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Un viaje al país de las cigüeñas

Felicidad Orquín





Un tema constante en la literatura es el viaje que el héroe emprende en busca de la gloria, la fortuna o de sí mismo. Un viaje que, a menudo, simboliza el paso de la adolescencia a la madurez, la inserción del protagonista en la sociedad adulta.

Feral y las cigüeñas se inscribe en esta literatura simbólica de iniciación bajo la forma de un relato realista, porque todo lo que sucede parece cotidiano. El esquema del viaje que Fernando Alonso narra con un gran dominio de sus recursos literarios se ajusta al modelo de muchas obras clásicas. Se produce una transgresión que modifica una realidad y viene la necesidad de un viaje reparador al llegar la pubertad del protagonista, que será, ante todo, un viaje de aprendizaje. No pueden faltar las pruebas a que debe someterse el héroe, tres por lo general en la literatura clásica, cuatro en Feral, en cuya resolución siempre encuentra ayuda, porque es una aventura individual, pero nunca solitaria. Y, finalmente, se produce el regreso.

Feral es un niño al que no le gusta jugar con las espadas y prefiere observar cuanto le rodea y vagabundear por los caminos del pueblo cuyo nombre, Villacamino, recoge uno de los ejes de este libro singular: el camino como lugar de aprendizaje, posible elección vital. Las páginas más bellas del libro hacen referencia al camino, como posibilidad de una vida feliz, solidaria y no convencional; al deseo de iniciar un viaje que no se sabe dónde terminará, porque el placer se encuentra en el camino, y no en una meta a la que llegar. ¿Vagabundo profesional o vagabundo provisional? Esta pregunta se la hicieron también, en la década de los sesenta, los beatniks americanos: cómo no recordar En el camino, de Kerouac, y el movimiento hippy. Y es que la literatura infantil, como parte de la literatura geperal, refleja también la sensibilidad de una época, y Feral apareció por primera vez en 1971.

Feral habla el lenguaje de las plantas y de los animales, y sueña con recorrer los caminos. Pero una cigüeña, la única que anidaba en Villacamino, no quiere hablar con él, provocando su hostilidad, que, llega a la agresión. La cigüeña, emblema del viajero, símbolo de la buena suerte y heraldo de la primavera, huye del pueblo llevándose consigo una pieza del reloj de la torre. Ningún otro año volverán las cigüeñas a anidar en el pueblo, y el reloj quedará parado, como detenido por el tiempo. Al cumplir catorce años, Feral parte en busca de las cigüeñas y emprende un viaje hacia los países cálidos, hacia el mítico Sur, meta de tantas aventuras. Duerme bajo las estrellas y aprende la ley del vagabundo: compartir, ayudar, «hoy por ti, mañana por mí», sin detenerse nunca. La figura protectora será un cuervo, otro animal simbólico, dotado del poder de la adivinación, que le ayudará a encontrar el país de las cigüeñas. Estas, después de poner a prueba la perserverancia, le someten a cuatro pruebas: decir un refrán sobre cigüeñas, contar un cuento y recitar una poesía sobre ellas, y resolver una adivinanza. Superadas las pruebas, las cigüeñas prometen volver a Villacamino y Feral emprende el regreso. El adolescente se ha convertido ya en un joven.

Feral y las cigüeñas posee varia lecturas y, por ello, interesará a diversas edades. Unos lectores captarán el primer nivel, una apasionante y entretenida aventura, y otros lectores llegarán al nivel simbólico de la narración. No es esta una segunda edición, en el sentido habitual, porque tiene una cuidadosa revisión de la escritura -por algo Fernando Alonso es uno de los mejores prosistas de la literatura para niños- y también unas extraordinarias ilustraciones, de Fuencisla del Amo.





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