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Una apuesta

Manuel Tamayo y Baus

AL SR. D. JOAQUÍN ARJONA

Apuesto, ya que de apostar se trata, a que, a pesar de la humildad de la ofrenda, no se desdeña usted de admitir el tributo de reconocimiento y admiración que le rinde su cariñoso y apasionado amigo

MANUEL TAMAYO Y BAUS.



PERSONAJES



DOÑA CLARA.
JULIA.
DON FÉLIX.

Madrid, 184...

Acto Único

Sala elegantemente amueblada, puerta al foro, dos laterales y una ventana a la derecha, en segundo término.

Escena I

DOÑA CLARA sentada junto a un velador; JULIA, bordando.

DOÑA CLARA.-Julia.

JULIA.-Señora.

DOÑA CLARA.-¿Has visto a mi abogado?

JULIA.-Sí, señora.

DOÑA CLARA.-Y ¿cuándo tendrá fin ese interminable pleito?

JULIA.-Cuando escribanos, procuradores y alguaciles hayan dejado exhausta su gaveta1 de usted.

DOÑA CLARA.-Pronto conseguirán su objeto.

JULIA.-No faltaba más sino que después de tantos afanes y tan crecidos gastos...

DOÑA CLARA.-La razón está de mi parte; mi causa no puede ser mejor.

JULIA.-¡Ay, señora! Si usted poseyese doble dinero, todo el mundo creería que tenía usted razón doble, y su causa sería, por tanto, doble mejor. (Pausa. JULIA sigue bordando.)

DOÑA CLARA.-Julia.

JULIA.-Mi señora.

DOÑA CLARA.-Me fastidio.

JULIA.-Efecto de la viudez.

DOÑA CLARA.-Es que también me fastidiaba antes.

JULIA.-Efecto del matrimonio.

DOÑA CLARA.-Entonces, ¿cómo se ha de arreglar una para no fastidiarse?

JULIA.-Para no fastidiarse es preciso amar.

DOÑA CLARA.-Pero el amor conduce al matrimonio.

JULIA.-Es verdad..., y entonces vuelta a lo mismo. (Pausa.)

DOÑA CLARA.-Julia.

JULIA.-Señora.

DOÑA CLARA.- Dame un libro.

JULIA.-¿Cuál?

DOÑA CLARA.- El que se te antoje.

JULIA.-Le fastidiará a usted.

DOÑA CLARA.-No importa.

(JULIA le da uno de los libros que habrá sobre una mesa. DOÑA CLARA se levanta y va a leer, apoyándose en la ventana.)

JULIA.- (Se asoma a la ventana.)Apuesto a que el vecino está en la suya.

DOÑA CLARA.-¿Qué dices?

JULIA.-Que voy a cantar. (Lo hace.)

DOÑA CLARA.- No, no; ¡calla, por Dios!

JULIA.-Desde hace algún tiempo le gusta a usted mucho asomarse a la ventana.

DOÑA CLARA.-¡Hola! ¿Eso has notado?

JULIA.-Quiero decir que, como está usted fastidiada, necesita tomar el aire.

DOÑA CLARA.- Ocúpese usted de sus quehaceres, señora bachillera.

JULIA.-¡Mal humor!... El vecinito no ha aparecido todavía. ¡Mirarse y no decirse una palabra! Y esto desde hace dos meses. Un buen casamiento valdría más que ese amor en perspectiva. He oído decir que ese caballero es tan ingenioso, tan agudo... Pues bien: que se presente. A un hombre entendido debe serle muy fácil hallar un pretexto para venir a consolar a las mujeres que se fastidian.

DOÑA CLARA.-¡Ah!

JULIA.-¿Qué es eso?

DOÑA CLARA.-Corre: he dejado caer el libro a la calle.

JULIA.-¡El libro, señora!

DOÑA CLARA.-Corre: un joven lo ha recogido y pudiera llevársele.

JULIA.-¡Oh! ¿Ha sido un joven? Corramos. (Vase.)

Escena II

DOÑA CLARA.

DOÑA CLARA.-¡Qué pesadez! Ese caballero va a creer... ¿Me habrá visto? Sin duda, puesto que ha mirado. Si hubiese... Esa muchacha tendría la culpa... ¿Ella o yo?

Escena III

DOÑA CLARA y JULIA.

JULIA.-Ese caballero quiere entregar a usted el libro en propia mano. Ni siquiera me ha dado tiempo para bajar la escalera. Creo que es el caballero que vive en la casa de enfrente.

DOÑA CLARA.-¡Cómo!... ¿Ese caballero?...

JULIA.-Que parece tan amable, tan fino; que se asoma a la ventana siempre que usted está en la suya; que me saluda cuantas veces me encuentra...

DOÑA CLARA.- ¿Y dices que quiere?...

JULIA.-Entregar el libro a usted misma.

DOÑA CLARA.-¡Empeño más singular! Tu pesadez es causa de esta imprudencia.

JULIA.-Decídase usted, señora. ¿Entra?

DOÑA CLARA.- ¡Un desconocido!... No, no puede ser.

JULIA.-Entonces se llevará el libro.

DOÑA CLARA.-Julia, yo no quiero quedarme sin mi libro.

JULIA.-Pase usted adelante, caballero.

Escena IV

DICHAS y DON FÉLIX. Este entrega el libro a DOÑA CLARA, haciéndole una profunda cortesía.

DOÑA CLARA.-Gracias, caballero. No valía la pena de que usted se molestase...

DON FÉLIX.-¡Pena, señora! Sólo la he experimentado cuando dudaba si se me permitiría entrar en su casa de usted.

DOÑA CLARA.-No teniendo el honor de conocer a usted, me parece algo extraordinario...

DON FÉLIX.-Deja usted caer un libro, yo le recojo; se le devuelvo a usted, y usted lo recibe. En todo esto, lo único que hay de extraordinario es el placer que siente mi corazón en este momento.

DOÑA CLARA.- Debo extrañar, por lo menos, que haya usted insistido en entrar en mi casa.

DON FÉLIX.-Habiéndola visto a usted, era muy natural que insistiese.

DOÑA CLARA.- A pesar de tan extremada galantería, debo advertir a usted que ésta es la primera vez que tengo el honor de verle.

DON FÉLIX.-Preciso es, señora, que las gentes se vean por la primera vez.

DOÑA CLARA.- Y como hay probabilidades de que también será la última...

DON FÉLIX.-¿La última?... Pues si ésta ha de ser la última felicidad de mi vida, permítame usted que la prolongue todo lo posible.

DOÑA CLARA.-Semejante obstinación...

DON FÉLIX.-Es muy disculpable. Y le advierto a usted, con la franqueza que me caracteriza, que estoy decidido a quedarme.

DOÑA CLARA.-¡Quédese usted, caballero!

JULIA.-(No se hará de rogar.)

DON FÉLIX.-(Acercando una silla.) Tome usted asiento.

DOÑA CLARA.- Caballero...

DON FÉLIX.-Estará usted más cómoda.

DOÑA CLARA.-(Sentándose.) Pero, en fin, ¿qué placer halla usted?

DON FÉLIX.-(Sentándose también.) Tengo ojos.

DOÑA CLARA.- ¿Me está usted haciendo una declaración?

DON FÉLIX.-Ni más, ni menos.

DOÑA CLARA.-Pues le advierto a usted que no creeré una sola palabra de cuanto me diga.

DON FÉLIX.-Usted me cree ya.

DOÑA CLARA.-¿De veras?

DON FÉLIX.-Sabiendo usted que es entendida y hermosa, no me hará la injuria de creer que no sé apreciar tan raras cualidades.

DOÑA CLARA.-¿Con que, según usted dice, yo sé que soy hermosa y entendida?

DON FÉLIX.-Sin duda hace mucho tiempo que usted lo sabe, puesto que yo no he necesitado más que un instante para conocerlo.

JULIA.-¿Tiene usted algo que mandarme, señora?

DON FÉLIX.-Por mí no se detenga usted si desea retirarse. (Levantándose.)

DOÑA CLARA.-(Levantándose también.) Espero que este caballero, cuando me vea sola, no querrá abusar por más tiempo de mi difícil situación, y tomará el mismo partido.

DON FÉLIX.-Eso no pasa de ser una suposición.

JULIA.-(Entiendo.) (Vase.)

Escena V

DOÑA CLARA y DON FÉLIX.

DOÑA CLARA.-(Después de una pausa.) ¿Se queda usted?

DON FÉLIX.-Si usted se enfada, voy a volverme a sentar.

DOÑA CLARA.-Más vale echarlo a broma. Pero, veamos: ¿qué utilidad puede resultarle a usted de permanecer aquí?

DON FÉLIX.-Dudo si podrá resultarme alguna utilidad, pero mi gozo es indisputable.

DOÑA CLARA.-Y con tal de que usted goce, nada importa que yo...

DON FÉLIX.-Tengo la presunción de creer que le divierto a usted.

DOÑA CLARA.-Tal vez haya usted adivinado.

DON FÉLIX.-Me precio de adivino.

DOÑA CLARA.- ¿Y creerá usted, sin duda, que ya ha logrado agradarme?

DON FÉLIX.-Convenga usted, por lo menos, en que eso no es imposible.

DOÑA CLARA.-No hay remedio: es preciso reírse... Continúe usted...

DON FÉLIX.-Desde el instante en que vemos a una persona, sabemos si nos agrada. Todo lo que sucede después, no es más que una consecuencia de este primer momento.

DOÑA CLARA.-¿Usa usted ese lenguaje con todas las mujeres?

DON FÉLIX.-Le aseguro a usted que ésta es la primera vez...

DOÑA CLARA.-¿Con que debía usted ser impertinente una sola vez en su vida, y ha recaído sobre mí la preferencia?

DON FÉLIX.-Siguiendo las reglas ordinarias, me hubiera visto reducido a devolverle a usted su libro, a saludarla respetuosamente, y a retirarme triste y silencioso, sin abrigar siquiera la esperanza de volverla a ver jamás. Entre dos males, fuerza ha sido elegir uno, y he preferido correr el riesgo de desagradar a usted, a perder la sola ocasión que se me ofrecía de contemplar rostro tan hechicero y oír tan dulce voz.

DOÑA CLARA.-¿De modo que debo darle a usted las gracias?

DON FÉLIX.-Debe usted perdonarme; y si en lo sucesivo sigo valiéndome de medios semejantes, es porque prefiero enojarla a usted a serle indiferente.

DOÑA CLARA.-Pero, en fin, ¿qué espera usted de todo esto? ¿Cuáles son sus proyectos?

DON FÉLIX.-Seguir viéndola a usted todo el tiempo posible.

DOÑA CLARA.-¿Decididamente?

DON FÉLIX.-Decididamente.

DOÑA CLARA.-Entonces, sentémonos.

DON FÉLIX.-Iba a suplicárselo a usted. (Se sientan.)

DOÑA CLARA.-He dicho antes que esta entrevista me parecía inútil; ahora empiezo a creerla peligrosa...

DON FÉLIX.-¿Para quién?

DOÑA CLARA.-¡Oh! Para usted.

DON FÉLIX.-No comprendo...

DOÑA CLARA.-Con un corazón capaz de inflamarse tan fácil y repentinamente, corre usted riesgo...

DON FÉLIX.-¿De qué?

DOÑA CLARA.-De enamorarse.

DON FÉLIX.-Ya no puedo yo correr ese riesgo...

DOÑA CLARA.- ¡Cómo! ¿Está usted ya enamorado?

DON FÉLIX.-Hasta no más.

DOÑA CLARA.-Tentada estoy por creerlo para divertirme a costa de usted.

DON FÉLIX.-¡Diviértase usted, señora; diviértase usted!

DOÑA CLARA.-Y según esos principios sobre las repentinas sensaciones del alma, sin duda supondrá usted que ya ha empezado a obrar en mí la simpatía...

DON FÉLIX.-Mi franqueza pudiera desagradarle a usted.

DOÑA CLARA.-No, no; ya empiezo a acostumbrarme...

DON FÉLIX.-Buena señal.

DOÑA CLARA.- ¿Conque, espera usted?

DON FÉLIX.-De lo contrario, ¿estaría yo aquí?

DOÑA CLARA.- Dispénseme usted si me río...

DON FÉLIX.-Con mil amores. La risa añade nuevos encantos a su rostro de usted.

DOÑA CLARA.-¿Y en qué se funda semejante confianza?

DON FÉLIX.-Cuando un hombre desea verdaderamente hacerse amar, no puede menos de conseguirlo...

DOÑA CLARA.-¿Está usted seguro de lo que dice?

DON FÉLIX.-Mi receta es infalible...

DOÑA CLARA.-Y usted, que reúne varias cualidades envidiables, debe abrigar mayor confianza que cualquier otro.

DON FÉLIX.-Es una probabilidad más en favor mío.

DOÑA CLARA.- ¿Y cuándo empezaré yo a sentir esos efectos inevitables?

DON FÉLIX.-Desde ahora mismo.

DOÑA CLARA.-¡Oh! ¿Le amo a usted ya?

DON FÉLIX.-No digo tanto; pero mi suerte está ya decidida, y sólo será una consecuencia necesaria de esta primera entrevista su odio o su amor de usted en lo sucesivo...

DOÑA CLARA.-¡Oh! Usted está bien seguro de que al fin acabaré por amarle...

DON FÉLIX.-Absolutamente seguro, no; pero lo apostaría.

DOÑA CLARA.- ¿Que lo apostaría usted?

DON FÉLIX.-Sí, señora.

DOÑA CLARA.-Hágame usted el obsequio de señalar un plazo.

DON FÉLIX.-Se admiraría usted si le dijese cuán poco tiempo se necesita...

DOÑA CLARA.-Tiene usted carta blanca.

DON FÉLIX.-Pues bien, señora, pediría... veinticuatro horas.

DOÑA CLARA.- (Irónicamente.) ¡Un día entero!

DON FÉLIX.-Si gano antes, tanto mejor.

DOÑA CLARA.-¿Pues cómo sabrá, usted si ha ganado?

DON FÉLIX.-Al expirar el plazo, usted declarará los sentimientos que abrigue por mí.

DOÑA CLARA.-Esa confianza me es muy lisonjera.

DON FÉLIX.-Es un cálculo.

DOÑA CLARA.-¿Un cálculo?

DON FÉLIX.-Mediando una apuesta, su misma lealtad de usted la obligará a hacer una confesión vedada por las preocupaciones y la delicadeza en cualquiera otra circunstancia.

DOÑA CLARA.-Aun así salgo gananciosa. ¿Y apostaría usted mucho?

DON FÉLIX.-Todo lo que se quisiera.

DOÑA CLARA.-Duéleme que nos conozcamos tan poco, porque, a decir verdad, no me pesaría hacer esa apuesta, aun cuando no fuera más que para castigar tamaña presunción.

DON FÉLIX.-Me llamo Félix de Sandoval. Mis parientes han ocupado distinguidos puestos del Estado, y yo, señora, en la actualidad soy diputado a Cortes.

DOÑA CLARA.-Me lo había figurado. Yo, caballero, me llamo Clara de Vargas, viuda del general San Esteban, y he venido a Madrid a pleitear contra un pariente.

DON FÉLIX.-Me lo había figurado también. Ya nos conocemos. ¿Quiere usted apostar?

DOÑA CLARA.-Tengo un escrúpulo... No me gusta jugar con la certeza de ganar.

DON FÉLIX.-El mismo escrúpulo tengo yo.

DOÑA CLARA.-¿De veras?

DON FÉLIX.-Como usted lo oye. ¿Apuesta usted?

DOÑA CLARA.- Apuesto.

DON FÉLIX.-¿Formalmente?

DOÑA CLARA.- Formalmente.

DON FÉLIX.-En hora buena.

DOÑA CLARA.- ¿Qué cantidad?

DON FÉLIX.-Sean... diez onzas.

DOÑA CLARA.-Mañana debo hacer un pago que asciende justamente a esa suma.

DON FÉLIX.-Cuidado no vaya a duplicarse.

DOÑA CLARA.-Más fácil será que usted pague mis deudas.

DON FÉLIX.-Si usted me ama, las pagaremos juntos.

DOÑA CLARA.- ¿Conque, diez onzas?

DON FÉLIX.-¿Van apostadas?

DOÑA CLARA.-Empeño mi palabra.

DON FÉLIX.-Y yo la mía.

DOÑA CLARA.-Pero ahora se me ocurre... ¿Hace usted ánimo de permanecer a mi lado las veinticuatro horas convenidas?

DON FÉLIX.-En rigor, así se debía haber estipulado en el convenio. Pero no quiero abusar, y sólo le pido a usted permiso para hacerle tres visitas, y ésta se contará por una.

DOÑA CLARA.-Es usted muy generoso.

DON FÉLIX.-La primera ha servido para poner sitio a la plaza; la segunda será el asalto, y la tercera, la rendición..., es decir, el pago.

DOÑA CLARA.-Que usted me hará.

DON FÉLIX.-Que vendré a recibir.

DOÑA CLARA.-Pronto veremos quién paga a quién.

DON FÉLIX.-Y ahora que estoy autorizado para volver a su casa de usted, renuncio a las ventajas que podría proporcionarme una entrevista demasiado larga. (Levantándose.)

DOÑA CLARA.- Le aconsejo a usted que no vuelva.

DON FÉLIX.-¿Tiene usted miedo?

DOÑA CLARA.-Miedo por usted.

DON FÉLIX.-Menos lástima; la lástima es peligrosa.

DOÑA CLARA.-Mejor fuera desistir de tan loca apuesta.

DON FÉLIX.-Eso equivaldría a declararme vencedor.

DOÑA CLARA.- Pues adelante.

DON FÉLIX.-Adelante.

DOÑA CLARA.- (¡Mayor desfachatez!)

DON FÉLIX.-(¡Hermosura más peregrina!)

DOÑA CLARA.-¿Con que le amaré a usted?

DON FÉLIX.-Espero que sí.

DOÑA CLARA.-Veremos.

DON FÉLIX.-Veremos.

DOÑA CLARA.-Beso a usted la mano, caballero.

DON FÉLIX.-Señora, beso a usted los pies. (Saluda y vase.)

Escena VI

DOÑA CLARA.

DOÑA CLARA.-¡Qué hombre tan original! Dos meses ha que no me había sonreído una sola vez, y hoy... No volverá. Habrá querido divertirse... ¡Qué osadía! ¡Qué impavidez!... Aun en sus mismas impertinencias hay cierta gracia que le impide a una enfadarse formalmente. Pero si volviese, ¿qué debo hacer? Burlarme de él. ¡Es tan amable, tan fino!... No cabe en lo posible que espere ganar tan insensata apuesta... ¿Quién sabe? Tal vez una excesiva presunción le haga creer segura la victoria... Y bien mirado, ese caballero reúne todos los requisitos necesarios para agradar a una mujer... Rostro expresivo, ingenio y una excelente posición social... No hay duda: es muy digno de ser amado... Pero necesita una lección, y aun cuando hubiese de dar a Julia la cantidad estipulada, estoy decidida a ganársela. Por ganada. ¿Quién había de amar a un loco semejante? Y eso sí, es muy ingenioso... A veces no sabía yo qué decir... ¡Oh! ¡Me vengaré! Mucho sentiría que no volviese. ¡Es tan divertido!

Escena VII

DOÑA CLARA y JULIA.

DOÑA CLARA.-No sabes cuánto has perdido con irte.

JULIA.-Nada he perdido; lo sé todo.

DOÑA CLARA.-¿Has estado escuchando?

JULIA.-No he podido resistir a la curiosidad.

DOÑA CLARA.- ¿Y qué dices de la apuesta?

JULIA.-No me gusta mucho.

DOÑA CLARA.-¿Por qué?

JULIA.-Me parece muy crecida.

DOÑA CLARA.-Tanto mejor.

JULIA.-Usted no debiera haber arriesgado...

DOÑA CLARA.- ¿Cómo arriesgado?

JULIA.-Tiene usted un pleito que le cuesta mucho, y diez onzas no son un grano de anís.

DOÑA CLARA.-¡Necia! ¿Te figuras que las voy a perder?

JULIA.-Como usted me ha dicho que es desgraciada en el juego.

DOÑA CLARA.-¿Te figuras que voy a sentirme asaltada por una pasión repentina?

JULIA.-Como una no manda en su corazón.

DOÑA CLARA.- Tú no, pero yo...

JULIA.-No hay que fiarse de los locos.

DOÑA CLARA.-Me estás juzgando por ti misma.

JULIA.-Pero yo, señora, no arriesgaría nada; porque con estarle diciendo veinticuatro horas seguidas «no le quiero a usted, no le quiero a usted», todo estaba arreglado.

DOÑA CLARA.-Y mentirías por diez onzas.

JULIA.-He mentido mil veces por muchísimo menos.

DOÑA CLARA.-Te creo.

JULIA.-Si ese caballero vuelve, le diré que usted le detesta.

DOÑA CLARA.- ¿Y quién te ha encargado semejante comisión? ¿No puedo desempeñarla yo misma?

JULIA.-Usted, señora, es demasiado honrada para atreverse a mentir.

DOÑA CLARA.- ¡Eh! ¡Basta! Cuando vuelva Sandoval ven a avisarme.

JULIA.-He observado que ya no está usted tan fastidiada.

DOÑA CLARA.-Déjame en paz. (Va a coger el libro.)

JULIA.-No toque usted ese libro.

DOÑA CLARA.-Y ¿por qué?

JULIA.-Me parece de mal agüero...

DOÑA CLARA.-¡Bachillera! Cuando vuelva ese caballero le dirás...; no, no le digas nada. Me llamarás. (Se retira y vuelve.) Mejor sería que le dijeses que no estoy en casa... No, no; me llamarás. (Vase por la puerta de la izquierda.)

Escena VIII

JULIA.

Puesto que de apostar se trata, apuesto a que mi señora ha ido arreglar un poco su tocado; apuesto a que no me ha mandado ayudarla porque no le gustan mis observaciones; apuesto a que teme perder y no desea ganar, y apuesto, por último, a que mis apuestas tienen más probabilidades de ganancia que la suya.

Escena IX

JULIA y DON FÉLIX.

DON FÉLIX.-¿Estás sola?

JULIA.-Voy a pasar recado a mi señora.

DON FÉLIX.-No, no; antes quisiera hablarte.

JULIA.-Hablemos, pues... Por otra parte, creo que ahora está muy ocupada... en el tocador.

DON FÉLIX.-¡Bravo! Dime, ¿quieres mucho a tu ama?

JULIA.-Con todo mi corazón.

DON FÉLIX.-Lo mismo me sucede a mí. ¿Cuánto tiempo hace que murió su marido?

JULIA.-Un año.

DON FÉLIX.-¿Y amaba mucho al difunto?

JULIA.-Le amaba como una mujer honrada ama siempre a su esposo.

DON FÉLIX.-¿Y qué carácter tenía?

JULIA.-Despótico con sus criados, frío y áspero con su mujer, era un hurón en su casa; en la calle, el hombre más alegre y más amable del mundo.

DON FÉLIX.-Ese es el tipo general de todos los maridos. ¿Y Clara sintió mucho su muerte?

JULIA.-Mucho, muchísimo; pero ya, ¿quién piensa en eso?

DON FÉLIX.-Sin embargo, sólo hace un año...

JULIA.-Cuando una mujer se queda viuda, grita como una loca por espacio de tres días, llora durante dos semanas, suspira hasta que se pasan los tres primeros meses. Ya ve usted si en los nueve restantes hay tiempo sobrado para consolarse.

DON FÉLIX.-Tú representarías muy bien el papel de viuda.

JULIA.-Representaría bien otros muchos. ¿Y la apuesta? ¿Espera usted ganarla?

DON FÉLIX.-¿Qué opinas tú?

JULIA.-No sé qué decir a usted... ¡Veinticuatro horas! Si siquiera hubiera usted pedido un doble... Sin embargo, a mí se me figura...

DON FÉLIX.-¿Que podre ganar?...

JULIA.-Un corazón y diez onzas.

DON FÉLIX.-Me contento con lo primero.

JULIA.-Cédame usted lo segundo.

DON FÉLIX.-¿Quieres hacer una apuesta conmigo?

JULIA.-Temo perder.

DON FÉLIX.-¡Veamos! Si te doy un marido buen mozo y una buena dote, apuesto a que rehúsas2.

JULIA.-Pague usted, caballero, porque ha perdido.

DON FÉLIX.-Pagaré, pero escucha. Cuando hables con tu señora es preciso que le digas pestes de mí.

JULIA.-¡Dios me libre!... Se enojará.

DON FÉLIX.-Así lo espero.

JULIA.-¡Ah!, ya caigo. Pues descuide usted, voy a avisarle que está usted aquí,

DON FÉLIX.-Dime primero. ¿Confía doña Clara en ganar ese pleito que la ha traído a Madrid?

JULIA.-No las tiene todas consigo. Y de él depende una parte muy considerable de su fortuna.

DON FÉLIX.-Ya puedes avisarla cuando quieras.

JULIA.-(Con este hombre bien se puede jugar al ganapierde.) (Vase.)

Escena X

DON FÉLIX.

DON FÉLIX.-Si los medios de que me valgo son extravagantes, pronto sabrás, encantadora mujer, que mi locura no tiene más objeto que el de conseguir tu amor.

(JULIA sale del cuarto de DOÑA CLARA y se retira por el foro.)

Escena XI

DICHO y DOÑA CLARA, con un elegante tocado.

DOÑA CLARA.-¿Usted aquí, caballero? No esperaba volverle a ver.

DON FÉLIX.-Perdóneme usted, señora, si creo, por lo contrario, que usted estaba muy segura de que no faltaría.

DOÑA CLARA.-¿Sigue usted de tan buen humor?

DON FÉLIX.-¡Pluguiese a Dios, señora! En este instante un grave peso abruma mi corazón.

DOÑA CLARA.-Le veo a usted venir. Pero sépalo usted: la melancolía me fastidia lo que no es decible. No quiero que emplee usted armas inútiles.

DON FÉLIX.-Mi tristeza le parecerá a usted muy natural cuando sepa que al salir de aquí he recibido una carta de mi padre que me obliga a partir muy pronto.

DOÑA CLARA.-Eso es confesarse vencido.

DON FÉLIX.-Advierta usted que aún permaneceré en Madrid las veinticuatro horas convenidas, y podré ganar la apuesta.

DOÑA CLARA.-¡Ganarla!...

DON FÉLIX.-Eso es lo que más me aflige. Juzgue usted de mi desesperación cuando tenga que ausentarme en el momento mismo en que usted me haga la declaración de su amor.

DOÑA CLARA.-Para que usted no se vea en semejante conflicto, hagamos cuenta de que nada ha pasado entre nosotros.

DON FÉLIX.-Eso es confesarse vencida. Y veo con dolor, señora, que usted pagará los gastos de mi viaje.

DOÑA CLARA.-Por lo visto, su tristeza de usted no aminora en nada su osadía.

DON FÉLIX.-Aún me queda la suficiente para hacerle a usted una reconvención.

DOÑA CLARA.-Hable usted.

DON FÉLIX.-Al aceptar la apuesta no me ha dicho usted que su corazón pertenecía ya a otro.

DOÑA CLARA.-¿Está usted celoso? Mal medio para agradarme. Mi marido no lo era.

DON FÉLIX.-Yo he podido aspirar a conmover un corazón libre, pero nunca he abrigado la injuriosa esperanza de lograr hacerla a usted infiel.

DOÑA CLARA.-Voy a darle a usted cumplida satisfacción sobre este punto. No amo a nadie, ¿oye usted?, a nadie.

DON FÉLIX.-Pues bien, señora, basta ya de disimulo. Conozca usted, por fin, al hombre a quien acusa de fútil, de presuntuoso. Mi casa está enfrente de la de usted. Hace dos meses que espero horas enteras oculto detrás de una celosía a que usted se asome a esa ventana, para contemplarla en silencio. Cuando usted canta, sus acentos penetran hasta el fondo de mi corazón. De antemano sabía la causa que la había traído a usted a Madrid, y le juro a usted, señora, que he tomado una parte muy activa en todas sus inquietudes y todos sus pesares. Hoy una dichosa casualidad me ha proporcionado un pretexto para entrar en su casa de usted. Y ¿qué me importa la apuesta? No puedo perderla habiendo logrado el inestimable placer de conocerla a usted mejor; no puedo perderla si usted tiene la bondad de permitir que esta entrevista no sea la última; no puedo perderla, en fin, si usted conserva un recuerdo de este pobre loco. Réstame añadir que mi padre quiere obligarme a contraer matrimonio, que me ordena partir para enlazarme a una mujer que no tiene sus atractivos de usted, a una mujer a quien nunca podré amar, porque usted sola, encantadora Clara, reina en mi corazón. Conozco que sólo debo inspirar desconfianza después de tan extraña conducta; pero, ¡ah, señora!, yo pondré mi mayor conato en borrar esta impresión desfavorable, y pronto sabrá usted que si no merezco su amor, tengo, por lo menos, sagrados derechos a su amistad. (Sale y vase.)

Escena XII

DOÑA CLARA.

DOÑA CLARA.-¡Se fue! Quisiera llamarle... y no me atrevo. ¡Estoy aturdida! ¿Es éste aquel hombre tan ligero, tan inconsecuente? ¡Qué discurso! ¡Qué calor! ¿Podrá imitar también el artificio, el acento de la verdad? ¿Es un modelo de perfecciones o un monstruo de astucia y de perfidia? Imposible es mirarle con indiferencia. Es preciso amarle. Sí, sí..., amarle o aborrecerle.

Escena XIII

DOÑA CLARA y JULIA.

JULIA.-¿Qué le ha dicho usted a don Félix que se retira tan triste?

DOÑA CLARA.-Julia.

JULIA.-¿Señora?

DOÑA CLARA.-Compadéceme.

JULIA.-Por ventura, ¿han perdido ustedes la apuesta ambos y al mismo tiempo?

DOÑA CLARA.-Sandoval me conoce, hace mucho tiempo que me ha visto.

JULIA.-Ya lo sabía: me ha hablado del pleito; me lo ha contado todo.

DOÑA CLARA.-¡El pleito! Ya lo había olvidado. ¿Sabes que esto hace cambiar mucho las cosas?

JULIA.-Sin duda.

DOÑA CLARA.-Ayúdame, Julia, aconséjame. Sandoval, ¿es un aturdido o un hombre honrado? ¿Me ama o quiere burlarse de mí?

JULIA.-Yo sólo puedo creer lo primero de un caballero tan amable.

DOÑA CLARA.-¡Amable! ¿Crees que pueda ser un hombre amable con ese tono de fatuidad y de burla?

JULIA.-Tiene usted razón: ha estado algo impertinente.

DOÑA CLARA.-¿Qué sabes tú, necia? ¿Ha olvidado, por ventura, ni un solo instante los miramientos que se deben a una señora?

JULIA.-Eso sí, respetuoso y cortés como ninguno.

DOÑA CLARA.-¡Calla, simple, calla! ¡Cortés un hombre que propone a una dama apuesta tan ridícula y tan poco decorosa!

JULIA.-¡Apostar a que ha de hacerse querer en el término de veinticuatro horas! Efectivamente, eso es una insolencia.

DOÑA CLARA.-No es una insolencia cuando no se puede pasar por otro punto.

JULIA.-Y él lo ha demostrado muy ingeniosamente.

DOÑA CLARA.-¡No sabes lo que te dices! La apuesta es ingeniosa sin duda alguna, pero el plazo de veinticuatro horas es una solemne necedad.

JULIA.-Está visto: usted ha hecho muy mal en aceptar esa maldita apuesta.

DOÑA CLARA.-No he hecho sino muy bien. Ya ves..., si Sandoval fuese un hombre honrado.

JULIA.-¡Honrado! ¡Vaya si lo es! Estoy segura.

DOÑA CLARA.-Sí, sí, fíate de los hombres.

JULIA.-Dice usted bien: el mejor de todos, es un bribón.

DOÑA CLARA.-¡Estás insufrible!

JULIA.-No hay uno solo de quien nos podamos fiar.

DOÑA CLARA.-¿Ni uno solo? ¡Parece que tienes gusto en contradecirme! ¡Vete!... Quítate de mi vista. Si sigo oyéndote, acabaré por hacer un disparate.

JULIA.-(Se me figura que en las veinticuatro horas hay veintitrés de más.) (Vase por el foro.)

Escena XIV

DOÑA CLARA.

DOÑA CLARA.-¡Venturosos aquellos que no tienen criados! ¡Qué azote! ¡Qué plaga! ¡Qué peste! Porque he sido demasiado buena, porque he permitido a esa muchacha cierta familiaridad, ahora se goza en mortificarme... ¿Volverá Sandoval? ¿Qué debo pensar de él? ¿Qué piensa él de mí?... No quiero perder la apuesta y temo no poder ganarla.

Escena XV

DOÑA CLARA y JULIA.

JULIA.-(Dándoselas.) Dos cartas, señora.

DOÑA CLARA.-¡Ah! Esta es de mi abogado. (Abre la carta y lee.) «El pleito, señora, se habrá sentenciado dentro de dos horas en favor de usted.» ¡Cielos! «Debe usted esta inesperada actividad a las vivas instancias del señor diputado don Félix de Sandoval.» ¿Oyes? «A pesar de haberle prometido guardar silencio, hoy el deber me obliga a revelar a usted el nombre de su bienhechor. A él, y no a mí, deberá usted un resultado venturoso. A la una.» Y ahora son las tres. Julia, mi suerte está decidida. Veamos la otra carta. ¡Cielos! De Sandoval. (Después de haberla abierto, lee.) «La segunda entrevista, señora, me ha probado que he perdido la apuesta. Adjunta hallará usted en billetes de Banco la suma convenida. Sólo volveré a presentarme en su casa de usted para decirle adiós.» Y yo le digo a usted caballero... No, no; se lo diré a él mismo.

JULIA.-¡Lo ve usted, señora! Es un hombre de bien.

DOÑA CLARA.-¡Oh, es todo un caballero! ¡Un hombre como hay pocos en el mundo! Bien lo suponía yo; esa apuesta era demasiado extravagante para haber sido hecha de buena fe.

JULIA.-¿Y tendrá usted la crueldad de ganarla?

DOÑA CLARA.-¡Oh, eso sería horrible!

JULIA.-Me parece que ya no se volverá usted a fastidiar.

DOÑA CLARA.-Pero va a partir, quieren casarle.

JULIA.-Pues bien, señora, cásese; pero con usted.

DOÑA CLARA.-¡Eh, quita allá!

JULIA.-Alguien se acerca.

DOÑA CLARA.-¡Oh! Él es.

Escena última

DOÑA CLARA, JULIA y DON FÉLIX, en traje de camino.

DOÑA CLARA.-¡Ah, caballero! ¿Con que tan sólo debo a usted la celeridad con que se ha terminado mi pleito?

DON FÉLIX.-Tengo el gusto de noticiarle a usted que ya se ha sentenciado en su favor.

DOÑA CLARA.-¡Cielos! Deber a usted tanta ventura y recibir de sus labios tan grata noticia, son dos placeres que en vano trataría de ocultar. Pero ¿va usted a partir tan pronto? (Reparando en su traje.)

DON FÉLIX.-Una silla de posta me aguarda a la puerta. Ruego a usted que me dispense si me presento en este traje.

DOÑA CLARA.-Pero, dígame usted: ese casamiento, esa partida, ¿son absolutamente indispensables? Dispénseme usted, soy mujer, y, por tanto, curiosa.

DON FÉLIX.-Mi padre quiere que me case..., pero me deja la elección.

DOÑA CLARA.-¿Y la partida?

DON FÉLIX.-La partida sería inútil si hubiese ganado la apuesta; pero habiéndola perdido, no quiero permanecer en Madrid un solo día.

DOÑA CLARA.-Pero antes de partir, caballero, es preciso que yo le devuelva a usted lo que contiene esta carta. (Alargándole los billetes de Banco.)

DON FÉLIX.-¿No he perdido la apuesta?

DOÑA CLARA.-Tome usted, tome usted. Pretender que me quede con este dinero es hacerme una injuria.

DON FÉLIX.-¿Cabía en lo posible que yo ganase?

DOÑA CLARA.-En rigor..., sí..., sin duda.

DON FÉLIX.-Pues yo no me hubiera negado a admitir esa cantidad.

DOÑA CLARA.-Diga usted lo que quiera, yo no debo aceptarla.

DON FÉLIX.-¿Por qué razón?

DOÑA CLARA.-Porque... no quiero..., porque no puedo..., porque no debo aceptarla.

DON FÉLIX.-Pero ¿por qué, señora, por qué?

DOÑA CLARA.-¿No lo he dicho ya? Porque... no debo, porque mi conciencia... no me lo permite. ¿Entiende usted?

DON FÉLIX.-No, señora, no entiendo una palabra.

DOÑA CLARA.-¡Jesús! Usted me desespera.

DON FÉLIX.-Pero hable usted. ¿Por qué?

DOÑA CLARA.-Pues bien: porque no debo aceptar... como ganada...

DON FÉLIX.-Acabe usted.

DOÑA CLARA.-Una apuesta...

DON FÉLIX.-¡Clara!

DOÑA CLARA.-Una apuesta...

DON FÉLIX.-¡Por favor!...

DOÑA CLARA.-Que he perdido.

DON FÉLIX.-(Cayendo a sus pies y besándola una mano.) ¡Oh felicidad!

DOÑA CLARA.-(Tapándose el rostro con el pañuelo.) ¡Qué vergüenza, Dios mío! (Breve pausa.)

DON FÉLIX.-Mal dice ese rubor en tu rostro hechicero cuando acabas de hacerme feliz para toda mi vida.

DOÑA CLARA.-¡Estaba de Dios! Sépalo usted. Mis miradas habían penetrado a través de esa celosía en que usted se ocultaba: no ha pasado usted una sola vez por la calle que yo no le haya visto, y si hoy ese libro se me ha caído a la calle...

DON FÉLIX.-Acaba.

DOÑA CLARA.-Ha sido porque se me escapó de las manos.

JULIA.-Lo había adivinado.

DON FÉLIX.-También yo.

JULIA.-¿Y el viaje?

DON FÉLIX.-Ya he vuelto.

JULIA.-¿Y la apuesta?

DON FÉLIX.-(Dándole los billetes.) Tú la has ganado.

JULIA.-¿Yo? Acepto.

DON FÉLIX.-No en vano esperaba yo, Clara hermosa, que mi estratagema merecería tu aprobación.

DOÑA CLARA.-
Mas, ¡ay Dios!, lo que yo apruebo

reprueban otros quizá.

(Señalando al público.)


DON FÉLIX.-

(Adelantándose resueltamente.)

¿Quién dijo miedo? Allá va.


DOÑA CLARA.-
Vamos, habla.


DON FÉLIX.-

(Retrocediendo.)

No me atrevo.


DOÑA CLARA.-
¿Al débil tenaz asedias

y ahora enmudeces?


DON FÉLIX.-
Pues no

quisiera haber visto yo

al Cid haciendo comedias.


DOÑA CLARA.-
Lisonjero aplauso aquí

pronto con júbilo oiremos.


DON FÉLIX.-
¡Vana esperanza!


DOÑA CLARA.-
Apostemos,


DON FÉLIX.-
Yo a que no.


DOÑA CLARA.-
Pues yo a que sí.


DON FÉLIX.-
¡Temo ganar!


DOÑA CLARA.-

(Dirigiéndose al público.)

Hazle ver

que infundado es su temor:

público amigo y señor,

te lo ruega una mujer.


FIN DE LA COMEDIA