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«Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por sí, sino por nosotros. Pero sí, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer, entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; sólo así podremos obrar el milagro de la generación» (Prosas dispersas, p. 417).

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Ed. cit., pp. 483-84. En relación con este poema se encuentra, a su vez, un pasaje de «La tierra de Alvargonzález» (CXIV, I, vv. 65-68): «Mas las hadas hilanderas, / entre las vedijas blancas / y vellones de oro, han puesto / un mechón de negra lana» (ed. cit., p. 517); y también la poesía CXXIII. Y en Nuevas canciones aparecen, una vez más, los hilos conjugados con los sueños en la LXIV de «Proverbios y cantares».

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Ed. cit., p. 488. Se observa, igualmente, en el poema XCIV: «En medio de la plaza y sobre cosca piedra, / el agua brota y brota. En el cercano huerto / eleva, tras el muro ceñido por la hiedra, / alto ciprés la mancha de su ramaje yerto» (vv. 1-4, p. 489). Junto a la hiedra, la simbología clásica del laurel tiene lugar en el elogio a Ortega y Gasset (CXL), de Campos de Castilla: «A ti laurel y yedra / corónente, dilecto / de Sofía, arquitecto» (vv. 1-3, p. 588).

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«El ruiseñor de las Geórgicas y su influencia en la lírica española de la Edad de Oro», en La tradición clásica en España, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 100-17.

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85

Ed. cit., vv. 26-33, p. 490.

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86

Ibid., vv. 497-500 y 523-32, pp. 534-35.

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Y en «Canciones» (CLIX, VIII) figurará nuevamente el ruiseñor y su canoro canto: «La fuente y las cuatro / acacias en flor / de la plazoleta. / ya no quema el sol. / ¡Tardecita alegre! / Canta, ruiseñor. / es la misma hora / de mi corazón» (vv. 1-8, pp. 621-22); o en la XIII: «En los árboles del huerto / hay un ruiseñor; / canta de noche y de día, / canta a la luna y al sol» (vv. 8-11, p. 623).

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88

Cuestiones analizadas por E. Rull, «El símbolo de Psique en la poesía de Rubén Darío», Revista de Literatura, 27, 1965, pp. 33-50; y «Composición y fuentes de La princesa Psiquia de Rubén Darío», en C. Cuevas y E. Baena (eds.), Rubén Darío y el arte de la prosa. Ensayo, retratos y alegorías, Málaga, Congreso de Literatura Española Contemporánea, 1998, pp. 323-36. En cuanto a la proyección simbólica del mito y su recepción en época áurea, véase F. J. Escobar, El mito de Psique y Cupido en la poesía española del siglo XVI, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2002.

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Ed. cit., vv. 3-10, p. 548. Comprobamos, igualmente, la asociación de la imagen al alma en «Mariposa de la sierra» (CXLII), poema dedicado a Juan Ramón Jiménez por Platero y yo: «¿No eres tú, mariposa, / el alma de estas sierras solitarias, / de sus barrancos hondos, / y de sus cumbres agrias? / Para que tú nacieras, / con su varita mágica / a las tormentas de la piedra, un día, / mandó callar un hada, / y encadenó los montes, / para que tú volaras» (vv. 1-10, p. 590).

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90

Ed. cit., p. 622.

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