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11

No hay más fechas en el texto, aunque el calendario del viaje puede reconstruirse gracias a las alusiones que hay a determinadas fiestas (Reyes, Semana Santa y Pascua).

 

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«¿Por qué se llamará esto diligencia? Tal vez por la misma razón que los que no tienen pelo se llaman pelones. No obstante, si alguien conoce otra etimología más plausible, le invito a que me lo comunique; tendría gusto en conocerla. Nada es, en efecto, más antitético a las ideas de rapidez, gallardía, ligereza, que su nombre parece despertar, como el pesado, feo y anticómodo armatoste que para mal de nuestros huesos es el único medio de locomoción en Galicia.»

 

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Aunque en los Apuntes no indica quiénes eran, la citada entrevista con Gómez-Carrillo lo precisa: «Je vins à Paris avec toute ma famille: mon père [...], ma mère, mon oncle et mon mari» (art. cit., p. 458).

 

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Evocación en la que resuenan sus lecturas románticas: «Se me aparecía armado de todas sus armas, y a la cabeza de un séquito brillante: el sol poniente lanzaba reflejos de color de sangre sobre las cotas fulgentes, las afiladas lanzas, los ricos estandartes, y las flotantes plumas de los cascos; oía el sonoro golpear de las herraduras, los relinchos de los corceles, el crujir de los arneses [...].»

 

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«Cuando digo que las zamoranas son lindas, no hago poesía, sino que consigno una gran verdad; blancas, pelinegras, con ojos de azabache y sonrosadas mejillas, forman un tipo en que el Norte y el Mediodía se han combinado harmoniosamente [sic] y lucen a competencia. Realza la gentileza la mantilla, que cubre desde la cabeza hasta los muslos, y en la cual se embozan con soltura; una sarta de cuentas de vidrio asoma por debajo de los poblados rodetes de trenzas negras, peinado sencillo del país; una saya corta, oscura, ciñe el airoso cuerpo, y un pulido zapato y una media azul en las solteras, negra en las casadas y viudas, completa este pintoresco traje.»

 

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Como muestra este diálogo con una de las muchachas que les atienden en la casa de las Portillas:

«Charlando averiguamos que la más bonita de las dos es la sobrina del señor cura de A. y la otra su criada.

-¿Con que le han quitao el estanco, chica? -preguntó el mayoral a la sobrina.

-¡Mire usté!- contestó ella sin dejar de remover el chocolate-. Y por cosas de elecciones. Como el señor tío no votó con el Gobierno...

-¿Con quién votó el señor cura?- dije yo a mi vez y en voz baja a la criadita.

La muchacha levantó sus grandes ojos negros, me miró con sorpresa, y replicó con voz vibrante: -¡Con los carlistas! Aquí todos lo somos, hasta la muerte.

-Tampoco faltan allá abajo -la dije yo, y cambiamos una sonrisa de simpatía.

Ella siguió preparando el desayuno, pero con más vivacidad y alegría que antes, si cabe.»

 

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«El mayoral [...] se acercó a la portezuela, y alzando las manos al cielo: -Reniego, dijo, de la gloriosa revolución y toa su casta, que no ha servío sino pa echar a perder los caminos. Y yo pensé, sin decirlo: -Si sólo hubiese echado a perder los caminos...».

 

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«Por casualidad cruzamos sin tropiezo la frontera; todos los viajeros creían que en Alsasua nos encontraríamos con las fuerzas carlistas, victoriosas el día anterior en Oñate» (OC, III, pp. 708-709).

 

19

Siniestro edificio donde se exponen, sobre mesas de mármol, «los cadáveres de los individuos encontrados asesinados o ahogados»; a su vista reflexiona acerca de la relación entre muerte y pobreza; y sobre el suicidio, «espantosa plaga moral de este siglo [...] triste efecto de la falta de creencias que sostienen, de resignación que calma, de religión que consuela. Triste efecto también de la destrucción de las órdenes monásticas [...]».

 

20

Donde aprovecha la ocasión para las usuales chanzas antiprogresistas, porque entre las tumbas de «grandes hombres» (algunos de los cuales le parecen individuos sólo conocidos en su barrio), las de Voltaire y Rousseau estén bajo el techo de una iglesia católica.