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ArribaAbajoCapítulo XLV

La Inquisición vino a este reino


Al mismo tiempo que Su Majestad proveyó por Visorrey destos reinos a don Francisco de Toledo, proveyó también Inquisidores que residiesen en la cibdad de Los Reyes; un proveimiento acertadísimo y necesarísimo, en lo cual se manifestó cuánta verdad sea que el corazón del Rey está en las manos de Dios. El mismo Dios, para bien de todos sus reinos, muchas veces le pone en el corazón cosas necesarísimas, que se hagan, las cuales estaban como olvidadas, y si no olvidadas, no parecía haber necesidad de hacerse; fue, pues, moción del muy Alto que la majestad del rey nuestro   —165→   señor en aquel tiempo se acordase de inviar Inquisidores a estos reinos y al de México, en la misma flota que vino el Visorrey don Francisco de Toledo; vinieron proveídos por Su Majestad dos varones tales cuales convenían para asentarla y para las cosas que subcedieron: Licenciado Bustamante, que murió en Tierra Firme, y el licenciado Cerezuela; al licenciado Bustamante subcedió el Inquisidor Antonio Gutiérres de Ulloa, todos en sus facultades muy doctos, grandes cristianos, celosísimos de las cosas de la fe, de mucho pecho y no menos prudencia, dotados del mismo Dios de las partes requisitas para el oficio; vino fiscal el licenciado Alcedo; secretario, Ambrosio de Arrieta; todos cuales se requerían. Entraron en la cibdad de Los Reyes, hízoseles el recebimiento cual convenía conforme a lo ordenado por Su Majestad; asentaron la Inquisición prudentísimamente, y comenzaron a hacer su oficio con tanta rectitud y cristiandad cuanta se requiere, y todo el reino conoció y conoce. Luego se vio la necesidad que della había, y cómo fue inspiración de Dios que Su Majestad la enviase, porque si no, corría gran riesgo la cristiandad en estas partes, como pareció por las personas luteranas, y no sé si me diga peores, que luego prendieron, y por el primer aucto de la fe que hicieron, donde se vio claramente el riesgo de todo el reino, de lo cual no es de nuestro intento tractar agora, más de lo que habemos dicho, que fue providencia admirable de Dios que en este tiempo la enviase, la cual es imposible falte para el buen gobierno de toda la cristiandad.

Hecho el primer aucto, que fue famoso, el licenciado   —166→   Cerezuela, proveyéndole Su Majestad a una silla episcopal de Las Charcas, por su mucha humildad y cristiandad no la aceptó, antes pidió licencia para se volver a España, la cual alcanzada, llegando a Cartagena, dentro de pocos meses loabilísimamente acabó sus días. Quedó por algunos años el Inquisidor Ulloa justísima y prudentísimamente haciendo su oficio, hasta que vino el doctor Prado, varón realmente humanísimo, benignísimo, afabilísimo y humildísimo, y dotado de una gravedad, que se hace amar de todo el reino y reverenciar, por Visitador de la Inquisición, y Presidente en ella mientras hacía su oficio, la cual visitó con admirable rectitud, como ha parecido y parecerá en todos sus siglos, con la cual volvió a España, y allá, aprobándola, volvió con su presidencia, donde murió; antes que el doctor Prado volviese de España llegó a la ciudad de Los Reyes el licenciado don Pedro Ordóñez Flores, por Inquisidor, varón no menos loable que los referidos, integérrimo, en toda virtud; trajo recados para que el Inquisidor Ulloa fuese a visitar el Audiencia, de la cibdad de La Plata; quedó solo en el oficio hasta que vino el doctor Prado, gobernándolo con la prudencia, discreción y justicia que todo el reino ha conocido y conoce. El Inquisidor Ulloa partió de Los Reyes; fue a visitar el Audiencia, de donde bajando a la cibdad de Los Reyes, dentro de pocos días, no fueron seis, con gran sentimiento de la cibdad, y aun del reino, pero con gran conocimiento de Dios, recebidos todos los sanctos sacramentos, murió; hízosele solemnísimo enterramiento, donde se hallaron presentes Virrey, Audiencia,   —167→   Inquisición y todas las Órdenes; así honra la Majestad de Dios a sus siervos que en las cosas de la fe le sirven. También murió antes el secretario Arrieta, y el licenciado Alcedo, fiscal: ambos acabaron loablemente; en lugar del secretario Arrieta los Inquisidores nombraron por secretario, mientras de España venía otro, a Melchor Pérez de Maridueña, suficiente para el oficio por su mucha virtud y cristiandad, y en lugar del licenciado Alcedo a don Pedro de Arpide, el cual murió en Cartagena de camino para España; en lugar del secretario Arrieta vino de España proveído Jerónimo de Eugui, por secretario, varón de muchas y muy buenas prendas y loables costumbres, en las demás partes que para el oficio se requieren, como la experiencia lo ha mostrado y lo muestra.




ArribaAbajoCapítulo XLVI

De las virtudes del visorrey don Francisco de Toledo


Al Visorrey don Francisco de Toledo dotó Dios Nuestro Señor de muchas y muy buenas calidades y partes, como quien lo había criado para gobernar; diole bonísimo entendimiento, presto y subtilísimo, sino que a los de no tan bueno parecía confuso. Los de tales entendimientos en breves palabras incluyen mucho, y a los que no lo alcanzan parece por lo cual el principio de proponérsele, había de cogerle intento,   —168→   porque después parecía confundirse e implicar muchas cosas. Amigo, como los demás señores, que en una palabra le propusiesen, o respondiesen, y aunque lo que proponía fuese arduo, no le daba gusto le pidiesen espacio para responder; decía que, pidiéndole término, era querer consultar al vulgo y a la plaza. En su tiempo, como habemos dicho, se descubrió el beneficio del azogue; envió mucha plata al Rey nuestro señor, así de los quintos como de otras cosas, y de un año para otro prometía más y lo cumplía. Era hombre casto y amigo de la castidad; comía como señor, su mes a abundante. Trujo buena casa de criados y pajes, y el primero de los Virreyes que llevaba, yendo a caballo, los pajes delante de sí destocados. Fue libérrimo en no admitir dádiva, ni cohecho, ni nadie se le atrevió a tal; fue muy amigo de que se administrase justicia, y encargaba grandemente la ejecución della. Labró en este reino abundancia de plata, y mandó esculpir particularmente en una mesa la guerrilla del Inga. Sacó la Universidad que en nuestro convento21 por22 cédula del invictísimo Carlos Quinto, de gloriosa memoria, en él había fundado, y púsola, como dijimos, en el lugar donde el Visorrey, de buena memoria, don Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, fundó el regimiento, de San Juan de la Penitencia. Dábale mucho gusto se dijese dél deshacía motines y alzamientos, sobre esto mandó dar tormento a dos españoles que de la cibdad de La Paz le trujeron presos a   —169→   la de La Plata; no sé si tenían ánimo para ello; conocilos. Fue el primero Visorrey que mandó le predicasen en Palacio. Salía pocas veces a pasearse a caballo por la cibdad, lo cual era frecuente en sus predecesores, el buen Marqués de Cañete y el Conde de Nieva. Reformó muchas cosas dignas de reformación, y cuando no hobiera hecho otra cosa sino reducir los indios a pueblos, había alcanzado bonísimo nombre de gobernador, y celoso de la policía y cristiandad destos indios. El cual, habiendo gobernado once años, si no fueron trece, se fue a España, donde en Lisbona besó las manos a Su Majestad; mandole ir a descansar a su casa, que se cree lo sintió demasiado, en la cual dentro de poco tiempo dio el alma a Dios de una apoplejía que no le dejó testar.




ArribaAbajoCapítulo XLVII

Don Martín Enríquez, Visorrey destos reinos


Importunado Su Majestad del rey Filipo nuestro señor por don Francisco de Toledo, Visorrey, proveyó en su lugar a don Martín Enríquez, Visorrey de México, el cual vivió en este reino poco más de dos años. Gran gobernador, gran cristiano, gran limosnero; su salario, que son 40000 ducados, repartía en tres partes: la una tercia parte para pobres; la otra, para su plato; la otra, para sus hijos. Era pequeño de cuerpo, delgado, el rostro un poco blanco. No consintió que ningún religioso   —170→   que fuese a negociar con él, ni sacerdote, esperase mucho tiempo, porque tenía mandado a sus criados y pajes que en viendo en la sala alguno deste género luego le avisasen, como no estuviese durmiendo o rezando. Luego que llegó a la cibdad hobo cierto rumor de ingleses, o nueva venida de Chile, y luego, porque no le hallasen desapercibido, nombró cuatro capitanes de infantería, todos nacidos en Los Reyes, hijos de conquistadores de los más principales: al capitán Diego de Agüero, capitán Juan de Barrios, capitán don Josephe de Ribera y capitán Pedro de Zárate, con 150 soldados cada compañía, y por capitán de los hombres de a caballo al licenciado Recalde; mandó en un domingo se hiciese la reseña; salieron los capitanes muy aderezados. El Visorrey fuese a las ventanas de Palacio, por debajo de las cuales pasaron los capitanes y soldados disparando sus arcabuces y haciendo su salva. Repartió la cibdad entre estas cuatro capitanías, mandando cada uno tuviese sus armas prestas y acudiese con ellas al tiempo de la necesidad a su bandera. La tierra, en el poco tiempo que gobernó gozó de mucha paz, y la cibdad de hartura; mas como Nuestro Señor fue servido llevarle para sí, a todo el reino dejó en gran tristeza; fue muy llorada y sentida su muerte de toda la tierra en general, y en particular de los pobres; murió recebidos todos los sacramentos; hízosele solemnísimo enterramiento en el convento de San Francisco.



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ArribaAbajoCapítulo XLVIII

El Conde del Villar, Visorrey destos reinos


Por la muerte del excelentísimo y gran limosnero don Martín Enríquez, Su Majestad proveyó a don Francisco de Torres y Portugal, Conde del Villar, bonísimo caballero y de acendrado ingenio para gobernar; amicísimo de hacer justicia y que ninguno de sus criados se oliese recibía la menor cosa del mundo; el cual, al que traía de España, por un no sé qué que dél se dijo le despidió en Tierra Firme y mandó volver a España; servíale después otro criado suyo mozo, llamado Cabello, al cual por ser comprehendido en ciertas dádivas que recebía le descompuso con gran infamia, y a un soldado, que se decía era el trujamán, llamado Gatica, le mandó, o por mejor decir condenó, al remo de las galeras, que estaban en el Callao, donde fue castigado valientemente; las cuales dos galeras, teniendo a cargo dellas el general Pedro de Arana, estuvieron muy bien tripuladas, particularmente la mayor, y otros dos navíos gruesos con su general llamado... 23Sucedió, pues por el estrecho de Magallanes entró el capitán Candelin, luterano inglés, y desembocó en esta mar con tres navíos, el uno de alto bordo, los dos pequeños, y en la tierra de Chile, luego el gobernador   —172→   don Alonso de Sotomayor en un navío24 despachó, avisado de lo que había, a un muy buen soldado llamado Verdugo, el cual llegando a la cibdad de Los Reyes dio aviso al Visorrey, el cual se lo agradeció mucho, y aun prometió hacer mercedes; la cibdad se puso en armas, y el Callao; los capitanes nombrados por don Martín Enríquez, de buena memoria, quedáronse con sólo el título, porque el Conde nombró otros; envió a Huánuco y aun a todas las cibdades los vecinos viniesen con sus armas y caballos, de las cuales vinieron de muy buena gana; pero como se tardó más de ochenta días que no pareció en la costa el enemigo, burlaban en Palacio y fuera dél del pobre Verdugo; ya no había quien le quisiese dar de comer, si no era el licenciado Ulloa, a quien siempre le pareció ser verdadero el aviso. Los demás decían que alcatraces eran los que habían visto, y no navíos.

El enemigo, del largo viaje traía sus navíos destrozados; dioles lado en la bahía Salada, entre Caquimbo y Copiapó, en la costa de Chile, donde el capitán Francisco Draque dio al suyo y hizo su lancha; detenerse en esto fue causa no se mostrase en la costa, donde en las partes convenientes había sus atalayas.

No sabiendo nueva del enemigo en este tiempo (éralo de enviar la plata a Tierra Firme, así la de Su Majestad como de particulares), en25 dos navíos que había gruesos en el puerto, de Su Majestad y de armada, cargan toda la plata con la artillería   —173→   en los navíos; despáchalos a Tierra Firme; despachados, y cerca ya de aquel reino, segunda la nueva que el enemigo había parecido sobre Arica, donde no se atreviendo ni a surgir, siguió su camino la costa en la mano, buscando leña, agua y mantenimientos, que ya le faltaban, pero en ningún puerto se atrevía a saltar en tierra para buscarlo; llegó al puerto de Pisco, a donde la villa de Ica y el corregimiento, con la gente que en él había, y en los valles comarcanos, había venido, tampoco aquí se atrevió a saltar en tierra. El Conde del Villar ya había proveído lo necesario en el puerto, donde había más de 600 infantes y más de 200 hombres de a caballo, con muy buenas ganas de venir a las manos con el enemigo; empero no teníamos navíos gruesos para le buscar o seguir, martillería gruesa.

Nombró el Visorrey por General a su hijo don Jerónimo de Torres, de 22 años o 24, caballero de grandes esperanzas. A la sazón yo vivía en el convento de Los Reyes, y pidiendo licencia al Provincial me fuí con un compañero al nuestro del Callao, donde vi todo lo que pasaba, y con ánimo, si se siguiera al enemigo, de embarcarme con los nuestros.

Una tarde, pues, tócase un arma a mucha priesa, que el enemigo se había descubierto con sus navíos y parecía traía su derrota de entrar en el puerto entre la isla y la tierra firme, lo cual no le pasó por el pensamiento; toda la gente de guerra salió a la plaza y estuvo en escuadrón; empero el luterano siguió su viaje la mar abajo, por detrás de la isla de donde las atalayas le vieron muy claro,   —174→   y pasando con su viaje, luego las atalayas vinieron diciendo el enemigo había pasado. Con esto se deshizo el escuadrón; ya no era necesario. Sabido por el general de las dos galeras, Pedro de Arana, el enemigo haber pasado, hizo un chasqui que en menos de media hora llegaba al Visorrey a la cibdad, como el mismo general Pedro de Arana, acabado de despachar, me lo vino a decir, avisando al Conde cómo el enemigo era pasado, y que agua arriba irle a buscar, teniendo el barlovento, no convenía, como se había hecho; pero ya habiendo pasado, iba perdido: que Su Excelencia le diese licencia para salir en pos dél, con sus dos galeras, que él se lo traería ajorro al puerto, y si no le cortase la cabeza, porque el enemigo buscaba dónde tomar agua y leña, y ésta no la podía tomar sino en el puerto de Guarmey, donde necesariamente le había de hallar, cuarenta leguas del puerto del Callao, y allí con sus dos galeras le maniataría; yo le pregunté si las galeras estaban con el aderezo necesario, y respondiome: La grande puede ir de aquí a México y volver, la pequeña (era vieja) hasta Palta. El Conde, recebido este despacho, mandole no se moviese hasta ver mandato suyo, el cual nunca llegó, y es cierto si sale el general Pedro de Arana con las galeras, le haya en Guarmey como lo había imaginado; allí surgió el enemigo y tomó agua y leña sin que nadie se lo estorbase. Luego otro día que pasó el enemigo tractan de enviar dos navíos, los mayores que había en el puerto, tras él; mas como no había artillería ni municiones, cesó todo. El luterano siguió desde Guarmey su viaje, y prosiguiendo la costa, más   —175→   abajo de Trujillo encuentra con uno o dos navíos que de los valles venían para Lima cargados de azúcar, sebo, corambre y otras cosas; desvalijolos y dejó a sus dueños perdidos. En este mismo paraje, sobre el puerto de Zaña, llegó un navío llamado la Anunciada, cargado con más de 200000 pesos de mercadurías, que venía de Tierra Firme para el puerto de la cibdad de Los Reyes, y el piloto e pasajeros, deseosos de saber nuevas del Perú, no conociendo al navío enemigo, arribaron sobre él, el cual los disparó muy cerca una pieza de artillería, diciendo: Amaina por la reina de Inglaterra; y como se iban llegando y oyeron las voces que amainasen, viéndose en un peligro tan grande, animando las velas ya al medio de los mástiles se encomendaron muy de veras a Nuestra Señora del Rosario, la cual les hizo merced que sucedió una refriega de viento, embarazó las del navío luterano y las del navío católico pareció que las había aizado arriba, y en dos palabras se vieron libres de aquel peligro, el navío enemigo a sotavento y el nuestro poniéndose a la bolina prosiguió su viaje y en breve tiempo llegó al puerto de la cibdad de Los Reyes, en la cual a uno de los pasajeros oí lo referido, y los demás decían lo mismo, dando gracias a Nuestro Señor que por intercesión de su Sanctísima Madre les había librado. Con el despojo de los navíos dichos, que le fue de no poco momento, pasó adelante y llegó a la isla de Puna, donde descargó sus navíos y dio lado. Aquí tuvo una refriega con los vecinos de Guayaquil, donde le mataron 15 ó 16 hombres y quemaron parte de la jarcia, y si fueran hombres   —176→   de guerra, o tuvieran capitán experto, le quemaran los navíos; pero como éste venía por azote para los mexicanos, contentáronse los nuestros con este pequeño efecto, como los vecinos de Santiago de Chile, que sabiendo había llegado un poco más arriba del puerto, salieron contra él, y con la gente que había echado en tierra pelearon: matáronle otros 16 u 18 hombres, sin salir ni herido uno de los nuestros; prendieron tres o cuatro, los cuales si, como se trató aquella noche, se quedaran emboscados, les mataran muchos más, porque hobo quien dijo al corregidor, que era el capitán: Señor, quedémonos emboscados esta noche, que los enemigos han de salir a enterrar sus muertos y a tomar aguas y darémosle otra bativa arma, mayormente que ni de día ni de noche el artillería no nos puede hacer daño; no se recibió este consejo, y subcedió así, que los enemigos salieron en tierra y enterraron los muertos, y en el arena, por no se atreverá ir al río, temiendo daño, hicieron hoyos para sacar algún agua medio salobre. El capitán contentose con lo hecho y no quiso pasar una mala noche.

Salió este pirata de la Puna; siguió su camino hasta el puerto de la Navidad, en la costa de México, adelante de Guatulco, donde vienen a reconocer los navíos de la China; allí vino uno muy grande: dicen traía oro de mercadería; como venía descuidado sin armas, facilísimamente le rindió, y dejando azotado al reino de México, volviose a su tierra con mucha más hacienda que llevó Francisco Draque.

Después desto, pasado casi año y medio, no sé   —177→   qué se les antojó a los del Callao, o algunos dellos, que a las diez de la noche había visto un farol cerca de la isla por sotavento della; tocan arma en el Callao; despachan al Conde a poco menos de media noche; tocan arma en la cibdad; alborótase toda. El General de los navíos de la armada que estaba en el puerto, sin orden del Visorrey levanta anclas y parte con sus dos navíos en busca del farol, y así se lo escribió al Visorrey. El Visorrey, a las tres de la madrugada parte de la cibdad para el puerto con lo mejor della, dejando echado bando que todo el pueblo le siguiese. A la sazón yo era prior de nuestro convento de Los Reyes; fuime al puerto; llegué ya que era amanecido, y al Conde ofrecile ochenta religiosos, si fuesen necesarios, para seguir al enemigo o defender el puerto, que ni pasasen de cincuenta años ni bajasen de 25; agradeciómelo mucho, y dijo: Con tan buen socorro no hay que temer aunque toda la Inglaterra venga, y cumpliera mi palabra, porque vivíamos en el convento 120 religiosos; de otras religiones no sé que saliese nadie.

Quiso Dios, y no fue nada, ni tal farol hobo, sino que al que hacía la guardia aquella hora, un planeta se ponía al Poniente un poco más encendido que otras veces, y pareciole farol, o los ojos los debía tener encendidos, y alborotó el puerto y la cibdad, y al buen viejo Conde del Villar hízole llevar una mala noche en peso, que no durmió en ella ni media hora.

Antes desto, estando el Conde en el Callao, habiendo despachado el armada con la plata para Tierra Firme, subcedió un temblor de tierra muy   —178→   grande, que arruinó muchas casas en el Callao, y en la cibdad hizo lo mismo; fue uno de los mayores que se han visto en este Perú, y tras él en el Callao se siguió retirarse la mar y luego volver con tanta vehemencia e ímpetu, que saliendo de madre anegó muchas casas y derribó, y el Conde, que estaba a la sazón, como habemos dicho, en el puerto, corrió mucho riesgo de la vida, porque las casas donde posaba, que eran de Fulano Trujillo, dieron consigo en el suelo, y la mar llegó y entró por ellas, y si no fuera por buena diligencia, y principalmente porque Nuestro Señor le quiso guardar, allí pereciera, porque en acabando de salir huyendo de lo uno y de lo otro, la escalera y lo alto dio consigo en el suelo.

Gobernó muy bien, poco más de cuatro años, aunque sus continuas enfermedades no le daban tanto lugar; tenía muy entero el entendimiento, con ser muy vicio; a sus importunaciones, el Rey nuestro señor le dio licencia para dejar el cargo; fuese a España, y como era viejo en breve tiempo acabó sus días en buena vejez.




ArribaAbajoCapítulo XLIX

Su Majestad provee a don García de Mendoza por Visorrey destos reinos


El Conde del Villar, viéndose enfermo, cargado de años y cuidados del gobierno deste Perú, con cartas suplicaba a Su Majestad le librase de tan   —179→   pesada carga; librole della y diola a don García de Mendoza, hijo del gran limosnero y amigo de pobres Marqués de Cañete, de felice memoria, Visorrey que fue destos reinos, el cual vino con su padre ya conocido en toda esta tierra, y dende su tierna edad dio muestras de lo mucho que había de ser y valer, y aunque cuando llegó a estas partes no había heredado el marquesado, y gobernando acá lo heredó, siempre le llamaremos Marqués de Cañete. La nueva de su proveimiento causó mucha alegría en los ánimos de cuantos vivíamos en estas regiones, porque se entendió había de ser para gran bien dellas (como lo fue), siguiendo las pisadas de su padre. Con próspero viaje llegó a Tierra Firme, y de allí al puerto del Callao; no quiso desembarcarse en tierra ni venir por ella, por ahorrar de gastos a los indios y a los españoles. Trujo consigo a la ilustrísima señora doña Teresa de Castro y de la Cueva, su mujer, señora de grandes virtudes, gran cristiana, de quien en breve no se puede tractar, dejándolo para otra coyuntura, y a don Beltrán de la Cueva, su cuñado, caballero de admirables y grandes virtudes, que les son como naturales a la sangre de donde descienden. Fue recibido el Marqués solemnísimamente con mucho aplauso y gasto de los vecinos, estantes y habitantes; halló en la cibdad al Conde del Villar, a quien tractó con la cortesanía y respecto que se le debía, y el Conde hizo lo mismo como nobilísimo y generosísimo caballero. Quitó luego algunos gastos excesivos que se hacían en el puerto del Callao, de la hacienda de Su Majestad. Certificáronme eran más de 300000 pesos cada año; tractó de hacer   —180→   las casas reales: hízolas muy buenas y estrados para el Audiencia, sin llegar a quinto ni a otra hacienda de Su Majestad, sino mandando aplicar condenaciones. Halló la ciudad un poco hambrienta; en el tiempo que gobernó, casi seis años, siempre la tuvo muy abastada de pan y de lo necesario. Tuvo ánimo y valor para hacer lo que ninguno de sus antecesores, desde don Francisco de Toledo acá, se atrevió a hacer, ni el mismo don Francisco de Toledo, con ser tan temido, que fue asentar las alcabalas; mandábaselo, así Su Majestad expresamente. Oí decir a un criado suyo, y fidedigno, que muchas noches se le pasaban en blanco, no pudiendo dormir, antes que las pregonase, buscando unos y otros medios cómo sin riesgo del reino se asentasen, y viendo las dificultades que se le ofrecían, todo era sospirar. Por una parte temía alguna rebelión; por otra, si no lo hacía, perdía mucho de su crédito con Su Majestad, que le mandaba con los mejores medios que pudiese las asentase, y no las dejase de asentar; finalmente, diose tan buena maña, que las publicó, asentó o hizo recebir, y aunque se temió algún escándalo, no en la ciudad de Los Reyes, sino en las demás del reino, fue Nuestro Señor servido se aceptasen como justísimo derecho debido a Su Majestad, y no se paga sino a dos y medio por ciento.



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ArribaAbajoCapítulo L

Quito no quiere recibir las alcabalas, y medio se rebela


Entre todas las cibdades destos reinos, sola la de Quito no quiso acudir a lo que al servicio de su Rey debía, en la cual no sé cuántos criollos (así llamamos a los acá nacidos) de poco juicio, particularmente al que tomaban por cabeza, un muchacho de treinta años, de poca cordura y menos experiencia, que no sabía limpiarse las narices, encomendero y de buena renta y bastantes haciendas, casado, hijo del contador Francisco Ruiz, a quien conocí, conquistador y gran servidor de Su Majestad en la tiranía de Gonzalo Pizarro. Estos, con otros nacidos en España, no quisieron recebirlas, y casi se pusieron en arma, a los cuales el Audiencia Real no fue poderosa para refrenarlos, no sé si por faltar el ánimo al Presidente, doctor Barros, y a los demás Oidores, o por otros respectos de atraerlos por bien.

Tuvieron éstos más que necios hombres por muchos días nombrados sus oficiales de guerra, y cada día su escuadrón en la plaza de 1800 hombres, los más arcabuceros.

El que los bandeaba y por cuyo consejo particularmente se regían era un Fulano Vellido, hombre bajo y atrevido, muy adeudado, lo cual le sacó de juicio a ser el autor deste disparate; empero,   —182→   viendo el Audiencia que el todo déste dependía, dio orden cómo en secreto, en una reseña que ellos hacían, le matasen, en la cual le dieron dos arcabuzazos, de que murió en su cama, sin saber los demás quién se los dio. Era cosa de muchachos y como muchachos se perdieron.

El Marqués, con cartas y mensajeros y con todos los buenos medios posibles, prudentes y amigables, les rogaba se quitasen y no quisiesen ir contra el servicio de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad, y no se señalasen ellos solos, habiendo el Cuzco, la cibdad de La Plata y Potosí, con las demás del reino, admitido las alcabalas, enviándoles testimonio de todo; y no aprovechando cosa alguna, antes cada día se iban desvergozando más, determinó el Marqués enviar allá con título de capitán general y justicia mayor al General de las galeras, Pedro de Arana, con cincuenta lanzas y arcabuces, el cual partiendo del puerto y llegando a Guayaquil, de donde sacó alguna más, convocó también de la ciudad de Cuenca otra poca, y con toda ella se puso a 25 leguas de Quito en el pueblo de Riobamba, amonestándoles se redujesen al servicio del Rey, deshiciesen la gente, no saliesen cada día en alarde a la plaza y despidiesen los oficiales de guerra que tenían nombrados, y a la Audiencia dejasen libremente hacer justicia, no la teniendo opresa, pero todo era cantar a sordos, porque a un regidor de Quito, llamado Francisco o Pedro de Arcos, enviaron a un pueblo llamado Llactacunga, doce leguas de la cibdad, hombre de más de 80 años, a hacer pólvora, que es la mejor del mundo (son los materiales bonísimos), el cual,   —183→   llegando, luego quitó la vara al corregidor del Rey, puso otro en su lugar, hizo su pólvora, y desde allí enviaba cartas de desafío al general Pedro de Arana, diciéndole se volviese, y si no quería, que ya ambos eran vicios y podían vivir poco, que los dos en campo averiguasen la justicia deste negocio; mas el General disimulaba y reíase de la locura del regidor; este buen hombre escribió también a los de Quito le enviasen ducientos arcabuceros, que él echaría de la tierra al General Arana, aunque con otras palabras, llamándole, vejezuelo; los de Quito no se atrevieron, o por no acabarse de declarar o por otros respectos. Si lo hacen, se declaran totalmente, y declarados teníamos la guerra civil en casa. Mas el General Pedro de Arana fue madurando y esperando, y causándolos, con mucha prudencia, basta que vinieron a deshacer la gente, y a no salir, ni estar en escuadrón en la plaza, en el cual, si no eran algunos vecinos viejos, los oficiales de la Audiencia y los del Sancto Oficio, todos los demás entraban en el escuadrón cada día, y el comisario de la Inquisición con sus ministros, uno de los cuales es hermano mío, que sirve el oficio de notario, salió de la cibdad y fue hasta Ríobamha, donde estaba el General Arana, a ofrecerse a todo lo que les mandase, como servidores de Su Majestad; recibiolos muy bien y mandolos se volviesen a la cibdad para que le avisasen de lo que pasaba. Así, deteniéndose y madurando las cosas con mucha prudencia, el mismo que había de ser cabeza, Juan de la Vega, se le vino a rendir y a excusar; mandole también con otros no sé cuántos   —184→   mozos que con él vinieron, se volviesen y quitasen; volviéronse y quitáronse; ya no había estruendo de armas en la cibdad, en la cual fácilmente entró; puso en libertad al Audiencia, su gente apercebida en la plaza; hacíansele las ceremonias de guerra que se suelen hacer a los Generales cada día; prendió, procedió contra los culpados; a los que pudo haber a las manos ahorcó, y entre ellos al vejezuelo Arcos, dándole por traidor, derribándole su casa y arándosela de sal; fueron 24 ó 25 los que justició, y justiciara a más si el Marqués no le fuera a la mano, teniendo y usando de misericordia con los presos; a Juan de la Vega no le pudo haber; vínose a escondidas a la cibdad de Los Reyes; confiscole los bienes y dioles por perdidos; quitole la encomienda de los indios; perdió su casa, hacienda y el nombre que su padre había ganado. El marqués26 no supo estaba en Lima escondido; los que le tenían escondido27 dieron orden cómo se fuese a España y presentase delante de la Majestad del Rey nuestro señor, o de su Consejo Real de Indias, que teniendo atención a los servicios de su padre, que por ser conquistador y servidor del Rey en la tiranía de Gonzalo Pizarro lo quitó los indios y sus haciendas, y le hizo ir huyendo a México, le perdonaría; mas el miserable de su hijo, por querer ser traidorcillo, perdió cuanto lo dejó su padre; argumento eficaz que confirmó aquella verdad: No gozarán los terceros herederos los bienes mal ganados. No sabemos   —185→   si Su Majestad ha usado con él de su acostumbrada clemencia. Los religiosos de las Órdenes mostraron lo que debían en servicio de Dios Nuestro Señor y de su Rey, si no fue uno a quien sus prelados castigaron rigurosamente con justicia.

Los nuestros, entre los demás, cuando tenía esta desbaratada canalla a los Oidores como presos y opresos, sin consentir se les diese de comer, rompiendo por el escuadrón entraban en las casas reales, y les llevaban la comida en las mangas de los vestidos. Si estos traidorcillos se declararan de todo puncto, mucho era el riesgo que se corría de perderse el reino, porque ni por mar ni por tierra les podían hacer daño; tiene pasos fortísimos aquella provincia para entrar en ella, los cuales ocupados, no dejarán entrar un pájaro, y de asentadero, pueden derribar a los que contra ellos fuesen, y mientras más fueran, más perdidos; por lo cual ni el Marqués ni el General Pedro de Arana tienen que atribuirse mucho en esta pacificación, sino atribuirla toda a Nuestro Señor, como lo hicieron, y a las oraciones y diciplinas de todos los conventos de la cibdad de Los Reyes; soy testigo que en el nuestro todas las noches después de maitines había oración común, y en la casa de novicios tres días en la semana también disciplina y oración común sin la que había en la iglesia de los padres sacerdotes, que en ella se quedaban en oración particular, y después andaba la disciplina, todos suplicando a Nuestro Señor no nos castigase con guerra civil. Nuestro Señor dio la paz, que no se esperaba por manos solas de hombres poderse alcanzar.

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Lo mismo se hacía en los demás monasterios; yo escribo lo que en el nuestro vi, y fue la Majestad de Dios servida se apagase aquesta centella, por hacernos a todos merced. Ganada esta paz, llana la cibdad, castigadas las cabezas y otros que se habían desvergonzadamente señalado, el Visorrey proveyó por corregidor y con título de capitán general a don Diego de Portugal, caballero muy conocido y de partes muy necesarias para aquella cibdad, mandando se viniese el General Pedro de Arana a la cibdad de Los Reyes para hacerle merced, en nombre de Su Majestad, por sus servicios. El cual llegando al Callao por la mar, donde el Marqués estaba despachando contra un inglés, como luego diremos, que ojalá llegara un mes antes, le recibió muy bien y diole 6000 pesos de renta por dos vidas; empero, como era muy viejo, gozolos poco: dentro de breves meses murió. Otras sombras de rebelión hobo en el Cuzco, de gente muy baja, que es asco tractar sus oficios, ni ponerlos en historia: un botijero y un no sé qué más, pagaron su desvergüenza en la horca, porque otro lugar mejor no merecían.




ArribaAbajoCapítulo LI

El Marqués tiene aviso de Chile que un pirata inglés ha llegado aquella costa


Acabado con tan buen subceso lo que de Quito se temía, dende a pocos meses tuvo el Marqués   —187→   aviso por un navío, despachado del puerto de Valparaíso de Chile, que un pirata luterano inglés había, sin se haber descubierto en otra parte de toda aquella costa, entrado en él con un solo navío28 de 300 toneladas, muy fuerte y bien artillado, y una lancha, y como entró de repente habíase hecho señor de los navíos, donde halló matalotaje bastante de vino, tocino, biscocho y otras cosas, y luego puso bandera de paz y de rescate; rescatáronse los navíos, aunque dicen Su Majestad tiene mandado no se haga, mas entonces fue necesario, porque si no se rescataran los quemara, y no se avisara de Chile su entrada, como se avisó; porque en anocheciendo, el un navío alzó anclas y velas, y cogió la delantera al enemigo y vino a dar el aviso con tiempo.

Cuando el pirata llegó al puerto de Valparaíso, en uno de los navíos estaba su piloto y maestre, llamado Alonso Bueno, casado en la ciudad de Los Reyes, el cual al general de navío dijo (era hombre noble y confiado): Bien sé que me has de matar; en la ciudad de Los Reyes tengo mujer y hijos y hacienda, y debo y me deben; dame licencia para hacer una memoria que sirva como de testamento, para se la enviar a mi mujer y descargar mi ánima, y sepa lo que le queda a ella y a sus hijos. El pirata se lo concedió, porque no le quiso rescatar, tomándole por piloto para toda esta costa y la de México. Alonso Bueno, con esta licencia, tomó tinta y papel, y escribe al Marqués dándole aviso del navío del enemigo, cuán grande,   —188→   cuán fornido, qué gente y qué piezas de artillería traía, y cómo le llevaba por fuerza por piloto de toda esta costa: pero que él le llevaría poco a poco, y le metería en el Callao; que tuviese dos navíos gruesos a la punta de la isla, para que no se pudiese huir, y a dos bergantines fuera de la isla al barlovento a ella, que en viendo el navío enemigo huyesen para que el enemigo los siguiese y se metiese en el puerto, y se lo pornía en las manos como lo venía haciendo. Este aviso diolo secretamente en el puerto de Valparaíso, al capitán Ramir Yáñez de Saravia, vecino de la ciudad de Santiago, que allí había venido con gente, entraba y salía en el navío enemigo, para que con la brevedad posible en uno de los navíos rescatados, en siendo de noche, lo despachase al Visorrey del Perú, lo cual así se hizo, y el general del navío inglés no le pidió el testamento, creyéndole; si se lo pidiera antes de darlo, luego ahorcara a Alonso Bueno. Recíbese el aviso, y despáchase el navío, y fue Nuestro Señor servido que no le faltase viento y llegase muchos días primero qu'el enemigo. Todo lo cual sabido por el Visorrey, no le temió, antes se alegró, por esperar en Nuestro Señor le había de haber a las manos. Luego nombró por general de dos galeones que había en el puerto, muy buenos, a su cuñado don Beltrán de lo Cueva, por almirante, a don Alonso de Carvajal, caballero de hábito de Calatrava. Añadió otro navío grande y muy bueno, de quien señaló por capitán a... 29 Manrique, y como aquel a cuyo cargo tenía   —189→   el reino, estaba apercebido de mucha munición, pólvora, balas rasas y de cadena, bombas de fuego, mucha y muy buena artillería, que se labra en la ciudad tan buena como en Alemaña, piezas de cuarenta quintales y más; fuese al puerto, en siendo avisado el luterano había llegado a Arica, donde no se atrevió ni a surgir; dio priesa al buen aderezo de los navíos, y en la Almiranta nombró otro capitán a... 30 de Pulgar, hombre experto en la guerra, como el capitán Manrique. Proveyó otras tres fragatas, que fuesen como busca ruido, y en ellas nombró sus capitanes: en la una, a... 31 García Gorvalán, cursado mucho en la mar, y para que si fuese necesario vinieran a dar aviso de lo que pasaba, hizo gente y pagola; hobo muchos hidalgos y caballeros que se ofrecieron, a su costa, ir sirviendo, y aun pagaron soldados, como fue Luis de la Serna, regidor de Los Reyes, que por ser viejo y enfermo no fue a servir en persona: envió cuatro soldados a su costa; y otro vizcaíno... 32 Vergara, con otros dos y su persona lo mismo, a quien el Marqués lo agradeció mucho y alabó. Pidió religiosos en los monasterios; la obediencia me mandó fuese con un compañero, llamado fray Bernardino de Lárraga, y fuimos en la Almiranta; en la Capitana iban dos padres de la Compañía, por respecto del padre Hernando de Mendoza, hermano del Marqués y cuñado del General. En el otro navío, llamado San Joanillo, y por otro nombre Nuestra Señora del Rosario, dos   —190→   religiosos de Nuestra Señora de las Mercedes; iban en nuestro navío, pagados, casi ochenta soldados y más de treinta hijosdalgo y caballeros a su costa; en la capitana, otros tantos y más, y con el capitán Manrique, fuera de los soldados, otros amigos suyos, hombres de vergüenza, y entre ellos el capitán Baptista Gallinato. Aprestáronse los navíos muy bastantemente, y seis o siete días antes que partiésemos llegó de Quito el general Pedro de Arana en la galizabra, capitán della Joan Martínez de Leiva de Lizárraga, que después fue en demanda del enemigo, llegado persuadía al Marqués le diese licencia para ir en esta armada con su galizabra, navío menor que cualquiera de los tres, y hacía mucha agua. Al cual, diciéndole el Marqués: ¿Cómo quieres ir, si la galizabra hace tanta agua que de tres a tres horas da a la bomba? Al cual respondió graciosamente: También, señor, un hombre orina de tres a tres horas, y no se muere.

Pasó esto por donaire, y no le dejaron ir.




ArribaAbajoCapítulo LII

Parte la armada del puerto en busca del enemigo, agua arriba


Con tanto y buen recado las navíos, con tanta y buena gente, y mejores ganas de se ver con el enemigo, nos hicimos a la vela una tarde, y antes el Marqués visitó los navíos y prometió hacer mercedes   —191→   a todos, animándolos a que cada uno hiciese lo que debía, así al servicio de Nuestro Señor como de nuestro Rey.

Otro día salimos fuera de la isla y fuimos en busca del enemigo, que no sé si fue muy acertado, por tenernos cogido el luterano y ganado el barlovento, el cual en esta mar y en todas es la mayor parte de la victoria, y principalmente en esta nuestra costa; porque como los navíos no sean igualmente veleros, unos suben más, otros menos, que es unos son mejores de la bolina que otros, por lo cual no pueden ir en conserva como cuando navegan a popa, ni se pueden socorrer los unos a los otros tan prestos, y a veces es imposible socorrerse. Empero al Marqués pareciole no era posible el enemigo írsenos de las manos, y pretendió tenerle rendido antes que al paraje de Lima llegase. Nuestra Almiranta y el pataje donde iba el capitán García Gorvalán eran los mejores veleros, y por esta razón éramos los más delanteros. La orden que llevaba era ésta: que no nos desabrazásemos de la tierra de diez a doce leguas, y que a las noches fuésemos la vuelta de la mar, y de día viniésemos la vuelta de la tierra, que era lo cierto e conveniente. El Marqués tenía por momentos chasquis por tierra, con aviso dónde llegaba el enemigo. El armada seguía su derrota en busca dél. Sucede, pues, que llega el enemigo a la playa de Chincha, y luego fue d'ello avisado el Marqués, el cual despachó un barco de pescadores, con orden que no parase hasta hallar el armada, avisando al General dónde había llegado el cosario, y que dos o tres días se había detenido en aquella playa. Alonso Bueno venía   —192→   cumpliendo todo lo que había escripto. Sábado, pues, víspera de la Trinidad del año de 94, a la tarde, hallándonos un poco en alta mar, siete leguas más abajo de donde el enemigo estaba, llega el aviso del Marqués a la Capitana. El General disparó luego una pieza de artillería; llegáronselos dos navíos gruesos y patajes. No sé quién le aconsejó que mandase aquella noche le siguiesen, porque haría farol, y dio cuenta del aviso que tenía del Marqués; hízose su mandado, y en lugar de ir la vuelta de la mar, venimos la vuelta de tierra, con pocas velas y viento, y con unas olas muy hinchadas que daban muestra del mucho temporal que otro día habíamos de tener. Cuando amaneció y volvíamos la vuelta de la mar, porque nos hallábamos no cinco leguas de tierra, descubrimos al enemigo al barlovento de nuestra armada, a lo que decían los pilotos cuatro leguas más arriba, el cual, como nos descubrió, preguntó a Alonso Bueno ¿qué navíos eran aquellos? Respondiole: los grandes llevan mercaderías a Arica para Potosí; los pequeños son barcos que van por vino y trigo a los valles que dejamos atrás; pero viendo que íbamos la vuelta de la mar, y como en su seguimiento, él también dejó de venir a popa vía, y viró la vuelta de la mar a la bolina; el pataje donde iba el capitán Gorvalán hallose más a barlovento que ninguna otra de nuestras velas, y tiró tras él, y le ganó el barlovento; pero como era pataje, y sin gente ni artillería, no se atrevía a aferrar con el enemigo, y aunque aferrara era imposible nosotros favorecerle, digo la Almiranta, que se halló más a barlovento que las demás velas; tras nosotros,   —193→   y a sotavento, se seguía la nao del capitán Manrique, la Capitana se halló más metida en tierra y más a sotavento; visto al enemigo, y su lancha delante dél, luego le comenzaron a seguir, atesando las velas todo lo posible para alcanzarle y pelear con él conforme al orden que del Marqués se llevaba; mas fue Nuestro Señor servido que cargó tanto el viento, y con tanta furia, que la Capitana quebró el mástil mayor de gavia, y no pudiendo sufrir la fuerza del esgarrón arribó a popa al puerto; lo mismo hicieron los patajes. Es cierto que en mi vida ceñí espada, y que viendo al enemigo y cuán lejos estaba de nosotros, y el viento que tomaba más fuerza, que ni me alboroté, ni pareció habíamos de venir a las manos. Nuestra nao seguía al enemigo, y en pos de nosotros la del capitán Manrique, y atesando todo lo posible las bolinas, con la furia del viento rómpesenos el boliche de la vela mayor de gavia, que para tomarle y coserle se pasaron más de dos horas, y como sin vela mayor de gavia, ni a bolina ni a popa salga ni navegue mucho el navío, en este tiempo el navío del capitán Manrique nos cogió el barlovento, y delante de nosotros iba navegando, cuando con una ola muy muy grande da una cabezada el navío y hace pedazos la entena mayor, y no pudiendo navegar, y a nuestra vela de gavia estaba cosida, fácilmente le dejamos atrás, y nunca más le vimos hasta lunes otro día a las diez horas. La Almiranta, pues, sola iba siguiendo al luterano, y ganándole tierra, el cual bien creyó habíamos de pelear; echó la barca fuera, y alijó su navío limpiándole la cubierta; todo esto vimos, e ya que anocheció no   —194→   estábamos media legua dél, pero en anocheciendo, cerrándose la noche, aunque seguimos un poco de tiempo nuestra derrota, viéndonos solos amaináronse las velas y con pocas y bajas íbamos la vuelta de la mar; ya que amaneció, ni navío de amigo, ni de enemigo, víamos. La culpa que tan mal nos sucediese, y que un solo navío con una lancha se nos fuese no se ha de atribuir sino a la soberbia nuestra: por ventura nos parecía éramos poderosos contra toda Inglaterra. También la echamos al que dio el consejo que la víspera de la Trinidad, sábado, en la noche viniésemos la vuelta de tierra; porque es así cierto que, si se hace y guarda la orden del Marqués, y aunque no la diera se había de guardar, que de noche fuéramos la vuelta de la mar, de día a la de tierra, cuando volviéramos, el domingo de la Trinidad, sobre tierra, hallábamos al enemigo sobre ella y el armada a barlovento dél, y era imposible írsenos; a la mano se podía ir, porque se la teníamos ganada; pues había de abordar en tierra; eso queríamos, sino que debió imaginar quién dio el consejo que, como estábamos enmarados y no mucho, cuando llegó el aviso del Marqués donde estaba el enemigo, si el bordo de la mar lleváramos aquella noche, el enemigo pasara entre la tierra y nosotros, y por ventura, o no le viéramos a la mañana, o no le alcanzáramos, y otra excusa no hay; también es cierto que si el capitán inglés fuera hombre de conocimiento de mar, muy a su salvo pudiera cazar a popa contra la Almiranta, viéndola sola y sin quien la pudiera favorecer, y si esto hace, necesariamente habíamos de huir, porque no le habíamos   —195→   de esperar, con el lado descubierto a la bolina, para que en él asentara su artillería y nos echara a fondo. Nuestro navío era imposible poder disparar contra él, porque las escotillas del artillería estaban calafeteadas, y cuando no lo estuvieran, no nos podíamos aprovechar dellas, por el barlovento, por no estar muy altas, y no se poder hacer puntería; por el sotavento menos, por ir debajo del agua, sino qu'el enemigo, conociendo no le podíamos esperar, no quiso acometernos, y la mar andaba tan alta, que ni los de barlovento ni los de sotavento se podían aprovechar de pieza ni de arcabuz, y llegados a aferrar, mejores éramos que ellos.




ArribaAbajoCapítulo LIII

Vuélvese la armada al puerto


El Almirante, viéndose solo en alta mar, púsose mar al través para ver si algún navío de los nuestros parecía, y en particular el del capitán Manrique, el cual a hora de media día llegó donde estábamos, a quien el Almirante mandó no se desabrazase de nuestro navío, y habido consejo pareció se debía ir al puerto en busca del General para seguir su orden, y no le hallando en la mar, cuatro leguas antes de entrar en el puerto despachó el Almirante a un criado suyo con el maestre del navío, llamado Andrés Gómez, dándole relación de lo que pasaba, y no entraría en el puerto   —196→   hasta ver su mandamiento, porque no sabía del General; recebido este despacho, el Marqués le mandó se volviese al puerto, y dentro de tres días se aderezase y proveyese de todo lo necesario, y con título de General, con el navío del capitán Manrique, se partiese luego y siguiese al enemigo hasta Inglaterra, y la conducta de capitán general se la enviaría al puerto. Con este recado nos volvimos al puerto, a donde aún no había entrado la Capitana, no poco tristes, porque a seis velas se nos había el enemigo ido; la culpa ya dije fueron nuestros periodos y soberbia, y el que aconsejó aquella noche viniésemos el bordo de tierra; no la tiene el General, porque no sabe de bordos de mar ni de tierra, ni marear velas; sabe gobernar un ejército entero, sabe pelear y mandar pelear, y sabe acudir a la sangre ilustrísima de donde desciende. Porque pasó así; recebida por el Almirante la respuesta del Marqués, me enseñó la carta y le dice: Señor, esto no habrá efecto, porque el General no desembarcará en tierra hasta verse con el enemigo y traerlo rendido, o morir en la demanda, y cuando el Marqués le quitare el cargo, irá por soldado, porque a su ser y honra no le conviene otra cosa; y así fue, porque surto en el puerto y sabido lo que el Marqués proveía, no quiso salir del navío, sino fue un domingo a oír misa, y luego se volvió a embarcar, y finalmente, viendo el Marqués que el General no quería dejar de ir en busca del enemigo con el oficio, o como soldado, le mandó seguir al luterano tomando la nao Almiranta por capitana, y a la galizabra por Almiranta, en que se embarcase el Almirante. El cual pareciéndole se le hacía agravio,   —197→   porque la galizabra es navío pequeño, y apenas cabían en él sus hijos, que llevaba dos mancebos de buenas esperanzas y pensamientos, como lo mostraron visto el enemigo, ni sus criados, pidió le diesen la Capitana en que meterse, la cual a su costa aderezaría, pues el daño no era tanto ni de tantos días, donde serviría como lo había hecho, y habría lugar para su casa y criados y los demás hijosdalgo y caballeros que se le habían allegado, en esto se pasaron algunos días, pocos, y no concediéndosele lo que pedía, pareció no satisfacía a su honra, y se le agraviaba (y si era agravio o no, no es de mío juzgarlo), se quedó y con él los caballeros y hijosdalgo que a su mesa sustentaba muy cumplidamente, y los religiosos que con él íbamos también nos quedamos.




ArribaAbajoCapítulo LIV

El Marqués despacha segunda vez en seguimiento del enemigo


Excusándose don Alonso de Carvajal porque no le daban, o su navío, o la Capitana, como habemos dicho, el Marqués nombró por almirante a Lorenzo de Heredia, hijodalgo, nacido en la cibdad de Huánuco, hombre de brío y buenas partes, dándole la galizabra, y en ella por capitán al mismo que la ha traído y nombramos arriba, gran enemigo de ingleses, sin temor alguno dellos, por haberse visto muchas veces en la mar del Norte y   —198→   peleado con ellos, y haber hecho muchas y muy buenas suertes, que a esta sazón ya tenía dado a la galizabra y tomádole el agua, donde se metieron los soldados necesarios; el General, con la brevedad posible, con solos dos navíos muy bien aderezados y con soldados pagados; de los demás caballeros hijosdalgo que la primera vez a su costa fueron, pocos o ningunos admitió; partió del puerto del Callao, y llegando a la playa de Trujillo halla allí al piloto Alonso Bueno, que unos dicen el enemigo la echó en tierra, otros que de noche se lanzó a la mar, y nadando se escapó; recibiolo el General en la Capitana, y fuese con él; llegó al cabo de San Francisco, o un poco más abajo, antes que el enemigo atravesase para Tierra Firme; descubriéndolo la galizabra aferró con él, y la Capitana, queriendo darla favor, aferró también con la galizabra y la nao enemiga; peleó valientemente con los enemigos, de los cuales murieron más que los nuestros, y desaferrándose pelearon hasta que la noche los despartió, a cañonazos; los ingleses se espantaban viendo cuán buen artillería era la nuestra, porque les pasaban de claro en claro el navío.

Otro día de mañana tornan los nuestros a ver al enemigo (que fue necio, conociendo la ventaja de nuestra parte, aquella noche no mudar derrota y escaparse); torna la galizabra aferrar con él y a pelear, pero desaferrándose la nao enemiga dispara una pieza de artillería y da con el mástil mayor de nuestra galizabra en el agua; luego tocolo un clarín como cantando victoria; mas nuestro capitán Leiva de Lizárraga no por eso desmayó, y llegándosele   —199→   el General le dijo se recogiese a un puerto allí cercano, para se reparar; respondió no tenía necesidad, porque con medio mástil seguiría al enemigo, y le rendiría, y replicándole el General que con qué velas, dijo: de las orejas mías haré velas para seguirle; llegó la noche y despartiéronse; otro día de mañana tornan a ver al enemigo, al cual ya faltaba la gente, porque viendo los nuestros que las velas aquella noche no las habían renovado ni cosido, que estaban hechas arneros de las balas de nuestra artillería, conocieron que ya no tenía gente y le habían muerto mucha, con esto vanse nuestros navíos para el enemigo, y quiso Dios que disparando la galizabra una pieza da en la triza de la vela mayor y échala en el suelo; de la Capitana se dispara otra, que se llevó tres o cuatro soldados, apercebidos para en aferrando ponerse fuego y quemarse a ellos y a los nuestros. Entonces el cosario inglés levantó una banderilla en que confesó rendirse; entraron los nuestros dentro, saquearon lo que pudieron y alegres con la victoria, preso y rendido el enemigo, fuese a Tierra Firme al puerto de Panamá, a donde rehízo las quiebras de los navíos. Subcedió esta victoria día de Nuestra Señora de la Visitación, 2 de Julio del año de 94, como dijimos; luego despachó el General un caballero de los criados del Marqués con la tutela de la victoria; llegó a Los Reyes en breve, porque saltando en tierra, y caminando de día y de noche, mudando caballos, fue en menos de 25 días, a las 10 de la noche. El Marqués a aquella hora avisó a la iglesia mayor y monasterios repicasen las campanas, y saliendo de su casa, acompañado   —200→   de toda la cibdad, a caballo, anduvo las estaciones por los monasterios dando gracias a Nuestro Señor por la victoria, y tan a poca costa de los nuestros.

Todo lo referido vi en una carta quel padre presentado fray Tomás de Heredia me escribió, sacada de otra que su hermano el almirante Lorenzo de Heredia le escribió de Tierra Firme.

Gobernó el Marqués seis años estos reinos, sin que le subcediese cosa mal en que pusiese las manos, enviando cada año mucha plata a Su Majestad más que ningún Virrey antecesor suyo, porque sacó mucha de la composición de las tierras y heredades que los españoles poseían, para que se les quedasen fijas y perpetuas, sin que dende en adelante hobiese pleito sobre ellas; vendió otras muchas que estaban yermas por no haber herederos algunos, particularmente en los Llanos. La cibdad de Los Reyes estuvo abundantísima de pan y demás mantenimientos, y las cosas todas puestas en mucho orden y concierto, sin que en todos estos seis años sucediese en el reino disparate digno de memoria, si no fue el de Quito, que largamente habemos referido. A su importunación Su Majestad le hizo merced mandarle ir a su marquesado, porque estando acá le heredó, dejando en el gobierno deste reino al Visorrey don Luis de Velasco, caballero del hábito de Santiago, que gobernaba los reinos de México, el cual agora con mucha rectitud y cristiandad nos gobierna.



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ArribaAbajoCapítulo LV

De la jornada y descubrimiento que hizo el adelantado Álvaro de Amendaña


Aunque arriba brevemente tractamos del descubrimiento primero que hizo Álvaro de Mendaña, gobernando los reinos del Perú el licenciado Castro, y el segundo de que agora tractaremos, gobernando don García de Mendoza, Marqués de Cañete; después hube a mis manos una relación larga de lo subcedido en este segundo viaje, la cual abreviaré todo lo posible. Dos años, poco más o menos, antes que don García de Mendoza, Marqués de Cañete, acabase de gobernar, despachó por orden de Su Majestad del Rey Filipo Segundo, que goza del cielo (aunque contra su voluntad) a Álvaro de Mendaña con dos navíos grandes y una galeota y fragata, a que volviese a descubrir e poblar las islas que antes había descubierto, que llamaron de Salomón, y a una muy grande que pusieron por nombre Guadalcanal. Llevaba el Adelantado por almirante a Lope de la Vega, y por capitán de la gente que se hizo en Lima a don Lorenzo, su cuñado, y por maestre de campo a Merino. Llevaba consigo casi 600 personas, soldados marineros, hombres casados y gente de servicio; muchos bastimentos, piezas de artillería y municiones bastantes; todos se embarcaron en el puerto de Zaña, y porque allí no hubo cómodo para hacer   —202→   aguada, bajaron a Paita, donde la hicieron, y hecha, siguieron su derrota procurando ponerse en el altura del Callao en doce grados desta parte acá de la línea y polo Antártico, y dentro de 38 días que partieron de Paita, antes que anocheciese descubrieron una isla, al parecer quince leguas de donde se hallaron. Fue grande el alegría que todos recibieron, y al amanecer se hallaron como cinco leguas della, y la mar cubierta de canoas pequeñas y mayores de que se aprovechan los indios33; llegáronse cerca dellos, que hacían mucha algazara y muestras de espanto, los cuales, llegándose a los navíos, y particularmente a la galeota, entraron muchos tan crecidos y dispuestos, aunque desnudos, que les parecían gigantes; pretendieron tomar la galeota, mas los soldados que iban dentro fácilmente los rebatieron y echaron fuera; también quisieron entrar en los navíos grandes, y se los consintió en la Capitana; entraron admirados de ver gente vestida y en navíos tan grandes; subcedió allí que uno destos naturales tomó un perrillo de falda en las manos, y luego como que jugaba con él se lanzó a la mar, zabulléndose debajo del agua, y salió más de dos tiros de arcabuz adelante con el perrillo en la mano, y se embarcó en una canoa de las suyas; desde allí este indio, con otros muchos en sus canoas, hacían señas a los nuestros que fuesen a ellos, enseñándoles como con la mano otras islas, por donde, se entendió que no eran todos de la que solamente hasta entonces se había descubierto; empero, como la intención del Adelantado   —203→   fuese ver aquella isla y tomar puerto en ella, declinó el piloto sobre ella y descubrió una playa, al parecer deleitosa, poblada de muchas casas, y cerca dellas gran cantidad de platanales, palmas y otros árboles fructales. En esta playa se descubrió una ensenada con ríos y muchas casas y mayor concurso de gente que se ponían a defender el puerto, el cual no se tomó por ser el viento contrario, y visto no se podía tomar, el Adelantado mandó disparar una pieza de artillería y arcabucería, que oído el trueno no paró natural en la mar ni en la costa, y como no se pudo surgir en este puerto prosiguieron adelante en demanda de otras tres islas que a diez o doce leguas se descubrían, una dellas mayor que las otras. Otro día al amanecer se hallaron como dos leguas cerca della, de donde salieron muchas canoas con muchos indios también desnudos, y entre ellas una muy grande, encima de la cual estaba armada una barbacoa en la cual cabían setenta hombres, sin los que iban remando por banda, y así como los pasados se admiraban de ver gente nueva, lo mismo harían éstos; usan arco y flecha de palma, y macanas y piedras, que tiran con tanta fuerza que doquiera que alcanzan no es necesario otro golpe; los navíos se fueron llegando para ver si se hallaba puerto; en unas ensenadas que se descubrían en esta isla había tres cordilleras muy alegres a la vista, muy verdes, y también se descubrían sábanas apacibles; no se pudo tomar puerto, y los navíos desembocaron por un estrecho que se hacía entre esta isla y otra, en lo más angosto de media legua, la una y otra playa muy poblada de caserías y gente desnuda, los cabellos,   —204→   en hombres y mujeres, tan largos que les llegaban a los pies.

Pasado este estrecho, que no tenía de largo legua y media, se determinó tomar puerto en la isla de mano izquierda, que parecía la mayor; los soldados bien apercebidos para lo que se ofreciese, echose a la mar un batel y en él 25 soldados, y la galeota y fragata los fuesen haciendo espaldas para descubrir algún puerto conveniente; salió el maestre de campo... 34 Merino con ellos, a los cuales cercaron muchas de aquellas canoas, llegándose tan cerca que parecía les querían coger a manos, mas con los arcabuces los hicieron desviar, que no paró canoa ni indio delante; desta suerte prosiguieron hasta llegar a tierra, y saltaron los soldados en ella sin haber quien les estorbase el paso, y llegaron a ponerse debajo de un árbol muy grande que parecía a los que en el Perú llaman ceibas; los naturales que se habían acogido al monte, como en número de diez en diez salían dando unas carrerillas, y luego se sentaban, no se atreviendo a llegar a los nuestros; uno destos gigantes se mostró más atrevido y llegó más cerca, lo cual visto por el maestre de campo se fue sólo para él con su espada y daga en la cinta, y llegando el indio tomó de la mano al maestre de campo y lo abrazó en señal de mucha amistad y trayéndolo consigo el maestre de campo donde estaban dos soldados le hicieron muchas caricias y regalos, lo cual visto por los demás se llegaron a los nuestros, aunque con algún temor; mandó el maestre de campo   —205→   se hiciese ningún agravio. Algunos traían plátanos, cocos, palmitos y otras raíces no conocidas, con que se sustentan; muestra de oro ni plata no se halló. La dispusición de los miembros es proporcionada, más colorados que blancos; las mujeres también son desnudas, y algunas traen cubiertas sus vergüenzas con hojas de plátanos o cortezas de árboles, no tan dispuestas como los varones.

Porque aquí en esta playa no había puerto seguro para los navíos, se determinó que en la fragata se volviesen 16 soldados, y en el batel en que se salió a tierra se quedó el maese de campo con seis soldados y cuatro marineros, los cuales fueron costeando esta isla, y pasado como espacio de una hora descubrieron una ensenada y puerto muy seguro, con dos ríos y pueblo formado con cantidad de gente, y muchos árboles fructales, limpio y de mucho fondo; saltaron en tierra el maese de campo y los soldados, y los marineros volvieron a dar aviso al Adelantado, del puerto y seguridad dél, con lo cual todos recibieron mucho contento; partido el batel, los naturales de la isla se llegaron a los pocos soldados que habían quedado, tocándoles las manos (por ventura para ver si eran de otro metal que las suyas), con no poco temor los nuestros por ser tan pocos. Empero, para atemorizarlos, el maese de campo mandó a un soldado, bonísimo arcabucero, llamado Andrés Días, tirase a un pajarito que revoleaba en un árbol, el cual lo hizo y derribó, y los naturales, con gran admiración, lo tomaron en sus manos espantados del caso. Aquí los naturales determinaron matarlos, desenlazando los cabellos de la cabeza, que es señal entre   —206→   ellos de acometer. Los nuestros, viéndolos de mal talante, se fueron recogiendo a una ramada, juncto a la playa a manera de tarazana, donde labraban los naturales una canoa muy grande, donde tuviesen las espaldas seguras, primero disparándoles los arcabuces, que hizo los naturales huir, y los nuestros sin peligro ninguno se recogieron y hicieron fuertes; era ya tarde, y los nuestros, temerosos no les cogiese la noche en aquel puesto, por tener muy pocas municiones, fue Dios servido vieran entrar en el puerto la nao Capitana disparando el artillería, lo cual visto por los naturales se fueron todos al monte; luego llegaron los demás navíos, dando gracias a Nuestro Señor que les aparejó tan buen puerto. Amanecido, el Adelantado mandó hacer al aguada y que saliesen los que quisiesen a tierra, los cuales todos casi salieron, y los sacerdotes, y se dijo misa, la cual todos oyeron con mucha devoción, y viendo los naturales no se les hacía mal ninguno se llegaban a los nuestros. Entre otras fructas se halló una en árboles grandes, tan grande como una naranja, muy verde en la corteza; cómese lo que está dentro della asada, blanca como manteca, y aunque había muchos árboles destos y con mucha fructa, en pocos días no se hallaba una. Demás desto se hallaron en esta isla muchos plátanos, cocos, palmitos, cañas dulces y otras35 fructas no conocidas de los nuestros; puercos de monte, el ombligo en el estómago, tortugas y gallinas; al fin de tres o cuatro días, los naturales les dieron un arma para echarlos   —207→   de su tierra, y el mismo día, sosegado este alboroto, se vieron venir por una puncta diez o doce canoas cargadas de gente caminando hacia la Capitana, y el Adelantado, temiéndose de alguna desgracia o tracto doble de los naturales, mandó a los soldados estuviesen a puncto con sus arcabuces, y al artillero cargase dos o tres pedreros, y llegando a tiro, el Adelantado mandó disparar uno dellos, que, dando en las canoas, hizo mucho daño, y los que quedaron heridos y vivos se volvieron huyendo por donde habían venido. A esta sazón el batel que venía con agua los siguió y trujo las canoas a la Capitana, con plátanos, cocos y otras fructas. Visto esto por los naturales, huían de los nuestros36.




ArribaAbajoCapítulo LVI

[De cómo los nuestros llegaron a una isla poblada de negros y de las referencias que con estos hubo]37


Hecho esto, con toda la seguridad del mundo se hizo la aguada y leña, y pasados quince días después de llegados, los nuestros desampararon la isla y puerto. Salieron en demanda de las islas que en el primer viaje descubrió el Adelantado. Otro día siguiente se descubrieron unas islas bajas de muchos arrecifes, y detrás dellas tierras altas,   —208→   con lo cual se alegró el Adelantado, diciendo ser aquéllas las que buscaban; mandó al piloto arribase sobre ellas; por el mucho viento contrario, con mucho descontento de todos, prosiguieron adelante, consolándoles el Adelantado y certificándoles que poco más adelante descubrirían muchas más islas, porque de cinco grados a quince eran sin número. No fue cuerdo el Adelantado en desamparar lo que Nuestro Señor le había dado, porque de allí se pudiera descubrir lo demás. En breves horas perdieron de vista estas islas y navegó muchos días sin ver tierra, mas vían gran cantidad de pájaros de la mar; desafuciado de verla, navegando de diez a once y a doce grados se descubrió un farelloncillo redondo, no de media legua, con algunos arbolillos, despoblado, blanco con el estiércol de los pájaros; pensose se hallaría alguna isla cerca, mas salioles al revés su pensamiento, porque desde que desampararon las islas, en dos meses, poco menos, no encontraron con tierra, por lo cual toda la gente iba muy desgustada, perdidas las esperanzas de hallar otra ocasión como la pasada, faltos de mantenimientos y de agua, aunque Nuestro Señor proveyó de algunos aguaceros con que recogieron alguna. Pasados estos aguaceros hubo unas nieblas muy grandes y oscuras, por ocho o diez días; al fin dellos se descubrió tierra; salieron todos a verla como si vieran su salvación: era una isla muy larga, y a la una parte della se descubrió un volcán que de rato en rato lanzaba mucho fuego; cuando llegaron a este paraje faltó la nao Almiranta, y preguntando a la galeota y fragata por ella, respondieron no la haber   —209→   visto después que la noche antes la vieron a sotavento de la Capitana, de la cual respuesta se entendió haber arribado a otras islas que en aquel rumbo se descubrían. La Capitana y fragata y galeota se arrimaron a tierra y descubrieron una ensenada grande de más de diez leguas, en cuyo medio estaba el volcán arriba dicho, y con buen viento entraron en ella, en la cual se descubrían grandes poblazones. El Adelantado mandó se arrimasen los navíos a tierra para tomar puerto antes que anocheciese; finalmente, entraron muy adentro de la ensenada y surgieron en 40 brazas, con gran admiración de los naturales y contento del Adelantado y demás soldados, aunque no parecer el Almiranta les ponía no poco temor no se hobiese perdido. Luego otro día de mañana el Adelantado mandó al capitán y piloto de la fragata fuese en busca della, y si dentro de cuatro días no la hallase se volviese; esperábase hobiese arribado a alguna de aquellas islas que de allí se parecían. Este mismo día acudieron a la Capitana muchos de los naturales, que todos son negros atezados, y otros como membrillos cochos, de cabellos largos, con sus armas, arcos y flechas; muchos destos eran potrosos y con encordios y llenos de sarna; entre ellos venía un negro que parecía ser rey, por el respecto que le tenían; el cual así como entró en el navío, lo primero que dijo fue capitán, capitán: que admiró mucho, por oír nombre español en tierra tan remota. El Adelantado mandó que todos delante dél estuviesen destocados, para que aquellos bárbaros entendiesen era el General de todos. Este negro se llegó al Adelantado, diciendo: capitán,   —210→   capitán, muchas veces; Malope capitán, y dándose en los pechos; por donde se entendió pedía al Adelantado, su nombre para trocar el suyo; porque como le respondió Mendaña, el negro hizo serías qu'el se llamaba Mendaña y el Adelantado Malope. Hiciéronles buen tratamiento, dándoles algunos juguetes y cosas de comer, las cuales por ninguna vía gustaron por más que fueron importunados. Pidieron por señas fuese alguno de los soldados con ellos a tierra, y ofreciéndose a ello uno demás de 50 años, a quien el Adelantado dio licencia, quedando dos negros en rehenes, aquella misma tarde le volvieron al navío, porque no se atrevió a hacer noche con aquellos naturales; preguntósele qué le había parecido de la tierra: no supo dar razón de cosa alguna, porque apenas hubo saltado en ella cuando pidió le volviesen al navío. Dentro de dos días volvió la fragata no trayendo nueva alguna de la Almiranta, diciendo había descubierto unas islas bajas y con ellas un bajío muy grande, por el mismo rumbo que había llevado la Almiranta; por lo que luego se entendió era perdida, porque nunca más pareció. Fue mucho el sentimiento que en todos se hizo, por ir en ella casi la mitad de la gente. El Adelantado determinó saltar en tierra y aguardar por ventura arribaría si no fuese perdida. Luego se echó el batel a la mar a traer aguay lejía; entraron por un río arriba poco trecho, de donde desde el mismo batel se tomaba el agua dulce, la cual tomando salieron del monte muchos de aquellos negros disparando sus flechas con mucha algazara; los nuestros se retiraron, dos soldados mal heridos; el uno de muerte; el otro quedó tuerto   —211→   de un flechazo, por lo cual juró el maestre de campo que se lo habían de pagar con las septenas, y luego se determinó que aquella noche saltasen en tierra algunos soldados bien apercebidos y diesen al amanecer sobre un pueblo que desde allí se vía cerca, entre árboles, de que toda la tierra es muy poblada; hízose así, y siguiendo el maestre de campo por una senda lodosa, una cuesta arriba y como media legua de camino, se descubrió una centinela; un soldado pidió licencia al maestre de campo para derribarle, y alcanzada dio con él en el suelo, lo cual hecho entraron todos de tropel, que serían treinta soldados, por las casas, que parecían estar vacías de gente, porque la habitación destos negros es entre suelos, cubierto el suelo con hojas de palma, y allí duermen y hacen su habitación; las casas son redondas, y por todas partes descubiertas; un soldado mirando para arriba metió una espada por el entresuelo, y los que en él estaban se alborotaron y hicieron mucho ruido, y el soldado dio voces diciendo se advirtiese había mucha gente; visto esto, el maestre de campo repartió por las casas cercanas los soldados para que se pudiesen socorrer los unos a los otros; de aquel buhío, donde se descubrió la gente de los entresuelos, por el agujero que hizo la espada del soldado se disparó una flecha y hirió a un soldado en un ojo, que no parecía sino un rasguño pequeño; empero murió dentro de 24 horas; por donde se entiende la puncta de la flecha traía yerba. El maese de campo, enojado, mandó poner fuego a los buhíos, porque no se quisieron dar a paz, y los que salían huyendo del fuego peleaban defendiendo sus vidas valientemente. A las voces   —212→   acudieron otros naturales con sus armas y piedras arrojadizas; más de dos horas pelearon con los nuestros, y viendo el maese de campo que se defendían mandó a los soldados que de tropel los acometiesen, lo cual apenas hecho los naturales se desgalgaron por aquellas cuestas abajo, dejando sus casas, en las cuales había poco más que nada; sacáronse cantidad de plátanos verdes, cocos, palmitos y doce puercos de monte que los perros que llevaban los soldados cogieron. Con esta rica presa se volvieron a la playa, donde hallaron algunos soldados y otra gente menuda que había desembarcado, así para socorrer si fuese necesario como para espaciarse. El maese de campo mandó hiciesen señas a la Capitana para que les enviase el batel y fuesen a dar cuenta de lo subcedido, la comida que se trujo se repartió entre soldados, marineros y demás gente. Aquí se determinó se fuese a buscar puerto más apacible, porque dentro de la ensenada se descubrían playas y tierras y muchas poblazones, y la costa llena de naturales lo cual se hizo yendo el Adelantado en la galeota, y el maese de campo; iban tan cerca de tierra que los naturales se querían entrar en la fragata, metiéndose en la mar hasta la cintura. Sondose el puerto, hallose limpio; dejose una boya en lugar conveniente para que allí surgiese la Capitana, a quien se avisó y surgió donde había quedado la boya, teniendo muy cerca de allí un río caudaloso. Surta la nao Capitana y volviendo a ella el Adelantado y maese de campo se entró en acuerdo lo que se debía hacer, y salió acordado se saltase en tierra para ver lo que prometía de sí, y si fuese tal, poblar en ella. Los   —213→   negros se metían en la mar casi hasta perder pie, de donde arrojaban las flechas hasta los navíos. El Adelantado, viendo este atrevimiento, mandó saliesen algunos soldados con sus arcabuces para que los espantasen, y por capitán don Lorenzo su cuñado, el cual saltando en tierra y los negros huyendo, fue siguiendo el alcance, excediendo de lo que se le había mandado; lo cual visto, el maese de campo llegándose a bordo la fragata y galeota saltó en ella con gente para ir a socorrer al capitán don Lorenzo, temiendo los naturales no le tuviesen armada alguna emboscada; saltó en tierra y fue a alcanzar al capitán don Lorenzo una legua de camino, junto a un río, adonde le reprehendió ásperamente, el cual no respondió palabra, y todos tuvieron temor que de aquella reprehensión subcediese alguna cosa en daño de todos, como después subcedió, y pareciendo al maese de campo ser muy bueno el puerto para fundar pueblo, avisó dello al Adelantado, a quien le pareció bien, porque de allí se podría tornar a buscar la Almiranta; desembarcose la gente y el Adelantado señaló los solares para hacer las casas, entretanto haciendo cada uno su ranchillo donde albergarse.




ArribaAbajoCapítulo LVII

[De la muerte que el Adelantado Mendaña hizo dar al Maese de campo]


Viendo los naturales que los españoles poblaban, al momento dejaban sus casas y lo poco que   —214→   en ellas había. Visto por los nuestros, con mucha priesa fueron a ellas, pensando hallar algo de cobdicia, y no hallaron sino unos pocos de cocos con que beben, y algunas esportillas de palma con unas raíces a forma de biscocho, que es su principal sustento; empero para los españoles es como ponzoña, porque en metiéndolas en la boca se cubría de ampollas, con una aspereza grande y desabrimiento, aunque la falta de comida general las hacía sabrosas; en todas las casas no se halló memoria de oro ni plata; sólo se aprovecharon para la nueva poblazón de la madera; entre las casas destos naturales había algunas grandes que parecían ser sus adoratorios; había pintadas algunas figuras de demonios, y lo que les ofrecían colgaban juncto a ellas: cocos, palmitos, plátanos y otras cosas de comida. Al fin hízose el pueblo y cerrose de palizada para defenderse de los naturales, que por momentos los apretaban, hasta que se trujeron tres o cuatro piezas de artillería, con las cuales fácilmente los desperdigaban; en todo este tiempo el Adelantado se estaba en la Capitana sin salir a tierra, sino de cuando en cuando a dar orden en lo que más convenía.

Los naturales, con todo eso, algunas veces inquietaban; otras traían cañas dulces y frutas de la tierra.

En este pueblo, por ser la tierra muy cálida y húmida, comenzaron a enfermar los españoles, que apenas enfermaba alguno que sanase; pero la mayor enfermedad fue la discordia que se encendió entre el Adelantado y maese de campo, queriendo defender con palabras a un soldado quel   —215→   Adelantado tractaba mal. Las palabras fueron decir que les bastaba a los pobres soldados sus trabajos, sin malos tractamientos, y que el maese de campo en todas ocasiones había vuelto por el Adelantado.

Dende a cuatro o cinco días el Adelantado salió a tierra con algunos marineros y pilotos, habiendo tractado con ellos de matar al maese de campo, y llegando a tierra se fue derecho a la casa del maese de campo con Juan Antonio y el capitán Juan Felipe, ambos corsos, y hallando al maese de campo que acababa de almorzar le dijo le quería hablar dos palabras; salió el maese de campo con el Adelantado, y llegaron a la playa, a donde razonando los dos, a cierta seña Juan Antonio llegó y con una daga le dio una puñalada en los pechos, y queriendo meter mano a su espada llegó el capitán Juan Felipe y con un alfanje le cortó a cercén el brazo de la espada, y allí murió hecho pedazos. A las voces que dio una mujer que mataban al maese de campo, salió Tomás de Ampuero, diciendo: ¡Traidores! ¿a mi camarada? Un cuñado del Adelantado, con cinco o seis marineros dieron sobre él y a estocadas le mataron, lo cual hecho se alzó el estandarte Real, diciendo ¡viva el Rey y mueran traidores! Tomose motivo fuera de lo dicho, para estas muertes y otras, quel maese de campo preguntó a un piloto, llamado Jordán, que para volver al Perú ¿qué derrota se podría tomar? Llegó esto a oído del Adelantado y que Tomás de Ampuero había incitado a 40 ó 50 soldados hiciesen una petición para el Adelantado, pidiendo les cumpliese la palabra que les dio en el Perú de los   —216→   llevar a la tierra que había primero descubierto. Aquel mismo día, a las cinco de la tarde, llegó el alférez Buitrago, del maese de campo, que había ido con veinte soldados a buscar de comer; llegados, el Adelantado, que los esperaba, como llegaban los desarmaba y mandaba poner en el cepo, y al pobre alférez Buitrago mandó echar unos grillos y llevar a la puncta del río donde estaba el padre Serpa, y mandó le confesase; el cual hincado de rodillas, porque dijo: ¿Qué he hecho yo que me quieren quitar la vida? Llegó el sargento mayor, portugués, con un negro, un alfanje en la mano, y dijo: Dale; el cual negro le dio tal golpe en la cabeza que le derribó muerto a los pies del confesor, dejándole ensangrentada la sotana. La mujer del alférez, que oyó una gran voz de su marido, saliendo y viendo lo que pasaba, pedía justicia a Dios; mandáronle callar, so pena que se haría otro tanto con ella.




ArribaAbajoCapítulo LVIII

[Donde se dice el fin que tuvieron Malope y el adelantado Mendaña]


Los soldados que fueron con el alférez Buitrago a buscar la comida susodicha, porque no la hallaron a donde pensaban, que era en las casas de Malope, el que trocó el nombre con el Adelantado, diciéndoles que en otro pueblo, a vista de donde estaban, la hallarían, partieron para allá, y llegando   —217→   a un paso estrecho salieron a ellos muchos negros, flechándolos, y ellos se retiraron con buen orden, sacando los enemigos a lo llano, donde con los arcabuces hirieron y mataron muchos; los demás huyeron y los nuestros entraron en el pueblo, donde hallaron muy poca comida, y volviendo al pueblo donde dejaron a Malope, creyendo había sido lo subcedido traza suya, le mataron y los demás cuatro o cinco que con él estaban, lo cual sabido por el Adelantado le pesó mucho de la muerte de Malope. Al cabo de cinco o seis días dio al Adelantado una calentura acompañada de gravísima tristeza, de la cual murió dentro de siete o ocho días; murió también el padre Serpa, espantado de la muerte del alférez Buitrago, dentro de tres días que subcedió, recebidos los sanctos Sacramentos, con muchas muestras de gran cristiano. Sintiose mucho su muerte, porque ya no quedaba más que otro sacerdote, que era vicario.




ArribaAbajoCapítulo LIX

[De cómo los nuestros llegaron a las islas Filipinas y luego volvieron al Perú]


Muerto el Adelantado, quedó en su lugar por capitán don Lorenzo y doña Isabel Barreto, mujer del Adelantado, a quien se obedecía en todo. En el pueblo crecían las enfermedades y muertes, falta de comidas y abundancia de armas que los negros daban, hiriendo a los nuestros; lo cual visto   —218→   por don Lorenzo salió a castigarlos con poca gente, doce o catorce soldados, que los demás estaban enfermos. Salió a los pueblos comarcanos, y los negros salieron a ellos y a don Lorenzo dieron un flechazo y a otros tres o cuatro, y así se volvió al pueblo.

La herida fue en una pierna, tan subtil y pequeña como si le picaran con un alfiler; empero el dolor le fatigaba mucho, porque la flecha era de yerba. Al fin, visto que se iban consumiendo, con parecer de todos fue acordado dejar aquella mala tierra y buscar otra más cercana de cristianos. Tomado parecer de los pilotos, dijeron la más cercana ser la China; empero, que no tenían los navíos aparejos para ir allá. En este mismo tiempo se determinó enviar la galeota a buscar el Almiranta, y que si no la hallase dentro de cuatro días, se volviese. Partió la galeota y al parecer a quince leguas de la bahía hallaron cuatro o cinco islas bajas, todas llenas de platanales y palmas muy grandes, y algunos buhíos en que los negros tenían sus mujeres y hijos recogidos; llegose la fragata a tierra y saltó la gente toda en ella; los negros, mostrando amistad, salieron con alguna comida y un tiburón asado en barbacoa; un soldado, entrando en un buhío, halló que en él había mucha gente escondida, mujeres y niños; avisó al capitán, el cual pretendió hacer presa en ellos; empero los negros, defendían sus hijos e mujeres, pero no pudieron tanto que no les tomasen diez o doce muchachos y muchachas, con los cuales volvieron al puerto, no poco tristes por no hallar rastro de la Almiranta dentro del tiempo señalado; llegados   —219→   a tierra, preguntando por la salud de los enfermos, supieron que muchos eran ya muertos y don Lorenzo estaba expirando del flechazo, del cual murió; antes que muriese pidió confesión; trújosele al vicario, que se había recogido a la Capitana por miedo de la muerte, más allí le salteó y así enfermo en una silla le trujeron para que confesase a don Lorenzo, a quien confesándose le dio un parasismo y otro al vicario, al cual sin habla llevaron a una casa donde se le hicieron algunos regalos conque volvió en sí; empero el capitán dio aquella tarde el ánima a Dios, el cual sepultado se dio orden que los pocos que quedaron vivos se embarcasen y fuesen en busca de las Filipinas, porque entierra no se podían defender de los naturales; estuvieron siete días embarcados, tomando agua y leña y los más plátanos y cocos que pudieron coger, y con este matalotaje y desgraciado subceso, por no haber en las primeras islas que descubrieron, se hicieron a la vela en la Capitana, fragata y galeota, y dentro de pocos días llegaron a las Filipinas, de donde algunos volvieron al Perú, de quien supe lo referido. Lo más que les subcedió no es de mi intento tractarlo.




ArribaAbajoCapítulo LX

Sola una desgracia le subcedió al Marqués


Había sido el Marqués uno de los caballeros dichosos de nuestras edades, si todos estos buenos   —220→   subcesos no se le aguaran con la muerte de la ilustrísima y cristianísima marquesa, que dejó enterrada en Cartagena, lo cual en estos reinos dolió mucho; empero, llevola Nuestro Señor a gozar del cielo, donde tiene otro mejor y más perpetuo marquesado, y al Marqués con próspero viaje a España, sin borrasca, ni tormenta, ni cosa que les diese pena, la flota llena de plata, así de Su Majestad como suya y de particulares, donde Su Majestad le recibió muy alegremente haciéndole mucha merced, y le hará más, por sus méritos y partes y virtudes tan excelentes, cuantas en nuestros tiempos junctas no se hallan en un supuesto, ni en los pasados en muchos. Tiene bonísimo y galano entendimiento, como quien nació para mandar y gobernar. Con señores, es señor; con caballeros, es caballero; con capitanes, es capitán; con soldados, es soldado, y, finalmente, con todos estados se sabe acomodar muy bien; amigo de hacer bien a todos, y en particular de casar huérfanas; dio renta e hizo merced en nombre de Su Majestad al hospital de San Andrés, de los españoles, a quien dejamos dicho, su padre, de buena memoria, dio mucha limosna de su hacienda. Esto en breve, que es más recopilación38 de historia que historia, habemos dicho, dejando a los que son dotados de más facundia y mejor estilo que el nuestro para que sus libros se enriquezcan con las obras heroicas del Marqués, y esperamos que Su Majestad le hace mercedes muy copiosas39.



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ArribaAbajoCapítulo LXI

Del ilustrísimo Arzobispo de México


Dentro de breve tiempo qu'el Marqués de Cañete entró en la cibdad de Los Reyes, vino a ella por orden de Su Majestad el ilustrísimo Arzobispo de México, a la sazón en la misma cibdad Inquisidor, el licenciado don... 40de Bonilla, varón integérrimo en todo género de virtud, y no de pequeña penitencia y oración, como su vida y ejemplo son bastantísimos testigos; de bonísimo y claro entendimiento, y de prudencia admirable; amado grandemente de todo el reino por su mucha virtud, y temido por la mucha rectitud que en su vida se conoce; amigo y favorecedor de los que administran justicia, y de los que son en contrario, que conciernan a su tribunal, con gran cordura castigador. Proveyole Su Majestad, siendo fiscal de la Inquisición en México, conociendo todas estas partes y calidades suyas, para que visitase la Real Audiencia desta ciudad de Los Reyes y para que tomase cuenta a los oficiales reales, a quien había muchos años ni se visitaban ni tomaban cuentas, y asimismo a otros muchos, como al cabildo de la ciudad y escribanos; a quien Su Majestad, muy servido de lo que ha hecho y hace, le hizo merced de la Silla metropolitana de México, con esperanzas   —222→   que a mayor dignidad le ha de sublimar. Ha hecho y hace su oficio con tanta rectitud y cristiandad cuanta se esperaba; ha condenado y privado a algunas personas, y ha sacado a luz muchas cosas tocantes a la Hacienda Real que estaban solapadas, y aunque a algunos les parece va muy despacio y desean verle fuera destos reinos, son hombres interesados y culpados en cosas que le están encomendadas; los demás no le querrían ver fuera del reino. Luego que Su Majestad le hizo merced del arzobispado, no quiso gozar más del salario de Visitador, contentándose con la renta del arzobispado, porque no es persona que tracta de riquezas temporales, sino de las eternas y del cielo. Este capítulo en breve me pareció engerir aquí como cosa importante y que pertenecía tractar della, por haber venido el Ilustrísimo de México en estos tiempos a este reino con oficio en el cual ha servido mucho, mucho, a Dios Nuestro Señor y a su Rey, y esperamos les hará más servicios.

Como los hombres seamos mortales y nuestras vidas dependan de quien es la vida por esencia, fue Nuestro Señor servido llevársele para sí de una enfermedad que casi no fue conocida de los médicos; procediole de que siendo quebrado y no viviendo con tanto recato de la quebradura, se rompió más de lo acostumbrado, y salieron las tripas, de suerte que no fue posible, con los remedios que se hicieron, volverlas a su lugar. Hizo su testamento, y está enterrado en nuestro convento de Los Reyes, adonde dejó cuatro mil pesos de limosna; hiciéronsele sus obsequias con la pompa requisita, con no poco dolor de todo el pueblo, y más del Virrey   —223→   don Luis de Velasco, que en todas cosas le consultaba para el bien del reino; diosele sepultura en la capilla41 principal, junto al altar mayor, en medio de otros dos Obispos que allí están enterrados. Con lo hasta aquí tractado nos parece haber concluido con la brevedad posible dejando escriptos los caminos desde Quito a Talina, y lo demás digno de memoria subcedido en tiempo de los Virreyes que han gobernado los reinos del Perú, desde el Marqués de Cañete, don Hurtado de Mendoza, de buena memoria, hasta don García de Mendoza, su hijo, subcesor en el marquesado; todo lo cual, a lo menos la mayor parte, habemos visto o sabido por relaciones verdaderas, que es lo menos que en estos ringlones dejamos a esta escritura encomendado, porque no quedase anegado en el profundidad del río del olvido.

A don García de Mendoza subcedió don Luis de Velasco, caballero del hábito de Santiago, mudado del Virreinato de México al del Perú, cuyos hechos, virtudes y buen gobierno dejamos que lo traten otros, donde tendrán bien que extender las alas de sus ingenios; y porque también habemos visto la gobernación de Tucumán y de Chile, tractaremos con brevedad lo visto y sabido.



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ArribaAbajoCapítulo LXII

Del camino de Talina a Tucumán


Llegamos en lo que atrás dejamos escripto al último pueblo y términos del Perú, conforme a la división de los obispados, que es a Talina, pueblo de los indios chichas, desde el cual, siete leguas más adelante, está un arroyo y paredoncillos llamados Calahoyo, desde donde comienza la jurisdicción, conforme a la jurisdición eclesiástica, de Tucumán. El primer obispo desta provincia, el reverendísimo fray Francisco de Victoria, de quien habemos tractado, entrando a su iglesia, aquí42 tomó la posesión, y por esto decimos que es de la jurisdición de Tucumán cuanto a lo eclesiástico.

Desde aquí al primer pueblo de españoles de la provincia de Tucumán, llamado Salta, fundado en un valle muy ancho y espacioso, del propio nombre, de buen temple, con su invierno y verano al revés de España, se ponen más de cien leguas, todas despobladas, a lo menos por el camino que yo fuí siendo provincial de aquella provincia y de la de Chile, que por dar orden en ciertos frailes nuestros que allí estaban me fue forzoso desde la ciudad de Lima tomar este camino por tierra. Empero al presente, después que la provincia de Omaguaca, que confina con los chichas, y en el traje no se   —225→   diferencian dellos, se ha reducido y admitido sacerdotes, vase por un camino más poblado, donde hay tambos a sus jornadas y en algunos servicio.

Esta provincia de Omaguaca es fértil de todo género de mantenimiento, y de oro, ovejas de la tierra. Sirvió a la ciudad de La Plata y estuvo repartida. Yo conocí algunos encomenderos que tenían sus repartimientos en ella, mas como se rebelaron no había dellos algún provecho, ni alguno tienen ya reducidos. La causa porque estos indios se rebelasen, no la sé, por ventura, por se ver lejos de la ciudad de La Plata, que dista della más de noventa leguas; contra los cuales salió un vecino della con soldados, llamado Pedro de Castro, hombre de muy buenas partes, pero matándole en una guazabara, los soldados, sin cabeza, saliéronse, y así se quedaron junctamente con otros sus confines, llamados los casavindos y cochiñocas. Pero habrá siete años qu'el principal curaca desta provincia, cuando iba a Tucumán, llamado Viltropoco, envió algunos indios principales a la Audiencia de La Plata, pidiendo quería servir y pagar moderado tributo, poblar los tambos que hay de su tierra a Talina, dar en ellos el precio que en Talina gallinas, carneros de Castilla y de la tierra, para cargas, maíz, y lo demás, como en los tambos del Perú, y darían indios para las minas de Potosí, y admitirían sacerdotes, con tal condición que no habían de tener otro encomendero que Su Majestad. La Real Audiencia admitió el partido, e yo, llegando a Talina, me detuve allí algunos días esperando el sacerdote señalado, que si viniera me fuera con él por ahorrar de tanto despoblado   —226→   y riesgo de algunos indios de guerra, mas Nuestro Señor fue servido llegase en salvo a Salta; ya el día de hoy se entra y sale por aquel camino, y los indios han cumplido lo que prometieron; yo llegué a Salta, y en todo el camino no vi cosa digna de ser escrita, si no es, a tres o cuatro jornadas de Talina, unas salinas en despoblado, las más famosas que creo hay en el mundo; es un valle que debe tener más de tres leguas de ancho, y de largo, según me informó, más de quince; la sal más blanca que la nieve, de la cual se aprovechan los indios casavindos y cochiñocas y los de la provincia de Omaguaca; de lejos, con la reverberación del Sol, no parece sino río, y a los que no la han visto espanta, pensando han de pasar un río tan ancho; llegados, admira ver tanta sal; los que iban por aquel camino a Salta llevaban alguna, por ser aquella provincia falta della. Llegado a Salta hallé allí al Gobernador Juan Ramírez de Velasco, y sabiendo que Viltopoco se había reducido al servicio de Su Majestad, envió un capitán con diez soldados bien apercebidos a tomar la posesión de aquella provincia por su gobernación, los cuales llegando y por Viltopoco sabida su venida, les dijo se volviesen a Tucumán, donde habían salido, porque no había de ser subjecto a aquella gobernación, sino a la Audiencia de los charcas; donde no, los haría matar a todos. El capitán y soldados tuvieron por bien volverse a Salta, estando yo presente en el pueblo cuando fueron y volvieron; no creo dista Omaguaca de Salta treinta leguas.

Llegando a Omaguaca, poco menos de doce leguas está un valle muy fértil de suelo, pero no poblado   —227→   de pueblos, llamado Jujui, donde habrá siete años quel mismo gobernador Juan Ramírez de Velasco pobló un pueblo de españoles que para la paz de Omaguaca, si se quisiere tornar a rebelar, y para la quietud de Salta por respecto de los indios de Calchacuy, fue muy necesario, el cual en breve tiempo ha crecido mucho, y los padres Teatinos tienen allí ya una casa, y para el poco tiempo que ha se pobló, rica de ganados y estancias. Es el mismo temple quel de Salta; a siete leguas dél envió allí a poblar con título de teniente de gobernador y capitán, a don Francisco de Argaranaiz, de nación vizcaíno, vecino de la cibdad de Santiago. El un43 valle y el otro son abundantísimos de comida, trigo, maíz, aves, carneros, vacas, y todas fructas nuestras, viñas, de donde el día de hoy hacen vino; tienen las plagas que hay en toda la provincia de Tucumán, que por no tornarlas a referir son las siguientes: frío a su tiempo, que es desde mayo hasta octubre, insoportable y sequísimo más que el de Potosí, y principalmente los tres meses junio, julio y agosto; calor al verano de día y de noche, y más en diciembre, enero, febrero y marzo. Las hitas que dijimos haber en la provincia de Los Charcas, grandes y asimismo pequeñas en gran cantidad; en el verano mucho mosquito de los zancudos y rodadores; moscas en este tiempo son innumerables, y de tal calidad, que si se acierta a tragar una en la comida, revuelve de tal manera el estómago que hace lanzar hasta la viva sangre, por lo cual, en las cocinas,   —228→   sobre el fuego, están dos indios con sus aventadores ahuyentando las moscas. Es así que en la cibdad de Esteco una mujer de un vecino tenía en su casa un soldado enfermo (en esta provincia no hay yerbas medicinales ni médicos, sino abundancia de lechetrezna, que es poco menos que tóxico), y no mejorando tomó dos moscas, desleyolas en una escudilla de caldo de ave y sin decirle alguna cosa diosela a beber. Purgó tan bien con ella, que dentro de pocos días sanó: esto yo lo pregunté a la misma que dio la purga. Es abundante de tres géneros de víboras de las de cascabel, y de otras más pequeñas, como las de España, y de otras llamadas volantines, porque abalanza más de diez pasos a picar. Proveyó Dios en esta provincia de unas culebras pequeñas que no hacen daño alguno, antes son provechosas, las cuales tienen dominio sobre las víboras, de tal manera que en viendo la víbora de cascabel a esta culebra, luego se vuelve boca arriba, y llegando esta culebra la degüella y mata; así lo afirman los nuestros que viven en aquella región.

Críanse culebras grandes de las que llaman bobas, y otras, y moscas que en asentándose sobre la carne la dejan llena de gusanos. Vientos al ivierno recísimos, sea Sur o sea Norte, que son los que dominan en esta provincia y que parece andan en competencia uno un día, otro otro; al verano cualquiera destos vientos es fuego. Pedriscos frecuentes, y de tal manera, tan recios y de piedras grandes, que no se atreven a hacer atechadas44: las   —229→   casas, si no es cual o cual; cúbrenlas con unos terrados de más de una tercia de grueso, muy bien pisados con pisones, un poco corrientes porque no haga canal el agua, es tierra en partes montañosa y muy llana, los árboles infructíferos, llenos de espinas, los más son algarrobos; empero, no se come la fructa sino de unos que se aparran por el suelo; los otros son crecidos como encinas. Los campos son abundantes de estos animales ponzoñosos, por lo cual en apeándose el pasajero ha de mirar dónde pone los pies; hay lagartos de sequera tan grandes como los que dijimos producía la tierra Chiriguana; matamos uno en una dormida; Dios nos libró dellos; admironos cuando le vimos: era tan grande como un caimanillo, y es cierto que se alborotó el alojamiento como si vinieran sobre nosotros indios de guerra. Era muy falta de agua, como lo son las tierras llanas y las aguas de los ríos malas, gruesas y salobres, a las riberas de los cuales son los pueblos de los indios y de los españoles; en la tierra que es montañosa se crían leoncillos y tigres en cantidad, que no dejan de noche dormir a los caminantes con sus bramidos. Los tigres son dañosos si no ven candelada. Los indios para guarecerse dellos en los caminos que hay montaña, sus dormidas tienen en los árboles, a los cuales suben por unos escalones hechos a mano en los mismos árboles, con hachas cortando, donde ponen los pies para subir y descendir.

El suelo de toda esta provincia es salitre y mientras más cavan, más salitroso, por lo cual todas las fructas nuestras (que de la tierra ninguna vi) son de bonísimo sabor, y las hortalizas;   —230→   mas los árboles duran poco. En toda esta provincia se dan viñas, membrillos, granadas, manzanas, etcétera; el vino que se hace dura muy poco, porque se vuelve vinagre.

Los ríos desta provincia, particularmente el de Esteco y el de Santiago del Estero, al ivierno son como el Nilo, salen de madre y extiéndense por aquellas llanadas regando la tierra, que allá llaman bañados y aquel año es más abundante que hay más bañados; aran y en ellos siembran; los campos y llanos son espaciosísimos, porque así como estando en alta mar no vemos sino cielo y agua, así en aquella provincia de Esteco para adelante no vemos sino cielo y llanuras, y éstas corren más de 400 leguas sin que se halle ni se vea un cerrillo, ni casi una piedra. Camínanse todos estos llanos y caminos en carretas, las cuales no llevan una puncta de hierro, ni los caballos gastan mucho herraje, por ser tierra fofa.




ArribaAbajoCapítulo LXIII

Del valle de Salta, Comarca y Calchaquí


Volviendo a proseguir nuestro camino y descriptión de la provincia de Tucumán, de Jujui se llega en una jornada al valle de Salta y pueblo del mismo nombre, de españoles, muy moderno, aunque más antiguo que el de Jujui; valle espacioso, alegre, de buenas aguas; por estar más a la   —231→   cordillera participa de algunas sierras llenas de arboleda.

El asiento es bueno y llano; es abundante de las plagas que acabamos de decir. Poblolo el licenciado Lerma, gobernador de aquella Provincia, para freno, como lo es, de los indios de Calchaquí, danse en él todos los árboles fructales nuestros y viñas, mucho maíz y trigo. A un lado al Poniente le demora la provincia de Calchaquí, indios belicosos; el vestido es como el de los omaguacas y chichas; los indios, con manta y camiseta, las indias, unas camisetas largas hasta los tobillos; no hay más vestido. Estos indios por dos veces se han llevado dos pueblos de españoles, y esta última, habrá doce o catorce años, por orden de don Francisco de Toledo, el capitán Pedro de Zárate fue con sesenta hombres, pocos más, a reducirlos; tenía allí cerca indios de encomienda, pero alzados; fueron con él algunos vecinos de la cibdad de La Plata, que también tenían allí sus repartimientos y habían servido; llegó allá, pobló; pareciole tener poca gente para sustentarse; dividiose, saliendo con la mitad a Tucumán a pedir favor; visto por los indios, dieron en los otros treinta que habían quedado en el pueblo, y aunque se defendieron bravamente, como eran pocos los mataron a todos; no se escaparon tres a uña de caballo. Esta provincia de Calchaquí es tierra alta; es sierra faldas de la cordillera grande deste reino del Perú, que Norte Sur le atraviesa hasta el estrecho de Magallanes. Es rica de oro y plata; cuando se les antoja sirven un poco de tiempo al pueblo; cuando no, vuélvense a las armas.

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Eran muchos; agora son pocos, porque las guerras civiles entre ellos los han consumido. Llegando yo a Salta los vi allí, y un mestizo criado entre ellos, entre otros indios con quien traían guerra. El mestizo acaudillaba aquellos con quien se había criado y tenía tan avasallados a los calchaquis, que les forzó a venir a pedir favor a Juan Ramírez de Velasco contra el mestizo, y si se lo daban le sirvirían en Salta. Salió Juan Ramírez con la gente que le pareció bastante, y en breve a los unos y a los otros redujo, prendió al mestizo, trújolo a Salta, donde le vi; no sabía nuestra lengua, porque no la había oído; agora no sé cómo están.




ArribaAbajoCapítulo LXIV

De la cibdad de Esteco


Del valle de Salta dista la cibdad de Esteco, así llamada la tercera en orden, de Tucumán, cincuenta leguas de buen camino carretero; es abundante de mantenimientos y de fructas de las nuestras; en especial las grandes son de las buenas del mundo; edificada a la ribera de un río grande que en verano sólo se vadea. Los vecinos estaban descontentos del asiento, porque la madre del río es arenisca y no pueden hacer molinos en él, y tractaban mudarse, como dicen se han mudado, casi 25 leguas más hacia Salta, a un asiento mucho mejor, del mismo temple y más fresco, llamado Palca Tucumán, donde el río Grande, como de un   —233→   arroyo que tienen a la falda de un cerro, se pueden sacar acequias y hacer molinos, y para acabar de pacificar unos indios de aquella provincia, belicosos, llamados Lules, es asiento mucho más cómodo; si a este asiento se han mudado, será pueblo muy regalado, fresco y muy sano, donde para el edificio de las casas tienen mucha madera, y el suelo no salitroso, piedra para hacer cal y buena tierra para teja.

El un suelo y el otro es abundante de pastos, y este segundo mucho más, y para ganados mejor qu'el de Esteco, y está veinticinco leguas más cerca del Perú.




ArribaAbajoCapítulo LXV

De la cibdad de Santiago del Estero


De la cibdad de Esteco a Santiago del Estero ponen cincuenta leguas, todas despobladas, a lo menos las cuarenta, porque a diez leguas della llegamos a dos poblezuelos de indios. Esta cibdad es la cabeza de la gobernación y del obispado; es pueblo grande y de muchos indios; al tiempo de su conquista poblados a la ribera del río, como los demás de la cibdad del Estero; ya se van consumiendo por sus borracheras. Son los indios desta provincia muy holgazanes de su natural; en los ríos, hallan mucho pescado, de que se sustentan: sábalos, armados y otros; saben muy bien nadar,   —234→   y péscanlos desta manera, como lo45 he visto: échanse al agua (los ríos, como no tienen ni una piedra, corren llanísimos) ceñidos una soga a la cintura; están gran rato debajo del agua y salen arriba con seis, ocho y más pescados colgando de la cintura; débenlos tomar en algunas cuevas, y teniendo tanto pescado, no se les da mucho por otros mantenimientos; son borrachos como los demás, y peores; hacen chicha de algarroba, que es fortísima y hedionda; borrachos, son fáciles a tomar las armas unos contra otros, y cuando no, sacan su pie y fléchanselo. Son grandes ladrones; todos caminan con sus arcos y flechas, así por miedo de los tigres como porque salen indios a saltear, y por quitar una manta o camiseta a un caminante no temen flecharle; los arcos no son grandes; la flechas, a proporción; pelean casi desnudos. En toda esta tierra y llanuras hay cantidad de avestruces; son pardos y grandes, a cuya causa no vuelan, pero a vuelapié, con una ala, corren ligerísimamente; con todo eso los cazan con galgos, porque con un espolón que tienen en el encuentro del ala, cuando van huyendo se hieren en el pecho y desangran. Cuando el galgo viene cerca, levanta el ala que llevaba caída, y dejan caer la levantada; viran como carabela a la bolina a otro bordo, dejando el galgo burlado. Hay también liebres, mayores que las nuestras; son pardas, no corren mucho. Es providencia de Dios ver los nidos de los pájaros en los árboles; cuélganlos de una rama más o menos gruesa, como es el pájaro mayor o menor,   —235→   y en contorno del nido engieren muchas espinas; no parecen sino erizos, y un agujero a una parte por donde el pájaro entra o a dormir o a sus huevos, y esto con el instinto natural que les dio naturaleza para librarse a sí y a sus hijuelos de las culebras. Es toda esta provincia abundantísima de miel y buena, la cual sacan a Potosí en cueros; es abundante de trigo, maíz y algodón, cuando no se les yela; siémbranlo como cosa importante, es la riqueza de la tierra, con ello se hace mucho lienzo de algodón, tan ancho como holanda, uno más delgado que otro, y cantidad de pábilo, medias de puncto, alpargates, sobrecamas y sobremesas, y otras cosas por las cuales de Potosí los traen reales. Críase en esta provincia la grana de cochinilla muy fina, con que tiñen46 el hilo para labrar el algodón. Es abundante de todo género de ganado de lo nuestro, en particular vacuno, de donde los años pasados, porque en Potosí e provincia de los charcas iba faltando, lo vi sacar, y se vendía muy bien, y bueyes de arada, y se vendía la yunta a sesenta pesos. Caballos solíanse sacar muy buenos; ya se ha perdido la casta y cría, por descuido de los dueños, de tal manera que es refrán recibido en toda la provincia de Los Charcas: de hombres y caballos de Tucumán, no hay que fiar; tanto puede la mala fama.

El edificio de las casas es de adobes, como en las demás ciudades, sino que en estas dos, como la tierra es salitrosa, vase desmoronando el adobe, y cada año es necesario reparar las paredes. El río   —236→   es grande, y de verano se vadea, mas conviene mucho saber el vado, porque los ríos desta provincia son de tal calidad que si no es por donde se vadean cuotidianamente, y con la frecuencia del pasaje el suelo está fijo, por las demás partes, aunque el agua no llegue a la rodilla, se sume el caballo y caballero en el cieno. Es cosa de admiración pisamos aquí, y tiembla más de diez pasos adelante la tierra cenosa, detrás y a los lados, padécese en esta ciudad mucho, por no haber molino ni poderse hacer, porque ya dijimos estos reinos ser de47 esa calidad; pasan por tierra arenisca, donde no se halla una piedra, ni se puede hacer ni sacar acequia dellos, a la primera avenida, allá va todo. Vino a Santiago un extranjero, estando yo en aquella provincia, y proferíase a hacer un molino, como en los ríos grandes de Alemaña, en medio dél; escogió el lugar, conciértanse, y volviendo de ver el río y lugar, en llegando a la ciudad, danle unas calenturas que dentro de ocho días se lo llevaron a la otra vida. Hay algunas atahonas, no son tres, mas los dueños muelen sólo para sus casas; si otro ha de moler, ha de llevar caballo propio; si no, quédese; hacen unos molinillos que traen a una mano, de madera, con una piedra pequeña traída de lejos; muelen a los pobres indios que las traen, porque para una hanega son necesarios tres indios de remuda; empero, el pan es el mejor del mundo.

A la mano derecha desta ciudad, a las faldas de la sierra, hay otra ciudad llamada San Miguel de Tucumán, pueblo más fresco y de mejores edificios y aguas.



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ArribaAbajoCapítulo LXVI

De la cibdad de Córdoba


Desta ciudad de Santiago a la de Córdoba, qu'es la última en esta provincia, hay pocas menos de noventa leguas, todas llanas, sin encontrar una piedra y casi todas despobladas, porque en saliendo de un pueblo de indios, a quince leguas andadas de Santiago, hasta Córdoba, no se pida más poblado, si no es un poblezuelo de obra de doce casas, diez leguas o poco más de Córdoba. Pobló esta cibdad y conquistó los indios que la sirven don Jerónimo de Cabrera, siendo gobernador; llenos de campos de avestruces, venados y vicuñas y demás sabandijas. En todas estas leguas no vi cosa digna de notar. El camino, carretero, y así caminé yo desde Esteco a esta cibdad, que son poco menos de 200 leguas, si no son más, y desde aquí se toma el camino a Buenos Aires, también en carretas, que son otras 200, pocas menos; toda la tierra llana, y en partes tan rasa que no se halla un arbolillo. El hato y comida se lleva en las carretas; las personas, en caballos; pero no se ha de caminar más de lo que los bueyes pueden sufrir, que es a cuatro leguas cada día, y para cada carreta son necesarios por lo menos cuatro bueyes; pastos, muchos y muy buenos; agua, poca.

La cibdad de Córdoba es fértil de todas fructas nuestras, fundada a la ribera de un río de mejor   —238→   agua que los pasados, y en tierra más fija que la de Tucumán, está más llegada a la cordillera; danse viñas, junto al pueblo, a la ribera del río, del cual sacan acequias para ellas y para sus molinos; la comarca es muy buena, y si los indios llamados comichingones se acabasen de quietar, se poblaría más. Tres leguas de la cibdad, el río abajo, en la barranca dél, se han hallado sepulturas de gigantes, como en Tarija. Los campos crían muchas víboras y hitas, que dél vienen volando a la ciudad en anocheciendo, como si no bastasen las que se crían en las casas; es abundante de todo género de ganado nuestro, y de mucha caza, venados, vicuñas y perdices. Hállanse en esta provincia de Tucumán unos pedazos de bolas de piedra llenos de unas punctas de cristal, o que lo parece, labradas, transparentes, unas en cuadro, otras sexavadas; yo las he visto y tenido en mis manos; estas punctas están muy apeñuscadas unas con otras, y tan junctas como granos de granada; son tan largas como el primer artejo del dedo de en medio, comenzando desde la lumbre del dedo, y gruesas como una pluma de ansar con lo que escribimos; he dicho todas estas particularidades por lo que luego diré; estas bolas son tan grandes y tan redondas como bolas grandes de bolos; críanse debajo de tierra, y poco a poco naturaleza las va echando fuera; cuando ya (digamos así) están maduras, y un palmo antes de llegar a la superficie de la tierra, se abren en tres o cuatro partes, con un estallido tan recio como un arcabuz disparado, y un pedazo va por un cabo y otro por otro, rompiendo la tierra; los que va tienen experiencia dello   —239→   acuden adonde oyen el trueno y buscan estos pedazos, que hallan encima de la superficie de la tierra: yo creo que, fuera destas punctas, hay enmedio de la bola alguna cosa preciosa que naturaleza allí cría y no la quiere tener guardada. Aquellas punctas, si las labrasen lapidarios, deben ser de algún precio; allí no las estiman en cosa alguna.