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ArribaAbajoCanto XIII

Levanta Cortés, con admirable industria, los caciques y señores opresos de Moctezuma en contra suya; prométele la liga cien mil hombres de guerra para salir de la tiranía en que estaban. Tienen entre Moctezuma y él diferencia sobre el dejarle ir a Méjico. Funda el puerto de San Juan de Ulúa y Villa Rica de la Veracruz, donde se le amotinan algunos españoles, a los cuales ejemplar y rigurosamente castiga.




    Mucho debe a su estrella el diligente,
a grandes cosas le sacó dispuesto,
si le dotó de traza mayormente,
en suma obligación le tienen puesto:
es de los otros hombres diferente,
por ventura no dignos, señor, de esto,
que no a todos el Cielo hizo iguales,
aun en las proporciones corporales.

   Unos nacieron para ser mandados,
otros para mandar y ser temidos,
para llevar en hombros los cuidados
de los de dones tales excluídos:
éstos, para ganar reinos y estados,
y nombres justamente merecidos;
aquéllos, para serles obedientes
y recibir sus leyes convenientes.

   Algunos ignorantes reprobaron
el proceder de vuestro abuelo astuto,
y fue porque las causas no alcanzaron
ni de sus trazas el loable fruto:
en el valor y ciencia se cifraron,
término con prudencia resoluto.
De Laertes al hijo en nombre exceda,
que el príncipe troyano sin él queda.

   Dolo bueno se llama, no engañoso,
justa maquinación no reprobada,
la estratagema en trato belicoso,
por el más valeroso más usada;
llámase ardid y medio artificioso,
do la mayor astucia es más loada,
que cuando es el contrario incontrastable,
no sólo es permitida, mas loable.

   Usó Cortés de tan astuta maña
con esta gente indómita, guerrera,
para que hubiese efecto su maraña,
sin la cual conservarse no pudiera.
Turba el imperio con industria extraña,
y si medio tan útil no eligiera
su libertad el Indio aún hoy gozara,
y de Cortés la fama no cantara.

   Partió de Potonchan ufano, habiendo
la alborotada tierra sosegado,
y confïanza del Cacique haciendo,
por Carlos Quinto le volvió su estado:
y al río de Alvarado revolviendo,
en demanda del puerto señalado,
por el raudo Tabasco a mucha costa
iba, siguiendo la senosa costa.

   Llega a Ulúa la flota victoriosa,
de quien nuevas la tierra ya tenía,
cuya gente (aunque armada) temerosa
por el campo espaciosa se extendía.
De llegar hacia el agua recelosa,
por partes diferentes discurría;
dos barquillas en esto parecieron,
que a la nao de Cortés derechas fueron.

   Llenas de aquella gente alborotada,
que fue del general bien recibida,
subida a su navío y regalada,
a quien dio gran contento su venida.
Propuso un indio de ellos su embajada,
que con dificultad le fue entendida
por ser la lengua en mucho diferente
y no tener faraute conveniente.

   Era de Moctezuma aquel distrito,
y por él Teudillí le gobernaba,
y con perpetuo y áspero conflicto
los cercanos caciques molestaba:
varón experto, diestro, fuerte, invicto,
a quien la mar y tierra respetaba,
puesto en aquel lugar por valeroso,
duro de sustentar y peligroso.

   De cuya parte al capitán pidieron
les dijese en sus costas qué quería,
porque tan gruesa armada nunca vieron,
ni en sus puertos jamás entrado había.
Con alegre respuesta se volvieron
el señor, que en Cotosta residía,
lugar inexpugnable en la frontera,
que de aquella tenencia el mejor era.

   Diciendo: «El general de aquesa flota
te ruega no te altere su venida,
que la inconstancia de la mar ignota
(de los ásperas vientos removida)
torció de sus intentos la derrota
y, del duro infortunio compelida,
su armada entró en tu puerto maltratada,
de reparo y favor necesitada.

   «Y que saltar en tierra le es forzoso
si no te da con ello pesadumbre,
por serle necesario algún reposo,
cual es de mareados la costumbre:
y que viene de verte deseoso
porque de tu valor ya tiene lumbre,
lo cual hará mañana, si te place,
y su sana amistad te satisface.»

   «¿Quién es aquesta gente (le pregunta
Teudillí), de qué término y manera
numerada, qué tanta será junta?»
«No hay relación, responden, verdadera,
que como compartida está y disyunta
en once fuertes casas de madera,
las máquinas preñadas no consienten
que los que están, señor, dentro se cuenten.

   «La que pudimos ver parece afable,
quista, noble, apacible, comedida,
de razonable término, tratable,
feroz en guerra, experta y entendida.
La armadura parece incontrastable,
de que toda, señor, viene vestida:
con planchas de metal resplandeciente,
cobijan pecho, espalda, brazos, frente.»

   De oírlo Teudillí quedó admirado,
sin saber a Cortés qué responderse,
vacilando, confuso y atajado.
Un día estuvo así sin resolverse
mas, visto que Tabasco ya había dado
(sin poder de su fuerza defenderse)
la obediencia a Cortés, tomó por sano
no recibirle con armada mano.

   Manda que al Español ninguno ofenda
(con bando general), que es conveniente,
y que sana amistad de ella se entienda
sin proceder por modo diferente:
que cosa de comer nadie les venda,
mas se les dé sin paga, francamente;
y así con muchos indios determina
ir a ver a Cortés a la marina.

   Adonde estaba ya fortalecido
y, de todos los pueblos comarcanos,
de abundantes viandas proveído.
De los sujetos (digo) a mejicanos
fue el Virrey con aplauso recibido,
y cariciosos términos humanos:
admiróse de ver la nueva gente,
tenida en opinión de tan valiente.

   Los capitanes dos se retiraron
con Aguilar (faraute ya nombrado)
al pabellón, y largo platicaron
sin entenderse bien, que era excusado.
Mas en tal confusión al fin hallaron
que había el Cacique potonchano dado
una bella cautiva, que explicaba
lo que en su oscura lengua el indio hablaba.

   Era doncella apuesta, grave, hermosa,
nació en Biluta, de Jalisco aldea,
y en una alteración escandalosa
fue hurtada de cierta gente rea.
Era de sangre clara, generosa,
dada a Cortés por alta y gran presea,
la cual (del agua santa ya lavada)
Marina de Biluta fue llamada.

   Comieron, y después, de las noblezas
de sus reyes los dos largo trataron.
Cuenta Cortés de Carlos las proezas,
que tanto estado y nombre levantaron.
De Moctezuma el indio las grandezas,
de que los españoles se admiraron,
y cuanto más y más lo encarecía,
tanto más por le ver Cortés moría.

   Dícele: «De mi rey traigo embajada,
Teudillino, a tu príncipe excelente,
cuya preclara fama está sembrada
por el mundo espacioso, dignamente.
Da el orden para serle denunciada,
que vengo sólo a aquesto del Oriente.
Negocio, cual verás, es importante,
para que más su nombre se levante.»

   Luego a Méjico envío Teudillino
las nuevas, que en un día se supieron,
y aunque hay siete jornadas de camino,
en este tiempo a Moctezuma fueron.
Con esto Teudillí a Cotosta vino
y los indios que trajo le siguieron,
dejando quien al campo abasteciese
sin género ninguno de interese.

   El indio capitán, con mucha gente
y respuesta, volvió al nombrado día
con seis indios cargados de un presente,
de algodón, oro, plata y pedrería.
Recibiólo Cortes alegremente
y la respuesta oyó, que contenía
(del grave y poderoso Moctezuma)
lo que oiréis, reducida a breve suma:

   «Que fuese el general muy bien venido,
que en sus costas y tierras descansase,
que admiración le fue el haber sabido
que a él hombre en el mundo se igualase,
y que a mucha ventura había tenido
que su rey embajada le enviase
de reino tan remoto, y que admitía
la apacible amistad que le ofrecía.

   «Mas que el poderle ver era imposible
por ser largo el camino y trabajoso,
áspero de pasar, agro, terrible,
lleno de fieras, yermo y montuoso;
con otro inconveniente más horrible,
más justo de temer y peligroso,
que era la enemistad de tlaxcallanos,
cholollos, tipancincos, cempoallanos.

   «Provincias a su imperio no obedientes
(antes en daño suyo conjuradas),
pobladas de guerreras, bravas gentes,
bárbaras, inhumanas y arriscadas:
cuyas gruesas escuadras diferentes
ocupan los caminos emboscadas,
por donde aun en el aire claro y puro
no de sus flechas pasaría seguro.»

   Estas dificultades le ponía
por que Cortés a Méjico no fuese;
mas él le respondió que no podía
(aunque daño mayor se le siguiese)
del orden exceder que ya traía,
porque su Emperador de él no entendiese
que bastaba a volverse sin respuesta
temor, ni la ocasión por él propuesta.

   Acerca de lo cual muchas razones
entre el bárbaro rey y Cortés hubo:
demandas y respuestas y aun pasiones,
que cada cual por sus intentos tuvo,
y, entre los españoles, disensiones.
Mas resuelto Cortés tan bien anduvo,
que a ver a Moctezuma se dispuso,
del cual se parte Teudillí confuso.

   Y así dos bergantines luego envía
con cincuenta españoles, que siguieron
(buscando el puerto) la salada vía,
y hasta Pánuco costa a costa fueron:
vuelven con relación que no le había
y que sólo un abrigo descubrieron
de un peñol, que en el agua se miraba
y con estancia quieta convidaba.

   Con esta relación, y haber dejado
Teudillí de le dar mantenimientos,
al punto levantó el campo, indignado,
combatido de varios pensamientos.
Estuvo de ir sobre él determinado
y batir de Cotosta los cimientos,
pero templó el furor porque entendía
que mucho a Moctezuma indignaría.

   Pidió tras esto el nombre que esperaba,
y así los españoles le eligieron
por general (que mucho deseaba)
y el de justicia superior le dieron:
que como ya el poblar se practicaba,
oficios de cabildo repartieron,
por la cesárea majestad eletos,
hasta ver de otra cosa sus decretos.

   Con fresco temporal las naos envía,
y huecas velas, al peñol nombrado,
porque la tierra conocer quería;
al sitio caminando deseado
con la gente y caballos (con que había
mucha de Moctezuma ya pisado),
con diligencia el general camina
y a Cempoallán en breve se avecina.

   Donde fue del Cacique recibido
y supo las antiguas disensiones
que entre él y Moctezuma habían tenido,
la tiránica fuerza y opresiones
con que a tal sujección le había traído,
las molestas y duras sinrazones:
porque toda la tierra le temblaba
y nadie en su defensa espada alzaba.

   No le causó a Cortés poco contento
ver que émulos el rey tales tuviese,
cosa a su pretensión de gran momento
porque alguno, entre tantos, le siguiese.
Hízole un grande y largo ofrecimiento,
alentando al Cacique no acudiese
a Moctezuma ya con el tributo,
que él rompería el áspero estatuto.

   El bárbaro, gozoso, le agradece
lo que con tal fervor le prometía,
y a los opresos levantar se ofrece,
del duro yugo y grave tiranía.
Que goza libertad ya le parece;
las nuevas a un cacique y otro envía,
y la parlera fama por la tierra
siembra el furor discorde de la guerra.

   Parte en busca del puerto deseado,
del proceder del bárbaro contento,
como le fue del río denunciado
con profética lengua y vivo aliento:
llega al hueco peñol, yerto, encumbrado,
echa el arado al dilatado asiento,
a la falda del cual se fortifica
trazando la importante Villa Rica.

   Extiéndese la nueva por la tierra,
convoca a los caciques comarcanos,
pregónase en voz alta abierta guerra
contra el rey Moctezuma y mejicanos:
levántanse los pueblos de la sierra,
totonaques, cempollas, potonchanos,
tecoantepec, pánucos, mechuanos,
tipancincos, cholollos, chiauiztlanos.

   Ofrécele cien mil y más soldados
en campaña a Cortés la nueva Liga,
con armas, mantenidos y pagados,
contra el potente rey que los fatiga.
De tamemes fornidos y alentados,
a darle doce mil también se obliga,
probados en la carga trabajosa
y en allanar la sierra más fragosa.

   Salen cien capitanes escogidos
al son de roncas trompas y atambores,
los campos despoblando y los ejidos
de fuertes y robustos labradores.
Bien como opresos todos, y ofendidos,
dejan el interés de sus labores,
el día celebrando venturoso
que el yugo les levanta vergonzoso.

   Al belicoso trato ya olvidado
vuelve toda la gente, ejercitando
las armas cada cual en que fue usado,
sabrosa libertad apellidando.
El juvenil furor, que había dejado
el hábito de Marte, va tornando
con fervoroso brío al ejercicio
que otro tiempo le fije sabroso oficio.

   Cuál la vagante cuerda al arco aprieta,
cuál con hacha tajante el aire hiere,
cuál la rolliza maza en él sujeta,
cuál da filo a la espada y la requiere,
cuál la vibrante pica más perfeta
y más ligero dardo busca, inquiere,
polvorosos arneses aprestando,
rodelas, cascos, golas alimpiando.

   Muchos recaudadores ahorcaron
en esta alteración los conjurados,
y a Moctezuma algunos enviaron
(para más indignarle) maltratados:
entre los cuales dos ante él llegaron
de los que en Cempoallán aprisionados
el Cacique indignado detenía,
que soltado Cortés de industria había.

   Porque de él Moctezuma no entendiese
que a los confederados ayudaba,
sino que le era amigo, y conociese
que en aplacar la tierra trabajaba:
traza de importantísimo interese
para el intento que Cortés llevaba,
que los prudentes medios escogidos,
se sacan de lugares escondidos.

   Dejó toda la tierra alborotada
y al Indio de favor necesitado
(para ser de la Liga declarada
con nuevos ruegos y fervor llamado)
y al peñol se tornó, do ya la armada
había con viento próspero llegado,
que ya será de Iberia puerto grato,
paraje de sus flotas y contrato.

   Del mejicano rey, embajadores
en esta coyuntura al real llegaron,
que de las nuevas trazas y labores
(por ellos nunca vistas) se admiraron:
y el sitio (antes majada de pastores)
gran pieza suspendidos contemplaron,
de varios materiales ocupado,
y fornidos pilares señalado.

   Admíranse de ver las altas puertas
con acerados nudos aferradas,
las hondas zanjas, con industria abiertas,
de cal y gruesas piedras entrañadas,
de obreros el estruendo, las reyertas,
las prolongadas calles y calzadas;
admíranse de ver dos torres bellas
que se van levantando a las estrellas.

   Miran los indios con bullicio hirviente
cómo a los españoles ayudaban,
y con paso tendido y diligente
por varias partes en montón cruzaban:
de ellos, a manos, con aliento ardiente,
gruesas, rollizas piedras rodeaban;
de ellos a recias gúmenas atadas,
levantan vigas fuertes y pesadas.

   Unos la inculta piedra van labrando,
para los anchos muros diputada;
otros altas columnas tanteando,
de la más conveniente y prolongada;
otros hondos cimientos van sacando,
otros baten la cal confeccionada,
otros trazan la plaza y aduanas,
cárcel, cabildo, audiencias, tarazanas.

   Todos con prisa hirviente embravecidos,
en el fuerte edificio se ocupaban,
y espaciosos solares, extendidos,
para propias moradas señalaban.
Elígense dos sitios escogidos
donde dos bellos templos levantaban;
hacen muelle y sobre él, pegado al puerto
(para guardarle), un fuerte descubierto.

   Dieron los mejicanos su embajada
a Cortés, el cuidado agradeciendo
del ir aquella tierra alborotada
con tanta diligencia componiendo.
Cortés, con su prudencia acostumbrada,
los regala y despacha, respondiendo
que, cual sus cosas, trataría en suma
las del alto y temido Moctezuma.

   A Méjico contentos se volvieron,
donde copia de bárbaros llevaron
de los recaudadores, que prendieron
los opresos caciques que se alzaron:
que como ya a Cortés la mano dieron,
en todo por su industria se guiaron,
con que ya Moctezuma satisfecho
quedó, ignorando el cauteloso lecho.

   Tomó a Cicapancinca, lugar fuerte,
porque de Cempoallán se le quejaban
que a mucha gente suya daban muerte,
y los pueblos vecinos les quemaban.
Tuvo el Cacique entrarla a mucha suerte,
que gentes de Culhúa la guardaban,
y con violenta diestra incontrastable
defendían la fuerza inexpugnable.

   Era del gran señor, donde ordinario
seis mil hombres tenía y más de guerra,
con su caudillo Axayca (un gran corsario,
que sólo era su fin robar la tierra),
a quien todos tenían por contrario,
Cempoallán, totonaques y la sierra,
en cuyo daño todos se juntaron
y en contra suya un campo levantaron:

   Bien de quince mil indios, cuya guía
fue Cortés, con doscientos españoles
diez caballos y alguna artillería,
para batir el pueblo y los peñoles.
La gente de Culhúa ya salía,
al son de retorcidos caracoles,
para venir con ellos a las manos,
pensando que eran sólo comarcanos.

   Mas cuando los caballos venir vieron
y la española gente tan temida,
los pies con presto curso revolvieron
al fuerte pueblo, con veloz corrida.
A pie Cortés y Ojeda los siguieron,
Ordás, Lasso, Mercado y Fuensalida,
los cuales su valor tanto mostraron
que entre ellos en la villa y fuerte entraron.

   Llegaron los demás que los seguían,
donde entran sin ninguna resistencia,
y a los de Cempoallán, que allí venían,
entrega el pueblo y la tenencia:
a quien pidió que pues sin daño habían
conseguido su fin, que de clemencia
usasen con la gente ya vencida,
dándoles sin bandera la salida.

   De adonde habían cien jóvenes salido,
en el marcial discurso ejercitados,
y parte de la tierra habían corrido
robando algunos pueblos levantados:
que a la sangrienta brega habían venido,
dando en treinta españoles rezagados,
a quien hicieron rostro peleando,
hasta que los volvieron retirando.

   Murieron veinte antípodas, que huyendo
los demás por los montes se metían,
a quien los españoles persiguiendo,
con mortales heridas ofendían:
mas un gallardo joven, revolviendo
sobre dos que ligeros le afligían,
al uno arroja un asta larga y gruesa,
y un muslo a la otra parte le atraviesa.

   Cayó en el suelo luego malherido
Luzón (que así el soldado se llamaba),
mas luego de Aguilar fue socorrido
y el asta penetrante le sacaba;
la cual, aunque la carne había rompido,
cual se temió, en el hueso no tocaba:
mostraba ser la herida peligrosa,
pero no fue mortal, aunque dañosa.

   Aguilar tras el bárbaro corría,
satisfacción sangrienta procurando;
por un monte en su alcance se metía,
cuando se iba la sombra dilatando.
Pensó que el bando amigo le seguía,
en su curso veloz continuando,
el cual cesando en él, adonde estaba,
Cortés (con Aguilar menos) tornaba.

   A Villa Rica vuestro abuelo parte,
do halló una nave que arribado había
de las islas amigas, que fue parte
en él de grande alivio y alegría.
Trae setenta españoles, en el arte
bélico expertos, y también traía
nueve caballos recios, alentados,
revueltos, de buen hierro señalados.

    Parecióle a Cortés que ya sería
razón que a Carlos Quinto se le diese,
de los nuevos vasallos que tenía,
cuenta, y que sus servicios entendiese.
Para lo cual a Iberia luego envía,
quien mejor a entender aquesto diese:
Portocarrero con Montejo parte,
a dar al César de las guerras parte.

   Con cartas y un presente (por su quinto)
de oro, esmeraldas, plata, perlas, pluma,
y en un gran caracol un laberinto
extraordinario y de riqueza suma;
un chico cocodrilo, en sangre tinto,
de las venas del alto Moctezuma,
por víctima a sus dioses y servicio,
ofrecido en acepto sacrificio.

   Hubo en la Veracruz quien murmurase
(que así la villa rica se llamaba)
de diligencia tal, y a quien pesase
(porque a Diego Velázquez deslustraba,
gobernador de Cuba) se intentase
cosa tan grave, y que tan mal le estaba:
declararon los ánimos dañados,
algunos en la causa apasionados.

   Creció la desvergüenza en tanto grado
que muchos sin temor se amotinaron
y con un bergantín se habían alzado,
en que ir a Cuba de ellos intentaron,
a decir a Velázquez lo tratado:
que en poder avisarle no dudaron,
por que el navío y quinto detuviese
y el César de Cortés jamás supiese.

   Ninguno la ira ya disimulaba
y la murmuración andaba suelta,
entre los que la causa mancillaba[n],
de la conjuración clara y resuelta.
Un soldado a Cortés buscando andaba
(en rabia su traición odiosa envuelta)
con aspecto feroz y airada diestra,
a quien Cortés sereno se le muestra.

   En medio de la plaza y de su gente,
con rostro grave, manso, sosegado,
se subió en un pilar (que para un puente
de un barrancoso arroyo habían labrado),
lugar para ser visto conveniente,
donde dice en voz alta: «Ven, soldado,
que con rostro indignado me buscabas,
si tanto mi presencia deseabas.

   «No con templado y fuerte coselete,
el pecho que te ofende está cubierto:
sin defensa ninguna está; acomete,
que en él tu airado golpe tienes cierto;
ni, cual ves, mi cabeza cubre almete.
Patente está mi cuerpo y descubierto:
en el lugar que de él te pareciere
llega y a tu placer, cobarde, hiere.

   «Si cortar de la guerra el hilo quieres,
no de tantas victorias satisfecho,
huye, mas no podrás cuando quisieres
(aunque otras muchas veces lo hayas hecho),
que cuando para aquesto el pie movieres
te tendrá tu delito a tu despecho;
no te tendrá Cortés, sino la pena
que a ti y a los culpados os condena.

   «Por tanto, la desleal y vil cabeza
tiende al rigor del lazo estrecho y duro,
que mi próspera suerte no tropieza
en el villano peciho mal seguro,
ni me puede ofender lo que es nobleza,
que ésta sólo en mi ejército procuro:
sólo diez nobles en mi ayuda quiero,
y no de vil canalla un campo entero.

   «Mas los pocos que de esto causa han sido
y fueron de alterarlos inventores,
no ofenderán del noble ya el oído,
quedando los leales sin traidores.
Hoy se verá el motín de qué ha servido,
y el lazo hará callar los habladores,
la garganta apretando que sembraba
peste en mi campo tan dañosa y brava.»

   Tembló de esta amenaza aquella gente
y no hubo quien respuesta le tornase,
ni que viendo razón tan concluyente,
su dañada intención ejecutase:
como si no pudieran libremente
espada alzar, sin que él se lo mandase,
así la poca gente amotinada
quedó entre los demás amedrentada.

   Descubrieron los mal seguros pechos
su cautela, con rostros encendidos,
más temerosos ya que satisfechos
de ver sus graves yerros remitidos;
de lo intentado forman mil despechos,
con mil mudos afectos ofendidos,
tanto que, si probar no se pudiera,
su maldad en sus frentes se leyera.

   No fue la voz de Julio tan temida,
en los fértiles campos italianos,
por la copiosa turba embravecida
que en contra suya alzó en motín las manos;
ni con mayor audacia fue pugnida
(a vista de los muros placenzanos)
la gente que inventó el motín violento,
ni se le dio castigo más sangriento.

   Prendió con diligencia a los culpados,
y los que más lo estaban a otro día
(hecho el proceso) fueron ahorcados
(según su gran delito lo pedía)
y otros, no tan convictos, azotados,
con que cesó el motín y la osadía.
Temblaban a Cortés de allí adelante:
mirad cuánto la traza es importante.


 
 
FIN DEL CANTO DECIMOTERCERO