Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —45→  

ArribaAbajoCompendio Historial

Del descubrimiento, conquista y guerra del Reino de Chile por casi noventa años, hasta el de 1628



ArribaAbajoCapítulo I

En que se pone una breve prefación deste discurso y la entrada en Chile de don Diego de Almagro hasta su vuelta al Cuzco.




GUSTOQUIO

   Extremado calor es el que hace;
Alguna diversión fuera ahora buena
De las curiosidades que otras veces
Soléis tratar por entrenimiento.

PROVECTO

   Ved vos lo que queréis de que se trate,
Que en tiempo estoy de no negaros nada.

GUSTOQUIO

   ¿Queréis saber lo que he deseado mucho,
Y he querido pediros muchas veces?
—46→
Que me contéis de aquella indiana tierra,
En que habéis militado tantos años,
Algo de su principio y poblaciones,
Y de la guerra que durable tanto
Ha sido en ella, como muy reñida;
Y del estado que al presente tiene.

PROVECTO

   Haré lo que mandáis de buena gana
Con la condición mesma que otras veces,
Y es que si largo fuere, aviséis luego,
Que al fin esa es historia y no se puede
Tanto ceñir que largo rato excuse;
Mas aseguroos mucho que es notable,
Y aunque tan compendiada y resumida,
Dar podrá más noticia que no ciencia;
Con todo, quedaréis práctico algo
De lo que tantos serlo han deseado;
Y por falta de historia, han sido pocos
Los que saber de cierto lo han podido;
Menos los coronistas ni escritores
(Digo los de estas partes) que en las Indias
Todas, hay muchos hombres que cansados
Y envejecidos en aquella guerra,
Cuentan della discursos diferentes,
Mas sin saber ninguno el cuento todo.

GUSTAQUIO

Si no os cansáis de aquí a las cinco y media,
El tiempo y el aplauso es vuestro todo.

PROVECTO

   Pues ajustaré en ese este discurso,
De suerte que al estado en que se hallaba
De veinte y nueve el año aquella tierra
Desde su población, llegar procure
Presuponiendo que el contar historia
—47→
De casi noventa años no es posible
En tres horas y media, ni una parte
Della pequeña, siendo de provincias
En que continua guerra ha sustentado
Una nación tan bárbara y desnuda
Contra la nuestra, con valor tan grande
En que han pasado memorables cosas
(Tanto como dignísimas de pluma
Más sutil que la mía, y mejor juicio)
Y así no esperéis más de un mal distinto
Bosquejo, que en rasguño algo os figure
De lo que aquello es, no bien del todo,
Para daros de historia; más deseo
Que fuera provechosa y de gran gusto
Por un mediano ingenio concertada.
Y la comparación correrá entera
Que, como de bosquejo del dibujo,
Tal vez sale del bulto figurada
Una parte del todo, y otra falta.
Así donde ocurriere la memoria
Con mayor distinción diré algo extenso,
Y en otras muchas donde me faltaré
(Que esto será en las más) a paso largo
Arrancaré por cosas no esenciales.
También advierto que de muchas otras
Llegadas a tratar, haré una suma
Hasta el presente estado, por dejarlas
Conclusas de una vez, y más ceñirme;
Y así abiertas las zanjas a esta obra
La doy principio, y pasa desta suerte.
   Habiendo del Pirú ya conquistado
Hasta el Cuzco, que dél fue siempre corte,
Los dos famosos, íntimos amigos,
Capitanes Almagro con Pizarro,
Siendo cerca del año de cuarenta
Sobre mil y quinientos ya contados,
Aquel gobierno destas dos cabezas
(Cual siempre al que las tiene le acontece)
Discordó como ya lo habréis leído;
—48→
Que como el sabio Salomón nos dice:
      Siempre entre los grandes hay
      Contiendas y disensiones;
      No, si son cuerdos varones.
Y el Filósofo dijo doctamente:
      Pretensiones ambiciosas
      Y grandes riquezas son
      De discordias ocasión.
Y para componer sus diferencias,
O mientras que declara el Quinto Carlos
Cual de los dos el superior sería,
Se acordaron por modo de convenio,
Don Francisco Pizarro se quedase
En el Cuzco acabando la conquista;
Y don Diego de Almagro se partiese,
Con los que más su devoción seguían,
A descubrir la tierra de adelante,
Hasta donde pudiese más correrla,
Siguiendo de la costa el rumbo largo
Que a Chile se encamina, donde estaban
En aquel tiempo capitanes ingas6,
Que lo más de aquel reino ya tenían
A el Inga tributarios, y le enviaban
Gran suma de oro dél los años todos;
Y había poco que al Cuzco habían llegado
Los de aquel año con tan buena fruta,
Que acrecentó con ansias el deseo
De ver la tierra a los que la probaron,
Que dijo bien Cleóbulo de Lindo7:
      La piedra es toque del oro
      Que le da quilate y nombre,
      Mas el oro lo es del hombre.
Y teniendo por cierto que tal tierra
Daría capacidad a dos gobiernos
Tan grandes que pudiesen contentarse
—49→
Con cada uno dellos los pretensos,
(Como si la ambición tuviera punto)
Partió pues con trescientos compañeros,
O pocos menos, de a caballo todos,
La vuelta de Atacama, con intento
De reconocer sólo, caminando
Lo más de aquel verano, y enterarse
De lo que era aquel reino de donde iba
Tanto oro y tantas muestras de riqueza.
Y aquí es forzoso dibujar en suma
Algunas de sus muchas partes buenas.
   Ya os dije8 que el Pirú todo atraviesa
Una gran cordillera hasta el Estrecho,
Que dejando en su falda, hasta la costa
Del mar del sur que mira al Occidente,
Fértiles valles que con caudalosos
Ríos que salen della en el estío,
Derretida la nieve que la cubre,
Son lo mejor de aquel famoso Imperio.
Todo pues lo que core hasta Atacama
So la tórrida zona contenido
Es tierra del Pirú, y sus propiedades
De temples y temperos, se semejan.
Cerca del mesmo trópico llamado
De Capricornio, un despoblado tiene
De noventa o cien leguas, muy estéril,
Hasta llegar a un valle que se llama
Copiapó, que es principio ya de Chile;
Desde el cual por trescientas leguas corre
Esta falda de la alta cordillera,
Norte sur al Estrecho caminando,
De una tierra templada a el mesmo modo
Que España, con sus mesmas diferencias
De crecimientos de la noche y día,
Y de invierno y verano, y aires buenos.
Más ensancha sus valles más espacio
—50→
Que en el Pirú, y tan fértiles y alegres,
Con un cielo apacible, y propiedades
Tantas buenas, que hubiera que contaros
En esto mucho si lugar hubiera.
   Pasó este despoblado pues Almagro
No sin trabajo mucho, con los guías
Que de los mensajeros de los ingas
Que habían llevado el oro haber pudieron,
Y con cuidado grande conservaron
Por saber mucho ya de aquella lengua
Que en Chile es general (aunque difieren
En algo unas provincias de las otras).
Halló del despoblado en las aguadas,
Que son pocas y malas, puestas cruces,
Cosa que le admiró con razón mucho;
Y preguntando a aquellos guiadores.
Si habían pasado por allí cristianos,
O quien aquella insignia puesto hubiese,
No lo osaban decir como ello era,
Y sólo que Birinto, respondían,
Pensando que al autor acaso hubiesen
Los ingas muerto ya en ausencia suya,
(Que trataban de hacerlo a su partida)
Y era el caso exquisito y no pensado.
   Y pasó desta suerte y es muy cierto,
Que por eso os lo cuento por extenso,
Tanto que podré pocos desta suerte.
   En el campo que entró de los cristianos
Conquistando el Pirú un soldado hubo
Que se llamaba Alonso de Barrientos,
Sobre gran jugador ladrón tan diestro
Que nada había seguro de sus manos,
Y como los soldados se hallaban
De plata y oro tan enriquecidos,
Y sin muchos baúles ni escritorios,
Robábales gran suma cada día,
Que con facilidad en él se hallaba,
Sin que bastase esta evidencia cierta,
Y amenazarle por diversos modos,
Y perdonarle el hurto muchas veces,
—51→
Con que la enmienda justa prometiese;
Ingratitud inorme, pues sin duda
      Ingrato es quien reitera,
      Aún con muy grande ocasión,
      El pecar sobre el perdón.
Sacábanle a vergüenza cada día
Para que deste vicio se abstuviese;
Pero no aprovechando este remedio
Afretáronle el fin públicamente,
Con que su medra fue como su maña,
Que, como dijo el Sabio, a veces pasa:
      Unos partiendo sus bienes
      Vemos que mucho enriquecen,
      Otros hurtando empobrecen.
Sintiolo tanto que del campo luego
Se ausentó, y no sabiendo donde iba,
Fue preso de la gente de la tierra
Y ante el Inga traído, al cual él dijo
Cuanto quiso saber de los cristianos,
Que ya la lengua general hablaba,
(Cosa que les pudiera dañar mucho
Si el Inga ejecutara sus consejos).
Éste pues deseando no ser visto
Eternamente más de los de España,
Este año mesmo, cuando se volvieron
A Chile los que el oro habían traído,
Pidió licencia al Inga y fue con ellos,
Y en las aguadas puso aquellas cruces.
Cuando del campo huyó, le reputaron
Por ahogado o muerto de otra suerte;
Y aunque al principio de su fuga hicieron
Diligencias algunas, ya olvidado
No había quien preguntase si era vivo,
Ni apenas se acordase de su nombre,
(Que tal pasa del mundo en las más cosas)
Y así, aunque aquel Birinto algo asonaba
A Barrientos, no dio en el chiste nadie,
Y con la admiración hacían discursos
Tan fuera de lo cierto como errados.
   Al fin a Copiapó llegó don Diego,
—52→
Habiendo un sólo día antes sabido
Los naturales cosa tan extraña
Y no pensada; y hecho su consejo,
No sabiendo qué gente aquella fuese,
Porque los ingas que iban con Barrientos
No quisieron decirles cosa alguna
De lo que ya en el Cuzco había pasado;
Y hallándose tan mal apercibidos
Para bien resistir, y sus comidas
En los campos en berza, se acordaron
En recibirlos muy de paz y fiesta,
Hasta entender mejor sus pretensiones;
O si eran de los ingas enemigos
(Cosa de que gustaran ellos mucho
Como de nuevo dellos conquistados)
Que como dijo el cuerdo Jenofonte:
      Contra nadie más se irritan
      Los hombres que contra aquellos
      Que pretenden mando en ellos.
Y así en llegando, al modo que pudieron
Amigables y mansos se mostraron,
Dándoles el refresco que su tierra
Tenía, que fue bastante a sustentarlos
Algunos días que allí alto hicieron;
Y aún a engañarlos bien, creyendo era
Esta gente muy dócil y muy mansa,
Siendo la que veremos adelante.
Y habiéndose enterado del pretenso
Que en público mostraban, que era sólo
Vencer los ingas que en el reino estaban
Y echallos dél como a sus enemigos,
Porque así lo decían indios muchos
De los que del Pirú traya su campo,
De quien supieron la conquista hecha;
Y viendo que ni agravio les hacían,
Ni les pedían oro ni otra cosa
(Abstinencia entre tantos admirable)
Dejáronlos pasar sin envolverse
En pelear con ellos, hasta tanto
Que la ocasión mejor mostrase el tiempo.
—53→
Advertidos de algunas sus costumbres,
Y que estaba el Pirú ya en su obediencia,
Y en el Cuzco quedaban otros muchos,
Y otros particulares de importancia
Que en qué pensar les dieron y no poco,
Pasó Almagro adelante; y en llegando
Donde estaba Barrientos, que se hallaba
Yerno de un gran cacique que una hija
Le había dado a su modo y oro mucho,
Sobre que habían pasado cuentos largos,
Cerca del sitio en que se halla ahora
Fundada una ciudad que es de aquel reino
Cabeza, y aún el todo, pues es sola,
Que otras que tiene son lo en sólo nombre;
Salió a juntarse con los españoles,
Que como dijo Lipsio es cierta cosa:
      Es la conciencia centella
      Que puso en el corazón
      Aquella recta razón.
Y era cristiano al fin y ahora encendiole,
Y causó en todos el verle regocijo,
Y don Diego de Almagro mil caricias
Le hizo, restituyéndole la honra
(Si posible era esto) como pudo,
Paseándole a caballo con trompetas
Por el campo, a su lado, por honrarle.
   Éste les dio noticia del estado
En que estaba la tierra, y de sus cosas,
Más, que en muy largo tiempo ellos pudieran
Ganarla con trabajo muy costoso.
Los ingas que tuvieron lugo nueva
Del estado en que el Cuzco ya quedaba,
Por muchos de los suyos que escapando
Del real de los cristianos los buscaron,
Y se vieron perdidos y aguardaban
Sabiendo los buscaban codiciosos
Con sed de hallar en ellos gran riqueza,
(Que en hecho de verdad mucha tenían)
Y ser aborrecidos les constaba
De los chilenos, sus ya conquistados,
—54→
Por diversos caminos de la sierra
Escaparon con priesa tan constante
Que como el humo se desvanecieron;
Y algunos pocos que de copiapoes
Fueron hallados y en su tierra presos,
Les dieron a entender que los cristianos
Venían a ver la tierra y que a poblarla
Pensaban revolver otro verano,
Y a hacerlos sus vasallos y oprimillos,
Contando dellos como de enemigos
Cuantos vicios supieron imputarles
Con que por malos luego los tuvieron,
(Que semejantes se conforman fácil)
Cosa que dañó mucho cual veremos,
Que era esta gente mucha y belicosa.
   Almagro al fin habiéndose enterado
De la huida de los ingas ricos,
Y de los imposibles de alcanzarlos,
Que fueron tantos que hasta hoy de cierto
Saber no se ha podido que fue dellos,
Aunque diversos juicios se han echado
Y díchose patrañas diferentes
Que diversos intentos han movido,
Y hasta hoy se mueven muchos a buscarlos
Por ser comunidad que se tenía
Por veinte o treinta mil, más dicen otros9.
   Subió don Diego al fin setenta leguas
Más arriba la tierra descubriendo;
Pasó un río que Maule hoy es llamado,
Y dicen que dio vista a Biobío;
Y hallando que éste y otros que dejaba
En lo ya descubierto semejantes,
De rápidas corrientes muy furiosas,
Que la vuelta impedirle bien podían,
Sin haber peleado ni tenido
Resistencia ninguna, dio la vuelta
Al Pirú con más gasto que ganancia;
—55→
Y si bien muy contento de la tierra
Y de la gente, que dócil se mostraba,
Y mucha y de razón, y bien vestida
A su modo de lanas de colores,
De unas ovejas diferentes mucho
De las nuestras, que tienen, y animales
Campesinos de muy lucida lana;
Del temple y su alegría. Como tanto
Oro y plata no hallaron sus soldados
Como allá abajo, menos orgullosos
Volvieron y contentos que habían ido;
Y aunque los copiapoes con industria
Amigos se mostraron, no les dieron
Mucho refresco para el despoblado
Por desaficionarlos a la tierra,
Muy pobres y mendigos se fingiendo,
Con que los españoles apurados
De hambre y necesidades, aportaron
Al valle de Atacama de tal suerte
Que, derramados a buscar comida
Con menos orden que les conviniera,
Fueron algunos por los ingas muertos,
Perdiendo otros caballos y servicios;
Y así con priesa mucha y orden poca
Llegó don Diego al Cuzco descontento,
En que hallando a Pizarro poderoso,
Las diferencias fueron en aumento,
Que como San Crisóstomo nos dice:
      El aumento de riquezas
      Si en vano corazón prende,
      Fuego de codicia enciende.
   Y aunque cédula real había llegado
Del sacro Emperador en que mandaba
Que hasta el Cuzco Pizarro gobernase,
Y don Diego de Almagro lo restante;
Allí fue la contienda más reñida
Por querer cada uno que en su parte
Entrase esta ciudad, dando sentido
A aquella provisión en favor suyo,
De donde resultaron los motines,
—56→
Muertes y disensiones que allí hubo,
En que perdió la vida el buen don Diego,
Quedando don Francisco en el gobierno,
Si solo, no pacífico o siguro.




ArribaAbajoCapítulo II

De la entrada del gobernador don Pedro de Valdivia en Chile con los conquistadores, hasta la batalla de Santiago.





Hallándose Pizarro mal siguro
Entre tantos amigos de don Diego,
Concertó con don Pedro de Valdivia,
(Capitán valeroso y de gran nombre,
Y, a lo que dicen, de los arriscados
Que entraron con Borbón la ciudad sacra)
Que a conquistar a Chile se partiese
Con los amigos más aficionados
Del muerto general y de los suyos,
De que juntó casi doscientos hombres,
Los más de los que entraron con Almagro
Y fueron de la tierra más contentos,
Aviándolo el Marqués con mucha hacienda
Del Rey, y de la suya con gran parte;
Y en esto se partió con mucho gusto
De los que se partieron y quedaron.
Llegó a Atacama con algún recato
Por lo que dicho queda; en que se hallaba
Un valeroso capitán valiente,
Que Francisco de Aguirre era su nombre,
Y en milicia muy grande le tenía;
El cual con sus amigos y soldados
Todos, sólo catorce, había corrido
Aquella tierra, y castigado en parte
Aquellas muertes de los que mataron
A la vuelta de Almagro, como dije.
Y habiéndosele a un fuerte retirado
Los naturales, le ganó, y entrole;
Y a un gran despeñadero se arrojando,
Y quedando trescientos allí muertos,
—57→
Les cortó las cabezas, y las puso
Por almenas del fuerte, para espanto
De la gente, y por esto hasta hoy se llama
Un pueblo que está allí, de las Cabezas.
   Llegando pues Valdivia, persuadiole
Que se fuese con él con sus soldados,
Prometiendo de hacerle su segundo,
Aunque en secreto, en todas ocasiones,
Porque en público bien lo merecía,
Como adelante se verá probado.
Acertolo, y de allí se encaminaron
A aquel gran despoblado en que, pasando
Trabajos muchos, iban confiados
De hallar en Copiapó refresco grande,
Cual Almagro le tuvo cuando entraba.
Mas antes de dejar este desierto
Diré dos cosas suyas admirables,
Y son dos ríos que exquisitos tiene:
El uno que de día sólo corre
De dos picas de caja, y media vara
O poco más de fondo llevar suele,
Y a la puesta del sol o más o menos
Poca cosa, se seca de repente,
De suerte que no corre ni una gota;
Y los indios le llaman Anchallulla,
Que es lo mesmo que grande mentiroso.
El otro es cerca deste, de sal blanca,
Que corre como de agua permanente,
Y es toda sal perfecta en todo punto,
Que sacada de allí luego se cuaja
Y queda como el ampo de la nieve;
Y todas sus riberas están blancas
De piedras della como el alabastro.
Dejo otros minerales de colores,
De piedra y jaspes de diversos modos,
Que en otra tierra fueran valiosas
Y tuvieran estima memorable.
—58→
   Llegó Valdivia a Copiapó, y hallole
Despoblado de gente y bastimento;
Y aunque hizo diligencias y emboscadas,
No pudiendo prender ni a un indio sólo,
Pasaba allí su gente hambre y aprieto
Sustentada con sólo unos chanales,
Fruta silvestre de la tierra y mala;
Y a cabo de tres días en un alto
De un encumbrado médano de arena,
Vieron gente y no poca que miraba
Muy a su salvo el seco alojamiento;
Pero no era posible en muchas horas
Aquel sitio ganar, con gran rodeo;
Y un valeroso castellano viejo,
Caballero de Burgos, que su nombre
Era Gaspar Orense, prometía
Fácilmente traerle, si allí estaba,
El cacique del valle, o de los vistos
El más principal indio que allí hubiese.
A todos admiró tan gran promesa;
Más aceptada, que a caballo luego
Se pusiesen algunos, dijo presto;
Y desnudo en su toldo, con calzones
De lienzo, y borseguíes en plantillas,
Jubón blanco y bonete colorado,
Sin más arma ofensiva o defensiva
Que su mesmo valor, que era muy grande,
Se fue acercando al médano de arena,
Haciendo reverencias, sumisiones,
Quitándose el bonete y inclinando
La cabeza hasta el suelo, y fue subiendo
Por el médano arriba poco a poco;
Y aunque tardando más de una hora larga,
Por ir con gran trabajo cahondando10,
Al fin llegó allá arriba con aliento.
Los indios le esperaron porque vían
Que un hombre solo era y desarmado,
—59→
Y ellos estaban más de cuatrocientos.
En llegando en la lengua cuzca dijo
(Que es la que aquellos hablan) le dijesen
Cual era allí el cacique, a quien traía
Él de su capitán de paz palabras,
Deteniéndose a posta en la barranca,
Hincando las rodillas al decirlo.
A lo cual un muchacho, adelantando,
Salió unos pasos hacia él, diciendo:
Yo soy, di que me quieres; y él al punto
Como a echarse a sus pies fue, y agarrole
Y aunque a tenerle muchos acudieron,
Con él y con los más vino rodando
Por el médano abajo en un momento,
Sin que daño ninguno recibiese;
Y acudiendo al socorro los caballos
En fin prendieron nuestro caciquillo,
Único hijo del mayor cacique,
Con gran risa de Orense y regocijo
Del buen efecto de su pensamiento;
      Que se alegra en su consejo
      El hombre, acertando alguno,
      Y es bueno el que es oportuno11.
Así se reparó la gente toda,
Porque vino de paz el padre luego
Alegando disculpas infinitas,
Y el preso prometió guardarla siempre,
Cosa que cumplió mal como veremos.

GUSTOQUIO

Graciosa cosa y valeroso hecho,
Cierto merecedor de premio grande.

PROVECTO

Como esos, centenares de mayores
Han sido con olvido allí pagados,
—60→
En que se cumple bien lo que Cornelio
Tácito dice de esta suerte mala:
      Miserable es el que siendo
      En hechos esclarecido,
      Muere sin ser conocido.
Esto os quise contar por un donaire,
Pero pocos podré desta manera,
So pena de pasar mucho la raya.

GUSTOQUIO

Grande lástima es que cosas tales
Haya de sepultar perpetuo olvido.
Pero seguid, que va gustoso el cuento.

PROVECTO

Pasó Valdivia con su brava gente
Ciento y cincuenta leguas más arriba
Hasta un gran valle que los naturales
Le llaman Mapochó, y en él se vía
Y en su grande comarca ser bastante
Para una población sufrir copiosa;
Y de lo que noticia se alcanzaba
El comedio era allí de lo ya visto;
Y así se resolvió de hacer un pueblo
En este valle, como al fin se hizo,
Que cabeza del Reino ha sido siempre,
A quien puso por nombre Santiago
Del Nuevo Extremo, por del Pirú serlo,
Dándole forma en ordinario modo,
En que no me detengo, porque ha rato
Questa relación dura y aún estamos
Muy al principio, y falta casi todo.
   Desde aquí conquistó de su comarca
A cuatro y a seis leguas más y menos
Como dos o tres mil indios en breve,
Con que pasaban ya mejor la vida,
Que había sustento al modo de la tierra,
Carne de caza y de la mar pescado
—61→
(Aunque está quince leguas la más cerca.)
Pero como no sólo se buscaba
Un mal comer, y esto con riesgo tanto,
Siguiose luego el pretender que diesen
Oro los indios, y aunque alguno daban,
Menester era más para el deseo,
Que como dijo el Cordobés sapiente:
      Más difícil es vencer
      La codicia, mal de males,
      Que enemigos corporales.
Y así los indios presto lo entendieron.
   Era muy esencial abrir camino
Para poder pasar al Pirú, pocos
Siguros, a buscar lo necesario;
Lo cual dificultaba el estar toda
Por conquistar la tierra del comedio,
Principalmente aquellos copiapoes
Que del gran despoblado eran la llave,
Y así por esto, como porque es cosa
Muy sabida de diestros capitanes,
      Que en toda nueva conquista
      No es bien mucho adelantar,
      Sin las espaldas ganar12;
Determinó Valdivia que un caudillo
Los fuese a conquistar, y que poblase
En un sitio dél ya reconocido
En la costa del mar, en buena parte,
Y justamente en la distancia media
Que hay desde Copiapó hasta Santiago.
   Salió pues con sesenta compañeros
Juan Bohon, capitán de grandes partes
De virtud y bondad y fortaleza;
Mas dijo bien por esto Marco Aurelio:
      Siguros van los oficios
      En poder de virtuosos,
      Mas ellos muy peligrosos.
   Pobló con brevedad donde hoy se llama
Ciudad de la Serena, en aquel sitio
—62→
Del valle que Coquimbo se llamaba,
Por cuyo nombre es hoy más conocida,
Haciendo un fuertecillo, y bastecido,
Y del pueblo nombrados los vecinos,
Y dejando en él como hasta veinte hombres,
Y algunos naturales ya asentados,
Bohon con los cuarenta fue adelante
A la conquista de los copiapoes,
Cosa en que consistía el hecho todo;
Y fuera bien el principar por ella
Antes de dividir sus fuerzas pocas.
Murió en ella y los suyos, que uno sólo
No se escapó de muerto o de cautivo,
Con que viniendo sobre el pueblo luego,
Lo mismo hicieron, de los que allí había
Sólo escapando dellos un vecino,
Que Pedro de Cisternas se llamaba,
Que aportó por milagro a Santiago,
Y pudo dar la nueva del suceso;
Con el cual, y con otros desconciertos
Causados (u de agravios como algunos
Sienten) u de motivos diferentes,
Los indios se apocaban cada día
Con irlos de ordinario conquistando,
Cosa que a poner vino a los cristianos
Con mil necesidades al extremo,
Porque andando las armas en las manos,
Con continuos trabajos excesivos,
Su estado cada día empeoraba,
Y a términos llegaron que comían
Chicharras y otras tales inmundicias,
Buscadas por los campos por sus manos;
      Que el harto el panal desprecia,
      Mas el que busca que coma
      Lo amargo por dulce toma13.
Y era lo más sentible que no hallaban
Camino alguno de esperar mejora,
Rotos ya y destrozados y perdidos,
—63→
Que aunque tenían de oro alguna suma,
Ni les vestía ni les sustentaba,
Antes les era peso cuidadoso,
En que pasaron bien extrañas cosas
De su desprecio y compras excesivas,
En que bien se probaba no son ricos
Los que oro mucho tienen, sino aquellos
A quien concede Dios poder gozarlo.
      Y que solos ricos hace
      De Dios haber bendición,
      Pues lo son sin aflicción14.
Estando pues en este gran aprieto
Prendieron de Aconcagua y de Quillota,
Valles grandes distantes quince leguas
De aquella población, unos caciques
Que eran los principales de la tierra;
Y el más Michimalongo se llamaba;
Con que entendieron mejorar su suerte.
Mas viendo en largo tiempo no acudían
A tratar de librarlos sus vasallos,
O por batalla o amigable pacto,
Y que no se atrevían por ser muchos
Los españoles que aún quedaban vivos,
Que serían ciento y treinta, poco menos,
Tomaron un consejo sabio mucho,
Pues como el grande Tito Livio dijo:
      En el principio el consejo
      Es grande sabiduría,
      Y en el peligro osadía.
Como desesperados acordaron
De dividirse, y que Valdivia fuese
La tierra arriba a descubrir buscando
O la muerte o remedio a tantos males;
Que es proverbio de Séneca sabido:
      Buena muerte es la del hombre
      Que ataja de prevenida
      Muchos males de la vida.
Para lo cual llevó cincuenta sólo,
—64→
Tomando para sí el mayor peligro,
Que es precepto de Tácito Cornelio:
      Al repartir las facciones,
      La más ardua el general
      Tome, o repartirá mal.
Juzgando, como fue muy cierta cosa,
Que en viendo los vasallos de los presos
Dividida la fuerza, a rescatarlos
Vendrían sin duda a probar ventura
Con los otro ochenta, se quedaron
En cuatro cuadras que tenía el pueblo,
Cuatro muy valerosos capitanes:
Los dos Franciscos, Villagra y Aguirre,
Juan de Ávalos Jufré, Monroy el otro.
   Vinieron pues los indios al combate,
Después de algunos días, orgullosos,
Antes de amanecer como una hora,
De que aviso tenían los cristianos
Por un indio que Aguirre preso había,
Y en orden y a caballo estaban todos,
Cosa que les valió el quedar con vidas.
La multitud era infinita casi;
Lo cierto que serían más millares
Que los ochenta que se defendían,
Matando muy gran suma a cada paso,
Que era canalla bárbara aunque inmensa.
Y al fin como eran tantos, se estuvieron
El día entero así obstinadamente,
Que habiendo puesto fuego a las pajizas
Casas de los cristianos, ya muy cerca
De vencer estuvieron a la tarde.
Estaba en el cuartel, que el fuerte era
La casa de don Pedro de Valdivia,
Cuya defensa a Aguirre había dejado,
Una brava mujer que fue más que hombres,
La cual Juana Jiménez se llamaba15.
—65→
Y ésta con cuatro inútiles soldados
De los presos caciques tenía cuenta,
Que estaban en un cepo todos juntos;
Y oyendo que el murmullo de los indios
Voceando sus nombres repetían,
Conoció que librarlos solamente
Era su pretensión, y así mandoles
A aquellos hombres que con ella estaban,
Que al punto los matasen, y no osando
Hacerlo, recelando el ser vencidos
De tan gran multitud, ella tomoles
Una espada, y matolos por su mano,
Y cortando las bárbaras cabezas,
Arrojolas afuera de una en una;
Y luego que aquel vulgo temeroso
Reconoció frustrada su esperanza,
Y muertos sus caciques, cuya ira
Temía por no haberlos libertado,
Retirándose fue por sus cuadrillas,
Siguiéndole los nuestros y matando
Muy muchos dellos hasta bien de noche;
Que los caballos andar ya no podían.
   Murió un cristiano sólo, aunque quedaron
Muchos muy mal heridos, y el que menos
Poco menos que muerto de cansado,
Desangrado y molido de porrazos.
Mas todo se olvidó con la victoria.
Quemáronse los tres cuarteles todos
Empobreciendo más sus moradores.
Sólo quedó el del capitán Aguirre,
Que era fuerte, y la casa de Valdivia,
Que a la conquista fue importante cosa,
—66→
Y a la conservación, que si se ardiera
Despoblar fuera fuerza y retirarse.
   Sabido este suceso luego vino
Don Pedro de Valdivia, y conquistando
Con gran facilidad la tierra fueron.