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231

Él dice en su Historia que en el tiempo de su noviciado le vinieron cartas del cardenal Adriano y de los caballeros flamencos, persuadiéndole que tornase a la corte y dándole esperanza de que tendría tanto y más favor que la otra vez le habían dado; pero los prelados del monasterio, quizá porque no se inquietase, no se las quisieron mostrar. (Lib. 3, cap. 159.)

 

232

«Bartolomé de las Casas, como supo la muerte de sus amigos y pérdida de la hacienda del Rey, metióse fraile dominico en santo Domingo. Y así no acrecentó nada las rentas reales, ni ennobleció los labradores, ni envió perlas a los flamencos.» De este modo termina Gomara la inexacta y parcialísima relación de estos acontecimientos. El obispo Casas se resentía después de los términos poco justos con que aquel escritor había pintado sus cosas; pero Gomara era parcial de los conquistadores, y cargaba excesivamente la mano en los vicios de los indios, y por consiguiente no era nada afecto a sus apologistas. Su Historia, que no es más que un sumario, se lee sin embargo con mucho gasto, así por las noticias curiosas que contiene como por su concisión elegante.

 

233

«Y plega a Dios que hoy, que es el año que pasa de sesenta y uno, el Consejo esté libre de ella;» habla de la ceguedad e ignorancia en que se fundaban los repartimientos; «y con esta imprecación a gloria y honra de Dios damos fin a este tercer libro.» Así acaba Casas la tercera y última parte de su obra.

 

234

He tenido a la vista esta carta, y no hay en ella referencia alguna ni a los acontecimientos de Enrique ni al viaje a la corte, ni a nada de lo demás que se cuenta relativo a aquella época.

 

235

Véase el Apéndice.

 

236

Estas tierras no eran propiamente las de guerra, que estaban algo más lejos. Sus naturales eran más tratables y mansos, y el dialecto de que usaban, que era el mismo que el de Guatemala, prestaba ocasión para entenderse más fácilmente con ellos.

 

237

Esta expedición de frailes se hizo toda a costa del obispo Marroquin. Cada uno de los franciscanos le tuvo de costa desde Sevilla a Veracruz setenta ducados, según las cuentas de su apoderado Juan Galvano, residente en Sevilla. Es de notar que este envio se hizo con tanta abundancia de matalotaje, libros y vestidos como el Rey los solía proveer en semejantes ocasiones.

 

238

Estas leyes se acordaron y firmaron por el Emperador en Barcelona a 20 de noviembre de 1542, y se publicaron y manifestaron en Valladolid y Sevilla a principios del año siguiente.

 

239

Llegaron en 9 de setiembre.

 

240

En una de ellas había estas palabras. «Decimos por acá que muy grandes deben de ser los pecados de esa tierra cuando la castiga Dios con un azote tan grande como enviar a ese antecristo por obispo.» (Remesal, lib. 7, cap. 16.)