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Tradición y creación en el léxico del «Cántico espiritual»

María Jesús Mancho Duque






1. La técnica de los contrastes

San Juan de la Cruz es un escritor de fuerte personalidad y amante de los contrastes. Este último rasgo se detecta en diferentes niveles. En el plano imaginario, por ejemplo, destaca la confrontación de figuras simbólicas que aparecen concatenadas en algunas de las estrofas paradigmáticas de sus poemas, como las 13 y 14 del Cántico espiritual1, cuando la Amada identifica en el Amado el esplendor sublimado de la Creación. En este momento se contrapone una veloz secuencia de imágenes visionarias aéreas -esto es, contempladas como en un vuelo rasante desde el aire, concebidas como diurnas y alumbradas por una esplendente luz solar- a otra gama de imágenes simbólicas nocturnas, intimistas, que implican la claridad de una brillante luna en un cielo tachonado de estrellas.

Pero, aún más, si nos detenemos en cada una de las estrofas, observamos cómo se enfrentan los extremos del eje de la verticalidad representados por las montañas, que se yerguen en la altura, y los valles, que se ahondan tapizados de amenas espesuras. Ambas imágenes no son sino modalidades del elemento cosmogónico tierra, que se verá confrontado en los versos siguientes a otras del correlato acuático: el mar que ciñe y aísla las ínsulas extrañas y el potente caudal de los ríos sonorosos. A su vez éstas contrastan con manifestaciones del dinamismo aéreo, concretado en simbolismo sonoro. Y dentro de él, el fragor de las aguas desbordantes de vida y de la fuerza del Espíritu se contrapone a la sutileza y delgadez del agudo silbo de los aires amorosos.

En la estrofa decimocuarta, la noche se enfoca sucesivamente desde la densidad de su plenitud y desde el inicio de su acabamiento, con lo que se ofrece el contraste tonal entre una iridiscente iluminación nocturna y el tenue clarear de una alborada que tiñe de matices rosados el horizonte. Los efectos son también pendulares: el sonido musical frente al silencio concomitante de la soledad; la caracterización que los acompaña será también opuesta en el paralelismo de los oxímoros: callada y sonora a la vez. La contraposición se resuelve internamente en una de las más bellas paradojas del sentido.

Y podríamos seguir con el enfrentamiento entre los vientos simbólicos, cierzo y austro2, o destacar la técnica, propia de la artesanía del esmalte o de los bordados, por la que resalta la policromía de las flores, bien sobre el fondo monocolor de intenso verdor de los prados3, o bien frente al brillo refulgente de las esmeraldas con las que tejer delicadas guirnaldas en la primavera del espíritu4; o incidir en el choque cultural -Oriente-Occidente- que se produce entre imágenes, a veces, en el seno de un mismo verso, como ocurre con las celebérrimas ninfas de Judea5. No obstante, en la presente ocasión nos vamos a centrar en el nivel léxico, donde se detecta esta misma tendencia contrastiva, como espero poder mostrar en este trabajo.




2. La raigambre tradicional

En el Cántico Espiritual, composición calificada de égloga a lo divino, junto a los ecos bíblicos del Cantar de los Cantares, que configuran un trasfondo siempre latente, y al lado de las reminiscencias clásicas del bucolismo greco-latino, contrastan ciertos elementos léxicos próximos a la manera de hablar de las gentes del campo, que revelan concomitancias con la modalidad pastoril conocida como Sayagués. Es sabido que esta variedad sobrepasó las fronteras geográficas de la zona sur-occidental de la provincia de Zamora y su sentido dejó de aplicarse estrictamente a los habitantes de la región de Sayago, para representar el habla charra popular, con las marcas de rusticismo y ruralismo, más que de diferenciación dialectal de una zona de frontera, hasta incluir la de los villanos y labradores de cualquier parte de León y de las dos Castillas6.

El propósito principal del dialecto sayagués en la literatura castellana fue el de ridiculizar a sus hablantes y, así, provocar la risa a los oyentes o lectores de estos textos literarios. Por tanto, más que establecer una designación geográfica, pretende resaltar las características burlescas que corroboran, por ello mismo, la naturaleza literaria de la jerga. Si una de las primeras manifestaciones del empleo de este dialecto para crear efectos cómicos se concretó en las Coplas de Mingo Revulgo (1464), así como en una escena entre pastores de la Vita Christi (1482) de fray Íñigo de Mendoza, posteriormente, pero con anterioridad a la cronología del místico carmelita, Juan del Encina (1468-1529) y Lucas Fernández (1474-1542), según Lamano Beneite (1989: 10), exageraron y caricaturizaron sus rasgos y lo hicieron más rústico y grosero de lo que era para agradar a los nobles de la corte de los Duques de Alba y a los ciudadanos salmantinos que presenciaban las representaciones delante de la catedral. De esta manera, los protagonistas de estas obras recrean un modo de hablar que la tradición reconoce y a la que asigna determinadas funciones literarias.

Pues bien, algunas de las elecciones léxicas realizadas por el fraile castellano, que estudió en Salamanca después de pasar su infancia y adolescencia en Fontiveros, Arévalo y Medina del Campo, las hemos hallado en boca de estos personajes teatrales. Lo notable, con todo, es la estilización, la depuración, el tamiz con que filtra esta corriente casticista y la hace compatible con elementos procedentes de otras tradiciones.

2.1. Así sucede con las voces arrear y arreo, utilizadas en la égloga tradicional castellana:

«Ponte, Menga, ya de arreo / de los tus hatos mexores / deseemos de ser pastores / ques hato de mal asseo»7.


(Juan del Encina, Égloga Octava, versos 397-400, p. 176)                


«En Juan de la Cruz encontramos estos vocablos en numerosos pasajes:

Porque la comunicación suya y deleite del Esposo es en el alma mediante el arreo de las virtudes ya dicho».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 26, 9)                


«En las dos canciones pasadas ha cantado la esposa las gracias y grandezas de su Amado, y en ésta canta el feliz y alto estado en que se ve puesta, y la seguridad de él, y las riquezas de dones y virtudes con que se ve dotada y arreada en el tálamo de la unión de su Esposo»8.


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 15)                


El Diccionario de Autoridades define arrear, procedente de arras, 'las joyas que el desposado da a la esposa'9 como 'adornar y ataviar a alguno, poniéndole galas, joyas y otros aderezos con que se engalane y ande lucido'. Covarrubias10 y Rosal11 confirman tanto el significado como la etimología, por lo que cabría proponer la hipótesis de que arrear poseería un significado específico y místico, puesto que en el tercer párrafo citado está usado en el ámbito semántico del desposorio espiritual. Sin embargo, el DCECH12 destaca la tardía aparición del cultismo arras, a la vez que diferencia arrear 'hacer andar animales', 'hacer de arriero' -derivado de la interjección arre-, y arrear 'adornar, engalanar' -de donde surge arreo 'atavío', 'adorno'-, de *ARREDARE, 'proveer' -del gót. *RETHS 'provisión'-, si bien subraya la dificultad de establecer una distinción neta entre ambos. Así pues, arrear no poseería un significado restringido y específico, sino amplio y común a diferentes campos semánticos.



2.2. También existe coincidencia en el empleo del verbo asomar 'comenzar a aparecer desde lo alto':

«Las cebollas enristraron / y asomaron / por en somo de aquel teso; / los huevos mandega y queso / no pararon / que, soncas, Hugo botaron / y al Carnal triste dexaron».


(Juan del Encina, Égloga Sexta, versos 91-95, p. 140)                


«¡Miafé, Bras! A mí espantóme [la Cuaresma] / de tal suerte / que aunque cenemos muy huerte / júrote que ella nos dome... Vila andar / allá por essas aradas / tras el Carnal a porradas / por le echar / de todo nuestro lugar / ¡Vieras, vieras assomar / por los cerros / tanta batalla de puerros / que no lo sé percontar! / Y assomó por otra parte / el estandarte del ermandad y hortaliza / diciendo a la longaniza: / ¡Guarte, guarte, / tiempo es ya de confesarte!».


(Juan del Encina, Égloga Sexta, versos 47-65, pp. 138-139)                


«En somo de las laderas, / por los valles, por los cerros, / ándole buscando berros»13.


(Juan del Encina, Villancico pastoril, 84, versos 103-105, p. 170)                


«Siempre oteo quien asoma; siempre escucho sospechoso; siempre vivo congoxoso; jamás mi pena se doma»14.


(Lucas Fernández, Comedia, versos 37-40, p. 60)                


En el Cántico, podemos leer:

«Yo también, como el ciervo, vengo en esta tu llaga llagado a ti, que soy como el ciervo; y también en asomar por lo alto, que por eso dice: por el otero asoma, esto es, por la altura de tu contemplación que tienes en ese vuelo; porque la contemplación es un puesto alto por donde Dios en esta vida se comienza a comunicar al alma y mostrársele, mas no acaba; que por eso no dice que acaba de parecer, sino que asoma; porque por altas que sean las noticias que de Dios se le dan al alma en esta vida, todas son como unas muy desviadas asomadas».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 12, 8-9)                


Según Covarrubias, assomada equivale a 'comparecencia'. Huarte Morton, en un vocabulario anónimo del siglo XV, recoge que «asomadas dizen [...] por unos oteros altos donde los que van por el camino veen el aldea o el lugar a do van [...] y aun a los tales lugares llaman visos»15.



2.3. Y lo mismo cabría decir de otear y otero, usados con frecuencia por zagalas y pastores:

«¡Ay, Pascuala, que te veo / tan loçana y tan garrida, / que yo te juro a mi vida / que deslumbro si te oteo».


(Juan del Encina, Égloga Séptima, versos 21-24, p. 149)                


«Miafé, digo que lo creo, / que ya estava yo en oteo / de luengo tiempo esperando».


(Juan del Encina, Égloga Segunda, versos 25-28, p. 149)                


«Percançóme esta pasión / el día de la velada, oteando a mi adamada, / aquella del torrejón».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 90, versos 74-77, p. 192)                


«Llévame tras sí los ojos / dondequiera que la veo. / Cuanto más y más la oteo / siento más y más antojos».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 90, versos 81-84, p. 193)                


«Siempre oteo quien asoma; siempre escucho sospechoso; siempre vivo congoxoso; jamás mi pena se doma».


(Lucas Fernández, Comedia, versos 37-40, p. 60)                


como igualmente por Juan de la Cruz:

«Llama "majadas" a los coros de los ángeles, por los cuales de coro en coro van nuestros gemidos y oraciones a Dios; al cual llama "otero", porque así como el otero es alto, así Dios es la suma alteza, y porque en Dios, como en el otero, se otean y ven todas las cosas».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 2.3)                


Lo que cabe extender al vocablo majada:

«Tiremos nuestro camino / allá carria la majada»,


(Lucas Fernández, Comedia, versos 20-206, p. 64)                


también empleado por el doctor carmelita:


«Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero».

(Cántico Espiritual, versos 6-7)                



«Llama "majadas" a los coros de los ángeles, por los cuales de coro en coro van nuestros gemidos y oraciones a Dios; al cual llama «otero», porque así como el otero es alto, así Dios es la suma alteza, y porque en Dios, como en el otero, se otean y ven todas las cosas».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 2.3)                




2.4. En las églogas pastoriles se utiliza el apelativo carillo (sin sentido diminutivo), equivalente a 'hermano, amigo, compañero', especialmente como vocativo en estructuras imperativas:

«Vete comigo, carilla. / Dexa, dexa ese pastor».


(Juan del Encina, Égloga Séptima, vv. 63-64, p. 151)                


«Mira carilla, / qué se me avía olvidado / que te traje del mercado / dijueves allá de villa».


(Lucas Fernández, Comedia, versos 111-114, p. 63)                


«Déxate desso, carillo: / curemos bien del ganado, / no se meta en lo vedado, / que nos prenda algún morillo».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 81, versos 25-28, p. 157)                


«Nuevas te trayo, carillo / de tu mal».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 82, versos 1-2, p. 159)                


«Ora, carillo, descruzia / de seguir esta zagala, / ni te quellotre su gala / ni tengas en ella huzia».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 82, versos 74-77, p. 162)                


«Daca, bailemos carillo / al son deste caramillo».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 83, versos 1-2, p. 163)                


«Anda, carillo, anda acá / dexemos la temosía».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 84, versos 141-142, p. 172)                


«Y aun Pravos, ques buen gaitero / te remuerde los çancajos, / y el carillo de Sorvajos, / y el padre de Gil Vaquero».


(Juan del Encina, Égloga Primera, versos 109-112, p. 74)                


«Y después ha de dexar, / a Pedro, nuestro carillo, las ovejas a guardar».


(Juan del Encina, Égloga Segunda, versos 95-97, p. 85)                


Este apelativo de la pastoral rústica aparece también en construcción imperativa en el epitalamio místico de Juan de la Cruz, «chocando entre las dulzuras de la égloga garcilasesca y los hieratismos del Cantar de los Cantares, que forman el ambiente externo y el fondo temático del Cántico» Alonso, D. (1946: 130).

«Escóndete, Carillo».


(San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, v. 156)                


«Y ansí es como si dijera: Mas antes conviértete adentro, Carillo, enamorándote de las compañas de las virtudes y perfecciones que has puesto en mi alma, para que, enamorado de ella en ellas, en ella te escondas y te detengas».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 32.5)                


En el vocabulario anónimo hallado por Huarte Morton16, se atestigua su empleo en boca de mozuelas de aldeas castellanas para llamar a sus hermanillos.



2.5. Coincide el místico de Fontiveros en la utilización del verbo adamar con los pastores de la zona occidental castellana:

«Vayte a Menga. / Ñunca tal adame yo».


(Lucas Fernández, Comedia, v. III, p. 62)                


«¡Miafé, 'señor' escudero! / Ella diga quién le agrada, / y de aquél sea adamada / aunque yo la amé primero».


(Lucas Fernández, Comedia, versos 165-168, p. 154)                


hasta el punto de que adamada equivale a 'galana', 'requerida de amores', o querida:

«Es tan fuerte mi adamada / que mata con su figura».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 84, versos 39-40, p. 168)                


«No se viste mi querida / sino paños con color».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 84, versos 81-82, p. 169)                


«Mil vezes te e requerido / que seas mi adamada».


(Lucas Fernández, Comedia, verso 98, p. 61)                


El Diccionario de Autoridades (s. v.) precisa que adamar es «voz con poco o ningún uso y puramente latina» y J. L. Herrero17 recoge este vocablo entre los cultismos renacentistas. La definición del santo doctor es la siguiente:

Por eso me adamabas

«"Adamar" es amar mucho; es más que amar simplemente; es como amar duplicadamente, esto es, por dos títulos o causas [...].

Y la causa por que Él la adamó de esta manera tan estrecha, dice ella en este verso que era porque Él quiso con mirarla darla gracia para agradarse de ella, dándole el amor de su cabello y formándola con su caridad la fe de su ojo. Y así, dice: "por eso me adamabas"; porque poner Dios en el alma su gracia es hacerla digna y capaz de su amor. Y así, es tanto como decir: porque habías puesto en mí tu gracia, que eran prendas dignas de tu amor, "por eso me adamabas", esto es, por eso me dabas más gracia».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 23.4)                


Esta vertiente tradicionalista explica la presencia de algunas fórmulas populares, como la del famoso no sé qué18, o el aprovechamiento de vocablos de tinte arcaizante19, o el mantenimiento de algunas acepciones conservadoras, como ocurre con el adjetivo esquivo, utilizado por San Juan en la Llama de amor viva20 y en la Noche oscura con el sentido de 'penoso, duro, aflictivo', que se atestigua asimismo en la égloga pastoril:

«Ay, qu'es mi mal tan esquivo, / y tal altivo, / qu'es de pasiones la cumbre».


(Lucas Fernández, Farsa quasi Comedia, versos 192-194, p. 86)                


«Ojos garços ha la niña: / ¡quién gelos namoraría! / Son tan bellos y tan vivos / que a todos tienen cativos, / mas muéstralos tan esquivos / que roban el alegría».


(Juan del Encina, Villancico 74, versos 1-6, p. 149)                


«Sin dar yo tras ella / no cuido ser bivo, / pues que por querella / de mí soy esquivo».


(Juan del Encina, Villancico pastoril 88, versos 39-42, p. 188)                


pero también con idénticos valores aparece en otros poetas de corte tradicional, como Cristóbal de Castillejo:

«Porque vivo / me quemo, y el fuego esquivo / que me abrasa y atormenta / más hierve y más se acrecienta / con la injuria que rescibo»21.


Estas preferencias proporcionan el toque de un cierto casticismo en los usos lingüísticos del místico castellano.






3. El talante creador

Simultáneamente, la libertad con que maneja San Juan la herramienta lingüística y su formación cultural le llevan a la creación léxica allí donde lo considera necesario o conveniente, siempre de acuerdo con las normas léxico-genésicas del español. Surgen de su pluma, de esta manera, acuñaciones nuevas, preferentemente cultas, de las que hemos seleccionado las que siguen.

3.1. El afán de precisión léxica le impulsa a utilizar el adjetivo deiforme, como un tecnicismo místico para explicar la transformación que experimenta el alma en el estado de la unión22:

«Y no hay que maravillar que el alma pueda una cosa tan alta, porque, dado que Dios la haga merced que llegue a estar deiforme y unida en la Santísima Trinidad, en que ella se hace Dios por participación, [...]».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 38.3)                


El DCECH no documenta este cultismo y el CORDE lo hace aquí, por lo que este pasaje sanjuanista ofrece una primera fecha para este tecnicismo místico.



3.2. Algo similar sucede con el verbo endiosar, de factura más popular:

«Esta divina bebida, tanto endiosa y levanta al alma y la embebe en Dios...».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 17.8)                


Endiosar, según Autoridades, es 'elevar al grado supremo de la Divinidad, constituir por Dios y reputar como Dios e igual a Dios alguna criatura', aunque también, 'embebecerse o suspenderse devotamente'. Se trata, por tanto, de otro tecnicismo místico que designa la transformación del alma mediante el matrimonio espiritual. El DCECH lo documenta en Oudin (1607) y en Quevedo, y el CORDE en el Guzmán de Alfarache (1599), por lo que San Juan adelanta algunos años la datación.



3.3. Otro término específico de la filosofía y de la teología es indeficiente, que Autoridades define como 'lo que no puede faltar':

«Dios crió todas las cosas con gran facilidad y brevedad y en ellas dejó algún rastro de quien Él era, no sólo dándoles el ser de nada, mas aun dotándolas de innumerables gracias y virtudes, hermoseándolas con admirable orden y dependencia indeficiente que tienen unas de otras».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 5.1)                


El DCECH recoge sólo deficiente. Este adjetivo tampoco está incluido entre los cultismos renacentistas recopilados por J. L. Herrero. El CORDE lo documenta por primera vez en este pasaje y a continuación, en plural, en 1598 (Fray Alonso de Cabrera, De las consideraciones sobre todos los evangelios de la Cuaresma).



3.4. La rentabilidad de la prefijación a partir de morfemas cultos, como in-, vuelve a ponerse de manifiesto en la utilización de inmarcesible.

«Ésta es la consideración del cielo, al cual llama "prado de verduras", porque las cosas que hay en él criadas siempre están con verdura inmarcesible, que ni fenecen ni se marchitan con el tiempo; y en ellas, como en frescas verduras, se recrean y deleitan los justos».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 4.4)                


Este latinismo no está recogido en Covarrubias ni en Autoridades. El DCECH lo registra, pero sin documentar, y el CORDE lo atestigua en 1598 (Fray Alonso de Cabrera, De las consideraciones sobre todos los evangelios de la Cuaresma), por lo que el santo proporciona de nuevo una primera datación del término.



3.5. Otra creación léxica de Juan de la Cruz mediante prefijos negadores corresponde al verbo desquietar, no recogido en el DCECH y documentado en el CORDE precisamente en esta obra:

«Pero, porque [...] lo que se obra en esta parte ordinariamente se siente en la otra más interior, que es la razonal y, por consiguiente, la hace advertir y desquietar de la obra espiritual que tiene en Dios, díceles que "moren en sus arrabales", esto es, que se quieten en sus sentidos sensitivos, interiores y exteriores».


(San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, Declaraciones, 31.4)                


Este tipo de formaciones derivadas, creadas mediante prefijación negativa de carácter más popular, son muy abundantes en la prosa sanjuanista para construir antítesis23.



3.6. Otro término de elaboración morfológica sufijada popular es absorbimiento:

«[...] no se ha de entender que pierde allí el alma los hábitos de ciencia y totalmente las noticias de las cosas que antes sabía, aunque queda en aquel no saber, sino que pierde el acto y memoria de las cosas en aquel absorbimiento de amor»,


(San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, Declaraciones, 17.12)                


registrado, pero sin datar, en el DCECH y documentado, tanto con esta ortografía como con la variante absorvimiento, aquí en el CORDE24.



3.7. San Juan de la Cruz utiliza el vocablo cocción, inserto en el campo de la bebida, para referirlo al vino, licor de transformación mística de raigambre eucarística:

«Y estos nuevos amadores siempre traen ansias y fatigas de amor sensitivas, a los cuales conviene templar la bebida, porque, si obran mucho según la furia del vino, estragarse ha el natural. Estas ansias y fatigas de amor es el sabor del vino nuevo, que decíamos ser áspero y grueso, y no aún suavizado en la acabada cocción, cuando se acaban esas ansias de amor, como luego diremos».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 16.9)                


El DCECH documenta cocción en 1655 y el CORDE en 1606 (Juan Alonso y de los Ruyzes de Fontecha, Diez privilegios para mujeres preñadas)25, por lo que también el místico castellano se adelanta en el empleo de esta voz.



3.8. Ciertos cultismos tienen un origen bíblico, como ocurre con dos términos pertenecientes a una misma familia léxica, citaredo-citarizar, recogidos en el DCECH, pero sin documentar:

«Aunque aquella música es callada cuanto a los sentidos y potencias naturales, es soledad muy sonora para las potencias espirituales; porque, estando ellas solas y vacías de todas las formas y aprehensiones naturales, pueden recibir bien el sonido espiritual sonorosísimamente en el espíritu de la excelencia de Dios en sí y en sus criaturas, según aquello que dijimos arriba haber visto San Juan en espíritu en el Apocalipsis (XIV, 2) conviene a saber: "Voz de muchos citaredos que citarizaban en sus cítaras"».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 13-14.26)                


El CORDE testimonia citaredo en 1563, pero no incluye citarizar, por lo que Juan de la Cruz proporciona una primera datación para este último vocablo.



3.9. Otro nuevo uso personal es el que realiza el místico carmelita con el verbo estuar, perteneciente al área semántica del calor:

«De esta manera el alma que anda estuando encendida en amor de Dios, desea el cumplimiento y perfección del amor para tener allí cumplido refrigerio. Como el ciervo fatigado del estío desea el refrigerio de la sombra».


(Cántico Espiritual, Declaraciones, 9.6)                


Este latinismo, procedente del latín AESTUARE, aparece una única vez y no está recogido por el DCECH, que sólo trae, sin documentar, estuoso, estuosidad y estuante, tampoco se encuentra en el CORDE.






4. Conclusiones

San Juan de la Cruz selecciona el vocabulario con la libertad de un artista. Lo característico de su elección es el balanceo rítmico entre modalidades contrapuestas de palabras: al lado de las voces patrimoniales, filtradas por un tamiz selectivo, se incrustan los cultismos; dentro de éstos los de carácter filosófico y los tecnicismos místicos son propios de la prosa, mientras que los literarios se encuentran tanto aquí como en el verso; junto a creaciones originales, se mantienen los conservadurismos léxicos, arcaísmos casticistas propios de la zona. En cualquier caso, no se desciende al vulgarismo, ni menos a la germanía, como sucede con otros escritores místicos de talante más popular, como algo más tarde y decididamente hará Malón de Chaide. Todavía en san Juan el buen gusto lima la selección, la depura, sutiliza y adelgaza, como al sonoro silbo de la brisa amorosa.

El denso entrecruzado de vocablos, a manera de la disposición de trama y urdimbre, conforma un rico tejido lingüístico, dispuesto con gracia y armonía, como puso de relieve nuestro recordado maestro Fernando Lázaro26, para que, como la esposa del Cántico, el texto sanjuanista pueda «parecer dignamente con este hermoso y precioso adorno delante la cara del rey, y merezca la iguale consigo, poniéndola como reina a su lado, pues ella lo merece con la hermosura de su variedad» (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, Declaraciones, 21.5).






Referencias bibliográficas

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