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Unidad de «El doctor Centeno»

Germán Gullón


University of Texas



El doctor Centeno, como Tormento y La de Bringas, es novela que deja un tanto perpleja a la crítica, pues suscita multitud de preguntas que los estudiosos galdosianos no siempre pueden contestar con acierto. Al leerla surgen espontáneamente, entre otras, las siguientes cuestiones: ¿Es El doctor Centeno una sola novela o son dos?, ¿necesitamos conocer todo el grupo1 para comprenderla totalmente?, ¿por qué se titula esta novela El doctor Centeno siendo Centeno, aunque siempre presente, un muy modesto comparsa en ella?2. Si examinamos detenidamente los problemas planteados en estas preguntas, en seguida notamos que coinciden en referirse de una o de otra manera a la unidad de la obra, y que alrededor de esta cuestión básica giran las demás. En este trabajo nos proponemos hallar esa unidad, si es que existe, examinando primeramente el tema de la novela, y su estructura, que es lo que en definitiva concede entidad a una obra.

Para saber cuál es el tema de El doctor Centeno, lo primero que hemos de hacer es determinar si se trata de novela o si, más bien, como dice José F. Montesinos: «es "partes", no "parte" de un ciclo, pues se nos antoja fusión de dos novelas. El autor nunca desparramó sus materiales con tan próvida prodigalidad, y comenzando con un tema, termina con otro muy distinto»3; y aún va más allá el ilustre crítico al negar la entidad propia a esta novela cuando asegura que Centeno es en ella un mero comparsa.

Si consideramos a Celipín Centeno un «muy modesto comparsa», ¿qué no diremos de Pedro Polo o de Alejandro Miquis? ¿Es que en esta novela todos son comparsas? La respuesta ha de ser negativa; ciñéndonos a lo escrito, es posible afirmar que sí es la novela de Felipe Centeno, pues cuanto acontece en ella está visto desde su perspectiva, y sólo lo que él puede ver y entender constituye la acción.

La historia de Pedro Polo, la lucha con la pasión que le devora, no se desvela hasta Tormento, la siguiente novela de este grupo. El cura sí pudiera ser considerado un comparsa; aquí no vemos de él más que la máscara, no sus verdaderos problemas; Galdós no quiso darnos este personaje completo. De acuerdo con la singular técnica de creación del personaje que don Benito emplea al escribir las novelas citadas, lo primero que nos ofrece es el desarrollo externo. Posteriormente, por lo general en una segunda novela; el personaje aparece caracterizado por entero, sin que nada se le oculte al lector. Polo surge en el mundo novelesco galdosiano siguiendo esta técnica, y por eso en El doctor Centeno todavía es un sujeto cuya intimidad y problemática personal no logramos ver.

Ante un suceso del que tanto Polo como Centeno son protagonistas, el peso y consecuencia de la acción recae en Felipe. Cuando paseando con su amigo Juanito del Socorro, nuestro «héroe» ve a Polo, que estaba formando un «bulto» con otra persona, intuye que hay algo extraño, algo que se debe ocultar y siente miedo, «pavor y vergüenza». De la reacción del cura ante este encuentro no sabemos casi nada. La persona que Felipe no distingue en el «bulto» es Amparito, la amante, de Polo. Si a Galdós no le interesa revelarnos el ser íntimo del cura es porque en esta narración el centro de conciencia es Felipe, y lo que importa es mostrar cómo él reacciona.

La vida de Miquis nos es presentada de manera similar; ante los hechos y acciones que componen la vida del estudiante Miquis el narrador pone un prisma, Centeno, y en él se refleja la existencia romántica de su amo. Al comienzo del segundo tomo, el narrador da indicios de saber cómo es la vida íntima de Miquis -sus amores con «La Tal»-, pero hasta que Felipe no entre en contacto directo con está ciudadana no podremos saber nada con certeza.

Así, hemos sácalo del anonimato a Centeno. Ya no es el «siempre abnegado, siempre la lealtad misma [al cual], nunca logramos verlo del todo, pues su entidad es tan escasa que se nos pierde», como lo ve Montesinos, sino que tiene una entidad definida: es el prisma humano a través del cual se filtran los hechos que ocurren en la novela; es también quien mide y sopesa las acciones de los demás, y según su manera de verlas nos las transmite el narrador. Esto parece ya suficiente para que la novela tenga el título que tiene; diremos, contestando a la pregunta de Montesinos: ¿Por qué [Galdós] habrá llamado a esta novela El doctor Centeno?

En Tormento, la obra siguiente de este ciclo, cambia la situación. Felipe vuelve a aparecer, y entonces sí lo hace como comparsa, pues la acción se desarrolla sin que su visión de ella sea imprescindible para la comprensión de la novela.

En El doctor Centeno se trata de Pedro Polo y de Alejandro Miquis, pero ninguno de los dos personajes es visto directamente, tal y como es, sino desde la conciencia del muchacho Centeno. Por lo dicho, cabría pensar que El doctor Centeno es una novela abierta4, y que todo lo referente al cura o a Miquis acaso se podría excluir, sin perjuicio para la unidad de la obra, pues al quitarle un capítulo o dos lo único que se haría es reducir lo que Felipe ve. Esto no es así. En la novela ha de considerarse, además del punto de vista de Centeno, un tema y una estructura que contribuye decisivamente a su unidad, y no permiten la disgregación de los elementos que lo constituyen. A continuación procuraremos mostrar que ello es así.

Américo Castro opina que a partir de «Cervantes, la figura humana es presentada haciéndose el curso y el perfil de la propia existencia, en el ambiente social de su tiempo, como un ser permeable, intercomunicable y, al mismo tiempo, consistente, todo en un proceso de comedia-drama»5. Si aplicamos esta idea al desarrollo novelesco de Celipín Centeno, probablemente obtendremos nueva luz para ver la novela como un todo, como un conjunto armónico completo.

Nuestro «héroe» está haciéndose a lo largo de la obra, su visión del mundo y de las cosas, va cambiando según va formándose su carácter. Al comienzo, el recién llegado de Socartes dirá que «buscó [a] un desacomodado», que quiere ponerse a «servir a un señor»; se ofrece como criado a Alejandro Miquis, al que encuentra por casualidad. Celipín es un pobre «héroe chiquito» que aún no sabe nada de casi nada, ni hablar casi, a quien le da lo mismo un trabajo que otro. Lo único que desea es que le tomen de criado para poder «destruirse» [instruirse]6; todo esta se cuenta al comienzo del primer tomo, pero cuando llegamos a la última parte de la novela Felipe ya se ha «hecho» -no es que haya aprendido mucho o poco en la escuela de Polo o en el Instituto, sino que las circunstancias, la vida, han ido conformándolo, y así ya no quiere ser criado de cualquier manera, sino que, consciente de sus progresos, exige. Al proponerle don José Ido «una colocación decorosa» en que «todo se reduce a conducir el caballo de un vendedor ambulante de petróleo; el trabajo no es grande; pasear de lo lindo, y hasta es un gusto ir por esas calles tocando la corneta para que bajen las criadas», Celipín, que ha pasado a ser «Aristóteles», le dirá: «Lo pensaré, señor Ido, y la cosa está en saber lo que su amigo ha de darme por este trajín de estar todo el santo día en la calle dando trompetazos»7, y «Aristóteles» no se conformará, como lo hizo Celipín, con cualquier cosa; no mendiga ser criado de nadie, pues intuye su valor, sabe lo que su «educación» ha sido, y quiere ser retribuido con arreglo a sus méritos. En Tormento lo veremos en casa de Agustín Caballero, al servicio del cual se encuentra; después de una breve estancia con el vendedor de petróleo; está muy bien colocado, y, según él mismo dice, tiene «el mejor amo del mundo» 8. El deseo y aspiración de Centeno se ha cumplido.

El cambio que se efectúa en su nombre, desde el entrañable «Celipín» que vemos llegar del pueblo, Socartes (casi Sócrates), hasta el grave «Aristóteles», como se le llamará al final de la novela, es muy significativo, y apoya nuestra idea acerca del progreso del personaje.

Felipe es una línea de fuerza, una constante, emite todo lo que la novela contiene, dejando en claroscuro la que se halla fuera de su alcance. Además, Centeno cambia; se hace, lo cual no les ocurre ni a Polo ni a Miquis; el desarrollo del cura lo aplaza Galdós hasta la siguiente novela, y el del estudiante es incompleto; lo presenta siempre moldeado por nuestro «héroe», vaciado en él. Así, mientras el autor ofrece con la figura de Centeno el crecimiento de una persona y el desarrollo de un personaje, en Polo y Miquis presenta dos entidades estáticas.

¿Cómo se ha «hecho» Felipe?, ¿Cómo se ha «doctorado»? El narrador lo hace ver gradualmente, como es propio. Al comienzo del primer capitulo, que Galdós titula «Introducción a la Pedagogía», Celipín es puesto en contacto con el que será su primer amo, su primer «maestro» de verdad. El «héroe» ha venido a Madrid para «meterse a médico», y sus deseos empiezan a verse satisfechos al ser recibido como criado y alumno por Polo; a la vez, intuimos que Centeno no va a ir muy lejos en alas de la ciencia, pues entra al servicio de su maestro porque le cae en gracia, por lo chusco, lo cual nunca es buen indicio; al final del capítulo la esperanza de ver cumplidos sus deseos ya se ha desvanecido.

En el segundo capítulo, «Pedagogía»; vemos que los bárbaros métodos de enseñanza del cura, al que:

Se le presentaba el entendimiento de un niño como castillo que debía ser embestido y tomado a viva fuerza, y a veces por sorpresa. La máxima antigua de «la letra con sangre entra» tenía dentro del magín de Polo la fijeza de uno de esos preceptos intuitivos y primordiales del genio militar que en otro orden de cosas han producido hechos tan sublimes. Así, cuando, movido de su convicción profundísima, descargaba los nudillos sobre el cráneo de un alumno rebelde, esta cruel enseñanza iba acompañada de la idea de abrir un agujero por donde a fuerza había de entrar el tarugo intelectual que allí dentro faltaba. Los pellizcos de sus acerados dedos eran como punturas por las cuales se hacían, al través de la piel, inyecciones de la sabiduría alcaloide de los libros de texto.9



no podían servir de mucho para engrosar el escaso caudal de conocimientos del pobre Celipín, que sufrirá con paciencia las arremetidas del verdugo-maestro. «La pedagogía es asunto poco novelable» 10, hace notar Montesinos. Evidentemente, y Galdós no pretende teorizar sobre ella, ya que sólo expone la de Polo en cuanto necesaria para configurar personaje y situación; no hay que buscar datos adecuados para construir una teoría. Por eso si la pedagogía, en abstracto, efectivamente es poco novelable, no lo es cuando se la utiliza en función de Centeno, de su hacerse un hombre. En este capítulo el narrador despeja una incógnita: nuestro «héroe» no podrá llegar a ser médico; su educación, en punto a «la ciencia», comenzada «en la escuela de la calle del Peñón», donde permaneció poco más de un mes, y continuada en la de Pedro Polo, queda interrumpida, aunque luego, cuando está al servicio de Miquis asista de vez en cuando a las clases del Instituto. El día en que el cura se mofa cruelmente del pequeño personaje, escarneciéndole delante de sus compañeros, se cierra definitivamente la posibilidad de que Felipe consiga su objetivo, el que le impulsó a salir de Socartes: ser médico.

En ese momento, al quedar en ridículo ante los demás muchachos, es cuando se abre el ámbito exterior: la calle. Comenzará una nueva etapa en su vida; en la escuela ya no aprenderá nada; como al héroe de la novela picaresca, todo se lo enseñará la vida. Pasa de la austeridad de la casa de Polo, donde todo estaba ordenado y reglamentado, a la libertad casi absoluta que le proporciona el servicio de Miquis. El narrador saca a Felipe de la casa-escuela, y al traspasar el umbral se le brinda otro mundo, cuyo descubrimiento irá haciendo gradualmente.

Su primer paso es cruzar la calle en que vive Polo; allí está la redacción de un periódico, donde conoce a Juanito del Socorro, hijo del mozo de la imprenta, que trabaja en ella, llevando y trayendo pruebas. Más tarde descubre un solar a pocos pasos de la casa; en él juega con recados a la madre de Polo, y por fin, estando ya al servicio de Alejandro Miquis, baja a los quintos infiernos, a la elle del Almendro.

El ámbito por donde se mueve Felipe poco a poco va creciendo. De no salir a la puerta de la casa pasa a ir a los «quintos infiernos». Al «hacerse» de Centeno, compuesto por diferentes líneas de experiencia, contribuye especialmente el ensanchamiento del espacio novelesco, que va dilatándose conforme Felipe lo va conociendo; las idas y venidas de Centeno amplían el espacio de la novela. Se podría decir que el personaje, más que el narrador, nos descubre los accidentes geográficos de la novela.

El «hacerse» de Felipe Centeno no consiste en lo que él había soñado nada más llegar a Madrid -llegar a ser sabio como Golfín-, sino en algo más profundo; es el resultado de su contacto con el mundo y con dos maestros de tipo contrario, que, sin proponérselo, le enseñan cómo desenvolverse en la vida.

Si la novela no hubiera salido del rígido mundo del cura Polo, si se hubiera podido afirmar que era «parte» o «partes» de una obra, Pero no sucede así. Felipe, en la progresiva conformación de su personalidad, da sentido a la unión de dos mundos dispares. Felipe es el que determina con su presencia en la acción novelesca la diferencia de ambos mundos: el de Polo y el de Miquis, los cuales, a su vez, contribuyen a abrirle los ojos, por el contraste entre dos maneras de vivir tan diferentes. La función de cada uno de estos mundos consiste en complementar el otro y así completar al personaje que ha pasado por ambos.

El tema, el «hacerse» del protagonista, está perfectamente ajustado a la estructura, que podríamos llamar de iluminación progresiva. Al ensancharse el ámbito espacial de Centeno, el personaje va siendo más y más lo que puede ser y entendiendo que lo importante en la vida es conseguir un buen trabajo. Podemos admitir que la tensión constructiva que existe en el primer tomo se pierde un poco en el segundo con la narración de la «romántica» vida de Alejandro Miquis; pero no cabe negar que esa tensión consiste esencialmente en perfilar a nuestro personaje y va dirigida hacia un final que es el doctorado de Felipe para la vida en lo terrestre (y de ahí «centeno»), doctorado que le permitirá distinguir entre lo que le conviene y lo que no.

Esta idea del progreso, el tender a un fin concreto, hace recordar el Lazarillo de Tormes11, con el cual tiene parentesco lejano pero palpable. Desde la primera página de la novela se llamará a nuestro12





 
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