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241

El modo que tuvo para hacer esto fue suspender a todos los confesores de la ciudad, exceptuando el deán y un canónigo de la iglesia, a los cuales les dio un memorial de casos que reservaba para sí, casi todos reducidos a actos de injusticia contra el prójimo. La providencia era tan severa como extraordinaria; pero el siguiente pasaje de Remesal da a entender bien los motivos, o por lo menos la ocasión.

«A escondidas de sus amos se le entraba la indezuela en casa, toda bañada en lágrimas, y asida a sus pies le decía: Padre mío y gran señor, yo soy libre, miradme, no tengo hierro en la cara, y mi amo me tiene vendida por esclava: defiéndeme, que eres mi padre; y añadía a éstas otras razones de gran ternura; que las mujeres indias son muy sentidas y significan con extremo su dolor. Los hombres acudían más a menudo, porque era más ordinaria su desgracia; y los unos y los otros continuaban la compasión del piadoso pastor y le encendían en fervorosos deseos de poner remedio en tantos males.» (Remesal, lib. 6. cap. 2.)

 

242

No tenía este encomendero mejores entrañas ni era menos vicioso que otros españoles de su clase, pero sabía encubrir con la mayor cautela sus malas artes y estragadas costumbres. Fuele por lo mismo tanto más fácil fascinar a unos pobres religiosos que nada sabían de mundo y eran además recién llegados. Pero la buena armonía que tuvo al principio con ellos se fue poco a poco alterando hasta venir a parar en guerra abierta, de resultas de la idea que los misioneros empezaron a dar a los indios de la grandeza del Emperador, la cual no se conformaba mucho con la que él les tenía dada de antemano, y chocan de un modo demasiado directo con su vanidad y sus intereses. No son de este lugar aquellas contiendas, por una parte odiosas y por otra pueriles, en que unos y otros se envolvieron; pero no serán importunas las razones que un día con este motivo dijo un indio de buen entendimiento a los dominicos. «Padres, mirad que nos volvéis locos. Nuestro señor nos dijo cuando venisteis que él escribió una carta al Emperador, su hermano, que os enviase acá para decirnos misa, y que por su orden veníais a vivir con nosotros. Después nos dijo que sois gente muy pobre, y porque no tenéis en vuestras tierras venís acá a que os sustentemos de nuestras haciendas. Él nos ha mandado que no os demos las heredades para fundar conventos, ni consintamos mudar la iglesia. Por otra parte, vosotros nos decís de él que no le llamemos nuestro señor; que ese es solo Dios, el que vosotros predicáis. Decísnos también que este hombre es mortal como nosotros, y que es sujeto al Emperador rey de Castilla, y que los alcaldes de Ciudad-Real le pueden castigar; diciéndonos él que es inmediato a Dios, y que no tiene señor en el mundo. Yo no os entiendo; vosotros decís mal de nuestro señor, y nuestro señor dice mal de vosotros; y con todo eso os vemos andar juntos y tener amistad, y ninguno osa hablar delante dél cosa de lo que en su ausencia nos dicen. Si os preciáis de verdaderos, hablad claro; que estamos como en humo con vuestro modo de proceder.» (Remesal, lib, 6, cap. 16.)

 

243

Los émulos de Casas rebajaban mucho el mérito que los dominicanos se atribuían en la pacificación de esta provincia, y apreciaban poco los progresos de estos indios en la civilización que se les suponía. Véase en el Apéndice una carta del obispo Marroquín al Rey, cuyas expresiones, poco honrosas a Casas, son tanto más de extrañar, cuanto los dos habían sido amigos y seguido la misma opinión. Pero el porte inflexible y singular del obispo de Chiapa le había enajenado las voluntades de casi todos los prelados de América, que se creían obligados a proceder con más condescendencia.

 

244

En ella se decía: «El Obispo vuelve a esa tierra para acabar de destruir esa pobre ciudad, y lleva un oidor que tase de nuevo la tierra. No sabemos cómo vuesa señoría no remedia tantos males.»

 

245

Remesal, lib. 7, capítulos 15 y 16.

 

246

Populus enim ad iracundiam provocans est, et filii mendaces, filii nolentes audire legem Dei.

Qui dicunt videntibus: nolite videre; et aspicientibus: nolite aspicere nobis ca quae recta sunt: loquimini nobis placentia, videte nobis errores.

Auferte à me víam, declinate, à me semitam... (Isaías, cap. 30, v. 9 y siguientes.)

 

247

Uno de los doctores de la junta, que había sido testigo de una de estas intimaciones, hizo allí presente el modo listo y desembarazado con que los conquistadores resumían y abreviaban el requerimiento. «A la noche, dijo, con un tambor en el real entre los soldados decía uno de ellos: A vosotros los indios de este pueblo os hacemos saber que hay un Dios, un papa, y un rey de Castilla a quien este papa os ha dado por esclavos, y por tanto os requerimos que vengáis a dar la obediencia, y a nosotros en su nombre, so pena de que os haremos guerra a sangre y fuego. Al cuarto del alba daban en ellos, cautivando los que podían, con título de rebeldes, y a los demás los quemaban o pasaban a cuchillo; robábanles la hacienda y ponían fuego al lugar.» (Remesal, lib. 7, capítulo 17.

Véanse además en el Apéndice los dos pasajes de Oviedo y Casas sobre el mismo punto.

 

248

Llorente supone que vino a España entonces en calidad de preso y bajo partida de registro: Il y arriva comme un accusé, conduit par les suppôts de la justice. Pero como no cita autoridad ninguna que acredite esta circunstancia, ni se halla en Remesal, ni resulta de los documentos antiguos, ni cuadra con la deferencia y los honores que recibió constantemente en España desde su vuelta hasta su muerte, no parece prudente, adoptar en esta parte su opinión.

El mismo Llorente supone también, y en esto tiene algunos autores de su parte, que fueron siete las veces que Casas pasó a América: para esto tienen que darle un viaje con su padre antes de 1502, en que pasó allá con Ovando; otro para llevar socorros y suministros a sus labradores en 1517, y otro tercero por los años de 1529, cuando se trataba de la expedición al Perú. Pruebas y documentos positivos que confirmen plenamente estos viajes no los hay, y por eso es muy dudoso el ponerlos en cuenta, principalmente el primero y el de 517. Aun si se considera bien lo que dice en el argumento puesto antes de la relación se verá que el de 1529 tampoco es seguro. Allí dice que la relación está hecha «la vez que vino a la corte después de fraile»: ahora bien, aquel escrito es de 1541 o 1542.

 

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Nadie mejor describió a los calpixques que el obispo de Chiapa, el cual en un memorial que dio al Rey sobre las miserias de los indios dice así: «Póneseles a los indios, allende de lo que padecen por servir y contentar al español que los tiene encomendados, en cada pueblo un carnicero o verdugo cruel, que llaman estanciero o calpixque, para que los tenga bajo su mano y haga hacer todo lo que quiere el amo o encomendero. Éste los azota y apalea y empringa con tocino caliente; éste los aflige y atormenta con los con los continuos trabajos que les da; éste les viola y fuerza las hijas y mujeres, y las deshonra usando mal de ellas, y éste les come las gallinas, que es el tesoro mayor que ellos poseen, y éste les hace otras increíbles vejaciones. Y porque de tantos males no se vayan a quejar, atemorízalos con decirles que dirá que los vido idolatrar; y finalmente, en cumplir con éste tienen más que hacer que en cumplir con veinte desordenados hombres.

 

250

En nuestros días se han reimpreso por la academia de la Historia; yo dudo mucho que esta nueva edición, por bella que sea, les haya procurado más lectores.