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Una voz contra el Imperio: Manuel Ugarte y la revista «La Rábida»

Manuel Andrés García





España y América no forman para mí dos entidades distintas. Forman un solo bloque agrietado. De ahí que entre resueltamente en materia, aceptando en común, con los de este lado y con los del otro lado del mar, todas las glorias y todos los pecados de la raza1.

Manuel Baldomero Ugarte, Causas y consecuencias de la Revolución Americana.                




Estas palabras, pronunciadas el 25 de mayo de 1910, están entresacadas de una conferencia organizada por el Ayuntamiento de Barcelona para conmemorar el centenario de la independencia argentina. El ponente, Manuel Ugarte, recogía en ella una concepción histórica inusual en América Latina al atribuir a los procesos independentistas el carácter de guerras civiles, contraviniendo la tradicional dicotomía «españoles-americanos» utilizada por las distintas historiografías patrias para describir el conflicto. No obstante, la interpretación resultaba idónea para resaltar la posterior fragmentación política hispanoamericana, el afloramiento de rivalidades entre las nuevas repúblicas y otras consecuencias derivadas de dicha fractura cuyo beneficio, cuando menos, sería cuestionable2.

Si bien para los profanos las palabras de Ugarte pudieran aparentar cierta nostalgia de la coyuntura colonial, nada más lejos de la realidad. Para el intelectual, las independencias no habían sido sino la culminación de un deseo colectivo en pro de imponer «las ideas liberales y democráticas» tanto en América como en España. O, dicho de otro modo, el combate había enfrentado no a españoles y americanos sino a «dos fuerzas seculares que aún continúan en lucha: el Minotauro del absolutismo y el Hércules de la libertad»3. Así, frente al usual discurso del continente levantado en armas contra su metrópoli, Ugarte respaldaría otro bien distinto: el de dos concepciones del mundo -autoritarismo vs. democracia- cuya colisión acabó quebrando lo que hasta entonces había sido una unidad, ciñendo los antagonismos a las ideas y no a los pueblos4.

Que en el centenario de la independencia argentina un conferenciante porteño resaltase la unidad hispanoamericana no sería tanto un gesto de cortesía como el signo de una coyuntura. Que el conferenciante en cuestión fuese Manuel Ugarte no sería sino el reconocimiento a quien emergía como referente político e ideológico de un americanismo de sesgo antiimperialista que vería en el legado hispánico un elemento, entre otros, en torno al que congregarse.

Poeta, periodista, orador, activista... las facetas de Ugarte fueron muchas y en ninguna pasó inadvertido. No obstante, la cultura oficial argentina lo condenó al olvido durante décadas, al punto que Norberto Galasso, al prologar la compilación La nación latinoamericana, lo calificaría como «un verdadero "maldito"»5. Un adjetivo certero para quien, pese a protagonizar alguna de las controversias más señaladas del socialismo argentino o aun habiendo sido cabeza de un movimiento que marcaría el devenir político latinoamericano, no fue en el continente sino en España donde lograría dar salida a sus principales obras6.

Este último detalle, sorprendente por otra parte, ha sido destacado de manera dispar por los distintos investigadores. Y no hablamos de una nimiedad: todos aquellos libros considerados esenciales para conocer el pensamiento antiimperialista ugartiano fueron publicados, de inicio, por editoriales españolas. El Porvenir de la América Española (Valencia, Prometeo Edit., 1910); Mi campaña hispanoamericana (Barcelona, Editorial Cervantes, 1922); La Patria Grande (Barcelona, Editorial Internacional, 1922); El Destino de un Continente (Madrid, Editorial Mundo Latino, 1923)... Incluso un trabajo menor como La verdad sobre Méjico vería la luz en Bilbao, en 1919. Para encontrar algún texto de Ugarte editado en Argentina hay que remontarse prácticamente a sus primeros escritos -financiados por él mismo o por su familia- con el añadido de que se trataron de obras poéticas, no ideológicas7. Las únicas salvedades serían un folleto, Las ideas del siglo, editado en 1904 por el Partido Socialista Argentino (PSA), así como un libro, Manuel Ugarte y el Partido Socialista. Documentos recopilados por un argentino, en el que quedaría plasmada la polémica que el autor mantuvo con el PSA y, en particular, con su líder Juan Bautista Justo8.

Tal dinámica indica el estrecho vínculo que el autor mantuvo con España y su intelectualidad. También con Francia, donde cultivaría básicamente su vertiente poética y literaria9, pero sobre todo con España. Resulta por ello extraño la escasa atención prestada por los eruditos a dicha relación, sobre todo teniendo en cuenta la íntima conexión existente entre una España sumida en una grave crisis de identidad tras la derrota de Cuba y una América Latina que padecía en sus carnes el imparable ascenso de los Estados Unidos. Una circunstancia que, por otra parte, reforzaría sustancialmente la política de acercamiento suscitada entre la antaño metrópoli y sus antiguas colonias a raíz de las conmemoraciones del Cuarto Centenario.

De entre los movimientos que más se esforzaron en pro de dicha aproximación uno brillaría con luz propia: el hispanoamericanismo. Una corriente con la que Ugarte mantendría frecuentes contactos y que le abrió las puertas de sus principales publicaciones. Con todo, pese a que fueron muchas las agrupaciones surgidas al albur de esta ideología, hubo una por la que el intelectual argentino mostraría especial simpatía: la Real Sociedad Colombina Onubense, tanto por ser pionera del asociacionismo hispanoamericanista como por las connotaciones que Huelva y su provincia tenían dentro del imaginario latinoamericano.

Sobre dicha relación y su plasmación en la revista La Rábida es que centraremos este capítulo.


De la bohemia literaria al socialismo antiimperialista

Manuel Ugarte nació en Buenos Aires el 27 de febrero de 1875. Hijo de familia acomodada, ya desde su adolescencia despuntó como poeta con pequeños trabajos publicados gracias al apoyo económico de sus padres.

En 1897, con apenas 22 años, partiría hacia Francia para continuar sus estudios como tantos y tantos hijos de la alta burguesía argentina. En esa época, si para las elites americanas Europa representaba una Arcadia cultural, París ejercía como su principal luminaria. Allí Ugarte perfeccionó su francés; aprendió inglés e italiano; asistió a clases de filosofía y sociología y se relacionó con lo más granado de la bohemia cultural parisina. No obstante, París también le supuso conocer una realidad social alejada de los grandes salones10 e intimar con personalidades como Jean Jaurès, referente de la izquierda francesa y europea, fundador del diario L'Humanité e inspirador de un socialismo de talante reformista que arraigó tan profundamente en el escritor11 que, en 1903, decidiría afiliarse en el PSA.

La derrota española en Cuba sorprendió a Ugarte en París. Una noticia esta que, aun siendo previsible tras la entrada de los Estados Unidos en el conflicto, no dejó de provocar una sensación de impotencia y miedo en América Latina. De impotencia al comprobar cómo el movimiento independentista cubano debía plegarse a la voluntad de una potencia mucho más poderosa que España. De miedo al constatar nuevamente el poderío militar estadounidense, que en apenas unas semanas deshizo la resistencia militar española en todos sus dominios de ultramar.

La respuesta de la intelectualidad latinoamericana no fue tibia. Ya la solicitud del presidente McKinley al Congreso, el 11 de abril de 1898, para que autorizase la intervención militar en Cuba provocó exaltadas reacciones. Rubén Darío, simpatizante declarado del independentismo cubano, no tardó en hacer público su rechazo con un artículo, «El triunfo de Calibán», publicado en El Tiempo de Buenos Aires el 20 de mayo y reeditado en El Cojo Ilustrado de Caracas el 1 de octubre12. Para el poeta la intromisión de Washington confirmaba los peores temores de su admirado José Martí quien, no sin razón, había advertido de los peligros de que Estados Unidos tornase su mirada hacia el Caribe como objetivo de su política imperialista13. Así, vista la amenaza en ciernes, el poeta abogaría por una salida ya advertida por el Apóstol cubano en diversos escritos: la unidad de los pueblos hispanoamericanos.

De tal manera la raza nuestra debiera unirse [...] Desde Méjico hasta la Tierra del Fuego hay un inmenso continente en donde la antigua semilla se fecunda, y prepara en la savia vital, la futura grandeza de nuestra raza; de Europa, del universo, nos llega un vasto soplo cosmopolita que ayudará a vigorizar la selva propia. Mas he ahí que del Norte, parten tentáculos de ferrocarriles, brazos de hierro, bocas absorbentes.

Esas pobres repúblicas de la América Central ya no será con el bucanero Walker con quien tendrán que luchar, sino con los canalizadores yankees de Nicaragua; Méjico está ojo atento, y siente todavía el dolor de la mutilación; Colombia tiene su istmo trufado de hulla y fierro norteamericano; Venezuela se deja fascinar por la doctrina de Monroe y lo sucedido en la pasada emergencia con Inglaterra, sin fijarse en que con doctrina de Monroe y todo, los yankees permitieron que los soldados de la reina Victoria ocupasen el puerto nicaragüense de Corinto; en el Perú hay manifestaciones simpáticas por el triunfo de los Estados Unidos; y el Brasil, penoso es observarlo, ha demostrado más que visible interés en juegos de daca y toma con el Uncle Sam.

Cuando lo porvenir peligroso es indicado por pensadores dirigentes, y cuando a la vista está la gula del Norte, no queda sino preparar la defensa14.



La respuesta de Darío cabría encuadrarla en la misma línea que el discurso pronunciado por el franco-argentino Paul Groussac, el 2 de mayo de 1898, en el Teatro Victoria de Buenos Aires o la publicación del Ariel de José Enrique Rodó en 1900. En todos ellos surge un nombre, Calibán, identificado con el materialismo expansionista estadounidense frente a un Ariel que encarnaría las virtudes, mucho más espirituales y éticas, de la cultura hispánica. Una metáfora que arraigaría con fuerza en el imaginario hispanoamericano de la época y acercaría posturas entre una España hundida por la derrota y una América Hispana que asumiría el fracaso casi como propio15.

Ugarte no tardó en sumarse a la nueva corriente. Sus primeros artículos -«El peligro yanqui» y «La defensa latina»- fueron publicados en 1901 en El País de Buenos Aires, haciendo una hilazón argumental tal que bien podrían considerarse complementarios al pasar de la denuncia contra el expansionismo norteamericano presente en el primero16 a la propuesta de unidad hispanoamericana con que culminaría el segundo17. Su posterior ingreso en el PSA no haría sino consolidar su visión y aumentar su experiencia política, asistiendo como delegado a los Congresos celebrados por la Segunda Internacional en Amsterdam (1904) y Stuttgart (1907).

Fue tras la reunión de Stuttgart que Ugarte haría visibles sus diferencias ideológicas con Juan Bautista Justo, fundador del PSA y director de su principal órgano de difusión, el periódico La Vanguardia. El PSA de comienzos de siglo era un partido implantado fundamentalmente en Buenos Aires, con un importante contingente de artesanos extranjeros entre sus miembros y una dirección de mentalidad liberal en la que abundaba la pequeña burguesía. Un partido que, según Galasso, actuó «a lo largo de casi toda su historia, como ala izquierda del conservadurismo oponiéndose frontalmente a los movimientos nacionales»18. No es este un detalle menor. Ugarte pudo no ser el más revolucionario del mundo, pero sí sería consecuente con una cuestión, la nacional y su perspectiva continental, que no podía ser eludida en el debate político latinoamericano. Esto haría que, con posterioridad, fuese calificado como «nacionalista burgués» por los partidarios de Justo y su sucesor, Vittorio Codovilla. Un calificativo que sería cuestionado años después por Rodolfo Puiggrós no sin ironía19.

Lo cierto es que la polémica no resulta tan sorprendente teniendo en cuenta las serias discrepancias ideológicas de sus protagonistas. Justo podía ser el fundador del PSA, pero nunca ocultó una visión de la modernidad que le llevaría incluso a justificar las guerras expansionistas norteamericanas como vía de progreso. Prueba de ello sería su visión del conflicto mexicano-estadounidense de 184820 o de la más cercana debacle española, a la que consideraría paradigmática como «lección de antipatriotismo» o como muestra de la decadencia civilizatoria hispana frente al ascenso de otros países21. Como bien aclaró Puiggrós, para Justo la única antítesis existente era la que oponía civilización y barbarie, sosteniendo cómo «era indispensable civilizar primero a los pueblos para implantar el socialismo». Esto llevaría a algunos de sus discípulos más ortodoxos a advertir del riesgo de caer «en el absurdo nacionalista si vemos una desgracia en la acción coordinada del imperialismo»22.

Esta era la posición oficiosa, por no decir oficial, del PSA cuando Ugarte se sumó a sus filas. No puede decirse, por tanto, que fuese imprevisible un choque entre el escritor y el entonces líder del partido. El primer conato se produjo el 2 de julio de 1908, con la publicación en La Vanguardia de un artículo de Ugarte, «Socialismo y patria», en el que criticaría aquellas resoluciones del Congreso de Stuttgart en las que la Segunda Internacional pareció constatar la incompatibilidad de ambos conceptos. Un principio más acorde con lo sostenido por el justismo que con las tesis del intelectual, lo que llevaría a este a plantear su disconformidad desde una redefinición de los términos23 que naturalizaría como deber de todo socialista el apoyo a los países víctimas de las agresiones imperialistas independientemente de su bandera:

Yo también soy enemigo del patriotismo brutal y egoísta que arrastra a las multitudes a la frontera para sojuzgar a otros pueblos y extender dominaciones injustas a la sombra de una bandera ensangrentada [...] Pero hay otro patriotismo superior, más conforme con los ideales modernos y con la conciencia contemporánea. Y ese patriotismo es el que nos hace defender contra las intervenciones extranjeras, la autonomía de la ciudad, de la provincia, del Estado, la libre disposición de nosotros mismos, el derecho de vivir y gobernarnos como mejor nos parezca. Y en ese punto todos los socialistas tienen que estar de acuerdo para simpatizar con el Transvaal cuando se encabrita bajo la arremetida de Inglaterra, para aprobar a los árabes cuando se debaten por rechazar la invasión de Francia, para admirar a la Polonia cuando, después del reparto, tiende a reunir sus fragmentos en un grito admirable de dignidad y para defender la América Latina si el imperialismo anglosajón se desencadena mañana sobre ella. Todos los socialistas tienen que estar de acuerdo, porque si alguno admitiera en el orden internacional el sacrificio del pequeño al grande, justificaría en el orden social la sumisión del proletariado al capitalista, la opresión de los poderosos sobre los que no pueden defenderse24.



Las discrepancias entre la dirigencia socialista argentina y el autor quedaron al descubierto con este escrito, probando la dificultad de una conciliación futura. El desencuentro era demasiado obvio para colegir lo contrario. No obstante, el texto también dejaría ver algunos de los principios sobre los que Ugarte construyó su primer gran ensayo: El porvenir de la América Latina. Una obra cuyo impacto marcaría el futuro político del escritor al convertirle en un referente del antiimperialismo hispanoamericano pero que, a la par, también haría evidente su distanciamiento con el PSA respecto al presente del continente y los peligros que lo acechaban.




El porvenir de la América Latina y la gran gira americana

Publicado entre 1910 y 191125, El porvenir de la América Latina supuso un aldabonazo para la intelectualidad latinoamericana. Organizado en tres bloques -«La raza»; «La integridad territorial y moral» y «La organización interior»- el libro desplegaría una triple perspectiva circunscrita respectivamente -como si de una mirada pasado-presente-futuro se tratase- a la cuestión étnica, la situación política latinoamericana y al proyecto a desarrollar por y desde el continente con el que «suscitar una nacionalidad completa y [...] rehacer en cierto modo, respetando todas las autonomías, el inmenso imperio que España y Portugal fundaron en el Nuevo Mundo»26.

El tema racial, vista la influencia del darwinismo social en el XIX latinoamericano, era insoslayable para un Ugarte alejado de una idea, la jerárquica étnica, asumida como real por buena parte de los gobiernos continentales. La herencia dejada a este respecto por el positivismo no fue pequeña, inspirando e impulsando políticas de progreso sin más base que los prejuicios de las elites lustrados, eso sí, con el barniz cientificista de la época. Tampoco puede decirse que la intelectualidad del periodo no tuviese su cuota de responsabilidad, siendo escasos los autores que hicieron público su desacuerdo con tales criterios.

La posición de Ugarte en este asunto le llevaría a no desdeñar de entrada las teorías positivistas -algo visible en la importancia concedida al análisis de los fenotipos americanos- pero sin que ello supusiese apoyo alguno a la vertiente discriminatoria de tales tesis. Por el contrario, su postura estaría más en línea con sus detractores que con sus partidarios. Una cosa era hacer una tipificación poblacional conforme a las supuestas características morales de cada raza y otra asumir como cierto el determinismo biológico de autores como Bunge o Sarmiento. Ugarte podía aceptar que la raza jugase un rol en el progreso de los pueblos -argumento habitual para explicar el retraso latinoamericano y el desarrollo estadounidense con el mestizaje, o su ausencia, como pieza angular de ambos- pero negaba que tal situación pudiera ser definitiva o invalidar otras vías de progreso distintas a las de la América anglosajona:

Los Estados Unidos han alcanzado una originalidad nacional sin recurrir a la mezcla con las razas aborígenes. Pero esto no es más que la comprobación de un hecho que subraya la diferencia entre dos sistemas de colonización, entre dos caracteres, entre dos fenómenos sociales. Lo que nos ha perjudicado hasta ahora en la América del Sur ha sido precisamente el teoricismo que nos induce a resolver nuestros problemas con fórmulas importadas y a calcar nuestra vida sobre otras vidas [...] Los hombres que colonizaron la América del Norte, contenidos por su puritanismo o a causa de una antipatía natural, no se mezclaron con el primer ocupante. Los que acudieron á la América del Sur procedieron de una manera contraria. No cabe epilogar sobre lo que pudo ser más conveniente. El hecho está ahí, para marcar quizá una diferencia amplificada después. Los Estados Unidos, formados por una acumulación de gentes frías y razonadoras, se han desarrollado de acuerdo con su origen, haciéndose una originalidad de la vida febril y del industrialismo desbordante. La América del Sur, donde predomina el elemento latino, ha tomado otros rumbos, que no son superiores ni inferiores, que son simplemente diferentes. Tengamos la audacia de cargar con el pasado y confesar lo que somos. En vez de atarnos a la zaga de otros pueblos, tratemos de cohesionar las moléculas, utilizando del mejor modo posible nuestras características y nuestra composición27.



Partiendo del cotejo de las dos Américas y sus diferentes sistemas de colonización, Ugarte extendería sus reflexiones a la actualidad política del continente, marcada por el expansionismo norteamericano y la prevalencia de sus intereses. La supremacía estadounidense, como bien apuntaría el autor, abarcaba diversos frentes, habiendo convertido a la economía y las finanzas en instrumentos de dominación tan efectivos como la amenaza militar28. Las experiencias pasadas y recientes, por otra parte, no daban motivo alguno para el optimismo29, sobre todo tras la construcción de un Canal de Panamá cuyo control se convertiría en razón de Estado para el gobierno de Washington30.

Para el intelectual argentino la única alternativa a oponer al imperialismo pasaba por la unidad. La Doctrina del Big Stick se había confirmado como una triste realidad, con continuas demostraciones de poder por parte norteamericana. Pero, aparte de eso, el Departamento de Estado había sabido concretar las aspiraciones hegemónicas estadounidenses en un discurso -el panamericanismo- que iría calando paulatinamente en el ámbito diplomático latinoamericano a través de las Conferencias Panamericanas.

Impulsadas en su origen por los Estados Unidos con intenciones comerciales, dichas reuniones terminarían escenificando de manera fidedigna la nueva realidad política del continente. Apenas un año antes, en 1910, se había acordado la creación de la Unión Panamericana (UP) en la IV Conferencia. Sin embargo esto no sería sino un paso más en la estrategia estadounidense por imponer su influencia -de manera progresiva y con la integración como excusa- sobre el resto de países miembros.

Tal propósito se haría evidente prácticamente desde el primer encuentro, celebrado en Washington entre 1889 y 1990, donde se convino la creación de la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas y, como parte de esta, del antecedente directo de la UP: la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas31. Sus objetivos irían desde la preservación de la paz hasta la mejora de las comunicaciones interportuarias, pasando por la formación de una unión aduanera o la adopción de criterios comunes en cuestiones como los derechos de patentes, los sistemas de pesos y medidas o la posible adopción del patrón plata.

Sobre el papel, tales medidas podrían proyectar una imagen de integración real, consolidada con la creación de otros organismos como la Organización Panamericana de la Salud, en 1902, dedicada a temas sanitarios. Empero las condiciones y la preeminencia ejercida por Washington en las nuevas instituciones patentizarían la desigualdad existente entre los países miembros. O, siendo más exactos, entre el promotor de los nuevos organismos y el resto de sus componentes. Baste un detalle para advertirlo: la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas no contaría con un presidente latinoamericano hasta 1946, el mexicano Pedro de Alba. Todos sus predecesores fueron estadounidenses32. Caso parecido sería el de la Organización Panamericana de la Salud, con la salvedad de que en esta la dirección no sería ocupada por un latinoamericano hasta 195933.

La progresiva difusión del discurso panamericanista y la falta de equidad interna presente en sus órganos fueron advertidas con severidad por un Ugarte convencido del trasfondo colonizador del proyecto:

Y puesto que empezamos a preguntar, ¿qué es la Oficina de las Repúblicas Americanas sino el esbozo y el germen de un futuro ministerio de Colonias? Ni Francia ni ningún otro país tiene una Oficina de Naciones Europeas. Tampoco existe en la América del Sur un organismo semejante. ¿Cuál puede ser la utilidad de ese resorte de la administración? ¿Cómo recibiría Alemania -o cualquier otra potencia del antiguo Continente- la noticia de que acababa de fundarse en Londres un bureau oficial presidido por un ex ministro plenipotenciario con, el fin único de «estudiar su situación y cultivar las relaciones con ella»? ¿Por qué no estamos sometidos nosotros como los demás países a la simple jurisdicción del ministerio de Relaciones Exteriores?34



Frente a todo ello, el argentino propondría un plan conjunto con el que articularse como comunidad. Un plan de carácter multilateral que abarcaría desde la reivindicación de América Latina como ente colectivo hasta la definición de un amplio programa de reformas con fines tan diversos como el desarrollo industrial, la eliminación del latifundio, la nacionalización de los recursos, el intervencionismo estatal en la economía... Aspiraciones, en todo caso, engarzadas en torno a lo que serían las dos ideas troncales del libro: la lucha antiimperialista y la unidad continental.

El éxito de la obra fue apabullante, inspirando a Ugarte la realización de una gira que, en apenas tres años, le llevaría a recorrer prácticamente toda la América Hispana. Cuba, Santo Domingo, México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay fueron algunos de sus destinos. También impartiría conferencias en la Universidad de Columbia y en la Sorbona de París. El prestigio que su nombre fue cobrando en los círculos intelectuales se vería acrecentado por las presiones ejercidas por la diplomacia norteamericana para impedir sus intervenciones. Presiones que, aun teniendo relativo éxito en países como El Salvador, Guatemala, Nicaragua o México, también pondrían sobre el tapete la sumisión de la clase política latinoamericana a los dictados de Washington y el progresivo arraigo del mensaje antiimperialista en el estudiantado y las clases populares.

Paradójicamente fue en su país donde mayores recelos despertaron sus propuestas, lo que no quitaría para que el movimiento de Reforma Universitaria de 1918 lo considerase, posteriormente, uno de sus principales inspiradores. Uno de los grupos que más se significaría en las críticas a Ugarte sería, precisamente, el PSA, denostando la gira americana en unos términos reveladores del desapego y la prepotencia con que el socialismo argentino contemplaba al resto del continente: «Ugarte viene empapado de barbarie, viene de atravesar zonas insalubres, regiones miserables, pueblos de escasa cultura, países de rudimentaria civilización [...] y quiere complicarnos en el atraso político y social de esas pobres repúblicas»35.

El comentario no hizo sino preceder la ruptura entre el autor y el justismo. La chispa de la discordia fue un texto de Justo publicado el 20 de julio, Día de la Independencia de Colombia, en el que ponía en cuestión el grado de civilización de aquel país36. El comentario, de por sí, podría considerarse desafortunado. Sin embargo la polémica vino acentuada por la valoración que el líder socialista haría de una cuestión especialmente dolorosa para los colombianos: Panamá y su independencia. A nadie se le escapaba la estrecha relación existente entre la construcción del Canal y la secesión panameña tras los desencuentros entre el gobierno colombiano y los intereses estadounidenses presentes en el istmo. Pero que Justo conceptuase al nuevo Estado como clave de progreso para Colombia no podía, por menos, que ser considerado ofensivo por Ugarte quien, en una carta de rectificación enviada a La Vanguardia con fecha de 21 de julio señalaría cómo:

Al decir que Colombia entrará en «el concierto de las naciones prósperas y civilizadas» se establece que no lo ha hecho aún y se comete una injusticia [sic] dolorosa contra ese país, que es uno de los más generosos y cultos que he visitado durante mi jira [sic]. Al afirmar que «Panamá contribuirá a su progreso», se escarnece el dolor de un pueblo que, víctima del imperialismo yanqui, ha perdido, en las circunstancias que todos conocen, una de sus más importantes provincias y que resultaría «civilizado» por los malos ciudadanos que sirvieron de instrumento para la mutilación del territorio nacional37.



La carta de Ugarte vendría acompañada de una advertencia, amenazando con abandonar toda colaboración con La Vanguardia si su línea editorial insistía en el desprecio hacia las repúblicas latinoamericanas. La respuesta de la dirigencia socialista dejaría poco espacio para la duda ya que, si bien subrayaría con datos censales la falta de intencionalidad en las supuestas vejaciones, también haría una crítica directa al autor por enfocar al imperialismo norteamericano como el causante principal de las desdichas del continente:

No es exhibiendo el espantajo del imperialismo yankee como se van a redimir de la tiranía interna y de la posible presión exterior los pueblos latinoamericanos. Es realizando la gran obra constructiva de elevación económica, política y social del pueblo trabajador como se asegurará la autonomía y la independencia nacionales y la fraternidad y solidaridad internacionales.

Mucho y muy bueno tenemos que aprender del gran pueblo norteamericano. Y lo único que podemos y debemos oponer al dominio y expansión del capitalismo yankee es el despertar de la conciencia histórica del proletariado latinoamericano, su organización en partido de clase.



A partir de ese momento el distanciamiento de Ugarte con el PSA fue un hecho. El enfrentamiento provocó un intercambio epistolar en el que las acusaciones irían de un lado a otro haciendo de la reconciliación un imposible. Ugarte acusó al PSA de interpretar la realidad desde una óptica equivocada, queriendo aplicar tácticas y estrategias que -si bien podían tener sentido en otras latitudes- en nada se ajustaban a la coyuntura latinoamericana. La Vanguardia, por su parte, temiendo la quiebra de sus bases, inició una campaña de descrédito personal contra el escritor y su idea de «socialismo nacional». Así, Ugarte acabaría concitando en su país la animadversión de dos sectores teóricamente antagónicos: oligarcas y socialistas. Una paradoja que explicaría, en cierto modo, el ostracismo al que sería abocado el autor años después.




El antiimperialismo ugartiano visto desde España

La relación de Ugarte con España, como vimos, venía de largo. Ya su actividad como escritor le había prodigado amistades en el ámbito literario de la talla de Unamuno y Baroja38. No obstante fueron su progresiva implicación en los problemas latinoamericanos y el creciente influjo de su prédica antiimperialista las que le otorgarían un prestigio inusitado en un país todavía lastimado por la debacle cubana.

Que un argentino denunciase el expansionismo estadounidense no podía sino despertar simpatías en la generación noventayochista. Pero que resaltase en su discurso a España y su legado como parte sustancial de su propuesta unitaria hizo que la intelectualidad española la encajase casi como propia. No se trataba, ciertamente, de una perspectiva novedosa. Muchos intelectuales latinoamericanos vislumbrarían en la crisis identitaria de 1898 detalles o esbozos identificables con problemas concretos de sus repúblicas. Del mismo modo, los ejemplos antevistos de Rodó y Darío ilustran un cambio en la percepción de España -al menos por parte de la intelectualidad- que ya había empezado a pergeñarse en las últimas décadas del XIX y, sobre todo, en los años previos al IV Centenario, pero que encontraría en la derrota frente a los Estados Unidos un punto de inflexión emblemático. En el caso de Ugarte este posicionamiento le llevaría a remarcar una idea de España cercana, en algunos aspectos, al regeneracionismo, apuntando la necesidad de cambios en el país tanto como reconociendo a este como raíz inequívoca e ineludible del futuro proyecto continental:

Nada de recriminaciones contra España. Los sudamericanos que reniegan de su origen son suicidas morales y parricidas a medias. España fue la cuna y el brazo de la nacionalidad. Somos sus hijos cariñosos y ninguna bandera debe estar como la suya tan cerca de nuestro corazón. Claro está que esto no nos obliga a cultivar sus errores. El cariño debe, por el contrario, traducirse en franqueza, en lealtad, en empuje para remover su espíritu. Amar a España no es querer que siga siendo como es, sino desear que sea como debe. [...] Así se explica que, aunque en libros anteriores he dicho sobre España muchas verdades penosas sin medir los comentarios que iba a provocar una frase ni calcular las antipatías a que podrían dar lugar las apreciaciones severas, declare hoy que me siento parcialmente español y reconozca la necesidad de ser consecuente con los que nos dieron el espíritu que se prolonga en nosotros a pesar de todas las modificaciones posteriores. [...] esa misma franqueza me conduce a proclamar que si renegamos del punto de partida, nos condenamos a edificar en el viento. España está presente en nosotros con sus grandezas y sus debilidades. A un siglo de distancia, cuando ya se han borrado los ecos de la lucha, podemos reconocer la verdad y hacer de ella un punto de apoyo para robustecer nuestro espíritu, que no es cerrando los ojos a la luz como llegaremos a adquirir el aplomo y la solidez de lo durable39.



La publicación de El porvenir de la América Latina no pudo tener mejor acogida independientemente de la corriente política. Dos ejemplos: El Heraldo de Madrid, periódico de tendencia demócrata y con gran aceptación entre la clase obrera, al hablar del libro referiría cómo «Al dar la voz de alarma denunciando el avance de los anglosajones, el autor se eleva, sin abandonar sus tendencias avanzadas, hasta las más puras regiones del patriotismo»40. Del mismo modo, si atendemos a un periódico de tendencia contraria como el conservador El Heraldo Militar, podemos verificar cómo los elogios no le irían a la zaga: «Hasta ahora no se ha publicado en la América de origen español nada que tenga un espíritu tan continental y que tan de cerca toque los intereses y la vitalidad del conjunto [...] Nadie puede dejar de reconocer que esta obra de polémica y de combate nace de una gran sinceridad puesta al servicio del más noble de los ideales»41.

Vuelta la mirada hacia las revistas coetáneas, también puede constatarse la alabanza como pauta común. En Nuestro Tiempo el libro sería descrito en términos de «tanta utilidad, sobre todo para los americanos de nuestra raza, que desconocerlo es tanto como desconocer el problema americano en nuestros tiempos, y por ende desconocerse a sí mismos»42. La barcelonesa Hojas Selectas, vista la coyuntura y la atención que el tema despertaba en ambas orillas, editaría en sus páginas una síntesis del libro aun antes de finalizar 191043. Otras, como Por esos mundos44, resaltarían el patriotismo del escrito -«ámplio [sic] y rotundo, muy distinto al estrecho y limítrofe de los demás americanos»- junto al interés que el tema debía suscitar en la península45.

Ni siquiera aquellas publicaciones que mayor escepticismo mostraron ante la propuesta escatimarían el aplauso. El Imparcial, por ejemplo, siendo uno de los periódicos más influyentes de este periodo, valoraría la abundancia de ideas presente en la obra y la elocuencia del escritor, aunque no ocultaría sus dudas sobre la viabilidad del proyecto46. Otras, como la revista cultural La Lectura, repetiría fórmula al comparar la fe del autor con la de Walt Whitman en cuanto a hacer del continente americano «no [...] un Nuevo Mundo, sino un mundo nuevo», pero sin dejar por ello de señalar su desconfianza en el éxito de la proposición visto el antagonismo existente entre las repúblicas sudamericanas47.

El enfoque de Ugarte y la relevancia que cobraría en España hay que interpretarlos, en todo momento, desde la certeza de que la antigua metrópoli había dejado de ser una amenaza real para el continente. En realidad, España estaba en una situación difícil para embarcarse en cualquier empresa expansiva, tal y como demostraría en la posterior aventura africana. Es por ello que, sin cuestionar la mayor o menor sinceridad de los sentimientos expresados a uno y otro lado del Atlántico, no puede obviarse el beneficio que para los latinoamericanos suponía la reivindicación del legado español como pilar sobre el que sustentar una posible identidad colectiva o, cuando menos, una idea de comunidad. De igual modo tampoco puede eludirse el consuelo, por leve que fuese, que suponía para España el verse reconocida como cabeza de dicha comunidad cultural una vez muerta y enterrada -al menos para determinados sectores- la vieja fantasía del Imperio.

La fama de Ugarte todavía se vería más incrementada gracias a dos iniciativas de especial incidencia en los medios: la carta abierta que escribiría en 1913 al presidente Wilson y la posterior creación de la Asociación Latinoamericana.

Describir a rasgos generales los ochos años de mandato de Wilson implica entrar en un territorio de contrastes48. Su empeño en garantizar un orden internacional que evitase los conflictos en favor de la diplomacia -de ahí su propuesta de crear la Sociedad de Naciones- le garantizó un lugar en la memoria colectiva como hombre de paz y consenso49. No obstante, en lo que concierne a América Latina, su mandato se caracterizaría por un intervencionismo abierto volcado en la consolidación de gobiernos afines a los intereses estadounidenses. Centroamérica y el Caribe sufrirían hasta tres intervenciones militares durante su presidencia: México, en 1914; Haití, en 1915 y República Dominicana, en 1916. Como resultado de las mismas, en México se produjo la ocupación del puerto de Veracruz durante seis meses, la caída del golpista Victoriano Huerta y el ascenso al poder de Venustiano Carranza; en el caso de Dominicana y Haití, lo que devendría sería su ocupación por tropas estadounidenses hasta 1924 y 1934 respectivamente.

No puede decirse que Ugarte augurase las intenciones de Wilson para con sus vecinos del sur, al punto que el intelectual argentino iniciaría su carta hablando del inicio «de un nuevo régimen que anuncia propósitos de justicia reparadora». No obstante, el olvido no iba a ser el punto de partida de la nueva relación, forjando con sus palabras «el más completo memorial de agravios que un latinoamericano [podía] realizar a Estados Unidos en 1913»50:

Deseamos que a Cuba se le quite el peso doloroso de la enmienda Platt; deseamos que se vuelva á Nicaragua la posibilidad de disponer de su suerte, dejando que el pueblo deponga, si lo juzga menester, a los que lo gobiernan apoyados en un ejército extranjero; deseamos que se resuelva la situación de Puerto Rico de acuerdo con el derecho y la humanidad; deseamos que se repare en lo posible la abominable injusticia cometida con Colombia; deseamos que a Panamá, que hoy sufre las consecuencias de su pasajero extravío, se le conceda la dignidad de nación; deseamos que cese la presión que se ejerce en el puesto de Guayaquil; deseamos que se respete el archipiélago de Galápagos; deseamos que se conceda la libertad al heroico pueblo filipino; deseamos que Méjico no vea siempre suspendida sobre su bandera la espada de Damocles de la intervención; deseamos que los desórdenes del Putumayo no sirvan de pretexto para habilidades diplomáticas, y deseamos que las compañías que extralimitan su acción no se sientan apoyadas en sus injustas exigencias; deseamos que la república de Santo Domingo no sea ahogada por presiones injustificables; deseamos que los Estados Unidos se abstengan de intervenir en la política interior de nuestros países y que no continúen haciendo adquisiciones de puertos o bahías en el continente; deseamos que las medidas de sanidad no sirvan para disminuir la autonomía de las naciones del Pacífico; pedimos igualdad; pedimos respeto; pedimos, en fin, que la bandera estrellada no siga siendo símbolo de opresión en el Nuevo Mundo51.



A lo largo del escrito, Ugarte desgranaría las continuas provocaciones de los Estados Unidos, decididos a instaurar su hegemonía en detrimento de una América Latina cargada de esperanza, pero inerme ante la fuerza de su vecino. El escritor insistiría en que el texto no era «una carta de lucha, sino un gesto de conciliación», pero a través de la misma haría un llamamiento, como colectivo, en pro de «lo que todos los pueblos están dispuestos a defender en cualquier forma: el honor y la dignidad52». Así, frente a quienes consideraban inevitable e incluso deseable la supremacía norteamericana en un territorio incapaz de desarrollarse por sí mismo, Ugarte argüiría la rémora que tal predominio había supuesto para el progreso de la región, contrastando el potencial y disposición latinoamericanos en pos de su porvenir con las consecuencias inherentes a las injerencias estadounidenses en cualquiera de sus formas53.

La trascendencia de la carta fue considerable, siendo divulgada en un gran número de diarios latinoamericanos. En España el asociacionismo hispanoamericanista la difundió a través de sus principales publicaciones: Unión Ibero-Americana, por ejemplo, la sacaría en portada bajo el título «Una carta sensacional»; otras, como Cultura Hispanoamericana, pese a dedicarse habitualmente a la cultura, no dejaría pasar la ocasión para manifestar su avenencia con lo expresado por el escritor. Incluso desde las filas del regeneracionismo se alzarían voces secundando lo expuesto por Ugarte, como Vicente Gay quien, usando como plataforma las páginas de La España Moderna, no dudó en definir el texto como una «carta briosa, sincera, que pone de manifiesto toda la gravedad del problema provocado por la conducta de los yanquis y su gobierno en el resto de América»54.

La oportunidad de la carta no pudo ser mayor vista la deriva que tomaría la política exterior de Wilson respecto a América Latina. Fue precisamente de resultas de esta que el nombre de Ugarte volvería nuevamente a la palestra. Más concretamente cuando lo que comenzó como un incidente aislado, casi anecdótico, en Tampico, acabó provocando un enfrentamiento que culminó con el bombardeo y ocupación de Veracruz por la Marina estadounidense. Ugarte se encontraba en Buenos Aires cuando se produjo el bombardeo de Veracruz. Casualmente la capital jarocha había sido una de las escalas de su gira americana55, lo que hizo que su opinión fuese de las más requeridas por la prensa porteña. Y lo cierto es que no defraudó. Pese a que en absoluto simpatizaba con el conservadurismo del golpista Victoriano Huerta, su análisis sobre la situación no dejaría un asomo de duda en cuanto a la responsabilidad del agresor56 y la inaceptabilidad de sus excusas57.

La adhesión a las tesis de Ugarte se manifestaría en millares de cartas de apoyo58 y el surgimiento del Comité Pro México, organización creada para encauzar las diferentes muestras de solidaridad hacia el país agredido. Y no fueron pocas. Uno de los principales estudiosos del tema, Pablo Yankelevich, sugiere un respaldo de amplio espectro que se manifestaría en diversas oleadas de correspondencia remitida por líderes, representantes o simplemente gente del común del ámbito político, cultural, estudiantil, gremial, intelectual e, incluso, militar59 no sólo de Argentina sino también de otros estados latinoamericanos como Chile, Uruguay o el Perú.

Todos los esfuerzos acabaron confluyendo en la convocatoria de una gran manifestación a celebrar el 2 de mayo en Buenos Aires. Sin embargo, las autoridades no tardarían en prohibir el evento. El gobierno argentino formaba parte de las negociaciones en pos de un acuerdo, por lo que consideró improcedente tomar partido o permitir demostraciones públicas de apoyo a una de las partes. La decisión traería consigo una fuerte polémica periodística en la que la defensa del ejecutivo quedaría en manos de La Nación, mientras que otros diarios como La Mañana o El Diario Español se pusieron sin ambages del lado del Comité Pro México. La prohibición, en todo caso, no frenaría las actividades de este último, siendo notable su labor en pro de dar a conocer lo que estaba ocurriendo en el país azteca así como la coordinación de diversos actos destinados a combatir la imagen denigratoria difundida por los Estados Unidos sobre México y los mexicanos60.

El fervor latinoamericanista surgido al albur de lo de Veracruz haría que, finalmente, el Comité Pro México acabara convirtiéndose en la Asociación Latinoamericana61. Su fundación coincidió en el tiempo con la firma de los Protocolos de Niagara Falls que, en principio, pondrían fin al conflicto entre ambos contendientes. No obstante, la algarabía de los gobiernos argentino, brasileño y chileno (ABC) -artífices del acuerdo- contrastaría con el análisis que Ugarte haría del asunto y que se resumiría en una simple frase: «la solución tan felizmente auspiciada por el ABC, no ha contemplado que tropas extranjeras siguen ocupando el puerto de Veracruz». De ahí que, pese a que en el acta fundacional de la Asociación resaltase la dimensión continental del problema, en una de sus primeras declaraciones se considerase inacabada la cuestión mexicana mientras no se produjese «el retiro total del ejército de ocupación»62.

La postura de Ugarte no pudo ser más coherente. Ciertamente se había logrado el cese de las hostilidades, pero tanto el armisticio como sus pormenores refrendaban quién había controlado el proceso. Ni siquiera la retirada de la delegación carrancista supuso una traba para la firma del documento definitivo entre los representantes de Huerta y los de Washington63. De este modo, en un México convulso por la lucha revolucionaria volvería a hacerse patente la capacidad estadounidense para entrometerse en los asuntos internos de sus vecinos, certificando el dictamen del escritor argentino: el problema no era puntual sino genérico. Las soluciones, por tanto, no podían ser particulares sino conjuntas.




Las Fiestas Colombinas de 1919

En España los sucesos mexicanos no pasarían desapercibidos, sobre todo en los círculos hispanoamericanistas. Los sucesos revistieron la suficiente gravedad como para que resonasen en conferencias, reuniones y publicaciones diversas, ya fuese con análisis sobre la riqueza petrolífera de la zona, críticas a la codicia estadounidense64, apoyo moral a los resistentes o, al final del mismo, felicitándose por la solución diplomática adoptada y el papel jugado por la alianza ABC en su consecución65. Posiciones, en todo caso, que refrendarían las tesis de quienes, como Ugarte, más se habían significado en denunciar el expansionismo de Washington, consolidando su renombre dentro del movimiento.

Huelva fue uno de los lugares donde el escritor pasaría de ser una simple mención a cobrar una popularidad inesperada. La presencia de la Real Sociedad Colombina Onubense en la ciudad explica tal notoriedad. Pionera del hispanoamericanismo, la Colombina fue, prácticamente desde su nacimiento en 1880, una referencia obligada de la capital andaluza, marcando indefectiblemente la vida social y cultural de su entorno. La creación en 1911 del que sería su boletín oficial, La Rábida, no haría sino incidir todavía más en esa dirección, aprovechando el carácter emblemático de los lugares colombinos para abrir una ventana que conectaría al entorno onubense con la intelectualidad y la actualidad americanas66.

El primer contacto entre Ugarte y la Colombina se produjo en 1917, a través del periodista José María González «Columbia». Columbia, colaborador habitual de La Rábida, se había granjeado cierta fama como impulsor de una idea que iría cuajando con el paso de los años: la declaración del 12 de octubre como Día de Colón y su instauración, como fiesta nacional, tanto en España como en los países hispanoamericanos. Precisamente, por su condición de promotor de tal festividad, fue invitado por el líder boricua José de Diego a celebrar el 12 de octubre en Puerto Rico e impartir una conferencia conmemorativa en el Instituto Universitario que llevaba su nombre. La conferencia, no por casualidad, giraría en torno a la unidad hispanoamericana y sus distintas manifestaciones, y en ella Columbia ponderaría, sin cortapisas, la actuación de Ugarte en la crisis mexicana67.

Tras su paso por Puerto Rico, el informador haría escala en Santo Domingo, donde aprovechó para visitar la tumba de Colón, dirigiendo finalmente su rumbo hacia La Habana, lugar en el que impartiría una nueva conferencia, concretamente en el Centro Asturiano.

Fue en la capital cubana donde el periodista coincidiría con un Ugarte en tránsito hacia México, donde tenía previsto dar una serie de discursos en la Universidad Nacional68. La conversación entre ambos estuvo centrada en lo que estaba aconteciendo en República Dominicana con la presencia de los marines, generándose un clima de confianza mutua que sería determinante para la futura visita del argentino a Huelva.

Esta comenzó a fraguarse tras una carta, fechada en Buenos Aires el 21 de noviembre de 1918, en la que el porteño anunciaría su próximo desplazamiento a España. Publicada íntegramente en El Heraldo de Madrid con un perfil del escritor69, en la reedición que del artículo haría la revista La Rábida se incluiría una alusión directa a tal posibilidad «deseando que en su viaje por España no olvide el insigne americanista los lugares colombinos»70. Un deseo que no tardaría en tener respuesta, convirtiéndose Huelva en una de las etapas del viaje.

Columbia se convirtió prácticamente en el enlace entre el intelectual y aquellas instituciones interesadas en contar con su presencia. La Real Academia Hispano-Americana y el Ateneo de Madrid, junto a la Real Academia Hispano-Americana de Cádiz mostraron rápidamente su disposición a ello. Otras asociaciones de la capital también se volcaron con la visita del intelectual argentino, ya fuese rindiéndole homenaje -como el Centro de Cultura Hispano-Americana, que lo nombraría socio de honor y mérito71- o bien resaltando su llegada como un hecho memorable. A este último respecto, merece la pena mentar la semblanza que Unión Iberoamericana publicaría en su órgano oficial, tan plagado de lisonjas que casi podríamos hablar de una apología:

Cuando un hombre de nuestra raza llega a una altura extraordinaria es lo más frecuente que se le apee todo tratamiento y se le conozca sencillamente por su nombre y apellido, sin anteponerle ni siquiera el don a secas. No sé por qué ni a qué será debido, aunque desde luego puede afirmarse que lejos de significar desacato la razón de tal hecho, presumo, hay que buscarla en que la opinión entiende que no hay honor, ni título, ni calificativo alguno que diga ni ponga más que su propio nombre a un Rubén Darío, a un Enrique Rodó, a un Belisario Roldán, a un José Diego o a un Manuel Ugarte.

Manuel Ugarte es ante todo para nosotros, los que abogamos por la unión iberoamericana a [sic] un paladín extraordinario, por su capacidad, por su preparación, por su entusiasmo y por sus condiciones excepcionales de escritor en prosa y verso y de orador.

A nada conduce reproducir aquí una lista de sus obras, son numerosas y muy extendidas; todas de gran importancia, todas obtuvieron gran aceptación, y muchas de ellas fueron traducidas a varios idiomas.

Ugarte, que no ha necesitado llegar a España para darse a conocer en ella, pues de sobra y ya hace tiempo es estimado, y admirado aquí por el público que lee, es seguro que nos dejará oír públicamente su voz para reiterar el amor a la causa de la raza, exponiéndonos una vez más su manera de plantear el ideal Hispano-Americano, como lo siente la Unión Ibero-Ameñcana72.



El viaje de Ugarte coincidiría con un acontecimiento político de primer orden: la creación de la Sociedad de Naciones. Una circunstancia que Columbia aprovecharía para ponderar las tesis del escritor frente a una Doctrina Monroe que parecía asentarse con la nueva situación pese a los recelos de algunos actores de la escena política internacional. En verdad, las intenciones del periodista irían dirigidas a enaltecer el rol de España y lo español en un escenario planetario en el que la antaño metrópoli no dejaba de ser un simple secundario. De ahí la oportunidad de reivindicar, con Ugarte como referente, el papel a jugar por la América Hispana en el nuevo concierto de las naciones y, por ende, del legado hispánico que daba sentido a su unidad.

El pacto de la Sociedad de las Naciones con el mantenimiento de la doctrina Monroe, pudiera creerse por algunos que entrañaba el fracaso del ideal hispanoamericano, y no hay tal cosa. El encumbramiento de los Estados Unidos tampoco disminuye la grandeza y los envidiables destinos de la raza hispana. En resumen de cuentas, el bien recibido en estos días por la Humanidad es debido a la obra de España, descubridora de un mundo. Pueblan las Américas dos grandes razas. El equilibrio del Nuevo Mundo y su influencia internacional depende, pues, de la armónica convivencia de las mismas. Norteamérica tendrá que contar de hoy más con Hispanoamérica para la suerte del mundo. Son las nuestras dos civilizaciones distintas, con sangre, lengua y religión diferentes, pero que se completan en la ponderación continental y en los destinos impartidos por la Providencia a las razas y al mundo, que recibe su progreso como resultado del concurso de todos. No acabó, no, en estos días la obra de España en América. No son los Estados Unidos los dueños del mundo.

[...]

Se habla hoy en la Prensa de Francia de la influencia futura de esta victoriosa nación en la América hispana, de acuerdo con los Estados Unidos, y se dice muy justamente que hay escrúpulos en reconocer por algunos como «leader» de las repúblicas del Nuevo Mundo a Norteamérica.

La América española no abandonará su civilización, y respetándose su independencia contribuirá al equilibrio del Nuevo Mundo y al porvenir mundial.

Esta es la orientación que trae de la Argentina al gran Ugarte a Madrid73.



La Colombina tampoco demoraría en concretar la visita de Ugarte. Y lo hizo ofreciéndole a través de su presidente, José Marchena Colombo, un cargo honorífico que difícilmente podía rechazar: el de mantenedor de las Fiestas Colombinas de ese año74. Algunos periódicos de la capital se harían oídos del ofrecimiento75 pero, como no podía ser de otro modo, fue el boletín de la asociación onubense el que mayor seguimiento haría al acto, tanto en sus prolegómenos como en su desarrollo y resumen. Ya en las previas de los festejos La Rábida sacó en sus páginas una conversación mantenida entre Columbia y el escritor que había sido publicada en El Heraldo de Madrid. En ella, la insistencia del periodista asturiano por refrendar todo tipo de reconocimientos a La Rábida se vería sobradamente satisfecha76, coincidiendo entrevistador y entrevistado en el acierto de los distintos honores que se le estaban rindiendo en América a la expedición de Colón. No obstante, el punto en el que Ugarte mayor profusión mostraría fue en el concerniente a revitalizar el simbolismo de La Rábida y convertirlo en una referencia espiritual para las futuras generaciones de hispanoamericanos:

Yo creo que complementando la acción oficial de los Gobiernos españoles y americanos, pueden surgir iniciativas universitarias o populares, que tiendan a llevar a la Rábida, en la fecha histórica, grandes peregrinaciones de hombres jóvenes, originarios de uno y otro lado del mar, con el fin de levantar el espíritu ante la evocación de los inmortales recuerdos y acumular fe y energía para las luchas del siglo, en defensa de la común grandeza. En el ambiente de la Rábida, el niño, el estudiante, el obrero, tienen que sentir con la conmoción que produce el recuerdo de los heroicos [sic] actos y las grandezas pasadas, la emulación y el acicate para tratar de ser, a su vez, en la órbita modesta o grande de su actividad, dentro de su carrera u oficio, esforzados campeones también, valientes descubridores, creadores de vida y de prosperidad para su patria y para el mundo... La Rábida puede ser en este sentido, una escuela de energía para las generaciones nuevas de España y América77.



Columbia acompañó a Ugarte a Huelva para las Fiestas. Tras viajar en tren hasta la capital onubense, en la estación fueron recibidos por Marchena Colombo y un gran número de socios de la Colombina, siendo alojados en el Hotel Internacional, donde recibieron las atenciones de lo más granado de la sociedad local. Con todo, las celebraciones no comenzarían oficialmente hasta el día siguiente, 1 de agosto, con un Jerez de Honor organizado por el Ayuntamiento en su Salón de Sesiones para agasajar a las distintas personalidades y representaciones que se habían desplazado hasta la ciudad para la ocasión. Así, junto a Ugarte y Columbia asistirían un gran número de autoridades locales y provinciales, diversos miembros de las elites locales y oficiales de distinta graduación del Ejército y la Armada ya fuesen destinados en la zona o llegados de propio para las conmemoraciones. Una relación de los más destacados saldría reflejada en La Rábida tras el acaecimiento, contándose entre ellos «el Comandante general del Apostadero de San Fernando señor Antón, el Gobernador civil señor Picamil, el Gobernador militar señor Andrade Chinchilla, el Presidente de la Sociedad Colombina señor Marchena Colombo, el Alcalde accidental señor de la Corte Gutiérrez, el mantenedor señor Ugarte y el escritor americanista señor González, concejales señores Manzano y Pérez Hernández, secretario de la Corporación señor Garrido Perelló, Delegado de Hacienda señor Bascarán, Director del Instituto señor Cruz de Fuentes, Director de Sanidad señor Roig, coronel señor Lossada, teniente coronel señor Marauri, capitanes de Infantería señores García Escámez, del Brío y Chacón; teniente coronel de la Guardia civil señor Rey Santiago y teniente señor Tojal; capitanes de Carabineros señores Burgos, Feria, de Sac y teniente señor Ballesteros; los jefes y oficiales del «Princesa de Asturias» señores marqués de Huetor de Santillán, Fontelán, Rueda, Moreno, Hernández, Borrego, Linico y Viemas; Comandante de Marina señor Oruz y tenientes de navío señores Hernández y Noval; señores Pérez Carasa, Roqueta, de la Huerta, García Morales (don P.), Hidalgo (don M.); tenientes de navío señores Rodríguez Jurado y Mena; los oficiales del cañonero «Delfín» y del torpedero número 15, la oficialidad de la compañía de Soria y el director del «Diario de Huelva», señor Blanco»78. Entre los presentes también se contaría la oficialidad de un barco de guerra francés que se encontraba en el puerto.

Tras la recepción se celebró uno de los actos más distinguidos de las fiestas: el Certamen Literario Colombino, trasladado para la ocasión al Santuario de La Rábida. En el mismo, tras la entrega de premios, intervinieron el presidente de la Colombina -quien tendría unas palabras de recuerdo para José de Diego, fallecido hacía apenas un año- al igual que Ugarte como mantenedor de los fastos. Lógicamente el discurso del argentino estuvo enfocado hacia la empresa colombina y el significado de La Rábida en el orbe hispanoamericano, considerándose, en cierto modo, una voz representativa del sentir de un continente.

Nada más difícil que expresar la emoción que me oprime al levantar la voz [...] en este recinto, doblemente sagrado por su destino religioso y por los recuerdos que evoca y en una fecha que marca el punto más culminante de la vida de España, de la civilización del mundo.

La desproporción dolorosa entre mi modesta capacidad y la enormidad del hecho que se conmemora, será suplida por la sinceridad de mis acentos y el simbolismo feliz que hace que un hijo de América se haya encargado de celebrar el acontecimiento, amplía de tal suerte las perspectivas, que en este momento me siento enquistado a todas las colectividades que hablan nuestra lengua y contienen en suprema concreción la realidad de lo que conjuntamente son, porque mi patriotismo argentino no tendría consistencia si no estuviera respaldado por un patriotismo hispanoamericano; porque mi patriotismo hispanoamericano no tendría amplitud si no estuviera magnificado por un patriotismo español.

Y así, la voz que se levanta aquí no es la de un hombre, ni siquiera la de un país, sino la de un conjunto de naciones, que se inspiran en una historia común y reúnen en un solo orgullo central sus recuerdos y sus esperanzas, las glorias de ayer y las de mañana, como una trayectoria de nuestros destinos79.



El discurso evidenció la profesionalidad de Ugarte como escritor y poeta, sabiendo poner el acento en la vertiente unitaria de sus textos precedentes, pero sin perder la vena lírica que exigía la ocasión ni defraudar las expectativas de una Sociedad Colombina anhelante de reconocimiento tanto para sí como para La Rábida. Podría decirse que esto sería un reflejo del propio hispanoamericanismo español, deseoso de validar su pasado colonial para sustentar un discurso un tanto mitómano sobre las posibilidades presentes del país. De ahí la habilidad de Ugarte para dar a cada uno lo suyo, enlazándolo a la par con su mensaje de unidad ante el expansionismo de otras potencias:

Los mares desconocidos que se abrieron ante el conjuro de los veleros españoles, y sus aguas, cuyas aguas vírgenes fueron cortadas por las naves históricas, están hoy bajo el dominio de naciones de otra raza. ¡Madre! El enorme contingente que descubriste y civilizaste con tu sangre y tu esfuerzo, va pasando gradualmente á otras naciones por motivos de una política económica ó están bajo la fiscalización de pueblos de otro origen. ¡Madre! Los mares y las tierras, cuanto era tangible y material, te ha sido arrebatado, pero las almas, no.

Hay algo que la sutileza internacional no puede tocar siquiera y en el momento en que una ola de dominación lingüística y comercial parece abatirse sobre el mundo doblando la voluntad y las esperanzas de los pueblos débiles, venimos a reconfortarnos, y yo os digo que si las naciones ultramarinas que engendró España se vieran amenazadas de una invasión extranjera y egoísta, no vacilarían en sumergirse en el mar, como supieron hacerlo las naves de España para salvar el honor y la gallardía de la raza80.



Al día siguiente, 3 de agosto, se ofició la tradicional misa en el monasterio a la que asistieron nuevamente la plana mayor de la Colombina y el resto de invitados, siendo recibidos en el desembarcadero por el alcalde de Palos, Restituto Gutiérrez, y el secretario del ayuntamiento palermo, José Prieto. Terminado el oficio, se levantó acta en la sala que la asociación tenía asignada en el convento, la cual, según la tradición, había sido la del padre Marchena. Entre los firmantes, «don Gabriel Antón e Iboleón, vice-almirante comandante general del Apostadero de Cádiz; don Manuel Ugarte, mantenedor del Certamen colombino; don José Marchena Colombo, presidente de la Sociedad Colombina; comandante de Marina, autoridades civiles, militares y eclesiásticas; don José María González (Columbia), creador del Día de Colón, comandantes, jefes y oficiales de los barcos de guerra surtos en el puerto, invitados y secretario de la Sociedad Colombina, licenciado don Juan Domínguez».

Las fiestas transcurrieron entre actos festivos y religiosos a los que Ugarte y Columbia serían invitados sin excepción. Si la Colombina organizó un baile en el Casino de Huelva, otras asociaciones como el Círculo Mercantil o el Círculo Instructivo Reformista se encargaron de ofrecer diversos eventos en los que los invitados harían vida social con los grupos de poder locales. Finalmente, el día 4, ambos partirían hacia Madrid siendo despedidos por distintas autoridades y miembros de la Sociedad.

El resumen del viaje lo haría Columbia poco tiempo después, siendo publicado en el boletín de la asociación en un número dedicado mayoritariamente a las Fiestas de ese año. En el mismo, los agradecimientos fueron muchos, pero con especial mención a un Marchena Colombo a quien llegaría a designar «cruzado del americanismo»81 y a un Ugarte cuyo discurso sería descrito por el periodista como «la acción de gracias del Nuevo Mundo a la santa madre España -como Ugarte la llama- y es el Evangelio del deber y los destinos de nuestra raza»82.




Ugarte, La Rábida y su relación con la Colombina

Ugarte nunca más volvería a Huelva, pero sí mantendría el contacto con alguna de las amistades que hizo en su corta visita, sobre todo con Marchena. La experiencia onubense también traería consigo, por parte de la Colombina, una mayor atención a las publicaciones del intelectual argentino quien, a su vez, inició una colaboración intermitente con el boletín de la asociación. El compromiso de Ugarte con la Colombina se haría presente en su siguiente gran obra, La Patria Grande83, una recopilación de artículos y discursos en los que el intelectual volvería a insistir en su pensamiento antiimperialista y latinoamericano. Uno de los capítulos del libro iría dedicado, precisamente, a la reivindicación de La Rábida como símbolo de la confluencia latinoamericana, no restando méritos ni halagos a quienes consideraba sus dos principales impulsores: Rafael Calzada84 y José Marchena Colombo:

Tal como la celebramos en España y en el Nuevo Mundo, la Fiesta de la Raza es una admirable prueba de la solidaridad y el vigor de un vasto conjunto de pueblos hermanos; pero ha llegado quizá el momento de que al lado de las prestigiosas ceremonias oficiales y los elocuentes discursos académicos, que hacen revivir en todas las capitales de habla española la palpitación de un recuerdo y el fervor de una esperanza, se encuentre, en próximos aniversarios, una fórmula para acercar materialmente a los diversos grupos y hacerlos convivir, aunque sea durante algunas horas.

En este sentido, el proyecto defendido en la Argentina por un español del prestigio de D. Rafael Calzada, y en España por un americanista de los méritos de D. J. Marchena Colombo, crea un puente de transición entre el romanticismo que algunos nos reprochan y el realismo a que todos aspiramos.

La Rábida puede ser un lugar de peregrinación, adonde todas las repúblicas hispanoamericanas envíen anualmente barcos de guerra, delegaciones universitarias, misiones comerciales, ofrendas nacionales, etc., levantando así un eje centralizador de americanismo práctico que nos permitiría robustecer lazos personales y nacionales, basándolos en el conocimiento efectivo y en el trato directo.

[...]

El hispanoamericanismo, que está latente en España y América, necesita, por lo demás, un punto de cita, una Meca para materializar sus manifestaciones, y nada más indicado que el sagrado monasterio, punto de partida de la epopeya más grande de los siglos [...] No habría antítesis ni anacronismo en agrupar alrededor de La Rábida anualmente una exhibición de nuestros progresos modernos, puesto que de La Rábida salió en su tiempo el mayor progreso que ha conocido el género humano; y las energías que evoca el punto de partida de la inmortal cruzada serían llegado el caso, el mejor acicate para que las nuevas generaciones desarrollen todo su empuje en las futuras justas mundiales de la competencia y de la civilización85.



El texto pertenecía a una carta escrita a Miguel Moya86 en 1919, no siendo conocida por el gran público hasta la salida del libro en 1922, coincidiendo con el intervalo entre la primera y segunda época de La Rábida87. Este último detalle impidió, muy probablemente, que el americanismo onubense manifestase, en toda su amplitud, su satisfacción por la iniciativa del escritor88. Sin embargo no ocurriría lo mismo con la publicación, dos años después, de El Destino de un Continente, obra que el propio Ugarte se encargaría de enviar, con dedicatoria incluida, a Marchena89. En esta ocasión la Colombina se volcó de manera decidida, dedicándole la portada y las dos siguientes páginas a la transcripción de diversos párrafos del libro bajo el encabezamiento «Página de Manuel Ugarte».

El Destino de un Continente, fue una nueva vuelta de tuerca del autor en torno a la amenaza que suponía Estados Unidos para América Latina. Con motivo de su publicación, La Rábida volvería a convertirse en tribuna de los argumentos ugartianos contra el imperialismo norteamericano90, censurando la convicción con que la sociedad estadounidense asumía este como destino natural91 o la cómoda resignación de aquellos emigrados que veían en la sumisión una alternativa positiva92. Por otra parte, la crítica que le dedicaría Marchena meses después no pudo ser más favorable, describiendo el libro como...

... un libro de carne, de nervio y de sangre que debían leer todos los que amen la raza y sientan sin retóricas, en espíritu y verdad, el ideal Iberoamericano [sic].

«El Destino de un Continente», no es combate, pero sí una experiencia dolorosa que, de no escucharse se paga con las más terribles de las penas, con la de la pérdida de la libertad y con la de la patria mutilada93.



Declaraciones como las de Marchena suponían para Ugarte todo un estímulo para perseverar en su misión, sobre todo teniendo en cuenta los obstáculos que con frecuencia debía enfrentar y las invectivas con que determinados sectores recibían sus escritos. Así se entiende la pronta respuesta a las palabras del presidente de la Colombina en una carta fechada simbólicamente el 3 de agosto -detalle que no se le escaparía al escritor- y que sería publicado en el siguiente número de la revista:

Gracias por esas buenas palabras de sano compañerismo y leal amistad que me hacen olvidar los ataques injustos y las calumnias imbéciles que me siguen desde los comienzos de mi campaña. Las represalias se recrudecen cada vez que espongo [sic] en un nuevo libro mi manera de ver sobre la situación de nuestra América; pero ellas me hacen apreciar más el aplauso de los hombres de prestigio y autoridad, de los que como V. han sostenido un apostolado fecundo y sin ejemplo de consecuencia, de sacrificio, y de fidelidad a un ideal94.



A diferencia de las dificultades expuestas por Ugarte en su agradecimiento, La Rábida se convirtió en un espacio donde sus escritos siempre fueron bien acogidos. En 1925, por ejemplo, la revista divulgaría la reseña de una de sus novelas, El crimen de las máscaras95, dando cabida también entre sus páginas a la pretérita La Patria Grande, de la que publicaría no sólo el capítulo dedicado a La Rábida en su integridad96 sino también una parte del prólogo97 y una recensión que señalaría al autor como «paladín colosal de una idea noble y santa»: «despertar a América del letargo político-internacional en que se encuentra con respecto a Norteamérica, y [...] formar un bloque con los pueblos americanos, para oponerlo a la política imperialista de los Estados Unidos»98. Cierto es también que el argentino en ningún momento perdió el contacto con la publicación, procurando informarse de todos aquellos acontecimientos que ponían a Huelva -y a La Rábida en particular- en primera plana. Fue así como, tras el vuelo del Plus Ultra, Ugarte escribiría a Marchena una breve carta felicitándole por el éxito de la empresa99, ampliando su efusión en una misiva posterior en la que recalcaría el papel jugado por la Colombina y, en particular, por su presidente:

[Ramón] Franco ha vengado a los idealistas, dando gesto a una esperanza [...] El ideal se ha hecho vida. Se abre un pórtico magestuoso [sic] a la labor inmensa que debemos y podemos realizar. La Rábida se eleva en los corazones, no solo como símbolo de una emoción ampliamente patriótica que reúne a todos los hispanos en un solo fervor, sino como punto de partida de esas realizaciones de que hablamos. Los ensueños se metamorfosean en triunfo, la ideología en historia. Y la Sociedad Colombina ha cumplido de manera tan extraordinaria la misión que se impuso, que merece la admiración general. Usted [Marchena Colombo] fue el alma del movimiento que hace de un puerto un altar, y de un recuerdo una fuerza propulsora. A usted debe ir, pues, en aplausos efusivos y entusiastas, la gratitud100.



La carta tendría cumplida respuesta en ese mismo número, en un comentario volcado por Marchena en el que elevaría a Ugarte a la altura de las grandes figuras del hispanoamericanismo, señalándolo como la persona idónea «para unir en el amor a la Rábida el sentimiento de la Raza»101. Una observación en absoluto trivial si advertimos cómo el escritor había secundado, prácticamente desde su conocimiento, la conversión de La Rábida en un destino peregrinatorio para todo hispanoamericano... pero también un recordatorio del tibio apoyo prestado por todos aquellos que, a diferencia del porteño, nunca dejaron de considerar la propuesta un mero ejercicio de romanticismo.




A modo de conclusión... o el sentido del olvido

La relación entre Ugarte y La Rábida se mantendría prácticamente hasta la desaparición de esta última en 1933. En ocasiones las noticias sobre las actividades del escritor implicarían a más de un colega de la Colombina, como ocurrió con la celebración, en 1927, del Congreso Antiimperialista de Bruselas, en el que Ugarte y Vasconcelos -ambos, Socios de Honor- tomarían parte como representantes de la delegación de Puerto Rico102. En todo caso, por lo general, fueron sus crónicas y opiniones sobre lo que acontecía en América Latina, al igual que sus novedades editoriales, las que mayor repercusión tendrían dentro de la publicación.

No puede decirse que las intervenciones del intelectual fuesen numerosas, pero sí que jamás renegaría de su compromiso con la Colombina. Así, si La Rábida se mantuvo firme secundando a Ugarte en su brega antiimperialista, este no sería menos a la hora de apoyar a la asociación en sus horas más bajas, como cuando el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes decretó, con fecha del 15 de junio de 1930, la creación de un patronato especial para el cuidado y conservación del convento de La Rábida en el que no se incluiría representante alguno de la asociación103.

La noticia cayó como un jarro de agua fría entre los miembros de la Sociedad, provocando un rosario de protestas por parte de sus colaboradores y partidarios. Incomprensión sería la palabra que mejor describiría el estado de ánimo de estos últimos, subrayando la gran labor desarrollada hasta ese momento por la institución y la insólita marginación con que se premiaban sus servicios. Uno de los más destacados en la reprobación fue el almonteño Rafael Torres Endrina quien, desde El Imparcial de Madrid, dedicaría no pocas críticas a la decisión del ministerio, considerándola una muestra de menosprecio totalmente injustificada104. No obstante hubo medios que no sólo aplaudieron la iniciativa del ejecutivo sino que, en su afán de secundar otro tipo de proyectos, lanzarían acerbas críticas contra la agrupación. Fue el caso del periódico madrileño El Sol que, con vistas a la creación de un museo dedicado a Colón y su expedición105, no sólo minusvaloraría toda la labor desarrollada hasta entonces por Marchena y sus compañeros sino que, sobre todo, arrojaría la sospecha de una gestión del monasterio descuidada e irresponsable por parte de la Colombina:

... tal iniciativa [la creación del museo] ni siquiera mereció, salvo las frases laudatorias de rigor, el más ligero esfuerzo dinámico por parte de la Sociedad Colombina, la cual, fuera de esgrimir una bandera harto lírica, y sobre todo personalista, poco o nada ha realizado en el sentido práctico por convertir La Rábida en fuente de claros beneficios para la comprensión y aproximación de España y los pueblos de América.

Desde luego, no exageramos si advertimos que antes de ser realizada una u otra idea, lo primero que precisa La Rábida es una enérgica y rápida restauración. Porque hasta ahora, dicho sea sin eufemismos [...] la Sociedad Colombina no se cuidó más que de una táctica lírica, como decimos, ajena a los fundamentos de toda institución que vive y medra al amparo de un monumento real y efectivo. Tan es así que, en contra de lo que se cree que es La Rábida a fuerza de juegos florales y discursos topiquistas, el Monasterio no es actualmente, desde el obelisco conmemorativo -raquítico, desmantelado y pordiosero- hasta el último rincón del edificio, más que un lamentable conjunto de desidias, abandonos y... ruinas, en una palabra.

Por lo mismo, el pueblo de Huelva -si no lo hace el flamante Patronato de La Rábida- debe pedir con la más estricta justicia al Gobierno que el histórico convento -que amenaza derrumbarse o poco menos- sea objeto de una atención urgente y robusta para que en poco tiempo pueda recobrar lo que en tanto tiempo perdió, sin que los obligados a ello se cuidarán de otro menester que el de un empirismo literario, funesto cuando la realidad vegeta entre tristes olvidos y fecundo cuando esa realidad se asienta sobre bases inequívocas de fortaleza y dominio106.



El ensañamiento del editorial provocó una respuesta furibunda desde distintos frentes, ya fuese contra el periódico o contra el ministerio responsable de la medida. El olvido del diario madrileño respecto a la existencia de un museo y biblioteca de la asociación sería reflejado en el siguiente número de La Rábida junto a un sinfín de apoyos de socios y simpatizantes107. Del mismo modo, la agrupación envió un telegrama de protesta al ministro, Elías Tormo y Monzó, mostrando su pesar por la decisión adoptada pese a los méritos contraídos por la Sociedad desde su creación108. También hubo colaboradores que interpretaron la medida como una campaña dirigida contra Marchena por motivos sórdidos109. E incluso un periódico como El Socialista, habitualmente alejado de estos foros, haría oídos a la polémica movido, entre otras causas, por la dureza del editorial de El Sol en contraste con un artículo de Marchena publicado por el diario argentino La Nación:

Por el artículo del señor Marchena Colombo se me aparece su autor -a quien no conozco- como un hispanoamericanista de los que hacen falta. No hay en este trabajo -téngase en cuenta que está publicado en «La Nación» de Buenos Aires- nada que pueda denunciar a la Sociedad Colombina como una entidad más de discursos hueros y oratoria inflamada de colofón de banquete. Hay en él, en cambio, todo lo contrario: propaganda fina de los lugares colombinos en severo estilo de maestro.

[...]

El editorial de «El Sol» es otra cosa. No concibo cómo un periodo [sic] liberal puede sentirse satisfecho cuando, al igual que ahora, el Estado entrega un museo, una entidad de turismo u otro organismo cualquiera a los frailes. Obsérvese que al hablar de la disposición oficial por la cual se crea el Patronato no he transcrito ningún párrafo. No lo he hecho porque todo lo que en dicha disposición se ordena puede resumirse así: el convento de la Rábida, el museo, el edificio, el lugar histórico, serán regidos por los frailes. Ni más ni menos. Todo para los frailes. Para que lo administren, lo orienten, lo empeoren o lo mejoren -posibilidad hipotética- los frailes.

[...]

En ese Patronato [...] no tiene representación alguna la Sociedad Colombina, entidad que viene trabajando, según mis noticias, con verdadero entusiasmo por la conservación del monumento. A la Sociedad Colombina se debe, por otro lado, que el convento no fuera derribado en cierta ocasión. A la Sociedad Colombina -tan violentamente denostada por «El Sol»- pertenecen representaciones de todas las clases sociales de Huelva. Y es, por consiguiente, una agrupación de carácter laico. La Sociedad Colombina está presidida por don José Marchena Colombo, cuyas ideas políticas me tienen sin cuidado, y del que sólo sé que es una persona cultísima y de bonísima voluntad. Para que se vea hasta qu punto conviven todos los matices en la repetida Sociedad, diré que a ella pertenece don Manuel Siurot, el hombre más reaccionario de Huelva.

No me explico por qué «El Sol» defiende con tanto ahínco un Patronato presidido por el prior110.



Ugarte, como no podía ser menos, también se sumaría a la campaña por medio de una carta que sería publicada íntegramente, junto a otra de Enrique Báncora, en el artículo que abría la portada. Hay detalles en el texto que merece la pena analizar ya que, aun haciendo hincapié en la tristeza que le producía la decisión gubernamental, el centro de su discurso giraría en torno a una experiencia que ya empezaba a resultarle familiar: la facilidad con que las minorías gobernantes obviaban el desprendimiento y esfuerzo ajenos. O, yendo más allá, «el silencio o la omisión desdeñosa» a la que parecían destinados, precisamente, aquellos que más habían luchado por las causas colectivas.

Me entero de la inaudita injusticia que se acaba de cometer con usted. Era lo único que faltaba a su consagración. No es España, no son nuestras Repúblicas de América, no es la raza, empleando el término que nos involucra a todos. Pero si son las minorías que aun hablan en nombre de ella, las que han recompesado [sic] siempre con el silencio o la omisión desdeñosa a los que mejor lucharon por la grandeza y por la elevación colectiva. Así hemos venido cayendo hasta donde estamos. Lo que fue bajo la desinteresada inspiración de usted, una emoción patriótica que se comunicó a todo el mundo de habla hispana, se vá [sic] a convertir ahora en un frío organismo oficial subvencionado con dinero de Norte América. Basta anunciar esta enormidad para colocar a cada cual en su sitio. Usted quedará como el gran animador de la fe de nuestros pueblos. Lo demás seguirá flotando hasta que las aguas se lo lleven. Pero hay una gran tristeza, un gran desaliento. Luchar a favor de la Patria va resultando entre nosotros símbolo de suicidio. Si no tuviéramos confianza en las reacciones del porvenir...111



Que Ugarte pusiese sus esperanzas en las reacciones del porvenir ilustra sin tapujos la sospecha del autor, por no decir el temor, respecto a ese olvido que parecía elevarse en el horizonte como algo más que una amenaza. Cierto es que ya con anterioridad había expuesto su desazón ante tal posibilidad, pero poco podía augurar hasta qué extremo se cumplirían sus miedos... y cuán certero sería su diagnóstico respecto al futuro de Marchena y La Rábida. Un futuro -el abandono- que el propio Marchena lamentaría afligido tiempo después, confirmada definitivamente su ausencia del nuevo patronato, en el comentario y reseña de un pequeño trabajo sobre Ugarte a cargo de César Arroyo:

A «Manuel Ugarte» quiero añadir una modesta página y en ella escribir el agradecimiento a César Arroyo por haberme enviado su emocionante libro; el cariño y la admiración a Manuel Ugarte; invitar a estos dos Socios de Honor de la Colombina a que estén unos días, unas horas en el Monasterio y a pedirles que no se olviden nunca -¡lo hicieron tantos otros!- de que Labra decía: La Rábida es uno de los valores espirituales más fuertes del mundo.

[...]

Una pregunta a mis coterráneos. ¿Es posible que no se den cuenta de sus deberes para con los Lugares Colombinos? No me avergüenzo: una limosna de amor patrio, hijos de esta tierra, para que mi obra no vacile. Es vergonzoso que la mayoría de los Ayuntamientos se den de baja en «La Rábida» [las comillas son nuestras]. ¡A estas alturas! ¿Pueden los directores de la política consentirlo112.



La Rábida apenas perduraría dos años más. En noviembre de 1933 saldría a la calle su último número, poniendo fin a una trayectoria de más de veinte años que había devuelto a Huelva al escenario latinoamericano. En cuanto a Ugarte, sería fiel hasta el fin de sus días a la breve semblanza que de él haría Marchena en la recensión del libro de Arroyo113. Un perfil que explicaría la relegación que sufrirían él y sus escritos durante décadas y aun tras su muerte, pero también un retrato que ilustraría, de cara al futuro, la importancia de su recuperación, la justicia de su desagravio y el póstumo desquite de volver a ver su nombre de vuelta a los anaqueles.








Fuentes

  • Fondo Histórico Digital de La Rábida (Universidad Internacional de Andalucía):
    • La Rábida: Revista Colombina Iberoamericana (Huelva: 1911-1933).
    • Unión Ibero-Americana. Órgano de la Sociedad del mismo nombre (Madrid: 1911-1926).
    • Cultura Hispano-Americana (Madrid: 1912-1925).
  • Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España:
    • El Heraldo de Madrid (Madrid: 1890-1939).
    • El Heraldo Militar (Madrid: 1900-1918).
    • Nuestro Tiempo (Madrid: 1901-1926).
    • Hojas Selectas (Barcelona: 1902-1921).
    • Por esos mundos (Madrid: 1900-1926).
    • El Imparcial (Madrid: 1868-1933).
    • La Lectura. Revista de Ciencias y de Artes (Madrid: 1901-1920).
    • La España Moderna (Madrid: 1889-1914).
    • La Correspondencia de España (Madrid: 1860-1925).
    • La Ilustración Española y Americana (Madrid: 1869-1921).
    • El País (Madrid: 1887-1921).
    • El Sol (Madrid: 1917-1939).



Bibliografía

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  • GALASSO, Norberto. Manuel Ugarte, un argentino «maldito». Buenos Aires: Ediciones Colihue, 1985.
  • GALASSO, Norberto. ¿Cómo pensar la realidad nacional? Críticas al pensamiento colonizado. Buenos Aries: Ediciones Colihue, 2008.
  • JUSTO, Juan B. Teoría y práctica de la Historia. Buenos Aires: Lotito y Barberis, 1909.
  • MÁRQUEZ MACÍAS, Rosario (ed.). Huelva y América. Cien años de americanismo. Revista «La Rábida» (1911-1933). Sevilla: UNIA, 2012.
  • MARTÍ, José. Obras Completas (Edición Digital). Vol. 3. La Habana: Centro de Estudios Martianos / Fundación Karisma, 2002.
  • PALMERO GONZÁLES, Elena. «Calibán: caminos de una metáfora en el ensayo latinoamericano»; en Caligrama: Revista de Estudos Românicos, Vol. 9, Belo Horizonte, UFMG, 2004, pp. 57-73.
  • PUIGGRÓS, Rodolfo. Las izquierdas y el problema nacional. Buenos Aires: Editorial Galerna, 2006. (Historia Crítica de los Partidos Políticos Argentinos; III).
  • UGARTE, Manuel. Mi campaña hispanoamericana. Barcelona: Editorial Cervantes, 1922.
  • UGARTE, Manuel. La nación latinoamericana. Norberto Galasso (comp. y pról.). Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978.
  • UGARTE, Manuel. El porvenir de la América Latina. Valencia: F. Sempere y Compañía, 1911.
  • UGARTE, Manuel. El porvenir de la América Española. Valencia: Prometeo Sociedad Editorial, 1920.
  • UGARTE, Manuel. La Patria Grande. María Pía López (estudio preliminar). Buenos Aires: Capital Intelectual, 2010.
  • UGARTE, Manuel. El Destino de un Continente. Jorge Abelardo Ramos (pról.). Buenos Aires, Ediciones de la Patria Grande, 1962.
  • UGARTE, Manuel (ed.). Manuel Ugarte y el Partido Socialista. Documentos recopilados por un argentino. Buenos Aires, Unión Editorial Hispano-Americana, 1914.
  • UGARTE, Manuel. El arte y la democracia. Valencia: F. Sempere y Compañía, 1905?
  • YANKELEVICH, Pablo. «Una mirada argentina de la Revolución Mexicana: Manuel Ugarte (1910-1917)»; en Revista Estudios, n.º 3, Córdoba (Argentina), UNC, 1994, pp. 31-51.


 
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