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Tiempo de aforismos

José Luis Morante

Asistimos en el cierre de década a una intensa cosecha de libros de aforismos. Así se percibe en el catálogo de novedades editoriales de Ediciones Trea, Renacimiento, Cuadernos del Vigía, Pre-Textos, Apeadero de Aforistas, Cypress Cultura, o La Isla de Siltolá. Las colmadas mesas de las librerías acercan al ojeador curioso un nutrido inventario de títulos. Pero el aforismo no es un invento reciente por más que las redes digitales promuevan a diario titulares minúsculos, de inmediata digestión lectora, escritos con los contados caracteres de la urgencia. Una mirada al caminar remansado de la historia recuerda que casi todas las civilizaciones han practicado el decir breve en forma de sentencias, proverbios, mandamientos, epigramas o refranes. Cada una de estas estrategias expresivas tiene un molde singular. De este modo, el aforismo asume la idea de ser un enunciado lacónico con autonomía completa, que aglutina filosofía y poesía. Su práctica consigna una notable variedad de estratos argumentales. En el escueto cauce del aforismo amanece la indagación personal, la crítica social, el apunte irónico, la estela lírica o el juego verbal, como certifica el magisterio de escritores del canon como Baltasar Gracián, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Bergamín o Ramón Gómez de la Serna.

Rafael Dieste afirma que «No existe el género aforismo. Existe el estado de espíritu aforístico», y es nuestro deseo que esta reflexión sea entendida en los términos conceptuales precisos. Obviamente existe el aforismo, pero no con un único formato monolítico. Cada autor desarrolla su propia teoría del decir concentrado, por más que todos hagan de la brevedad principio generador. La mínima cantidad verbal no es una estrategia textual, una poda indiscriminada de la hojarasca, sino un continuo buscar la esencia a través de un pulso interior despojado. Desde ese contacto directo con el núcleo cristaliza el todo, el sentido en su máxima transparencia, más allá del detalle concreto y aleatorio.

El discurrir temporal ha ido sumando a los escritores ya mencionados del primer tramo del siglo XX, escogidos intérpretes generacionales. Aunque la poesía se ha fortalecido como protagonista central en la Generación del 27, la del 50 y otras promociones y grupos como los novísimos, algunos componentes han dejado estelas aforísticas. Nacieron dichos breves de Ramón Sender, Max Aub, Miguel Hernández, Rafael Sánchez Ferlosio, Dionisia García, Cristóbal Serra o, ya en los años setenta, Ángel Crespo y Carlos Edmundo de Ory. Pero todavía faltaba convertir el aforismo en un género visible, de actualidad y casi frecuente.

La entrada del siglo XXI trajo consigo, como ya se ha comentado, una cadencia de publicaciones que expande practicantes del decir breve en la primera década. Así lo constata la muestra Pensar por lo breve (Trea, 2013) preparada por el profesor y ensayista José Ramón González. El volumen acota el campo de estudio entre 1980 y 2013. Selecciona cincuenta protagonistas de las distintas promociones en activo. El análisis presenta una rigurosa esquematización de autores conocidos y nuevas voces, como si cada entrega aforística contuviese un aporte necesario en el propio trayecto personal. También la selección Verdad y media (La Isla de Siltolá, 2017). Antología de aforistas españoles del siglo XXI (2001-2016), con selección de León Molina, resulta un cálido muestrario de pensamientos aforísticos de los tres primeros lustros; los textos seleccionados con criterios flexibles crean la voz viva de esta aventura creadora y dan pie a un intenso debate cultural. Cada escritor subraya sus preocupaciones existenciales, deja un paso más en el empeño de explorar las posibilidades del lenguaje. El resultado tiñe la vivencia personal con la lluvia fina, apenas perceptible, de quien sabe que en el aforismo no hay certezas inmutables, solo acordes que guardan en silencio la estrenada partitura. León Molina traza el relieve de un panorama plural de cultivadores empeñados en dejar sus idearios estéticos a través de mínimas muestras.

Estos dos significativos mapas del aforismo se suman a otros firmados por Juan Varo, Manuel Neila y Erika Martínez, que se complementan con estudios monográficos de escritores. Queda también, más allá del ámbito del especialista, el conocimiento de primera mano, el quehacer del solitario que visita los estantes y busca títulos por cuenta propia. Entre ellos no deben faltar las entregas de Ramón Eder, acaso el aforista que mejor cultiva el género, sin aditamentos complementarios de otras estaciones, con un saludable sentido del humor. Tampoco las ediciones aforísticas de Dionisia García, una de las pocas presencias femeninas que escribió aforismos en el tramo final del siglo XX, lo que concede a su trabajo un sesgo de adelantado discurrir y de temprano conocimiento del discurso fragmentario.

Fernando Menéndez también singulariza sus entregas por la conexión que hay en ellas con la escritura aforística europea y por los números artesanales que ahondan en el diálogo entre plástica y escritura. Y el desaparecido filósofo y profesor Miguel Catalán compiló sus formas lapidarias en Suma breve, a la vez que coordinó en Diccionario lacónico un atinado diccionario semántico, con notables aportaciones en las entradas, realizadas al modo del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce.

Más volcados en el aforismo como espacio argumental del pensamiento están los libros de Jorge Wagensberg, Gregorio Luri, Carmen Canet, José Mateos, Javier Sánchez Menéndez, Ricardo Virtanen, Félix Trull, Mario Pérez Antolín y Jordi Doce, con precedentes ilustres como Rafael Sánchez Ferlosio y Rafael Argullol.

Y concluyo esta mirada parcial sobre las pulsaciones del aforismo actual con los practicantes recién llegados, pero que ya han firmado libros de notable interés. Especial mención por su disciplina mental merecen las entregas de Lorenzo Oliván, Aitor Francos, Sergio García Clemente, Rosendo Cid, Ander Mayora, Juan Manuel Uría y Eliana Dukelsky.

Las presencias que acabo de citar postulan un horizonte necesariamente incompleto. Solo constatan una retrospectiva apresurada y a grandes rasgos del aforismo de nuestro tiempo. Los cumplidos fragmentos focalizan una realidad siempre proclive a la reflexión crítica por sus contradicciones y valores mudables. De este modo, el aforismo funciona como un gran angular que visualiza los detalles, esa grafía al paso de lo inconforme cobijada en la piel de las palabras.

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