En 1584 entra en
los jesuitas de Montilla donde pasados dos años recibe los
votos bienales.
Después de
pasar por Córdoba se desplaza a Salamanca en 1592 por
motivos que afectan a su salud, donde se ordena sacerdote. Sigue
sus estudios tanto en Salamanca como en Valladolid. En 1597 marcha
al Colegio de Monterrey en Galicia. Más tarde vuelve
Salamanca, abandonando la Compañía en 1602 para
retirarse a su Sevilla natal donde residió hasta su
muerte.
Después de
su muerte aparecieron sus poesías Remedios de Amor
junto a las de Pedro de Venegas y Saavedra, publicadas en Palermo
en 1617, en esta edición aparecen 52 sonetos entre otras
poesías de Medrano.
La dedicatoria de
sus sonetos son a Flora, identificada como Inés de
Quiñones, y a Amarilis, seguramente María de
Esquivel, dama sevillana casada por aquella época en que el
poeta le dedica sus versos.
Se dice que
más que representar a los poetas sevillanos pertenece a la
escuela salmantina y sobre todo a la influencia de Fray Luis de
León.
La muerte pronto
vino a visitarle; murió en el año 1607 en
Sevilla.
SONETOS
- I -
A Fernando de Soria Galvarro
Sé que
allá corre el mundo asaz ligero
donde, fatal ministro de su
muerte,
pródigamente
ponzoñoso vierte
más de dulzura el verso
lisonjero;
bien como a
instante pues, que sin entero
5
seso, el remedio de su mal no
advierte,
beba lo falso y a beber
acierte,
yendo engañado al bien lo
verdadero.
Sólo aquel
toco el punto que prudente
con lo dulce templó lo
provechoso,
10
y ¿a quién fue Apolo,
a quién fue así clemente?
Yo, Soriano, lo
intento, codicioso
del pro común; tú
apruebas que lo intente;
suceso de los cielos
venturoso.
- II -
A Flora
Tus ojos, bella
Flora, soberanos,
y la bruñida plata de tu
cuello,
y ese, envidia del oro, tu
cabello,
y el marfil torneado de tus
manos,
no fueron, no,
los que de tan ufanos
5
cuanto unos pensamientos pueden
sello,
hicieron a los míos, sin
querello,
tan a su gusto victorioso
llanos.
Tu alma fue la
que venció a la mía,
que, expirando con fuerza
aventajada
10
por ese corporal apto
instrumento,
se lanzó
dentro en mí, donde no había
quien resistiese al vencedor la
entrada,
porque tuve por gloria el
vencimiento.
- III -
A San Pedro, en una borrasca viniendo de
Roma
Pescador
soberano, en cuyas redes
los mayores monarcas han
estado
dichosamente presos, y
cambiado
en gloria sus prisiones, y en
mercedes;
tú, que
abrir y cerrar el cielo puedes
5
con poderosa llave a tu
ganado,
y alcázar en la tierra has
alcanzado
con columnas de pórtico y
paredes,
los ojos vuelve
al mar enfurecido;
y pues tal vez osó mojar tu
planta
10
aun siendo hollado de tu fe
animosa.
Su
hinchazón rompe, acalla su ruido,
y enseñado discípulo,
levanta
mi fe y mis pies con mano
poderosa.
- IV -
En la playa de Barcelona, volviendo de
Roma
Pláceme
ver el mar cuando se enoja
y a montes de agua montes
acumula,
y al experto patrón que
disimula,
prudente su temor, puesto en
congoja.
También me
place verlo cuando moja
5
la orilla mala vez, y en leche
adula
a quien sus culpas lleva o bien su
gula
a cortejar cualquier birreta
roja.
Turbio me place y
pláceme sereno;
verlo seguro, digo, desde
afuera,
10
y éste medroso ver, y
éste engañado;
no porque me
dé gusto el mal ajeno,
mas por hallarme libre en la
ribera
y del mar falso asaz
desengañado.
- V -
Vine y vi, y
sujetóme la hermosura
de un serafín que en
apariencia humana
a los mortales ojos tal se
allana,
que aunque flacos, sostengan su luz
pura.
Así
mirarse, deja con segura
5
vista el temprano sol de la
mañana,
y entre nubes de nieve, tinta en
grana,
permite a nuestra vista su
figura.
Vencióme,
y tan dichoso fui vencido
cuanto sin tiempo de gozarme en
sello,
10
porque me priva ausencia de
gozarlo;
que de muy sin
ventura siempre ha sido
llegar al bien, y vello ya y
tocayo,
y para más dolor luego
perderlo.
- VI -
Al licenciado Cristóbal de Mesa en su
poema de «La restauración de
España»
Hizo astillas el
yugo, y la coyunda
afrentosa rompió con que
oprimida
se vio España, la espada no
vencida
que imperio nuevo al gran Pelayo
funda.
Tanto mal grato
el tiempo con profunda
5
envidia olvida gloria tan
crecida,
y a los ojos del sol y a nueva
vida
hoy la ofrece tu pluma sin
segunda.
A aquella la
morisca infame muerta,
a esta el olvido bárbaro
vencido,
10
y a una y otra su gloria debe
España.
Mas, si una de
los moros la liberta,
y si otra la liberta del
olvido,
¿cuál hace de las dos
mayor hazaña?
- VII -
Estaba de mi edad
en el florido
abril, que fruto asaz me
prometía,
y de mi Flora en el regazo un
día
vi reposar al niño Amor
dormido.
Las alas que tan
alto lo han subido,
5
por no bajar, abandonado
había;
yo, que de celos y de envidia
ardía,
tenté con ellas usurparle el
nido.
Volar
tenté; mas, de la luz medroso
de tus soles, ¡oh Flora!
mudé intento,
10
con el fracaso de Ícaro
avisado;
que es mal valor
tal vez ser temeroso,
y no siempre fortuna da al
osado
favor, ni quiere el gusto ser
violento.
-
VIII -
Borde Tormes de
perlas sus orillas
sobre las yerbas de esmeralda, y
Flora
hurte para adornarlas, a la
aurora
las rosas que arrebolan sus
mejillas
Viertan las
turquesadas maravillas,
5
y junquillos dorados que
atesora
la rica gruta, donde el viejo
mora,
sus driadas en cándidas
cestillas,
para que pise
Margarita ufana,
tierra y agua llenando de
favores;
10
mas si uno y otro mira con
desvío,
ni las ninfas de
Tormes viertan flores,
ni rosas hurte Flora a la
mañana,
ni su orilla de perlas borde el
río.
-
IX -
Soberano
Señor, cuyo semblante
tal vez nos representa a Marte
crudo
con el estoque vengador
desnudo
y la túnica estrecha de
diamante,
tal nos pone
pacífico delante
5
preso el cabello con curioso
nudo
de lauro, y con un libro por
escudo,
no menos sabio a Apolo que
elegante.
Honra ahora las
letras, y con ellas,
émulo de tu padre y de sus
leyes,
10
da a la paz el dominio de tu
tierra,
de tu abuelo
después sigue las huellas,
pues igualmente es propio de los
reyes
amar la paz y ejercitar la
guerra.
-
X -
A Fernando de Soria Galvarro
Vos ¡oh
común Señor! esta criatura
vuestra hiciste del polvo, y
vuestro aliento
le prestó ser y vida y
movimiento,
y la razón derecha y la
figura.
Yo ciego, y, como
ciego, la dulzura
5
seguí, de un breve y falso
bien sediento
(¿qué útil
pudo al polvo traer el viento?)
y olvidéos, fuente llena y
siempre pura.
¡Oh agravio
sin igual! ¿Qué recompensa
dar puedo, si aun me duelo
escasamente,
10
y otra repito luego y otra
ofensa?
Largadmélas, Señor, que si las
sañas
guardáis vos, un tan franco
y tan paciente
Dios, ¿en quién
habrá fáciles entrañas?
-
XI -
Veré al
tiempo tomar de ti, señora,
por mí venganza, hurtando tu
hermosura;
veré el cabello vuelto en
nieve pura,
que el arte y juventud encrespa y
dora.
Y en vez de
rosas, con que tiñe ahora
5
tus mejillas la edad, ¡ay!,
mal segura
lilios sucederán en la
madura,
que el pesar quiten y la envidia a
Flora.
Mas cuando a tu
belleza el tiempo ciego
los filos embotaré, y el
aliento
10
a tu boca hurtaré
soberana,
bullir
verás mi herida, arder el fuego;
que ni muere la llama, calmo el
viento,
ni la herida, embotado el hierro,
sana.
-
XII -
A Fernando de Soria Galvarro
En el secreto de
la noche suelo,
Sorino, contemplar las luces
bellas,
y mudo platicar así con
ellas,
porque envidioso no me estorbe el
suelo:
«Ya, ya,
soberbios astros, vuestro cielo
5
Flora pisa inmortal con firmes
huellas;
ya, eternamente hermosa, pisa
estrellas;
y ¡cuál sin ella yo!
más cese el duelo.
Tú fuiste,
Flora, y vos, que la robaste,
divinas luces, para mí
inhumanas,
10
pues solo y vida y seso me
dejaste.
Mas, porque
tú no toda mueras, Flora,
ni en las miserias vivas toda
humanas,
viva yo y pene, y tú los
cielos mora.»
-
XIII -
Ya sentí
de la muerte el postrer hielo
correr a largo paso por mis
venas,
y dos nubes, de angustia y rabia
llenas,
un mar donde mis ojos dar al
suelo,
cuando,
así ardiendo en compasivo celo,
5
a Flora vi turbar sus dos
serenas
luces, por no aliviar sólo
mis penas,
mas pudo en el abismo abrirme un
cielo.
«Vete, me
dijo triste, y si el camino
así te es breve, pide a tu
deseo
10
alas para volver, y a mí
esperanza».
Dichoso mal, que
alcanza tan divino
remedio; amable infierno, donde
veo,
no ya por fe, mi
bienaventuranza.
-
XIV -
Suelta la carta y
brújula el piloto,
cansado de luchar con agua y
viento;
azota de la nave el mar
hambriento
este costado abierto y aquel
roto.
Del impío
marinero, ya devoto,
5
envuelto en voces sube el
sentimiento
al cielo, que desprecia mal
contento
del pasajero humilde el casto
voto.
Embiste el casco
en un escollo duro,
y al más dichoso, en una
tabla asido,
10
escupe el mar en las arenas
muerto.
Yo lucho con la
ausencia, y sostenido
de mi esperanza,
¿llegaré seguro,
Flora, a tus ojos? Muera yo en tal
puerto.
-
XV -
A don Alonso de Santillán, que se
embarcaba en los galeones de la armada de las Indias
Tú surcas
¡oh Santiso! el mar furioso,
y de este sol huyendo la
tardanza,
te avecinas al otro en
esperanza
del hado, que te aguarda más
piadoso;
y sabio el rostro
opones y animoso
5
a una y otra fortuna sin
mudanza;
uno te ve y te admira la
bonanza,
y uno el Euro más turbio y
proceloso.
Yo quedo en
tierra firme y mal constante;
de dolor embestido y de
alegría,
10
altero por momentos el
semblante;
mas si un mar
brama dentro en la alma mía,
no fuera, no, cual tú lo ves
delante.
Júpiter
¿cuántas formas mudaría?
-
XVI -
Mustia la vid, de
aquella y de esta vara
llora el robo, y del fruto que le
espera
mal cierta, a la hoz culpa.
¡Oh si supiera,
oh cómo si supiera no
llorara!
El rústico
novel con mano avara
5
fía a la tierra en breve
sementera
el grano, de cogerlo en
fértil era
medroso; el bien experto ¡oh
cómo osara!
El otoño
enriquece, y el estío
corona al uno y otro de
racimos
10
y de espigas los senos y las
sienes.
Sufre y osa,
varón corazón mío;
que a la paciencia y a la audacia
vimos
ricas y coronadas de mil
bienes.
-
XVII -
A don Gutierre de Ocampo
Cuanta la tierra
es toda comparada
con el inmenso cóncavo del
cielo
un punto breve, y de este punto el
hielo
dos partes y una al sol tiene
abrasada,
de otras que
restan dos, que está ocupada
5
de tierra con los mares,
¡qué de suelo
yermo está por
inútil, ¡oh Marcelo!
y a nos un quinto resta de esta
nada.
Sobre él
naciones tantas a porfía
sangrientas, y sin fin se mueven
guerra
10
(durarles ha su posesión,
¿qué día?);
mas, pues tal es,
y a estos llaman bienes,
en el quinto de un punto, que es la
tierra,
para te envanecer
¿qué parte tienes?
-
XVIII -
A las ruinas de Itálica
Estos de pan
llevar campos ahora
fueron un tiempo Itálica;
este llano
fue templo; aquí a Tedosio,
allí a Trajano
puso estatuas su patria
vencedora.
En este cerco
fueron Lamia y Flora
5
llama y admiración del vulgo
vano;
en este circo el luchador
profano
del aplauso esperó la voz
sonora;
¡cómo feneció todo, ay! mas
erguidas
a pesar de fortuna y tiempo,
vemos
10
estas y aquellas piedras
combatidas;
pues si vence la
edad y los extremos
del mal piedras calladas y
sufridas,
suframos, Amarilis, y
callemos.
-
XIX -
El mismo soneto mejorado
Estos de rubia
mies campos agora,
ciudad fue un tiempo:
Itálica. Este llano,
templo fue, en que a Teodosio y a
Trajano
puso estatuas su gente
vencedora.
En este cerro
fueron Lamia y Flora
5
llama y admiración del mundo
vano;
en este mismo el luchador
ufano
del aplauso esperó la voz
señora.
¡Cómo se murió todo! Mas
erguidas,
a pesar de fortuna y tiempo,
vemos
10
estas piedras, del hado
combatidas.
Pues si vencen la
edad y los extremos
del mal piedras calladas y
sufridas,
como piedras suframos y
callemos.
-
XX -
A don Juan de Arguijo
Si con poco nos
basta, ¿por qué, Argio,
porque no, y animoso yo y
prudente,
me breve censo estimaré
igualmente
que de América el ancho
señorío?
Dulce es de un
gran montón de plata mío
5
suplir mi falta, y ¿no es
tan suficiente
cogida el agua de una breve
fuente
a mitigar la sed, como de un
río?
Bebe pues de el;
que suele arrebatado
Guadalquivir con súbita
avenida
10
llevarse a quien lo bebe mal
templado.
¿Quién hay, quién hay que
con lo asaz se mida?
Ni charcos este apurará
afanado,
ni entre ondas fieras
perderá la vida.
-
XXI -
¡Oh
tú, que al sol tan desdeñosa miras,
y de verte más bella que
él te engríes!
¿Por qué en mi dolor
triste alegre ríes
después que las osadas
flechas tiras?
Reserva esas en
risa envueltas iras
5
para cuando más cuerda te
desvíes
de ese que porque de él tu
pecho fíes
colora con lisonjas sus
mentiras.
Cambia, Amarili,
cambia pensamiento,
da luz a la razón; que es
grave daño
10
haberte a error o deslealtad
rendido.
Mas ¡oh
cómo eres ciego, Amor! al viento
das y a la ingratitud un bien
tamaño,
debiéndolo a los años
que he servido.
-
XXII -
No sé
cómo ni cuando ni qué cosa
sentí que me llenaba de
dulzura;
sé que llegó a mis
brazos la hermosura,
de gozarse conmigo codiciosa;
sé que
llegó, si bien con temerosa
5
vista resistí apenas su
figura;
luego pasmé como el que en
noche oscura,
perdido el tino, el pie mover no
osa.
Siguió un
gran gozo a este pasmo o sueño
-no sé cómo ni cuando
ni qué ha sido-
10
que lo sensible todo puso en
calma.
Ignorarlo es
saber: que es bien pequeño
el que puede abarcar solo el
sentido,
y éste pudo caber en solo el
alma.
-
XXIII -
A don Juan de Arguijo, contra el
artificio
Cansa a la vista
el artificio humano
cuanto mayor más presto; la
más clara
fuente y jardín compuestos
dan en cara
que nuestro ingenio es breve y
nuestra mano.
Aquel, aquel
descuido soberano
5
de la naturaleza, en nada
avara,
con luenga admiración
suspende y para
a quien lo advierte con sentido
sano.
Ver como corre
eternamente un río,
cómo el campo se tiende en
las llanuras,
10
y en los montes se anuda y se
reduce,
grandeza es
siempre nueva y grata, Argío,
tal, pero es el autor que las
produce
¡oh inmenso Dios! en todas
tus criaturas.
-
XXIV -
De Fernando de Soria al autor
No puedo desatar
de este cuidado
un punto mi engañado
pensamiento,
que está, cual Ixión
en su tormento,
a la cadena y dura rueda
atado.
En balde del
camino comenzado
5
apartarlo con fuerza o maña
intento,
si de mi sangre y mal está
sediento
el tirano de Amor fiero y
airado.
Medrano,
¿qué haré? Romper los lazos
no puede fuerza flaca y ya
rendida,
10
ni vencer tanto monte de
embarazos.
Mostradme vos de
afuera la salida,
sin remitirla a mi rigor ni
brazos;
que si es así no la
hallaré en mi vida.
-
XXV -
Respuesta del anterior soneto
Si ya de la
razón el rayo ha dado
luz a nuestro cerrado
pensamiento;
si estimáis cuerdo ahora por
tormento
lo que un tiempo placer se os ha
antojado,
osad, osad romped
el anudado
5
lazo que el alma os mide y el
aliento;
que por si tiene al cielo un noble
intento,
y a la fortuna tiene el que es
osado.
Diréis,
Sorino: ¿Cómo y tantos lazos
romper podrá una fuerza ya
rendida,
10
y vencerá un tal monte de
embarazos?
En el Dios muerto
para darnos vida
hallaréis fuego vos,
hallaréis brazos
que abrase el monte y libre os den
salida.
-
XXVI -
Otra respuesta al mismo argumento
Despierto al
fiero incendio y del cercado
veis ya, veis que el caballo fue
don griego,
y no mujer Elena, sino fuego;
mal admitido don, bien mal
buscado.
¿Qué teméis?
¿Qué esperáis así ocupado,
5
sordo a las voces y a las llamas
ciego?
Salid por medio de ellas, salid
luego;
no esperéis, no; huid, y
habréis triunfado.
Mas ya, si con el
uso envejecido
para vencer huyendo un mal
tamaño,
10
la fuerza os ha, Fernando,
fallecido,
en sus hombros el
nuevo desengaño,
por do estuviere el fuego
más tendido,
sacaros sin lesión
podrá y sin daño.
-
XXVII -
Vive
engañada mi fortuna loca
si de mi centro desasirme
piensa,
porque no vio del mar la furia
inmensa
opuesta a su rigor más firme
roca.
Será que
con distancia mucha o poca
5
el sentido divida sin defensa
de su gusta. Mas
¿cómo hará ofensa
al alma do su bien o mal no
toca?
¿Qué? Destiérreme a Italia o
a Castilla,
que mientras de Amarili arder me
veo ,
10
más distante es mi ardor,
más infinito.
¿Quién pero forma de esto
maravilla,
si es tan madre la ausencia del
deseo
como la privación del
apetito?
-
XXVIII -
Sólo uno
el hombre nace despojado
de bien todo, y de todos
envidioso;
mísero él
sólo, y sólo él ambicioso,
para nada despierto y
enseñado.
A llorar
sí, que sólo esto de grado
5
le dio naturaleza, y tan
vicioso
y tan rudo animal, y así
lloroso
para dueño de todos fue
criado.
El sólo ni
ofender ni defenderse
en diferencia tanta de
animales,
10
ni comer puede o sabe, ni
moverse.
¡Oh loco! y
pensará nacer de tales
principios para sólo
envanecerse!
¡Cuál es la
presunción de los mortales!
-
XXIX -
El hombre solo en
tantos animales,
Leonardo, nació al llanto;
él solo atado
es el día que nace,
desarmado,
sin defensa ni pies contra los
males.
Así
empieza la vida: a los umbrales
5
de ella ofreciendo llanto
anticipado,
no entonces por algún otro
pecado
que el de nacer para miserias
tales.
A él fue
dada insaciable sed de vida;
el solo cuida de la sepultura,
10
y en su alma brama un mar de ansia
y afeto,
por do algunos
dijeron: «No es natura
madre, sino madrastra
aborrecida».
Mira si error oíste
más discreto.
-
XXX -
Al retrato de Luciano de Negrón por el
pintor Francisco Pacheco
Este breve
retrato los mayores
dos varones que al mundo dio
Sevilla
nos ofrece a los ojos;
maravilla
ambos y emulación a los
mejores.
Los primores del
cielo, los primores
5
del arte aquí la envidia vio
amarilla,
y sobrada de entrambos la
rodilla
dobla, y suelta la lengua en sus
loores.
En ti ¡oh
Negrón! sin límite así crece
la ciencia y la bondad, que en
todos mengua;
10
la pintura ¡oh Pacheco! en ti
se suma.
Mi pluma y lengua
para y se enmudece
por no llegar a tu virtud mi
lengua,
por no llegar a tu pincel mi
pluma.
-
XXXI -
Arde la llama, y
a la oscura y fría
noche el festivo incendio vence, y
cuanto
de estruendo y fuego horror fue ya
en Lepanto
sirve el gusto brevísimo de
un día.
Sola una
tú lo atiendes, alma mía,
5
de placer no alterada ni de
espanto,
siendo en tan nueva luz y en fuego
tanto
la admiración común y
la alegría.
Arde
¿quién duda? en tu más noble parte
más fiera llama y más
también luciente.
10
¿Qué te podrá
alegrar o qué admirarte?
Así,
presente el sol, no hay luz hermosa
ni grande; así ningún
pincel valiente,
presente la verdad, parecer
osa.
-
XXXII -
Las almas son
eternas, son iguales,
son libres, son espíritus,
María;
si en ellos hay amor, con la
porfía
de los estorbos crece y de los
males.
Nacimos en
fortuna desiguales,
5
no en gustos; la violencia nos
desvía;
el tiempo corre lento y deja el
día
de sí hasta en los
mármoles señales.
Mas tú ni
a tiempo ni a violencia,
ni a aquello desigual de la
fortuna,
10
ni temas a la más prolija
ausencia;
que si nuestras
dos almas son a una,
¿en quién, si no ya
en Dios, habrá potencia
que los gaste o los fuerce o los
desuna?
-
XXXIII -
A don Juan de Arguijo
Ya sopla turbio
el ábrego, ya hinchado
se encona sordo y turba el golfo
Argío,
ya el aquilón arrebatado y
frío
crece en montes las olas,
ensañado.
Rómpense
unas con otras y erizado
5
brama espantable el mar, lanzando
impío
espumas contra el cielo, y tu
navío
vacila entre las ondas,
afanado.
¿Qué? Depón el temor, a
humilde playa
Dios el que admiras piélago
insolente
10
rindió, «y esta, le
dijo, sea tu raya,
jamás de
aquí con ambicioso antojo
oses pasar; aquí tu
vanamente
espantosa hinchazón rompe y
tu enojo».
-
XXXIV -
Quien te dice que
ausencia causa olvido
mal supo amar, porque si amar
supiera,
¿qué es la ausencia?
La muerte nunca hubiera
las mientes de su amor
adormecido.
¿Podrá olvidar su llaga un corzo
herido
5
del acertado hierro, cuando
quiera
huir medroso, con veloz
carrera,
las manos que la flecha han
despedido?
Herida es el amor
tan penetrante
que llega al alma, y tuya fue la
flecha
10
de quien la mía dichosa fue
herida.
No temas, pues,
en verme así distante,
que la herida, Amarili, una vez
hecha,
siempre, siempre y doquiera
será herida.
-
XXXV -
Cuando envidioso
el tiempo haya robado
el tu cabello, espanto ahora de
Flora,
y el verano, que alegre gozo
ahora
y la flor de mi edad haya
robado,
no seré,
no, Amarili, a tu sagrado
5
nombre ingrato que la alma humilde
adora,
ni el fuego celestial que en ella
mora
de la edad sentirá el
invierno helado;
mas del cisne
imitando la costumbre,
con acento, por dicha más
divino,
10
te cantaré, para morirme
luego;
y como llama que
vigor y lumbre
cobra cuando su fin es más
vecino,
más resplandecerá mi
hermoso fuego.
-
XXXVI -
Otra vez,
Amarili, el proceloso
invierno ensaña el mar y
ciega el día;
otra vez flaca y rota nave
mía
el cielo experimenta
envidioso.
El se ostenta en
tu daño poderoso
5
y ¿un cielo santo
irás tamañas cría?
¡oh, cómo no te basta
la osadía!
piloto has menester sabio, y no
ocioso.
¿Tememos?
No, Amarili, aunque veamos
o embestir el bajel en los
más yertos
10
escollos o sorberlo ya el
abismo.
¿Qué temeré, si juntos
así estamos?
Que una ola misma nos sepulte
muertos,
o salvos nos de al templo un voto
mismo.
-
XXXVII -
Al licenciado Francisco de Rioja
La violencia,
Leucido, de los hados
¿en qué los
ofendí? Lleva mi vida,
llévate, oh Amarilis,
ofrecida
a mal seguros golfos y
apartados.
¿Cómo pues yo de afanes y
cuidados
5
batido miro el mar con tan
erguida
frente y muda paciencia, no
vencida
de estos escollos yertos y
callados?
Cedo a la fuerza
cuerdo, y cedo al día,
la esperanza alargando, y si no
engaña
10
su arte al sabio, Amarilis
serás mía.
Así del
pez es dueño, cuando siente
fuerzas en él mayores que en
la caña,
si le da cuerda el pescador
prudente.
-
XXXVIII -
¡Ay de
mí! siempre, vana fantasía,
sin término dilatas tu
remedio,
¿Cuándo será
que libre de este asedio
de males me amanezca libre un
día?
Rendirme
será infame cobardía;
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¿aguardaré? La muerte
antes que el tedio
de una esperanza. Osar sólo
es el medio.
Osemos; que es dichosa la
osadía.
Hoy
pondrás fin a vida tan amarga;
hoy, si bien sales hoy,
corazón mío,
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de ti sacudirás tan grave
carga.
¿Quién aguarda a mañana mal
prudente?
Que acabe de correr espera un
río,
y él corre y correrá
perpetuamente.
-
XXXIX -
¿Qué busco, ciego, yo, con tan
mortales
y ansiosas bascas? ¿Pienso
que podría
satisfacer la sed inmensa
mía
un mar de aquestos bienes
(diré? ¿o males?)
¿No vi ya?
¿No probé cuán desiguales
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son de aquello precioso que
ofrecía
su vanamente hermosa flor, que el
día
robó, descubridor de
engaños tales?
Paremos ya,
paremos: que el sosiego
en sólo aquel un Bien que
sin mudanza
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mueve cuanto ve el sol, hallar
podemos.
mas, ay, que
cuando verle pienso, y llego
yo a asirle, me deslumbra, y sin
tardanza,
cual rayo pasa, y ciego le
perdemos.
-
XL -
A Fernando de Soria
Yo vi romper
aquestas vegas llanas,
y crecer vi y romper en pocos
meses
estas ayer, Sorino, rubias mieses,
be
breves manojos hoy de espigas
canas.
Estas vi, que hoy
son pajas, más ufanas
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sus hojas desplegar para que
vieses
vencida la esmeralda en sus
enveses,
las perlas en su haz por la
mañanas.
Nació,
creció, espigó, y grano en un día
lo que ves con la hoz hoy
derrocado,
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lo que entonces tan vivo
parecía.
¿Qué somos, pues, qué somos?
Un traslado
de esto, una mies, Sorino,
más tardía;
y, ¡a cuántos, sin
granar, los ha segado!
-
XLI -
A don Diego de Quiñónez
¿Quién jamás en tan luengo y
espacioso
proceso de los siglos ha
nacido,
y un mundo tan sin términos
tendido,
que usurpar ose el nombre de
dichoso?
El sobresalto
sólo temeroso
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de cambiar suerte aquel (si alguno
ha sido)
que más pródigo el
cielo ha enriquecido
para hacerlo infelice es
poderoso;
Y ¿ a
cuántos, Sergio, a cuántos traen a extremos
males, extremos bienes, estos
bienes
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que los blasfemas junto y los
adoras?
Mas cuando otras
miserias no acusemos,
¿cómo bien
será alguno aventurado,
si hombre ninguno hay sabio a todas
horas?
-
XLII -
A Filipo III, luego que heredó y se
casó
Majestad
soberana, en quien el cielo
tanto valor encierra y saber
tanto,
que ya a la envidia sobras, ya al
espanto,
hollando sabio el mar, valiente el
suelo.
Emulo de tu padre
y de tu abuelo,
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rompe con la memoria con
Lepanto,
y adora en Asia el monumento
santo
guardado para pompa de tu
celo.
El cielo esta
victoria solicita,
y a Marte y Palas ha juntado en
uno
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(del sirio y persa victorioso
bando).
Un mundo es poco
para cada uno,
pues ni Isabel fue más que
Margarita,
ni debes ser tú menos que
Fernando.
-
XLIII -
No siempre fiero
el mar zahonda al barco,
ni acosa el galgo a la medrosa
liebre,
ni sin que ella afloje o él
se quiebre,
la cuerda siempre trae violento al
arco.
Lo que es
rastrojos hoy, ayer fue charco,
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frío dos horas antes lo que
es fiebre;
tal vez al yugo el buey, tal al
pesebre,
y no siempre severo está
Aristarco.
Todo es mudanza,
y de mudanza vive
cuanto en el mar aumento de la
Luna,
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y en la Tierra, del Sol, vida
recibe.
Y solo yo, sin
que haya brisa alguna
con que del gozo al dulce puerto
arribe,
prosigo el llanto que empecé
en la cuna.
-
XLIV -
Si por ser,
Amarili, el amor fuego
lo pintan los filósofos
desnudo,
y la belleza tuya sólo
pudo
dar entrada en mi alma a aqueste
ciego;
pues bella y
sabia eres sin par, te ruego
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quieras soltarme aqueste sutil
nudo.
¿Por qué, de ti
arredrado, ardiendo sudo,
y tiemblo helado cuando a ti me
llego?
Dirás que
eres mi fuego y que aborrezco
el morir abrasado cuando veo
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tus llamas cerca, y de temor me
enfrío;
mas
¿cómo si arder todo en ti deseo?
Fiebre debe de ser lo que
padezco;
que para más arder comienza
en frío.
-
XLV -
A la renunciación que hizo el emperador
Carlos en el hijo y el hermano