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Visión de Roberto Arlt

Mario Goloboff





El de Roberto Arlt es un fenómeno singular en la literatura argentina, latinoamericana y, por lo que conozco, de Occidente. Muerto hace ya más de setenta años, y desaparecida su presencia y su figura de las lides literarias, la obra de Arlt ha ido ocupando con el correr del tiempo un mayor espacio en la lectura, en la crítica, en los estudios literarios, en la historia de las literaturas argentina e hispanoamericana.

Seguramente, hay un anecdotario que queda de sus andanzas por las redacciones de los diarios y los cafés porteños, de sus disputas con colegas amigos y enemigos, con el idioma y con la sociedad, pero también seguramente el tiempo ha desdibujado ese anecdotario o lo ha transformado o lo ha mitificado. Deben ser, entonces, otras razones, que vienen de sus textos, las que mantienen y aumentan su perduración, su creciente vigencia. Probablemente, el asalto a la literatura de su época, a la lengua literaria de su época, a las convenciones de su época; sus rupturas, sus reivindicaciones contra la lengua como un bien, como una propiedad, contra las reglas que protegen esa propiedad, como otros tantos bienes que no hacen sino demostrar y proteger la posesión de otros bienes económicos, sociales; el haber atentado de tal forma contra la solemnidad de la literatura.

Qué son, si no, esos «locos» que hablan en las novelas y cuentos de Arlt, gentes que parecen pertenecer a otro mundo y hablar el lenguaje de otros mundos y tener nombres que difícilmente se pueda creer que son argentinos (los Remo Erdosain, los Barsut, los Balder), o directamente portar sobrenombres como La coja, El hombre que vio a la partera, El Astrólogo o El rufián melancólico. Y hasta el lenguaje del propio narrador, invocando los «follajes iluminados por la claridad de plata de los arcos voltaicos», los fúlgidos tetragramas de plata, los cielos laminados de angustia, o el amor que «galvanizaba el nervio azul del alma». Metáforas mecánicas y tecnológicas en medio de una invasión de formas no académicas: frases aisladas, oraciones principales desfiguradas por el abuso y el desorden de sus complementos, utilización excesiva de gerundios para evitar el empleo de oraciones independientes, eliminación en ellos o en los participios pasados de las formas compuestas, omisión o equivocación de los artículos, olvido de los pronombres relativos, y todo ello por el afán de ser directo, de ser breve y rápido, de acortar el mensaje, de «dejar los circunloquios».



Otra singularidad del fenómeno arltiano surge de la constatación de que su vigencia se asienta sólo en una parte de su obra, parcialidad a la que faltan muchos textos de diversa índole y materia, de diversa construcción, que Arlt escribió y publicó especialmente cuando avanzaba la década del treinta, hasta su muerte en 1942. En efecto, los textos más leídos, releídos y estudiados son en primer lugar su gran monumento narrativo, la novela en dos partes Los siete locos-Los Lanzallamas, las diversas aguafuertes porteñas y algunas españolas, algo de su teatro, algo de su primera novela El juguete rabioso. Pero falta o bien publicar o bien conocer y reconocer muchos otros textos donde aparece un Arlt más completo, más contradictorio, pero más realizado en sus ideas estéticas y literarias y en sus pulsiones de escritura.

Así por ejemplo, y en primer lugar, el teatro. En primer lugar, porque, según vengo imaginando y sosteniendo desde hace tiempo, todo en su obra anterior (la escenificación, la farsa, los dobles pirandellianos, los estados de conciencia, la representación de papeles) conduce inexorablemente a lo que, cronológicamente, sería su desembocadura en el teatro. Saverio el cruel, 300 millones, El desierto entra a la ciudad, La isla desierta, La fiesta del hierro, y otras, serán las piezas en las que plasmará esa vocación.

Está, asimismo, su experiencia española y africana, documentada en los textos que se fueron publicando en su momento y que pasaron, algunos, parcialmente, a libro, y otros quedaron en archivos. Muchas de sus aguafuertes españolas, donde da cuenta del estado económico y social de la península un año antes del levantamiento franquista, en 1935. Aguafuertes dedicadas a la carestía de la vida en España, a la vida de los pescadores, al problema agrario (por lo menos, tres aguafuertes); más de doscientas crónicas, no todas recogidas en libro. Están también sus impresiones de África, el estado social de Marruecos, el de sus nativos, especialmente el de sus mujeres, en aguafuertes como «¿Dónde está la poesía oriental? Las desdichadas mujeres del Islam. Mugre y hospitalidad» (El Mundo, 2/8/1935), «Boda musulmana en Tánger» (El Mundo, 7/8/1935), «Esclavitud del matrimonio» (El Mundo, 8/8/1935) o aquélla en la que habla de «Las mujeres (como) bestias de carga», también en El Mundo del 12/8/1935, entre muchas otras.

Sobre África y la veta fantástica de Arlt, hay que mencionar también un libro, El criador de gorilas, que, si bien publicado en 1941, ha pasado generalmente desapercibido para los lectores, e ignorado o despreciado por los críticos.

Por otra parte, en las columnas que, a su regreso de España, sustituyeron a la de las «Aguafuertes», y que se titularon «Tiempos presentes» y «Al margen del cable», hubo más de doscientas cincuenta notas, de las que al presente quedan más de ciento setenta inéditas, donde habla de diversos temas y especialmente de uno que siempre se llevó sus preferencias, el de los truhanes, gentes que viven en el oscilante umbral que separa la honestidad del delito, y ello especialmente en los Estados Unidos, donde descubre, a través de diarios norteamericanos y argentinos, diversas organizaciones delictivas como la de los que encuentran repetidamente (y en combinación con abogados demandantes) falsos objetos en las comidas de los restaurantes o la de los ocupantes de ambulancias en combinación con aseguradoras de turno.

Por último (aunque esto seguramente no es lo último), están todos los muy interesantes escritos de Arlt sobre la literatura narrativa misma, que recogen, amplifican o modifican algunas de sus ideas expresadas anteriormente sobre el lenguaje, la creación literaria o «el idioma de los argentinos».

Hacia el comienzo de los '40 está en discusión por estas playas, como en otros lugares, la temática de la novela, en cierta medida a partir de algunas afirmaciones de José Ortega y Gasset, y también, probablemente, por la creciente y cada vez más compleja y más enriquecida práctica rioplatense. Quedan indelebles huellas de esa preocupación en el prólogo a La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, que redacta Jorge Luis Borges. En la misma línea, Arlt defiende la novela de aventuras contra la novela psicológica, y la búsqueda y el hallazgo de temas en la vida y en la acción, frente a las exploraciones fatigosas del «yo». Algunas de estas notas, que conviene releer para forjarse una completa imagen de lo que ahora se llamaría «la poética» de Roberto Arlt, son, entre otras, «Aventura sin novela y novela sin aventura» (13/8/41), «Confusiones acerca de la novela» (22/8/41), «Galería de retratos» (6/9/41), «Irresponsabilidad del novelista subjetivo» (2/10/41), «Literatura sin héroes» (13/10/41), «Hace falta una escuela para novelistas» (1/11/41).



Me parece algo injusto que tanto de lo escrito por Roberto Arlt haya quedado así marginado, a pesar del esfuerzo de muchos escritores y críticos que, sobre todo durante estos últimos años, han pugnado por ponerlo de manifiesto, pero ello con relativo éxito. Acaso sea esto lo que pasa con muchos grandes escritores: están condenados a perdurar por una parte muy recortada, muy acotada de su obra. Y a ejercer una influencia sobre generaciones futuras que no se reconoce en muy visibles signos exteriores sino que es subterránea y secreta como la de los planetas y la de las mareas.





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