Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

«Soledades, galerías y otros poemas», de Antonio Machado

Germán Gullón

La contribución del poeta andaluz a las letras españolas resulta de sobra conocida, pero la diremos de nuevo. Al filo del novecientos, la literatura, tanto en prosa como en verso, se vuelve hacia adentro, a configurar el hombre interior. Novedad relativa, porque la tarea había sido iniciada por los románticos, si bien arrinconada por los escritores realistas en la segunda mitad del XIX. Aporta un acento renovado, menos dramático y gesticulero. Los contrastes violentos y las presencias diabólicas de la poesía romántica hacen hueco a una lírica con tono medido, contenido, apropiado para enunciar los secretos atesorados por el corazón humano. Miguel de Unamuno en la novela hará del interior del hombre un escenario apropiado para representar los grandes dramas del individuo, como el si somos o dependemos de un ser Superior; en cambio, Antonio Machado utilizará el recato del verso para dar vida a los sencillos encargos del alma, las inquietudes del hombre sensible, la vida, el amor, el paso de las estaciones y así.

Hay escritores hechos solo de palabras, a otros los sabemos escindidos entre escritores e intelectuales públicos, mientras unos pocos existen en nuestro recuerdo acompañados por su figura. La desmañada del sevillano Antonio Machado Ruiz acompaña siempre sus versos, el contraste con su vivaz hermano Manuel, la traza institucionista, de filósofo, de hombre que pone lo esencial por encima de lo superfluo. Sabemos también de su soledad, íntima y trágica, remachada por la pérdida de su esposa Leonor en Soria. En fin, le solemos llamar don Antonio porque supo crear en sus versos la habitación interior del hombre moderno, extrayendo del modernismo sus colores y sonoridades para dejar lo esencial. Su figura hecha voz lírica nos lleva de la mano hecha verbo, paseando, a ese hondón del alma.

Machado no resistió la tentación de mirar su propia figura en el espejo, y lo hizo en su heterónimo Juan de Mairena, a quien recordamos diciendo a sus alumnos que el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer era «El ángel de la verdadera poesía». Porque su poesía era «clara y trasparente, donde todo parece escrito para ser entendido». La comprensión del texto, insiste el maestro, no depende de la lógica, de que las cosas dichas encajen entre sí como en un rosario de pensamientos bien anudados. Su gracia se halla en un espacio psíquico que crea el poema, el espacio de la palabra en el tiempo.

No puedo pensar una manera más sencilla de reclamar un territorio propio, para la poesía, los textos que acogerán la percepción recogida por la palabra sin maquillar, vestida con la sencillez del decir cotidiano con que se enuncia, que el Machado de Soledades. La rica sonoridad becqueriana se templa en Machado; de hecho, al leer Soledades de 1903, y la versión definitiva del libro, titulada Soledades, galerías y otros poemas, de 1907, donde no se recogen todos los poemas del primer volumen, comprendemos que los dejados de lado quedan descartados porque sonaban a hueco, las frases hechas desaparecen.

Dámaso Alonso declaró que era su poeta favorito, y se dedicó con su agudeza filológica a explorar qué había dejado atrás en los poemas descartados de Soledades, concluyendo que en algunos casos había tenido razón. Mas el que eliminase versos como «tardes soñadoras», porque ese soñadoras dice casi nada, no importa. Lo significativo es que en las revistas de aquel comienzo de siglo, Electra, Helios o Alma española, la poesía de Machado marca una nueva pauta a la poesía española, más seria y digna que la precedente.

Ricardo Gullón diría que los poemas que quedaron en Soledades de 1907 son más condensados, porque el primer Machado, no olvidemos que apenas tenía veintiocho años cuando publicó la primera vez el libro, revisaba errores y erratas, pulía sus versos. Que allí ya aparece el Machado que todos recordamos, el de la palabra justa.

Nadie antes había llevado al lector de poesía a conocer las secretas galerías del alma como Machado, donde el sueño, la canción, el amor, la primavera o el estío, o un olmo, afloran en el verso, y dicen de la relación que guardan con el nosotros, como un camino visto en la conciencia puede entenderse como el camino de la vida, que como los reales se cruzan y desvían según la geografía, según el estado de ánimo del poeta. Describía el poeta ese espacio que llevamos dentro, donde sentimos, y donde la vida se enriquece con la sensibilidad con que la experimenta el poeta y por ende el lector.

Luego, sus soledades son palabra hecha tiempo. Machado cree en la ejemplaridad del instante. Por eso, en sus versos se cuenta de unos momentos en que trascurre la vivencia poética. Palabra en el tiempo, como tantas veces se describe su poesía, significa que la palabra poética hace de puente entre lo vivido en el mundo y su reflejo en los cargos de lo íntimo, y que cuenta vívidamente ese camino en que el uno encuentra eco y representación sensible en el otro.

Finalmente, de su figura nos acaba quedando, como diría Aurora de Albornoz, un modo de decir, un tono, sincero, melancólico y cariñoso, que aprecia la naturaleza física y la humana del hombre. Allá por la mitad del siglo XIX España se fue llenando de jardines, era una novedad en las ciudades; pues bien, Machado será el perfecto paseante de esos nuevos espacios urbanos, donde el hombre alejado del mundanal ruido puede dejarse llevar por un recuerdo, por la nostalgia de una ausencia, por una brisa, soñar, y luego representar en palabras ese mundo de ensueño que el nuevo espacio permitía.

Para muchos lectores de poesía, su inolvidable figura resulta la de un hombre comprometido con la sociedad de su tiempo, porque su poesía exhibe la dignidad de quien considera su oficio de escritor en serio, capaz de influir en el debate humano. El hombre, en fin, conoció en propia carne el sufrimiento personal y social, que se apagó nada más cruzar la frontera en Colliure, es nuestro ángel preferido de la poesía. Y para muchos lectores resulta un compañero permanente del camino, y con él decimos:

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero...