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Esta es la verdadera fecha de la prisión de don Álvaro de Lura, según el martirologio o kalenda de Burgos, citado por el padre Méndez en su Tipografía, fol. 258. Como la Pascua aquel año cayó en 1.º de abril, y todas las relaciones convienen en que la prisión se hizo el miércoles primero después de cita, no parece que debe ya quedar duda en el día en que se verificó, y que la cronología en esta ocasión va equivocada y atrasada algunos días así en las Crónicas como en las historias posteriores.

Queda una dificultad, y es que la cédula del Rey al conde de Plasencia para la prisión de don Álvaro. Llevada a Béjar por la condesa de Rivadeo, suena con fecha de 12 de abril. (Véanse los apéndices de la Crónica de don, Álvaro, núm. 2.º, año 53.) Pero es más fácil suponer que aquí esté equivocado el mes, y que en el manuscrito o en la referencia se haya puesto abril por marzo, que no dar por vano todo lo que resulta de las otras pruebas, que son concluyentes. De este modo el viaje de la Condesa debió ser anterior a lo que se supone en la crónica del Rey.

 

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En la Crónica de don Álvaro el seguro es más amplio; pero la fórmula de los seguros de Juan el Segundo, quizá dictada y enseñada por el Condestable, era siempre en los términos de lo que resulta de la crónica del Rey, cuando no quería obligarse a conceder gracia ni perdón.

 

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Dícese que al entrar en ella, don Álvaro estaba a la ventana de su cámara, y que viendo al obispo de Ávila que iba al lado de Rey, poniendo el dedo en la frente y moviendo la cabeza le dijo: «Para éstas, don Obispillo, que vos me las pagaréis;» a lo que el Obispo le contestó: «Señor, juro a Dios y a las órdenes que tengo, que tan poco cargo os tengo en esto como el rey de Granada.» Pero esta incidencia no está en la correspondencia del médico del Rey ni en la crónica particular de don Álvaro, y parece harto improbable. Conocía él demasiadamente la corte para usar de una insolencia tan grosera y tan inoportuna en aquella ocasión.

 

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Mariana y otros historiadores ponen aquí una carta como escrita en aquella ocasión por el Condestable al Rey, la cual parece más bien una declamación retórica que un hecho, del cual no habían nada ni las dos crónicas ni la correspondencia de Fernán Gómez: así, es preciso desecharla como apócrifa.

 

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Pueden verse sobre este particular las curiosas y sensatas reflexiones de Salazar de Mendoza, en su apología de don Álvaro, Historia del cardenal de España.

 

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Esta es la verdadera fecha de este acontecimiento tan célebre indubitable ya por las autoridades siguientes: Las Kalendas de Uclés, reimpresas en el tomo II de los Opúsculos de Morales, la determinan así: Quarto nonas junii obiit dominus Alvarus de Luna, magister ordinis sancti Jacobi, anno 1453. En una historia manuscrita del convento de San Francisco de Valladolid, escrita por el padre Nicolás de Sobremonte, hay un pasaje, inserto en la Tipografía española del padre Francisco Méndez, que dice así: «Sábado 2 de junio de 1453 a las ocho de la mañana se hizo justicia en el mercado o plaza mayor de Valladolid del gran condestable don Álvaro de Luna.» Este pasaje fue enviado a Méndez por don Rafael Floranes. Concuerdan igualmente con esta fecha dos documentos que existen en el archivo de Simancas, de que se han remitido copias a la academia de la Historia en fines de agosto o principios de setiembre de 1827, y son dos proratas de pensiones que gozaban ciertos sugetos sobre el maestrazgo de don Álvaro. (Véanse los Opúsculos de Morales, tomo II; la Tipografía de Méndez, fol. 259, y una nota puesta por Ortiz y Sanz en su Compendio de historia de España, a la pág. 281, tomo V. El cronista de don Álvaro fija con mucha puntualidad el tiempo que medió entre la muerte del privado y la del Rey, en aquel pasaje del título 128 donde hablando del Rey dice: «El cual en lo mandando matar, se puede con verdad decir se mató a sí mismo; ca non duró después de su muerte sinon solo un año e cincuenta días.» Esta cuenta tan precisa da a entender que en su sentir estaba averiguada; y siendo así que el Rey murió en 21 de julio de 1451, se sigue que don Álvaro había sido muerto en 2 de junio del año anterior. (Véase el Apéndice.)

 

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Todos estos actos y expresiones, que del manifiestan o su presencia de espíritu y su entereza, son los que movieron sin duda a Fernán Pérez a decir en las Generaciones, cap. 33: «A la cual muerte, según se dice, él se dispuso a la sofrir más esforzada que devotamente; ca según los autos que aquel día hizo e las palabras que dijo, más pertenecían a fama que a devoción.» Es preciso confesar que no se encuentra en este pasaje la noble imparcialidad que en otros manifiesta el escritor. ¿Qué querría Fernán Pérez que hiciera y dijera el Condestable? Después de haber llenado con decencia y con piedad los deberes de cristiano, no sentaba bien a un caballero como don Álvaro morir con la pusilanimidad de un bandolero atontecido. Sus actos y sus dichos en aquel trance todos ocasionados por objetos que casualmente se le presentaron a la vista, no tienen el menor viso de afectación ni de violencia; y así, la censura severa de aquel cronista carece de todo fundamento, y sólo prueba el poco afecto con que miraba las cosas de don Álvaro.

 

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Los sucesos de esta muerte de don Álvaro están referidos con bastante, variedad por el físico del Rey en el Centón epistolar. Supone al Monarca en Valladolid al tiempo de la catástrofe, y pinta con colores bastante dramáticos su sentimiento y su incertidumbre. (Véase la carta 103. Pero todas estas circunstancias, en que el mismo médico se da por testigo y por actor, están en contradicción con las crónicas y con los documentos diplomáticos del tiempo. En estilo y lenguaje la carta citada se parece enteramente a las demás; y en este supuesto, ¿qué pensar de toda esta correspondencia, tan interesante por su argumento, tan agradable y preciosa por su estilo y tan acreditada por su autoridad? ¡Se habrá interpolado esta carta entre las demás? ¿No se habrá interpolado más que ella sola? Quien así falta a la verdad en un suceso de tanto bulto que supone pasa a su vista, ¿no habrá faltado también en otros? Existió verdaderamente semejante médico y semejante correspondencia? ¿Sería por ventura esta obra juego de ingenio de algún escritor posterior? En tal caso todo lo que ganase es mérito literario como invención, lo perdería en crédito como documento histórico. Otros críticos resolverán estas dudas: aquí nos basta indicarlas, añadiendo que a pesar de ellas hemos seguido, en la narración de la vida del Condestable la autoridad del bachiller Cibdad-Real en todo lo que está conforme con las crónicas e no dice contradicción con ellas.

 

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«Como el Rey estaba tanto trabajado de caminar dacá para allá, e la muerte de don Álvaro siempre delante la traía plañendo en secreto, e veía no por eso a los grandes más sosegados... todo lo fatigaba el vital órgano.» (Centon, epíst. 105)

 

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Véase en el Apéndice una cédula del Rey, de 12 de junio, de 1453: el hecho a que se refiere es tan bajo como atroz. Es muy de dudar que sea cierto, por el tiempo y las circunstancias en que se verifican el cargo y la reparación. Por otra parte Fernán Pérez en sus Generaciones no le tacha de esta clase de crueldad privada y vil, y aun le justifica de muchas de las ejecuciones de muertes que hubo en su tiempo, y se las imputa al Rey, que, según él, era naturalmente cruel e vindicativo. El documento sin embargo es curioso.