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Sonetos


Luis de Góngora y Argote


Ramón García González (ed. lit.)




Datos biográficos

Nace en Córdoba el 11 de julio de 1561, en su casa de la Plazuela de la Trinidad.

Era su padre don Francisco de Argote, juez de bienes confiscados de la Inquisición. Amigo de don Ambrosio de Morales, eminente humanista. Don Francisco poseía una gran biblioteca. Su madre fue doña Leonor de Góngora.

Fue Luis el mayor de cuatro hermanos, adoptando el apellido materno como primero y el de su padre como segundo. Con quince años llega a Salamanca para empezar sus estudios acompañado de su ayo, costeándole los estudios su tío Francisco de Góngora, hermano de su madre.

En Salamanca estuvo desde su llegada en 1576 hasta 1580, matriculándose en Cánones, aunque nunca llegó a terminar la carrera. En esta ciudad empieza a sentir la diferencia de culturas entre lo castellano y lo morisco.

De vuelta a Córdoba es racionero de la Catedral al renunciar en su favor su tío Francisco de Góngora. Una vez recibidas las órdenes mayores es acusado por el obispo Pacheco en 1587 de concurrir poco al coro y de abandonarlo durante las horas canónicas; de hacer una vida propia de comediantes y asistir a las corridas de toros y sobre todo de componer poesías ligeras.

De sus viajes por España se sabe que estuvo en Palencia en los años 1589 y 1596; en Madrid en 1590; y en Salamanca en 1593, recordando sus tiempos de estudiante. En Cuenca y en Valladolid cuando en esta ciudad estaba la Corte. En 1603 vuelve a Córdoba donde reside hasta 1609.

Comisionado por el cabildo cordobés visita Madrid, Alcalá, Álava y Pontevedra y lugares de Andalucía como Granada y Huelva. En 1616 consta que pasó por Toledo.

Una vez ordenado sacerdote de misa en 1606, Góngora llega a Madrid en 1617 como capellán de Felipe III. La suerte no está de su parte en la Corte a pesar de seguir siendo un «pretendiente» cerca del Conde-Duque de Olivares ya bajo el reinado de Felipe IV. Mas a pesar de sus cargos, más bien honoríficos, las penurias económicas le abruman.

Durante su estancia en Madrid vive en la calle llamada entonces del Niño, hoy Quevedo. Vecino de Lope de Vega, que habitaba en la calle de Francos, hoy Cervantes. En este barrio madrileño vivieron la mayoría de poetas del Siglo de Oro. Uno de sus mejores amigos fue el también poeta Conde de Villamediana.

Se sabe la enemistad que hubo entre el poeta y Quevedo, debido, según cuentan las crónicas de entonces, a unas letrillas sobre el río Esgueva de Góngora que molestaron a Quevedo. A tal extremo llevó Quevedo sus críticas sobre el poeta cordobés, que una vez muerto éste siguió hablando mal de sus Soledades y sobre todo del culteranismo atribuido a Góngora. Lope de Vega fue otro de sus detractores.

Sus dos obras dedicadas al teatro tuvieron escaso interés y se estrenaron bajo el título de Las Firmezas de Isabel y El Doctor Carlino.

Sus sonetos pueden fecharse entre 1582 y 1624, y según los más destacados críticos son los más bellos de toda la poesía española. Emplea el estrambote en los sonetos LIV, dedicado a Felipe IV y su esposa Isabel y en el LV dedicado a Lope de Vega. Es constante su crítica a la poesía de Lope y de Quevedo en sus sonetos.

En 1625 sufre un ataque cerebral que le deja impedida su memoria.

Vuelve a Córdoba donde fallece a causa de una apoplejía, en la casa que le vio nacer el día 24 de mayo de 1627.

Entre los muchos retratos de Góngora destaca el busto de la Casa de la Moneda, donde el poeta aparece con ese perfil de gancho, nariz aquilina y sobre todo una cara seca y antipática para el que ve por primera vez su retrato.

Góngora murió sin haber dado sus poesías a la imprenta, ya que sus obras corrían de mano en mano manuscritas. Éstas aparecieron en el mismo año de su muerte preparadas por Juan López de Vicuña con el título de Obras en verso del Homero Español. Esta primera edición fue retirada por la Inquisición, apareciendo más tarde la edición mejorada de Gonzalo de Hoces en 1633.








ArribaAbajo- I -


Tres veces de Aquilón...


Abajo   Tres veces de Aquilón el soplo airado
del verde honor privó a las verdes plantas,
y al animal de Colcos otra tantas
ilustró Febo su vellón dorado,

   después que sigo (el pecho traspasado  5
de aguda flecha) con humildes plantas
(oh, bella Clori!) tus pisadas santas
por las floridas señas que da el prado.

   A vista voy (tiñendo los alcores
en roja sangre) de tu dulce vuelo  10
que el cielo pinta de cien mil colores,

   tanto, que ya nos siguen los pastores
por los extraños rastros que en el suelo
dejamos, yo de sangre, tú de flores.




ArribaAbajo- II -


A las damas de la corte, pidiéndoles favor para los galanes andaluces


ArribaAbajo   Hermosas damas si la pasión ciega
que os arma de desdén, no os arma de ira,
¿quién con piedad al andaluz no mira
y quién al andaluz su favor niega?

   ¿En el terreno, quién humilde ruega,  5
fiel adora, idólatra suspira?
¿Quién en la plaza los bohordos tira,
mata los toros y las cañas juega?

   ¿En los saraos quién lleva las más veces
los dulcísimos ojos de la sala,  10
sino galanes del Andalucía?

   A ellos les dan siempre los jueces
en la sortija el premio de la gala,
en el torneo, de la valentía.




ArribaAbajo- III -


Clori


ArribaAbajo   Al sol peinaba Clori sus cabellos
con peine de marfil, con mano bella;
mas no se parecía el peine en ella
como se oscurecía el sol en ellos.

   Cogió sus lazos de oro, y al cogerlos,  5
segunda mayor luz descubrió aquella
delante quien el sol es una estrella
y esfera España de sus rayos bellos.

   Divinos ojos, que en su dulce oriente
dan luz al mundo, quitan luz al cielo,  10
y espera idolatrarlos occidente.

   Esto amor solicita con su vuelo,
que en tanto mar será un arpón luciente,
de la cerda inmortal mortal anzuelo.




ArribaAbajo- IV -


Al Escorial


ArribaAbajo   Sacros, altos, dorados capiteles,
que a las nubes robáis los arreboles,
Febo os teme por más lucientes soles,
y el cielo por gigantes más crueles.

   Depón tus rayos, Júpiter; no celes  5
los tuyos, sol; de un templo son faroles,
que al mayor mártir de los españoles
erigió el mayor rey de los más fieles.

   Religiosa grandeza del monarca
cuya diestra real al Nuevo Mundo  10
abrevia y el Oriente se le humilla,

   perdone el tiempo, lisonjee la Parca
la verdad de esta octava maravilla,
los años de este Salomón segundo.




ArribaAbajo- V -


Al Santísimo Sacramento


ArribaAbajo   -Rebelde y pertinaz entendimiento,
sed preso. -¿Quién lo manda? -Dios glorioso.
-¿Por qué? -Porque con ánimo dudoso
negaste la obediencia al Sacramento.

   -¿Quién ha de ejecutar el prendimiento?  5
-La voluntad y afecto piadoso.
-¿Quién es el carcelero riguroso?
-La fe que enseña el conocimiento.

   Y la cárcel ¿cuál es? -La iglesia santa.
¡Oh cárcel! clara luz de este hemisferio,  10
dulce prisión, que tal tesoro encierra;

   do el fruto de este altísimo misterio
se goza con dulzura y gloria santa,
que excede cuanto bien hay en la tierra.




ArribaAbajo- VI -


Pálida restituye


ArribaAbajo   Pálida restituye a su elemento
su ya esplendor purpúreo casta rosa,
que en planta dulce un tiempo, si espinosa,
gloria del sol, lisonja fue del viento.

   El mismo que aspiró suave aliento  5
fresca, expira marchita, y siempre hermosa,
no yace, no, en la tierra, mas reposa
negándole aun el hado lo violento.

   Sus hojas sí, no su fragancia, llora
en polvo el patrio Betis, hojas bellas,  10
que aun en polvo el materno Tajo dora.

   Ya en nuevos campos una es hoy de aquellas
flores que ilustra otra mejor aurora,
cuyo caduco aljófar son estrellas.




ArribaAbajo- VII -


Duélete de esa puente


ArribaAbajo   Duélete de esa puente, Manzanares,
mira que dice por ahí la gente,
que no eres río para media puente,
y que ella es puente para treinta mares.

   Hoy arrogante te ha brotado a pares  5
humildes crestas tu soberbia frente,
y ayer me dijo humilde tu corriente,
que eran en Marzo los caniculares.

   Por el alma de aquel, que ha pretendido
con cuatro dagmas de agua de achicoria  10
purgar la villa y darle lo purgado.

   Me di, ¿cómo has menguado y has crecido?
¿Cómo ayer te vi en pena, y hoy en gloria?
-Me bebió un asno ayer y hoy me ha ensuciado.




ArribaAbajo- VIII -


En el sepulcro de la Duquesa de Lerma


ArribaAbajo   ¡Ayer deidad humana, hoy poca tierra;
aras ayer, hoy túmulo, ¡oh mortales!
Plumas, aunque de águilas reales
plumas son, quien lo ignora mucho hierra.

   Los hueso que hoy este sepulcro encierra,  5
a no estar entre aromas orientales
mortales señas dieran de mortales;
la razón abra lo que el mármol cierra.

   La Fénix que ayer Lerma, fue su Arabia
es hoy entre cenizas un gusano  10
y de conciencia a la persona sabia.

   Si una urca se traga el Océano,
¿qué espera un bajel luces en la gabia?
Tome tierra, que es tierra el ser humano.




ArribaAbajo- IX -


En la muerte de don Rodrigo Calderón


ArribaAbajo   Sella el tronco sangriento, no le oprime
de aquel dichosamente desdichado
que de las inconstancias de su hado
esta pizarra apenas le redime:

   piedad común en vez de la sublime  5
urna que el escarmiento le ha negado,
padrón le erige en bronce imaginado
que en vano el tiempo las memorias lime.

   Risueño con él tanto como falso
el tiempo, cuatro lustros en la risa,  10
el cuchillo quizá envainaba agudo.

   De tal sitial después al mal cadalso
precipitado, ¡oh cuánto nos avisa!
¡Oh cuánta trompa es su ejemplo mudo!




ArribaAbajo- X -


Al Marqués de Ayamonte que, pasando por Córdoba, le mostró un retrato de la Marquesa


ArribaAbajo   Clarísimo Marqués, dos veces claro
por vuestra sangre y vuestro entendimiento
claro dos veces otras, y otras ciento
por la luz, de que no me sois avaro,

   de los dos Soles que el pincel más raro  5
dio de su luminoso firmamento
a vuestro seno ilustre, atrevimiento
que aun en cenizas no saliera caro:

   ¿Qué águila, señor, dichosamente
la región penetró de su hermosura  10
por copiaros los rayos de su frente?

   Cebado vos los ojos de pintura,
en noche camináis, noche luciente
que mal será con dos soles oscura.




ArribaAbajo- XI -


En la partida del Conde de Lemos y del Duque de Feria a Nápoles y Francia


ArribaAbajo   El conde, mi señor, se fue a Nápoles;
el duque, mi señor, se fue a Francia;
príncipes, buen viaje, que este día
pesadumbre daré a unos caracoles.

   Como sobran tan doctos españoles  5
a ninguno ofrecí la Musa mía;
a un pobre albergue, sí, de Andalucía
que ha resistido a grandes, digo Soles.

   Con pocos libros libres (libres digo
de expurgaciones) paso y me paseo,  10
ya que el tiempo me pasa como higo.

   No espero en mi verdad lo que no creo;
espero en mi conciencia lo que digo,
mi salvación, que es lo que más deseo.




ArribaAbajo- XII -


A Guadalquivir, río de Andalucía


ArribaAbajo   Rey de los otros ríos caudaloso,
que en fama claro, en ondas cristalino,
tosca guirnalda de robusto pino,
ciñe tu frente y tu cabello undoso.

   Pues dejando tu nido cavernoso  5
de Segura en el monte más vecino,
por el suelo andaluz tu real camino
tuerces soberbio, raudo y espumoso.

   A mí, que de tus fértiles orillas
piso, aunque ilustremente enamorado,  10
la noble arena con humilde planta,

   dime si entre las rubias pastorcillas
has visto que en tus aguas se han mirado
beldad cual la de Clori, o gracia tanta.




ArribaAbajo- XIII -


De unas fiestas en Valladolid


ArribaAbajo   La plaza, un jardín fresco; los tablados,
un encañado de diversas flores;
los toros, doce tigres matadores
a lanza y a rejón despedazados;

   la jineta, dos puestos coronados  5
de príncipes, de grandes, de señores;
las libreas, bellísimos colores,
arcos del cielo, o propios o imitados;

   los caballos, Favonios andaluces
gastándole al Perú oro en los frenos  10
y los rayos al sol en los jaeces;

   al trasponer de Febo ya las luces
en mejores adargas, aunque menos,
Pisuerga vio lo que Genil mil veces.




ArribaAbajo- XIV -


Al Marqués de Velada, herido de un toro que mató luego a cuchilladas


ArribaAbajo   Con razón, gloria excelsa de Velada,
te admira Europa, y tanto que, celoso
su robador mentido, pisa el coso,
fiel este día, forma no alterada.

   Buscó tu fresno, y extinguió tu espada  5
en su sangre su espíritu fogoso,
si de tus venas ya lo generoso
poca arena dejó calificada.

   Lloró su muerte el sol, y del segundo
lunado signo su esplendor vistiendo  10
a la satisfacción se disponía;

   cuando el monarca de este y de aquel mundo
dejar te mando el circo, previniendo
no acaben dos planetas en un día.




ArribaAbajo- XV -


ArribaAbajo   ¡Oh claro honor del líquido elemento,
dulce arroyuelo de corriente plata,
cuya agua entre la hierba se dilata
con regalado son, con paso lento!;

   pues la por quien helar y arder me siento  5
(mientras en ti se mira), Amor retrata
de su rostro la nieve y la escarlata
en su tranquilo y blando movimiento,

   vete como te vas; no dejes floja
la undosa rienda al cristalino freno  10
con que gobiernas tu veloz corriente;

   que no es bien que confusamente acoja
tanta belleza en su profundo seno
el gran Señor del húmido tridente.




ArribaAbajo- XVI -


ArribaAbajo   Llegué a Valladolid; registré luego
desde el bonete al clavo de la mula;
guardo el registro, que será mi bula
contra el cuidado de el señor don Diego.

   Busqué la corte en él y yo estoy ciego,  5
o en la ciudad no está o se disimula.
Celebrando dietas vi a la gula,
que Platón para todos está en griego.

   La lisonja hallé y la ceremonia
con luto, idolatrados los caciques,  10
amor sin fe, interés con sus virotes.

   Todo se halla en esta Babilonia,
como en botica grandes alambiques,
y más en ella títulos que botes.




ArribaAbajo- XVII -


ArribaAbajo   En el cristal de tu divina mano
de Amor bebí el dulcísimo veneno,
néctar ardiente que me abrasa el seno,
y templar con la ausencia pensé en vano;

   tal, Claudia bella, del rapaz tirano  5
es arpón de oro tu mirar sereno,
que cuanto más ausente del, más peno
de sus golpes el pecho menos sano.

   Tus cadenas al pie, lloro al ruido
de un eslabón y otro mi destierro,  10
más desviado, pero más perdido.

   ¿Cuándo será aquel día que por yerro,
oh serafín, desates, bien nacido,
con manos de cristal nudos de hierro?




ArribaAbajo- XVIII -


ArribaAbajo   En la capilla estoy y condenado
a partir sin remedio de esta vida:
siendo la causa aún más que la partida,
por hambre expulso como sitiado.

   Culpa sin duda es ser un desdichado  5
mayor de condición ser encogida;
de ellas me acuso en esta despedida,
y partiré a lo menos confesado.

   Examiné mi suerte al hierro agudo,
que a pesar de sus filos me prometo  10
alta piedad de vuestra excelsa mano.

   Ya que el encogimiento ha sido mudo,
los números, Señor, de este soneto
lenguas sean, y lágrimas no en vano.




ArribaAbajo- XIX -


A don Francisco de Quevedo


ArribaAbajo   Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

   ¿No imitaréis al terenciano Lope,  5
que al de Beleforonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?

   Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,  10
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

   Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier greguesco luego.




ArribaAbajo- XX -


A una dama muy blanca, vestida de verde


ArribaAbajo   Cisne gentil, después que crespo el vado
dejó, y de espuma a la agua encanecida,
que al rubio sol la pluma humedecida
sacude de las juncias abrigado:

   copos de blanca nieve en verde prado,  5
azucena entre murtas escondida,
cuajada leche en juncos exprimida,
diamante entre esmeraldas engastado,

   no tienen que preciarse de blancura
después que nos mostró su airoso brío  10
la blanca Leda en verde vestidura.

   Fue tal, que templó su aire el fuego mío,
y dio, con su vestido y su hermosura,
verdor al campo, claridad al río.




ArribaAbajo- XXI -


Hermoso dueño de la vida mía


ArribaAbajo   Hermoso dueño de la vida mía,
mientras se dejan ver a cualquier hora
en tus mejillas la rosada aurora,
Febo en tus ojos y en tu frente el día,

   y mientras que con gentil descortesía  5
mueve el viento la hebra voladora
que la Arabia en sus venas atesora
y el rico Tajo en sus arenas cría;

   antes que de la edad Febo eclipsado
y el claro día vuelto en noche oscura,  10
huya la aurora del mortal nublado;

   antes que lo que es hoy rubio tesoro
venza la blanca nieve su blancura,
goza, goza el color, la luz, el oro.




ArribaAbajo- XXII -


Al Duque de Feria de la señora doña Catalina de Acuña


ArribaAbajo   Oh marinero, tú que, cortesano,
al Palacio le fías tus entenas,
al Palacio Real, que de Sirenas
es un segundo mar napolitano,

   los remos deja, y una y otra mano  5
de las orejas las desvía apenas;
que escollo es, no sirte de sirenas,
la dulce voz de un serafín humano.

   Cual su acento, tu muerte será clara,
si espira suavidad, si gloria espira  10
su armonía mortal, su beldad rara.

   Huye de la que, armada de una lira,
si rocas mueve, si bajeles para,
cantando mata al que matando mira.




ArribaAbajo- XXIII -


El sepulcro de Dominico Greco, excelente pintor


ArribaAbajo   Esta en forma elegante, o peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega el mundo mas suave
que dio espíritu a leño, vida o lino.

   Su nombre, aun de mayor aliento dino  5
que en los clarines de la fama cabe,
el campo ilustra de esa mármol grave,
Venéralo, y prosigue tu camino.

   Yace el Griego, heredó naturaleza
Arte, y el Arte estudio, Iris colores,  10
Febo luces, sino sombras Morfeo.

   Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores,
corteza funeral de árbol sabeo.




ArribaAbajo- XXIV -


ArribaAbajo   Al tramontar del sol, la ninfa mía,
de flores despojando el verde llano,
cuantas trocaba la hermosa mano,
tantas el blanco pie crecer hacía.

   Ondeábale el viento que corría  5
el oro fino con error galano,
cual verde hoja del álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día;

   mas luego que ciñó sus sienes bellas
de los varios despojos de su falda  10
(término puesto al oro y a la nieve),

   juraré que lució más su guirnalda
con ser de flores, la otra ser de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve.




ArribaAbajo- XXV -


ArribaAbajo   No destrozada nave en roca dura
tocó la playa más arrepentida,
ni pajarillo de la red tendida
voló más temeroso a la espesura,

   bella ninfa, la planta mal segura,  5
no tan alborotada ni afligida,
hurto de verde prado, que escondida
víbora regalaba en su verdura,

   como yo, amor, la condición airada,
las rubias trenzas y la vista bella  10
huyendo voy, con pie ya desatado,

   de mi enemiga en vano celebrada.
Adiós, ninfa cruel; quedaos con ella,
dura roca, red de oro, alegre prado.




ArribaAbajo- XXVI -


De la ambición humana


ArribaAbajo   Mariposa, no sólo no cobarde,
mas temeraria, fatalmente ciega,
lo que la llama el Fénix aún le niega,
quiere obstinada que a sus alas guarde:

   pues en su daño arrepentida tarde,  5
del esplendor solicitada, llega
a lo que luce, y ambiciosa entrega
su mal vestida pluma a lo que arde.

   ¡Yace gloriosa en la que dulcemente
huesa le ha prevenido abeja breve,  10
suma felicidad a yerro sumo!

   No a mi ambición contrario tan luciente,
menos activo, si cuanto más leve,
cenizas la hará, si abrasa el humo.




ArribaAbajo- XXVII -


A la Purísima Concepción de Nuestra Señora


ArribaAbajo   Si ociosa no asistió naturaleza,
admirada, a la tuya, ¡oh gran Señora!,
concepción limpia, donde ciega ignora
lo que muda admiró de tu pureza.

   Díganlo, ¡oh Virgen!, la mayor belleza  5
del día cuya luz tu manto dora,
la que calza nocturna brilladora,
los que ciñen carbunclos tu cabeza.

   Pura la Iglesia ya, pura te llama
la escuela, y todo pío afecto sabio  10
cultas en tu favor da plumas bellas.

   ¿Qué mucho, pues, si aun hoy sellado el labio,
si la naturaleza aun hoy te aclama
Virgen pura, si el Sol, Luna y estrellas...?




ArribaAbajo- XXVIII -


A la beatificación de San Ignacio


ArribaAbajo   En tenebrosa noche, en mar airado,
al través diera un marinero ciego
de dulce voz y de homicida ruego,
de sirena mortal lisonjeado,

   si el fervoroso celador cuidado  5
del grande Ignacio no ofreciera luego,
farol divino, su encendido fuego
a los cristales de un estanque helado.

   Trueca las velas el bajel perdido,
y escollos juzga que en el mar se lavan,  10
las voces que en la arena oye lascivas;

   ves el puerto, altamente conducido
de las que para norte suyo estaban
ardiendo en aguas muertas llamas vivas.




ArribaAbajo- XXIX -


ArribaAbajo   Cual parece al romper de la mañana
aljófar blanco sobre frescas rosas,
o cual por manos hecha, artificiosas,
bordadura de perlas sobre grana,

   tales de mi pastora soberana  5
parecían las lágrimas hermosas
sobre las dos mejillas milagrosas,
de quien mezcladas leche y sangre mana,

   lanzando a vueltas de su tierno llanto
un ardiente suspiro de su pecho,  10
tal que el más duro canto enterneciera:

   si enternecer bastara un duro canto,
mirad que habrá con un corazón hecho,
que al llanto y al suspiro fue de cera.

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