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Ibérica por la libertad

Volumen 6, Nº 5, 15 de mayo de 1958

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IBÉRICA es un boletín de información dedicado a los asuntos españoles y patrocinado por un grupo de americanos que creen que la lucha de España por la libertad es una parte de la lucha universal por la libertad, y que hay que combatir sin descanso en cada frente y contra cada forma que el totalitarismo presente.

IBÉRICA se consagra a la España del futuro, a la España liberal que será una amiga y una aliada de los Estados Unidos en el sentido espiritual y no sólo en sentido material.

IBÉRICA ofrece a todos los españoles que mantienen sus esperanzas en una España libre y democrática, la oportunidad de expresar sus opiniones al pueblo americano y a los países de Hispano-América. Para aquellos que no son españoles, pero que simpatizan con estas aspiraciones, quedan abiertas así mismo las páginas de IBÉRICA.

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IBÉRICA is published on the fifteenth of every month, in English and Spanish editions, by the Ibérica Publishing Co., 112 East 19 th St., New York 3, N. Y. All material contained in this publication is the property of the Ibérica Publishing Co., and may be quoted, but not reproduced in entirety. Copyright 1957, by Ibérica Publishing Co.

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ArribaAbajo¡Todos a una!

José M.ª de Semprún Gurrea


En el verano de 1937, un año después que los «cruzados» (!!!) iniciasen el fratricidio español, me hallaba en Valencia convocado, con otros Representantes diplomáticos, por el Gobierno de la República, de la cual era yo a la sazón Encargado de Negocios en El Haya. Tuve, naturalmente, muchas conversaciones con unos y otros; una de ellas con elevada, muy elevada personalidad, y esa conversación fue tan interesante, tan rica de sugestiones, tan noblemente inspirada como las otras, pocas, pero inolvidables, que me fue dado mantener durante los años de la República con el mismo destacadísimo interlocutor. No recuerdo exactamente lo que yo relataba o comentaba tocante a mis experiencias en los primeros meses de la guerra, que pasé donde ésta inopinadamente me sobrecogió; es decir, en un delicioso puertecillo vizcaíno. Lo cierto es que mi insigne interlocutor, reaccionando con aquella cálida vehemencia que ponía a veces en sus conversaciones privadas (contrastando con el estilo fluido, pero escueto e incluso cáustico y amargo de sus discursos parlamentarios o en campo abierto), intervino, casi cortándome la palabra, con estas suyas que textualmente reproduzco: «Pero, ¿no sabe Vd. que cada español se levanta por la mañana pensando que va a ser él quien va a ganar la guerra?...».

«Los españoles, -parece haber dicho Wellington alguna vez-, entran en fuego con una cosa que llaman entusiasmo». Las dos frases entrecomilladas, tan diferentes por su contenido como por su origen y sus respectivas épocas, aunque éstas hayan sido igualmente calamitosas para España, y el origen semejante en lo ilustre, podrían recíprocamente servirse, completándose una con otra. El compuesto que así formasen nos daría un esquema, expresivamente sintético, de una actitud yo diría, temperamental, de un modo de situarse y proceder que tienen los españoles en determinadas coyunturas históricas. La malicia, pero la malicia exagera mucho, siempre, diría que eso es propio de los españoles incluso frente a las más corrientes y molientes vicisitudes de la humana existencia. Precisemos un poco los conceptos: El complejo o compuesto que las dos frases referidas, corroboradas por innumerables experiencias personales, podría formularse como sigue: No todos los españoles, pero muchos; no siempre, pero frecuentemente; no en cualquier caso ni por cualquier cosa, sino precisamente en las empresas y actividades de carácter colectivo, entran en campaña, -campaña electoral, sindical, cultural, ideológica, etc., etc.- con acalorada vehemencia (entusiasmo, que diría Wellington), y cada uno convencido de que es él, precisamente él quien está en posesión del arma secreta, del procedimiento infalible, gracias a los cuales el éxito será indudable y rotundo; o, para hablar en madrileño, «impepinable»... Quizá el entusiasmo es tan arrebatador que crea en cada uno la convicción de sus individuales virtudes taumatúrgicas. Quizá es al revés, y la convicción del propio, exclusivo e irresistible acierto es lo que inflama de entusiasmo a cada uno. Lo cierto es que, dicho con las reservas y dentro de los límites arriba apuntados, reservas y límites de los cuales no consentiremos nos saque ninguna exageración, cada español, frente a determinadas coyunturas históricas y colectivas, se mueve como impulsado por la explícita o implícita convicción de su omnisciencia y omnipotencia individuales, y al mismo tiempo invadido por una oleada de cálida tensión, de íntima vehemencia, que constituye ese estado emotivo, o trance de entusiasmo, sin el cual por lo visto los españoles no somos capaces de hacer nada de provecho. Hace apenas un mes, en el luminoso artículo que Xavier Flores publicaba en esta misma Revista (Ibérica, 15 abril, 58), había, entre otras observaciones muy dignas de atención, una casi increíble en la pluma de un hombre tan joven, si otras páginas suyas no nos hubieran evidenciado la pronta madurez a que ha llegado, y es ésta: «Ya no era España un país de razones cartesianas ni de términos medios. Cabezas frías, lo que se dice cabezas frías y ecuánimes, nunca nos sobraron». Es terriblemente exacto, y con ese enfoque histórico, privilegiadamente justo, llegaríamos muy lejos. Contentémonos, por ahora, con quedarnos donde estamos. Y estamos en las mismas de siempre: cada español tira por su lado, entusiásticamente decidido a triunfar; pero a triunfar él, es decir, según su cacumen y sus métodos.

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Hay así un rebullicio de cabezas, eventualmente magníficas, pero tercas, calenturientas y tan desprovistas de ecuanimidad, como cargadas de auto-suficiencia. El resultado más claro que obtenemos de ese dispositivo psicológico cuando se trata de empresas comunes, exactamente: «de re publica», está bien a la vista, y puede cifrarse en algo, más que paradójico, destructivamente contradictorio, es a saber: ante empeños y quehaceres de índole colectiva y social, nuestro dispositivo, con su modus operandi entorpece cuando no imposibilita completamente la mismísima obra colectiva y social a la que se debía, -y acaso, con desacertada buena fe, se quería- servir generosamente. O sea que los españoles, -dejadme repetir mil veces: no todos, no siempre, no frente a todas las coyunturas-, reaccionamos a los requerimientos de la acción colectiva y social con temperamentos y disposiciones incorregiblemente antisociales. ¡No es muy satisfactorio!...

Más de un lector, -si tantos llegaren a tener estas elementales disquisiciones-, estará desde hace rato pensando: Pero bueno, todo eso no es más que repetir, en una u otra forma, lo del consabido individualismo español. Yo me permito responder: según y cómo... Evitemos aquí, como en todas partes, las fáciles y excesivas simplificaciones. ¿Somos tan individualistas los españoles?... Y, ante todo ¿es el individualismo tan malo que ha de rechazarse, sin más ni más?...

Sin los individuos; sin los hombres y las mujeres, los viejos y los jóvenes, los más y los menos afortunados, los más y los menos inteligentes, o fuertes, o sanos; en una palabra, sin todos y cada uno de nosotros perfecta e inconfundiblemente individualizados, no se puede ir a ninguna parte; no se puede ni siquiera pensar en una obra verdaderamente humana, cualquiera que sea la extensión o condensación social de la misma.

Pero, -me estarán ya algunos objetando, vehementemente- ¿es que no cuentan nada el Estado, la Nación, la Familia, el Sindicato, la Universidad, hasta el círculo de recreo, hasta el más elemental centro de cultura?...

Respondo en el acto: ¡Ya lo creo que cuentan!...

Y tanto que a señalarlo hemos de ir después, procurando extraerlo de nuestras disquisiciones como una substancial e indispensable conclusión. Pero cuidando muy mucho de evitar confusiones pseudo-hegelianas, dignas de aquella chabacana mentalidad nazi-fascista de aciaga y repugnante memoria. El Estado, la Patria, el Pueblo, la Raza, el Partido (¡¡todo con mayúscula!!), eran considerados por esa mentalidad como entes en sí; entes dotados de una existencia suprema y absoluta, entes no sólo independientes de los individuos, -de los hombres y mujeres, como seres concretos, vivos, reales-, sino tan superiores a ellos que esas entidades supremas podían permitirse el monstruoso lujo de aniquilarles sin más excepción que la del jefe único e inviolable. (Algo de esto, germinaba ya en el jacobinismo exasperado de un Robespierre y, sobre todo, de un Saint-Just; y mucho de ello queda todavía en Rusia y en las caricaturescas dictaduras de España y de Sudamérica).

Reconoceremos, sin duda, el valor y la existencia de las diversas sociedades humanas; pero, después; lo primero, en el orden del ser y en el de los fines y valores, es el individuo; los individuos. Estos son los que forman y dan ser a la sociedad; y toda sociedad humana existe por ellos y para ellos. La cultura, la ciencia, la política, el arte, la acción social etc., tienen como sede, como sostén y receptáculo, como centro de recepción y de irradiación; en una palabra, como única entidad existencial, a los hombres. La Sociedad, la Patria, la Nación, la Familia, el Sindicato, la Universidad, el Municipio, el Centro de cultura (o incluso, de recreo), no son más que grupos de personas individuales, dirigidas a diferentes fines comunes y organizadas de diversas maneras, en cada uno de los grupos respectivos. Pero tales sociedades y grupos no existen por sí mismos, separados e independientes de los individuos, ni del sistema de relaciones jerárquicas y orgánicas, que esos individuos entre sí establecen al formar, de manera más o menos reflexiva o espontánea, el grupo social. No existen por sí mismos; ni tampoco, en definitiva, para sí mismos, sino para todos y cada uno de los individuos que les forman; o, si preferís, para el conjunto de todos ellos. Y éste será el aspecto del fenómeno; aspecto llamado frecuentemente (y con acierto): «bien común». El bien común no es el de la sociedad, en abstracto (cosa, además, ontológicamente, sobrado problemática), sino el del conjunto de los individuos que la forman; teóricamente y en principio, el de todos; prácticamente y dentro de las apreturas de la realidad imperfecta, el del mayor número posible... Este es el aspecto primordial y mayor del individualismo; aspecto que, por sí sólo, basta para quitarle todo sentido peyorativo.

Pero el individualismo tiene un segundo aspecto, natural despliegue del anterior e inseparable del mismo: es su aspecto social.

Percibo ya interrupciones vehementes:

-¿Quiere Vd. hacernos creer en la existencia de un individualismo social? ¿O es que está Vd. jugando con las palabras y con la seriedad nuestra?...

Yo no juego con nada, posible lector discrepante y como discrepante, para mí, incorregible liberal, singularmente estimado. No estoy, ni estamos para juegos, cuando están verdaderamente en juego cosas tan graves, incluso nuestras vidas. No hay aquí más juego que el de la misma realidad y el de la férrea lógica. Porque, si en su aspecto fundamental, en su sentido profundamente humano, el individualismo impone un respeto diríamos religioso (para muchos creyentes, así lo es) a las, personas individuales y se preocupa de su libre desarrollo hacia los mayores bienes posibles; y si, como exige la naturaleza humana y demuestra la experiencia, las personas individuales, sólo existen, con existencia humana, sólo viven, adelantan, se integran, se desarrollan, unas con otras, agrupadas, asociadas, relacionadas, formando la serie indefinida de comunidades humanas que van del matrimonio y la familia hasta la sociedad universal de todos los hombres, entonces resulta que las sociedades en sus diversas formas, siendo una necesidad para el mero existir y el deseable progresar de los individuos, caen perfectamente dentro de una concepción rectamente individualista, y lo social será un aspecto o una dimensión inseparable de lo individual humano. Ningún auténtico individualismo puede ser anti-social. Lo que pasa es que en esta perspectiva la sociedad, en sus diversas formas, recibe su valor no de ser considerada como entidad suprema e independiente, a la que los individuos todos podrían ser sacrificados (idolátrica concepción de los totalitarismos), sino al contrario, de ser la indispensable y magnífica servidora de los hombres, con todos sus derechos.

«No hay hombre sin hombre», recordaba ya nuestro gran Quevedo. Cada persona necesita de otras muchas, vive más o menos estrechamente asociada a un número indefinido de ellas, y está sujeta a vínculos, a veces muy precisos, que moral o jurídicamente la ligan con tantas y tantas. Un individuo humano no es ni siquiera individuo humano si no está con otros, entre otros, colaborando y conviviendo con otros... El anacoretismo, el robinsonismo (un robinsonismo que mañana podría tener impensada realización mediante cualquier proyectil intersideral), tienen inmenso interés en cuanto demuestran -contra las pretensiones de la estatolatría y de un socialismo panteísta- que en ciertas condiciones y por cierto tiempo, el hombre aislado, el escueto individuo puede existir y durar independiente y fuera de toda sociedad humana; mientras ésta sería, no sólo inexistente, sino hasta impensable, privada y separada un solo instante de los individuos. Pero, una vez así aprovechados esos ejemplos-límites, reconoceremos su extrema excepcionalidad y su imposible aplicación a una vida humana completa y merecedora de tal denominación. Los hombres lo son y se desarrollan en grupos: familia, municipio, sindicato, nación, partido, comunidad religiosa (ecclesia y sinagoga, significan precisamente eso: agrupación, colectividad, sociedad...); o centro de estudios, de recreo, de investigaciones, etc., etc. De manera que nada de despreciar al individualismo malentendiéndole y cargándole con el mochuelo de una actitud anti-social, disolvente, centrífuga, que de ningún modo es suya. El cerril egoísmo no tiene nada que ver con el individualismo genuino. Pero conocemos una excesivamente fácil y facilitona corrupción de éste, hecha de arbitrarias y egocéntricas discrepancias: la conocemos demasiado bien, tanto que ahora, recordándola, estamos de nuevo en casa. Porque si en España se ha pecado y todavía se peca (fuera y dentro), no es precisamente de individualismo, sino de un consumo y despilfarro orgiástico de sus más lamentables corrupciones. ¡Qué individualismo ni qué cubrir la averiada mercancía de tantas tozudas discrepancias con el sospechoso pabellón de un individualismo kabileño! Cuando el español entra en una empresa, para nuestro caso, política, con eso que según Wellington, se llamaría entusiasmo, convencido de que nadie más que él posee el secreto del éxito; cuando quizá enérgica y hasta sinceramente se pone a hacer Democracia y República, es decir, su democracia y su república; (suyas, y de otros tres amigos con quienes cada día toma el café, y arregla -por supuesto, a grito pelado los cuatro-, el panorama nacional, después de haber puesto como chupa de dómine a todos los de más compatriotas) ; cuando hace la guerra quizá valerosamente, pero a su manera, olvidando aquel patético llamamiento de Don Manuel Azaña, lanzado desde el noble y terrible sitial de su Presidencia azarosa: «¡No hay dos maneras de hacer la guerra; no hay más que una!...»; cuando enfáticamente proclama una cosa, y prácticamente hace otra, o no hace nada (que es lo más cómodo, aunque se cubra con el sucio tapujo de un desengaño falso y decadente, expresado en las consabidas palabras exangües: «¿cómo quiere Vd.: que yo... con esta gentecilla... en una situación sin salida?»; cuando discute ferozmente, sin oír, sin leer bien lo que se ha escrito, sin enterarse, discrepando sin saber de qué discrepa, y remedando tristemente la actitud simbolizada en el conocido chascarrillo del que entraba en el salón donde se desarrollaba un debate cualquiera, preguntando al primer conocido: «¿de qué habla ése, para oponerme?»; en una palabra, cuando el español, -¡¡por fortuna no son todos así!!- echando a un lado lo que es común y más importante, se ahínca con furor en las discrepancias, exasperándolas en secesionismos centrífugos y disolventes, entonces estará haciendo cualquier cosa, y ante todo, un gravísimo daño a la colectividad nacional; cualquier cosa, menos un servicio patriótico y democrático; cualquier cosa, menos individualismo auténtico... Acabemos ya de denigrar a este, mixtificándole, y de buscar en su equívoco llamamiento el comodín de nuestros dislates.

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Porque en esas estamos, y nada de lo escrito es una oración académica que no hace al caso. Hace al caso, a él va y de él brota. Vamos ahora a verlo: En España hay una gran mayoría democrática, substancialmente republicana. (Sólo de ese dato de hecho podemos partir para cualquier proyecto de cívica liberación española). Demócratas, en general, y republicanos en particular, presentan numerosas y marcadas diferencias; es natural y, políticamente, irreprochable. Pero están respectivamente de acuerdo en la Democracia y en la República. ¿Por qué de los conceptos no se pasa a las acciones y de las palabras a los hechos?... O, dicho de otro modo: ¿por qué, en vez de hacer unos mucho y otros poco (o nada...) ; por qué, en vez de extenuarse tantos en esfuerzos, acaso meritísimos y hasta heroicos, no se distribuye mejor la acción y no se trata seriamente de coordinarla, sin dejar cabos sueltos y buscando el máximo común denominador indispensable (y aun el mínimo, con permiso de las matemáticas)?... Aquí salta una objeción archiprevista: «¡Porque nos lo ha impedido la opresión dictatorial, señor!...». Nadie habrá denunciado con más empeño que yo esa opresión; pero, aparte de que un movimiento nacional, destinado a derrocar un régimen durísimo, por cívico e incruento que el movimiento sea, no contará previamente con el permiso de la policía, yo me permito replicar: 1.º los del interior, tan directamente sometidos a esa opresión, hacen cosas apreciabilísimas, mientras tantos y tantos del exterior, libres y dueños de sus movimientos, no las hacen; 2.º dentro y fuera, para crear acá y allá movimientos secesionistas dirigidos contra otros demócratas y otros republicanos, la excusa de la opresión, por lo visto, no ha valido... ¡ Seamos sinceros! 3.º a nadie se le pide, -a lo menos con estas líneas- que se comprometa locamente ni que se lo juegue todo, buscando por sí solo la solución; ¡al contrario!... Se propone que TODOS A UNA, con su aplastante mayoría (¿o es que no existe?...) se concierten para imponer cívicamente ese mínimo de democracia y, lo esperamos, de República en que todos a una, sin perjuicio de secundarias diferencias, coincidan. Hombres ilustres, encanecidos en el servicio de España y de la Libertad democrática, que, aun prescindiendo de su posición constitucional (¡ y ya sería fuerte!...), ostentan títulos al respeto de cualquier español de buena fe, -Don Diego Martínez Barrio, en su serena, bellísima alocución del 14 de abril; poco antes, Don Félix Gordón Ordás, en sus firmes puntualizaciones de principio de año-, han lanzado apremiantes llamamientos, no para imponer lo que ellos prefieren, sino para que prevalezca lo que libremente prefiera España, expresándolo por la substancial mayoría de sus ciudadanos.

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TODOS A UNA: la Democracia; y en la Democracia, en cívica y noble contienda, los republicanos, TODOS A UNA, reinstauremos la República. Pero habrá un voluntario de la disidencia, que con voces destempladas, nos increpará: «Bueno, pero ¿qué Democracia?... ¿qué República?...». Y yo respondo: ¡ah!, ¿estamos todavía en esas?... ¿Es que no sabe Vd. distinguir un piano de una cacatúa?... Porque un chico de preparatorio sabe que lo esencial y bastante es esto: 1.º Reconocimiento de todas las libertades resabidas; 2.º sistema representativo, electoral, con Gobiernos y Poderes responsables ante la Nación y sus respectivos órganos representativos; 3.º en la República, jefe del Estado electivo, temporal, (reelegible o no), con facultades y responsabilidad precisamente definidas y limitadas. Eso es, políticamente, para nosotros todos -TODOS A UNA- la Ley y los Profetas. Lo demás... Lo demás, sin eso, ni existiría ni importaría. Y, con eso, podemos ceder en lo demás. O echarlo tranquilamente a cara o cruz...

*  *  *

¿He estado muy duro en algunos de mis juicios?... Lo admito humildemente pero entonces dejadme proclamar que lo he hecho por mi inmenso amor a España. España, para mí, son los españoles... Y amarles, procurar su bien, evitando siquiera el mal que algunos pueden hacer a todos, o que todos podemos hacernos. Y a eso tiendo como puedo, que es bien poco. Por tanto, «pegad, pero escuchadme». Y si no, escuchad a tino de los mejores hombres de nuestra historia, Gonzalo Fernández de Córdoba, al que se presentaron muy ufanos unos caballeros españoles, porque; después de un duelo mortal de todo un día con otros tantos franceses, estos habían reconocido que eran tan buenos como ellos; a lo que Gonzalo repuso, con soberbia frialdad que celaba la ardiente llama de fraterna ambición patriótica que le devoraba: «Por mejores os mandé»... No ama a los españoles quien les cree mejores, escondiéndoles sus defectos, sino quien férvidamente les quiere mejores, -mejores que todos- y hace lo mucho o poco que puede para ello... Manos a la obra TODOS A UNA. «Las virtudes, donde hay consenso y unidad, deben de existir; los vicios, dividen». Que estas palabras, escritas por otro gran español (Séneca, De Vita Beata, VII, 6), resuman y concluyan, con fulgor diamantino, nuestras palabras afanosas.

JOSÉ M.ª DE SEMPRÚN GURREA




ArribaAbajoLa tradición católica y el futuro político de España

II. Por una renovación del pensamiento cristiano español


Xavier Flores


Que nadie se asuste. No se tratará aquí de suscitar ninguna reforma de tipo luterano. Nuestras observaciones no afectarán la vigencia de los dogmas; se han de limitar a describir el tono de la religiosidad cotidiana de la Iglesia española, sin ninguna pretensión de infalibilidad. Pero de esta religiosidad cotidiana es absolutamente necesario hablar porque a fuerza de censura se está acabando en España con todo cristianismo auténtico, vivo, mientras triunfa por un lado la falsa religiosidad oficial y crece por otro un anticlericalismo terrible por cuanto inevitablemente confunde el espíritu de la doctrina con la aplicación que le dan muchos de nuestros compatriotas.

Cierto es que cada religión se desarrolla sobre un fondo previo económico, político y social y, quiérase o no, ese fondo ejerce una influencia a veces muy significativa en aquellos planos donde el ejercicio de las labores eclesiásticas incide en la vida pública del país. De ahí que al cruzar la frontera, se encuentren los fieles con que hay, en estos aspectos, tantas maneras de interpretar la religión como idiomas nacionales, aunque en definitiva permanezca el dogma inalterado.

Ya que de renovación hablamos, empecemos por señalar los vicios. En primer lugar se destaca en España el endurecimiento de nuestra Iglesia oficial. Remontando a los orígenes de esta actitud nos topamos con el millón y medio de muertos que provocó la guerra civil, pues de esa espantosa matanza arrancaron muchos de nuestros males, y entre ellos ese endurecimiento de la sensibilidad cristiana a que aludimos. Dejemos ahora de lado los muertos de la zona republicana, no porque los creamos más o menos justificables, sino porque allí la Iglesia carecía totalmente de autoridad y por ello nada podía hacer en favor de las víctimas de los acontecimientos. Pero en la zona nacional todo transcurría por vías muy distintas. Desde un principio asistimos todos -y el autor de estas líneas, aun siendo niño entonces, recuerda muy bien los sucesos ocurridas- a dos fenómenos paralelos: primero, al silencio de la Iglesia ante los innumerables fusilamientos de autoridades y simples ciudadanos republicanos que no habían cometido más delito que serlo; en segundo lugar, a la fusión progresiva del ideario católico con el programa político del régimen.

La muerte del diputado católico Carrasco Formiguera es ejemplo del crecimiento paralelo de los fenómenos señalados; un amigo nuestro, catedrático católico eminente durante la República, se dirigió en plena guerra civil a una personalidad que hoy es, al parecer, uno de los obispos más progresistas de España, solicitando su intervención cerca del gobierno de Burgas en favor de Carrasco Formiguera entonces detenido. Al poco tiempo recibió unas líneas que decían lo siguiente: «No puedo hacer nada por la persona que me has recomendado, y en esta ocasión he de recordarte que el deber de un católico es estar con sus obispos». Carrasco Formiguera, diputado católico, murió fusilado por las fuerzas franquistas.

No recordamos aquí este horrendo crimen para despertar odios y rencores del pasado. Pero es necesario arrancar de un punto de partida para comprender el marasmo actual; para nosotros es aquél momento en que la Iglesia, consciente y conocedora de cuanto ocurría en la zona franquista, prefirió callarse ante las innumerables injusticias que se cometían. Entonces, la Iglesia española hipotecó su porvenir y dio a entender al pueblo que sólo le interesaba la justicia cuando era favorable a su propia causa. Así, en vez de situarse por encima de la contienda que dividía a los españoles, muchas de nuestras jerarquías eclesiásticas se hicieron cómplices por omisión de lo que pasaba, y a medida que la Iglesia pasó de ser testigo a ser defensora del orden establecido, éste a su vez la fue absorbiendo paulatinamente en su seno.

Esta absorción respondía perfectamente al viejo deseo de las derechas de quedar como únicas definidoras de la política y de la religión. Lo malo es que por pretender justificarse en los dos terrenos de modo simultáneo, las derechas españolas acabaron inventando una especie de simbiosis político-católica en la que es difícil percibir donde empieza lo religioso y donde termina lo político. En definitiva, de este acaparamiento de la religión por las derechas ha salido la Iglesia oficial contaminada por el método político de las clases dominantes. Hoy, gran parte de nuestras jerarquías no conciben la vida sino al estilo totalitario; la enseñanza religiosa no puede ser más que obligatoria, la censura eclesiástica ha de abarcar siempre toda la producción intelectual y artística del país, los miembros de otras confesiones religiosas han de ser naturalmente perseguidos, etc. Estos aspectos son innumerables, y lo que cada ciudadano piense de esta religiosidad impuesta, poco importa. Lo fundamental es salvar las apariencias, dar a entender que España es un país católico, y que si alguno no está de acuerdo con la tónica oficial es seguramente un aborto de la naturaleza o un vendido al oro de Moscú. Lo importante -repitámoslo- es la apariencia cuantitativa y no la realidad cualitativa. Ya nos parece monstruoso que un dictador le diga al pueblo, o se lo dé a entender: «Vosotros, aplaudid, y yo me encargo de lo demás, pues a mí con las apariencias me basta». Ahora bien, cuando es la Iglesia la que se contenta con una mera apariencia de religiosidad, tanto en lo que a ella respecta como en lo que atañe al pueblo, eso ¿quién podrá calificarlo?

Así, de ese silencio inicial ante los fusilamientos, de esa complicidad progresiva con la política totalitaria, de esa simbiosis Estado-Iglesia con un caudillo «por la gracia de Dios» al frente de ella, de esa imposición violenta de la religión católica, contraria a la teología tradicional, de esa falta, en suma, de caridad cristiana y de amor de la justicia, ha surgido el anticlericalismo actual.

Ahondando en las raíces de este anticlericalismo nos encontramos en una parte considerable del clero español con varias constantes que son, grosso modo, las siguientes: una falta evidente de fe en el poder persuasivo de un cristianismo basado en la justicia y en el amor al prójimo; un temor crónico a que en un debate libre las fuerzas del mal se lleven el triunfo, como si las fuerzas del bien fueran inoperantes o incapaces de seducir a nadie; una afición inveterada a imponer la fe por métodos totalitarios, lo que, harto sabido es, requiere menos esfuerzos que el ejercicio cotidiano de la persuasión por el ejemplo; una tendencia tradicional a identificar los intereses de las clases pudientes con el interés de la Iglesia; una concepción judaica de un Dios más dado al castigo y a la venganza que a la comprensión y al amor de sus criaturas; un menosprecio cotidiano de la caridad; una inflación del sexto mandamiento en detrimento de los demás; un aburguesamiento de las costumbres por falta de lucha y por olvido del sentido evangélico del cristianismo.

Todos estos males radican en definitiva en un vicio principal: el culto exagerado de la autoridad, o sea la confianza, en que todo se arregla mediante el uso de la fuerza. Esta creencia es típica de la burguesía española que cuenta con tantos representantes en las filas del clero nacional. Ya decían los firmantes del «Informe sobre la situación del catolicismo español en la sociedad actual» que esta burguesía «resbaló siempre sobre las verdaderas causas de la situación sin ver en ella otra cosa que un problema de orden público cuya solución podía ponerse en manos de la guardia civil». No vamos a decir aquí que la autoridad no es cosa indispensable, pues sin ella no hay sociedad posible. Pero cuando degenera en tiranía, sus defensores acaban por confundir el silencio del pueblo con la aquiescencia, y las minorías que aplauden con la totalidad del país. El razonamiento que se deriva de esta confusión es sencillo: puesto que aparentemente todos están con nosotros, ya no hay necesidad de convertirlos a nuestra creencia. Aunque esto no se piense conscientemente en los sectores religiosos -pues a tanto cinismo creemos que sólo llegan unos pocos-, el resultado práctico en la vida cotidiana es el mismo. En cuanto se da por adquirido el ser cristiano -como se es de una vez por todas socio de un club deportivo- y se olvida que el cristianismo implica proyecciones cotidianas en el contacto con el prójimo, además de una personal autoexigencia en cuanto a la perfectibilidad del ser, la religiosidad degenera en hábito fácil y blandengue, se satisface con una mera observancia de los ritos y, por mala conciencia, termina cobrando ese endurecimiento fariseo clásico de toda creencia anquilosada y amputada de las tres virtudes teologales -fe, esperanza y caridad- que sólo unidas cobran su plena y profunda autenticidad. Si en España hay fe suficiente, es cosa que se escapa a nuestra observación por pertenecer esto al fuero íntimo de cada persona; pero lo que sí se advierte perfectamente es una falta increíble de caridad, de verdadera caridad, interpretada como «pura atención hacia la existencia del prójimo» según la definió un gran pensador católico. Ya decía Unamuno «compasión es padecer con uno», y en este sentido nos duele comprobar cuán poco ha compadecido la Iglesia oficial las miserias y las injusticias sufridas por nuestro pueblo.

Pero la situación es aún más grave: frente a unos poderes oficiales satisfechos hasta la saciedad e inflados por un orgullo demoníaco, cuyo sentir e ignorancia traduce magníficamente el caudillo cuando afirma que las generaciones pasadas no hicieron nada en comparación con ellos, está la Iglesia ofreciendo por boca de algún que otro jerarca una sonrisa de agrado que, si no es síntoma de complicidad activa, lo es por lo menos de aquiescencia. Todas estas manifestación es externas -tan visibles en la prensa ilustrada- concurren a fortalecer la opinión de los que afirman que la Iglesia cree vivir en una sociedad político-religiosa cuya perfectibilidad es ya inmejorable.

Si políticamente es grave confundir el silencio con la aquiescencia, y el aplauso minoritario con el consenso colectivo, mucho más lo es cuando se trata de la fe, pues el tirano no compromete con su acción más que el ideario que ha implantado y que con él desaparece al hundirse el régimen, mientras que los católicos que utilizan los medios totalitarios para imponer la religión de Cristo y que llegan incluso a servirse de ella para sus fines particulares, comprometen y deshonran una tradición vieja de dos mil años. Esta, además, es para nosotros el sustratum de la democracia occidental pues, a nuestro parecer, en el cristianismo auténtico radican los fundamentos esenciales de la libertad y del respeto debido a los hombres.

A la larga, el fracaso inevitable aguarda a toda política que se satisface de éxitos aparentes y a corto plazo. El último boletín de la Hermandad Obrera de Acción Católica acaba de revelar los tristes resultados de una encuesta en la que fueron interrogados 15491 obreros. Los resultados son los siguientes: de esas 15491 personas, 13857, o sea el 89,6%, se declararon anticlericales; 6397, es decir el 41,3%, se manifestaron antirreligiosas, y 8485, que representan el 54,7%, declararon que carecían de toda preocupación de orden religioso. En cuanto a la práctica misma de la religión, 13349 obreros interrogados, es decir el 86,1%, declararon que eran cristianos sólo para las grandes ocasiones: bautizo, casamiento y muerte. Solamente 1190 (7,6%) dijeron que asistían regularmente a misa, en tanto que 4430 (28,5%) declararon que celebraban las Pascuas.

¿Cómo explicar esta deserción del cristianismo en la masa obrera española? Ni el oro de Moscú, ni la propaganda clandestina, ni el cine americano o francés, ni los «malos españoles» del exilio son responsables de este resultado patente de 20 años de dictadura. Parafraseando a Hamlet diremos que algo hay que huele mal en esta España oficial dedicada al banqueteo y al autobombo. Y en lo que respecta a nuestra Iglesia, si aun quedan en ella jerarquías libres de compromisos con el poder político, que se pregunten honradamente: ¿qué pasa en este país para que las masas obreras huyan de los santuarios de Cristo? ¿Qué hemos hecho de nuestra religión?

Achacar sistemáticamente la culpa a las «malas ovejas», dividir el mundo en blancos y rojos, amigos y enemigos de Dios, como si en cada cristiano no coexistieran el bien y el mal, es revelador de una mentalidad maniquea muy pobre. Si en el mundo político ha sido desastroso ese maniqueísmo doctrinal, en el terreno religioso sus resultados no podían menos de ser desastrosos, sobre todo por cuanto conducían a provocar en sus defensores una vanidosa satisfacción de su propia actitud, aliada a un infinito desprecio por el enemigo. De esta suerte, se tiende siempre a justificar todos los aspectos de la propia obra y, en caso de advertirse algún defecto, a atribuir su responsabilidad al enemigo. La Iglesia española, adormecida por la morfina de los halagos, instalada confortablemente en su rutina cotidiana, ¿se imagina acaso que esto va a durar siempre? ¿No se da cuenta de que una Iglesia que no cultiva el diálogo abierto con su pueblo camina fatalmente hacia la esclerosis?

Intolerantes con toda crítica que pueda formulárseles, nuestras jerarquías eclesiásticas se han vuelto en cambio tolerantísimas para todas las infracciones que se cometen hoy en el terreno moral siempre y cuando no se refieran al sexto mandamiento. Después de doce años de forzosa convivencia con el régimen franquista, hemos sacado la triste conclusión de que sólo el sexto mandamiento cuenta hoy en España. Medimos muy bien nuestras palabras al decir que se atraviesa en nuestra patria por un periodo de morbosa inflación sexual en lo religioso, mientras que el ejercicio de los demás mandamientos y virtudes teologales se descuida de modo lamentable. Si nuestras jerarquías aplicasen a su observancia el mismo rigor dialéctico que vierten desde el púlpito sobre la presunta indecencia de las playas, ¿cómo habrían podido los vencedores del año 39 librarse tan impunemente a robar, a matar y a difamar por doquier? Claro está que hace falta más valor para denunciar desde el púlpito a un general asesino o a un ministro ladrón, que para fulminar con la mirada el escote de las muchachas de las ciudades veraniegas.

Con harto dolor y con rabia incluso escribimos estas líneas, y las escribimos porque es necesario que alguna vez se levante la voz desde el interior mismo de las filas cristianas. Ante este profundo y grave desequilibrio que estriba en tapar con el respeto de un mandamiento el descuido y burla de los demás, es preciso decir en voz alta: hay que vencer ese tono morboso que adopta de más en más nuestra religión. Menos insistencia sobre el sexto mandamiento y más atención a los otros. Y hay que desmilitarizar a nuestra Iglesia. Menos vírgenes capitanas generales. Los dioses de la guerra no han sido nunca cristianos. Son paganos. Cuando el pueblo ve una procesión encuadrada por la guardia civil y presidida por los militares, no se le puede pedir que no piense que esa religión es una garantía del orden social establecido.

Es necesario que las jerarquías eclesiásticas de nuestra Iglesia hagan un examen de conciencia detenido y vean en qué aspectos capitales se alejaron en su acción cotidiana de las normas evangélicas. Es necesario que sepamos si para ellos cuenta más la letra que el espíritu y la forma del rito más que el contenido. Por último, es necesario que sepamos si, a su juicio, hay lugar para un cristianismo auténtico en este ambiente de componendas político-religiosas creado por el régimen actual.

La máxima de Charles Maurras «Politique d'abord», cuyo contexto doctrinal fue condenado por Pío XI, ha triunfado plenamente en España. Este pragmatismo religioso de los teócratas franquistas que, so pretexto de ensalzarla, no hicieron más que humillar y degradar la religión católica, debe ser combatido con irreductible firmeza por todos aquellos que son conscientes de lo que significan las exigencias evangélicas. Nuestro cristianismo está herido de muerte. Y ante su lenta asfixia bajo los oropeles de la hipocresía oficial, nadie tiene derecho de callarse. En circunstancias extremas, el silencio es un crimen. Nosotros no callaremos.

XAVIER FLORES

Próximo y último artículo de esta trilogía: Razón y dificultad de ser de los cristianos demócratas.




ArribaAbajoLo provisional y lo definitivo

Juan Antonio Ansaldo


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Encuentro difícil orientar mi primer trabajo en Ibérica, más que por el fondo, por ciertas razones que quisiera hacer llegar con toda honradez a sus lectores.

Creo que cada cual debe tratar en principio de aquello que mejor conoce, despreciando interpretaciones erróneas o mal intencionadas.

Por diferentes circunstancias -en las que para nada entra ni el propio mérito ni siquiera la posición social- me ha tocado relacionarme íntimamente con personas que brillan en el mundo, más aún por lo que fueron sus antepasados que por lo que su porvenir, superación lógica del presente, significa.

Desgraciadamente, cuando la masa se enfrenta con esta especie de exhibición de amistad con los poderosos, interpreta automáticamente la situación, o como lo que ahora se llama, sin saber exactamente por qué, «snobismo» o como una obsesión de crónica social.

No es mi propósito ninguno de estos dos objetivos. Lo afirmo con máxima fuerza de mi buena fe...

*  *  *

No hace aun dos meses, en los atardeceres melancólicos de esta región vasco-francesa, reservaba yo diariamente unos minutos para leer lentamente, en alta voz sus ojos cansados hacían muy difícil la tarea directa la maravilla casi sobrehumana y desde luego para mí incomprendida en diversas ocasiones, del prólogo que André Malraux proyectó como luminaria sobre su trabajo genial, La Metamorfosis de los Dioses.

Quien me escuchaba, iba asimilando mucho mejor que el lector de ocasión su contenido. Era la Infanta Beatriz de España, prima hermana por alianza de Alfonso XIII, nieta de la Reina Victoria de Inglaterra y del Zar Alejandro de Rusia. Infanta por su matrimonio con Don Alfonso de Orleáns, General de Aviación -retirado y confinado por Franco por no poseer un espinazo suficientemente maleable- cuya familia, de sobra conocida por haber ocupado casi todos los tronos existentes y algunos de los que aun quedan, es demasiado deslumbrante -quizá en el sentido «snob» de la palabra- para tratar yo de introducirla ante los lectores de Ibérica.

La cultura arqueológica de la Infanta le hacía comprender sin titubeos lo que podríamos llamar la parte táctica del prólogo. Yo me perdía, repito, en estos detalles para ensimismarme en el milagro del lenguaje, «denso y en extremo riguroso», aunque iluminado por un reflejo poético de primera magnitud, lenguaje que contenía, bordeándola, la propia esencia del sujeto. Pocos días después la muerte de la Infanta Eulalia, última hija de la Reina Isabel II de España, hizo alejarse a nuestros huéspedes, rumbo, primero hacia la lucha desigual y tenebrosa de la ex-Corte de España -enemigos disfrazados y falsos amigos de la posible contingencia- y más tarde, a viejos rincones andaluces, hoy base de «bases americanas», para recogerse, al fin, en la desembocadura del Guadalquivir, en los restos de aquellos «Estados» que sus abuelos, Borbones y Orleáns, poseían allí hace más de un siglo.

¿Y a qué viene esta historia, tan impropia al parecer del dinamismo de una publicación de combate que se edita en Norteamérica en doble texto inglés-español por un grupo de intelectuales amantes de la libertad, cultos y comprensivos, y por lo tanto, enemigos del exiguo Dictador de la que fue Grande España?

Todo ello es muy sencillo de explicar, si se tiene presente que el autor de estas líneas que fue superreaccionario ultra-chauvinista, tradicionalista integral, miembro de Falange en años anteriores al «Glorioso Movimiento» -cuando allí se cosechaban detenciones, apaleos y confiscaciones, como más tarde enchufes, Embajadas y Consejos de Administración- es hoy un viejo exilado político, quizá más enemigo aun del Caudillo y de su sistema que amigo respetuoso de su Rey Don Juan y otros miembros de la Real Familia Española.

La Infanta Doña Eulalia, por su propia voluntad y en contra de la del fallecido Rey Alfonso XIII, de la del mal llamado Pretendiente y de su propio hijo, fue enterrada en el Escorial, con la asistencia oficial del Gobierno de Franco y la ausencia no menos oficial de sus allegados.

Al día siguiente, en los Jerónimos de Madrid, tuvo lugar el funeral de familia, presidido por el representante de Don Juan III y al que acudieron -aunque se colocaran quizá algunos polizones escurialenses- los que no se habían rozado con oportunistas del doble juego de la baraja política.

¿Eran todos puros? Hablemos con franqueza. Conociendo ya bastante de la vida, sabemos que nadie lo es totalmente.

He sufrido demasiado en esta lucha de ideales contra intereses e intenciones más o menos fructíferas. Por ello, después de dejarme media vida y más de media alma en dichas batallas, puedo afirmar que de mi antigua intransigencia tal vez me quede únicamente, con el recuerdo, algo de la vergüenza de muchos y mucha pena por la de pocos.

¿De qué se trata ahora? ¡De lo de siempre, de echar a Franco! ¿Cómo? ¡Como sea! ¿Cuándo? ¡Cuanto antes! ¿Con qué alianzas? ¡Hasta con el diablo si fuera preciso, como ya repitió, después de tantos otros, Churchill al enviar a la muerte los mejores miembros de la Royal Navy, aprovisionadores de Rusia por la ruta norteña!

Aunque es lugar común el no citarse literariamente a sí propio no puedo ajustarme a esta regla que ni acato ni comprendo. Empiezo, pues, por repetir palabras de un ex-Ministro de Franco, el único exilado entre ellos, Don Pedro Sainz Rodríguez, que decía: «Sí, todo esto está muy bien. Nadie duda de que hay que preparar, y prepararemos, un régimen para todos los españoles con el máximun de garantías, pero Franco es como el tapón de la botella de champagne que los españoles nos proponemos beber: Hay que hacer saltar el corcho para que el líquido llegue a nuestros paladares».

Reitero lo que fue el ideal de mis propósitos allá por el 45 en esta materia de acción táctica: «En el Aeropuerto de Madrid, un grupo de Generales y jefes habrían de recibir a Don Juan dirigiéndose inmediatamente al Pardo. Es indudable que la sorpresa de centinelas y oficiales de servicio, de modesta graduación, ante aquel conjunto de entochados y estrellas facilitaría su paso hasta el propio despacho del Generalísima. Allí el Rey, rodeado de sus fieles, debería dirigir, a Franco la palabra, poco más a menos como sigue: General, indudablemente serán reconocidas sus buenas intenciones, no solamente por las generaciones actuales, sino asimismo por la Historia. Sin embargo, su propio patriotismo debe aconsejarle separarse en este instante, con todo su significado interior y exterior, de la dirección de los destinos nacionales. En nombre de mis antepasados, forjadores de la tradición patria y en el mío propio, ruégole que preste este último servicio a los intereses de España»1.

Volviendo al funeral familiar, no constituyó lo que, de pretenderse, hubiérase logrado con facilidad: una manifestación popular y arrolladora de monarquismo aparente -no un plebiscito positivo, sino una ocasión de manifestar la unidad en la repulsa- aunque sí fue deslinde indiscutible de objetivos inmediatos.

Julián Gorkin, en Ibérica del 15 de Marzo, creo que por primera vez, reconoce, para luego atacar por retaguardia, que Don Juan lleva las de «ganar a corto plazo». Recordé al leerlo una frase que mucho contó en mi vida: «Nada hay más definitivo que lo provisional...» y vuelvo a la carga...

Reacción inmediata al deslinde de posiciones a que acabo de referirme fue la visita a Estoril de Doña Carmen Polo de Franco. (Hoy, el «mot d'ordre» en Madrid es afirmar que más que nunca esta Señora posee el poder en España debido al estado de «gagaísmo» -en francés suena mejor- de su marido).

Hubo contravisitas y despedidas. En una línea de conducta ideal, todo esto no sólo me disgusta profundamente sino que casi me produce un estado psíquico de irritabilidad que altera mi comportamiento fisiológico... pero esto a nadie importa; y lanzado ya en la ruta peligrosa de la autocitación, copio otro párrafo de mi viejo y al mismo tiempo creo que actual ¿PARA QUÉ?:

El Rey, como el sol, puede penetrar con sus reflejos en los lugares más recónditos y nauseabundos, sin que por ello se empañe su brillo. Yo, por desgracia, si estrecho una mano sucia, me mancho también.



Si Don Juan fue al «Azor» y a Extremadura, a «casa» de Franco, creo que, «sin quitar ni poner Rey», el que Doña Carmen rinda homenaje en la Villa «Giralda» de Estoril y tome una taza de té con Don Juan y Doña María, usando en todo instante el tratamiento de Vuestras Majestades, (gustándonos a unos y a otros poco o mucho, como tantas otras cosas que tenemos que tragar cada día) marca inexorablemente en el reloj del destino un paso hacia adelante de las posibilidades monárquicas.

Y también opino que el Rey Don Juan III ya en España, traído como sea, cuando sea y cuanto antes, gobernará como quieran los españoles, por ellos y para ellos. Claro es que como todo jefe natural siente profunda inclinación a un control personal importante en el manejo del Poder. Pero Don Juan no es tiránico ni cruel, respeta por instinto el sentir general encontrándose ligado por un paralelismo de fines; irremediablemente, al bien de generación tras generación sobre las que supone habrán de reinar sus sucesores.

*  *  *

Tienen, por lo tanto, la palabra... y la acción, cuantos deseen, en amplísima alianza, realmente la pronta eliminación de la mezquina y odiosa tiranía franquista.

Cortemos aquí, para ampliar y esclarecer estas y otras consideraciones, en futuros trabajos de solución provisional que en mi axioma aludido lleva de la mano a la definitiva.

Y que los lectores de Ibérica sepan comprender y perdonar a un ex-enemigo que, como muchos de ellos, padeció en su carne y en su espíritu al sincero servicio de un Ideal.

JUAN ANTONIO ANSALDO


EL CORONEL JUAN A. ANSALDO

El artículo precedente es el primero de una serie que se proponía escribir el coronel Ansaldo para nuestra revista.

Desgraciadamente en estos momentos en que nos disponíamos a redactar unas líneas de presentación de nuestro colaborador nos llega la triste noticia de su fallecimiento, ocurrido en una clínica de París. Ibérica comparte el dolor de l os suyos por tan sensible pérdida.

El coronel Ansaldo era hijo del vizconde de San Enrique, tenía 57 años, era coronel del Cuerpo de Aviación. Al implantarse la República fue uno de sus más recios oponentes. Agregado del Aire en las embajadas de París y Londres renunció a sus cargos cuando el general Franco quiso que pusiera al servicio del Eje sus informaciones. Estuvo siempre en abierta oposición a Franco; esta abierta oposición le valió una condena de seis meses de arresto en una fortaleza, de la que logró escapar en avión a Portugal. Después fijó su residencia en San Juan de Luz.

Sus memorias ¿Para qué?2 constituyen un violento ataque contra el régimen franquista, del que fue uno de sus más encarnizados y cáusticos enemigos. Más elocuente que cuanto podamos decir sobre su noble reacción frente al franquismo son sus propias palabras. He aquí unos párrafos del libro citado:

Refiriéndose a aquella caricatura de amnistía, que sólo sirvió de propaganda al general Franco, el Coronel Ansaldo dice en su libro:

En nuestro país no sólo no ha existido la AMNISTÍA -por antonomasia- ni siquiera el indulto que perdona únicamente, mientras que aquella olvida por añadidura. Por el contrario, como ya sabemos, el régimen franquista revive en cada instante el recuerdo de la sangre vertida, fomentando odios que pudieran desvanecerse con el tiempo y azuzando a unos hermanos contra otros con el único fin de mantener ese clima violento y trágico de guerra civil latente como justificación de su existencia ante propios y extraños.



El libro del Coronel Ansaldo adoptó la forma literaria de hacer hablar en su nombre al Caniche Tarín, y de él son estas últimas palabras:

Él siguió rumiando para sí, e imaginándose la España futura, sin odios ni fanatismos, hermandad de seres y de pueblos, dentro de otra más grande de naciones y continentes. Aunque no rebosándole el alma ni cantándole alegre el corazón -como en pasadas ocasiones- satisfízole, templadamente esta visión de paz y de sosiego.

Ya en su espíritu, la incógnita de un más allá decisivo, iba apagando progresivamente las angustias e inquietudes, ayer apasionadas, del presente vivir.

Para qué, entonces -me preguntó de nuevo-, nos sirvieron tantos sinsabores, fatigas y disgustos. ¿Y para qué tanta lágrima y tanta sangre?

Yo le miré fijamente; y en mi expresión debió captar la profunda melancolía de tantos siglos de experiencia, cuando intensa y dulcemente le respondí -a mi vez- preguntándole:

¿PARA QUÉ?




UNA CARTA DE ESPAÑA AL SR. SEMPRÚN GURREA

Estimado amigo:

Ha llegado a nuestro poder su magnífico libro España en la encrucijada publicado por Ibérica.

Después de haberle leído varios de nuestros miembros, de mutuo acuerdo hemos decidido considerarle amigo nuestro, y ahora creemos que no se sorprenderá del principio de esta carta.

Usted ha dedicado un libro «a la juventud Española»; NUEVA GENERACIÓN IBÉRICA, que pertenece a esa juventud, y cuya mayoría no conoció de cerca los acontecimientos anteriores a la implantación de la tiranía en nuestro país, agradece muy sinceramente el planteamiento que usted ha hecho enfocando concretamente nuestros problemas y nuestra fecunda tragedia.

Ustedes, los vencidos materialmente ayer, son los vencedores espirituales de hoy, y una prueba de ello es el que nosotros, la juventud que no les conoció a ustedes los «rojos» -como el franquismo dice con su demagogia-, no han podido uncirnos al carro de la insensatez franquista, y hemos comprendido que los verdaderos valores hispanos no estaban precisamente en el régimen opresor de Franco, con su verborrea patriotera, sino en ustedes que traidoramente fueron arrojados de España por el vendaval de la reacción de caínes franquistas.

Su libro nos ha llegado al alma, su libro es un documento histórico que trascenderá cuando sea conocido por la mayor parte de las españoles. Su libro circula profusamente entre la juventud, y la juventud estudia en él, ve como cada razonamiento, cada planteamiento del problema está documentado por una serie de detalles reales, que la juventud ha sentido en su propia carne.

NUEVA GENERACIÓN IBÉRICA, a la vanguardia de la lucha antifranquista, y en nombre de esa Juventud, a la que usted tan gentilmente ha dedicado su libro, le reitera su afecto, su hondo agradecimiento, por la valentía de sus preclaras exposiciones en esa cúspide del pensamiento español que es España en la encrucijada.

Cordialmente,
(firmado) Por N.G.I.




ArribaAbajoSin permiso de la censura

Información de nuestro corresponsal en España


¿Adónde va el régimen?

El clima político de este último mes no ha sido sino una confirmación de las noticias que ya avanzábamos, aunque con toda clase de reservas, en nuestra pasada crónica. Desde entonces se puede decir que vivimos en el país del rumor, del manifiesto clandestino, del secreto a voces y también del desacreditado bulo. Sin embargo, la realidad es que se ejercen toda clase de presiones cerca del Caudillo (y algunas por personas muy próximas a él) para que de una forma u otra deje el paso a una verdadera restauración monárquica. Las entrevistas de Doña Carmen con Don Juan, aunque sirvieron para que el ingenio popular dijese que «había ido a tocar Madera», fueron sin duda alguna ocasión para sondeos interesantes de una y otra parte. Verdad es que los altos jefes militares no se decidieron a hacer más fuertes sus presiones; tal vez no habían contado con la resistencia activa del jefe del Estado a todo cambio que suponga que deja de serlo. Pero la posición de aquellos no es ajena, con toda seguridad, a la de una llamada «unión nacional» de reciente formación en la que figuran prestigiosos banqueros, hombres de negocios y aristócratas de alcurnia. Se dice que incluso el Banco Central, que tanto aprovechó las complacencias del régimen, está también dispuesto a «cortar los puentes». La citada «unión nacional» ha distribuido un manifiesto con numerosas firmas; su objeto es la restauración monárquica sin graves quebrantos para el orden social, pero concediendo ciertas libertades (sindical y de expresión del pensamiento) y la indispensable amnistía para liquidar rencores y normalizar la vida del país.

El caso es que cuando el londinense Daily Mail lanzó al mundo la campanada de un futuro cambio unido a una hipotética enfermedad del Caudillo, no hizo sino abrir una puerta que ya lo estaba de par en par. Ello no fue óbice para que el Ministerio de Asuntos Extranjeros se creyera obligado a formular un mentís. Ahora es ya imposible; los agregados de prensa no hacen sino transmitir a Madrid los artículos y editoriales de periódicos de todo el mundo haciéndose eco de cábalas y rumores de ninguna manera favorables a la longevidad del régimen.

Dificultad del cambio

Que un régimen llamado «de autoridad» está perdido cuando no guarda un ápice de autoridad en el país es cosa sabida. Hace varias semanas un par de señores despotricaba contra el régimen en la parte trasera de un vetusto tranvía de Carabanchel. En la plataforma iban dos guardias, dos «grises». ¿Qué hicieron? Apearse en la primera parada. Si a esto añadimos que los pudientes que salvaron y acrecentaron las fuentes de su poderío gracias a la «cruzada» creen que ha llegado el momento de escoger otros métodos para seguir salvando lo de siempre, que sueñan con desmantelar el I.N.I. aunque para ello invoquen un liberalismo que les agrada más en lo económico que en lo político, tenemos una imagen aproximada de la crisis de autoridad del régimen por arriba y por abajo. Claro que esto no basta; un cambio sin graves quebrantos no es tarea simple, mucho más cuando el interesado se resiste al sacrificio. Porque este es el caso y hay que desvanecer toda ilusión sobre el particular. Hasta este momento el general Franco no admite ninguna de las sugerencias que le han sido hechas por colaboradores, emisarios o allegados para ceder su puesto. Si verdaderamente su enfermedad de la próstata es grave o es solo «política», es cosa harto difícil de saber. Pero la «solución» no ha sido aún hallada después de dos meses y pico de cambalaches. La súbita muerte del Conde de Ruiseñada (ese prototipo de financiero, noble enriquecido y monárquico de choque) en un tren francés cuando venía de algo más que de asistir a un bautizo de opereta, puede haber complicado las cuestiones. No importa; el Sr. Calvo Serer (que dictó ciertos artículos firmados por el conde) ha emprendido el viaje hacia Estados-Unidos, pero pasando antes por Francia y tal vez algún otro país de Europa. Calvo Serer es ambicioso y no ha puesto todas sus fichas en la carta «Franco». Reserva unas poquitas a la carta «Don Juan»; y el «Opus Dei» no estaría descontento de participar así en el poder de una posible monarquía restaurada.

Posición de los grupos políticos

Esto nos lleva a tratar las posiciones de los grupos políticos y los últimos cambios producidos en su seno. El grupo que llaman de Acción Católica (y algunos optimistas le llaman demócrata-cristiano, yo mismo a veces, pecando de optimismo), se concentra en torno de Martín Artajo, Ruiz Soler y Monseñor Herrera, dispuesto a ser el eje de una situación nueva y... según algunos maliciosos a formar el equipo de los «Cien días» si el Caudillo aún los llamase intentando un nuevo zig-zag. Este grupo cuenta con medios materiales y de propaganda y forma ya cuadros activos para penetrar en todos los órdenes de la vida española. Sin embargo, acaba de tener una defección de talla: la de D. José María Gil Robles. El antiguo jefe de la CEDA había insinuado a Don Juan la conveniencia de romper definitivamente con el Caudillo. El conde de Barcelona le contestó en sentido afirmativo y, al parecer, le dijo de ir a Estoril. Allá fue el de «los trescientos», pero con tan mala fortuna que Don Juan no pudo recibirle, ocupado como estaba en tomar el té con Doña Carmen y Castiella. De la veracidad anecdótica responda quien me lo contó que no yo, pero de las consecuencias políticas cualquiera puede dar fe. Gil Robles ha estrechado sus vínculos con Giménez Fernández en una actitud que -ésta sí- merece el nombre de demócrata-cristiana, basada en oposición neta al régimen y sin tomar partido por Monarquía o República en cuanto al futuro. Se espera que este grupo político dé nuevas manifestaciones de vida.

Digamos, aunque parece ocioso añadirlo, que el grupo monárquico de Sainz Rodríguez, Oliván, etc., es de los más activos. El problema para él es no ser desbancado en una nueva situación por los que están dispuestos a «servir a dos señores».

La Falange cada vez más dividida en grupitos minúsculos: los de Girón, los de Hedilla, los de Arrese, ¡los... que no quieren saber nada de eso!

¿Y la izquierda? Después del éxito de las huelgas parece tomar aliento para nuevas empresas. Tal vez se decida a limar sus querellas intestinas. Estas existen mucho menos en los medios intelectuales y universitarios. Prueba de ello es el manifiesto dirigido a la UNESCO por el Comité de Coordinación de los estudiantes de Barcelona, integrado por representantes de todas las tendencias.

Sable y trancazo, e intensificación del espionaje

Como decíamos más arriba, los últimos valedores del régimen no se dan por vencidos. Como argumentos no les quedan muchos -si es que alguna vez los tuvieron- y recursos demagógicos no son ya escuchados por nadie, prefieren la política de sable y trancazo-, disfrazada con el desgastado remoquete de lucha contra el comunismo. En Barcelona se ha cacareado mucho la detención de unas decenas de comunistas, pero se ha silenciado que también fueron detenidos bastantes católicos de las Hermandades Obreras y que entre un total de 400 detenidos, 100 eran enlaces sindicales. La cosa ha sido tan sonada que hasta las propias jerarquías falangistas han tenido que intervenir para desolidarizarse de los citados enlaces «enrojecidos» de la noche a la mañana.

La política de «mano dura» se manifiesta también por la reciente disposición del Consejo de Ministros encaminada a ampliar las facultades del «Tribunal encargado de reprimir las actividades extremistas». Recuérdese que el citado Tribunal es militar, es de excepción, aunque no se trata de perseguir terroristas sino universitarios y trabajadores acusados de «delitos» políticos. Hay algo más enorme: se ha llegado a incoar proceso por injurias al jefe del Estado a Miguel Sánchez-Mazas, que se halla en el extranjero y cuyos artículos incriminados han sido escritos en el extranjero. Siguiendo esa proyección extraterritorial que evoca los «mejores» tiempos de la Segunda-Bis y del Servicio Exterior de Falange, sabemos de fuente muy segura que se han dado orientaciones a los encargados del servicio de información y otros análogos en ciertas Embajadas españolas para que intensifiquen su espionaje cerca de destacados intelectuales exilados, llegando a mayores maquinaciones si un eventual beneplácito de los gobernantes de cada país lo permitiese.

Todo esto es bastante grave. Se dirá que los métodos no son nuevos para el «Estado Nacional-Sindicalista». Verdad es. Pero hace quince años todo el mundo sabía que ese Estado era un aliado del monstruo de los hornos crematorios y hoy fuera de España parece haberse olvidado todo eso, y aún dentro lo de «nacional-sindicalista» se queda en una cláusula de estilo del Sr. Solís para discursear en Valladolid.

Ese clima de agresividad es el mismo que ha decidido al Caudillo a celebrar el desfile de la Victoria el día 4 de Mayo. ¿No quedábamos en que no había victoria militar, Sr. Jiménez-Millas? Y el que ha ejercido presiones sobre el obispo de Zaragoza, Monseñor Morcillo, para hacerle rectificar unas declaraciones (desde luego hechas en privado y más suaves de lo que se dijo) y cantar de paso una pequeña loa a la legislación social de Franco. Ese sentido batallón y si se quiere su miajita de «trabucaire» tiene un artículo del obispo de Teruel Monseñor Villuendas Polo, metido a periodista en la prensa de la localidad. En fin, no todo el mundo es tan prudente como los altos dignatarios de Acción Católica.

Cambios en la política internacional...

El régimen, con menos aliados y menos fuerza, no ha cambiado de métodos, aunque sí ha cambiado en algunos aspectos de su política internacional. Digo esto porque la situación con Marruecos se ha puesto más que agria, mientras que en El Pardo se tienen sueños «europeos» donde se ve a militares y «opusdeístas» presidiendo los destinos de una Comunidad «europea» bajo la mirada bonachona de los gobernantes franceses y alemanes. Y volviendo a Marruecos, empecemos por la conferencia de Cintra. Hace exactamente un mes el Sr. Castiella nos dio bien «gato por liebre» haciendo creer al mundillo periodístico de Madrid que iba a Washington cuando tomaba el avión para asistir a la conferencia secreta con el Sr. Balafrej.

La quiebra de estas conferencias secretas es que luego cada uno las interpreta a su manera. Y así ocurrió que cuando los militares españoles (actuando por su cuenta y sin instrucciones de Madrid) interceptaron el paso del ejército real marroquí que, con el príncipe Muley Hassan, iba a hacerse cargo del territorio sur del antiguo protectorado, todo se ha vuelto artilugios e interpretaciones de la convención secreta de Cintra. En Madrid la cosa cayó por sorpresa, pero en vista del giro de los acontecimientos, se optó por aquello de «sostenello y no enmendallo». Así que han salido a relucir hasta la declaración de 1956, sobre todo cuando los marroquíes han pedido nada menos que la evacuación total de los 35000 soldados que tiene España en aquel país. Tan convencidos están los militares españoles de su derecho a las «bases» que instalados tras alambradas en Villa Bens (Cabo Juby) han monopolizado el puertecito y si se da crédito a las versiones marroquíes han impedido el aprovisionamiento de agua de la población civil de Tarfaya.

La prensa española, con su acostumbrada espontaneidad, ha subido el tono contra el gobierno de Rabat, pero los diplomáticos no ocultan su impresión pesimista. Los recientísimos acuerdos de la Conferencia de Tánger y la probable formación de un gobierno homogéneo del Istiqlal no prometen nada bueno. Por lo pronto, la suspensión del Diario de Tetuán y el encarcelamiento de su director, aunque ambas medidas de corta duración, demuestran que los marroquíes no piensan andarse con demasiadas contemplaciones.

La diplomacia a la busca de Europa...

Los ojos de la diplomacia de Franco se vuelven esperanzados hacia Europa. Castiella va a París, a la conferencia de la OECE, pero sobre todo a tantear el terreno "europeo" y a hacer que le hagan una interviú que sólo tuvo amplia acogida en las columnas de la espontánea prensa española, amén de algún que otro periódico portugués. Pero el interés mayor está en las relaciones con Alemania, sobre todo en el sentido económico. Pese a la devolución de los bienes alemanes, a la próxima reapertura del Instituto alemán, etc., los germanos no parecen dispuestos a soltar un solo marco, sino es en excelentes condiciones. La comisión económica que ha ido de Madrid a Bonn, quería conseguir la ampliación de las compras alemanas. Trabajo en balde. El acuerdo comercial del año pasado ha sido renovado sin la menor modificación. Los comisionados regresaron trompeteando una victoria que nadie ve por ninguna parte. En realidad, ellos mismos confiesan que los alemanes quieren hacer inversiones privadas con participación superior al 50 por 100 de acciones en las sociedades. La cosa es algo dura, pero Alemania es Alemania. Y a propósito; no en balde es Otto Skorzeny, quien presta tan importantes servicios a la «seguridad del Estado». Digo esto porque hace tres días tomó en Barajas el avión para Francfort. Y cuando ese señor viaja no es para visitar a un pariente lejano ni un museo de pintura.

Un día contarán los españoles

Pasan los días y las semanas. No hay patatas. No hay café. Se hacen chistes. Un periódico de la noche publicaba unos «monos» la semana pasada donde parodiando una película reciente se decía: «Aquellos tiempos del café». Otros bromean a costa de una posible restauración monárquica. Pero en esto no todo son bromas, aunque lo parezcan. Así ocurre con las resobadísimas leyes institucionales. Ahora se dice que serán tres y no una, y que antes del verano (siempre la historia del 18 de julio) serían sometidas a las Cortes. Por la primera se establecería una Monarquía de verdad, y así se derogaría la Ley de sucesión; las otras tratarían de la organización del Estado y de los ministerios. Una vez aprobadas, Franco se iría... a veranear al Pazo de Meirás. Sin embargo la vía estaría ya expedita para la salida de ese «último tren» del Caudillo.

¿Será verdad todo esto? ¿Y si por casualidad los españoles demuestran un día que también hay que contar con ellos?

Madrid, 1 de Mayo de 1958.

TELMO LORENZO


DECLARACIÓN DE LOS SINDICATOS AMERICANOS

El Consejo Ejecutivo de la Federación Norteamericana del Trabajo y el Congreso de Organizaciones Industriales, han aprobado, en su reunión del 1 de mayo, el manifiesto que le fue sometido por la CIOSL y que hemos publicado en nuestro número del mes de abril.

Los sindicatos americanos, además, han aprobado la declaración siguiente:

A pesar de las medidas represivas del régimen franquista contra los mineros de Asturias, trabajadores industriales de Barcelona, trabajadores agrícolas de Andalucía y estudiantes en Madrid han mostrado abiertamente su descontento contra la dictadura de Franco y contra las inadecuadas condiciones de su vida y trabajo.

El AFL-CIO declara de nuevo su completa oposición a todo totalitarismo, que va siempre acompañado por la supresión de la libertad sindical. Nuestra oposición de siempre al totalitarismo franquista no está modificada por ninguno de lo s acuerdos establecidos entre nuestro gobierno y el régimen actual de España.

Rechazamos la acusación lanzada por los partidarios de Franco de que toda oposición al régimen es de origen comunista. Naturalmente los comunistas tratan de aprovechar para sus fines particulares el descontento justificado del pueblo español.








ArribaAbajoEditorial

Veinte años perdidos


En nuestras páginas informativas encontrará el lector dos escritos que, a nuestro juicio, son la clave de la situación actual de España: uno de los estudiantes; otro, del sector más previsor y consciente del Ejército. Ambos proceden de aquellos medios que pueden permitirse actitudes claras frente al actual estado de cosas, dar cara al futuro de España.

Los estudiantes dirigen a las organizaciones internacionales un escrito razonado en el que no se sabe qué apreciar más, si su precisa exposición de hechos concretos reveladores de los desmanes de las autoridades como respuesta a sus aspiraciones culturales y ciudadanas, o su clara visión de que esos sus problemas parciales no pueden ser resueltos sino en una solución de carácter general, que sólo puede consistir en la sustitución del régimen actual de España por un gobierno que asegure el retorno a las libertades democráticas de que España ha disfrutado otros años.

El manifiesto monárquico-militar señala los despilfarros dementes de la pobre economía española; la pérdida de prestigio militar, a consecuencia de la entrega sin condiciones de Marruecos; el fracaso rotundo del régimen y el derecho de España a la libertad, para terminar diciendo: «Delenda est tirania».

Respecto al sector del trabajo bien conocidas son las manifestaciones de protesta de los trabajadores contra los salarios insuficientes, la subida de precios y las condiciones sociales de la vida. Estas huelgas que se vienen sucediendo desde el año 1956 en un país donde las huelgas son ilegales, bajo una dictadura férrea, muestran a los que quieren ver y a los que no quieren mirar el estado de inquietud creciente del país.

La dictadura en España agoniza, los síntomas son inequívocos, agoniza y los españoles tienen que buscar el camino que les conduzca a organizar la vida nacional bajo los signos de la libertad y de la democracia, única vía que puede llevar a España a una estable y próspera reconstrucción interior y al concierto económico, intelectual y social de los pueblos libres.

Ante la angustia de los jóvenes, el justo clamor de los trabajadores, la zozobra de esos militares y, en fin, la inquietud general española, ¿cómo no recordar aquel breve periodo de democracia que España se dio en libre decisión y en plena consciencia? España emprendió, hace 27 años, la tarea de echar los cimientos de su democracia; esto se olvida, la memoria es corta y la capacidad humana de olvido es aterradora. Pero es necesario recordar aunque no sea sino esto: que en el primer periodo de aquella República, nacida en el año 1931, se edificaron en España 15000 escuelas y se formaron 20000 maestros de primera enseñanza; que se acometió la reforma agraria; que se volvió a implantar el jurado en el procedimiento criminal y se inició la reforma del sistema penitenciario; que se pusieron en marcha obras de irrigación y nuevos pantanos; que el trabajador podía con su jornal cubrir las necesidades de su familia. El que fue primer Presidente de la República, D. Niceto Alcalá Zamora, dio el ejemplo en la repatriación de capitales; implantado el nuevo régimen, y mucho antes de ser elegido Presidente, hizo entrar los depósitos que de su fortuna personal tenía situados en le extranjero.

Que hubo en aquel periodo democrático errores y excesos, nadie lo niega; pero aquellos errores pudieron ser corregidos y los excesos dominados, porque así lo permiten todos los sistemas democráticos de gobierno, y así hubiese ocurrido en España si la vida del régimen liberal y democrático implantado hubiese sido menos efímera.

Ahora, ahora tiene que volver a reconquistar su libertad y a implantar de nuevo su régimen democrático. Hay una generación sacrificada, ahogada, mutilada; hay dos decenas de años perdidos en la tarea de poner España en marcha. Cuando se haga la luz allá y pueda la juventud ponerse en contacto con esos años que la dictadura le ha escamoteado, podrá juzgar la gravedad de lo que con ella se ha hecho: cerrarle el futuro privándole de conocimiento y acción. España emprenderá de nuevo su camino, pero es grave para una generación que quiere incorporarse a esa tarea comprobar que le han secado sus años en flor.




ArribaResumen de noticias

Más datos sobre las huelgas en España

Copiamos de una información publicada por el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo los siguientes párrafos:

Tres hechos han caracterizado las huelgas que han sacudido la Península: 1) La mayor parte de las empresas no han opuesto la más mínima resistencia al movimiento, al contrario, han pagado los días de huelga o han llegado a un arreglo con los trabajadores. 2) Las huelgas carecían en apariencia de objetivo; decimos en apariencia porque en realidad el objetivo del movimiento era el desbordamiento del sindicalismo franquista. 3) El movimiento se ha desarrollado en un orden perfecto, sin violencias y sin alterar la vida de la ciudad.



Desconcierto en los medios gubernamentales de Barcelona

En los medios oficiales ha reinado el desconcierto. La dirección de los Sindicatos ha mantenido actitudes violentas con el Gobernador por haber ordenado el cierre de las fábricas en huelga y la detención de numerosos «enlaces sindicales».

El Gobernador por su parte ha reaccionado violentamente contra las fábricas que rehusaban el empleo de medidas represivas contra los obreros; únicamente las empresas del Estado han retirado a los huelguistas los derechos de antigüedad. Ante la actitud adoptada por ciertos industriales, favorables al aumento de salarios, el Gobernador mandó publicar una nota prohibiendo terminantemente dicho aumento y amenazando con sanciones a las empresas.

Las Delegaciones de Trabajo y los Tribunales de Trabajo han rehusado su intervención y Falange ha pretendido mantenerse neutral. Las notas de prensa y el cierre de fábricas decretado por el Gobernador más bien ayudaron la huelga que la perjudicaron.

Las consecuencias sociales, económicas, sindicales y políticas de las huelgas comienzan a sentirse ahora, cuando estas han terminado. Despidos y condiciones de readmisión, detenciones, procesos, represalias económicas, crisis de los sindicatos oficiales, alianzas de los sindicatos clandestinos; tales son los aspectos más interesantes de una situación en plena evolución.

Represalias y detenciones

Han sido despedidos centenares de obreros por su participación en las huelgas. A la mayoría se les exige, si quieren ser readmitidos, la renuncia a todas las ventajas económicas logradas-antigüedad, quinquenios, etc., a otros muchos se les niega totalmente el reingreso.

Además de las expulsiones, y en muchos casos coincidiendo con ellas en las mismas personas, se empezaron a detener a partir del 26 de marzo, multitud de trabajadores. La cifra oficial de detenidos gubernativos, dada por la Policía el 10 de abril, fue de 173, pero según datos efectivos puede estimarse hasta el momento en unos 450 el número de personas que se han visto privadas de libertad. Las detenciones continúan.

Otra medida de represalia ha sido la expulsión de sus casas o desahucios de los trabajadores de la S.A.E.T. que han sido detenidos o despedidos. Estas medidas se han tomado sin que su pleito ante la Magistratura del Trabajo haya sido resuelto.

Entre los detenidos figuran muchos obreros católicos, otros pertenecientes a organizaciones católicas, como las Hermandades Obreras de Acción Católica. El movimiento de reacción es vigoroso en estos núcleos que abiertamente hacen colectas en favor de los detenidos y sus familias, participando en estas colectas incluso muchachas de Acción Católica, y habiendo encabezado la lista de una de, las suscripciones el Obispo de Barcelona Doctor Modrego.


Por la primera vez se publica la balanza de pagos

Desde hace 23 años no se ha publicado en España la balanza de pagos, el último documento de esa clase fue publicado en el año 1935 por el gobierno republicano.

Un voluminoso informe anual del Banco de España acaba de sacar a la luz lo que durante 23 años ha sido un «secreto de Estado». Por lo que se dice, ese informe ha sido necesario emitirlo antes de la ratificación del convenio entre la Organización Europea de Cooperación económica y España. En efecto, las llamadas «Cortes» en la última sesión celebraba el 23 de abril aprobaron la ratificación del convenio, y esa ratificación fijaba como una de las condiciones de los Estados adherentes, la publicación periódica de las cifras de la balanza de pagos.

En ese interesante informe, que acaba de publicar el Banco de España sobre la economía española, se señalan cifras correspondientes al año 1956 y un avance incompleto de las de 1957. Por dichas cifras se aprecia el gran desequilibrio del comercio exterior de España. El déficit se elevó en 1956 a 296,4 millones de dólares, y en 1957 a 350,8 millones. Se confiaba en que ese déficit anual podría cubrirse con la ayuda del turismo y exportaciones invisibles, pero no ha sido así.


Opinión del primado

El Cardenal Primado de España, Dr. Plá y Daniel, dirigiéndose a las Hermandades Obreras de Acción Católica, en Toledo, ha condenado las condiciones de los esclavos trabajadores en Rusia, y ha señalado que no es suficiente que un sueldo sea legal, es necesario que sea suficiente para satisfacer las necesidades de la vida.

Las clases trabajadores deben ser representadas auténticamente en las instituciones que dicten las leyes. Los beneficios no deben ser reservados exclusivamente a los patronos sino que los trabajadores deben participar en ellos directa o indirectamente. (London Times, 1 de mayo).


El fin del franquismo y la prensa extranjera

El «Daily Mail» de Londres

El «Daily Mail» de Londres del 14 de abril publicó una interesante información de la que insertamos los siguientes párrafos:

Es probable que en breve se retire voluntariamente el dictador español general Franco que tiene 66 años. Informes muy insistentes llegados de Madrid a fin de semana, aseguran que va a Suiza para ser operado de la vesícula. Añaden los informes que en esa ocasión se establecerá un gobierno interino. Más tarde se anunciaría que el general Franco estaba demasiado delicado para volver y entonces se organizaría un plebiscito para determinar el género de régimen que quiere el país.

En Madrid se cita al Capitán General Muñoz Grandes, alta figura del Ejército, como el jefe más probable de un gobierno provisional, también pudiera constituirse un Consejo de Regencia compuesto por el señor Iturmendi, ministro de justicia, el general Barroso, ministro del Ejército y de un miembro de la familia real española.

España lleva diecinueve años de paz bajo la dictadura de Franco. Las pasiones políticas parecen bastante sosegadas y los españoles ya no tienen otro interés político que el evitar otra guerra civil o cosa que se le parezca. Puede ser que los extremistas de Falange se opongan a un cambio de régimen, pero se sabe que el Ejército se halla bien preparado para aplastar cualquier oposición antes de que esta resulte peligrosa.



El «New York Journal American»

Abril 14 de 1958:

Se espera que el general Franco abandone el control de España en las próximas semanas y marche al exilio a Portugal.

Un informe secreto llegado de España dice que el Caudillo, que ha manejado España durante 19 años, se encuentra frente a una crisis que puede barrerle.

Las dificultades de Franco provienen de las agitaciones en los medios de trabajo y el aumento del coste de la vida. Hay un sentimiento general de que la ayuda económica de los Estados Unidos no ha llegado a los trabajadores.

Circula insistentemente el rumor de que Franco marchará a Suiza para ser operado y en ese momento se anunciará su incapacidad para seguir en su puesto y entregará el poder a un grupo militar.



«Le Capital», París, 19 de abril

De Le Capital, diario muy difundido en los medios bancarios, tomamos los siguientes párrafos:

El régimen franquista está herido. Y se puede decir que está herido de muerte. Naturalmente que no se podría profetizar el tiempo que ha de sobrevivir. Pero ya no es posible dudar que en su estilo y en sus instituciones presentes, y a no existe más que en estado de supervivencia.

Los móviles estrechos de la política franquista contribuyeron a la abdicación prematura de Francia en Marruecos, pero hicieron que España perdiera Marruecos. Ahora bien, una dictadura jamás sufre impunemente semejantes reveses. Después se ha operado una sensible aproximación entre Francia y España. Esta nos aporta un precioso sostén en nuestra lucha en Argelia y no podrían olvidarse ni menospreciarse las intervenciones de su representante en la O.N.U., tanto en sesiones públicas como en los pasillos. Pero el golpe que la pérdida de Marruecos ha dado al prestigio del franquismo no tiene remedio.

A esto se añade -y con bastante mayor gravedad- la evolución de la situación interior. Hace varios años que se está viendo apuntar señales de la decadencia del régimen franquista. La primera y más poderosa ha sido la lucha sorda, pero decidida, de la Iglesia católica, que no ha querido dejarse dominar por aquellos dirigentes totalitarios de la Falange profundamente impregnados del fascismo musoliniano e influidos por la técnica repugnante de la acción hitleriana...

Los universitarios, los estudiantes, los obreros han podido reaccionar contra la asfixia. El franquismo ha entrado en esa fase en la que, por suprimirla, ya no se apaga la rebelión popular, sino que se la excita, y en la que, sin embargo, no reprimiéndola se abre el camino a la anarquía. En cuanto a las señales. Pero estas no son sino el afloramiento a la superficie de un trabajo de dislocación en profundidad.



«Temoignage Chrétien», París

2 de mayo, 1958: Bajo el título «España en 1958», ha venido publicando este periódico una serie de artículos dedicados al análisis de la situación actual de España y a las posibilidades del futuro. De este artículo, último de la serie publicada, acotamos los párrafos siguientes:

El 25 de febrero de 1957, se constituyó un nuevo gobierno del que formaron parte un número de miembros conocidos como miembros del «Opus Dei».

Desde esa fecha la lucha sorda entre el régimen y el pueblo no hace sino crecer. Pero cada uno sabe, en España, que esta fase es la última, y aun si durara todavía algún tiempo, el franquismo ha agotado todas sus posibilidades de renovación.

En este periodo la oposición al régimen debe tener en cuenta dos realidades distintas: de un lado las pequeñas minorías que se mantienen en el poder por la fuerza; de otro las masas reales del país. Estas son hoy menos importantes que aquellas; pero al día siguiente de la caída del régimen las masas surgirán.

Por el momento es necesario, es esencial tener en cuenta muchos hechos:

El régimen español es una dictadura militar y hay que contar con el pensamiento del Ejército. El Ejército es desconfiado respecto al porvenir, porque ignora todo lo que puede ser un mundo moderno; pero sabe que los días del régimen están contados, además está profundamente desmoralizado por el sentimiento de su fracaso histórico. Por todo esto los militares no irán, sin duda, contra el régimen, pero al mismo tiempo no lo defenderán tampoco. Lo más probable es que contribuirán a derribarlo si comprueban que su agonía ha comenzado, o a defender la solución de sustitución, si esta les parece capaz de mantener sus privilegios.

Esto nos lleva de la manera más natural a considerar el problema de la monarquía... Un pretendiente constitucional hubiera podido imponerse después de 1956. Pero hoy existe un peligro, y es el de una restauración monárquica apoyada por ciertos elementos del Opus Dei que mantendrían intacta la estructura económica del franquismo.

Para los españoles libres no existe hoy más que un camino y es el que han trazado los estudiantes en el primer número de su boletín clandestino que lleva el título simbólico de Unión. La unión democrática de los estudiantes pide la constitución de un frente nacional democrático de todas las fuerzas opuestas al totalitarismo, sean del signo que sean.

Este es sin duda el solo camino. Para rehacer España hay que realizar tanto trabajo que una tregua civil es indispensable.

El momento urge, el régimen está, como ya lo he dicho, en trance de muerte, es de desear que su agonía sea corta; es necesario sobre todo impedir que la ciencia médica americana encuentre un remedio para prolongar la vida del enfermo. Es necesario y fundamental que las personalidades del país que aman la libertad se sienten hoy alrededor de una mesa para determinar juntas, pacíficamente, cual debe ser mañana la faz de España.



Los estudiantes ante la UNESCO

Párrafos más salientes del documento presentado por el Comité de Coordinación Universitaria de Barcelona, al Secretario General de la UNESCO:

La entrada del gobierno español en organismos internacionales, tales como la ONU y la UNESCO, le obliga a aceptar un mínimo de instituciones y principios jurídicos que la evolución histórica ha convertido en sustrato inalienable de toda forma política verdaderamente democrática.

Si esta es la realidad, la experiencia enseña que la contradicción entre los principios aceptados por el Gobierno del general Franco y su práctica cotidiana no puede ser más absoluta.

El escrito va puntualizando los hechos ocurridos en la Universidad, las represiones provocadas, las detenciones, encarcelamientos, etc., sufridos por el delito de pedir que se pusieran en práctica los principios aceptados por el Gobierno español en sus relaciones internacionales. Enumera luego, expuestas en 7 puntos, las pruebas sobre las violencias y arbitrariedades cometidas con ellos por las autoridades españolas.

Esta serie de hechos, escogidos entre el numeroso conjunto de pequeños y grandes detalles de nuestra vida universitaria actual, demuestran sencillamente que el actual régimen español está no solo en contradicción con su propia legalidad nacional e internacional sino que los extremos en que se plantea actualmente esta contradicción se hacen progresivamente más insolubles. Nacido el actual régimen de unas circunstancias trágicas para nuestra vida nacional, no ha sabido, ni ha podido ir más allá de la simple situación de fuerza, que hizo posible su nacimiento. Obligado, por el hecho mismo de su duración física, a darse la apariencia de un ordenamiento jurídico que estructurase formalmente su misma persistencia, le ha obligado a aceptar unos principios formales de carácter básico. El hecho es, sin embargo, y los españoles hemos tenido por desgracia, frecuentes ocasiones de comprobarlo, que el régimen actual no ha conseguido llegar nunca a la categoría de Estado de Derecho, lo cual, más que nadie es reconocido por el propio gobierno que hace descansar, constantemente, su razón de ser en un clima de guerra civil que las actuales generaciones no queremos, ni podemos compartir.

La evolución de las circunstancias nos ha llevado, a nosotros, estudiantes, a una situación objetiva radicalmente opuesta a los intereses del general Franco. Porque aspiramos a la democracia, a la convivencia pacífica entre los españoles y al progreso social, los estudiantes nos vemos obligados a oponernos a un régimen que sustenta la negación sistemática de estas fundamentales aspiraciones. Al mismo tiempo, nos damos cuenta perfectamente, que nuestra oposición no puede ser parcial y localizada en reivindicaciones de alcance limitado, muy al contrario, sabemos que la solución de los problemas universitarios, está condicionada por una solución de carácter general que sólo puede consistir en la sustitución pacífica del régimen actual por un gobierno provisional que asegure el retorno de las libertades democráticas y el libre juego de todas las fuerzas políticas y sociales de nuestro país.

Este es el verdadero sentido de las luchas universitarias.

Ante el silencio a que nos vemos forzados, los estudiantes de la Universidad de Barcelona, unidos en un común deseo de libertad y en un mismo espíritu de lucha reivindicativa, queremos que la opinión mundial conozca nuestros motivos y nuestras aspiraciones. Es por esto por lo que hemos decidido recurrir directamente a la secretaría General de la UNESCO, ante la imposibilidad de hacerlo a través de los representantes que el Gobierno español tiene en este organismo.

Comite de Coordinación Universitaria.

Universidad de Barcelona, Marzo 1958.


Una hoja clandestina de procedencia monárquica

Glosando y replicando a unas declaraciones hechas por el ministro sin cartera del gobierno franquista y Presidente del Consejo de Economía Nacional, a los periodistas barceloneses y que la censura se apresuró a suprimir, ha circulado profusamente por España y fuera de ella, una hoja clandestina impresa, roneotipada, mecanografiada e incluso copiada a mano, que un grupo de la oposición a Franco ha difundido.

El documento es muy extenso y protesta contra la censura impuesta por un ministro a las palabras de otro ministro y entre otras cosas dice: «Puesto que la censura ha prohibido que esas palabras del Sr. Villalbí, que ha de buscar contacto con el pueblo, llegaran a conocimiento de éste, vamos nosotros a glosarlas somera y serenamente con la única libertad que nos queda: la del anonimato».

Dijo el ministro: «Cuando las cosas van mal en una nación, tarde o temprano van mal para todos». Dice el impreso: «Hace tiempo que esta afirmación del flamante ministro y presidente del Consejo de Economía, se ha convertido en una triste realidad para los desdichados españoles. A quien debería acusarse -si hubiera en España una libertad de prensa- ¿a los gobernados que desde hace más de veinte años estamos apartados totalmente de toda gestión política, o a quien contra la voluntad del país y contra los más elementales principios de la justicia y del derecho continúa detentando el gobierno de la nación sin ningún límite hasta el punto, por ejemplo, de haber podido gastar CUATRO MIL MILLONES DE PESETAS -que pertenecían al Erario público- en construirse un mausoleo (cuando toda España se muere de hambre y la miseria reina por doquier, fuera de las esferas gubernamentales) o para entregar también por su sola voluntad el Protectorado marroquí y para regalar después 600 millones de pesetas al Sultán Mohamed V?».

Por el elogio que publica de Alfonso XIII y estos ataques que dirige a Franco «por su entrega de Marruecos», hay que atribuir el documento al grupo de militares monárquicos partidarios de «continuar en África hasta el último hombre y la última peseta». Comenta los escándalos financieros del régimen, e incluso, publica una larga lista de personalidades de la situación y de sus parientes y protegidos enriquecidos «a costa del hambre de España», en la que no figuran militar es pero sí muchos civiles-políticos, diplomáticos, financieros-pertenecientes al «Opus Dei»; a los que acusa de exportar sus capitales al extranjero:

Por lo que se refiere a la situación económica de España, dice lo siguiente, glosando unas palabras del ministro Gual Villalbí en las que éste afirma que «la independencia de Marruecos nos obligó a liquidar posiciones financieras»:

El señor Villalbí no se atrevió a señalar las causas de nuestro desastre económico. Pero nosotros vamos a enumerarlas, siquiera en parte: Cada año por la pascua del Ramadán, los jefes de las kábilas recibían unas fuertes sumas para fomentar el nacionalismo contra Francia y en favor de no sabemos qué política «españolista» cuyos tristes resultados estamos viendo y sufriendo en nuestro prestigio nacional y en nuestra propia carne. Eran las constantes visitas de Al-lal el Fassi -jefe del partido del Istiqlal- que iba y venía de Madrid al Cairo y del Cairo a Madrid para recibir instrucciones del titulado Caudillo de España y para recibir, también importantes cantidades de dinero que le permitieran ayudar a sufragar los gastos de la rebeldía contra Francia en Marruecos, en Túnez y en Argelia, y adquirir, también, armas en las fábricas españolas, adquisiciones cuyo pago garantizaba el Gobierno español, pero que, al no ser abonadas, puso en grave aprieto a las industrias de nuestro país, algunas de las cuales se vieron obligadas a declararse en quiebra.

Al concedérsele a Marruecos la independencia en una forma y con unos alcances que ni los marroquíes se habían siquiera atrevido a pedir porque ellos mismos los consideraban inaceptables por nuestra parte y para nuestra dignidad nacional, se entregó también, como antes hemos dicho, seiscientos millones de pesetas al Sultán Mohamed V, y éste lanzó inmediatamente esos millones al mercado internacional, siendo esta la primera causa de una de las últimas y más acentuadas bajas de nuestra peseta. ¿No le parece al señor ministro y Presidente del Consejo de Economía Nacional, que en tales circunstancias y con semejante administración de los intereses del Estado, es lógico que los españoles nos dolamos, indignados, de esa vergonzosa y antipatriótica -por no llamarla de otro modo- actuación del sistema gobernante y del Caudillo, cuyo total fracaso ya no puede ocultarse, porque está a la vista? Y es igualmente natural y lógico que, igualmente, nos avergoncemos y nos indignemos -como españoles, y como ciudadanos que tenemos derecho a ser de un pueblo libre y civilizado- de esa pérdida de nuestro Protectorado, pérdida que, fatalmente, ha de llevarnos al desprestigio, a la desfavorable situación en que nos ha colocado internacionalmente y -lo que es peor aun- al peligro de la pérdida de nuestra independencia nacional.



El documento termina así: «Parodiando a Ortega y Gasset, nos atrevemos a decir: ¡Delenda est tirania!».



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