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Beatriz González Stephan ha indicado ya este cambio al indicar que «pareciera que el trabajo de recopilación bibliográfica, que caracteriza a los epítomes y bibliotecas sobre todo en el siglo XVII estuviera en estrecha relación con una perspectiva ideológica que, al enumerar la riqueza cultural y literaria del Nuevo Mundo, transpone en este nivel discursivo lo que se ha llamado "cornucopia" americana». «La percepción de una creciente crisis del régimen colonial lleva a estos sectores [la elite letrada] a reconocer que la acumulación de saber -libros, bibliotecas, manuscritos- como la de mercancías, representa un poder tan legítimo y necesario como la capitalización del oro y de la plata». En el siglo posterior, por otra parte, como resultado del avance de la conciencia criolla y su fortalecimiento económico, «[...] el sentido espacio-temporal de la praxis historiográfica [...] piensa la cultura y literatura en términos de los futuros recortes nacionales» impulsando así la idea de conferir una «organicidad crono-lógica» al material relevado. («Conciencia criolla y discurso histórico: José Eusebio de Llano Zapata y la historiografía literaria e la Colonia», en B. González Stephan y Lúcia Helena Costigan, coord., Crítica y descolonización: el sujeto colonial en la cultura latinoamericana, pp. 558-560).

 

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Difiero, en este sentido, con González Stephan, quien en sus pioneros estudios sobre este periodo, marca las etapas ideológicas de esta «evolución» hacia la conciencia americanista pre-nacional, sin alusión a los nuevos resurgimientos pro-españoles que también se articulan a proyectos historiográficos tan importantes como el de Beristáin de Souza.

 

473

En el siglo XVII se aparecen ya exhaustivas compilaciones como intentos de organización de la materia americana: el Epítome de una Biblioteca Oriental y Occidental náutica y geográfica, etc. en que se contienen los escritores de las Indias Occidentales especialmente del Perú, Nueva España, La Florida, el Dorado, Tierra Firme, Paraguay y el Brasil, y viajes a ellas, y los autores de navegación y sus materiales y apéndices (1629) del peruano León Pinelo, y la Bibliotheca hispana sive hispanorum (1672) del español Nicolás Antonio. Véase González Stephan («Conciencia Criolla...», en op. cit.).

 

474

Bernardo de Balbuena, La grandeza mexicana y el Compendio apologético en alabanza de la poesía, p. 147.

 

475

Margaret Ferguson, Trials of Desire, p. 2.

 

476

José Toribio Medina, y luego Efraín Castro Morales, se refieren a esta recopilación bibliográfica, que habría sido dirigida, en un formato de carta, a fray Agustín de Villa Sánchez, con fecha 27 de agosto de 1744. Beristáin de Souza recopila la correspondencia de Bermúdez de Castro a Eguiara y Eguren bajo el título «Varias cartas eruditas al Ilmo. Eguiara», aunque, según indica Castro Morales, la información contenida en la recopilación no habría sido aprovechada por Eguiara, probablemente debido a lo incompleto de los datos sobre las obras mencionadas. (E. Castro Morales, Las primeras bibliografías regionales hispanoamericanas. Eguiara y sus corresponsales, pp. 15-17).

 

477

La carta de Martí, publicada en 1736, es sólo un ejemplo de las múltiples detracciones e imágenes despectivas con que se aludía al Nuevo Mundo en la época, dando lugar a múltiples polémicas de las que da cuenta Gerbi en su fundamental obra sobre el tema. Véase al respecto también Tony Higgins, «Sobre la construcción del archivo criollo: el Aprilis Dialogus y el proyecto de la Bibliotheca Mexicana», en Revista Iberoamericana, vol. LXI, núm. 172-173, pp. 573-589.

 

478

E. Castro Morales, op. cit., pp. 30-33. El mismo Arce y Miranda propone asimismo «desterrar del diccionario de críticos y del vocabulario de los discretos el nombre de criollo... [pues] sobre ridículo es denigrativo e infamatorio» proponiendo en su lugar la denominación usada por Feijóo de «españoles americanos» (ibid., p. 33).

 

479

Juan José de Eguiara y Eguren, Prólogos a la Bibliotheca Mexicana, pp. 206-207.

 

480

De la Bibliotheca Mexicana, obra truncada por la muerte de su autor, se publica, en efecto, en 1755, sólo el primer tomo, correspondiente a las letras A, B, C. Según ha indicado Abreu Gómez, el resto del original se conserva en la Biblioteca García, de la Universidad de Texas. La obra se redactó en latín, «vertiéndose a este idioma el nombre de los autores y el título de sus obras» (Emilio Abreu Gómez, «Advertencia», en J. J. Eguiara y Eguren, Sor Juana Inés de la Cruz, p. 5). Ambas cosas le fueron reprochadas con posterioridad. La primera, porque el latín habría reducido el alcance de la obra y su difusión. La segunda, porque el ordenamiento de autores se realiza a partir del primer nombre. Se le critica también el barroquismo del estilo. Para un resumen de las críticas realizadas al proyecto de Eguiara y Eguren principalmente por José Mariano Beristáin y Souza y por Joaquín García Icazbalceta, véase Agustín Millares Carlo y de la Torre Vilar.

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