Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Viaje a destiempo

Renée Ferrer de Arrégalla



cubierta



A los torturados
y desaparecidos



«Viaje a destiempo» es, como reza su nombre, una meditación fuera de tiempo; un internarse en las circunstancias que ensombrecieron esta treintena de silencio que acaba de terminar, cuando las mismas empezaron a revelarse con su multiplicidad aterradora.

La condición primaria del poeta es mantener tenso el arco de su autenticidad, y sólo puede hacerlo cuando se siente atravesado íntimamente por los hechos propios o ajenos. Sé muy bien que ningún poema tendrá nunca el poder de rescatar una vida o restañar el dolor de una ausencia, pero siento que debo dar testimonio de aquello que quedó resonando en mi interior.

Nada personal me ha movido a escribir este libro, salvo la secreta culpa de una indiferencia compartida, y el duelo que tanta tortura y tantas tumbas sin cruz provocaron en mi espíritu una vez develadas.

En este momento de nuestra existencia comunitaria, cuando cada quien se apronta a cumplir su tarea especifica, el poeta se levanta también para oficiar los ritos de su propia liturgia, hablando por aquellos que se quedaron sin voz.

R. F. de A.

V - 1989.





  —9→  

ArribaAbajo-I-



Me sumerjo en las aguas verdinegras de un lago
en busca de la tierra sin mal.
Se desnudan las luces en la otra orilla de mis ojos,
Luces en las lomadas
donde se apaciguan los naranjas.
Alguien borda un tapiz de candiles del otro lado
de la noche mientras crece la luna.

Mientras crece la luna los pasos de la tarde chapotean
sobre un surco que horado la memoria.
Y en las piernas,
el abrazo de los camalotes como mordaza empecinado.
El agua me sube desde los tobillos hacia adentro,
hacia el conocimiento total de lo intuido,
hacia las imágenes que derrumba la tarde.

Negras ramas abiertas como ávidos manos estiran
su desolación
más allá de la lámina espejado del agua.
Una sábana de plato arropa el sueño de la tierra,
y detrás,
un parpadeo de vigilias distantes por todas partes.
—10→

Me demoro en las aguas verdinegras de un lago
bordeando el malezal,
la leve hinchazón de la espuma.
el péndulo entre lo incierto y la certeza,
en busca de la tierra sin mal.



  —11→  

ArribaAbajo-II-



Negra noche
alta negrura
negra alta muda largo noche sin alba.
Todo lo envuelves,
lo envolviste,
lo has cubierto con tu luto implacable.
Sobre giros dispersos
buitres negros.

La aurora,
olvidada de clarear
se ahorca en sus giros lentos.
Olor a herrumbre,
a coágulo,
olor a grito con herrumbre coagulado.
Voz desmigajada de la voz
flotando,
retorciéndose,
hundiéndose en el agua,
yéndose
hacia el horizonte llamarada
donde mis ojos se sientan frente al crepúsculo.
—12→

Se agranda el agua en mi ser.
Se agranda dentro de su larva de silencio.
Me rodea,
me asedia.
Continúo.
Algas ataduras en los pies
me recuerdan
la grieta de un adiós detrás de un muro.

La aberración de mi andar
abre y cierra pozos en el agua.
Se recluye el cansancio en su cáliz de barro.
Peces yertos,
légamo,
ojos abiertos, boquiquietos.
No se pueden cerrar.
Están muertos.

Ya no hay estrellas.
Sólo los ojos de la intemperie nos asombran
desde el telón constelado.
¿Dónde están las estrellas viejas como los versos?
¿Nuevas como la rajadura de la noche?

Esperanza, esperanza
en la hendidura.
—13→
Me duele el agua en la piel,
el frío que tirita en mi cuerpo,
el temor-viaje-absurdo
de que nunca amanezca.



  —15→  

ArribaAbajo-III-



El espectro de mi obstinación
deambula
por el fondo del lago.
De ida hacia el recuento
el horizonte
nos mira de espaldas.
Mis plantas suenan en la orilla
como las alas de un ave
que alguien revienta.

Troncos de sonido,
en hilera,
a lo lejos.
Árboles de una selva que solloza.
Desenvainada de las gargantas
la voz
penetra en las sienes
para plantar la herida.
—16→

¿Dónde gimen los muertos,
dónde, dónde?
Cuartos anónimos,
       cerrojo,
       picalátigo,
       puño sangre,
o alguna picada donde el estampido recto da en
el blanco.

La vida desangrándose
en el semicírculo de la mirada.
Un sordo destemplado
       bajo alto
       casi mudo lamento
resuena en el semicírculo de la mirada.

El susurro del monte se interrumpe
desmenuzado
bajo dentro sobre el agua.
Está aquí,
rodeándome,
sobre el atardecer,
bajo el reposo.
Todo está perfilado por el reposo de la noche.
—17→

Bajo la túnica de la luna
se levantan
los cilíndricos salmos de la desdicha.
Una hogaza de gritos
aumenta y retrocede,
disminuye y avanza
con su remembranza de cicatriz sobre la lengua.

Late un bosque de quejas al descender la noche.
Se ha echado a crecer
como un pan liberado.
Un clamor a destiempo en sus ramas afónicas.



  —19→  

ArribaAbajo-IV-



Cuando el hacha raja el arco sonoro de la canción;
cuando sazona la pólvora los suntuosos sabores de
la promesa;
cuando el candado es capaz de estrangular la
respiración del ramaje;
cuando se lapida el perfume
y se abandonan los cuerpos a merced de las lluvias;
entonces,
el alma
se recoge en un cántaro
a beber su destierro.



  —21→  

ArribaAbajo-V-



¡Oh, treintenario noche,
no acabas de amanecer!
El duelo de tus estrellas
imparte aún
su maldición postrera.
Luz negra y ciego mente vaciado.
Ni derribada
la sombra
se liberan las mortajas.

Un pájaro de ácido sobrevuela los años.
Ruego y ácido
sus alas de quebranto.
En la primera plana de los periódicos
la putrefacción con pestañas.
Y a pesar de
y no obstante
y desde luego,
una porfiado esperanza
asomando sus nervaduras incipientes.
—22→

Rojas gotas en el centro de las pupilas.
Densas como plomo rojo
caen
desde el vértice puñal de las pupilas
sobre las cuantiosas palabras.

¡Oh, treintenaria noche,
cómo pesa
tu bóveda de navajas al filo de la aurora!
Todo es opaco en los trascuartos del inventario:
       dolo,
       herida,
       cicatriz,
       recuerdo.



  —23→  

ArribaAbajo-VI-



Para un mapa amojonado de estancias perversas
esta ronda a destiempo con la congoja en andas.
Mis pies,
peregrinos errátiles dentro de la conciencia,
se abisman en el lastre untuoso del lago.

De mis brazos
tendidos hacia atrás,
cual alas dóciles que la liviandad solvento,
se multiplican figuras con sus caras de sebo.

Un sabor a salmuera
empaña
la suelta azulez del aire en calma,
fija en su libertad,
atado en su absoluto,
desprovista de cercos.
—24→

Los artejos en el mortero de la infamia son harina
molida.
Maceración de piel y labio y rogativa
en las ramas
bordes del mazo.
El miedo en los trapiches como guarapo espeso.
La muerte:
una simple subasta de cenizas.
—25→




ArribaAbajo-VII-



El pulso se coagula
al roce de glaciales presentidos.

La palabra en el aire
dibuja su derrumbe.

La lucidez se torno incandescente
en la quebrada de un tiempo que se estanca.

Más tarde,
cuando amaino la garúa del miedo,
se despierta un torrente
donde encuentran su ritmo los latidos.



  —26→  

ArribaAbajo-VIII-



Por el ojo de la cerradura.
Por el ojo de la ventana.
Por el gran ojo de la noche:
la expectativa,
el espanto,
la certeza.
Por el ojo desplegado de la frente
se asoma
la esperanza.

Botas tabletean en las veredas.
La incertidumbre silba perforando la noche.
Erupciona el estampido
cerca, lejos.

Lejos, lejos está el comienzo.
Una tuerca que gira gimiendo.
Una tuerca triturando
las ramitas de la confianza.
Se enrosca sobre los hombres,
se ensaña contra el perfil sonoro de los hombres.
—27→

Cerca, cerca
resuenan las baldosas,
allí donde hasta hace un rato
el aire se asfixiaba
con los sahumerios de los ditirambos.

Hiperbólicas loas
han puesto el cielo
como vapor de fango.

Falta la luz para beberla,
falta el manantial
para aspirar su canto de ruiseñor.
Negros ríos lo invaden todo
poniéndole sobrenombres
a la desdicha.
La madre de los negros ríos son los ojos del llanto.

Botas tabletean en las veredas,
y en lo ancho
un trueno que se anubarra y se reitera.

En la esquina de un ayer desmemoriado
alguien se ha ido para siempre.
¿En dónde están?
—28→
No han vuelto.
¿En dónde están nuestros muertos?
La madre de los negros ríos son los ojos del llanto.

Noche cuadriculada por chicotazos de fiebre.
Empecinamiento y fuga.
Noche averno.
Y en las calles,
pechos floridos
con la sangre mansa
yéndose.
Un ingenuo hilito de vida,
manando, yéndose.



  —29→  

ArribaAbajo-IX-



Un candil llora cera en el centro de campos
desmochados.
Solitario en su círculo de luciérnaga
tiembla,
se doblega,
se sofoca.
Cópula de llama y viento bajo el sereno del alba.



  —31→  

ArribaAbajo-X-



En la ceguera de rumbos que se ahogan
un son
de nana triste.
Un canturreo de nana triste
hipa y se interrumpe
sobre la lampiña intensidad del horizonte absuelto.

Desde algún desperdicio de luna
la hamaca huesa mece un dolor encanecido.
Nada tan patético como el son,
nada tan lúgubre salvo
ese demorarse en el consuelo del desconsuelo
bajo el pecho enjoyado de la noche.

Raíces grises crecen desde los huesos;
los cobijan con sus brazos
y protegen;
con su leche vegetal los amamantan.
En úteros telúricos salmodia la tristeza.
—32→
Nadie escucha,
ni mira,
ni recuerda.
Todo está huero menos la premonición desflorada.

Manchón de claridad en el vientre de un matorral
profanado.
Túmulos dejan gibas dispersos
bajo la sombra entre sol,
bajo la sombra;
como altares de olvido sin la requisitoria de los
dioses.

De estación en ausencia se han podrido los ojos
de llanto en rezo.
Glóbulos amarillos,
labios sin sangre
reteniendo las imágenes últimas.

¿De qué cuerda partida brota esa nana;
de qué yacija sin nombre;
de qué lengua irrevocable?
—33→
Una sordera de piedra latiga el rostro,
el agua,
el viaje,
la memoria que avanza a deshora.

Cuencas vacías se atragantan de tierra;
se rellenan de tierra;
se complacen en el regazo de la tierra.

Alguien llora en el reverso de la mirada.
Alguien
canta o escupe
o tiembla o sueña.

Entre los maxilares de la nada,
sobre un almácigo de albahaca
y mordazas en flor
una tonada de nana triste
acuna
la vigilia calcárea de los muertos.



  —35→  

ArribaAbajo-XI-



La soledad se ha quedado sin sombras.
Pura lechada donde se recortan
la orfandad de una
palmera,
algún buey rumiando su descanso,
las formas encorvadas de la tristeza.

Un rebozo se aleja con sigilo.
No hay señales que atestigüen por los muertos;
ninguna cruz suplicando un padrenuestro.
Cualquier lugar da lo mismo para
celebrar
la vigencia destronado de la vida.
Todo es igualmente hermético y siniestro;
desde el incendio del sol hasta el recogimiento de
la luna.

Nadie puede arrodillarse ante el gesto de lo que
fuera una risa,
una bordona de luz en las gargantas,
si acaso un beso.
—36→
Nadie reclina sobre el sepulcro la mansedumbre de
una punzada siempre fresca.

No se puede rogar por los muertos.
Lo prohíben las botas.
El temor lo decreta.



  —37→  

ArribaAbajo-XII-



En su misma nación:
       extranjeros.
Huérfanos de la miel que aroma
       el escondido corazón
del monte.

       Sin tierra,
       sin cántaro,
       sin helechos tapizando por dentro
la intimidad del pozo.

       Con hambre,
       sin pan,
       con la duda abierta y la certeza
avara frente a las enredaderas trashumantes.

       Agredidos,
       trasegados,
       arrastrados
hacia las secretas islerías del desconcierto.
—38→

Desheredados de la roza ardiente,
       desgajados,
       arrojados
       a un páramo en destierro.



  —39→  

ArribaAbajo-XIII-



Hay un hálito de derrota por todos partes.
Un hálito soterrado
ululando maravillas
a la crédula fijeza de los astros.

Mira,
me crece el agua en los pies.
La baba insomne del lago
me acerca
a la boca tumba de un pulpo insaciable.

A donde se vuelquen mis ojos
un olor a condena
tranca el espacio con la saña vertical del encierro.
Una ventisca que anonada
vence la ingenuidad del
viento madrugador y austero.
—40→

Nadie puede zafarse del grillete;
nadie evadirse de la mueca engolosinado de la abundancia;
nadie vestirse de inocencia
olvidando el olvido de los otros.
Nadie.

¿Dónde están los resquicios por donde estirar la
esperanza?
¿En qué secreto lugar buscar la mano que mira de
frente?

Las protestas,

como damas opulentas,

se dejaron seducir por la guadaña del silencio.



  —41→  

ArribaAbajo-XIV-



En el follaje se escurren
los acentos del sol,
dejando entre las hojas
añicos de su luz.
La distancia se alarga
hasta el origen de la mirada,
mientras la tibia placidez
anestesia los músculos
volviéndolos de barro.

El té libera en ondulantes volutas
su cálido sabor.
Una flor se perfuma
en un vaso de cristal,
y un libro espera
dignamente mi avidez.

Estoy.

Pero tú también estás
hundido hasta los pies,
—42→
haciéndole jirones al desvelo;
un lucero al borde del amanecer
tras el naufragio de tu voz.

    Estoy
       con mi té
       mi libro
       y la flor.

De pronto comprendo que tú también estás:
       prisionero,
       torturado,
       envilecido,
en los cauces del olvido.
—43→




ArribaAbajo-XV-



Por el calcañar de mis plantas sube el frío de
la espada.
El frío de la espada enhebra la tibieza de la sangre.
La vida fluye espesándose hasta la negrura coagulada.
La noche levanta sus párpados paro alumbrar el verano.
Dentro del estío
el crepúsculo se retarda frente a la
antesala de la luna.
En la oscuridad trajinan velones encendidos,
tembladeros sobre las plegarias.

Una procesión de lucitas cubre los campos.



  —45→  

ArribaAbajo-XVI-



En la espesura un claro y en el claro una fronda
que amanece.
En el silencio un grito y en el grito un redoble
moroso y taciturno.
Un tronco suelta sus ramos hacia la complicidad azul
del universo.
Y en las ramas los nidos y en los nidos el cálido
palpitar de la aurora.

De una garganta arco la flecha trino.
Suspendido en el aire el canto certero se clava en
el temblor de mis ojos.
Una línea de luz surca mi oído inmerso en la límpida
dicha de la naturaleza.
Un árbol se levanta solitario contra el horizonte
vacío.
Un poco más allá la maleza.
Un tanto más acá mis pies en el limo del lago.
Un surtidor violáceo estalla en cada ramo
y es todo flor, de pronto,
en la totalidad del aire.
Un perfume a germinación anida en las corolas.
Un diálogo de brisas en cada nervadura.
—46→
Es un sinfónico andar el que me lleva hacia la música
absoluta de su copa servida.

Desde el festón de sus hojas que toca el infinito,
cercano e impalpable,
que comienza conmigo
me deslizo por la horqueta mayúscula hacia un sabor
de fuerza y rajadura.
Le busco las axilas a la madera,
me distancio del sueño de los pájaros,
de su corteza recorro las arrugas más íntimas,
leña de algún invierno venidero.
Me interno en su pulpa secreta
para beber de a poco la miel arisca de su corazón.

Navego hacia sus radas olorosas,
hacia el pulso oculto de la tierra,
hacia la cabellera de sus raíces desplegadas.
Y llego a la semilla,
potencia anunciadora de un lapacho encendido.

Semilla, ¿estás ahí,
acunada en los huesos del que se fue con un látigo de
pólvora restallando en la nuca?
Solitario cayó más allá del ocaso, más acá de la
indiferente calle,
—47→
bajo la mortaja montaraz de la savia sombra.
Solitario mordió su salmo de impotencia;
solitario,
sin cruz,
fue cubierto de selva.

La piedad de una mano ingresa al descampado.
Todo es luz, todo es calma,
todo estrella y silencio, bajo la desvestida luna
blanca.
Unas palmas morenas acunan la semilla.
Sobre el seno la llevan como a un niño mamando;
con las uñas escarban las soles removidas;
con las uñas del llanto palpan la muerte fresca.
Y en los dedos dormidos
de aquel a quien sin asco te han hurtado la vida
colocan la simiente.
Todo es calma y es luz y estrella y es silencio.
La noche es como lluvia donde germina un párpado.

Árbol cruz, cruz de sombra,
te quedarás enhiesto con tu isla de pájaros
para dar testimonio,
alguna vez, si acaso,
del lugar donde el grito se volvió fogonazo.



  —49→  

ArribaAbajo-XVII-



¿Dónde está la tierra de ojos de venado,
el asiento de los cacharros
y el resplandor de los
fogones;
dónde la ausencia absoluto del mal?

¿Si no está detrás de la vigilia,
ni del peldaño más cercano a la luz,
dónde si no
la tierra de las colmenas zumbadoras?

¿Dónde el paraje en que los picaflores estremecen
el aire con sus alas minúsculas,
suspensos
en un punto
como los molinetes de los niños cuando arrecia la
brisa del mediodía?
—50→

¿Adónde me arrastra este peregrinar
que no termina?
Camino sobre el lodo sombra,
errante,
buscando la tierra sin mal,
pero no encuentro el sitio
donde las voces se expandan
sin que nadie cercene las espigas del canto.



  —51→  

Arriba-XVIII-

Para Gladys Carmagnola
que me dio su mano franca.



Abandono las aguas verdinegras de un lago.
Rostros disueltos
flotan
días dislocados.
Un aire a floración por todas partes.
Ya no existo.
Conmigo se ha quedado un atado de máscaras zozobrando
en las olas;
la resaca arrugado de múltiples silencios.

Abandona las aguas verdinegras de un lago.

El sol en las arterias
como corriente ardido,
y tardanza de entrega.
—52→
Un suavísimo secretear de colmenares escolta su
mirada.
Como único atuendo
un sabor a guayaba partida en los
pezones.

Erguida hacia el naciente
resplandece.
Toda su carne se ha vuelto transparencia.
Un hato de luciérnagas
su cabello.
En cada dedo un colibrí aletea
penetrando
la flor de un verbo nuevo,
audible solamente en la
casa del mañana.

Abandona las aguas verdinegras del lago.

Entera,
luminosa,
coronada.
La puedo ver.
Es ella:
la esperanza.





Indice