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Manuel NEILA, Pensamientos de intemperie

Renacimiento, Sevilla, 2012, 144 págs.

La obra principal de un escritor es su vida. Escriba de lo que escriba, siempre termina por trazar la imagen de su cara.


La arrogancia de la banalidad es el ácido que corroe el orgullo de lo poética.


Desvelar, mediante la palabra, lo que precede y lo que sigue a las palabras: transcribir lo informe.


A medida que vamos alejándonos de la infancia, de la juventud, de la madurez... vamos acercándonos más y más a nuestros antepasados.


Los irreverentes, los desmitificadores y los iconoclastas, ¡ay!, también tienen su límite: el amor propio.


Es fácil juzgar a alguien por lo que hace: lo difícil es juzgarle por lo que voluntariamente deja de hacer.


Hay algunos libros de hoja perenne... y muchos, muchos libros de hoja caduca.


Lo inesperado sucede a cada instante. Pero nosotros rara vez estamos allí para comprobarlo.


Las sensaciones son mensajes cifrados que cada uno ha de aprender a descifrar a su modo.


Hay que andar con pies de plomo si se quiere cazar los pensamientos al vuelo.


Solo el arte de la fuga y el pensamiento fragmentario consiguen conjugar lo fugaz con lo recurrente.


Lo contrario de los lugares comunes no son las ideas ingeniosas, sino las verdades que nadie quiere oír.


Las sociedades excrementicias son necesaria e inevitablemente sociedades excrementicias.


Los racionalistas suelen dar en escépticos o en dogmáticos, según el énfasis que pongan en sus contradicciones.


Lo que dice un aforismo es la punta de un iceberg cuya parte sumergida corresponde a lo que sugiere.


Si no existiera el «beneficio de la duda», ¿habría tantos ricos y tantos desalmados?


La poesía que no empieza por ser canto, celebración, alabanza, nace con los días contados.


La poesía verdadera consigue armonizar la modestia artesana y el orgullo científico.


La educación sentimental bien entendida no puede tener otra finalidad que el aprendizaje de la decepción.


En el bosque de las letras, lo importante no es la búsqueda, sino la espera; pues el fin no es el hallazgo, sino el advenimiento.


Cuando la casa está en llamas, un manual no nos sirve de nada, pero un aforismo puede salvarnos la vida.


La maldad y la muerte son, miradas a nueva luz, fácilmente comprensibles; la bondad y la vida, enigmáticas e inexplicables.


Llega un momento en que dejamos de diferenciar entre jóvenes y viejos, para hacerlo entre vivos y muertos.