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ArribaAbajoCanto XVIII

Prosigue la bella Taxguaya en sus amorosos intentos con Sandoval. Trábase la sangrienta y porfiada batalla entre los españoles y los tlaxcaltecas, en la cual la valerosa doncella, habiendo hecho duro estrago, muere a manos de Alvarado, después de haber por la de Sandoval recibido agua de bautismo.




    Injusto Amor, que a tus injustas leyes
las más fundadas en razón ajustas,
y de igualar los siervos y los reyes
bien cual la Muerte rigurosa gustas:
¿por qué al que aflige de los tardos bueyes
por los campos las fuerzas tan robustas,
haces sentir la flecha de tu mano
como al sutil y astuto cortesano?

   Tú de la viuda las honestas tocas,
sin más considerar, desacreditas;
tú el empacho virgíneo, donde tocas
(don que no se restaura), al punto quitas;
tú el corvo viejo a liviandad provocas
y sus muertas potencias resucitas;
tú das bastardo nombre a la clausura,
por ti (a los que la guardan) grave y dura;

   Tú del loable matrimonio santo
perturbas las conformes voluntades,
y con la fuerza de tu ciego encanto
siembras adulterinas novedades.
Tanta es tu fuerza, tu poder es tanto,
que no le han confundido mil edades:
tan gran jurisdicción se te concede,
que puedes lo que Apolo allá no puede.

   Pero dígalo él, pues veces tantas
dejó impaciente su lustroso asiento,
midiendo el suelo con veloces plantas,
de cien formas usando veces ciento;
diga el rey del olvido veces cuántas
le sujetó tu insano sentimiento;
digan los hombres, fieras, peces y aves
si hay quien se exente de tus leyes graves.

   Si todo, crudo Amor, lo tiranizas,
¿qué mucho que una bella joven tierna,
en quien tu fuego sin piedad atizas,
centellas brote de tu llama interna?
No menos que con otras te autorizas,
pues por ti cual las otras se gobierna
y lo que no eres tú todo la ofende,
que contigo, aunque bárbara, se entiende.

   Cuando en silencio general envuelto
tenía el suelo la tiniebla oscura,
y la ausencia del sol había revuelto
del turquesado cielo la faz pura,
Taxguaya, aunque con pecho no resuelto
(a la herida mortal buscando cura)
habla de esta arte con Amixtla bella,
secretaria fiel de su querella:

   «Duermes, Amixtla, duerme descuidada,
que a mí me toca hacer la centinela:
dichosa tú, y de suerte afortunada,
pues el dolor que a mí no te desvela.
De mil varios temores rodeada,
mi fatigada mente siempre vela,
no admite el sueño, nada la asegura,
que todo falta donde no hay ventura.»

   Dio un grito tras aquesto, envuelto en llanto,
bastante a despertar la cara amiga:
«¿Quién te causa (le dice), amiga, espanto?,
¿qué pena a sentimiento tal te obliga?
¿Un fugitivo sueño puede tanto
que te basta a poner en tal fatiga?»
Taxguaya le responde: «Al Sol pluguiera
que el dolor que me aflige sueño fuera.

   «Mas queda, amiga, fijo en la memoria,
tras un cierto imposible el desengaño.
Mira si es cierta mi llorosa historia
y ciertos los efectos de mi daño:
vea al lado del sol mi dulce gloria,
desde un profundo de tormento extraño,
su importuna distancia considero
y a la vista del bien, Amixtla, muero.

   «Fueme tal vez aquesto medicina
(bien que con desvarío): mi simpleza,
del codiciado bien me hiciese dina
o, por mejor decir, mi gran firmeza;
mas ya que veo mi humildad indina
de bien tan alto, culpo mi bajeza,
mi suspirar ardiente reprehendo
y más se esfuerza cuanto más le ofendo.

   «¿Qué hombre, dime, es éste, amiga cara,
que así mi libre voluntad aprieta?
¿Quién puede aqueste ser, qué talle y cara?
¿Qué persona, qué gracia tan perfeta?
Bien manifiesta ser de sangre clara,
al torpe y vil temor jamás sujeta:
Hijo del Sol sin duda, amiga, es éste,
y no de casa humana, mas celeste.

   «Si prometido de vivir no hubiera,
eternamente de querer exenta,
si con solemne voto no tuviera
la fe obligada, que el amor violenta,
aquesta sola causa me rindiera
que mis rabiosas ansias acrecienta.
Mas ¡ay!, que ya vacila el casto intento
y una fuerza amorosa, dulce, siento.

   «Mas no permita el Cielo, no permita
que yo haga a mi limpieza tal ultraje,
ni que traspase, deïdad bendita,
tu respetada ley y mi homenaje.»
Pero Amor, que a la joven solicita
en estas dudas con mayor coraje,
al recatado honor furioso embiste
y ambos combaten en el pecho triste.

   Dice el Honor: «Oh virgen floreciente,
que por tu gusto eliges suerte esquiva,
¿por qué desprecias don tan excelente
como la libertad, por ser cautiva?,
¿por qué la puridad, que aun en la mente
guardaste siempre (do tu gloria estriba),
te arrojas a entregar a un hombre extraño
por falsa persuasión de un torpe engaño?

   «¿Por qué quieres manchar la sangre clara
que tus floridos años hermosea?,
¿por qué a la fama de tu estirpe rara
quiés mancillar con pretensión tan fea?,
¿por qué de joya tan preciosa y cara
como la castidad (que el alma arrea)
quieres, señora, desistir furiosa,
rogando a quien quizá será enojosa?»

   Suspensa un tanto aquesto la detiene,
pero el opuesto Amor, por otra parte,
de su dulce veneno se previene
y en el pecho de Amixtla infunde parte:
«Hermosa virgen, dice, ya conviene
en el juego amoroso ejercitarte,
donde Natura su deleite encierra,
que no eres roble de la inculta sierra.

   «¿Qué desvarío el ánimo te oprime
y finge esquivo al español gallardo?
¿Piensas, Taxguaya, que por mí no gime
o que en corresponderte será tardo?
Tu gracia y discreción harán te estime,
a que verle sujeto en breve aguardo.
Ya os juzgo a entrambos en el dulce lecho,
con un abrazo y otro más estrecho.»

   Tras él la causa Amixtla toma luego
(Amixtla, compañera suya grata),
y ayudando al amor perjuro, ciego,
dar tan grave mal remedio trata:
«Taxguaya cara, escúchame, te ruego
(le dice), y no a tu suerte seas ingrata.
Mira que allí consiste la ventura,
do no dejan pasar la coyuntura.

   «¿Por qué de ser mujer te inhabilitas,
por qué quieres sin fruto sepultarte
debiendo al Cielo gracias infinitas,
que de tanta beldad quiso dotarte?
¿Los gustos del amor por qué te quitas,
pudiendo en tan florida edad gozarte?
Aprende ya a querer, no estés dudosa,
que amar y ser amada es dulce cosa.

   «¿Del poderoso Amor librarte piensas
con frágil fuerza de promesas vanas?
Quebrantará su furia tus defensas,
que tiene, amiga, fuerzas sobrehumanas.
Pide, si temes tanto las ofensas
de las altas potencias soberanas,
que en aquesto dispense su clemencia,
que a muchas se concede tal licencia.

   «Baste que en las pasadas persuasiones
has tapado al amor el libre oído,
causando en varios pechos mil pasiones
con término arrogante y desabrido:
diferentes son ya las ocasiones
y ninguna cual ésta, amiga, ha sido,
y quien dice que amar tu ser afea,
sin duda el fin de tu vivir desea.»

   Quedó con esto el encendido pecho
de la joven perpleja más fogoso,
saliendo poco a poco del estrecho
límite del empacho vergonzoso:
ya no mira por más que su provecho
y de su pretensión el fin gustoso,
ya ni cura de voto ni promesa,
que con la ley de amor ya todo cesa.

   Resuélvese en buscar en la batalla
a su enemigo (más que el vivir grato),
que el señalado término de dalla
era aquel día, con resuelto trato.
No para falsear la fuerte malla
se cubre el inocente pecho ingrato,
que antes para rendirse se previene,
llevando el cuerpo a quien el alma tiene.

   Una hueca barranca prolongada
del Español al Indio dividía,
del general de Cristo señalada
para impedir del bárbaro la vía:
mas viendo la campaña dilatada,
que de enemiga gente se cubría,
a la española exhorta con razones,
para más levantar los corazones:

   «Bien conocido tengo, oh mis soldados,
dice, que las palabras no acrecientan
virtud a los que de ella están privados,
ni al perezoso diligencia aumentan;
no hacen de temerosos esforzados,
ni el miedo a los cobardes ahuyentan,
lo que, por el contrario, a los valientes
provoca a lid sus ánimos ardientes.

   «Cuanta audacia, virtud, fuerza, osadía
de ánimo, por costumbre o por nobleza,
en un pecho magnánimo se cría,
tanta muestra en la guerra y su aspereza;
mas en quien de su diestra desconfía
(que a más no le levanta su bajeza)
y en la gloria o peligros no despierta,
será la exhortación perdida y muerta.

   «Bien sé que es en vosotros excusada,
y no tengo sobre esto qué deciros
más de que está la tierra y mar tomada:
y esto no es exhortar, sino advertiros,
para que el gran valor de vuestra espada
os dé lugar en que podáis guariros,
con hierro abriendo la vereda estrecha,
que no es sano otro medio ni aprovecha.

   «Mas si a vuestra virtud envidia hubiere
la instable, adversa y mísera Fortuna,
y el opuesto contrario nos venciere,
mirad que no hay salida ya ninguna
para nos retirar, que el que muriere,
sea su muerte al Bárbaro importuna:
quédele la victoria sanguinosa
y cantada con trompa lastimosa.»

   Apenas acabó el razonamiento
cuando, la gran barranca atravesando,
con astas perturbando luz y viento,
pasaron dos mil indios voceando,
por orden del granado ayuntamiento,
a quien mandaron que al real llegando
de los iberos, vivos los trajesen,
y si hubiese defensa, que muriesen.

   Sobre el Crismado dan osadamente,
que eran jóvenes diestros y esforzados,
a quien corta experiencia y sangre hirviente
gobernaba los pechos arriscados;
los cuales fueron de la hesperia gente
heridos, rotos, muertos, destrozados:
sólo cuarenta vivos escaparon,
que los pasos estrechos acertaron.

   Muévese el campo idólatra copioso
al son de un caracol, señal postrera
de arremeter, llevado del furioso
ímpetu, cual jinete en la carrera:
con ánimo ofendido y fervoroso
la barranca pasó con rabia fiera,
mil instrumentos bélicos tocando,
lucidos estandartes tremolando.

   Pluvias de hierros vuelan por el viento,
espesas nubes de veloces flechas,
ligeros dardos con rigor violento,
gruesas picas agudas y derechas:
trábase un cruel tesón fiero, sangriento,
contiendas duras, ásperas y estrechas,
polvorosas neblinas se revuelven
y en sus mismos autores se resuelven.

   No pudo el Español al Indio fiero
de su ímpetu enfrenar la furia airada,
que con diestra pujante y pecho entero
la barranca rompió fortificada,
que de gruesos tirantes de madero
estaba por mil partes reparada:
abre camino, pasa peleando,
hasta entrar en las tiendas no parando.

   Unos por defender sus posesiones,
otros por conservar las ya ganadas,
muestran sus obstinadas intenciones
afilando en sus casas las espadas.
Por tierra van de mil las pretensiones,
con mil vanos discursos sustentadas;
nadie tiene por cierto el desengaño
hasta tocarle con su muerte o daño.

   Cada cual le parece que a su diestra
está aquella victoria cometida,
y juzga su fortuna por siniestra,
por tarda, perezosa y diferida:
si de su esfuerzo el Español da muestra,
la bárbara pujanza embravecida
hace de su valor tan alta prueba
que en su opinión antigua se renueva.

   Suenan aquí y allí cien mil gemidos
y confusos suspiros lastimosos
con que hieren el cielo los caídos,
de varios pies hollados presurosos,
en espantables formas convertidos
los rostros más apuestos y graciosos:
unos con mil visajes afeados,
otros rotos, deshechos, magullados.

   Taxguaya, que buscaba a aquél (furiosa)
por quien la corta vida le era grata,
no con ociosa diestra, mas dañosa,
en lo más peligroso, a mil maltrata:
aquí y allí discurre corajosa
y de ofender como ofendida trata,
que sólo de su amante la presencia
podrá templar del brazo la violencia.

   Cómo será sin fruto, oh virgen bella,
la vista que procuras agradable,
que no permite tu contraria estrella,
ni la vecina suerte inevitable,
que goces, hermosísima doncella,
del bien por ti en el mundo inestimable:
dispónte a levantar el blando vuelo,
que no es de tu belleza digno el suelo.

   Estaba de enemigos rodeada
la bárbara doncella, en ira envuelta,
de palo y pedernal una ancha espada
jugando a toda parte, desenvuelta,
hiriendo aquí y allí desalentada,
cual suelto pardo diligente y suelta,
que ya los dardos despedido había
con sanguinoso efecto y lozanía.

   Quiso Orduña con ella señalarse,
pero vino a sus pies desacordado,
y, a no ser diligente en repararse
la deuda natural habría pagado.
Pretendió Castañeda adelantarse,
de vergonzosa cólera llevado,
pero la joven bárbara gallarda
menos en verle que en herirle tarda.

   La cortadora espada le arrebata
de un golpe y al través se la cercena,
y de otro a Juan de Limpias desbarata,
arrodillar haciéndole en la arena:
y si de Santacruz no se recata
(que al otro lado con las armas suena),
con tal rigor sobre los dos venía
que imposible escaparse parecía.

   Mas no le satisface aquello todo,
que no aspira a vencer, sino a entregarse:
«Triunfa, dice, crüel de cualquier modo
de esta rendida, cuya gloria es darse.
Mira si en dar a alguno me acomodo
que de mí triunfador pueda llamarse,
y mira si ha podido tanta gente
hacer con su valor lo que un ausente.»

   Fervorosa con esto el paso alarga,
por las espesas armas discurriendo,
que el cuidado amoroso aprisa carga,
los demás de la mente sacudiendo.
Búscale aquí y allí con queja amarga,
del honor adquirido desistiendo:
rompe, atropella, aflige, hiere, mata,
pisa, corta, magulla y desbarata.

   En aquesta sazón había Alvarado
a las confusas voces acudido
y, viendo a Juan de Limpias maltratado,
el paso tras la virgen ha tendido.
Por guerrero le juzga reputado,
según las muestras de su mano vido:
cuidoso aquí y allí a la joven sigue
y ella en buscar a Sandoval prosigue.

   La furia del combate desampara
y a tiro de ballesta se detiene,
donde la espada, escudo y piel prepara
según el tiempo y el lugar que tiene.
Oye de armas rumor, vuelve la cara,
y viendo a aquél que en sus alcances viene:
«¿Qué quieres?», le pregunta con voz alta,
«¿quién te mate en la lid por dicha falta?»

   «Tu muerte está a mi diestra cometida,
¿qué vienes a buscarme tan cuidoso?
¿Tanto te cansa la sobrada vida
y el proceder del hado riguroso?»
«Mi pretensión será por ti sabida,
bárbaro descortés, presuntüoso»,
Alvarado responde, y con presteza,
alta la espada, a provocarle empieza.

   A sus iras entrambos obedientes,
se embisten con furioso movimiento;
suenan las armas y el crujir de dientes,
a cada cual su injuria dando aliento;
aquí y allí se buscan impacientes,
su fin enderezando al más sangriento:
despiden las espadas mil centellas,
heridas con pujanza y muestras bellas.

   Si valiente es aquél, valiente es ésta;
si esforzado el varón, la dama es fuerte;
si él alentado, la doncella es presta;
si él mostrado a matar, ella a dar muerte:
prueba digna de verse fuera aquésta
por ser tal alta, y de tan alta suerte,
y no de que en un yermo despoblado
quedase fin tan alto sepultado.

   Crecen los golpes y el coraje crece,
y un pie de tierra cual la vida es caro:
si aquél le estima, ésta le encarece,
poniendo el cuerpo entrambos a su amparo.
En ninguno el propósito enflaquece,
que el pertinaz tesón lo muestra claro:
ambos con roja sangre el campo riegan,
mas no al torpe temor su causa entregan.

   Era la hora y término llegado
en que la bella bárbara animosa
había de morir, ya destinado
por el perfecto Autor de toda cosa:
cierra el varón (el brazo levantado)
con ella, con presteza monstrüosa,
y con punta mortal y cruel porfía,
por el pecho a la espalda abrió la vía.

   Su sangre el bello arreo va tiñendo
que los virgíneos miembros adornaba,
y (tenerse en los pies ya no pudiendo)
sobre el humor sanguino se arrojaba:
«Vencísteme, español, está diciendo
con débil voz que mal se declaraba,
yo te perdono a ti, tú me perdona,
que de esto me asegura tu persona.»

   Entonces Alvarado, enternecido,
del rostro bello la cubierta quita
para mirar a quien había vencido,
con que más sus hazañas acredita:
las prolongadas hebras de oro vido
y faz hermosa, que a piedad le incita;
mas cuanto más la mira se enternece
y el remedio la aplica cual se ofrece.

   Quítala con presteza la armadura
y, la mortal herida escudriñando,
en vano el flujo restañar procura,
lienzo, banda y mil hierbas aplicando.
A esta sazón, por caso de ventura,
por allí Sandoval, apresurando
el paso, tras un indio discurría
que herido en la diestra mal le había.

   Y de su daño propio ya olvidado,
deja la empresa y al ajeno atiende,
del sangriento espectáculo admirado,
que su pecho en piedad fogosa enciende.
Procura mil remedios con cuidado
y en ayudar al homicida entiende:
limpia a Taxguaya el rostro, el cual cubría
aljofarado humor de la agonía.

   Abre los ojos, y delante viendo
la causa principal de su fatiga,
su diestra mano con la suya asiendo,
más a llegarse a Sandoval obliga.
Alivio con su vista recibiendo,
algo la ansia mortal se le mitiga:
en las mayores bascas más se esfuerza,
que la sobra de amor lo flaco esfuerza.

   Una y cien veces con fervor le mira,
con un suspiro y otro más fogoso,
y alentada de verle ya respira
el fatigado pecho sanguinoso:
un punto de él los ojos no retira
ni él los aparta de su rostro hermoso,
de afectos compasibles ocupado,
de su temprana muerte lastimado.

   «Al fin parto, español, de tu presencia
(dice Taxguaya) sin remedio alguno.
Hoy ha mostrado el Cielo su inclemencia
y cuánto mi pedir le fue importuno;
hoy pronunció en mi daño la sentencia
más áspera y crüel que dio a ninguno,
pues aun para rendirme, desdichada,
me fue una breve pieza denegada.

   «No temo, no, la muerte ni me espanta,
que mucha gente vil la ha despreciado,
pues mi ser y valor la Fama canta
a pesar del olvido, y Cielo airado:
mas lloro el ver que mi desdicha es tanta
que quiere que te diga mi cuidado
cuando ni tú remedio puedes darme
ni yo tenga lugar para quejarme.

   «Mujer soy por mi suerte miserable,
no de mendiga ni de baja suerte;
ámote con amor puro, entrañable,
que a aquesto me inclinó mi estrella fuerte;
conservé la limpieza inestimable
can pecho libre, hasta que pude verte,
que entonces el forzado pensamiento
vino sólo contigo en rompimiento.

   «Tú sólo eres deudor de tal flaqueza,
sólo es contigo el pensamiento reo.
Desenvoltura grande y gran torpeza
es aclararme tanto, bien lo veo,
pero del duro punto la estrecheza
(que para te perder tan cerca veo)
hace que diga mucho, en breve suma,
antes que su presteza me consuma.

   «Una merced te pido, humildemente,
por el Dios a quien debes reverencia
y por el firme amor, puro, hirviente
con que puse mi alma en tu obediencia:
que ya que el hado mísero, inclemente,
me arrebata, cual ves, de tu presencia,
que acompañe Taxguaya tu memoria,
que, a do fuere, con esto tendré gloria.»

   Ya a su belleza Sandoval rendido
le responde: «Mi fe y palabra empeño
de serte, virgen bella, agradecido
y no tomar, si vives, otro dueño:
pero si el hado avaro, embravecido,
ha dispuesto entregarte a eterno sueño,
prometo de llorar tu triste muerte
y de notar por áspera mi suerte.

   «Y porque entiendas, virgen, si te quiero,
y que mi amor al tuyo corresponde,
quiero, que a un Dios conozcas verdadero,
cuya grandeza tu ignorancia esconde:
por que si de este bien perecedero
no pudieres gozar, vayas adonde
en breve tiempo juntos nos veamos,
sin temor de perder lo que alcanzamos.»

   La bárbara, que oyó la alegre nueva,
no poco alivio toma en su fatiga
viendo la noble y amorosa prueba
con que su tierno amante se le obliga:
ya en otra suerte se transforma nueva,
que a olvidar su errada ley la instiga;
siente que un nuevo ardor la inflama
que a eterna gloria la provoca y llama.

   Que la muestre, responde, aquel camino
que a tal Dios y a aguardarle va derecho,
antes que pierda con la sangre el tino,
cuya falta la pone en punto estrecho.
Él, con la diligencia que convino,
con pío intento y compasible pecho
y ferviente oración, por ella ruega
y a un vecino arroyuelo en breve llega.

   La celada hinchó de su corriente
volviendo a su presencia y (ya instruída
en lo que es a tal acto conveniente)
fue de ella el agua santa recibida,
que sus culpas lavó generalmente
en fe, esperanza y caridad encendida.
El Cielo le parece que ve abierto,
que dice: «Ven, segura, al dulce puerto.»

   Quisiera despedirse, mas no pudo,
que le faltó el aliento fatigado
y, ya disuelto aquel estrecho nudo,
fue su espíritu al Cielo trasladado.
El bello rostro, de color desnudo,
quedó en violeta y lirio transformado:
llora el triste suceso el tierno amante,
ya en su nuevo propósito constante.

   Ambos las vestiduras le componen
para enterrar el bello cuerpo frío,
el cual sobre hojosos troncos ponen,
queriendo ejecutar el caso pío.
Pero su justo intento descomponen
dos bandas de enemigos, que con brío
vinieron, y a los dos ahuyentaron,
y el conocido cuerpo sepultaron.


 
 
FIN DEL CANTO DECIMOCTAVO