«Viaje a destiempo» es,
como reza su nombre, una meditación fuera de tiempo;
un internarse en las circunstancias que ensombrecieron esta
treintena de silencio que acaba de terminar, cuando las mismas
empezaron a revelarse con su multiplicidad aterradora.
La
condición primaria del poeta es mantener tenso el
arco de su autenticidad, y sólo puede hacerlo cuando
se siente atravesado íntimamente por los hechos propios
o ajenos. Sé muy bien que ningún poema tendrá
nunca el poder de rescatar una vida o restañar el
dolor de una ausencia, pero siento que debo dar testimonio
de aquello que quedó resonando en mi interior.
Nada
personal me ha movido a escribir este libro, salvo la secreta
culpa de una indiferencia compartida, y el duelo que tanta
tortura y tantas tumbas sin cruz provocaron en mi espíritu
una vez develadas.
En este momento de nuestra existencia
comunitaria, cuando cada quien se apronta a cumplir su tarea
especifica, el poeta se levanta también para oficiar
los ritos de su propia liturgia, hablando por aquellos que
se quedaron sin voz.
R. F. de A.
V - 1989.
—9→
-I-
Me sumerjo en las aguas verdinegras de un lago
en
busca de la tierra sin mal.
Se desnudan las luces en la
otra orilla de mis ojos,
Luces en las lomadas
donde
se apaciguan los naranjas.
Alguien borda un tapiz de candiles
del otro lado
de la noche mientras crece
la luna.
Mientras crece la luna los pasos de
la tarde chapotean
sobre un surco que
horado la memoria.
Y en las piernas,
el abrazo de los
camalotes como mordaza empecinado.
El agua me sube desde
los tobillos hacia adentro,
hacia el conocimiento total
de lo intuido,
hacia las imágenes que derrumba
la tarde.
Negras ramas abiertas como ávidos
manos estiran
su desolación
más allá de la lámina espejado del
agua.
Una sábana de plato arropa el sueño
de la tierra,
y detrás,
un parpadeo de vigilias
distantes por todas partes.
—10→
Me demoro en las
aguas verdinegras de un lago
bordeando el malezal,
la leve hinchazón de la espuma.
el péndulo
entre lo incierto y la certeza,
en busca de la tierra
sin mal.
—11→
-II-
Negra noche
alta
negrura
negra alta muda largo noche sin alba.
Todo
lo envuelves,
lo envolviste,
lo has cubierto con tu
luto implacable.
Sobre giros dispersos
buitres
negros.
La aurora,
olvidada
de clarear
se ahorca en sus giros lentos.
Olor a herrumbre,
a
coágulo,
olor a grito con herrumbre coagulado.
Voz desmigajada de la voz
flotando,
retorciéndose,
hundiéndose en el agua,
yéndose
hacia el horizonte llamarada
donde mis ojos se sientan
frente al crepúsculo.
—12→
Se agranda el
agua en mi ser.
Se agranda dentro de su larva de silencio.
Me rodea,
me
asedia.
Continúo.
Algas ataduras en los pies
me
recuerdan
la grieta de un adiós detrás de
un muro.
La aberración de mi andar
abre y cierra pozos en el agua.
Se recluye el cansancio
en su cáliz de barro.
Peces yertos,
légamo,
ojos abiertos, boquiquietos.
No se pueden cerrar.
Están
muertos.
Ya no hay estrellas.
Sólo
los ojos de la intemperie nos asombran
desde el telón
constelado.
¿Dónde están las estrellas viejas
como los versos?
¿Nuevas como la rajadura de la noche?
Esperanza, esperanza
en
la hendidura.
—13→
Me duele el agua en la piel,
el frío
que tirita en mi cuerpo,
el temor-viaje-absurdo
de
que nunca amanezca.
—15→
-III-
El espectro de mi obstinación
deambula
por el fondo del lago.
De ida hacia el recuento
el
horizonte
nos mira de espaldas.
Mis plantas suenan
en la orilla
como
las alas de un ave
que alguien revienta.
Troncos de sonido,
en
hilera,
a
lo lejos.
Árboles de una selva que solloza.
Desenvainada de las gargantas
la
voz
penetra en las sienes
para
plantar la herida.
—16→
¿Dónde gimen los
muertos,
dónde,
dónde?
Cuartos anónimos,
cerrojo,
picalátigo,
puño
sangre,
o alguna picada donde el estampido recto da en
el blanco.
La vida desangrándose
en
el semicírculo de la mirada.
Un sordo destemplado
bajo
alto
casi
mudo lamento
resuena en el semicírculo de la mirada.
El susurro del monte se interrumpe
desmenuzado
bajo dentro sobre el agua.
Está aquí,
rodeándome,
sobre
el atardecer,
bajo el reposo.
Todo está perfilado
por el reposo de la noche.
—17→
Bajo la túnica
de la luna
se
levantan
los cilíndricos salmos de la desdicha.
Una hogaza de gritos
aumenta
y retrocede,
disminuye y avanza
con su remembranza
de cicatriz sobre la lengua.
Late un bosque
de quejas al descender la noche.
Se ha echado a crecer
como
un pan liberado.
Un clamor a destiempo en sus ramas afónicas.
—19→
-IV-
Cuando el hacha raja el arco sonoro de la canción;
cuando sazona la pólvora los suntuosos sabores
de
la promesa;
cuando el candado
es capaz de estrangular la
respiración
del ramaje;
cuando se lapida el perfume
y se abandonan
los cuerpos a merced de las lluvias;
entonces,
el
alma
se recoge en un cántaro
a
beber su destierro.
—21→
-V-
¡Oh, treintenario noche,
no
acabas de amanecer!
El duelo de tus estrellas
imparte
aún
su maldición postrera.
Luz negra
y ciego mente vaciado.
Ni derribada
la
sombra
se
liberan las mortajas.
Un pájaro de ácido
sobrevuela los años.
Ruego y ácido
sus
alas de quebranto.
En la primera plana de los periódicos
la putrefacción con pestañas.
Y a pesar
de
y
no obstante
y
desde luego,
una porfiado esperanza
asomando sus nervaduras
incipientes.
—22→
Rojas gotas en el centro de las
pupilas.
Densas como plomo rojo
caen
desde el vértice puñal de las pupilas
sobre las cuantiosas palabras.
¡Oh, treintenaria
noche,
cómo
pesa
tu bóveda de navajas al filo de la aurora!
Todo es opaco en los trascuartos del inventario:
dolo,
herida,
cicatriz,
recuerdo.
—23→
-VI-
Para un mapa amojonado de estancias perversas
esta ronda a destiempo con la congoja
en andas.
Mis pies,
peregrinos
errátiles dentro de la conciencia,
se abisman en
el lastre untuoso del lago.
De mis brazos
tendidos
hacia atrás,
cual alas dóciles que la liviandad
solvento,
se multiplican figuras con sus caras de sebo.
Un sabor a salmuera
empaña
la suelta azulez del aire en calma,
fija
en su libertad,
atado en su absoluto,
desprovista
de cercos.
—24→
Los artejos en el mortero de la
infamia son harina
molida.
Maceración
de piel y labio y rogativa
en
las ramas
bordes del mazo.
El miedo
en los trapiches como guarapo espeso.
La muerte:
una
simple subasta de cenizas.
—25→
-VII-
El pulso se coagula
al roce de glaciales
presentidos.
La palabra en el aire
dibuja
su derrumbe.
La lucidez se torno incandescente
en la quebrada de un tiempo que se estanca.
Más tarde,
cuando amaino la garúa del
miedo,
se despierta un torrente
donde encuentran su
ritmo los latidos.
—26→
-VIII-
Por el ojo de la cerradura.
Por el ojo de
la ventana.
Por el gran ojo de la noche:
la
expectativa,
el
espanto,
la
certeza.
Por el ojo desplegado de la frente
se asoma
la
esperanza.
Botas tabletean en las veredas.
La incertidumbre silba perforando la noche.
Erupciona
el estampido
cerca,
lejos.
Lejos, lejos está el comienzo.
Una tuerca que gira gimiendo.
Una tuerca triturando
las
ramitas de la confianza.
Se enrosca sobre los hombres,
se ensaña contra el perfil sonoro de los hombres.
—27→
Cerca, cerca
resuenan
las baldosas,
allí donde hasta hace un rato
el aire se asfixiaba
con los sahumerios de los ditirambos.
Hiperbólicas loas
han
puesto el cielo
como vapor de fango.
Falta
la luz para beberla,
falta
el manantial
para aspirar su canto de ruiseñor.
Negros ríos lo invaden todo
poniéndole
sobrenombres
a la desdicha.
La madre
de los negros ríos son los ojos del llanto.
Botas tabletean en las veredas,
y
en lo ancho
un trueno que se anubarra y se reitera.
En la esquina de un ayer desmemoriado
alguien
se ha ido para siempre.
¿En
dónde están?
—28→
No han vuelto.
¿En dónde
están nuestros muertos?
La madre de los negros
ríos son los ojos del llanto.
Noche cuadriculada
por chicotazos de fiebre.
Empecinamiento y fuga.
Noche
averno.
Y en las calles,
pechos
floridos
con la sangre mansa
yéndose.
Un ingenuo hilito de vida,
manando,
yéndose.
—29→
-IX-
Un candil llora cera en el centro de campos
desmochados.
Solitario en su círculo
de luciérnaga
tiembla,
se
doblega,
se
sofoca.
Cópula de llama y viento bajo el sereno
del alba.
—31→
-X-
En la ceguera de rumbos que se ahogan
un
son
de nana triste.
Un canturreo
de nana triste
hipa
y se interrumpe
sobre la lampiña
intensidad del horizonte absuelto.
Desde algún
desperdicio de luna
la hamaca huesa
mece un dolor encanecido.
Nada tan patético como
el son,
nada
tan lúgubre salvo
ese demorarse
en el consuelo del desconsuelo
bajo el pecho enjoyado
de la noche.
Raíces grises crecen desde
los huesos;
los cobijan con sus brazos
y
protegen;
con su leche vegetal los amamantan.
En úteros
telúricos salmodia la tristeza.
—32→
Nadie
escucha,
ni
mira,
ni
recuerda.
Todo está huero menos la premonición
desflorada.
Manchón de claridad en el
vientre de un matorral
profanado.
Túmulos dejan gibas dispersos
bajo
la sombra entre sol,
bajo la sombra;
como altares de olvido sin la requisitoria de los
dioses.
De estación en ausencia se han podrido
los ojos
de llanto en rezo.
Glóbulos
amarillos,
labios
sin sangre
reteniendo las imágenes últimas.
¿De qué cuerda partida brota esa nana;
de qué yacija sin nombre;
de
qué lengua irrevocable?
—33→
Una sordera de piedra
latiga el rostro,
el
agua,
el
viaje,
la memoria que avanza a deshora.
Cuencas
vacías se atragantan de tierra;
se rellenan de
tierra;
se complacen en el regazo de la tierra.
Alguien llora en el reverso de la mirada.
Alguien
canta o escupe
o
tiembla o sueña.
Entre los maxilares
de la nada,
sobre un almácigo de albahaca
y
mordazas en flor
una tonada de nana triste
acuna
la vigilia calcárea de los muertos.
—35→
-XI-
La soledad se ha quedado sin sombras.
Pura
lechada donde se recortan
la
orfandad de una
palmera,
algún
buey rumiando su descanso,
las formas
encorvadas de la tristeza.
Un rebozo se aleja
con sigilo.
No hay señales que atestigüen
por los muertos;
ninguna cruz suplicando un padrenuestro.
Cualquier lugar da lo mismo para
celebrar
la vigencia destronado de la vida.
Todo es igualmente
hermético y siniestro;
desde el incendio del sol
hasta el recogimiento de
la luna.
Nadie puede arrodillarse ante el gesto de lo que
fuera una risa,
una
bordona de luz en las gargantas,
si
acaso un beso.
—36→
Nadie reclina sobre el sepulcro la mansedumbre
de
una punzada siempre fresca.
No se puede rogar por los muertos.
Lo prohíben
las botas.
El
temor lo decreta.
—37→
-XII-
En su misma nación:
extranjeros.
Huérfanos de la miel que aroma
el
escondido corazón
del monte.
Sin
tierra,
sin
cántaro,
sin
helechos tapizando por dentro
la intimidad del pozo.
Con
hambre,
sin
pan,
con
la duda abierta y la certeza
avara frente a las enredaderas
trashumantes.
Agredidos,
trasegados,
arrastrados
hacia las secretas islerías del desconcierto.
—38→
Desheredados de la roza ardiente,
desgajados,
arrojados
a
un páramo en destierro.
—39→
-XIII-
Hay un hálito de derrota por todos partes.
Un hálito soterrado
ululando
maravillas
a la crédula fijeza de los astros.
Mira,
me
crece el agua en los pies.
La baba insomne del lago
me
acerca
a la boca tumba de un pulpo insaciable.
A donde se vuelquen mis ojos
un
olor a condena
tranca el espacio con la saña vertical
del encierro.
Una ventisca que anonada
vence
la ingenuidad del
viento madrugador
y austero.
—40→
Nadie puede zafarse del grillete;
nadie evadirse de la mueca engolosinado de la abundancia;
nadie vestirse de inocencia
olvidando
el olvido de los otros.
Nadie.
¿Dónde
están los resquicios por donde estirar la
esperanza?
¿En qué secreto lugar buscar la mano que mira de
frente?
Las protestas,
como damas opulentas,
se dejaron seducir por la guadaña
del silencio.
—41→
-XIV-
En el follaje se escurren
los acentos del
sol,
dejando entre las hojas
añicos de su luz.
La distancia se alarga
hasta el origen de la mirada,
mientras la tibia placidez
anestesia los músculos
volviéndolos de barro.
El té
libera en ondulantes volutas
su cálido sabor.
Una flor se perfuma
en un vaso de cristal,
y un libro
espera
dignamente mi avidez.
Estoy.
Pero tú también estás
hundido
hasta los pies,
—42→
haciéndole jirones al desvelo;
un lucero al borde del amanecer
tras el naufragio de
tu voz.
Estoy
con
mi té
mi
libro
y
la flor.
De pronto comprendo que tú también
estás:
prisionero,
torturado,
envilecido,
en los cauces del olvido.
—43→
-XV-
Por el calcañar de mis plantas sube
el frío de
la espada.
El frío
de la espada enhebra la tibieza de la sangre.
La vida
fluye espesándose hasta la negrura coagulada.
La
noche levanta sus párpados paro alumbrar el verano.
Dentro del estío
el
crepúsculo se retarda frente a la
antesala
de la luna.
En la oscuridad trajinan velones encendidos,
tembladeros sobre las plegarias.
Una procesión
de lucitas cubre los campos.
—45→
-XVI-
En la espesura un claro y en el claro una fronda
que amanece.
En el silencio un grito
y en el grito un redoble
moroso y taciturno.
Un tronco suelta sus ramos hacia la complicidad azul
del universo.
Y en las ramas los nidos
y en los nidos el cálido
palpitar
de la aurora.
De una garganta arco la flecha
trino.
Suspendido en el aire el canto certero se clava
en
el temblor de mis ojos.
Una línea
de luz surca mi oído inmerso en la límpida
dicha de la naturaleza.
Un árbol
se levanta solitario contra el horizonte
vacío.
Un poco más allá la maleza.
Un tanto
más acá mis pies en el limo del lago.
Un
surtidor violáceo estalla en cada ramo
y es todo
flor, de pronto,
en la totalidad del aire.
Un perfume
a germinación anida en las corolas.
Un diálogo
de brisas en cada nervadura.
—46→
Es un sinfónico andar
el que me lleva hacia la música
absoluta
de su copa servida.
Desde el festón de
sus hojas que toca el infinito,
cercano e impalpable,
que comienza conmigo
me deslizo por la horqueta mayúscula
hacia un sabor
de fuerza y rajadura.
Le busco las axilas a la madera,
me distancio del sueño
de los pájaros,
de su corteza recorro las arrugas
más íntimas,
leña de algún
invierno venidero.
Me interno en su pulpa secreta
para
beber de a poco la miel arisca de su corazón.
Navego hacia sus radas olorosas,
hacia el pulso oculto
de la tierra,
hacia la cabellera de sus raíces
desplegadas.
Y llego a la semilla,
potencia anunciadora
de un lapacho encendido.
Semilla, ¿estás
ahí,
acunada en los huesos del que se fue con un
látigo de
pólvora restallando
en la nuca?
Solitario cayó más allá
del ocaso, más acá de la
indiferente
calle,
—47→
bajo la mortaja montaraz de la savia sombra.
Solitario mordió su salmo de impotencia;
solitario,
sin cruz,
fue cubierto de selva.
La piedad
de una mano ingresa al descampado.
Todo es luz, todo es
calma,
todo estrella y silencio, bajo la desvestida luna
blanca.
Unas palmas morenas acunan
la semilla.
Sobre el seno la llevan como a un niño
mamando;
con las uñas escarban las soles removidas;
con las uñas del llanto palpan la muerte fresca.
Y en los dedos dormidos
de aquel a quien sin asco te
han hurtado la vida
colocan la simiente.
Todo es calma
y es luz y estrella y es silencio.
La noche es como lluvia
donde germina un párpado.
Árbol
cruz, cruz de sombra,
te quedarás enhiesto con
tu isla de pájaros
para dar testimonio,
alguna
vez, si acaso,
del lugar donde el grito se volvió
fogonazo.
—49→
-XVII-
¿Dónde está la tierra de ojos
de venado,
el asiento de los cacharros
y
el resplandor de los
fogones;
dónde
la ausencia absoluto del mal?
¿Si no está
detrás de la vigilia,
ni del peldaño más
cercano a la luz,
dónde
si no
la tierra de las colmenas zumbadoras?
¿Dónde el paraje en que los picaflores estremecen
el aire con sus alas minúsculas,
suspensos
en un punto
como los molinetes de
los niños cuando arrecia la
brisa
del mediodía?
—50→
¿Adónde me arrastra
este peregrinar
que
no termina?
Camino sobre el lodo sombra,
errante,
buscando la tierra sin mal,
pero no encuentro el sitio
donde
las voces se expandan
sin que nadie cercene las espigas
del canto.
—51→
-XVIII-
Para Gladys Carmagnola que me dio su mano
franca.
Abandono las aguas verdinegras de un
lago.
Rostros disueltos
flotan
días dislocados.
Un aire a floración
por todas partes.
Ya no existo.
Conmigo se ha quedado
un atado de máscaras zozobrando