Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Descripción colonial

Libro segundo

Reginaldo de Lizárraga



Portada



  —10→  

De los prelados eclesiásticos del reino del Perú, desde el reverendísimo don Jerónimo de Loaisa, de buena memoria, y de los Virreyes que lo han gobernado, y cosas sucedidas desde don Antonio de Mendoza hasta el Conde de Monterrey, y de los gobernadores de Tucumán y Chile.





  —11→  

ArribaAbajoCapítulo I

De los prelados eclesiásticos


Habiendo tractado con la brevedad posible la discripción deste reino del Perú, sus ciudades, caminos, y las costumbres y calidades de los naturales, y de los que nacen en él, nos es también forzoso tractar de los obispos y arzobispos que habemos conocido y tractado, y comenzando desde la ciudad de Quito, el obispo primero de aquella ciudad fue el reverendísimo don García Díez Arias, clérigo, de cuya mano recibí siendo muchacho la primera tonsura1; varón no muy docto, amicísimo del coro; todos los días no faltaba de misa mayor ni vísperas, a cuya causa vertían los pocos prebendados que a la sazón había en la ciudad, e iglesia, y le acompañaban a ella y le volvían a su casa. Los sábados jamás faltaba de la misa de Nuestra Señora; gran eclesiástico; su iglesia muy bien servida, con mucha música y muy buena de canto de órgano. En esta sazón el obispado era muy pobre; agora han subido los diezmos y tiene bastante renta. Era alto de cuerpo, bien proporcionado,   —12→   buen rostro, blanco, y representaba bien autoridad y la guardaba con una llaneza y humildad que le adornaba mucho. Murió en buena vejez de ocasión de una caída de una mula, no con poco sentimiento de todo el pueblo, que por padre le tenía. El obispado comienza desde la ciudad de Pasto, cuarenta leguas más abajo de Quito, hasta el valle de Jayanca, de quien habemos dicho.

Sucediole el reverendísimo fray Pedro de la Peña, religioso de nuestra sagrada religión, habiendo sido primero provincial en la provincia de México, maestro en Teología, donde vivió y la leyó más de veinte años; varón docto y muy cristiano, y gran predicador y celoso del servicio de Nuestro Señor y del bien y conversión de los indios; murió en la ciudad de Los Reyes; dejó su hacienda a la Inquisición.

Después de la muerte del cual fue algunos años gobernado aquel obispado por la sede vacante, hasta que fue proveído por obispo della el reverendísimo fray Antonio de San Miguel, de la Orden del seráfico San Francisco, varón apostólico, el cual habiendo sido provincial en este reino fue proveído por obispo de la Imperial, del reino de Chile, donde gobernó con mucha prudencia y cristiandad, y de allí fue proveído a Quito; pero antes que llegase a sentarse en su silla, veinticinco leguas de su iglesia, en un valle llamado Ríobampa, le llevó Nuestro Señor a pagar sus trabajos; dicen que poco antes que expirase, con un ánimo y rostro muy alegre dijo: in domum Domini letantes ibimus; que es decir con alegría iremos a la casa del Señor. Mueren los siervos de Dios con alegría.

  —13→  

A quien sucedió y gobierna al presente aquella iglesia el reverendísimo fray Luis López, de la Orden de nuestro padre San Augustín, varón de gran gobierno, docto y de prudencia cristiana y humana; el cual, en este reino, en su Orden, fue dos veces provincial (como habemos dicho), gobernando sus religiosos con vida y ejemplo, libre de toda cobdicia, y finalmente, con las obras enseñaba en lo que le habían de imitar sus religiosos, porque en los trabajos y observancia era el primero.




ArribaAbajoCapítulo II

Del ilustrísimo fray Hierónimo de Loaisa, arzobispo de los reyes


El ilustrísimo fray Hierónimo de Loaisa, primer arzobispo de Los Reyes, religioso de nuestra sagrada religión, desde su niñez comenzó a dar grandes esperanzas de lo que fue después, y de lo que más fuera si, como le cupo la suerte de iglesia en estos reinos, le cupiera en España, donde, así del Emperador, de gloriosa memoria, Carlos V, como del rey nuestro señor Felipe II fuera en mucho tenido, y se le hiciera mucha merced, conocido su talento general para todas cosas, y no le hiciera muchas ventajas su tío el ilustrísimo fray García de Loaisa, arzobispo de Sevilla, de la misma sagrada religión nuestra, con haber sido uno de los valerosos varones que ha producido nuestra   —14→   España. Fue varón de claro y admirable entendimiento, muy docto y bonísimo predicador, aunque esto pocas veces lo ejercitaba, si no era los días de Ceniza, domingo de Ramos y el día de la Asumpción de Nuestra Señora, con tanta autoridad y gravedad, que representaba bien el estado y dignidad archiepiscopal; su ingenio era general para todas cosas, para paz y para guerra, por lo cual en la rebelión y tiranía de Francisco Hernández fue nombrado por capitán general del campo de Su Majestad, juntamente con otros dos Oidores, el doctor Saravia y el licenciado Hernando de Sanctillán, hasta que se nombró a Pablo de Meneses por General. Gobernó su obispado con gran rectitud y cristiandad muchos años, creo fueron pocos menos de cincuenta, sin que del menor vicio del mundo fuese notado, ni un si no dél se dijese. Con los señores era señor; con los muy doctos, muy docto; con los religiosos, muy religioso, y con todos los estados se acomodaba con toda prudencia, que era admiración. Con los Visorreyes guardaba y tenía la autoridad que se requería. Oí decir que en una consulta quel Visorrey don Francisco de Toledo tuvo luego que vino de España, donde se halló el arzobispo y otros prelados, reprehendiéndoles de que no habían remediado algunos vicios que competía a ellos remediarlos, les dijo: Si vosotros los obispos y arzobispos tuviérades el cuidado   —15→   y favoreciésedes a los prelados de las iglesias como debéis, no era necesario que viniérades a remediarlo; nosotros en muchas cosas tenemos necesidad de vuestro favor, como vosotros del nuestro. Era don Francisco de Toledo amicísimo de ganar honra con los prelados con todos.

Su consejo en todas cosas era acertadísimo, como de quien era dotado de bonísimo entendimiento. En todo el tiempo que gobernó, la renta que le venía de su cuarta nunca llegó a 7000 pesos ensayados, y con ser tan poca, su casa tenía muy llena y harta y bastantes criados, y le lucía más que a otros que mucha más tenían, y daba a caballeros pobres largas limosnas sin que ellos se las pidiesen. Hizo a su costa el hospital de los indios de Santa Ana, donde todos los indios que vienen a sus negocios a la ciudad de Los Reyes, y enferman, son curados con todo el regalo posible, y dos o tres años antes que muriese hizo donación al hospital de toda la vajilla suya, mucha y muy buena, y de toda su hacienda, esclavos, mulas, tapicerías, con condición que por el tiempo de su vida fuese como usufructuario dello, con obligación de pagar lo que se gastase o perdiese. Celosísimo del bien y conservación de los naturales deste reino, tanto como ha habido en todas las Indias prelado, y si dijere más no engañaré; por el bien de los cuales no temía barbadamente oponerse a los Virreyes y Audiencias, en lo cual a Nuestro Señor hacía servicio, y no menos al Rey. De sus prebendados y demás clérigos del obispado era temido y amado por la entereza de su vida. Tenía unas entrañas piadosísimas para los pobres, a los cuales recibía y consolaba   —16→   como padre; de los indios de todo el reino era grandemente amado, porque sabía cuánto en lo justo les favorecía, y así con todas sus cosas venían a él, a los cuales cuando era necesario reprehendía y castigaba como padre amantísimo. Todo el tiempo que vivió, su iglesia fue muy bien servida con mucha música y buena; los oficios divinos con gran cuidado celebrados, y porque los prebendados los días principales solían darse priesa a decir la última Hora, después de misa, les mandó que la sexta o nona, conforme al tiempo que era después de misa, la cantasen como cantaban tercia antes della, y desta suerte, cuando acababan, ya toda la gente había salido de la iglesia. A un clérigo que yo conocí, y era muy conocido en la ciudad, y tenía bastante hacienda para tractar bien su persona, como es decente un sacerdote se trate, le vistió graciosamente, porque el vestido era muy mugriento. Llamole y díjole: padre fulano, tengo necesidad; prestame una barra de plata, yo os la devolveré presto. El clérigo, aquella y más le ofreció, y diola luego. El buen arzobispo mandósela diese a su mayordomo, el padre Ribera, sacerdote bueno, a quien dende a pocos días le dijo: tomad aquella barra y con ella vestime muy bien al padre Godoy (así se llamaba); de suerte que todo se gaste en vestirle, que por la buena obra le quiero dar de vestir. El padre Ribera, de allí a ocho días o diez llamó al padre Godoy y dícele: Padre Godoy, su señoría os hace merced de daros de vestir por la buena obra de la barra; de aquí me mandó desta tienda os sacase dos pares de vestidos. El clérigo no los quería recibir, pero, finalmente,   —17→   pensando ahorrar, tomó sus vestidos; de suerte, que la barra se consumió menos 17 ó 18 pesos. El mayordomo llevó al padre Godoy a casa de un sastre donde le hicieron de vestir, y concertadas las hechuras librósela en la tienda donde se puso la barra, y se sacaron los vestidos. Toma la cuenta y la resta, y da cuenta al Arzobispo de lo hecho; entre los vestidos sacó una sotana de chamelote de seda, un manteo de paño veinticuatreno, otro de raja; hasta zapatos. Nuestro padre Godoy, que pensaba ser vestido a costa del señor Arzobispo, con su sotana [de] chamelote, fue a besar las manos al señor Arzobispo y rendir las gracias por la merced de los vestidos. Entró con la sotana rugiendo; cuando el Arzobispo le vio y oyó el ruido de la sotana y tan bien vestido, dice: Sanctos, Sanctos, mas no tantos. Nuestro padre Godoy híncase de rodillas pidiéndole las manos por la merced, a quien haciéndole levantar le dijo: Padre Godoy, aquella barra no os la pedí prestada para mí, sino para vos; della se os han dado estos vestidos; yo poca necesidad tenía; necio venís pensando que yo os hacía merced; id al mayordomo, que os dé la resta, y de aquí adelante tractá muy bien vuestra persona y andad muy bien vestido como sacerdote honrado; si no, yo os vestiré otra vez y mejor; y desta suerte vistió y despidió a nuestro padre Godoy, que pensaba a costa del Arzobispo ser vestido. Adornó su iglesia de buenos ornamentos, a su costa, de brocado, bordados, etc., y mandó hacer la custodia de que agora se usa para el Sanctísimo Sacramento, de plata, como dejamos dicho, y dio la custodia de oro en que se   —18→   pone el Sanctísimo Sacramento, que vale tres mil pesos, todos de oro.

En su tiempo, gobernando el Marqués de Cañete, de buena memoria, una moza liviana se fingió endemoniada, la cual alborotaba la ciudad, y como era fictión, los conjuros y exorcismos de la iglesia no aprovechaban más que en una piedra; llevábanla a la iglesia mayor a los curas con gran copia de muchachos tras ella, en cuerpo, con un rostro muy desvergonzado. El Arzobispo afligiose; mandó que se la llevasen al hospital de Santa Ana, donde la mayor parte del tiempo vivía; lleváronsela, exorcízola, como quien exorciza a una piedra. Sucedió que un día le fue a visitar y besar las manos un religioso nuestro, gran predicador y de mucha opinión, llamado fray Gil Gonzáles Dávila; hallole muy afligido y lloroso, y preguntándole la causa respondió: ¿No me tengo de afligir, que sea yo tan desventurado que en todo mi arzobispado no haya quien pueda echar un demonio del cuerpo de una moza, e yo propio la he exorcizado y no aprovecha más que si exorcizase a un poste? ¿No me tengo de afligir? El religioso nuestro le dijo: Suplico a vuestra señoría mande que me la lleven mañana a casa; yo la exorcizaré, y mal que la pese la compeleré a que me responda en la lengua que yo le hablare. Hízose así, y otro día mandó llevasen la moza a nuestro convento, y llamado el padre fray Gil a la capilla de San Hierónimo, donde estaba la endemoniada fingida, en viéndole entrar díjole ciertas palabras afrentosas llamándolo capilludo, ¿qué quería? ¿qué buscaba? El religioso luego conoció ser fictión y maldad, y al cura que   —19→   la llevaba, llamado el padre Valle, dícele: Diga vuestra merced al señor Arzobispo que esta desvergonzada no tiene demonio, y el que tiene se le han de sacar del cuerpo con muchos y crudos azotes; y acertó en esto, porque volviéndola a su casa no fingió más el demonio, y se conoció que por usar de su cuerpo deshonestamente con un hombre fingió aquella maldad y remaneció preñada. En hacer órdenes era muy recatado, como es necesario, aunque al principio, por haber falta de ministros, no sé si ordenó a algunos no muy suficientes, pero de buenas costumbres y lenguas, para que lo que en la sciencia faltaban en las costumbres y buen ejemplo supliesen. Nunca tractó de pedir cuarta a los clérigos de su obispado, como después acá se ha pedido y puesto; a las Órdenes la quiso pedir, empero no salió con ello, y esto creemos lo hizo insistido por los prebendados, que por otra cosa. Tuvo con ellos algunos recuentros; presto los fenecía, y no por eso dejaba de comunicarlos y hacerles cuanto bien podía, y con su prudencia y cristiandad en breve eran concluidos. Muchas cosas, si de años atrás fuera mi intento hacer este breve compendio, se pudieran escrebir; por ventura otros las ternán notadas, las cuales, si por extenso se hubieran de tractar, requerían un libro entero; para nuestro intento sea suficiente decir que fue un prelado en toda virtud consumado, y que la majestad de Nuestro Señor provea de que los sucesores suyos sean como este ilustrísimo señor; finalmente, lleno de buenas obras dio su ánima al Señor, y está enterrado en Los Reyes, en su   —20→   hospital, en la capilla mayor, llorado de todo el reino, pobres y ricos.




ArribaAbajoCapítulo III

Del ilustrísimo Mogrovejo


Sucedió en la silla arzobispal el ilustrísimo don Toribio Alfonso Mogrovejo, que al presente loabilísimamente vive; varón consumado en toda virtud, celosísimo de sus ovejas, y en particular de los naturales, por el bien de los cuales nunca deja de andar visitando su arzobispado con admirables obras, dignas de ser imitadas. El cual no creo que ha vivido, en más de 26 años que tiene la silla, los tres en la ciudad de Los Reyes, ocupado en caminos bien ásperos, confirmando a los niños y desagraviando a los indios que halla agraviados de los sacerdotes que entre ellos residen. Es gran limosnero; porque le ha sucedido llegar a pedir limosna un buen cristiano que en la ciudad de Los Reyes se ocupa en tener cuidado de buscar de comer, llamado Vicente Martines, para los pobres, y de acudirles con limosnas de lo que pide desde los Virreyes abajo, llegar y decirle: Señor, los pobres no tienen que comer, y librarle buen golpe de plata en don Francisco de Quiñones, casado con una hermana del señor arzobispo, en cuyo poder entran las rentas; y respondiendo no tener plata, porque se ha dado en limosnas, llegar el mismo arzobispo y echar mano de la tapicería y mandar se   —21→   descuelgue, se venda y dé la plata a los pobres. Otras veces mandar sacar las mulas, y que asimismo se vendan; libérrimo de toda avaricia y cobdicia, castísimo y abstinentísimo; no es amigo de comidas regaladas, ni en los caminos, donde se requiere algún regalo, por su aspereza y destemplanza, porque es varón muy preeminente, de mucha oración y diciplina. Las penas en que condena a los clérigos descuidados y que su oficio no lo hacen como deben, las aplica para un colegio que hace en la ciudad de Los Reyes, que será cosa principal; con limosnas que ha pedido a todo género de hombres, indios, españoles, negros, mulatos, ha hecho un monasterio llamado Sancta Clara, etc. En ordenar es, como se requiere, escrupulosísimo; los interticios se han de guardar al pie de la letra, y han de pasar los que pretenden ordenarse por examen riguroso de vida, costumbres y ciencia. Cuando reside en Los Reyes, pocos domingos ni fiestas deja de se hallar en los oficios divinos, amicísimo de que todos los domingos del año haya sermones en todas partes. Con el Marqués de Cañete el segundo tuvo no sé qué pesadumbres sobre las ceremonias que a los Virreyes se hacen en la misa, por lo cual huía de venir a la ciudad; más quería vivir ausente della en paz, que en ella con pesadumbre; finalmente, hasta agora hace su oficio como un apóstol.



  —22→  

ArribaAbajoCapítulo IV

De los reverendísimos del Cuzco


La catedral del Cuzco también ha tenido bonísimos prelados. El primero el reverendísimo fray Juan Solano, de nuestra sagrada religión, el cual, gobernando don Hurtado de Mendoza de buena memoria, Marqués de Cañete, se fue a España y de allí a Roma, donde vivió muchos años y acabó loablemente en buena vejez, con admirable ejemplo de virtud, haciendo crecidas limosnas. Sucediole don Sebastián de Lartaum, dotor por Alcalá de Henares, guipuzcuano, varón doctísimo y por sus letras nominatísimo en aquella Universidad, y de allí por la buena fama de su cristiandad fue promovido a esta silla; gran eclesiástico, amigo de toda virtud, temido de los que no la seguían; tuvo muchos trabajos en este reino, en que Nuestro Señor le ejercitó, así con sus prebendados como con otras personas. Empero el mayor fue un falso testimonio que le levantaron, diciendo que en el Cuzco había hecho compañía para sacar un tesoro con el licenciado Gamarra, médico, y según fama con el capitán Martín de Olmos, vecino encomendero de la misma ciudad, del hábito de Santiago; los cuales todos tres lo2 sacaron y ocultaron por   —23→   defraudar al Rey nuestro señor de su parte y quintos, y cupo a cada uno trecientas y sesenta y tres cargas y media de oro, el cual se sacó en casa (según afirmaron) del licenciado Gamarra. Esa fama llegó a oídos de don Francisco de Toledo, Visorrey, y luego envió al Cuzco al licenciado Paredes, Oidor de la Real Audiencia de Los Reyes, el cual procedió contra el licenciado Gamarra; prendiolo, y a su mujer doña Catalina de Urbina; dioles tormento, y al capitán Martín de Olmos tuvo preso: no pareció nada. ¿Cómo había de parecer lo que no era?

Al reverendísimo mándanle bajar a Lima, y no pudo hacer otra cosa; decían que debajo de una torrecilla edificada junto, a la escalera de la casa del licenciado Gamarra, de allí lo habían sacado, y por eso la derribaron, y es cierto que yo me hallé en el Cuzco cuando la torrecilla se cayó, por ser el año de muchas aguas, y entonces no se dijo tal ni estaba el reverendísimo en el pueblo, y dende a dos años adelante se publicó el falso testimonio; fueron, si no me engaño, tres clérigos los autores desto, y todos tres pararon en mal. El uno, estando preso en un navío en el puerto del Callao de Lima, se quemó, con otras muchas personas, en él. El otro, saliendo de su casa en un pueblo de indios que doctrinaba, cayó un rayo y lo mató; no habían pasado tres días que pasando yo pocas leguas de aquel pueblo por el camino de Potosí a Arica, así lo referían, y así pasó. El otro también acabó en mal, y porque la honra del dicho señor obispo no perezca, porné aquí lo que al tiempo de su muerte mandó para defensa suya se hiciese, y la   —24→   sentencia que por el Concilio provincial de Lima en su favor se dio el año de 83 pasado.

«Alonso de Valencia, scribano público de la ciudad de Los Reyes, da fe cómo ante el reverendísimo de Tucumán, don fray Francisco de Victoria, de la Orden de Santo Domingo, y ante el mismo Alonso de Valencia, Alonso García Salmerón, vicario de Ariquipa, Beltrán de Sarabia, Bartolomé Ximénez y Pero López, sacerdotes, el reverendísimo del Cuzco don Sebastián de Lartaum hizo una declaración en ocho de octubre del año de 83, estando enfermo, de la cual enfermedad murió, del tenor siguiente:

»Ítem que por cuanto en el santo Concilio provincial que se celebra en esta ciudad se han tractado y tractan muchas causas civiles y criminales de parte de muchas personas contra su señoría reverendísima, y su señoría contra ellos, en defensa de su honra y auctoridad episcopal, quiere y es su voluntad que las dichas causas se sigan y fenezcan en cuanto toca a la defensa de su honra y fama, y la difinición dello quiere se lleve ante Su Santidad y del Rey nuestro señor, si fuere necesario, para que conste de su limpieza, y en lo demás, que su señoría perdona de muy buen corazón y voluntad a todas aquellas personas que le han ofendido e injuriado, por escripto o por palabra, o de otra manera, porque Dios Nuestro Señor le perdone sus culpas y pecados, y les pide perdón si los ha injuriado».

Siguiéronse sus causas después de muerto, por sus procuradores y partes contrarias en el dicho Concilio, y finalmente por los señores obispos jueces   —25→   nombrados por el Sancto Concilio, conviene a saber, don fray Francisco de Victoria, obispo de Tucumán; don Alonso Dávalos Granero, obispo de la ciudad de La Plata; don fray Alonso Guerra, obispo del Paraguay, por otro nombre del Río de La Plata, cuya sentencia es la que se sigue:

«Fallamos que la parte del bachiller Sánchez de Renedo, fiscal, no probó cosa alguna de lo contenido en su acusación y capítulos della, fecha por la dicha delación del dicho Diego de Salcedo y puesta contra el dicho reverendísimo del Cuzco; damos y declaramos su intención por no probada, y que el dicho reverendísimo del Cuzco y sus procuradores en su nombre probaron sus ecepciones y defensiones bien y cumplidamente, y así lo declaramos; en cuya consecuencia debemos dar y damos al dicho reverendísimo obispo don Sebastián de Lartaum por libre de todo lo contra él pedido y acusado en esta causa, y declaramos haber sido injustamente acusado, por estar inoscente y sin culpa de lo contenido en los dichos capítulos y querellas que le fueron puestos, los cuales parece haber sido calumniosos, y con odio y enemistad contra él puestos, y así lo declaramos y damos por libre dellos y de la dicha acusación, condenando, como condenamos, al dicho delator y al fiador por él dado en las costas y gastos por el dicho reverendísimo obispo hechos, cuya tasación en nos reservamos por esta nuestra sentencia difinitiva, etcétera».

Diose esta sentencia en Los Reyes, a 7 de noviembre de 83; notificose a las partes y pregonose en la plaza públicamente con trompetas en 12 de   —26→   diciembre del dicho año; fue secretario del Concilio en esta causa Hernando de Aguilar, sacerdote.

Los seglares que persiguieron al reverendísimo del Cuzco fueron Francisco de Valverde, que le mató un clérigo en su propia casa; el dicho Diego de Salcedo, que murió excomulgado, y otro vecino del Cuzco.

Era varón de buenas y loables costumbres; vestido de pontifical parecía admirablemente de bien; alto de cuerpo, bien proporcionado, con unas venerabilísimas canas que adornaban mucho el rostro; hablaba cerrado como si no hobiera estudiado, ni criádose en escuelas, pero en las cosas de Teología y lingua latina no se echaba de ver; hizo una ampla limosna al reverendísimo del Paraguay luego que llegó al Concilio, por ser muy pobre; acabó sus días en la ciudad de Los Reyes; mandose enterrar en nuestro convento; diósele sepultura junto al altar mayor, a la peana del altar al lado de la Epístola, porque en el otro lado tiene la suya el reverendísimo de los charcas, fray Tomás de San Martín, como diremos en el capítulo siguiente; fue su muerte muy sentida, y con mucha razón, particularmente de la nación vizcaína.

Sucediole el reverendísimo fray Gregorio de Montalvo, de nuestra sagrada religión, obispo primero de Yucatán, en los reinos de México, varón religioso, muy docto, bonísimo predicador, de quien no sé qué poder decir, porque vivió poco y con pesadumbres con sus prebendados. Quién tenía justicia, no es de mío difinirlo; diole Nuestro Señor una enfermedad trabajosísima que le llevó.

  —27→  

Al presente acaba de llegar a Los Reyes, venido de España, el reverendísimo de la Cámara y Raya; no le conozco; su fama es mucha de cristiandad y todo género de virtud. Nuestro Señor le conserve por muchos años.




ArribaAbajoCapítulo V

De los reverendísimos de La Plata


El primer obispo nombrado para la ciudad de La Plata fue el Regente fray Tomás de San Martín, de nuestra Orden, de quien, tractando en el libro precedente de nuestro convento de Los Reyes, dijimos alguna cosa; varón de mucho pecho y valor, muy docto, gran predicador, de bonísimo y acendrado ingenio, de mucha prudencia, con la cual, después de vencido3 el tirano Gonzalo Pizarro, y repartida la tierra, hallándose muchos descontentos, por haber quedado sin suerte, de los servidores de Su Majestad, temiéndose otra rebelión peor que la pasada, en un sermón los4 quietó, diciéndoles que lo menos que había que repartir se repartió; porque había tal y tal descubrimiento y conquista, de noticia y riquezas nunca oídas; que esto se dejaba para los ánimos valerosos, con lo cual y con otras razones quietó los ánimos que estaban ya medio rebelados. No le alcancé, porque cuando llegué a la ciudad de Los Reyes había poco   —28→   era muerto; pero lo que dél se decía es que en el tiempo que duró la tiranía de Gonzalo Pizarro, el cual siempre lo tuvo por sospechoso, y aun le quiso matar, y después de llegado a estas partes el presidente Gasca, andando siempre en el ejército de Su Majestad, más soldados y capitanes le acompañaban que al Presidente, ni al ilustrísimo de Los Reyes; tan bien quisto era de todos, y tanto le amaban. Diré lo que a personas que le oyeron el sermón dijo hablando con el presidente Gasca en favor de un caballero de Cáceres que había servido bien, y había quedado sin suerte; llamábase el caballero Mogollón; quejósele que no le habían gratificado sus servicios, y rogole con el presidente Gasca fuese, parte para ello; prometiole hacerlo, y en un sermón que se ofreció, presente el Presidente, muy a propósito trujo: Agora, señor, cosa es digna de que nos admiremos que coman todos de mogollón, y que Mogollón muera de hambre; no es de vuestra señoría consentir tal cosa. Esto fue bastante para que se le diese un repartimiento, creo en Arequipa, y así fue. Predicó a Su Majestad del emperador Carlos V, de gloriosa memoria, Rey y señor nuestro, en Flandes, domingo, en las octavas de Nuestra Señora de la Asumpción, y el día propio de Nuestra Señora había predicado un religioso del seráfico Francisco, y hecho una escalera de doce gradas por donde había subido Nuestra Señora; dejó admirada a la corte la fama del regente y provincial de las Indias; además de la presencia del Emperador y cortesanos, concurrió todo el mundo, y refiriendo en breve las gradas de la escalera que había traído el presidente de San   —29→   Francisco, dijo: pues más gradas faltaron, y añadió otras ocho más, con lo cual todos quedaron pasmados. Allí le hizo Su Majestad merced por sus méritos, y porque más merced merecía, del obispado de La Plata, diviéndolo del Cuzco, de donde se partió para estas partes, habiendo dado primero larga relación de todo lo pasado en la rebelión de Gonzalo Pizarro (fue con el presidente Gasca) a Su Majestad, y Su Majestad, teniéndose por muy servido, le dio licencia para volverse. Llegó a la ciudad de Los Reyes, donde en breves meses dio el ánima al Señor y fue enterrado en nuestro convento e iglesia, que siendo provincial había hecho, en la capilla mayor, al lado del Evangelio, con gran sentimiento de toda la ciudad, y mayor de nuestros religiosos, sin llegar a sentarse en su silla. Todo lo que tenía dejó al convento.

Quedando vaca esta silla, Su Majestad del Rey nuestro señor Filipo II hizo merced della al padre fray Domingo de Santo Tomás, maestro en sancta Teología, doctísimo, gran predicador, gran religioso, gran celador del bien y conversión de los naturales, y no menos de las conciencias de los españoles, varón benemérito desta silla y de otra mayor; debía haber un año o poco más había venido de España, donde siendo provincial había ido a un capítulo general en que se juntaron todos los provinciales de la Orden, y con traer recado del General de la Orden para ser vicario general y visitador suyo, nunca quiso usar deste poder, ni mostrarlo hasta haber aceptado; vivía en el convento de Lima, con título solamente de la Universidad que entonces en nuestra casa estaba, y en las conclusiones   —30→   generales, particulares y conferencias se hallaba y presidia: entonces era yo estudiante de Súmulas. Llegadas las bulas y cédulas de Su Majestad, no quería aceptar, aunque el Conde de Nieva y comisarios le daban priesa aceptase; retrújose a nuestra chácara, que dista de la ciudad una legua pequeña; finalmente, allí aceptó; aunque algunos religiosos nuestros, particularmente un buen viejo que vivía en Chincha, le persuadía no aceptase, y finalmente aceptó, y el propio día, viniendo de la chácara al convento acompañado de muchos caballeros y religiosos, en el camino le dio un tan gran dolor de ijada, que llegando a la ciudad, y habiendo de pasar por el convento de San Augustín, que es donde agora está la iglesia y parroquia de San Marcelo, no le dejó el dolor llegar a nuestro convento, sino que allí se quedó hasta que se aplacó, y aplacado se vino a casa. Sabido por el buen viejo en Chincha, escríbele y dícele: Señor, ¿no persuadí a vuestra señoría no aceptase el obispado? Advierta bien a lo que le sucedió el día que aceptó, y sepa que no le han de faltar grandes trabajos. Parece lo fue profeta el buen religioso, porque, como luego diremos, tuvo muchos, y la orina e ijada le acabó. Ello es cierto que honores afferunt secum dolores, que es decir: los cargos traen consigo muchos trabajos. Acordábase muchas veces el buen obispo de la carta de su amigo.

Aceptado el cargo, luego le consagró el ilustrísimo y reverendísimo de Los Reyes con mucha pompa y aparato, donde concurrió a la iglesia mayor todo el pueblo, por ser el primer obispo que en ella se consagraba; hizo la fiesta y gasto el ilustrísimo   —31→   de Los Reyes, con mucha magnificencia; luego se celebró un Concilio provincial; acabado, fuese a su iglesia, donde fue recibido, solemnísimamente, y en el primer pueblo de indios de su obispado, creo ser Paucarcolla, por el camino de Arequipa, viéndolo sin iglesia, la mandó hacer a su costa, con ser los pueblos y indios ricos, buena, de una nave de adobe, sus portadas de ladrillo; el enmaderamiento es lo más costoso, porque se traen de lejos las vigas; no reparó en eso. Llegado a la ciudad de La Paz, el primero pueblo en su camino de españoles, dio priesa a la labor de la iglesia mayor, a la cual ayudó de su renta un tanto cada año, aunque no se acabó viviendo, pero después años; llegando a la ciudad de La Plata, fue recibido con gran aplauso de la ciudad e indios de toda la marca, y de los que vinieron de Potosí; amábanle como padre, y visitado su obispado, bajó otra vez a Lima, a otro Concilio provincial, y volviendo a su silla y llegando a ella diole Nuestro Señor un purgatorio, o por mejor decir dos: el uno con sus prebendados (no con todos) que yo conocí, no agora tales como su estado requería, y favorecidos por la mayor parte de la Audiencia, a los cuales queriendo corregir no podía. El otro fue el mayor, pues le acabó la vida: una enfermedad, por muchos meses, de ardor de orina (con ser templadísimo en comer y beber) que en fin le llevó a la sepultura. Dos meses antes que moriese, sintiendo ya se le acercaba la hora de su partida para el Padre, pidió al padre prior de nuestro convento, que no está más que la calle en medio de su casa, le fuésemos allí a servir y acompañar cada uno ocho días, hasta   —32→   que Nuestro Señor fue servido de llevarle; fuimos de muy buena gana, donde yo serví las semanas que me cupieron. El Padre de misericordias que le dio aquel purgatorio le doctó de una paciencia admirable, porque todas las veces que había de orinar, y eran más de cuarenta entre noche y día, cuando los dolores más le afligían, y la orina más le abrasaba, nunca le oímos decir otra cosa más de: Pecavi, Domine; pecavi, Domine; que es decir: Señor, pequé; Señor, pequé. Lo cual muchas veces repetía, y descansando un poco decía: Ah, Señor, ¿a un hombre miserable enfermedad de caballeros? Fiat voluntas tua. Desabrirse con el servicio de su casa, ni tener la menor impaciencia del mundo si no se acudía tan presto con lo que pidía, ni por imaginación. Esto es don de Dios y merced que a los suyos hace; cuando les da trabajos, los provee de fuerza y virtud para con alegría llevarlos. Viéndose ya cercano a su partida, reconciliose; confesarse hacíalo muchas veces; mandó se le trujese el Santísimo Sacramento; diré lo que le vi hacer, y todo el pueblo presente: trújolo el cura, llamado el padre Prieto, que después fue religioso de San Francisco, y acabó loablemente en Tucumán; esforzose cuanto pudo, mejor diré, esforzole Nuestro Señor; levantose de la cama, vistiose su hábito de religioso, el cual nunca mudó, con su capa negra. Cerca del altar en que se había de poner el Santísimo Sacramento se hincó de rodillas sobre una alfombra; quisiéronle poner un cojín; mandolo quitar; púsosele un escabelo corto sobre que se recostase, la enfermedad no le dejaba hacer otra cosa. Pues como llegase el cura   —33→   y pusiese el Santísimo Sacramento sobre el altar, volviose para este gran varón, comenzole a hablar con la cortesía y reverencia que se debe a un obispo, y díjole: ¿no veis, hermano, que está presente el Señor de los señores, Rey de reyes, Señor del cielo y de la tierra? No me habéis de tractar sino como a uno de los del pueblo, delante del Rey no hay señoría; y así le dio el Santísimo Sacramento como si fuera el menor del pueblo, con tantas lágrimas de todos los presentes, cuantas era justo allí se derramasen. Poco antes que expirase recibió el Sacramento de la Extremaunción, y expirando, con ser un poco moreno de rostro, y la nariz aguileña, pequeño de cuerpo, quedó tan hermoso que parecía otro; era cierto maravilla verle y vestido de pontifical; parecía vivo. A cosa de su casa ninguno de sus criados llegó antes ni después, más que si estuviera vivo, lo cual pocas veces suele suceder en las muertes de los obispos, como sucedió en la muerte de otro que luego diremos.

Diré también lo que vimos todos cuantos acompañábamos su cuerpo desde su casa a la iglesia: fue uno de los religiosos que volvió por el bien y conservación de los naturales que ha habido en estas partes, y si dijere que ninguno le llegó, no mentiré. Era conocido de todos los curacas y no curacas del Reino, y como le habían tratado muchas veces teníanle amor. Sabida en Potosí (que dista de la ciudad de La Plata 18 leguas) su enfermedad, que le iba consumiendo, muchos curacas de los allí residentes le vinieron a ver, y a llorar con él, cuando estaba en la cama. El día de su enterramiento, con toda el Audiencia y la ciudad, los indios se hallaron   —34→   en su acompañamiento, y dábanse mucha priesa a llegar al ataúd, donde le llevábamos vestido de pontifical, particularmente en las posas, a las cuales más de golpe se llegaban; los españoles deteníanlos, y ellos decían: déjanos ver a nuestro padre, pues ya no le veremos más, y no queda quien mire por nosotros; hiciéronsele las obsequias debidas, con gran sentimiento de todo el pueblo, y los canónigos, que no le eran muy aficionados, derramaban abundancia de lágrimas. Creemos piadosamente que desde su pobre cama, no era rica, sino casi como de pobre fraile, Nuestro Señor se lo llevó al cielo. Todo el tiempo que vivió, así en la Orden como fuera della, dio muestras de mucha virtud; jamás se le conoció vicio notable; de los descuidos cuotidianos ¿quién se libra de ellos? libérrimo de toda cobdicia y avaricia, y muy observante en los tres votos esenciales, y en las ceremonias de la Orden; era de mucha prudencia y cordura, y que delante de los príncipes del mundo podía razonar; humilde en gran manera, amigo de pobres y limosnero, su renta nunca llegó a 8000 pesos, los cuales, dejando para su casa gasto moderado, lo demás repartía entre pobres; fundó en la ciudad de La Plata un recogimiento que se llama Santa Isabel, donde se criaban hijas de hombres buenos, pobres; sustentábalo con su hacienda; después que murió creo no se tiene tanto cuidado. Con ser religioso nuestro, en su testamento no dejó más limosna a nuestro convento que a los demás. Entre los tres mendicantes mandó repartir igualmente su librería, que era mucha y muy buena.

  —35→  

Sus casas, a una cuadra de la plaza, buenas, que rentan más de dos barras, dejó a su iglesia con obligación de que cada uno el día de su enterramiento le digan los prebendados vigilia y misa; no hizo ni fundó mayorazgo alguno, sino, a lo que creemos, en el cielo.

A quien sucedió el reverendísimo don Fernando de Santillán, que fue Oidor de Lima y Presidente de Quito, donde tuvo muy grandes trabajos y testimonios falsos que le levantaron; sacole Nuestro Señor dellos y sublimole a la catedral de La Plata; no llegó a sentarse en su silla, porque murió en Los Reyes. Su muerte fue bien llorada; no había un mes que se había tomado la posesión del obispado por él, cuando luego llegó la nueva de su muerte. Varón de grandes prendas y de mucha virtud, aunque fue primero casado.

A este famoso varón sucedió el reverendísimo Granero de Ávalos, clérigo; no sé que dejase memoria de sí más de haber entablado la cuarta funeral en su obispado, como ya lo está en los demás destos reinos, con lo cual en breve, y con lo mucho que crecieron las rentas de los diezmos, se enriqueció mucho. Oí decir en la ciudad de Guamanga, que tractó casar un sobrino suyo con una hija de un vecino de aquella ciudad, con el cual ofrecía dar al sobrino 300000 reales de a ocho; pero, finalmente murió, y sus criados le desampararon, y viéndose morir vía le descolgaban la tapicería, y dejaban las paredes mondas; e ya que estaba para expirar, en la cámara le tenían puesto un candelero de plata con una vela, y llegó uno, no hallando ya otra cosa, le quitó y se lo llevó poniéndole la candela entre dos medios ladrillos, y desta suerte   —36→   acabó sus días. La hacienda no sé qué se hizo; más vale morir pobremente con bendición del Señor, que rico y desamparado. Dicen estaba muy mal quisto con sus prebendados y con otros; por eso se hallaron tan pocos en su casa al tiempo de su muerte.

Sucediole el reverendísimo fray Alonso de la Cerda, de nuestra sagrada religión, hijo del convento nuestro de Los Reyes; acabó loablemente; vivió poco en el obispado; varón religioso y ejemplar y limosnero.

Al reverendísimo fray Alonso de la Cerda subcedió el reverendísimo don Alonso Ramírez de Vergara, varón de grandes prendas y muy docto y muy galano predicador, limosnero, y que en su iglesia catedral de los charcas labró, según soy informado, dos capillas y las dotó con abundante renta, de quien yo recibí y me invió quinientos reales de a ocho de limosna para ayuda a venir a este reino de Chile al obispado de la Imperial, que si con ella no me favoreciera, con dificultad viniera a él. Fue Dios servido de llevarlo casi súpitamente con una sangría que sin discreción de los médicos se le hizo. A la hora que esto se escribe tengo por nueva cierta es promovido a aquel obispado el reverendísimo de Quito, de quien arriba tenemos hecha mención.



  —37→  

ArribaAbajoCapítulo VI

De los reverendísimos de Tucumán y Paraguay o río de La Plata


La provincia de Tucumán, con distar muy lejos del obispado de los charcas por más de 200 leguas, las más despobladas (como tractaremos adelante), era del obispado de los charcas; dividiose habrá treinta años, poco más o menos. El primer obispo fue don fray Francisco de Victoria, de nación portugués, hijo de nuestro convento de la ciudad de Los Reyes, en el Pirú, donde fuimos novicios juntos; varón docto y agudo; fuese a España, donde murió en Corte, y hizo heredero a la majestad del Rey Filipo Segundo, de mucha hacienda que llevó, y loablemente lo hizo así.

Sucediole el reverendísimo don fray Francisco Trejo, que agora reside en su silla y resida por muchos años.

De los reverendísimos del Paraguay, o Río de la Plata, después que el reverendísimo fray Alonso Guerra salió de aquel obispado promovido a otro en el reino de México, como dijimos arriba, no sé cosa en particular que tractar, más que le sucedió el reverendísimo Liaño varón apostólico y de grandes virtudes; fue Nuestro Señor servido para llevarlo para sí dentro de pocos años después que llegó a su obispado; a quien sucedió el reverendísimo   —38→   don fray Ignacio de Loyola, fraile descalzo, que hasta agora lo gobierna loablemente.




ArribaAbajoCapítulo VII

Del licenciado Vaca de Castro, Blasco Ñúñez Vela y don Antonio de Mendoza


Habiendo brevemente tractado, no conforme a las calidades de las personas, de los reverendísimos obispos e ilustrísimos arzobispos deste reino, por no quedar cortos, con la brevedad que más pudiéremos tractaré, y con toda verdad, sin género de adulación ni malevolencia, de los Virreyes que he conocido en estos reinos de cincuenta años5 a esta parte, y tomando un poco atrás la corrida.

El primero que los gobernó después de la muerte del Marqués de Pizarro, por Su Majestad, fue el licenciado Vaca de Castro, el cual, cuanto al gobierno de los indios y de los españoles, lo que dél se tracta fue buen gobernador, porque desembarcó en la Buena Ventura, y de allí atravesando la gobernación de Belalcazar vino a la ciudad de Los Reyes; vio la tierra y calidad della y de los indios, que es gran negocio y principio para acertar a gobernar; halló alterado a don Diego de Almagro, y tiranizado el reino; juntó campo contra él, habiéndole primero requerido se redujese al servicio de su rey; diole batalla campal en Chupas, legua, y   —39→   media de Guamanga, donde le venció y cortó la cabeza como a traidor; allanó la tierra, hizo ordenanzas buenas, conforme al tiempo, para los indios y españoles, principalmente mandando que para el servicio de los tambos, y aderezarlos, sirviesen los mismos que el Inga tenía señalados; estas ordenanzas se guardaron algunos años; ya no hay memoria dellas.

Sucediole el Visorrey Blasco Núñez Vela, que luego le prendió e puso en un navío en el puerto del Callao; de allí fue a España, donde muchos días y años estuvo preso; la causa no sé, mas después salió de allí y fue presidente del Consejo de Indias.

Blasco Núñez Vela, por no moderar su condición y dejar las cosas para su tiempo, perdió en la batalla de Quito la vida, y puso el reino en riesgo de que perpetuamente se apartase de la corona de Castilla. Es suma prudencia en un Rey y en un Virrey disimular cuando no se puede hacer otra cosa, so pena que se recrecerán gravísimos males, irremediables por fuerzas humanas; desto en las divinas Escripturas leemos una prudencia digna de ser imitada, y para esto se puso y escribió por orden del mismo Dios, en David, el cual, no se hallando poderoso para castigar a su sobrino y capitán general Joab la muerte de dos capitanes generales que había cometido, Abner, fijo de Ner, y Amasa, disimuló con él, y el castigo cometió a su hijo Salomón, el cual hízolo por superior mandado, y aunque David dilató el castigo, no por eso lo reprehende la Escriptura. No es inconveniente seguir el tiempo que pide el tiempo.

Al Virrey Blasco Núñez Vela sucedió el prudentísimo   —40→   y bonísimo Visorrey don Antonio de Mendoza, primero Visorrey de Méjico; el cual, por venir muy enfermo, y acabar presto sus días en este reino, no sé cosa notable que dél se pueda tractar, sino que así enfermo y tendido en la cama era temido y amado de los españoles y naturales.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Del Marqués de Cañete


Al Visorrey don Antonio de Mendoza sucedió don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, cuya memoria permanece con alabanza perpetua; varón realmente de muchas y admirables virtudes, dignas de ser imitadas de todos sus subcesores, y alabadas de los historiadores, y puestas sobre las nubes, pues para tractar dellas se requería otro talento qu'el mío, y facundia más aventajada; por lo cual confieso ser atrevimiento mío, criado (puedo decir) en estas remotas partes, a quien lenguaje y orden de escribir le falta, que ni he visto cortes de Reyes ni príncipes, ponerme a escribir lo que otros, haciéndome grandes ventajas, han rehusado; mas viendo que no era decente que sus virtudes y hechos en el río del olvido quedasen anegados, en breve escribiré lo que todo este reino de su gran cristiandad experimentó, ánimo generosísimo, entrañas más que de padre para los pobres, afabilidad para los humildes y pecho para   —41→   rebatir los ánimos soberbios, y finalmente, mereció ser llamado padre de la patria.

Partió de España el año de 56, y llegando con buen tiempo a Tierra Firme, halló en ella muchas cartas de la Audiencia de Los Reyes, en que le avisaban que don Pedro Luis de Cabrera, vecino del Cuzco, se había retirado medio casi rebelado a la ciudad de San Miguel de Piura, teniendo en su compañía algunos de los notablemente culpados en la rebelión y tiranía de Francisco Hernández Girón, uno o dos de los cuales habían sido sus capitanes, por lo cual viese lo que convenía ser hecho; y porque se entienda lo que vamos tractando, don Pedro Luis de Cabrera, caballero conocido, natural de Sevilla, era vecino (como dijimos) del Cuzco, y de muy buen repartimiento; concluida la guerra de Francisco Hernández, y tiranía, donde sirvió muy bien, bajando a Lima no sé con qué ocasión, con alguno o con todos de los Oidores se desabrió, por ventura por la compañía que sustentaba, y desabrido se vino con los suyos a Trujillo, de Trujillo a Piura, donde muchas veces fue requerido por la Audiencia de Los Reyes despidiese aquellos traidores; si no, procederían contra él.

El Audiencia por entonces no era poderosa contra don Pedro de Cabrera, por no alborotar la tierra, porque los ánimos de los que en la guerra habían servido a su costa, hallándose pobres y sin remedio de que se les gratificasen sus servicios, no sabiendo quién era proveído por Virrey, y no lo esperando tan presto, descomedíanse, y aun hacían algunas befas, y hobo día que muchos destos pretensores juntos se fueron al acuerdo donde los Oidores   —42→   estaban, a pedirles les diesen de comer, con no poco descomedimiento; bastante fue ir junctos a esto; de suerte que por ver a la tierra en la condición y estado referido, los señores de la Audiencia sufrían más de lo que en otro tiempo no sufrieran.

Don Pedro de Cabrera hacía poco caso destos requerimientos o cartas, ni despedía la compañía de traidores; ya dije no eran todos. Despachó el Audiencia al factor Bernardino de Romani, hombre de pecho, y prudente; pero no se atreviendo a ejecutar lo mandado, ni llegar donde don Pedro de Cabrera estaba, se volvió a Los Reyes. Luego la Audiencia, temiendo, alguna rebelión despachó al licenciado Hernando de Santillán, Oidor, que después fue Presidente de Quito y obispo de la ciudad de La Plata, contra don Pedro de Cabrera, con copia de criados, porque ruido de armas no convenía, porque la tierra no se alborotase si con soldados y armas descubiertas le despachara, para que le redujese, y si fuese necesario prendiese, y preso lo trujese a Los Reyes; sabido esto por don Pedro de Cabrera, saliose de Piura con toda su gente y dio la vuelta sobre la isla de la Piura, donde se hizo como fuerte, y estaba como medio encastillado; por lo cual el licenciado Santillán se quedó en Piura, no pasando más adelante, casi como en frontera, para que si don Pedro se desmandase le pudiese refrenar. Vistas, pues, estas cartas por el Marqués, ignorando que don Pedro estaba en la Puna, despachó luego de Tierra Firme a un caballero de su casa, don Francisco de Mendoza, nobilísimo caballero, deudo suyo, muy discreto y no menos gentil   —43→   hombre, con cartas para don Pedro de Cabrera, regaladas y discretas (yo las vi y leí en Tumbez), en que le mandaba que, recibidas, se partiese luego para Los Reyes y allí le aguardase, porque no pensaba desembarcar en ningún puerto hasta llegar al del Callao, adonde le vería, porque traía orden de Su Majestad el emperador Carlos Quinto, de gloriosa memoria, de tenerle muy cerca de sí, de quien se había de informar del estado de todo el reino, y con su parecer hiciese merced a los beneméritos. Llegó don Francisco a Paita, y sabiendo don Pedro se había retirado de Piura para la Puna, despachó luego las cartas del Marqués con un criado suyo, las cuales recibidas, con gran alegría se embarcó con aquellos capitanes y soldados en balsas, para la playa de Tumbez, adonde llegando en dos días y aun antes se desembarcó con todos ellos, confiadísimo que el Marqués había de hacer muchas mercedes a los que traía consigo.



  —44→  

ArribaAbajoCapítulo IX

Del Marqués de Cañete


El Marqués de Cañete, embarcándose en Panamá con su casa mucha y muy buena, y con muchos caballeros pobres que salieron de España con el Adelantado Alderete para Chile, el cual muriendo en la isla de Perico o Taboga, los dejó pobres y desamparados; mas el buen Marqués los recogió y a la mayor parte dellos recibió en su casa; a los demás dio pasaje. Con próspero viento, en el navío de Baltasar Rodrígues, en breves días (era tiempo de brisas) llegó a Paita, y de allí, prosiguiendo su viaje, con la intención dicha, de no desembarcar en puerto hasta el Callao, enfadado de la navegación, saltó en tierra en un puerto no seguro, conforme a su nombre, llamado Mal Abrigo, diez leguas más abajo de la ciudad de Trujillo, adonde no halló ni había recado, ni para el Marqués ni para sus criados, sino fue un asnillo, el cual lo aderezaron lo mejor que pudieron sus criados, y en él vino hasta un poblezuelo tres leguas de allí, o poco menos, llamado Llicapa, de la encomienda de un vecino de Trujillo, llamado Francisco de Fuentes, de donde ya con todo recado llegó al valle de Chicama, dos leguas de camino, donde le aposentaron en el ingenio del capitán Diego de Mora. En breve tiempo, desembarcado el Marqués en Mal Abrigo, se supo la nueva en Trujillo, donde a la sazón le estaban   —45→   aguardando muchos caballeros y capitanes de Su Majestad que en la guerra contra Francisco Hernández le habían servido, gastados della, e para comer también allí habían venido, entre ellos, el general Pablo de Meneses, aunque no había venido sino a besar las manos al Virrey que viniese y a darle noticia del estado del Reino; de Huánuco, a lo menos de Chachapoyas, habían venido vecinos y capitanes a lo mismo; todos estos caballeros, capitanes y vecinos de Trujillo, sabida la nueva, luego vinieron a Chicama, donde le besaron las manos y fueron del Marqués muy alegre y benignamente recibidos.

Don Francisco de Mendoza, que dijimos haber venido despachado por el Marqués para don Pedro de Cabrera, llegando a Piura hizo no sé qué liviandad de caballero gentil hombre y cortesano, la cual en desembarcando el Marqués se la dijeron; sintiolo mucho, y luego propuso de lo embarcar para España, y lo tractó o amenazó lo había de hacer. Su hijo don García de Mendoza, caballero de 22 años, de grandes esperanzas, allí en Chicama una noche, andándose paseando el Marqués por una sala, con no poca pesadumbre de lo sucedido6, en pie, en cuerpo, la gorra quitada, suplicábale templase aquel rigor y no embarcase a don Francisco de Mendoza, ejecutando la primera justicia en un deudo y caballero de su casa, representándole lo que le había servido en mar y tierra; a lo cual el cristianísimo Marqués le respondió, oyéndolo todos aquellos caballeros que esperaban   —46→   la resolución y deseaban se quedase en la tierra don Francisco de Mendoza, el cual ya les tenía con su tracto cortesano y nobilísimo ganadas las voluntades, dijo: Por vida de la marquesa, que si como don Francisco hizo esta villanía la hicieras tú, del primer árbol te dejara ahorcado. No traigo yo hijos, deudos ni criados, para que agravien al menor indio del mundo, cuanto menos a ningún hombre honrado y vecino, sino para que los sirvan, agasajen y honren. A estas palabras no se atrevió su hijo a replicarle más, y todos aquellos caballeros quedaron muy tristes y entendieron el pecho cristiano que el Marqués traía, y que no se habían de burlar con él. Todo esto y lo que se sigue vi con mis ojos.




ArribaAbajoCapítulo X

El Marqués llega a Trujillo


Aquí en Chicama fue servido el Marqués con todo el regalo posible, porque así lo mandó doña Ana de Valverde, mujer que fue del capitán Diego de Mora, en cuyo ingenio fue hospedado (como habemos dicho) con gran abundancia y todos que iban y venían; de donde partió para la ciudad de Trujillo, cinco leguas de camino, en la cual fue recibido con mucha alegría y gasto de aquellos vejazos vecinos, en palio. Entró en un caballo blanco que le dio la ciudad y lo compró el comendador Melchior Verdugo, vecino de aquella ciudad. Trujo   —47→   mucha casa: un mayordomo mayor, hombre muy principal, de mucho gobierno, de pocas palabras, pero muy discretas y graves, llamado Diego de Montoya; cuatro mestresalas; dos capellanes, y luego recibió en su servicio otro, un hermano mío llamado Juan de Ovando; dos caballerizos, mayor y menor; muchos pajes y lacayos, y su guarda con su capitán; tanta y tan buena casa, que ningún Visorrey la ha traído tal, harta ni abastada. Fuese a posar a las casas del Capitán Diego de Mora, donde fue servido como era justo se sirviera un varón y señor de tanto valor y ánimo. Prestolo allí doña Ana de Valverde 12000 pesos ensayados para su gasto; volvioselos de la Audiencia de los Reyes en oro. En llegando, la primera cosa que hizo fue mandar embarcar a don Francisco de Mendoza en un navío que acertó a estar en el puerto, para le llevar a Tierra Firme y se volviese a España, con lo cual los ánimos soberbios comenzaron a humillarse y a temer.

Entre otros capitanes y caballeros pobres gastados de la guerra que habían bajado a Trujillo a matar la hambre, bajó el capitán Rodrigo Niño, caballero pobre y adeudado de los gastos de la guerra, el cual a la sazón estaba en la cama enfermo, que no tenía sobre qué caer muerto, en casa de doña, Isabel Justiniano, señora principal, que movida de caridad le regalaba en su casa y curaba. El cual así enfermo, diciéndole y pidiéndole albricias, que ya el Marqués había desembarcado en la tierra y costa del Perú, preguntó que dónde; respondiéronle en Mal Abrigo; entonces dijo: Más quisiera desembarcara quinientas leguas más abajo, porque   —48→   quien desembarca en Mal Abrigo no nos puede abrigar bien; mas engañose diciéndolo, porque luego que el piadosísimo Marqués supo estaba enfermo, y sus servicios, le envió con un paje 1500 pesos ensayados, para su enfermedad, animándole a que procurase7 su salud, que dándosela Dios, en nombre de Su Majestad le haría merced, como se la hizo dándole 5000 pesos de renta, y no los quiso; mandó el Visorrey al paje no recibiese un grano del capitán Rodrigo Niño; vuelto el paje y dada la respuesta, preguntole: ¿qué te pasó con el capitán? Respondiole: señor, porfió mucho conmigo que tomase las barras para calzas, y como llevaba orden de Vuestra Excelencia que no recibiese un grano, no las quise recibir. Entonces dijo el Marqués: ¿es posible que un hombre que no tiene un grano de plata, tenga tanto ánimo? ¿quién ha de hartar los ánimos de los hombres deste Perú? y quien esto hacía con el capitán Rodrigo Niño, no le quería abrigar mal. Oí decir que el Marqués en España era tenido por escaso.

No se puede creer, por la liberalidad que mostró en estos reinos en todas sus cosas, siendo, como es así, verdadero refrán que los que pasan la mar mudan los aires y no los ánimos; que es decir: múdanse de un reino a otro, de una región a otra, pero no mudan sus inclinaciones naturales. En esta ciudad se detuvo casi un mes, en el cual tiempo muchas veces enviaba a visitar a don Pedro de Cabrera, el cual, como dijimos, llegado a ella enfermó, y don Pedro deseaba mucho la salud, por   —49→   besar las manos al Marqués, pensando había de destruir a todos los Oidores, según tenía contra ellos cosas verdaderas o fingidas, y fingidas debían ser, porque los Oidores de aquella sazón eran varones muy libres y enteros de lo que a algunos suelen infamar. Ya que estuvo con salud, envió pedir licencia al Marqués para le besar las manos.

Envíale a su capitán de la guardia con cuatro alabarderos y una mula para que lo lleve al puerto y lo embarque en el navío, donde estaba embarcado don Francisco de Mendoza, y de allí lo lleven a Tierra Firme, y dende a España, como se hizo. Fue justísimo embarcarle, con que admiró a muchos y sosegó a otros.

Cuando llegó a esta ciudad, la justicia tenía preso a un vecino della, llamado Lizcano, por sospecha que había hecho un libelo infamatorio, contra el cual hobo algunos indicios, los cuales si se le probaran corriera riesgo de la vida, como lo merecen semejantes malos hombres y peores cristianos; no se le probó. El Marqués muy buenos, sí los mostraba, de le mandar justiciar; mandolo desterrar a España, y embarcáronle en el mismo navío.

Hiciéronse muchas fiestas de toros y cañas, y el Marqués, como aficionado a caballos y ejercicio dellos, los domingos y fiestas salía a caballo y hallábase en la carrera; hízosele allí un picón gracioso.

En la ciudad vivía Salvador Vázquez, muy buen hombre de a caballo de ambas sillas, pero de la jineta mejor; tenía bonísimos caballos hechos de su mano; un día en la carrera tractó con el general   —50→   Pablo de Meneses, y comendador mayor Verdugo, de hacer el picón, y puesto en ella parte con su caballo, y ya se le caía la capa, ya la gorra, ya estaba en las ancas del caballo, ya en el pescuezo; finalmente, paró, y fíngese muy enojado, y vuelve a pasar delante del Marqués. Cuando emparejó díjole el Marqués: bueno está, señor, no os pongáis en más riesgo: la culpa fue del caballo; no paséis adelante, por mi vida. Salvador Vázquez, responde: suplico a Vuestra Excelencia sea servido darme licencia para pasar otra vez la carrera, porque estoy corrido y afrentado que este caballo delante de Vuestra Excelencia haya hecho tantos desdenes y a mí caer en una falta semejante.

Los que sabían el caso suplicaron al Marqués lo dejase volver a pasar la carrera; consintiolo, y puesto en ella, parte Salvador Vázquez con su caballo como un gamo, y antes de parar el caballo hecha mano a la capa y espada, y desnuda, jugó della muy bien, y tornó a ponerla en la vaina y su capa en su lugar. El buen Marqués recibió mucho gusto y dijo riéndose: Bueno ha estado el picón; yo me he holgado de ver la segunda carrera, porque delante del príncipe nuestro señor se pudiera hacer.




ArribaAbajoCapítulo XI

Parte el Marqués de Trujillo


Partió desta ciudad de Trujillo para la de Los Reyes en un machuelo bayo que trujo desde Tierra   —51→   Firme, en el cual, llegando al río de Sancta, en todo tiempo grande y pedregroso, lo pasó a vado por más que le suplicaron tomase un caballo, y en el mismo vadeó el de la Barranca, que es el más raudo, mayor y de más piedras de todos los Llanos.

Al valle de Guarmey, que es la mitad del camino, le salió a besar las manos don Pedro Portocarrero, vecino del Cuzco, maese de campo en la guerra contra Francisco Hernández, el cual fue haciendo la costa al Marqués con mucha abundancia, trayendo lo necesario en sus camellos y mulas, hasta la ciudad de Los Reyes, y abajando a la sierra de la Arena, seis leguas de Los Reyes, en un arenal hizo banquete general a yentes y vinientes, y otro aparte para el Marqués, con bastante agua fría para todos, que es el mayor regalo, porque allí ni callente la hay; ramadas hechas, debajo de las cuales se pusieron las mesas; llegando a tambo Blanco, que es en el valle de Chancay, nueve leguas de Los Reyes, le salieron a besar las manos los criados que habían sido del Visorrey don Antonio de Mendoza, su mayordomo mayor, Gil Ramírez Dávalos, y el secretario, Juan Muñoz Rico, y otros, y algunos vecinos de Los Reyes. Conociendo el Marqués la suficiencia de Juan Muñoz Rico, le mandó sirviese en el mismo oficio que había servido al Visorrey don Antonio de Mendoza. Podía servir en aquel oficio al gran monarca Carlos Quinto, lo cual Juan Muñoz hizo en el tiempo que vivió con toda la fidelidad que el oficio requiere; empero no vivió tres años y murió súbitamente. Llegando a media legua de la ciudad o poco menos, a una chácara o viña de Hernando   —52→   Montenegro, vecino della, de los antiguos conquistadores, adonde le tenía aderezada la casa como se requería, aquí se detuvo hasta el día de San Pedro, que debieron ser dos días, mientras la ciudad acababa lo necesario a su recebimiento. Antes de llegar a esta viña, los vecinos viejos le hicieron una escaramuza a la jineta en un bosquecillo que había antes de llegar a la viña; holgó mucho el Marqués de verla y dijo: Así, ¿esto hay por acá? ¿esto hay por acá? galanísimamente han escaramuzado; casi parecía de veras. Luego se hizo un combate de un castillo por infantería, los infantes muy bien derezados, la cual acabada entró en la viña y estuvo el tiempo que habemos dicho.




ArribaAbajoCapítulo XII

Entra el Marqués en Los Reyes


Día de San Pedro partió desta viña después de comer, y llegando a la ciudad fue recibido de la Audiencia y de toda ella debajo de palio, en un bonísimo caballo muy ricamente aderezado, los regidores llevando las varas, y dos de los más antiguos el caballo de diestro, con sus ropas rozagantes de terciopelo carmesí, gorras de lo mismo bien aderezadas y cadenas riquísimas de oro, con gran alegría de todo el pueblo, como aquel que se esperaba ser padre de la patria, como lo fue; delante del cual marchaba un escuadrón de infantería, el que hizo la escaramuza, con diferentes vestidos;   —53→   desta suerte llegó a la iglesia mayor, donde el Deán y Cabildo della con toda la clerecía le recibió con la cruz alta, cantando: Te Deum, laudamus, y hecha oración y la ceremonia acostumbrada, dio la vuelta para las casas llamadas de Antonio de Ribera, a una esquina de la plaza, las más cómodas para le aposentar, porque no están de las casas Reales más que una calle en medio, ya ellas se pasa por un pasadizo de madera, donde fue aposentado. Dende a pocos meses llegaron los procuradores de las ciudades, los más principales vecinos dellas, con mucho aparato de gasto de casa y criados, y luego tractó de reformar el reino. Envió por corregidor del Cuzco al licenciado Muñoz, que trujo consigo de España, hombre docto en su facultad, el cual cortó las cabezas a los capitanes Tomás Vázquez y a Piedrahíta, y a otros vecinos, porque fueron los principales en la tiranía de Francisco Hernández Girón. Esto hizo por orden del Marqués, y el Marqués por orden del Emperador Carlos Quinto, de gloriosa memoria, que le mandó que a los que hobiesen sido cabezas, despachase.

Estos vecinos y capitanes siempre anduvieron con Francisco Hernández hasta que fue desbaratado en Pucara, como dijimos; pero viéndose perdidos y sin cabeza, se vinieron al campo de Su Majestad, y los Oidores les perdonaron, volvieron sus indios y haciendas, y los hijos las tienen hoy día por los padres, mas ellos se quedaron justiciados; si justamente, otros lo juzguen.

En este tiempo mandó ahorcar a Pavía, por traidor, que había sido criado del Visorrey   —54→   don Antonio de Mendoza, el cual fiando en esto, o en no sé qué, se andaba paseando por la ciudad, y con avisar el Marqués a los criados de don Antonio le dijesen se le quitase delante los ojos, avisado no lo quiso hacer, antes un día principal pasó la carrera delante del Marqués, el cual enfadado de tanto desacato le mandó prender y justiciar, y porque entendió había de ser muy importunado le otorgase la vida, el día que le ahorcaron se salió de la ciudad muy de mañana; debía la muerte bien debida, porque no se redujo al servicio de Su Majestad hasta ver desbaratado de todo punto en Pucara a Francisco Hernández; he dicho esto porque algunos tuvieron por riguroso al Marqués por la muerte de Pavía.




ArribaAbajoCapítulo XIII

El Marqués hizo perdón general


Día de Sant Andrés adelante se celebraron fiestas en la ciudad, con una sortija y muy costosas libreas; los más principales del reino corrieron; hallose presente el Marqués, y dio perdón general a los culpables en la tiranía de Francisco Hernández, si no fueron aquellos cuyas causas estaban pendientes y presos, entre los cuales en la cárcel de Corte había algunos, no llegaban a veinte; a estos, porque el Marqués era humanísimo y nada amigo de derramar sangre, los condenó a que aherrojados con grillos trabajasen en la labor de la   —55→   puente que mandó hacer en el río desta ciudad, como arriba tractamos; mas trabajaron pocos meses, algunos de los cuales, teniendo amigos conocidos o conterráneos mercaderes, se encomendaron que les pidiesen limosna y comprasen negros, y por ellos los diesen al Marqués; hiciéronlo así los mercaderes (era mucha lástima ver aquellos miserables cargar ladrillo y mescla, aherrojados); fuéronse al Marqués y dícenle: Señor, vuestra excelencia tiene condenado, y justísimamente, a fulano a que trabaje en la puente, como trabaja; vuestra excelencia sea servido recibir un esclavo negro que traemos8 por él, y desterrarlo o hacerlo que vuestra excelencia fuere servido; el negro ofrecemos a vuestra excelencia para que perpetuamente sirva como lo es, y después de acabada la puente aplíquelo vuestra excelencia a quien fuere servido. El Marqués holgó extrañamente con la merced que se le pedía, y alaboles el hecho, porque ya sus entrañas no sufrían ver españoles en estos reinos trabajar aherrojados como esclavos en la puente con indios y negros; concedió lo pedido, y uno desta manera libre, los demás así se libertaron, a los cuales desterró del reino, y embarcó, unos para México, otros para el reino de Tierra Firme; fuéronse y no volvieron más. Los negros creo se aplicaron para la ciudad. Después desto, porque el capitán Martín de Robles, suegro del general Pablo de Meneses, se descomidió (según dicen) a decir que el Virrey venía mal criado y era necesario bajar a Los Reyes a ponerle crianza,   —56→   mandó por una carta al licenciado Altamirano, Oidor de la Audiencia, a quien había hecho corregidor de la ciudad de La Plata y Potosí (entonces este corregimiento, como agora, era uno) que hiciese justicia dél. Prendiolo y ahorcolo; que fuese justamente justiciado o no, no es de mío juzgarlo; a lo menos, las palabras fueron demasiadamente descomedidas (no digamos desvergonzadas), porque sabían a rebelión, y por ellas y por otras que se escribían al Marqués, libérrimas, mandolo referido. Era el capitán Martín de Robledo (no le conocí) hombre que se picaba de gracioso y decidor y no perdonaba por un buen dicho (así lo llamaba el vulgo necio, siendo mal dicho y pernicioso) ni a su mujer ni a otro, y por eso, por donde pecó pagó. Era fama en Los Reyes que el Marqués, enfadado desto decía al general Pablo de Meneses, yerno de Martín de Robles: escribid a vuestro suegro venga a esta ciudad; pero que el general Pablo de Meneses le escribiese, o no, no lo sé; a lo menos del ánimo generosísimo del Marqués se colige que si bajara, no muriera como murió. Fue su muerte en Potosí, donde a la sazón estaba.




ArribaAbajoCapítulo XIV

Cómo proveyó por gobernador de Chile a su hijo don García de Mendoza


Hecho esto, luego determinó remediar el reino de Chile, porque demás de la guerra con los indios   —57→   araucanos, que se habían rebelado y muerto al gobernador don Pedro de Valdivia, entre dos capitanes, Francisco de Aguirre y Francisco de Villagrán, había disensiones sobre el gobierno, cada uno pretendiéndolo para sí; por lo cual nombró por capitán general a su hijo don García de Mendoza que consigo trujo, de 23 a 24 años de grandes esperanzas, como las ha cumplido, y diremos cuando de su gobierno en estos reinos tractaremos; con quien fueron muchos y muy buenos soldados, viejos y bisoños, y caballeros principales desta tierra, con los cuales y con el favor de Nuestro Señor en breve redujo al servicio, de la corona Real los indios rebelados; repartiolos y dejó el reino tan llano como este del Perú, y porque esta historia en la Araucana de don Alonso de Ercilla se puede ver, desto no más.

Compuesto el reino y gozando de mucha paz, tractó de hacer mercedes a los beneméritos, así capitanes como soldados principales, que en la tiranía de Francisco Hernández habían servido a Su Majestad gastando lo poco que tenían y de sus amigos, como fueron los capitanes Diego López de Zúñiga, Rodrigo Niño (de quien dijimos), Juan Maldonado de Buendía, y otros bravos y famosos soldados, a los cuales llamándoles y haciéndoles su razonamiento, con esperanzas de les acrecentar las mercedes, les daba a uno 7000 pesos ensayados por dos vidas, a otros cinco, a otros cuatro, a los soldados, a dos mil pesos, porque la tierra no sufría más por entonces, no había repartimientos vacíos; empero ellos, no usando de la cordura que se requería, no quisieron recebir la merced que se les   —58→   hacía, y dijeron les diese de comer conforme a sus méritos, y si en breve relación se ha de tractar verdad, y en larga, otros méritos no tenían más de haber servido de capitanes, porque hacienda no tenían mucha; pues experiencia de guerra, no creo ninguno dellos habría servido en Italia, y por eso, dijo Martín de Robles: Malograda de la madre que este año no tuviese hijo capitán; y en esta guerra contra Francisco Hernández, ninguno derramó gota de sangre, porque con él nunca llegaron a las manos, y cuando Francisco Hernández se desbarató y perdió, como referimos, no hobo quien contra los traidores echase mano a la espada; de suerte que muy bien pagados eran los unos y los otros, y yo sé que se arrepintieron más de seiscientas veces por no haber admitido las mercedes que en nombre de Su Majestad el buen Marqués les hacía.

El cual, oyendo la respuesta, no tan prudente ni humilde como era justo, les respondió: en hora buena, yo os daré muy bien de comer. Los cuales despedidos, luego llamó a su mayordomo Diego de Montoya y dícele: Mañana han de comer conmigo los capitanes; aderécese bien de comer; hízose así, convidolos a comer; comieron espléndidamente; empero túvoles aparejadas mulas y su guardia, con el capitán de ella, y embarcolos a España, diciéndoles que Su Majestad les daría de comer allá, porque tenía mucha necesidad dellos para la guerra de San Quintín, donde el rey nuestro señor, entonces príncipe, estaba ocupado; dioles cartas de recomendación, alabándoles de valientes, y suplicando les gratificase conforme a sus servicios dioles alguna plata para el camino, a unos más, a   —59→   otros menos; naipes y cintas para que jugasen en la mar, y encomendó los llevase a España el capitán Gómez Zerón, el cual, en la mar, antes de llegar a Tierra Firme, ahorcó a uno de los soldados embarcados, llamado fulano Chacón, bravato y de muy buena presumpción, porque le quiso matar, y si le acertara de lleno, acabárale. Destos capitanes y soldados ninguno volvió a casa, si no fue el capitán Diego López de Zúñiga, y el capitán Juan Maldonado de Buendía; el primero murió pobre y ningún Visorrey le hizo merced, ni pudo cumplir las cédulas de Su Majestad en que mandaba se les hiciese, por no haber vacos indios; el otro volvió casado y pobre, e yo le vi en Los Reyes, y toda la ciudad, padecer gran necesidad; agora vive en el Cuzco, creo con 3000 pesos de situación; los cuales si recibieran la merced que el Marqués les hacía agora cuarenta años, hobieran della gozado todo este tiempo y murieran ricos; empero la imprudencia no puede ser causa de sosiego.




ArribaAbajoCapítulo XV

Nombró el Marqués gentiles hombres, lanzas y arcabuces


Embarcados estos no muy prudentes capitanes y soldados, no con poco asombro de la ciudad, para enfrenar y sosegar la soberbia de los soldados de la necia valentona, y para gratificar a otros más cuerdos, y visto lo que pasaba, se humillaban, instituyó   —60→   cien gentiles hombres, que llamó lanzas, con 1000 pesos ensayados cada año, con su capitán general y alférez. Por capitán nombró a don Pedro de Córdoba, caballero muy principal y discreto, del hábito de Santiago, deudo cuyo, que con el Marqués vino de España, con 5000 pesos ensayados; alférez fue nombrado Muñoz Dávila, vecino de Los Reyes, de poca renta, con 3000 pesos, encomendero de Guarmei; estos pesos se pagaban por sus tercios de cuatro en cuatro meses infaliblemente; los lanzas eran obligados a tener caballo y armas y cuartago, coracinas o cotas, y lanzas y adargas. Dos días antes de la paga salían a la plaza en reseña con sus dobladuras, ellos en sus caballos, los criados en sus cuartagos. Poníase el Marqués en los corredores de las casas de la Audiencia y pasaban delante dél la carrera, y al tercero día les pagaban el tercio de los 1000 pesos, que son 333 pesos, 2 tomines y 8 granos. Con esta paga vivían de dos en dos; tenían sus casas muy concertadas, sus caballos muy gordos, ellos bien vestidos y contentos. Los arcabuces gentiles hombres fueron cincuenta con 500 pesos de acostamiento; estos habían de tener sus cotas, arcabuces y mulas; nombró por sus capitanes a Domingo de Destra y a Juan de Ribera, vizcaínos, bonísimos soldados; estos salían el mismo día que los lanzas a su reseña en sus mulas y arcabuces; pagábaseles su tercio de la plata el mismo día que a los lanzas. Dicía el prudentísimo Marqués que los instituía para que anduviesen, fuesen y viniesen con el Visorrey, y cuando se tractase alguna cosa contra el servicio de Su   —61→   Majestad, los lanzas y arcabuces se hallasen a pique para hacer lo que se les mandase.

Era mucho gusto ver las barras que atravesaban de las casas Reales por medio de la plaza para las casas de los mercaderes, que a este crédito, daban a los unos y a los otros sus haciendas. Esta paga perseveró todo el tiempo que vivió el Marqués, y después algunos años; mas agora no se pagan con tanta solemnidad, ni tan bien, y un Virrey les quita un pedazo, otro, otro. Para esta paga señaló ciertos repartimientos que halló vacos, y otros que vacaron, de donde bastantemente se pagaba día a día; a sus tres capellanes también señaló a 1000 pesos ensayados, y se les pagaba en el mismo día que a los lanzas, y es cierto que si los lanzas fueran pagados y arcabuces, y de hambre los unos no se hobieran comido las armas y lanzas y los otros los arcabuces, cuando el cosario capitán Francisco inglés, entró en el Callao, no se saliera riendo ni robara lo que robó. Pero ni los gentiles hombres lanzas las tenían, ni los arcabuces, escopetas, ni polvo de pólvora; no les pagaban, habíanselos comido, y por eso el enemigo se fue riendo con tanta riqueza, y no menor infamia de los leones del Perú. Nombró otro capitán de artillería, al capitán Ximeno de Berrio, hombre en quien cabía muy bien el cargo. Esta artillería se guardaba en palacio con bastante copia de municiones, para cuando fuesen necesarias; desta suerte enfrenó los ánimos indómitos y necios deste reino, que les parecía para cada uno el Perú era poco.



  —62→  

ArribaAbajoCapítulo XVI

El Marqués quiso prender a doctor Sarabia, Oidor


Gobernando, pues, el valeroso Marqués con la prudencia suya el Reino, no sé qué cizaña se comenzó a sembrar él y el doctor Sarabia, Oidor más antiguo de la Audiencia; por lo cual el Marqués, enfadado, y con razón, determinó prenderle y ponerle en la fortaleza que hizo reparar de Cañete, donde tenía por castellano al capitán Hierónimo Zurbano, hombre principal. Esta fortaleza no es tan perfecta y acabada como las de nuestra España. El Inga a su modo la hizo; reparose, hiciéronse en ella algunos aposentos donde el castellano viviese, y donde si algún hombre principal se hobiese de prender y no estuviese seguro en la ciudad, le llevasen a aquella fortaleza, pero ya ni hay castellano, aunque la fortaleza así persevera. Una noche envió a don Pedro de Córdoba, general de las lanzas, a llamarle; el doctor Sarabia entendió la balada; acababa de cenar; dijo: en hora buena, luego salgo; mientras, me visto; levantose de la mesa, donde estaba con una ropa de levantar; entrose en su cámara, y por una ventana, no era alta, descolgose a la huerta, y de allí por la puerta falsa que sale al río, dio consigo en nuestro convento, donde le pusieron en casa de novicios. Don Pedro, viendo se tardaba, entró en el aposento;   —63→   no le hallando, y hallándose burlado, se volvió al Marqués, el cual viendo que no se lo trujo, luego de mañana despachó a Chancay a nuestro provincial, que a la sazón era fray Gaspar de Caravajal, que allí estaba en una hacienda del convento visitándola, dándole relación de lo pasado, que luego se partiese y viniese a tractar de las amistades, sin que se entendiese que por su parte se comenzaba primero. Nuestro provincial vino luego y tractó de la confederación; salió el doctor Sarabia de nuestro convento, fuese a su Casa y de allí a la Audiencia, sin que más sobre este particular se tractase.

El vulgo decía que el Marqués, si le viera de sus ojos aquella noche, le diera garrote en palacio; es falso. Lo que pretendió no era sino enviarlo a la fortaleza de Cañete, y para esto tenía aparejadas acémilas con repuesto, hasta cocinero, uno de dos que tenía, y para el aposento tapicería y servicio de plata. Sobre qué se armase este nublado, no sé; unos dicen que tractaba mal el doctor Sarabia del gobierno del Marqués, y sobre ello, con otros personajes graves, habían escripto a Su Majestad, y aun otros añaden le imputaban se quería alzar con el Reino; esto, porque sería temeridad afirmarlo, no haré tal; pero colígese por lo que el magnánimo Marqués dijo en los corredores de la Audiencia a los mismos Oidores y otros caballeros que allí estaban, que fueron estas palabras: Bueno sería, por cierto, que perdiese yo un estado que vale millón e medio por ser capitán de bellacos. Sea lo que fuere, yo me metería en un fuego por la inocencia del Marqués en este particular.



  —64→  

ArribaAbajoCapítulo XVII

De las entradas que en su tiempo se hicieron


Hay en este reino grandes noticias de entradas y nuevos descubrimientos; los más son sobre mano izquierda al Oriente. El generosísimo Marqués, para descargar el reino de gente ociosa, pidiéndole el capitán Gómez Arias una entrada a las espaldas de Huánuco, donde era vecino, se la dio con las instructiones cristianas necesarias; esta entrada se llama de Rupa Rupa; salió de Huánuco en prosecución de su jornada con doscientos hombres, pocos más o menos, pero dando en unas montañas asperísimas, calurosísimas y despobladas, no se atreviendo a pasar más adelante, que fuera locura, se volvió sin hacer otro efecto más que gastar mucha hacienda; murieran todos de hambre si la prosiguiera.

Dio también descubrimiento adelante los Bracamoros al capitán Antonio de Hoznayo, fueron con él algunos lanzas, por mandado del Marqués, y casi 150 soldados; también se volvieron temprano, porque no hallaron sino lo mesmo que el capitán Gómez Arias; perdiéranse si pasaran adelante.

Vino después desto el capitán Pedro de Orsúa de Tierra Firme, a quien había encomendado la pacificación de los negros cimarrones, que llaman la pacificación de Ballano; después de pacificados, aunque se tornaron a rebelar, llegó a la ciudad de   —65→   Los Reyes; era de buen cuerpo y conforme a él gentil hombre; de nación guipuzcuano9, si no era navarro; muy bien criado, afable, y parecía en viéndole ser hombre noble; llevábase los ánimos de los hombres tras sí; realmente tenía muchas y muy buenas partes, a quien el Marqués, para acabar de limpiar la tierra, dio el descubrimiento y entrada del río Marañón, para lo cual le ayudó con plata y municiones bastantes, y en la ciudad de Los Reyes se le juntó mucha gente, y de otras ciudades bajaron soldados para irse con él, como se fueron. Esta entrada se había de hacer por la ciudad de Chachapoyas, el Río Grande abajo, y como por río habían de ir, diole el Marqués todo lo necesario para hacer bergantines. Túvose por cosa cierta que los que allá fuesen habían de hallar montes de oro, porque como no hay casamiento pobre ni mortuorio rico, así no hay descubrimiento pobre. A esta fama bajó del Cuzco, y aun de más arriba, un vizcaíno llamado Lope de Aguirre, de mediana estatura, no muy bien tallado, cojo, gran hablador y jurador, si no queremos decir renegador, con una hija suya mestiza, no de mal parecer; vi a este Lope de Aguirre muchas veces siendo, yo seglar, sentado en una tienda de un sastre vizcaíno, que en comenzando a hablar hundía toda la calle a voces. Llegose también a Pedro de Usúa un caballero, creo de Jerez, llamado don Fernando de tal, pequeño de cuerpo, de buen rostro, la barba un poco roja, y después allá en Chachapoyas, o cerca, otro soldado casado en Los Reyes, llamado   —66→   Alonso de la Valentona, bien dispuesto el rostro, nariz aguileña, de buen color, que por cierta pendencia no le convenía quedar en la tierra. Nombro a estos tres por lo que adelante sucedió; y aunque tracté al don Fernando, más a este Juan Alonso. En Los Reyes había un clérigo llamado Henao, de edad al parecer de 50 años, y para su estado tenía con suficiencia lo que había menester; dio su hacienda a Pedro de Ursúa, como otros se la daban, y fuese con el despacho Pedro de Ursúa de Los Reyes, con los que se le junctaron (no hobo atambor ni bandera) y todos, unos en pos de otros tomaban su camino para Chachapoyas, cuales por la Sierra, cuales por los Llanos. Pedro de Ursúa tomó el suyo por Trujillo, donde estaba viuda aquella señora con quien don Francisco de Mendoza, siendo casada, tuvo ciertos dares y tomares; concertáronse los dos fácilmente (dicen era muy hermosa mujer) y llevósela consigo, que no debiera, por ser la causa de su perdición. Llegó Pedro de Ursúa a Chachapoyas, donde junctó 400 hombres, o poco menos, bien aderezados de armas. Los que nombró por capitanes creo fueron a don Fernando y a Lope de Aguirre, y creo al Lope de Aguirre hizo maese de campo; con esta gente y lo necesario para hacer los bergantines caminó en demanda del Río Grande, que se hace de todas las vertientes de la cordillera de Pariacaca y de Villcanota, de donde dijimos una laguna vertía a una y otra mar; componen este río el de Jauja, Villcas, Amancay, Apurimac y el de Quiquixana, que es el que comienza de la laguna de Villcanota con los demás, que con estos se junctan. Llegado a él   —67→   (hasta entonces ni poblazones de indios, ni tierra donde pudiesen parar hallaron) hacen sus barcas y bergantines, y échanse el río abajo, mientras más abajo mayor, y la vuelta arriba imposible; finalmente, a lo que me refirieron soldados conocidos antes que con él fueron, y después volvieron acá, andadas a su cuenta más de 200 leguas el río abajo, sobre mano derecha dieron en una barranca grande, encima de la cual había gran cantidad de indios con sus arcos y flechas bien dispuestos, que les prohibían salir a tierra, y en canoas les daban en qué entender; pero, finalmente, los arcabuces y versetes los aojearon; saltaron en tierra, toda llana y rasa; la de la mano izquierda, montosa e cenagosa; inhabitable, y el río ya de más de tres leguas de ancho, aunque llano. Saltando en tierra hallaron un camino anchísimo y más trillado, que venía a dar al río; no vieron poblazones; siguieron algunos soldados con su capitán el camino; empero como le iban siguiendo se iba ensangostando, y sendillas a una y otra parte. Estos indios deben vivir sin república ni señor, cada uno en su casa por sí, y de sus casas venían al río a tomar agua, y a pescar por sus sendillas, hasta que cerca del río hacían, juntándose las sendillas, aquel camino ancho. El capitán con los soldados volviéronse sin traer más relación que la dicha.

Parten de allí, y por la barranca otro día parecen también muchos indios, no tantos como el primer día, diciendo: ¡Omagua, Omagua! muchas veces. El capitán y los demás ¿qué pensaron? que el descubrimiento que buscaban se llamaba Omagua, donde los arroyos manaban oro, y no les querían   —68→   decir sino: abajo, abajo, como si les dijeran: no paréis aquí, pasá adelante. El desdichado Pedro de Ursúa, habiendo de parar donde los indios le salieron a defender salir a tierra, y enviar a descubrirla, sus pecados que le cegaron, siguió el río, abajo, más de otras 200 leguas de aquí, donde no vían indio en la costa ni barranca, y la vuelta al Perú más imposible. Los soldados ya murmuraban del capitán, y principalmente por la mujer que llevaba, de suerte que los tres, don Fernando, Lope de Aguirre, Juan Alonso, se concertaron de matar a su capitán Pedro de Ursúa y a la pobre mujer, y como lo concertaron así lo hicieron; llegan todos tres, no creyendo Pedro de Ursúa sino que le querían hablar como otras veces, danle de puñaladas y mátanle, y luego matan a la desventurada señora, que ni lágrimas, ni lástimas, ni su hermosura le aprovechó para librarse destos malos hombres. Luego tocan arma y levantan por rey a don Fernando; júranle, por tal todos, más de temor que de amor. Luego se les reviste el demonio en el cuerpo a estos sacrílegos demonios (nómbrolos así por lo que luego diré) y principalmente a Lope de Aguirre, y conjurado, era esto de mañana, llaman al padre Henao, hácenle decir misa en una ramada en tierra, y mándanle consagre dos hostias, que consuma la una y deje la otra. El pobre y pusilánime sacerdote hízolo así; dice misa, consagró dos hostias, consumió la una, dejó la otra sobre los corporales en el ara; acabada, llégase Juan Alonso (si no me acuerdo mal, éste fue, a lo que me dijeron): toma la hostia con sus sacrílegas manos, consagrada; hácela tres partes   —69→   ¡oh, Señor! y cuánta es vuestra misericordia y paciencia; es misericordia y paciencia de Dios, pues allí no se abrió la tierra y vivo tragó a este más que sacrílego demonio; da la una a don Fernando, otra a Lope de Aguirre y toma él la otra, y allí se conjuraron de no ir ni venir el uno contra el otro, ni el otro contra el otro y en señal partían la hostia; invención de más que demonios. Los demás soldados estaban atónitos y fuera de sí viendo una maldad, un sacrilegio jamás oído; empero Nuestro Señor, que no deja sin castigo semejantes impiedades, dentro de pocos días ya el Lope de Aguirre tenía muertos a puñaladas a los dos, al negro rey y a Juan Alonso, que si no me engaño era nombrado maese de campo, y el Aguirre coronel, o al revés; poco va en esto: Lope de Aguirre volviose la bestia y tirano más cruel que ha habido en nuestros tiempos, ni en pasados, y lo que más admira, que con abominar los soldados aquellas impiedades, le temían tanto que no se atrevían a mirarle; mató a muchos: si se reían, los mataba; si estaban tristes, los mataba; si se juntaban, los mataba; si se paseaba uno solo, le mataba; no se ha visto ni leído semejante ánimo de demonio. Parte, pues, de donde cometieron esta más que impía maldad, su río abajo (el temple todo desde que se echaron al agua hasta desembocar en la mar del Norte, calidísimo) y ya cerca de la mar dieron en muchas islas pobladas de indios desnudos, de las costumbres chiriguanas; las casas como las tenemos dichas ser las de los chiriguanas; duermen en hamacas, gente desnuda y bestial; adonde ocupaba a los soldados que deshiciesen las hamacas   —70→   y destruyesen para aderezar los bergantines, y la cabuya sirviese de estopa, porque su intención era en desembocando procurar volver al Perú. Allí se rehízo lo mejor que pudo; comida no les faltaba de la que tenían los indios, y mucho pescado y marisco, y entre los peces unos que llamaron roncadores, porque en pescándolos roncaban como un hombre cuando duerme, grandes y sabrosos. Vino a desembocar por el río en la mar del Norte, llamada la Burburata, donde dicen tiene ochenta leguas de boca; es el mayor del mundo. De allí vino a la Gobernación de Venezuela, y saltando en tierra, persuadía con oraciones, como un Cicerón, no le dejasen hasta que sus ojos viesen al Perú y sus pies hollasen aquella tierra, donde los pensaba, hacer señores della; llamábalos mis marañones, porque se tenía por desgraciado morir en otra parte, y más en aquella miserable y pobre Gobernación. El desventurado bien conocía que, vista la suya, todos los soldados se le habían de huir. Aquí mató uno, si no fueron dos religiosos nuestros, porque persuadían a los soldados les dejasen, pero de temor hasta que vieron el estandarte Real no lo hicieron; llegó la voz al gobernador; juntó gente; vino contra este peor que demonio; los que con él venían, visto el estandarte Real, luego todos le desampararon; pero era tanto el temor que le tenían, que ni los que con él vinieron, ni los de la tierra le osaron llegar a prender, si no de fuera le arcabuceban a un hombre solo, cojo, con una partesana en las manos, el cual viendo su perdición, llega a su hija y dala de   —71→   puñaladas, diciendo: No te han de llamar hija de traidor. Luego diéronle un arcabuzazo y dijo: Este no. Pero al segundo, diciendo: Este sí, cayó muerto el más que miserable, muriendo como un gentil y que no tuviera conocimiento de Dios. Decía: Yo bien sé que me tengo de condemnar, pero en el infierno no tengo yo de estar con la gente bahúna, sino con Alejandro Magno, con Julio César, con Pompeyo y otros príncipes del mundo; puede ser que se halle con otros más infames pecadores que estos, y sus tormentos sean mayores, por tener conocimiento de Dios más que aquellos gentiles, y ser cristiano, y sin puede ser lo podemos decir, porque un hombre sacrílego como éste, y que murió impenitente, habiendo hecho tantas crueldades y muerto dos sacerdotes ¿por qué lo habemos de poner en puede ser? Desta manera acabó este impiísimo tirano, que quien le conoció en este reino o oyó decir las maldades que hizo, se admirará. Todos los que con él fueron también perecieron, unos en unas partes, otros en otras; en este reino tres vi, los cuales en diferentes tiempos informándome de lo que había pasado, me refirieron en suma todo este suceso. No tracto de las cartas que dicen escrebía a Su Majestad del Rey nuestro señor; algunas vi en pedazos, llenas de mil disparates, aunque daba algún poco de gusto leerlas, por solo ver el frasis, que no sé quién se lo enseñó. Su Majestad mandó que a todos los que con él llegaron a la Venezuela y la Burburata, las justicias hiciesen castigo en ellos; mas los que lo olieron no se descubrían a todos. También mandó aprestar dos navíos, en que envió a descubrir el estrecho de   —72→   Magallanes, en uno al capitán Ladrillero, vecino de La Paz, a quien subjectó el otro navío; capitán un maestresala suyo, llamado el capitán Cáceres. Salieron del Callao; el capitán Cáceres, no pudiendo sufrir los temporales de Chile, arribó a Valparaíso. El capitán Ladrillero pasó más adelante, pero no entró en el Estrecho, y si entró, por ser el tiempo de nieves, habiéndosele muerto marineros y soldados, volvió al puerto de la Concepción, donde una negra, viendo la tierra y puerto, de alegría se quedó muerta, y sin hacer ningún efecto cesó este descubrimiento.




ArribaAbajoCapítulo XVIII

El Marqués mandó traer a Los Reyes los cuerpos de los ingas


Cuando aquel más que impío tirano Lope de Aguirre tractaba de crueldades y de hacer grandes ofensas contra Nuestro Señor, el Marqués de Cañete tractaba de componer la tierra, y quitar a los naturales cualquier ocasión del deservicio de Dios Nuestro Señor; por lo cual, sabiendo que en el Cuzco los indios tenían en mucha veneración y como por dioses suyos, a quien adoraban y reverenciaban, los cuerpos de Guaina Capac y de otros ingas que fueron señores destos reinos, mandó los sacasen de su lugar y los trujesen a Los Reyes para quitar esta ocasión a los indios y darles a entender no eran más que cuerpos muertos; hízose así y trujéronlos   —73→   a Los Reyes, enteros, sin corrupción. Tienen estos indios sus yerbas, que antiguamente en su infielidad a los cuerpos de los señores aplicaban, con las cuales no se corrompían, como si los embalsamaran. Mandó, pues, los pusiesen en el hospital de los españoles, en un aposento donde ningún indio los viese. Después desto, sabiendo también que en los Andes, que son unas montañas muy calurosas y lluviosas, a las espaldas de Guamanga, y no lejos della, se había retirado un inga, y allí vivía con otros ingas en unos valles asaz cálidos, procuró reducirlo y sacarlo y hacerle merced, por lo cual envió a dos religiosos nuestros, el uno llamado fray Melchor de los Reyes, hombre docto, gran cristiano, y que todo el tiempo desde que llegó a este reino se ocupó en predicar el Evangelio a estos indios, gran lengua y de muchas y buenas partes, y con él fue otro religioso nuestro llamado fray Pedro de Arrona, hombre esencial y buen fraile: juntamente con un vecino del Cuzco llamado Betanzos en los Andes, hablaron al Inga, que lo reverenciaban los demás que allí vivían, y servían con las mismas ceremonias que en tiempos antiguos en estos reinos; descendía de los ingas, señores desta tierra; persuadiéronle saliese con todos los demás, que el Marqués les enviaba a este efecto, con protestación de le hacer muchas mercedes en nombre de Su Majestad; finalmente, tanto pudieron con él y con algunos de sus capitanes, que le persuadieron a que saliese. Otros ingas le persuadían de lo contrario, y estos no quisieron salir, dando allá sus excusas, no muy fuera de razón; finalmente, el Inga salió, vino a la ciudad   —74→   de Los Reyes; trujéronle los indios en unas andas guarnecidas con plata. El Marqués le recibió muy alegre y afablemente, prometiole mucha merced en nombre de Su Majestad si se volvía cristiano y se quedaba en la tierra; mirase lo que más le convenía, y si10 se quería volver, libremente se volviese; diole de su hacienda algunas preseas buenas y el Inga determinó quedarse y baptizarse, aunque no se baptizó en Los Reyes. Esto asentado, con orden del Marqués volvió al Cuzco, donde se baptizó y casó con una deuda suya, en grado para los indios no prohibido, y dispensado por la Sede Apostólica, llamada la Coya, que quiere decir la Emperadora doña María, mujer de no mal parecer y de buen entendimiento; hízole el Marqués merced, en nombre de Su Majestad, de 12000 pesos de renta perpetuos en indios.

Tuvo una hija, llamada doña Beatriz, heredera, porque no tuvo hijo varón, a la cual criaron, muerto el padre (no vivió muchos años después desto), en casa de un vecino principal donde la enseñaron toda buena policía y costumbres con las demás cosas que se suelen enseñar a las mujeres generosas; la cual casó después el Visorrey don Francisco de Toledo con el comendador Martín García de Loyola, como después diremos.

La madre, digamos la Coya, así la llaman los ingas que se quedaron en los Andes y en aquellos valles, luego levantaron por cabeza a otro inga de la casa destos señores, pariente más propincuo; de los cuales, tractando de don Francisco de Toledo, y lo sucedido en su tiempo, habremos de volver a tractar dellos.



  —75→  

ArribaAbajoCapítulo XIX

El Marqués se mostró gran republicano


En todo el tiempo que el generosísimo Marqués gobernó, se mostró gran republicano, y quien lo es merece nombre de padre de la patria, y el que no mira por el bien de la república no merece el nombre de padre della, y en una de las cosas en que el buen príncipe se muestra ser padre de la patria, es en traer siempre delante de los ojos lo que los filósofos antiguos con lumbre natural alcanzaron, que el príncipe es por el reino, y no el reino por el príncipe; de donde luego el buen príncipe, con todas sus fuerzas procura la conservación de su república y augmento della: que se guarde justicia y se haga que los vasallos sean ricos y prósperos, y otras cosas que ni deste lugar ni tiempo es agora tractarlas.

Todo esto pretendía el buen Marqués y en esto se desvelaba.

Sabiendo que en este reino había ríos, y muy grandes, donde perecían a los iviernos algunos indios y españoles, mandó hacer puentes y se hicieron la de Lima; en el río del valle de Jauja, dos; en el de Abancay, otra; en los dos ríos que hay de la ciudad de La Plata a Potosí, en cada uno la suya, y si viviera, la del río Grande de Chunguri, como habemos dicho, la acabara, y la de Apurima.

Los caminos bien aderezados, los tambos bien   —76→   proveídos lo fueron, pagando a los indios comidas y trabajo. La justicia siempre estuvo en su punto, y los indios muy favorecidos y amparados. Pretendía que todos los que viviesen en estos reinos fuesen ricos; los nobles como nobles y los labradores como tales, y si alguno por su suerte buena alcanzaba a ser rico, dándosela Dios, San Pedro se la bendijese (como dicen), y por esto muchas veces entre semana iba a las huertas de los hombres pobres, que en contorno de la ciudad tenían, animábalos a que plantasen, trabajasen; preguntábales qué fructa buena tenían, y decíales le enviasen della, y el servicio, y si era necesario más, que les favorecería; porque no siendo, como era, hombre de letras, Nuestro Señor le dio un entendimiento acendrado, con el cual alcanzaba que la proporción que hay de los miembros a la cabeza esa hay de los vasallos al Rey. Entonces el Rey es poderoso, rico y temido, cuando los vasallos son ricos; entonces se defiende y ofende; ofende digo a quien le quiere ofender, y fácilmente le conquista. Entonces el brazo defiende bien la cabeza y sufre el golpe que sobre ella viene, cuando es recio y sano; el manco no tiene fuerza, no se puede levantar, y siendo esto así, ¿cómo defenderá la cabeza? Los vasallos ricos muy bien defienden el reino; al reino pobre, como no tenga fuerzas para defenderse, cualquiera un poco más poderoso se atreve, y fácilmente lo conquista. Por eso, el otro, para conquistar cierta fuerza, o cibdad, pedía dinero y más dinero.

Un año, habiendo mucha falta de trigo, llamó a los vecinos que lo tenían sobrado; persuadíalos   —77→   lo trajesen a la plaza, y moderasen el precio; hízoseles de mal; tomó cantidad de plata, enviola en barcos grandes por los valles; trujo bastante trigo; socorrió a su cibdad; hizo alhóndiga, y los vecinos quedáronse con su trigo comido de gorgojo, por no hacer lo que el justísimo Marqués les mandaba y aconsejaba, y perdieron, de lo que pensaron ganar, no poca plata.

Saliéndose a pasear un día de trabajo, volviendo para palacio, en la plaza vio a un espadero, llamado Mendoza, que con un jubón de raso carmesí, y carzas de terciopelo carmesí aforradas en los mismo, estaba acicalando una espada; paró el caballo, y díjole: Buen hombre, ese vestido más es para los domingos y fiestas que para entre semana; por mi vida que lo guardéis para entonces; en algo nos habemos de diferenciar en estos días. Y luego, volviendo la cabeza a un criado llamado Parrilla, díjole: De aquel paño pardo que me envió la marquesa, dad a este buen hombre para que haga un vestido con que entre semana trabaje, y pues la marquesa (dice al espadero) me lo envió para que yo hiciese un vestido, bien podéis vos vestiros dél. El espadero estaba en pie, su gorra quitada; besole las manos diciendo haría lo mandado por Su Excelencia; luego, preguntábale: ¿Cómo os llamáis? Respondió: Mendoza; dijo el Marqués. ¿Mendoza? parientes somos, y volviéndose a sus criados mandoles diciendo: Todas vuestras armas traérselas a Mendoza como las habéis de llevar a otro; es mi pariente; habémosle de ayudar todos.

Fue amicísimo de que todo el reino viviese en servicio de nuestro Señor, y así casó muchas mujeres   —78→   principales, y no principales, principalmente de las que venían con el Adelantado Alderete, que traía, muchas. Mis padres vivían en Quito, y allí les casó dos hijas, y todos los casamientos subcedieron bien; solo uno salió avieso. Entre estas señoras venía una llamada doña Graciana, mujer principal, discreta, no muy hermosa, pero gallarda. Casola con un vecino del Cuzco, rico, llamado Villalobos; allá en el Cuzco no sé que desabrimiento tuvieron; el vecino era mal acondicionado, ella mal sufrida; el desabrimiento no fue por cosa que doña Graciana no debiese hacer conforme a su calidad; no fue cosa que tocase a honra, y el demonio, que no duerme, el Villalobos diola de puñaladas; la justicia prendiole y encubole, y perdió la vida con este ejemplar castigo; desto no tuvo la culpa el buen Marqués, sino los pecados del Villalobos; esto me pareció no dejar en olvido, cosa rara y que en reinos más extendidos subcede pocas veces.

Los vecinos que tenían hijos diéronselos para que le sirviesen, a los cuales en su casa les enseñaban toda buena crianza y policía, y les daba estudio dentro de palacio; algunas veces comiendo tomaba un plato y llamaba al que le parecía y decíale: Ve a tu madre y dile que, por que me sabía bien esto, por amor de mí lo coma. Partía el paje; llamábalo y preguntábale: ¿qué te dije? Señor, respondía, esto, y esto; decíale: Mas mira que cuando entres delante de tu madre le has de hacer la reverencia con el pie izquierdo; con el derecho a Dios y a sus imágines; y cuando volvía preguntábale cómo la halló, cómo hizo la reverencia.

  —79→  

Parecerá esto cosas muy menudas y no dignas de un Visorrey del Perú, que es lo mejor que Su Majestad tiene que proveer; no es sino muy esencial, porque la crianza de los muchachos conviene mucho les sea enseñada, y mejor la toman del señor que del maestresala, y más le temen. Día de la Asumpción de Nuestra Señora, habiéndose de hacer fiestas en la plaza, de toros y cañas, se dijo en el pueblo, sin saber de dónde, ni cómo había salido: El Emperador es muerto. Viniendo de misa de la iglesia mayor, después de comer, el mayordomo mayor le dijo: Señor, esto se tracta en el pueblo, que el Emperador es muerto; Vuestra Excelencia, aunque no sea sino por esta nueva, mande no haya hoy fiesta. Sintió la nueva el Marqués, porque el Emperador le tenía en mucho y dél hacía mucho caso; en diciéndoselo, dice: bien decís; avisá a los alcaldes deshagan las barreras, y si así es, yo no soy Virrey del Perú. Fue así, que aquel día ya era enterrado el Emperador, de gloriosa memoria, y Su Majestad del Rey nuestro señor había proveído por Visorrey destos reinos a don Diego de Acevedo, aunque no llegó asá, por morir en Sevilla. Tardó la nueva cierta más de seis meses, llegada, mandó se hiciesen las honras del Emperador con mucha solemnidad; hiciéronse en la iglesia mayor; salió todo el pueblo del monasterio de Nuestra Señora de las Mercedes, los más principales llevando las insignias. Otro domingo adelante se hicieron las fiestas del nuevo rey con mucha solemnidad, y el Marqués tomó la posesión por Su Majestad deste reino; jurose con la solemnidad acostumbrada, batiose moneda, y derramose cantidad   —80→   della, así en la iglesia mayor como en la plaza, con gran alegría de todo el pueblo.




ArribaAbajoCapítulo XX

De la muerte del Marqués


Cuatro años había, poco más, que gobernaba el Marqués, padre de la patria, siendo amado y tenido de los buenos y de los malos, cuando Nuestro Señor fue servido llevarle para sí, recibidos devotísimamente todos los Sacramentos, que muchas veces frecuentaba, sabida ya la venida del Conde de Nieva por Visorrey destos reinos, proveído luego que murió don Diego de Acevedo. El día de su muerte fue muy triste para la cibdad de Los Reyes, y para todo el reino; fue llorado de todos y en particular de los pobres. Enterrose en el convento del seráfico San Francisco, de donde, sacados sus huesos, fueron llevados a España por el padre fray Juan de Aguilera, comisario de aquella Orden en estos reinos.

Era hombre de mediana estatura, más grande que pequeño, espaldudo, y de miembros fornido, de gran ánimo y generoso; nada amigo de derramar sangre, empero que se hiciese Justicia; amigo de los hombres animosos. No se espantaba de que hobiese algunas pendencias, porque es imposible menos. Sucedió lo que diré: Acabando de comer (no dormía la siesta, sino por maravilla), salíase a pasear a una sala cuya ventana en la esquina   —81→   salía a la plaza; cuando a ella llegaba, sacaba el cuerpo fuera y miraba si había algo en ella; a una vuelta, mirando la plaza, vio que se encontraron dos caballeros de Jerez, enemistados, o escogieron aquel lugar para reñir a tiempo que en ella no pareciese nadie; echaron mano a sus espadas don Yelmo de Gallegos, y el capitán Patiño, y comenzaron a reñir con gentil donaire y ánimo. El Marqués recostose sobre el pretil de la ventana morando cómo reñían, en lo cual tardaron buen rato sin que la justicia ni hombre acudiese a meterles en paz; hiriéronse ambos y mal; acude la justicia, préndelos; entonces el Marqués mandó al paje de guardia que vaya alcalde y le diga de su parte no los lleve a la cárcel, sino a cada uno les dé la posada por tal, que aquella causa tomaba para sí, y luego envíales a cada uno una barra de plata diciéndoles les ha visto reñir desde el principio y se había holgado, y lo habían hecho como muy buenos caballeros; se curasen y recibiesen cada uno su barra para pollos, y sanos, tractaría de las amistades. Los heridos besáronle las manos, y que Su Excelencia hiciese dellos lo que fuese servido. Sanaron, hízoles amigos; don Yelmo siguió su viaje a España; el otro se quedó acá en el reino. Hacía burla de cosas de alzamientos y rebeliones, de lo cual otros han hecho gran descargo de servicios a Su Majestad. Hobo en Los Reyes cierto rumor de alzamiento; salíase a pasear una y dos veces cada semana, las fiestas y domingos íbase por las chácaras, y a los que le acompañaban mandaba se quedasen, y con un solo paje se iba buen trecho solo. Su mayordomo mayor decíale: Señor, ¿cómo   —82→   se va Vuestra Excelencia solo sabiendo lo que se ruje en la ciudad? Respondiole diciendo: Por eso me aparto solo, para ver el ánimo destos. Pues esta gente, ¿se ha de atrever a eso? Sucedió así que de la cibdad del Cuzco le enviaron un soldado, con información no muy bastante, sino de indicios leves, que se quería alzar o tractaba dello, para que el Visorrey le mandase castigar. En una visita de cárcel (no perdió ninguna), salió el pobre soldado aherrojado, y leída en breve la causa de su prisión, llamole y díjole: ¿Vos os queríades alzar con el Cuzco? El miserable, temblando, respondió: No, señor; ¿quién soy yo ni qué calidad tengo para eso? Enemigos que, en el Cuzco tengo me han puesto ese testimonio. El Marqués llama al alcalde (el pobre ya pensó estaba ahorcado), y dícele: Quitad las prisiones a ese hombre. Y al hombre dícele: Andad, id luego derecho al Cuzco, y alzáosme con aquella ciudad; si no, por vida de la marquesa, que tras vos envío para que si no lo hiciérades os hagan cuartos. ¿Cada chirrichote se ha de alzar contra la Majestad del Emperador y rey nuestro señor? El otro, en saliendo de la cárcel, no pareció más ni fue al Cuzco; bien sabía el magnánimo Marqués que no había de ir aquel miserable al Cuzco.

En manos de otro cayera, que por lo menos fuera a remar a las galeras.



IndiceSiguiente