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ArribaAbajo«Fuego y Cenizas» (1868)




Al llegar la tempestad


Cubre el empíreo nube cenicienta;
más furibundo el mar la playa azota,
y, trayendo en sus alas la tormenta,
toca en el mar chillando la paviota.
El agua que hendió ayer ligera quilla,
hoy saltando, do quiera alza un bramido...
¡Ay del barco que lejos de la orilla
quizá boga perdido!

Amarra el pescador su pobre bote
de su puerto a las costas tan amadas,
que haber no puede ya barco que flote
sobre las negras olas irritadas.
Desde los altos montes que, vecinos
al puerto, la extensión del mar dominan,
labios que rezan hay por los marinos
que en sus barcos caminan.

Retumba el trueno al fin; del horizonte
llega la tempestad, de furia henchida,
y al par que troncha el roble allá en el monte,
riza del monstruo mar la crin tendida.
La oración, desde tierra, crece y crece...
triste esposa en la orilla se lamenta...
un pescador entre la mar perece...
y sigue la tormenta...




¡Error mundano!



I

Cuando un ángel, bajando del cielo,
en el mundo sombrío se posa,
por saber lo que es sombra un instante,
alegría los aires pregonan,
¡y las dulces campanas del templo
tocan a gloria!


II

Cuando el ángel, tendiendo las alas,
alza al aire su rápido vuelo,
anhelante su patria buscando,
con dolor se querellan los vientos,
¡y del templo las tristes campanas
tocan a muerto!




Vanitas vanitatum...


Al pasado mil veces he mirado,
y vacío tan sólo he visto en él;
al porvenir mis ojos he tornado,
¡y vacío encontré!

Pensando en el presente
los días resbalaron sobre mí...
¡qué por más que el mortal saber intente,
siempre el tiempo su curso ha de seguir!

Vi la amargura, y la amargura pasa,
y de las penas el placer va en pos,
y la pasión que el alma nos abrasa,
muy pronto en hielo trocará su ardor.

¡Es la existencia de ilusión mentida!...
¿De qué valen las risas, los lamentos?...
¡Ay! ¡Por más que pensemos,
es la vida una nube llevada por los vientos!




El viento de la tarde



I

Junto a la cumbre del alzado monte
moribundo el sol arde,
y al dorar con su luz el horizonte,
trémulo llega el viento de la tarde.
Si dulce es su lamento,
dulce es también su halago cariñoso
cuando en mi frente juega, y bondadoso
viene a calmar el corazón sediento.
Pero se esfuerza en vano...
mi profundo dolor es un arcano
do se pierde al volar mi pensamiento...
Mi herida es un abismo;
si con amor y gloria la cubriera,
gloria y amor perdiéranse lo mismo...
No me mienta tu anhelo
dichas que no ha do hallar jamás el alma,
esperanzas falaces de consuelo...
deja que duerma con tranquila calma,
¡oh viento de la tarde, aleja el vuelo!


II

Murió en ocaso el día;
las brisas y las aves ya callaron;
duerme en silencio ya la mar bravía;
todo reposa, y en el alma mía
los recuerdos sus tumbas quebrantaron.
Oscuridad me cerca por do quiera;
se oprime el alma, y siento
dentro de mí una voz... ¡silencio, fuera!...
La voz creciendo va; ya en la montaña
con moribunda luz el sol ni arde...
¡Tengo miedo de mí!... ¡Ni me acompaña
el viento de la larde!




Glorias pasadas


Ya llegó el mes de las flores;
ya llegó el hermoso mayo,
y de los frescos capullos
brillantes rosas brotaron.

Ya se eleva de los bosques
rumor apacible y grato
que une su alegre armonía
del ave al sencillo canto.

De mil nítidos colores
esmáltanse ya los prados,
y mil aromas süaves
vierte el cefirillo blando.

¡Todo es placer y ventura!,
y, mientras, yo solitario
un triste ramo contemplo
de flores, ya marchitado.

¿Te acuerdas? ¡Triste consuelo!...
¿Te acuerdas? Aún no hace un año,
la mañana de San Juan,
me diste, niña, aquel ramo.

Entonces el ramo estaba
con tu aliento perfumado,
y al sentir tu esencia, en él
dejé caer dulce llanto.

Hoy que estás lejos de mí,
y que ya son viento vano
tus promesas que otro día
me hicieron feliz, soñando,

Corro a ver las pobres flores,
por ver si el aura, en su halago,
las ha vuelto su fragancia...
mas ¡ay de mí!... sólo hallo

Pétalos mustios y secos,
y yertos, débiles tallos...
¡Porque las flores cortadas
no reverdecen en mayo!




Anhelo



I

-¿A dónde el ave tiende sus alas
cruzando el viento breve y audaz,
de luz bañando sus bellas galas?...
-Al cielo va.
-¡Subir anhelo
también al cielo!
-Calma tu anhelo; ya subirás.


II

-¿A dónde el aura con leve giro
va revolando, breve y fugaz,
cual amoroso, dulce suspiro?
-Al cielo va.
-¡Subir anhelo
también al cielo!
-Calma tu anhelo; ya subirás.


III

-¿A dónde vuela la esencia pura
que de las flores de aquel rosal,
se eleva y rauda marcha a la altura?
-Al cielo va.
-¡Subir anhelo
también al cielo!
-Calma tu anhelo; ya subirás.


IV

-¿Vivo entre yerros, sujeto al mundo?
¿Por qué no puedo libre volar?
¿Por qué no cesa mi afán profundo?
-Cese tu afán.
También tu anhelo
llegará al cielo...
¡Desde la cuna marchando a él vas!




La vuelta de las aves


Ya vienen del desierto, mil cantos entonando
las aves que alejara sañudo el huracán,
y en torno revolando
se agitan, vienen, van...
¡Las doradas ficciones que he perdido
no han de volver jamás!
Otra vez traéis al valle
el placer y la alegría;
mas ya nunca el alma mía
vuestro dulce contento ha de gozar...
La nieve del dolor la fue cubriendo...
¿Quién sabe si a la vida volverá?..

Buscando vais el nido
que en las ramas dejasteis escondido...
¡El viento lo llevó!
Pero otros nidos ¡ay! en vano esperan
al ave que cantando los formó...
¡Quién sabe dónde está!...
¿De qué nos sirve amar lo que no existe?
¡El hombre que se aleja de la vida
ya nunca ha de tornar!...

Del sol la nueva lumbre ya pinta sonriente
la fuente, el mar, la flor...
Venid, tocad contentas la flor, el mar, la fuente
cantando vuestro amor...
Que al fin, oh pobres aves,
un día lucirá
en que, de horrible viento arrebatadas,
¡no volveréis jamás!




Los marineros


Que marche el barco ligero;
¡boga, boga, marinero!


I

¿No veis salir la aurora
allá en el horizonte?...
Sobre el alzado monte
asoma su fulgor...
¡Al remo! y de la orilla
pronto nos alejemos,
y por la mar entremos
cantando himnos de amor.

Que marche el barco ligero;
¡boga, boga, marinero!



II

¿No veis encantadores
del alba los destellos,
que límpidos y bellos
reflejan sobre el mar?...
Pues nuestros barcos pronto;
sobre ellos navegando,
un suelo irán cortando
de líquido cristal.

Que marche el barco ligero;
¡boga, boga, marinero!


III

En el océano undoso
la orilla ya se oculta,
y el puerto se sepulta
en mares de zafir;
del sol los resplandores
sobre la mar rielan,
y nuestros barcos vuelan
con plácido gemir.

Que marche el barco ligero;
¡boga, boga, marinero!


IV

Aquí el sol es más puro,
el cielo más sereno,
de amor el viento lleno,
y de armonía va.
El alto firmamento
radiante y dilatado
parece que colgado
en el etéreo está.

Dulce el aura... bello el mar...
¡Deja, deja de bogar!


V

Los remos están quietos
y el mar nos arrebata;
sus ondas mil de plata
a popa quedan ya.
Las olas que encontramos
son negras y espumantes;
el sol no como antes
contémplase rielar.

Boga hacia atrás, marinero;
¡que vire el barco ligero!


VI

El viento va creciendo,
el mar se va irritando
y en movimiento blando
no mece el barco ya.
Oculta el sol su lumbre
con velo pavoroso,
¡y el barco presuroso
del viento a impulsos va!

-Es imposible tornar...
-¡Deja que nos lleve el mar!




Arroyo y torrente



I

¡Ay! La vida sin pena
es arroyo que leve, entre la arena,
con dulce son al mar baja a morir.


II

¡Ay! La vida penando
es torrente que salta de la roca
y en desnudos peñascos sólo toca,
y al precipicio se derrumba al fin.




Llanto del corazón



I

Entre rojizas nubes, en Occidente,
sus últimos fulgores el sol sepulta;
plegando el mar sus olas va lentamente;
ya, con callado paso, la noche avanza...
-Corazón, ¿por qué lloras? -¡Así se oculta
el último destello de mi esperanza!


II

La noche, silenciosa, se duerme en calma;
allá lejos los astros dan su fulgencia;
mas su radiante lumbre no llega al alma;
temblorosas las auras van expirando....
-Corazón, ¿por qué lloras? -¡Ay! ¡La existencia
así, en mí, poco a poco se va acabando!


III

Del sol, allá en Oriente, la lumbre asoma;
se alejaron los astros con brillo incierto;
juega la errante brisa de loma en loma;
ligera ya se pierde la noche umbría...
-Corazón, ¿por qué lloras? -¡Lágrimas vierto
¡ay! porque miro cuánto tarda mi día!




Dos llantos


Ayer te vi llorar, prenda querida;
con extraña inquietud te vi llorar;
una lágrima dulce, desprendida
de tus lánguidos ojos vi rodar.

Cual linda perla de feliz rocío
que vierte el alba en la naciente flor,
cayó suave sobre el pecho mío
y mi abrasado seno refrescó.

Ya despierta la aurora en el Oriente
con sus tintas de oro y rosicler;
de su lecho de nácar blandamente
alza el rostro llorando de placer.

Los cálices pintados de las flores
sus lágrimas recogen con afán,
que radiantes esmaltan sus colores
y nueva vida y brillantez les dan.

También sobre mi pecho resbalando
las lágrimas contemplo que vertió;
y aunque es su halago cariñoso y blando,
de mi pecho no calman el ardor.

Si es el rocío límpido rielo
de la gloria que guarda el cielo azul,
¿qué vale el llanto que derrama el cielo
junto a ese llanto que derramas tú?




Lontananza



I

En la sombría tumba del pasado
siglos y siglos cayeron ya,
y es el tenue recuerdo que han dejado
como el de un sueño, breve y fugaz.


II

En la ignorada senda do camino
dichas y penas pasando van
cual visiones de un sueño peregrino
que acaso pronto me dejará.


III

Tiendo doquier mi vista en lontananza,
y al ir errante tras la verdad,
la eternidad contempla mi esperanza...
¡Si será un sueño la eternidad!...




Vacío



I

Sentí el alma intranquila
un día contemplando tu mirada,
¡y trás la ardiente luz de tu pupila
no había nada!

Tenue lumbre de aurora pasajera,
fuego fatuo que débil desparece,
onda espirante do la luz postrera
del sol que en el ocaso ya fenece...
rayo que fugaz brilla...
eso tú fuiste al pensamiento mío;
del encanto pasó la nubecilla,
y ¿qué encuentro detrás?... ¡Sólo el vacío!


II

Dentro del corazón tu imagen tuve;
tú robaste mi calma
cuando tu amor en pasajera nube
el espacio cubría de mi alma.
Mas vino la verdad cual nuevo día,
llegó del desengaño el soplo impío,
y llevaron tu amor del alma mía...
y el alma, ¿qué tiene hoy?... ¡Sólo el vacío!


III

Luego tu imagen contemplé vagando,
en el primer fulgor de la mañana,
en el sol de Occidente, a quien llorando
manda su adiós la lúgubre campana.
Tu suspiro escuchaba entre la brisa,
entre el rumor del mar tu dulce acento,
y veía en el cielo tu sonrisa...
Un te adoro me trajo el manso viento;
en pos de ti, con loco desvarío,
ansioso me lancé... mas ¡vano intento!...
¡Sólo encontré el vacío!




El hoyo de la tumba



I

¿Por qué alegres tus ojos, tierno infante,
en derredor extiendes de tu cuna?
¿Por qué en tus labios plácida sonrisa
de su carmín aumenta la hermosura?...
Di, ¿tras de qué ilusión guías tus pasos?...
dime, ¿qué buscas?...


¡En este mundo que a correr empiezas,
sólo hallarás el hoyo de una tumba!


II

En humo tus placeres juveniles
viste volar a la celeste altura;
viste que la amistad es sólo viento...
nube el amor que el desengaño empuja...
¿A dónde llevas tus inciertos pasos?...
dime, ¿qué buscas?


¡En este mundo que cruzando marchas,
sólo hallarás el hoyo de una tumba!


III

Una ilusión la gloria viste que era;
luz que un instante el alma nos alumbra;
y si eternos creemos sus fulgores,
el desengaño el corazón nos punza...
¿A dónde, anciano, tiendes ya tu vista?..
Dime, ¿qué buscas?


¡Ningún placer el mundo ya te guarda!
¡Sólo te espera el hoyo de una tumba!


IV

¡Humo es tan sólo nuestra pobre vida!
¡Todo al fin morirá... pena y ventura!


¡Por eso veis que siempre
ando buscando el hoyo de una tumba!




Junto a una puerta


A tus umbrales llego, ya rendido
de tanto caminar...
Yo recorrí llanuras y montañas...
yo atravesé la mar...

Yo, con ardiente afán, llamé a las puertas
risueñas del amor...
con inquietud llamé cien y cien veces,
y nadie respondió.

A las doradas puertas de la gloria
otro día llamé,
y mudas se mostraron a mi anhelo,
y de ellas me alejé...

Y perdido entre montes y llanuras,
andando solo fui,
con la duda en el alma y apagando
de mi pecho el latir.

Cansado peregrino, en esta puerta
tiemblo al llamar...
¡Que, aunque es la puerta de la muerte, dudo
si ante mí se abrirá!




El baile



La vida es la vida; cuando ella se acaba,
acaba con ella también el placer.

(Espronceda)                



Bailemos, bailemos;
La vida pasad...
Qué, ¿no veis las olas,
que vienen y van,
cuál pasan contentas
su vida fugaz?...
Bailemos, bailemos...
la vida pasad...
¡El hombre es la ola!
¡El mundo es el mar!

Llevado en los brazos
de sílfide hermosa
que va bulliciosa
girando doquier,
de todo me olvido...
se enciende mi mente,
y llena se siente
de inmenso placer.
Con plácido encanto
su faz mi faz toca;
un beso en mi boca
la suya imprimió...
un beso que halaga
tan sólo el sentido,
que, ha tiempo, dormido
ya está el corazón!...

Por un beso vuestro
yo cien os daré...
¡Venid y besadme!...
¡Para eso valéis!

Feliz torbellino
se agita doquiera;
cual nube ligera
danzando al compás
de música grata
que llena el ambiente
y al hombre demente
incita a gozar.
No soy el que herido
su pecho ya tiene...
No soy el que viene
de dichas en pos...
Yo busco el olvido,
yo busco el estruendo...
yo quiero riendo
calmar el dolor!

Llorar yo no puedo,
¡riámonos, pues!...
Ayer he llorado
por última vez.
Recuerdos de amores,
de dicha, de gloria,
¿por qué á la memoria
confusos llegáis?...
En vos yo no pienso:
no creo ya en nada;
cual nube llevada
del viento pasáis.
Pasad, leves sombras...
pasad en mi mente
cual aura riente
que toca la mar.
La vida es recuerdo,
y, ¿qué es nuestra vida?...
¡Arena perdida
en la inmensidad!

¡Creía en la gloria,
creí en el amor,
y, aún niño, mi alma
sus sueños perdió!

Mas ¡ah! ¿quién se aflige?
¡Venid a mis brazos!...
Si roto en pedazos
mi pecho ya está,
¿qué importa?... Corramos,
dancemos, riamos...
con vuestro contento
su ardor calmará.
¡Qué dulce es la vida
del hombre!, ¡qué bella!...
Cubriendo su huella
se ven flores mil...
La vida es, tan sólo,
feliz desvarío...
¿No veis cómo río?...
¡si ya soy feliz!...

Bailemos, bailemos;
la vida pasad...
Qué, ¿no veis las olas,
que vienen y van,
cuál pasan contentas
su vida fugaz?...
Bailemos, bailemos;
la vida pasad...
¡El hombre es la ola!
¡El mundo es el mar!




A media noche


La noche triste, umbría,
ya llega a la mitad de su carrera...
¿Por qué intranquila se halla el alma mía
ahora que el sueño en derredor impera?...

No es que de gloria y de placer henchida
vuela despierta el alma,
¡es ¡ay! que, haciendo en ella cruda herida,
la duda está robándole la calma!

No cuando el sol se hundió en el Occidente,
de mi día el fulgor se ha sepultado...
¡Ha mucho tiempo y que, tristemente,
para mí el sol sus rayos ha velado!...

Los que libres estáis de horrible duda,
¡dormid, dormid en calma seductora!
Cuando su luz sobre los montes arda
nuevos placeres os traerá la aurora...
¡Yo al despertar no sé lo que me aguarda!

Otro mundo buscando, otras regiones,
voló mi mente incierta...
¡En lo que vi verdad, hallé ficciones!...
¡Ay de aquel que en la tumba se despierta!




Polvo igual



I

-Remolino de polvo, ¿a dónde marchas?
-A hundirme presto en ese abismo marcho;
pues sólo es ese mi destino. -Y era
el polvo de las ruinas de un palacio.


II

-Remolino de polvo, ¿a dónde marchas?
-A ese abismo en que todo, al fin, reposa;
pues sólo es ese mi destino. -Y era
el polvo de las ruinas de una choza.


III

-Remolino de polvo, ¿a dónde marchas?
-Voy a ese abismo donde todo cae;
pues sólo es ese mi destino. -Y era
el polvo de un cadáver.




El madero


¿Por qué no te doblas, di?
Un cadalso, al hombre vano,
de tu madera hacer plugo...
¡Cuántas vidas sobre ti
quitó la manchada mano
del verdugo!

Con miedo ahoga su canto
el ave que ayer ufana
se posó en tu rama erguida,
y huye de ti con espanto;
que hoy tu frente en sangre humana
ve teñida.

La brisa ayer de la vega
jugaba en ti sonriente,
y hoy, triste ya, se desliza;
mas a tocarte no llega,
pues esa sangre, aun caliente,
le horroriza.

¡Oh! ¿Por qué no te doblaste
al hacer la primer muerte?...
Di, ¿no te maldijo el cielo?...
¿Por qué del suelo brotaste?...
¡Que eres criminal advierte!
¡Cae al suelo!

-Triste, desdichada es
la vida que darme plugo
al hombre en su loco anhelo...
¡Pobre humanidad!... ¡Después
que en mí perezca el verdugo
caeré al suelo!




Incertidumbre


Ya crucé las olas dormidas del lago, ya el ancha llanura del piélago vago, que a veces en calma fatídica está; sin faro en la noche, ni rumbo a lo cierto, la nave en que el mundo se aleja del puerto, ¿quién sabe do boga?, ¿quién sabe do va?

(Silió y Gutiérrez. Desde el valle)                




I

Bajé mi vista del firmamento,
donde mil nubes miré cruzar,
y vi una nave que el manso viento
las leves ondas hizo surcar.
Y al ver el buque con rumbo incierto
siempre bogar,
así mi alma
pensaba en calma:
¡Feliz la nave que deja el puerto
de dulces auras entre el cantar!


II

Después el viento de la tormenta
por los espacios sentí llegar:
volver al puerto la nave intenta,
y la hace el viento rauda avanzar,
Y al ver el buque con rumbo incierto
siempre bogar,
así mi alma
pensaba en calma:
¡Triste la nave que no halla un puerto
donde sus penas logre calmar!


III

Horrible calma sigue do quiera:
ni el aura errante se oye expirar,
ni el viento zumba con saña fiera...
en muda sombra se muestra el mar.
Y al ver las olas del mar desierto
lentas girar,
así mi alma
pensaba en calma:
¡Ay de la nave que deja el puerto
sin ver los mares que va a cruzar!




La despedida


Secáronse las flores
y sobre el yerto campo se cayeron;
del sol los resplandores
que dicha ayer vertieron
se ocultan en el pálido Occidente,
y al triste sol su adiós manda la fuente
que, en lánguido murmullo,
recorre la pradera
que de flores pintó la primavera.

El lúgubre sonido funerario
con que el espacio inunda
la campana del templo solitario
que en el fondo del valle se levanta,
la débil voz parece del recuerdo,
que de la tarde la tristeza canta.

La brisa que las flores columpiaba,
y entre las frescas hojas sonreía,
y en las ondas azules resbalaba,
y los frondosos árboles mecía,
ya plácida no halaga y sonriente,
ni el árbol, ni las flores,
ni de las ramas las flexibles hojas,
ni las ondas de límpida corriente.

Las breves golondrinas
despavoridas huyen de este valle,
y, a los lejanos límites vecinas,
intentan trasponer el horizonte
antes que el trueno furibundo estalle.
Entre la oscura nube cenicienta
alejarse las veo presurosas,
volando temerosas
al escuchar la voz de la tormenta...

¿Por qué la nube, di, de la amargura
al mirarlas partir cubre tu frente?
¿Por qué por la llanura
donde ayer paz hallamos y ventura,
diriges hoy tus ojos tristemente?
¿Por qué por tus mejillas rueda el llanto
y no posas tus cándidas pupilas
en mí, dando a mi pecho dulce encanto?

Tu vista, dulce bien, que ayer fulgente
prestaba a mis dolores un consuelo,
¿por qué deja rodar lágrima ardiente?
¿por qué así torna su mirada al cielo?...
¡Es que cual aves que la tierra dejan
van nuestras esperanzas de partida,
y al verlas por el viento cuál se alejan tu mirada
les das por despedida!




Cenizas


El fuego de amor ardiente
que tú encendiste en mi pecho,
es una luz que se apaga
entre el soplo de los vientos.

Es un volcán cuya lumbre
poco a poco va muriendo,
y ayer en el ancho espacio
se desplegaba altanero.

¡Cómo ayer lleno de vida
no estar, tus pupilas viendo!
¡Cómo no estar moribundo
hoy que tus ojos no veo!...

Tú en el mar del placer bogas,
yo en el mar del desaliento;
en ti los deseos crecen,
en mí mueren los deseos...

Con un destello no más
do esos ojos que otro tiempo
ardientes en mí posabas,
dieras la vida a mi pecho.

¡Y una esperanza amaría,
y otra vez tendría ensueños!...
Disipa con tu mirada
mis amargos pensamientos.

¡Un volcán que se ha apagado
es un corazón que ha muerto!;
mas un volcán deja ruinas,
y un corazón... ¡ni el recuerdo!

¡Hacia mí torna tus ojos!...
¡Haz que reviva este fuego!...


¡No mires!... ¡Ya son cenizas!...
¡Deja que las lleve el viento!




Sombras


En la escabrosa senda de la vida,
nubes de polvo en torno del viajero
furioso el viento eleva,
y en densa oscuridad dejan sumida
su vista que, en esfuerzo postrimero,
doquier cansado lleva.

Mis ilusiones, rápidas volaron;
nube densa y oscura
cubre mis ojos que placer sonaron,
y en todo encuentro pena y desventura.

Y mientras triste llora el alma mía
en la amargura y el dolor postrada,
¡ay! otros gozan con ardiente anhelo...
¡Qué no porque mi vista esté nublada,
está nublado el cielo!




Suspiros



I

Límpida y clara nace la aurora;
puras las flores se abren rientes;
blanda sobre ellas la brisa llora
perlas lucientes
do brilla el sol...
Cual frescas flores,
encantadores
mis sueños son.


II

Flores y perlas cubrió la nieve;
pálido y triste despunta el día;
ya es viento rudo la brisa leve...
¡Cómo las hojas de rama umbría
caen a mis pies!
¡Cómo mis sueños,
dulces, risueños,
mueren también!


III

Ya torna al valle la primavera,
y oigo el arrullo de las palomas;
ya nueva lumbre baña la esfera;
ya dan los campos nuevos aromas;
nueva flor dan...
Sueños rientes,
¿por qué a mi mente
no volvéis ya?




A una copa en un festín



I

En ti, feliz ha poco,
apuré con delirio
licor de blanca espuma
que, en dulce desvarío,
con languidez suave
halaga mis sentidos.
Para calmar mi anhelo
al festín he venido...
¡Mi anhelo es insaciable!...
¡Muy tarde ya lo he visto!


II

En el festín del mundo
mi copa el cuerpo ha sido,
y dicha y pena el alma
apuró con delirio.
¡Vacía está la copa...
el mundo está vacío
para mí, pues sus penas,
y goces he bebido!
Mas ¡ah!, ¿por qué este anhelo
me tiene así intranquilo?
¡Anhelo más placeres,
hoy que ninguno miro!..
Mi anhelo es insaciable...
¡Muy tarde ya lo he visto!


Ya, ¿para qué me sirve
la copa en que he bebido?




Música




I

Lánguido son del arpa melodiosa;
dulce cantar del ave enamorada;
suspiro de la flor;
eco blando del aura vaporosa;
acordado bullir de la cascada
donde se quiebra el sol.

Voz que en la umbrosa vega canta amores;
zumbido atronador de la tormenta
que retiembla al pasar;
del ancho mar dulcísimos rumores;
ronco son de la ola que revienta
con fiero rebramar.

Música no más sois; febles sonidos
que halagan nuestra ardiente fantasía;
suspiros nada más;
y, en nuestra loca mente confundidos,
cual torrente de plácida armonía,
de encanto nos llenáis.
¡Ah! Pero yo quisiera eternamente
escucharos en dulce desvarío,
y breves parecéis,
y el alma apenas vuestros ecos siente,
entre el mudo silencio del vacío
¡ay! os desvanecéis...


II

Dicha, amistad, amor, placeres, gloria,
dulces ensueños, ilusión perdida,
esperanza falaz...
En confusión mentida é ilusoria,
esas las notas son de nuestra vida,
que extinguiéndose van...




La niebla


Cuando el día perece en ocaso,
y, triste, la noche con rápido paso
llegando va,
como velo sombrío, enlutado,
entonces, oh niebla, mi pecho extasiado
te ve llegar.

Y ante el alma tus pliegues tendiendo
con dulce tristeza vas lenta cubriendo
mi corazón;
y en la calma sumida mi mente
contempla apagarse la lumbre riente
que vertió el sol.

Y en profundo y feliz sentimiento
la audaz fantasía se aduerme un momento
por contemplar
esta playa en que lucha sujeta;
y al verse entre lazos sintiéndose inquieta
quiere volar.

Ardorosa sus alas despliega
y en rápido giro, volando ya llega
del cielo azul
a tocar el fulgor de la gloria
su vana y mentida ficción ilusoria
disipas tú.

Y las lágrimas tristes que vierte
el alma que libre creyose, en su suerte
tu secarás
con los pliegues que forma tu manto;
del pecho rendido el duro quebranto
consolarás.

Densa niebla es no más la tristeza
tras un vano sueño que en falsa belleza
nos encantó...
Si el soñado placer nos agota
también ella seca el llanto que brota
del corazón.




La muerte del día



I

Cansado el sol camina
a hundirse entre los mares de Occidente,
y en triste lumbre baila la colina
por donde alegre ha poco alzó su frente...
Y parecen sus tintas apagadas
las últimas miradas
que tiende a lo pasado
el corazón rendido
que, tras vano luchar en este mundo,
quiere buscar la calma en el olvido.

Escúchase lejana
la dulce cantilena
del pescador que torna hacia la orilla su pobre navecilla,
y en el aire resuena
el monótono son con que los remos cortan la mar serena.

Y al pescador responde
la costa ya cercana,
que entre nieblas se esconde,
con un canto de amor, tierno y sencillo,
o con el dulce son de la campana,
o con blandos rumores
del río que desciende de la cumbre,
reflejando los últimos fulgores
del sol que tiende su postrera lumbre
desde el lecho de vívidos colores.

La tortolilla gime;
la flor perfuma el viento
que la mece con lánguido lamento...
¡Oh!... ¡Si esto fuera eterno! ¿Qué ventura,
qué más plácida calma
podrá en su anhelo ambicionar el alma?


II

Cual sollozo tierno y blando
expira trémulo el viento...
el sol más se va ocultando
y la mar su movimiento
poco a poco va calmando.

Leve y tranquila la fuente
baja en débiles rumores,
pliegan sus hojas las flores
y la brisa, dulcemente,
trae sus últimos olores.

Sus mustias ramas inclina
el ciprés con lento giro,
al escuchar el suspiro
que alguna flor peregrina
lanza triste a aquel retiro.

Ya la campana enmudece...
ya no canta el pescador...
la voz del río fenece...
acalla el mar su rumor
cual lago que se adormece...

La tórtola, allá lejana,
eleva doliente canto...
que igual gime en la mañana,
que cuando nubes de grana
cubre la noche en su manto...

Y pensando se extasía
el alma, que llena está
de grata melancolía.
-¡Cómo el día que se va,
yo me iré también un día!



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