

tras el bosque de cobre y de ceniza.

En tu jardín hay dalias.

¡Malhaya tu jardín!... Hoy me parece

la obra de un peluquero,

con esa pobre palmerilla enana,

y ese cuadro de mirtos recortados...

y el naranjito en su tonel... El agua

de la fuente de piedra

no cesa de reír sobre la concha blanca.


Fantasía de una noche de abril

¿Sevilla?... ¿Granada?... La noche de luna.

Angosta la calle, revuelta y moruna,

de blancas paredes y obscuras ventanas.

Cerrados postigos, corridas persianas...

El cielo vestía su gasa de abril.

Un vino risueño me dijo el camino.

Yo escucho los áureos consejos del vino,

que el vino es a veces escala de ensueño.

Abril y la noche y el vino risueño

cantaron en coro su salmo de amor.

La calle copiaba, con sombra en el muro,

el paso fantasma y el sueño maduro

de apuesto embozado, galán caballero:

espada tendida, calado sombrero...

La luna vertía su blanco soñar.

Como un laberinto mi sueño torcía

de calle en calleja. Mi sombra seguía

de aquel laberinto la sierpe encantada,

en pos de una oculta plazuela cerrada.

La luna lloraba su dulce blancor.

La casa y la clara ventana florida,

de blancos jazmines y nardos prendida,

más blancos que el blanco soñar de la luna...

-Señora, la hora, tal vez importuna...

¿Que espere? (La dueña se lleva el candil).

Ya sé que sería quimera, señora,

mi sombra galante buscando a la aurora

en noches de estrellas y luna, si fuera

mentira la blanca nocturna quimera

que usurpa a la luna su trono de luz.

¡Oh dulce señora, más cándida y bella

que la solitaria matutina estrella

tan clara en el cielo! ¿Por qué silenciosa

oís mi nocturna querella amorosa?

¿Quién hizo, señora, cristal vuestra voz?...

La blanca quimera parece que sueña.

Acecha en la obscura estancia la dueña.

-Señora, si acaso otra sombra emboscada

teméis, en la sombra, fiad en mi espada...

Mi espada se ha visto a la luna brillar.

¿Acaso os parece mi gesto anacrónico?

El vuestro es, señora, sobrado lacónico.

¿Acaso os asombra mi sombra embozada,

de espada tendida y toca plumada?...

¿Seréis la cautiva del moro Gazul?...

Dijéraislo, y pronto mi amor os diría

el son de mi guzla y la algarabía

más dulce que oyera ventana moruna.

Mi guzla os dijera la noche de luna,

la noche de cándida luna de abril.

Dijera la clara cantiga de plata

del patio moruno, y la serenata

que lleva el aroma de floridas preces

a los miradores y a los ajimeces,

los salmos de un blanco fantasma lunar.

Dijera las danzas de trenzas lascivas,

las muelles cadencias de ensueños, las vivas

centellas de lánguidos rostros velados,

los tibios perfumes, los huertos cerrados;

dijera el aroma letal del harén.

Yo guardo, señora, en viejo salterio

también una copla de blanco misterio,

la copla más suave, más dulce y más sabia

que evoca las claras estrellas de Arabia

y aromas de un moro jardín andaluz.

Silencio... En la noche la paz de la luna

alumbra la blanca ventana moruna.

Silencio... Es el musgo que brota, y la hiedra

que lenta desgarra la tapia de piedra...

El llanto que vierte la luna de abril.

-Si sois una sombra de la primavera

blanca entre jazmines, o antigua quimera

soñada en las trovas de dulces cantores,

yo soy una sombra de viejos cantares,

y el signo de un álgebra vieja de amores.

Los gayos, lascivos decires mejores,

los árabes albos nocturnos soñares,

las coplas mundanas, los salmos talares,

poned en mis labios;

yo soy una sombra también del amor.

Ya muerta la luna, mi sueño volvía

por la retorcida, moruna calleja.

El sol en Oriente reía

su risa más vieja.


A un naranjo y a un limonero

vistos en una tienda de plantas y flores

Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!

Medrosas tiritan tus hojas menguadas.

Naranjo en la corte, qué pena da verte

con tus naranjitas secas y arrugadas.

Pobre limonero de fruto amarillo

cual pomo pulido de pálida cera,

¡qué pena mirarte, mísero arbolillo

criado en mezquino tonel de madera!

De los claros bosques de la Andalucía,

¿quién os trajo a esta castellana tierra

que barren los vientos de la adusta sierra,

hijos de los campos de la tierra mía?

¡Gloria de los huertos, árbol limonero,

que enciendes los frutos de pálido oro

y alumbras del negro cipresal austero

las quietas plegarias erguidas en coro;

y fresco naranjo del patio querido,

del campo risueño y el huerto soñado,

siempre en mi recuerdo maduro o florido

de frondas y aromas y frutos cargado!


Los sueños malos

Está la plaza sombría;

muere el día.

Suenan lejos las campanas.

De balcones y ventanas

se iluminan las vidrieras,

con reflejos mortecinos,

como huesos blanquecinos

y borrosas calaveras.

En toda la tarde brilla

una luz de pesadilla.

Está el sol en el ocaso.

Suena el eco de mi paso.

-¿Eres tú? Ya te esperaba...

-No eras tú a quien yo buscaba.


Pasan las horas de hastío

por la estancia familiar,

el amplio cuarto sombrío

donde yo empecé a soñar.

Del reloj arrinconado,

que en la penumbra clarea,

el tic-tac acompasado

odiosamente golpea.

Dice la monotonía

del agua clara al caer:

un día es como otro día;

hoy es lo mismo que ayer.

Cae la tarde. El viento agita

el parque mustio y dorado...

¡Qué largamente ha llorado

toda la fronda marchita!


[Sonaba el reloj la una]

Sonaba el reloj la una,

dentro de mi cuarto. Era

triste la noche. La luna,

reluciente calavera,

ya del cenit declinando,

iba del ciprés del huerto

fríamente iluminando

el alto ramaje yerto.

Por la entreabierta ventana

llegaban a mis oídos

metálicos alaridos

de una música lejana.

Una música tristona,

una mazurca olvidada,

entre inocente y burlona,

mal tañida y mal soplada.

Y yo sentí el estupor

del alma cuando bosteza

el corazón, la cabeza,

y... morirse es lo mejor.


I

Este amor que quiere ser

acaso pronto será;

pero ¿cuándo ha de volver

lo que acaba de pasar?

Hoy dista mucho de ayer.

¡Ayer es Nunca jamás!


II

Moneda que está en la mano

quizá se deba guardar;

la monedita del alma

se pierde si no se da.


Nuestras vidas son los ríos

que van a dar a la mar,

que es el morir. ¡Gran cantar!

Entre los poetas míos

tiene Manrique un altar.

Dulce goce de vivir:

mala ciencia del pasar,

ciego hüir a la mar.

Tras el pavor del morir

está el placer de llegar.

¡Gran placer!

Mas ¿y el horror de volver?

¡Gran pesar!


[Anoche cuando dormía]

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una fontana fluía

dentro de mi corazón.

Di, ¿por qué acequia escondida,

agua, vienes hasta mí,

manantial de nueva vida

en donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas

iban fabricando en él,

con las amarguras viejas,

blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que un ardiente sol lucía

dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba

calores de rojo hogar,

y era sol porque alumbraba

y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que era Dios lo que tenía

dentro de mi corazón.


[¿Mi corazón se ha dormido?]

¿Mi corazón se ha dormido?

Colmenares de mis sueños,

¿ya no labráis? ¿Está seca

la noria del pensamiento,

los cangilones vacíos,

girando, de sombra llenos?

No, mi corazón no duerme.

Está despierto, despierto.

Ni duerme ni sueña, mira,

los claros ojos abiertos,

señas lejanas y escucha

a orillas del gran silencio.


Introducción

Leyendo un claro día

mis bien amados versos,

he visto en el profundo

espejo de mis sueños

que una verdad divina

temblando está de miedo,

y es una flor que quiere

echar su aroma al viento.

El alma del poeta

se orienta hacia el misterio.

Solo el poeta puede

mirar lo que está lejos

dentro del alma, en turbio

y mago sol envuelto.

En esas galerías,

sin fondo, del recuerdo,

donde las pobres gentes

colgaron cual trofeo

el traje de una fiesta

apolillado y viejo,

allí el poeta sabe

el laborar eterno

mirar de las doradas

abejas de los sueños.

Poetas, con el alma

atenta al hondo cielo,

en la crüel batalla

o en el tranquilo huerto,

la nueva miel labramos

con los dolores viejos,

la veste blanca y pura

pacientemente hacemos,

y bajo el sol bruñimos

el fuerte arnés de hierro.

El alma que no sueña,

el enemigo espejo,

proyecta nuestra imagen

con un perfil grotesco.

Sentimos una ola

de sangre, en nuestro pecho,

que pasa... y sonreímos,

y a laborar volvemos.


[Desgarrada la nube; el arco iris]

Desgarrada la nube; el arco iris

brillando ya en el cielo,

y en un fanal de lluvia

y sol el campo envuelto.

Desperté. ¿Quién enturbia

los mágicos cristales de mi sueño?

Mi corazón latía

atónito y disperso.

... ¡El limonar florido,

el cipresal del huerto,

el prado verde, el sol, el agua, el iris!...,

¡el agua en tus cabellos!...

Y todo en la memoria se perdía

como una pompa de jabón al viento.


[Y era el demonio de mi sueño, el ángel]

Y era el demonio de mi sueño, el ángel

más hermoso. Brillaban

como aceros los ojos victoriosos,

y las sangrientas llamas

de su antorcha alumbraron

la honda cripta del alma.

-¿Vendrás conmigo? -No, jamás; las tumbas

y los muertos me espantan.

Pero la férrea mano

mi diestra atenazaba.

-Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño,

cegado por la roja luminaria.

Y en la cripta sentí sonar cadenas

y rebullir de fieras enjauladas.


[Desde el umbral de un sueño me llamaron...]

Desde el umbral de un sueño me llamaron...

Era la buena voz, la voz querida.

-Dime: ¿vendrás conmigo a ver el alma?...

Llegó a mi corazón una caricia.

-Contigo siempre... Y avancé en mi sueño

por una larga, escueta galería,

sintiendo el roce de la veste pura

y el palpitar suave de la mano amiga.


Sueño infantil

Una clara noche

de fiesta y de luna,

noche de mis sueños,

noche de alegría

-era luz mi alma

que hoy es bruma toda,

no eran mis cabellos

negros todavía-,

el hada más joven

me llevó en sus brazos

a la alegre fiesta

que en la plaza ardía.

So el chisporroteo

de las luminarias,

amor sus madejas

de danzas tejía.

Y en aquella noche

de fiesta y de luna,

noche de mis sueños,

noche de alegría,

el hada más joven,

besaba mi frente...,

con su linda mano

su adiós me decía...

Todos los rosales

daban sus aromas,

todos los amores

amor entreabría.


[¡Y esos niños en hilera...!]

¡Y esos niños en hilera,

llevando el sol de la tarde

en sus velitas de cera...!

*

¡De amarillo calabaza,

en el azul, cómo sube

la luna, sobre la plaza!

*

Duro ceño.

Pirata, rubio africano,

barbitaheño.

Lleva un alfanje en la mano.

Estas figuras del sueño...

*

Donde las niñas cantan en corro,

en los jardines del limonar,

sobre la fuente, negro abejorro

pasa volando, zumba al volar.

Se oyó su bronco gruñir de abuelo

entre las claras voces sonar,

superflua nota de violoncelo

en los jardines del limonar.

Entre las cuatro blancas paredes,

cuando una mano cerró el balcón,

por los salones de sal-si-puedes

suena el rebato de su bordón.

Muda en el techo, quieta, ¿dormida?,

la negra nota de angustia está,

y en la pradera verdiflorida

de un sueño niño volando va...


[Si yo fuera un poeta]

Si yo fuera un poeta

galante, cantaría

a vuestros ojos un cantar tan puro

como en el mármol blanco el agua limpia.

Y en una estrofa de agua

todo el cantar sería:

«Ya sé que no responden a mis ojos,

que ven y no preguntan cuando miran,

los vuestros claros, vuestros ojos tienen

la buena luz tranquila,

la buena luz del mundo en flor, que he visto

desde los brazos de mi madre un día».


[Llamó a mi corazón, un claro día]

Llamó a mi corazón, un claro día,

con un perfume de jazmín, el viento.

-A cambio de este aroma,

todo el aroma de tus rosas quiero.

-No tengo rosas; flores

en mi jardín no hay ya: todas han muerto.

Me llevaré los llantos de las fuentes,

las hojas amarillas y los mustios pétalos.

Y el viento huyó... Mi corazón sangraba...

Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?


[Hoy buscarás en vano]

Hoy buscarás en vano

a tu dolor consuelo.

Lleváronse tus hadas

el lino de tus sueños.

Está la fuente muda

y está marchito el huerto.

Hoy solo quedan lágrimas

para llorar. No hay que llorar, ¡silencio!


[Y nada importa ya que el vino de oro]

Y nada importa ya que el vino de oro

rebose de tu copa cristalina,

o el agrio zumo enturbie el puro vaso...

Tú sabes las secretas galerías

del alma, los caminos de los sueños

y la tarde tranquila

donde van a morir... Allí te aguardan

las hadas silenciosas de la vida,

y hacia un jardín de eterna primavera

te llevarán un día.


[Tocados de otros días]

Tocados de otros días,

mustios encajes y marchitas sedas;

salterios arrumbados,

rincones de las salas polvorientas;

daguerrotipos turbios,

cartas que amarillean;

libracos no leídos

que guardan grises florecitas secas:

romanticismos muertos,

cursilerías viejas,

cosas de ayer que sois el alma, y cantos

y cuentos de la abuela!...


[La casa tan querida]

La casa tan querida

donde habitaba ella,

sobre un montón de escombros arruinada

o derruida, enseña

el negro y carcomido

maltrabado esqueleto de madera.

La luna está vertiendo

su clara luz en sueños que platea

en las ventanas. Mal vestido y triste,

voy caminando por la calle vieja.


[Ante el pálido lienzo de la tarde]

Ante el pálido lienzo de la tarde,

la iglesia, con sus torres afiladas

y el ancho campanario, en cuyos huecos

voltean suavemente las campanas,

alta y sombría, surge.

La estrella es una lágrima

en el azul celeste.

Bajo la estrella clara,

flota, vellón disperso,

una nube quimérica de plata.


[Tarde tranquila, casi]

Tarde tranquila, casi

con placidez de alma,

para ser joven, para haberlo sido

cuando Dios quiso, para

tener algunas alegrías... lejos,

y poder dulcemente recordarlas.


[Yo, como Anacreonte]

Yo, como Anacreonte,

quiero cantar, reír y echar al viento

las sabias amarguras

y los graves consejos,

y quiero, sobre todo, emborracharme,

ya lo sabéis... ¡Grotesco!

Pura fe en el morir, pobre alegría

y macabro danzar antes de tiempo.


[¡Oh tarde luminosa!]

¡Oh tarde luminosa!

El aire está encantado.

La blanca cigüeña

dormita volando,

y las golondrinas se cruzan, tendidas

las alas agudas al viento dorado,

y en la tarde risueña se alejan

volando, soñando...

Y hay una que torna como la saeta,

las alas agudas tendidas al aire sombrío,

buscando su negro rincón del tejado.

La blanca cigüeña,

como un garabato,

tranquila y disforme, ¡tan disparatada!,

sobre el campanario.


[Es una tarde cenicienta y mustia]

Es una tarde cenicienta y mustia,

destartalada, como el alma mía;

y es esta vieja angustia

que habita mi usual hipocondría.

La causa de esta angustia no consigo

ni vagamente comprender siquiera;

pero recuerdo y, recordando, digo:

-Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.

*

Y no es verdad, dolor, yo te conozco,

tú eres nostalgia de la vida buena

y soledad de corazón sombrío,

de barco sin naufragio y sin estrella.

Como perro olvidado que no tiene

huella ni olfato y yerra

por los caminos, sin camino, como

el niño que en la noche de una fiesta

se pierde entre el gentío

y el aire polvoriento y las candelas

chispeantes, atónito, y asombra

su corazón de música y de pena,

así voy yo, borracho melancólico,

guitarrista lunático, poeta,

y pobre hombre en sueños,

siempre buscando a Dios entre la niebla.


[¿Y ha de morir contigo el mundo mago...?]

¿Y ha de morir contigo el mundo mago

donde guarda el recuerdo

los hálitos más puros de la vida,

la blanca sombra del amor primero,

la voz que fue a tu corazón, la mano

que tú querías retener en sueños,

y todos los amores

que llegaron al alma, al hondo cielo?

¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,

la vieja vida en orden tuyo y nuevo?

¿Los yunques y crisoles de tu alma

trabajan para el polvo y para el viento?


[Desnuda está la tierra]

Desnuda está la tierra,

y el alma aúlla al horizonte pálido

como loba famélica. ¿Qué buscas,

poeta, en el ocaso?

Amargo caminar, porque el camino

pesa en el corazón. ¡El viento helado,

y la noche que llega, y la amargura

de la distancia!... En el camino blanco

algunos yertos árboles negrean;

en los montes lejanos

hay oro y sangre... El sol murió... ¿Qué buscas,

poeta, en el ocaso?


La tarde está muriendo

como un hogar humilde que se apaga.

Allá, sobre los montes,

quedan algunas brasas.

Y ese árbol roto en el camino blanco

hace llorar de lástima.

¡Dos ramas en el tronco herido, y una

hoja marchita y negra en cada rama!

¿Lloras?... Entre los álamos de oro,

lejos, la sombra del amor te aguarda.


A un viejo y distinguido señor

Te he visto, por el parque ceniciento

que los poetas aman

para llorar, como una noble sombra

vagar, envuelto en tu levita larga.

El talante cortés, ha tantos años

compuesto de una fiesta en la antesala,

¡qué bien tus pobres huesos

ceremoniosos guardan!

Yo te he visto, aspirando distraído,

con el aliento que la tierra exhala

-hoy, tibia tarde en que las mustias hojas

húmedo viento arranca-,

del eucalipto verde

el frescor de las hojas perfumadas.

Y te he visto llevar la seca mano

a la perla que brilla en tu corbata.


El hada más hermosa ha sonreído

al ver la lumbre de una estrella pálida,

que en hilo suave, blanco y silencioso

se enrosca al huso de su rubia hermana.

Y vuelve a sonreír, porque en su rueca

el hilo de los campos se enmaraña.

Tras la tenue cortina de la alcoba

está el jardín envuelto en luz dorada.

La cuna, casi en sombra. El niño duerme.

Dos hadas laboriosas lo acompañan,

hilando de los sueños los sutiles

copos en ruecas de marfil y plata.


[Guitarra del mesón que hoy suenas jota]

Guitarra del mesón que hoy suenas jota,

mañana petenera,

según quien llega y tañe

las empolvadas cuerdas,

guitarra del mesón de los caminos,

no fuiste nunca, ni serás, poeta.

Tú eres alma que dice su armonía

solitaria a las almas pasajeras...

Y siempre que te escucha el caminante

sueña escuchar un aire de su tierra.


[El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma]

El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma.

Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino?

Pasado el llano verde, en la florida loma,

acaso está el cercano final de tu camino.

Tú no verás del trigo la espiga sazonada

y de macizas pomas cargado el manzanar,

ni de la vid rugosa la uva aurirrosada

ha de exprimir su alegre licor en tu lagar.

Cuando el primer aroma exhalen los jazmines

y cuando más palpiten las rosas del amor,

una mañana de oro que alumbre los jardines,

¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor?

Campo recién florido y verde, ¡quién pudiera

soñar aún largo tiempo en esas pequeñitas

corolas azuladas que manchan la pradera,

y en esas diminutas primeras margaritas!


[La primavera besaba]

La primavera besaba

suavemente la arboleda,

y el verde nuevo brotaba

como una verde humareda.

Las nubes iban pasando

sobre el campo juvenil...

Yo vi en las hojas temblando

las frescas lluvias de abril.

Bajo ese almendro florido,

todo cargado de flor

-recordé-, yo he maldecido

mi juventud sin amor.

Hoy, en mitad de la vida,

me he parado a meditar...

¡Juventud nunca vivida,

quién te volviera a soñar!


[Eran ayer mis dolores]

Eran ayer mis dolores

como gusanos de seda

que iban labrando capullos;

hoy son mariposas negras.

¡De cuántas flores amargas

he sacado blanca cera!

¡Oh, tiempo en que mis pesares

trabajaban como abejas!

Hoy son como avenas locas,

o cizaña en sementera,

como tizón en espiga,

como carcoma en madera.

¡Oh, tiempo en que mis dolores

tenían lágrimas buenas,

y eran como agua de noria

que va regando una huerta!

Hoy son agua de torrente

que arranca el limo a la tierra.

Dolores que ayer hicieron

de mi corazón colmena,

hoy tratan mi corazón

como a una muralla vieja:

quieren derribarlo, y pronto,

al golpe de la piqueta.


Renacimiento

Galerías del alma... ¡El alma niña!

Su clara luz risueña;

y la pequeña historia,

y la alegría de la vida nueva...

¡Ah, volver a nacer, y andar camino,

ya recobrada la perdida senda!

Y volver a sentir en nuestra mano

aquel latido de la mano buena

de nuestra madre... Y caminar en sueños

por amor de la mano que nos lleva.

*

En nuestras almas todo

por misteriosa mano se gobierna.

Incomprensibles, mudas,

nada sabemos de las almas nuestras.

Las más hondas palabras

del sabio nos enseñan

lo que el silbar del viento cuando sopla

o el sonar de las aguas cuando ruedan.


[Tal vez la mano, en sueños]

Tal vez la mano, en sueños,

del sembrador de estrellas

hizo sonar la música olvidada

como una nota de la lira inmensa,

y la ola humilde a nuestros labios vino

de unas pocas palabras verdaderas.


[Y podrás conocerte, recordando]

Y podrás conocerte, recordando

del pasado soñar los turbios lienzos,

en este día triste en que caminas

con los ojos abiertos.

De toda la memoria, solo vale

el don preclaro de evocar los sueños.


[Los árboles conservan]

Los árboles conservan

verdes aún las copas,

pero del verde mustio

de las marchitas frondas.

El agua de la fuente,

sobre la piedra tosca

y de verdín cubierta,

resbala silenciosa.

Arrastra el viento algunas

amarillentas hojas.

¡El viento de la tarde

sobre la tierra en sombra!


[Húmedo está, bajo el laurel, el banco]

Húmedo está, bajo el laurel, el banco

de verdinosa piedra;

lavó la lluvia, sobre el muro blanco,

las empolvadas hojas de la hiedra.

Del viento del otoño el tibio aliento

los céspedes undula, y la alameda

conversa con el viento...,

¡el viento de la tarde en la arboleda!

Mientras el sol en el ocaso esplende

que los racimos de la vid orea,

y el buen burgués, en su balcón, enciende

la estoica pipa en que el tabaco humea,

voy recordando versos juveniles...

¿Qué fue de aquel mi corazón sonoro?

¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,

huyendo entre los árboles de oro?


[Pegasos, lindos pegasos]

Tournez, tournez, chevaux de bois.
(Verlaine)

Pegasos, lindos pegasos,

caballitos de madera.

..............................

Yo conocí, siendo niño,

la alegría de dar vueltas

sobre un corcel colorado,

en una noche de fiesta.

En el aire polvoriento

chispeaban las candelas,

y la noche azul ardía

toda sembrada de estrellas.

¡Alegrías infantiles

que cuestan una moneda

de cobre, lindos pegasos,

caballitos de madera!


[Deletreos de armonía]

Deletreos de armonía

que ensaya inexperta mano.

Hastío. Cacofonía

del sempiterno pïano

que yo de niño escuchaba

soñando... no sé con qué,

con algo que no llegaba,

todo lo que ya se fue.


[En medio de la plaza y sobre tosca piedra]

En medio de la plaza y sobre tosca piedra,

el agua brota y brota. En el cercano huerto

eleva, tras el muro ceñido por la hiedra,

alto ciprés la mancha de su ramaje yerto.

La tarde está cayendo frente a los caserones

de la ancha plaza, en sueños. Relucen las vidrieras

con ecos mortecinos de sol. En los balcones

hay formas que parecen confusas calaveras.

La calma es infinita en la desierta plaza,

donde pasea el alma su traza de alma en pena.

El agua brota y brota en la marmórea taza.

En todo el aire en sombra no más que el agua suena.


Coplas mundanas

Poeta ayer, hoy triste y pobre

filósofo trasnochado,

tengo en monedas de cobre

el oro de ayer cambiado.

Sin placer y sin fortuna,

pasó como una quimera

mi juventud, la primera...,

la sola, no hay más que una:

la de dentro es la de fuera.

Pasó como un torbellino,

bohemia y aborrascada,

harta de coplas y vino,

mi juventud bien amada.

Y hoy miro a las galerías

del recuerdo, para hacer

aleluyas de elegías

desconsoladas de ayer.

¡Adiós, lágrimas cantoras,

lágrimas que alegremente

brotabais, como en la fuente

las limpias aguas sonoras!

¡Buenas lágrimas vertidas

por un amor juvenil,

cual frescas lluvias caídas

sobre los campos de abril!

No canta ya el ruiseñor

de cierta noche serena;

sanamos del mal de amor

que sabe llorar sin pena.

Poeta ayer, hoy triste y pobre

filósofo trasnochado,

tengo en monedas de cobre

el oro de ayer cambiado.


Sol de invierno

Es mediodía. Un parque.

Invierno. Blancas sendas;

simétricos montículos

y ramas esqueléticas.

Bajo el invernadero,

naranjos en maceta,

y en su tonel, pintado

de verde, la palmera.

Un viejecillo dice

para su capa vieja:

«¡El sol, esta hermosura

de sol!...». Los niños juegan.

El agua de la fuente

resbala, corre y sueña,

lamiendo, casi muda,

la verdinosa piedra.