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1

Les odeurs de Paris, libro IV, VII.

 

2

Lamartine le negó absolutamente el título de poeta en su estudio sobre Alfredo de Musset.

 

3

Canciones de Enrique Heine. Traducidas del alemán al castellano por D. Eulogio Florentino Sanz. (En el Museo Universal, número 9, 15 de Mayo de 1857.)

 

4

El Museo Universal, año 1867. El traductor era D. Mariano Gil y Sanz, poeta salmantino.

 

5

Joyas prusianas, poemas líricos de Enrique Heine. Madrid 1873. Va al frente un estudio sobre el autor, extenso y bien redactado, segunda edición, Madrid, 1879.

 

6

Madrid, 1883. Forman parte de la Biblioteca clásica del editor Navarro. No estará de más reseñar por vía de nota otras dos traducciones: la del Intermezzo, por D. Ángel Rodríguez Chaves (Madrid, 1877) y la de varios cantares escogidos del Heine, que incluyó Jaime Clark en su colección de Poesías líricas alemanas. (Tomo VI de la Biblioteca universal, Madrid, 1872, 2.ª edición, 1879.)

 

7

Nacido en Sevilla el 17 de enero de 1836. A los cinco años de edad perdió a su padre, y a los nueve y medio quedaba también huérfano de madre y bajo la tutela de una señora que le había sacado de pila, y que cuidó de continuar educándole, pero sin comprender las inclinaciones de aquel artista niño que soñaba con la belleza y a su cultivo había de consagrar toda la vida. Cediendo a una vocación irresistible trasladose Bécquer a Madrid en 1854, y experimentó las privaciones y amarguras de la pobreza, no remediadas con el mezquino sueldo de escribiente en la Dirección de Bienes Nacionales, sueldo del que se vio a poco desposeído. En la Redacción de El Contemporáneo encontró el pan de cada día y la notoriedad que le dieron sus admirables escritos en prosa entre ellos las Cartas desde mi celda, que escribió en el monasterio de Veruela (Zaragoza). La compañía de su hermano Valeriano, y los viajes artísticos a Toledo, Soria, Ávila y otras ciudades monumentales de la Península, contribuyeron a refinar el buen gusto de Bécquer, que falleció en Madrid el 22 de diciembre de 1870, celando preparaba la primera edición de sus obras. Reimpresas y adicionadas multitud de veces en estos últimos años, han dado a su autor una fama póstuma mucho más espléndida y universal que la que disfrutó en vida.

 

8

Por olvidar estas sencillas verdades, acumula el señor Rodríguez Correa, en su Prólogo a las Obras de Bécquer, una infinidad de desatinos, como el de decir, refiriéndose a la lírica castellana del siglo XVI, que sólo se desarrollaba dentro de los estrechos límites de la forma, sin fijarse siquiera en la colosal figura de M. León; el de atribuir a despecho contra la intolerancia religiosa las osadías gongorinas; y, para no proceder en infinito, aquello de que a Quevedo no le valió su astucia para pensar libremente en una mazmorra. A tal punto ha llegado la cómoda filosofía.

 

9

«... Aunque hay un gran poeta alemán a quien puede creerse ha imitado Gustavo, esto no es cierto, si bien entre los dos existe mucha semejanza». (R. Correa, Prólogo a las Obras de Bécquer.) Lo mismo habían afirmado, en las discusiones del Ateneo (1876) sobre la moderna poesía lírica española y varios otros oradores. En los Estudios críticos del excelente escritor cubano D. Rafael M. Merchán se defiende esta tesis con alguna novedad.

 

10

Salió a luz en El Museo Universal, revista madrileña tantas veces citada. Sobre las Coplas y Quejas, véase allí mismo una larga crítica (año 1869, pág. 153).

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