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Vivía en una ciudad sometida a los turcos

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

Vivía en una ciudad sometida a los turcos. Con la cabeza llena de poesía y de odio contra los turcos, y viendo a unos bandidos escapando del somatén turco (con la espada en la boca y con armas las manos), huyó de su padre, que quería hacerlo pedrero como él y se unió a unos bandidos. Saquearon unos cuantos meses juntos. Fueron a buscar provisiones a un molino serbio. El molinero, por monedas turcas1, vendió a los bandidos a los somatenes turcos y un día, cuando iban como de costumbre a coger lo necesario, se encontraron en la ventana con una lluvia de balas, hiriendo entre ellos a Ion, el amigo de nuestro héroe, él lo cogió en sus manos y corrió con él sin otra herida que la de que Ion estaba herido de muerte. Al día siguiente incendiaron el molino y lo arrojaron al agua, atando al molinero traidor en el techo. El somatén les seguía y no estaban seguros de escapar estando acompañados de Ion. Así pues, el capitán envió al héroe y a un bandido, el ladrón le dijo a Ion, «Reza», Ion se hizo una cruz y en ese instante le decapitó y le enterró, cabeza y tronco, bajo una tumba de piedras. Huyeron. Indignado por esto el héroe y viendo hasta donde llegaba su atrocidad, pensó en huir. Por la mañana se armaron todos y el capitán le mandó traer en una calavera agua, él se fue reflexionando hasta una fuente y allí, tomó su resolución, tiró la pistola, las armas, la espada, todo al manantial y huyó al pueblo con su padre. Meses pasaron y él, conservando el corazón de bandolero, no podía soportar a un Aga que saqueaba el pueblo como gobernador. Una tarde, en un valle donde hay nueve pozos, pasando una chica con ovejas, le quitó una. Quiso arrojarse sobre el turco, el turco tenía armas y él ninguna. Quiso quitarle la pistola, no podía, porque el turco la tenía en el muslo, creyó que sería mejor esperar. El turco se durmió en la hierba, con la oveja a su lado. El muchacho se acercó, cogió una piedra y la dejó caer desde lo alto sobre la cara del turco. En un minuto solo se vio en la hierba un pastel compuesto por el cerebro y la sangre en lugar de la cabeza. Cogió bien el cuerpo y el cerebro y lo arrojó a un pozo, salpicando sangre en el borde, para que no coja agua alguien, que sepa que se contaminará. Corrió a casa, llevó la oveja a la chica y se lo contó a su padre todo, que en un arrebato de miedo, le dio una en la rabadilla del culo con el martillo pesado de pedrero. El muchacho huyó y es hoy viejo pedrero en Rumanía, en Drajna2.

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