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30

Hay una canción del poeta español Carlos Melchor de Egozcue -muerto joven, entre nosotros, en 1897- titulada: Las dos banderas.



 

31

Sección VI, tomo III, págs. 77 y sigtes., mayo de 1927. Tirada aparte N.º 63, (Imprenta de la Universidad).



 

32

Número del 25 de junio de 1927.



 

33

Págs. 5 y 15 de Separata citada.



 

34

Iban precedidas de un sesudo y extenso Prólogo de Estanislao S. Zeballos. En Madrid, por Sucesores de Hernando, apareció una segunda edición, de 1917; Estrada ha publicado una tercera en 1944.



 

35

Carta del 3 de julio de 1903. El subrayado es nuestro.



 

36

De una conferencia leída el 11 de junio de 1927 en el Aula Magna del Colegio Nacional de Buenos Aires, en acto organizado por el Ateneo Ibero Americano; la incluyó su autor en su libro El castellano en la Argentina, (1928) con el título: El Campeón del Castellano en la Argentina. La conducta de Monner Sans era la única legítima en una lucha que aún continúa tan fogosa cuanto vacía e infecunda. Se confunden fonética y semántica, que son naturalmente elementos variables puesto que actúan en función del medio y la circunstancia con ordenación sintáctica que es lo permanente pues corresponde al genio íntimo y natural de la lengua. Los dos primeros -en detalles- varían no sólo en América sino en cada región de España; lo tercero permanece indemne porque es la biología misma del idioma, y esto es lo único que debemos defender con heroísmo para no caer en un galimatías chirle, antiliterario y rudo. Ahora decir «balconear» por «otear» (siempre que la voz no sea notoriamente extranjera) o caye por calle no tiene, en rigor, ninguna importancia; sí las tienen las defecciones en el verbo o el «voy del médico».



 

37

Recuerdos Literarios, (edición de «La cultura argentina», Buenos Aires, 1915, con prólogo de R. Monner Sans. Caps. IV y VIII).



 

38

Rogelio Rodríguez Díaz, Historia del Centro Gallego. (Edic. del mismo Centro, Buenos Aires, 1940, pág. 31).



 

39

Por razones de voz y de salud no pudo Andrade leer su poema, confiado a Bartolomé Mitre y Vedia; en efecto, Andrade moriría un año después: el 30 de octubre de 1882.



 
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