Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —85→  

ArribaAbajoPortugal en el teatro de Tirso de Molina

  —86→     —87→  

Américo Castro, en el estudio que encabeza su valiosa edición de El burlador de Sevilla y El vergonzoso en palacio (Clás. Cast., II, Madrid, 2ª edic., 1932) hace notar cómo, a lo largo del teatro tirsiano, Portugal aparece reiteradamente. Varias son las comedias cuya acción acaece en tierra portuguesa. Unas, ceñidas estrechamente a su territorio y a su Historia, como Las quinas de Portugal y Siempre ayuda la verdad; otras reflejan costumbres y aspectos de la vida cortesana: El vergonzoso en palacio, El amor médico y Averígüelo Vargas. Otras, finalmente, muestran facetas de la relación entre castellanos y portugueses en una variada distribución de vertientes y reflejos: La gallega Mari-Hernández, Doña Beatriz de Silva, Antona García.59

  —88→  

Es indudable que, espigando aquí y allá, a través de estas comedias, lograremos darnos una idea, si no cabal, sí, por lo menos, aproximada, de la concepción que Tirso abrigaba del país portugués. En líneas generales, podemos afirmar que, aparte de la interpretación común a los escritores de la época sobre las virtudes y desgracias del hombre portugués, Tirso entrevé, cariñosamente, aspectos entrañables de la Historia y la vida de Portugal, con el mismo amor e idénticas preocupaciones que las que le acosan en su teatro de tema íntegramente castellano. Intentarernos demorarnos en los principales remansos portugueses de su teatro.60

La Historia

¿Qué temas de Historia portuguesa aparecen en el teatro de Tirso de Molina? En general, podemos   —89→   afirmar que Tirso recoge los dos o tres grandes temas de la Historia medieval portuguesa. Por lo menos, aquéllos más cuajados de emoción: el origen de la nacionalidad, la ínclita generación de Don Juan I y el romántico episodio de Inés de Castro.

Los orígenes de la independencia de Portugal se dramatizan en Las quinas de Portugal, la última de las comedias de Tirso. Allí se expone la obra política de Alfonso Enríquez y el recuerdo heroico de la batalla de Ourique. Al final del manuscrito que conserva la comedia en la Biblioteca Nacional de Madrid,61 Tirso confiesa paladinamente cuáles han sido sus fuentes de información. Dice literalmente:

Todo lo historial de esta comedia se ha sacado con puntualidad verdadera de muchos autores, ansí portugueses como castellanos, especialmente del Epítome de Manuel de Faria y Sousa, parte 3ª, cap. I, en la vida del primer Conde de Portugal, pág. 339, don Enrique, y cap. II, en la del primer Rey de Portugal D. Alfonso Enríquez, pág. 349 et per totum; ítem del librillo en latín intitulado De vera regum Portugaliae Genealogia; su autor, Duarte Núñez, jurisconsulto, cap. I, De Enrico Portugaliae comite, fol. 2 et cap. II; de Alfonso primo Portugaliae rege, fol. 3. Pero esto y todo lo que además de ello contiene esta representación se pone, con su autor,   —90→   a los pies de la Santa Madre Iglesia y al juicio y censura de lo que con caridad y suficiencia le emendaren.

En Madrid, a 8 de Marzo de 1638.

El Maestro Fray Gabriel Téllez.


Es curiosa la exactitud de la cita. El Epítome de Faria y Sousa responde con ceñida precisión a la llamada de Tirso. El clima milagrero que rodea el nacimiento de Alfonso Enríquez es recogido a vuelapluma, con la suficiente claridad para ser recordado por el auditorio. Tirso gusta de insinuar en el oído al espectador aquellas cosas que le son familiares. Así ocurriría con estas piernas inútiles del recién nacido rey, y su milagrosa curación:

   Supe, no me preguntes de qué suerte,
que cumplió el magno Enrique con la paga
fatal, ejecutora al fin la muerte,
y que con la condesa yace en Braga;62
que Alfonso Enríquez, cuyo brazo fuerte
del valor heredero que propaga,
no sólo en sus estados le sucede,
sino que aventajarle en triunfos puede.
Que nació lastimando compasiones
pegadas con las piernas las rodillas,
que Don Egas Muñiz con oraciones
mereció en su salud ver maravillas.

(Quinas, 571 b.)                


  —91→  

Los versos que quedan citados se dan como final de una larga tirada de endecasílabos en los cuales Giraldo, arzobispo que bautizó a Alfonso Enríquez, narra la historia del conde D. Enrique, padre del primer rey. En esta narración se sigue con puntualidad el texto del Epítome.

Estava contra este pronóstico una objeción evidente. Avia nacido don Alonso pegadas las piernas desde las rodillas a los tovillos. Era su ayo Egas Muniz excelente portugués, que afligido con tal defeto en una criatura que en lo restante de su proporción y forma era bellísima, solicitó, devoto con Dios, el exercicio de los pies que la naturaleza le negava. Aparecióle la Virgen Maria, Señora Nuestra, y díxole: Que en lugar de Carquere junto a la ciudad de Lamego, estava casi cubierto de tierra un edificio, que avia sido levantado a su memoria, i, en él, imagen suya, limpiasse el templo, pusiese en el altar el niño delante della, quedaria sano, i seria instrumento memorable del estrago de los barbaros. Egas aora con tanta Fe como antes devoción, executó el mandamiento por espacio de cinco años, i el cielo desempeñó la palabra de su Reina: pudo luego andar el Principe.


(Epítome, págs. 349-350.)                


De igual fuente ha sacado Tirso la información para describir la conquista de Santarén y la batalla de Ourique:

   Alfonso Enríquez, conde lusitano,
infante de Castilla,
—92→
nieto de Alfonso sexto soberano,
hijo de Enrique, a quien postrada humilla
la cerviz arrogante
del otomano el célebre turbante,
el Tejo armado pasa
y con un escuadrón, si en suma breve,
inmenso en el valor, incendio abrasa
tus tierras, rayos ellos, ellas nieve;
y porque tu diadema le corone,
a Santarén se acerca y sitio pone.

(Quinas, 574 a.)                


La correlación entre la comedia de Tirso y el texto de Faria y Sousa es muy ajustada en los detalles aislados. Ambas coinciden en el número de guerreros que reúne Alfonso Enríquez, por ejemplo, y en los nombres propios. Ismael, el rey moro, aparece así en ambos textos. Los guerreros cristianos -«que eran sólo treze mil»- salen en idéntica proporción en las Quinas:

   ... trece mil
somos no más contra el vil
ismaelita

(Quinas, 582 b.)                


   Trece mil soldados tengo,
cada cual un Cipión,
un portugués Viriato,
un Hércules vengador.

(Quinas, 578 a.)                


Asimismo se encuentra en ambos sitios la arenga   —93→   del Rey animando a los portugueses, decaídos ante la superioridad numérica del enemigo. Esta mutua dependencia se observa con gran claridad en el largo capítulo de la piedad del Rey vencedor. En la conquista de Santarén, Alfonso Enríquez, según dice el Epítome,

«Hizo voto de edificar en Alcobaça un suntuoso Monasterio a la sagrada orden del Cister, i que le dotaría todo lo que mirava desde la eminencia de un monte donde se hallaba votando: que assí fueron siempre términos de su zelo los templos sagrados i de su liberalidad los orizontes remotos. Al punto que hizo el voto, San Bernardo que estava en su Claraval (revelándoselo Dios), llamó a dos de sus Monges i les dixo que se pusiessen en camino para dar principio a la nueva casa. Claras muestras de que hazían consonancia en los oídos celestiales las armas i las ofertas de Alonso. -Desde entonces le trató Bernardo por sus cartas, i fué su socorro con su vida i oraciones».


(Epítome, pág. 355).                


Pues bien, todo esto lo recuerda la comedia de Tirso con rapidez, pero exactamente:

El célebre monasterio
de Santa Cruz de Coimbra
cuando conquistó a Cezimbra,
y del africano imperio
sacó a Elvas, al Francoso,
Serpa, Corbele, Alanquer
y otros mil que en su poder
hacen un nombre famoso,
—94→
fundó rico con la rentas que
a sus canónigos dió.63
Cuando a Santarén cercó,
haciendo con su Dios cuentas,
ofreció por su conquista
al santo de Claraval
para un monasterio real
cuanto alcanzare la vista
desde una cuesta eminente,
los campos y posesiones,
siendo sus ojos mojones
de esta fábrica excelente.
Mil monjes ahora encierra
este edificio gallardo.
Obligado San Bernardo
a patrocinar su guerra
—95→
y a alcanzarle sus victorias,
desde Francia, donde vive,
le comunica y escribe.

(Quinas, 576 b.)                


Prescindiendo de la niebla poética, milagrera, que rodea Las quinas -Cristo da al Rey las armas de Portugal en el tercer acto- la fuente de Faria sigue siendo el venero hasta el fin. En la fundación de la Orden de Avís, la comedia expone:

Premiemos ahora, amigos,
hazañas que el lauro os dan.
Yo he prometido a la cruz
una orden militar:
las aves que el vuelo alzaron
cuando nos dieron señal
de esta vitoria celeste
también a esta Orden darán
nombre que no eclipse el tiempo:
que, aunque de Alcántara es ya,
las aves del vaticinio
de Avís la han de intitular.
Sé vos su primer maestre,
su caudillo e capitán,
valiente Gonzalo Viegas.

(Quinas, 589 b.)                


El Epítome (pág. 364) dice escuetamente, entre los títulos y honores repartidos por Alfonso Enriquez: «A don Gonzalo Viegas, hijo de su ayo, eligió para Maestre de Avís, i todos   —96→   fueron primeros en estos cargos». Entre estos primeros cargos está Gonçalo Méndez de Amaya, al que «hizo su Adelantado mayor». (Epítome, pág. 364):

Gonçalo Méndez de Amaya
adelantado será
mayor, pues lo es en sus hechos,
del reino de Portugal.

(Quinas, 590 a.)                


Alfonso Enríquez aparece en la comedia como enamorado de una Elvira Gualtar, madre de Teresa y Urraca. El recuerdo del matrimonio de estas bastardas, como asimismo la madre, está identificado en la cita del Epítome:

Ya doña Elvira Gualtar,
un tiempo amoroso hechizo
de mis años, mejorar
supo afectos religiosa.
Teresa y Urraca están
a mi cargo y son mis hijas:
la primera casará
con don Fernando Martínez,
Marte en guerra, Numa en paz,
siendo señor de Bragança,
y la segunda tendrá
al noble don Pedro Alfonso
de Viegas, nuevo Anibal,
por consorte, esposo y dueño.
Ya surca Matilde el mar,
bella infanta de Saboya,
—97→
para que pueda reinar,
como mi esposa en mi pecho,
como sol en Portugal.64

Es curiosa la exactitud de Tirso al señalar honradamente su fuente de información, que, como vemos, sigue muy de cerca. El librito de Nunes de Leão65 por su brevedad de datos era, sin duda, menos atrayente. De una apresurada lectura de este libro puede haber salido el hacer Matilde a la princesa Mafalda, esposa del Rey, ya que hay alguna de este nombre: la de Alfonso III, por ejemplo. Aunque lo más probable es que se trate de una mala lectura del manuscrito de Madrid.

Siempre ayuda la verdad desarrolla un tema de amor y de caballerosidad portugueses, en el que hace de juez Pedro I, el amante esposo de doña Inés de Castro. Es interesante ver cómo Tirso, que intuye genialmente tipos universales, de gigantesca   —98→   valoración poética, tiene en sus manos el tema de Reinar después de morir y lo desecha, sin duda alguna por ser demasiado conocido ya. El prodigioso acorde de dramatismo y sentimiento de la comedia de Luis Vélez de Guevara se limita, en la de Tirso de Molina, a unos cuantos versos que no hacen otra cosa que evocar lo conocido, como una mano tendida en salutación. El diálogo, lento y engolado, narra escuetamente la desasosegada historia de Inés:

REY.-
No me deja el dolor, como si fuera,
Tristán de Silva, aqueste el primer día
que vió aquel ángel la dorada esfera
de su inocente y pura jerarquía:
admírese el amor de que no muera
quien perdió su adorada compañía,
y yo, que vivo, en tanto mal me veo,
pienso que basta, que morir deseo.
Si a doña Inés de Castro, tan airado
mató mi padre, cuya muerte injusta
en los fieros traidores he vengado
por ley de amor y por sentencia justa,
en sombras me aparece, y mi cuidado
de adorar su divina imagen gusta;
¿por qué te admira la tristeza mía?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
TRISTÁN.-
   Ni el reino puede
viendo que tu pesar lo justo excede.
Ya en público teatro, coronada
reina de Portugal, después de muerta
fué la divina doña Inés jurada,
—99→
de telas de oro y de dolor cubierta;
y el pecho que pasó cobarde espada,
del alma noble dolorosa puerta,
gozó tus brazos: ánimo excesivo
con una muerta desposarse un vivo.
De tu venganza, y deste dolor fiero
tan sangriento y cruel, señor, quedaste,
que tiembla Portugal, de aquel severo
rostro que desde entonces le mostraste:
confieso que la causa fué primero,
mas ya los homicidas castigaste:
tres reyes Pedros tiene agora España
y todos tres crueles, cosa extraña.66
Mas si el de Aragón y el de Castilla
por justicieros este nombre tienen,
en Zaragoza aquél, éste en Sevilla,
diferentes renombres te convienen,
tu tristeza a tu reino maravilla:
fiestas en mar y tierra te previenen,
alégrate, señor.

(Siempre ayuda la verdad, 211 b.)                


Como en Las quinas, se expresan alusiones a la expansión marinera de Portugal:

   Al indio más apartado
vuestras quinas lleve el cielo

(Siempre... 231 a.)                


    La fama tus glorias cante
invicto honor de esta edad,
y plega a Dios que tus quinas,
—100→
pues ya por los mares corres,
honren almenas y torres
de las más remotas Chinas.

(232 a.)                


Dos veces se ocupó Tirso del primer duque de Coimbra, Pedro de Portugal. Pocos temas de la historia peninsular tan atrayentes, tan cuajados de poesía como el destino de los hijos de Juan I el de Aljubarrota. Una ventolina larga, de tragedia, cruza, como un escalofrío de asombro, la vida de los infantes. Es la suave brevedad de don Duarte, y la figura viajera y soñadora del Duque Regente, coronada por la amargura de Alfarrobeira. Y es la nostalgia marinera de don Enrique, asomado a los horizontes más anchos de la Historia de su país. Y es la heroica santidad del mártir de Ceuta.67 Pero pocos temas tan a propósito para los contrastes del Barroco como la asendereada vida del Duque Regente: de los altos sitiales del Gobierno, del poder material, a la ruina total, al descrédito, a la muerte en horrorosa guerra civil. Don Pedro de Coimbra resulta así un vivo símbolo de la caducidad de las glorias terrenas, a que tan aficionado fue el arte barroco. Y a la vez tiene un nimbo de romántica   —101→   pesadumbre, de inconcreta insatisfacción. Éste es el valor preciso que tiene en el teatro de Tirso. El infortunio del Duque de Coimbra aparece como un fondo histórico sobre el que se mueve la trama escénica en dos sitios: El vergonzoso en palacio y Averígüelo Vargas. En ambas comedias Tirso adultera la verdad histórica, pero en ambas se hace patente, al final, la inocencia del Duque. Existe una gran diferencia de interpretación entre las dos comedias. En El vergonzoso se hace ver la desgracia del Duque, expuesta en tonos de franca simpatía. En Averígüelo Vargas se exhibe repetidas veces, y en tonos calurosos, la inquebrantable fidelidad de Don Pedro al rey niño Alfonso V. En El vergonzoso, Don Pedro aparece viviendo disfrazado de pastor en una sierra, a la espera de que corran vientos mejores para su suerte. Cuenta que tuvo que huir, acompañado de su esposa, la cual muere de parto en la montaña, dejándole un niño, Dionis, el personaje central de la comedia. El exacto conocimiento de la verdad histórica se refleja en los datos aislados que siembran las narraciones de la fuga. Se registra el matrimonio de Alfonso V con Isabel, hija del Regente. Se hace notar el parentesco de la reina viuda, Leonor, con el Rey de Castilla. Durante veinte años -de nuevo la poesía- el Duque vive escondido,   —102→   entregado a menesteres rústicos, temeroso de la amenaza real. Sus propiedades fueron confiscadas y la sal esparcida en su heredad. Finalmente, son descubiertos los traidores que causan su desgracia y el Duque es repuesto en sus antiguos honores:

   El Rey nuestro señor Alfonso el Quinto
manda: que en todos sus estados reales,
con solenes y públicos pregones,
se publique el castigo que en Lisboa
se hizo del traidor Vasco Fernández,
por las traiciones que a su tío el Duque
Don Pedro de Coimbra ha levantado,
a quien da por leal vasallo y noble,
y en todos sus estados restituye;
mandando que en cualquier parte que asista,
si es vivo, le respeten como a él mismo;
y si es muerto, su imagen hecha al vivo
pongan sobre un caballo, y una palma
en la mano, le lleven a su corte,
saliendo a recebirle los lugares:
y declara a los hijos que tuviere
por herederos de su patrimonio,
dando a Vasco Fernández y a sus hijos
por traidores, sembrándoles sus casas
de sal, como es costumbre en estos reinos
desde el antiguo tiempo de los godos.

(Vergonzoso, pág. 150.)                


Tirso sabía muy bien cuál era la verdad de lo sucedido con el Duque de Coimbra. El vergonzoso en palacio está intercalado en Los cigarrales   —103→   de Toledo. Al final de la comedia Tirso expone algunos de los juicios que la representación mereció por parte de los asistentes. Entre esas opiniones, como era de esperar, se encuentra el reproche a la falta de rigor histórico. A todo ello Tirso contesta de esta manera:

«Pedante hubo historial que afirmó merecer castigo el poeta que, contra la verdad de los anales portugueses, había hecho pastor al Duque de Coimbra don Pedro (siendo así que murió en una batalla que el rey don Alonso su sobrino le dió, sin que le quedase hijo sucesor), en ofensa de la casa de Avero y su gran duque...». «Como si la licencia de Apolo se estrechase a la recolección histórica, y no pudiese fabricar, sobre cimientos de personas verdaderas, arquitecturas del ingenio fingidas...».


(Ibídem, pág. 159.)                


En Averígüelo Vargas, el Duque aparece resistiéndose a las insidias de los cortesanos, que le aconsejan se corone y usurpe los derechos al rey niño. Tras de alguna pasajera vacilación Don Pedro sacrifica sus ambiciones y se muestra como ejemplo de fidelidad hacia su sobrino:

PEDRO.-
Sobrino amado, imagen de inocencia,
segundo Abel, y con mayor ventura,
rendido, humilde a vuestra real presencia,
la mano os pido de traición segura.
Tuvieron en mi pecho competencia
la honra y el amor, que al fin procura,
como le hicieron dios, vencer de modo
que le conozcan poderoso en todo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
—104→
DUARTE.-
      Divino pecho
de portugués. Que estima en más su fama,
que hacer dudoso su real derecho
en este reino que le estima y ama.
Veníale al Infante muy estrecho,
aunque es grande, este reino; que le llama
la pretensión del África, y desea
que toda aquélla, su corona sea.

(pág. 184.)                


La situación se resuelve con una larga serie de frases afectuosas entre tío y sobrino.

También aquí recuerda el matrimonio del Rey con Isabel, la hija del Regente. En diversas ocasiones se citan otros personajes. Así, la reina viuda, Leonor, que se marcha voluntariamente a Castilla, las Cortes de Santarén, etc.68 El fondo novelesco de la comedia lo constituyen dos hijos bastardos de Don Duarte, Sancha y Ramiro, que han alcanzado su más lograda juventud ignorantes   —105→   de su personalidad, y a los que el Infante Don Pedro ayuda y casa dignamente, incorporándolos al seno de la familia real.69

Doña Beatriz de Silva dramatiza la vida de la bella dama portuguesa de este nombre, que acompañó a la infanta doña Isabel de Castilla cuando esta princesa vino a contraer matrimonio con Juan II. Doña Isabel era nieta de Juan I de Portugal. Tirso lo recuerda fielmente:

   La infanta doña Isabel
es, pues en eso advertís,
nieta ilustre del de Avís,
rey de Portugal, de aquel
que en Aljubarrota un día
a Castilla destrozó
y con su esfuerzo borró
manchas de su bastardía.

(Beatriz, d S. 496 a.)                


Beatriz de Silva provocó una violenta pasión amorosa en el corazón del monarca castellano, y, a la vez, una correlativa excitación de celos en el alma de doña Isabel. Encolerizada la Reina con su dama, pretende darle muerte, encerrándola en un armario. Beatriz de Silva se libera del suplicio gracias a la intervención de la Virgen primero,   —106→   y de San Antonio de Padua después. Encaminados sus pasos por la senda de la devoción, Beatriz funda la Concepción francisca de Toledo. La comedia, que comienza con una movida acción de dobles bodas -se narra también el matrimonio de Leonor, hija del rey Don Duarte, con Federico III de Alemania-, acaba en un ambiente de encendida milagrería, lo que desvirtúa sus calidades.

La historia de doña Beatriz de Silva y de la fundación de la Concepción francisca de Toledo era sobradamente conocida en el siglo XVII. La Historia de Toledo, de Pedro de Alcocer, Toledo, 1554, lo explicaba detalladamente (Libro II, cap. 16, folio CVII). Dada la altísima estimación que todo español de los siglos XVI y XVII siente por Toledo,70 no es nada de extrañar que Tirso -que por lo demás elogia apasionadamente a Toledo y la conoce- hubiera manejado ese libro. Además, en 1612 se publicó en Madrid la Crónica y historia de la fundación y progreso de la Provincia de Castilla de la orden del bienaventurado Padre San Francisco, escrita por Pedro de Salazar, libro que sería frecuente en las bibliotecas conventuales, y en el que se reproduce   —107→   fielmente el recitado de Alcocer en lo que a Beatriz de Silva se refiere.71

La ráfaga imperial del Portugal manuelino la recuerda Tirso en una de sus más finas comedias: El amor médico. Coimbra, con sus riberas tranquilas, orilladas de álamos, y su ajetreo universitario. Don Manuel el Venturoso sale a escena en una ceremonia de oposición a cátedras. Tirso evoca, con la rapidez que caracteriza sus tramas, uno de esos momentos de la Historia peninsular que estuvieron más cuajados de promesas: la boda de Manuel o Venturoso con Isabel, primogénita de los Reyes Católicos. El pensamiento político de la unificación peninsular, tantas veces quebrantado por la muerte, surge en estas líneas de una escueta veracidad:

   ya que os embarquéis, gozad
entre gente castellana
—108→
preñeces de plata pura;
pues sabéis que Portugal
siempre se ha llevado mal
con Castilla.
DON GASPAR.-
      Ya asegura
don Manuel, que reina en él,
paces que eternizar pueda,
pues nuestros reinos hereda.
DON GONZALO.-
Princesa es doña Isabel,
su esposa, desta corona,
muerto el príncipe Don Juan,
y ya jurados están.
. . . . . . . . . . . . . . .
DON RODRIGO.-
       La corte sigo
del Rey Manuel, fiado
en que como Castilla le ha jurado
por príncipe heredero...

(Amor médico, págs. 32 y 53.)                


Don Manuel fue, efectivamente, jurado, heredero del trono de Castilla en las Cortes de Toledo de 1498. Otras Cortes, celebradas en Zaragoza en el mismo año, le juraron como heredero de la Corona de Aragón. El primogénito de este matrimonio, Don Miguel de la Paz, el príncipe anhelado que, de vivir, habría podido tener bajo su mano toda la Península, murió en 1500, sin vencer siquiera la primera infancia. A esta leve nostalgia de época y de destino frustrado se limita la evocación histórica de El amor médico. En varias ocasiones, citas del Rey Católico y de   —109→   las grandes empresas viajeras de Portugal coadyuvan a centrar cronológicamente la evocación del Venturoso.

De todo lo que vamos exponiendo se deduce que la Historia portuguesa no tiene, en el teatro de Tirso de Molina más que un valor de fondo, de última lejanía sobre la que actualizar la trama de las comedias. Únicamente escapa a este denominador general Las quinas de Portugal, donde la batalla de Ourique y la independencia del reino son el motivo central y la justificación plena de la comedia. El fondo histórico es más leve, más lejano, más borroso si se quiere, en La gallega Mari-Hernández y en El burlador. La gallega Mari-Hernández comienza con una larga narración de Don Álvaro de Atayde, que cuenta la muerte de Don Fernando de Alencastre, duque de Braganza, ordenada por Don Juan II, o príncipe perfeito. La represión de la nobleza, llevada a cabo por el gran Rey, se respira con claridad en la introducción de la comedia. Recuerdos diseminados de las batallas de Aljubarrota y de Toro cooperan al fondo histórico de la acción, fondo envuelto en una suave lejanía.

Aun más valor secundario, de incidente de tramoya, tiene el fondo histórico de El Burlador. Juan I de Portugal es evocado en la comedia. Ya Américo Castro, en su excelente edición, hace   —110→   notar los anacronismos del trozo y la escasa importancia que el teatro en general concedía al rigor histórico. Tirso enreda en la conversación los hechos pertinentes a Manuel I con los de Juan I y recuerda a Goa:

DON GONZALO.-
      Hallé en Lisboa
al rey don Juan, tu primo, previniendo
treinta naves de armada.
REY.-
      ¿Y para dónde?
DON GONZALO.-
Para Goa me dijo: mas yo entiendo
para otra empresa más fácil apercibe.
A Ceuta o Tánger pienso que pretende
cercar este verano.

(Burlador, pág. 196.)                


Quizá la cita de la ciudad asiática tuviera más cordial eco en el patio, que asociarla inmediatamente a su circunstancia histórica la presencia de los portugueses en Oriente, mientras que la conquista de Ceuta quedaría ya más alejada en el círculo de curiosidades e intereses del espectador medio.

La repartición geográfica

Junto al fondo de prestigio histórico hay una realidad geográfica. La tierra portuguesa sale en las comedias de Tirso de Molina, aquí y allá, despaciadamente, al conjuro de sus nombres más representativos. De todas las asomadas de paisaje   —111→   portugués, la más encariñada y minuciosa es la de Lisboa en El Burlador. La ciudad se describe con paladeada morosidad, deteniéndose el recuerdo en cada uno de sus monumentos y lugares más destacados. Durante mucho tiempo se ha venido pensando en que la descripción de Lisboa era obra de un portugués, y se le privaba a Tirso de su paternidad. Después de las atinadas observaciones de Américo Castro, es pueril intentar mantener ese punto de vista.72 Por añadidura, en otras comedias portuguesas de Tirso -Doña Beatriz de Silva- se respira el mismo caluroso, acariciado recuerdo de la ciudad, expuesto y condensado en muy parecidos términos:

REY.-
      ¿Es buena tierra
Lisboa?
DON GONZALO.-
      La mayor ciudad de España;
y si mandas que diga lo que he visto
de lo exterior y célebre, en un punto
en tu presencia te pondré un retrato.

(Burlador, pág. 197.)                


PEREIRA.-
Gran señora, no lloréis,
LEONOR.-
Lisboa es merecedora
de esta amorosa señal,
pues no la ama quien no llora,
—112→
ni tiene ciudad igual
el orbe en cuanto el sol dora.

(Beatriz de Silva, pág. 493 a.)                


La leyenda de la fundación de Lisboa por Ulises se registra igualmente en las dos comedias:

Pues el palacio real,
que el Tajo sus manos besa,
es edificio de Ulises,
que basta para grandeza,
de quien toma la ciudad
nombre en la latina lengua,
llamándose Ulisibona.

(Burlador, 202.)                


¡Adios, fundación de Ulises!

(Beatriz de Silva, 495 b.)73                


El Tajo se menciona en ambas comedias como el mejor mensaje de la tierra española. Su curso hacia el desenlace lisboeta está presente en el verso de Tirso, así como el encendido asombro marinero del estuario:

Antes de veros partir
de aquí aumenta su placer,
y vos le podéis seguir,
si en Cuenca le veis nacer,
ya que aquí le veis morir;
que estimará mucho el Tejo
que, mirándoos en su espejo,
—113→
le gocéis, dándole nombre,
niño en Cuenca, en Toledo hombre
y en nuestra Lisboa vicio.

(Beatriz de Silva, 493 a.)                


Es Lisboa una otava maravilla.
De las entrañas de España,
que son las sierras de Cuenca,
nace el caudaloso Tajo,
que media España atraviesa.
Entra en el mar Oceano,
en las sagradas riberas
de esta ciudad, por la parte
del sur; mas antes que se pierda
su curso y su claro nombre,
hace un puerto entre dos sierras,
donde están de todo el orbe
barcas, naves, carabelas.
Hay galeras y saetías,
tantas, que desde la tierra
parece una gran ciudad
adonde Neptuno reina.

(Burlador, pág. 197.)74                


  —114→  

El afanoso trajinar de la Lisboa que Tirso entrevé en sus comedias se percibe con viveza en la rapidez de las descripciones:

Y lo que desta ciudad
te cuento por excelencia
es, que, estando sus vecinos
comiendo, desde las mesas
ven los copos del pescado
que junto a sus puertas pescan,
que, bullendo entre las redes,
vienen a entrarse por ellas,
y, sobre todo, el llegar
cada tarde a su ribera
más de mil barcos cargados
de mercancías diversas,
y de sustento ordinario:
pan, aceite, vino y leña,
frutas de infinita suerte,
nieve de Sierra de Estrella,
que por las calles a gritos,
puesta sobre las cabezas,
las venden. Mas ¿qué me canso?
porque es contar las estrellas
querer contar una parte
de la ciudad opulenta.
Ciento y treinta mil vecinos
tiene, gran señor, por cuenta.

(Burlador, pág. 203.)                


ROBERTO.-
Todo el mundo está cifrado
en esta insigne ciudad;
de toda su variedad
—115→
la quinta esencia ha sacado
la bella naturaleza.
VASCO.-
Bien la podéis alabar
si por tanto variar
se conoce su grandeza.
ROBERTO.-
Como grandes edificios,
adornan a las ciudades
riquezas y cantidades
de mercaderes y oficios.
ROBERTO.-
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Esa grandeza confirma
la riqueza de su mar,
sus damas, calles y galas.

(Siempre ayuda la verdad, pág. 212 a.)                


El centro de la vida ciudadana está enumerado con rigor y precisión. El Terreiro do Paço, junto al mar, con su nostalgia levantada de navíos; la Rua Nova, la Plaza del Rocío, el chafariz del Rey, etc.:

En medio de la ciudad
hay una plaza soberbia
que se llama del Rucío,
grande, hermosa y bien dispuesta,
que habrá cien años y aun más
que el mar bañaba su arena
y ahora della a la mar
hay treinta mil casas hechas,
que, perdiendo el mar su curso,
se tendió a partes diversas.

(Burlador, pág. 201.)                


  —116→  
Tiene una calle que llaman
Rua Nova o calle Nueva,
donde se cifra el oriente
en grandezas y riquezas;
tanto que el rey me contó
que hay un mercader en ella
que, por no poder contarlo,
mide el dinero a fanegas.
El terrero, donde tiene
Portugal su casa regia,
tiene infinitos navíos,
varados siempre en la tierra,
de sólo cebada y trigo
de Francia e Ingalaterra.

(Burlador, pág. 201.)                


¡Adiós, seboso Babel,
Castillo, Plaza, Rua Nova,
Palacio, San Gián, Belén,
Cruz de Cataquifaras,
adiós, Chafarí do Rey,
bayeta, boas botas, luas,
blancos y negros también.

(Beatriz de Silva, pág. 495 b.)75                


  —117→  

En este último trozo de Beatriz de Silva encontramos citado el fuerte de San Gian, «San Julián», y el monasterio manuelino de los Jerónimos, en Belén. También se recuerdan en El Burlador:

   A la parte del poniente
guardan del puerto dos fuerzas
de Cascaes y San Gian,
las más fuertes de la tierra.
Está, desta gran ciudad,
poco más de media legua,
Belén, convento del Santo
conocido por la piedra...

(pág. 198.)76                


Completan la visión de Lisboa las menciones de lugares cercanos: Aldea Gallega,77 el monasterio   —118→   de Odivellas, sepultura del rey poeta Don Dionís,78 el convento de Jabregas, y se evoca la Misericordia, la piadosa fundación de la reina Doña Leonor, esposa de Juan II.79

De las ciudades portuguesas recordadas por Tirso, es Coimbra la que sigue en intensidad a Lisboa. La fama de la vieja ciudad universitaria se asoma a la gracia de su paisaje, donde el Mondego traza su sesgo romántico. Ya en Siempre ayuda la verdad, el extranjero pregunta si no hay Universidad en Lisboa:

ROBERTO.-
... Como grandes edificios,
adornan a las ciudades
riquezas y cantidades
de mercaderes y oficios.
¿No hay aquí Universidad?
VASCO.-
En Coimbra está fundada
—119→
donde se aumenta, adornada
de una y otra facultad,
hasta música y poesía.

(pág. 212.)                


Y toda la actividad universitaria se recoge en El amor médico, en torno a aquella Doña Jerónima, que, disfrazada de doctor, logra una cátedra y el cuidado de los pulsos reales. Tirso desenvuelve una movida escena de togas y mucetas, de personajes y de músicas, en torno a un acto académico. Pero la presencia literaria del río famoso se insinúa como un sosiego de quieta poesía, como un refugio a las asechanzas amorosas que asaetean a los personajes de la hermosa comedia. Nada como esta invitación al silencio, a la dulzura soleada de la orilla:

Coimbra tiene frescuras,
su río alegres riberas...

La comedia supone una peste en Lisboa, peste que ha motivado un éxodo total. Y en este tiempo de alarma y de incertidumbre Coimbra ofrece su mejor presencia:

   Pica la peste tanto
en Lisboa que a todos pone espanto,
y en riesgo tan terrible,
es ciudad saludable y apacible
Coimbra, celebrada
por la fama presente y la pasada;
—120→
benévolo su clima,
fértil su territorio, en cuya estima
cristales del Mondego
compiten con el Tajo...
. . . . . . . . . . . . . . .
Ilustre le hizo al mundo
la asistencia del rey don Juan segundo,
que lo más de su vida
en él tuvo su corte entretenida.

(pág. 54.)                


El resto de las localizaciones geográficas no tiene más valor que el dar el más elemental aire de exactitud exigido por la comedia. Son puros testigos de la imprescindible verosimilitud, o de la necesaria situación espacial de los personajes. El vergonzoso en palacio ocurre en Avero, la pequeña ciudad al N. de Lisboa. Averígüelo Vargas se desenvuelve en Monblanco, lugar que no he logrado identificar, y en Santarén. La Gallega Mari-Hernández se desarrolla en la tierra fronteriza, donde Chaves, Braganza y el río Tamega son puntos de referencia. El Burlador cita varios lugares como ciudades en discusión a través de la ininterrumpida rivalidad castellano-portuguesa: Serpa, Mora. Olivenza, Almendral, Mértola y Herrera. Santarén, Tomar, Évora, Braga, Arrayolos, Ocrato, Viseo, etc., salen en diversos sitios a lo largo de las comedias que nos ocupan. La más esmaltada de nomenclátor es   —121→   Las quinas de Portugal. La abundancia está justificada por la necesidad de explicar minuciosamente los fundamentos históricos de la Independencia y de la Reconquista: Guimaraes, Lamego, Cezimbra -además de muchas de las citadas- y, sobre todo, el sentido inciso de Oporto:

En la ciudad de Oporto, donde el Duero,
para que nazca mar, expira río,
flor en botón, nací del cano enero
de un tronco generoso, padre mío.

(Quinas, pág. 570 b.)                


proporcionan al teatro portugués de Tirso de Molina una adecuada, exacta sensación de paisaje real.

Las cualidades del hombre portugués: amor y celos

El rasgo más acusado, más henchido de trascendencia que todo español del siglo XVII encuentra en los portugueses, es el de un rápido, fulminante apasionamiento amoroso. Cualquier humano está sujeto a este dulce, acongojado sobresalto. Pero si este humano ha nacido en Portugal, entonces el amor se convierte en un trágico desasosiego, avasallador, que necesita de una constante, ininterrumpida exposición, llena de extremosidades, de prurito de superioridad. Ya   —122→   Quevedo (Sueños, Clás. Cast., XXXI, pág. 220) encuentra en el Infierno a la muerte de amores «con muy poquito seso. Tenía, por estar acompañada, porque no se le corrompiese por la antigüedad, a Píramo y Tisbe embalsamados, y a Leandro y Hero y a Macías en cecina, y algunos portugueses derretidos». Cervantes narra la pasión gigantesca del portugués Manuel de Sousa Coutiño, a quien, al pronunciar la última palabra con que cuenta sus mal logrados amores, «dando un gran suspiro, se le salió el alma, y dió consigo en el suelo» (Persiles, edic. Schevill-Bonilla, I, pág. 75).80 Una copiosa lista de ejemplos ha recogido Miguel Herrero García en su libro Ideas de los españoles en el siglo XVII. La facilidad y violencia del amor entre los portugueses llevaron a la creación de un adjetivo, «portugués» con valor de «enamoradizo, apasionado». Los constantes malentendidos y la suspicacia prolongada entre castellanos y lusos hicieron que el empleo de esta denominación se generalizara. No se encuentra apenas comedia o texto del período clásico español donde no brote un fogoso enamoramiento portugués. Tirso posee, como era de esperar, numerosas llamadas al sentimiento colectivo:

  —123→  
ANTONIO.-
¿Cómo tengo de querer
lo que no he llegado a ver?
LUANA.-
De que digáis eso me pesa:
nuestra nación portuguesa
esta ventaja ha de hacer
a todas: que porque asista
aquí amor, que es su interés,
ha de amar, en su conquista,
de oídas el portugués
y el castellano de vista.

(Vergonzoso, pág. 45.)81                


Este amor portugués logra extender su fama a todas partes. Roberto, el extranjero de Siempre ayuda la verdad, dice:

   Si fuere el Rey, Blanca hermosa,
aunque Elena me ha contado
que es mi amor de vos pagado,
dejaré, que es justa cosa,
la pretensión amorosa;
que, fuera de ser quien es,
y tan bravo, fuera error
tener en cosas de amor
competidor portugués.

(pág. 215.)                


Esta exagerada cualidad, este tomar la vida como un vendaval enamorado se usa como término de comparación y de referencia para aclarar un proceder galante o encariñado:

  —124→  
INÉS.-
A don Pedro diste un guante.
BEATRIZ.-
Es Pereira y mi pariente;
portugués en lo constante,
en lo airoso, en lo valiente
y portugués en lo amante.82

(Beatriz de Silva, pág. 499 a.)                


La manifestación externa de este derretimiento acarreó el símil con el sebo:

En Portugal todo es sebo
hasta quedarse en pabilo.

(Amor médico, pág. 55.)                


La imagen del hombre decaído, enflaquecido por el consumir amoroso, evocó la vela con rapidez. Y así se encuentra en muchísimos lugares.83 Según Herrero García, (ob. cit., página   —125→   165), fue Tirso quien acuñó y puso en circulación la metáfora del sebo portugués. Por lo menos, Tirso de Molina la emplea con inusitada frecuencia. Herrero García señala apariciones del sebo en La celosa de sí misma, en Cautela contra cautela, Antona García y La Gallega Mari-Hernández.84

  —126→  

Pero se podría ensanchar prodigiosamente la lista de los testimonios. Es frecuente en El vergonzoso en palacio:

JUANA.-
Pasito, que te derrites;
Como te adoro me atrevo;
no te apartes, no te quites,
de nieve te has vuelto sebo.
Nunca has sido, sino agora,
portuguesa.

(pág. 91.)                


Del mismo modo en El amor médico:

D. GASPAR.-
¡Ay, qué mano!
TELLO.-
      De mortero.
Ensébanlas las hermosas
que en nuestra Castilla están;
—127→
considera tú qué harán,
siendo aquí todas sebosas.

(pág. 88.)                


Sospecho que ha de posar
allí, de donde salieron
las sebosas embozadas.

(Ibídem, pág. 87.)                


¡Qué dulce y tierno papel!
Derrítese el sebo luego.

(Ibídem, pág. 120.)                


En la animada Por el sótano y el torno, comedia llena de gracejo, de dulce mohín apicarado, también sale un portugués noble y enamoradizo. Cuando la dama cortejada comienza a sentir rendida su fortaleza, la esclava define con ceñida precisión el alboroto de su ánimo:

SANTARÉN.-
¿Y nuestra niña?
POLONIA.-
Sebosiña un poco está

(Rivadeneyra, V. 238 c.)                


Los dos versos arriba citados se dan en una escena en la que no se habla más que de la pareja central. Esta circunstancia nos aclara el exacto rigor de «enamoramiento» que la palabra llegó a tener en el léxico castellano de la época.

Pareja con esta condición inflamable del portugués corre la honestidad y firmeza del sentimiento en las mujeres. Ser mujer portuguesa equivale a ser «enamorada fiel y constante»:

  —128→  
Doña Beatriz es cortés,
y en fe de su urbanidad,
sin costas de voluntad,
con término portugués,
se muestra agradable a todos,
y sólo amorosa a mí.

(Beatriz de Silva, 502 a.)                


ISABEL.-
Suspensa, sí; no sola, que el que adora
con sus deseos amistad profesa.
En Vuestra Alteza el alma hablaba agora
REY.-
Fineza, al fin, de amante portuguesa.
¿Y de qué se trataba? ¿Amor o celos?

(Ibídem, 503 b.)                


Temes de mi sexo frágil
banderizados empleos;
soy portuguesa, y bien sabes
que no ha habido en mi nación
ninguna a quien los anales
que afrentas inmortalizan,
puedan notar de inconstante.

(La Gallega Mari-Her., 110 a.)                


Este amor no impide una valoración exagerada del recato y de la honestidad:

¿Segunda vez, don Gaspar,
en mi barrio y a estas puertas?
Si en Castilla están abiertas,
dando ocasiones lugar
que logren sus intereses,
acá las cierra el honor.

(Amor médico, pág. 111.)                


  —129→  
Estamos en tierra ajena;
el recato portugués
con las mujeres, ya ves
que libertades enfrena.
El uso desto te avisa:
toda doncella de casa
no sale hasta que se casa
ni aun los domingos a misa.

(Amor médico, pág. 111.)                


En justa correspondencia con la exaltación amorosa, el portugués está siempre minado por los celos. Celos también extremosos, alocados, crueles. En el patio habría también una complicidad soterraña para explicarse el furor del portugués o portuguesa heridos de celosa preocupación. «Como en materia de amor, / son portugueses los celos», se dice en Doña Beatriz de Silva (pág. 501 a). En El amor médico se repite casi exactamente:

porque del modo que amor
son portugueses los celos.

(pág. 111.)                


En Doña Beatriz de Silva, la reina de Castilla, Doña Isabel, portuguesa de nacimiento, da rienda suelta a sus afanes de venganza, empujada por las falsas sospechas:

Basta, que truje conmigo
mi mismo desasosiego,
—130→
del rey y su corte el fuego,
de la paz el enemigo.
Doña Beatriz me ha quitado
de mi esposo la mitad,
que es el alma y voluntad:
sólo el cuerpo me ha dejado.
Si no me lo restituye,
conocerá por su mal
que celos de Portugal
no es cuerda quien no los huye.

(pág. 503 a.)                


La misma reina expone reiteradas veces los celos que la atormentan como causa de su maldad, de su odio encendido contra Doña Beatriz:

Mi nación es muy celosa,
y hay que temer de los dos

(pág. 513 b.)                


Los celos mi paciencia han apurado;
solicita el poder, la injuria instiga
a la venganza que el rigor profesa;
que soy mujer celosa y portuguesa.

(pág. 504 a.)                


Yo he heredado el ser cruel
de mi nación, por exceso.

(pág. 501 b.)                


Finalmente, no es difícil percibir este sentido de los celos fatales, predestinados por el hecho de nacer en Portugal:

  —131→  
D. PEDRO.-
Luego, ¿estos son celos?
D. ALFON.-
Si serán.
D. PEDRO.-
      Pues, ¿tan pequeña?
D. ALFON.-
Los amorosos desvelos
de sospechas semejantes,
en Portugal crecen antes
que en otras partes.
D. PEDRO.-
      Es ansí,
que todos nacen aquí,
tan celosos como amantes.85

(Averígüelo Vargas, pág. 157.)                


El valor portugués

Era demasiado grande la hazaña imperial de Portugal para que no hubiese quedado huella de su brillo en el hablar cotidiano de los españoles.   —132→   Las empresas conquistadoras y marineras hicieron sobrenadar la admiración por los que las llevaron a cabo. Ser portugués equivalía a ser «decidido, valiente, hazañoso». En el libro tantas veces citado de Herrero García se recogen numerosos testimonios del valor y arrogancia de los portugueses, ya en serio, ya en burla. En Tirso abundan los ejemplos claros, en los que se dan como consustanciales la patria y la valentía;

BRITO.-
¿Y seré yo si le sigo
también valiente, señor?
EGAS.-
¿No eres portugués, pastor?
BRITO.-
¡Y cuómo!
EGAS.-
      Vente conmigo,
que el serlo sólo te basta.

(Quinas, 573 a.)                


En La Gallega Mari-Hernández, Don Álvaro de Atayde despierta alborotado a las voces de «guarda el lobo», y dice:

Lobos, ¿qué mal me han de hacer,
si soy portugués?

(Rivadeneyra, V, 113 c.)                


No es raro el ejemplo de crítica -en Tirso siempre de un amplio gesto de benevolencia amable- ante la ostentación de ese valor,86 pero,   —133→   en el teatro que nos ocupa, abundan los recuerdos de franco reconocimiento de esa valentía.87 Tirso   —134→   compara a los portugueses con Viriato repertidas veces:

¡Oh, portugués Viriato!
¡Oh, escuadrón invicto y fiel!

(Quinas, 575 a.)                


Trece mil soldados tengo,
cada cual un Cipión,
un portugués Viriato,
un Hércules vengador.

(Ibídem, 578 a.)                


CONDE.-
¿Trae mucha gente?
CRIADO.-
      Serán
diez mil, cada cual Viriato
portugués.

(Mari-Hernández, Rivadeneyra, V, 121 c.)                


¡Con qué enojo escucho y trato
hasta las cosas más viles!
O tengo el alma de Aquiles,
o me engendró Viriato.

(Siempre ayuda la verdad, pág. 214 b.)                


Entremezcladas con la bravura, aparecen otras cualidades de los portugueses en el teatro de Tirso: la cólera, la fidelidad, las empresas en África, la cortesía y amistad para con el perseguido,   —135→   la religiosidad.88 En Las quinas de Portugal se representa una mujer portuguesa llena de una bravura verdaderamente masculina, en la que   —136→   se condensan simbólicamente todas las virtudes de la raza:

LEONOR.-
      Hoy vengarán
mis enojos a mi padre.
Canalla torpe, esperad
a una mujer portuguesa,
porque a sus pies advirtáis
que hay Semiramis cristianas,
que Amazonas castas hay,
que hay en Portugal Minervas,
prodigios de nuestra edad.

(Quinas, 589 a.)                


No es digna suya esa empresa;
yo te quitaré arrogante,
con la torpe vida, el guante,
que soy Leonor portuguesa.

(Quinas, 574 a.)                


Rivalidad castellano-portuguesa

Corre por la España del XVI y del XVII una ininterrumpida corriente de suspicacia y de pequeños rencores entre castellanos y portugueses. La Forneira de Aljubarrota sale a escena en cualquier discusión local, como un símbolo. Tirso no podía faltar a este común sentir. El teatro español del Siglo de Oro habla a sus oyentes, irrestañablemente,   —137→   de lo que les es familiar y querido, de aquello que tiene un exacto hueco en el paisaje de su cultura y de su sensibilidad:

¡Qué! ¿Cuidaba Portugal
que era sola su forneira?
Pues a fe de Dios, si torno
a enojarme, aunque aquí os hallo,
que estimedes más mi mallo
que la pala de su forno.

(Gallega Mari-Hernández, Rivad., V, 120 c.)                


En Doña Beatriz de Silva se nombra asimismo a la famosa panadera:

La hazaña saldrá aquí de la Forneira,
que hacéis de blasonar esa victoria.

(pág. 491.)                


La vieja enemistad se recuerda en El Amor médico, con precisión:

... pues sabéis que Portugal
siempre se ha llevado mal
con Castilla.89

La rivalidad produce un continuado combatir palabrero por los motivos más fútiles. La cortesía,   —138→   las buenas maneras, el conducirse ante las damas, etc., etc. Cualquier materia de conversación puede servir de motivo para estas largas disputas triviales. Sirvan de ejemplo las mantenidas en Doña Beatriz de Silva sobre la prioridad en el acompañamiento de la hermosa:

PEREIRA.-
Cuando en público acá la Infante sale,
un caballero solo ocupa el lado
de la dama a quien sirve, porque iguale
el premio de su dicha a su cuidado;
mi amor quiere que en ello me señale,
y la presente suerte me ha costado
un año de servicios y desvelos
que aumentan ya esperanzas y ya celos.
Si allá en Castilla, noble caballero,
no se pratica este uso cortesano,
ya que os aviso aconsejaros quiero
dejéis el puesto que ocupáis en vano.
PEDRO GIRÓN.-
Nunca es blasón el término grosero,
que acostumbra el que es noble castellano,
que la corte del Rey don Juan segundo
puede enseñar mesura a todo el mundo.
Esa ley, que contáis por maravilla,
es muy antigua allá, y hála heredado
Portugal de la corte de Castilla,
como el reino también, antes condado.
Obligación os corre de cumplilla.

(Beatriz de Silva, pág. 491 b.)                


Del mismo modo se refleja la hospitalidad que las Cortes de ambos reinos concedían a los fugitivos de la corte enemiga:

  —139→  
... que empeñando mis lugares,
y recogiendo mis joyas,
castellanas majestades
de rigores portugueses
tiene España, que nos guarden.

(Gallega Mari-Hernández, Riv., V, pág. 110 a.)                


La convivencia entre castellanos y portugueses en las ciudades debía provocar constantes reconvenciones y polémicas. Buen ejemplo de ello son los siguientes versos:

   ¡Muy gentil talle
para venirme a buscar!
Dejarme con Don Rodrigo
agora y hacer testigo
al que os viere registrar
mis puertas, de liviandades
que culpen vuestra nobleza.
La castellana llaneza
permite allá ociosidades,
que por acá lleva mal
la gente menos sencilla.
Mientras no estéis en Castilla,
vivid como en Portugal.

(Amor médico, pág. 111.)                


El portugués de Tirso

Que Portugal era un mundo entrevisto por Tirso de Molina con una luz de íntima ternura nos lo demuestran no sólo las frecuentes asomadas de la Historia y de personajes portugueses en   —140→   sus comedias, sino también el uso de la propia lengua portuguesa. Tirso versifica en portugués. Es verdad que este portugués no es, ni con mucho, un modelo de purismo, pero no debemos perder de vista las condiciones del público que oiría y aplaudiría las comedias. Para Tirso -y Harzentbusch lo hacía resaltar- el uso del portugués intercalado en los parlamentos castellanos era uno de tantos recursos escénicos como se podían emplear para acarrear el vítor. Pero hemos de reconocer que están siempre colocados en los momentos de mayor viveza dramática, y que llenan una misión intransferible, henchida de sugerencias. La primera consecuencia tangible para nosotros es la de que esos diálogos eran clarísimamente entendidos por el espectador. -Hoy no sucedería así.- Y es porque el espectador medio del siglo XVII aún tiene una conciencia que pudiéramos llamar peninsular, de unidad total, de cuerpo geográfico. Unidad peninsular que no tiene absolutamente punto alguno de contacto con la forzada ortopedia política de los Felipes. Portugal y lo portugués son, para el hombre medianamente ilustrado de la época, componentes de lo español. Ya Herrero García, en su trabajo tantas veces recordado aquí, llama la atención sobre numerosos testimonios de este contenido. Incluso en lo geográfico, Lisboa es

  —141→  
la mayor ciudad de España.

(Burlador, pág. 197.)                


La sierra de Espantarruines que aparece en Las quinas, es también de lo mayor de España.90 Los portugueses eran españoles, como los vascos, como los andaluces. El curioso puede ver ejemplos en el libro citado, ejemplos procedentes de muy diversos autores.

El portugués de Tirso, nos parece representar, en sus comedias, un papel muy aproximado al que, en algunas representaciones teatrales de hoy, desempeña el catalán. Presenta un tipo humano estereotipado, familiar, cuyas cualidades excelentes o deleznables se evocan automáticamente al conjuro de su habla. Es inexcusable oírle hablar de esa manera. Unas veces, la lengua se usa como un recurso cómico, sacrificada al juego de palabras, tan frecuente, del que tanto se usó en la comedia del XVII. Así, por ejemplo, en El Burlador:

MOTA.-
   Es lástima vella
lampiña de frente y ceja.
Llamábale el portugués vieja
y ella imagina que bella.
D. JUAN.-
Sí, que velha en portugués
—142→
suena vieja en castellano.

(pág. 121.)                


Pero es mucho más frecuente el uso poético de la lengua. El amor médico es la mejor prueba de la altura dramática de su empleo. No es sólo, como Harzentbusch quería, un disparadero cómico, no. En el enmarañado -y tan claro y sugeridor, sin embargo- acto III, a cada aparición y desaparición del portugués como medio expresivo corresponde una transmutación de la personalidad en el hablante. A tal punto llega la identificación de la mudanza y su valor, que no sería entendida la comedia de no comprender este portugués que brota a borbotones, irrestañable. Es, incluso, la piedra de toque para el reconocimiento, para la identificación del voluntariamente borroso personaje:

ESTEF.-
Dúdolo, dotor o Marta,
dadme más claros indicios.
JERON.-
¿No os dije yo que o doutor
tinha aqui perto seus mimos?
Terceira dos seus amores
vos roguei serdes, porque isto
naon é ser alcobeteira.

(pág. 132.)                


Fiel a la concepción de «enamoradizo» del hombre portugués, la lengua portuguesa quiebra   —143→   el castellano conversacional para dar paso a la frase apasionada:

No, mi señora, su traje
sólo en mí sostituído,
mi poca barba y edad,
el fuego en que me derrito,
la dispensación severa,
los celos siempre atrevidos,
en mujer me transformaron.
Naon vos acanheis, sol minho,
meus olhos, meu coração,
minha gloria, meu feitiço,
mana minha, cravo d’ouro:
eu sou vosso rapazinho.
Satis sit, crucior pro te
usque ad animi deliquium.
A requiebros castellanos,
portugueses y latinos,
¿qué desdén será bastante
a enojarse y resistirlos?
Venga esa mano, y quedemos
en paz, casados y unidos,
como os pombos rulhadores
acostuman en seus ninhos.

(pág. 135-6.)                


Igualmente, el portugués es el vehículo poético de la carta en que la asediada doncella tolera nuevos asaltos:

Tudo quanto vos fallou
meu irmaon vos hei ouvido
pelo furaco escondido
—144→
da chave; se vos bradou,
nao temais, que vossa sou:
homem é o doutor mofinho;
zombai do seu escarninho;
pois sois fidalgo galante,
e vinde-cá d’hoje avante
se vos prace serdes minho.

(pág. 119-120.)                


Es en El amor médico donde hay más abundante empleo del portugués. Para terminar este apartado recordaré el brevísimo, pero exacto, delgadísimo fervor que recuerda una voz portuguesa que resuena en Por el sótano y el torno:

Dª JUSEPA.-
Escucha aqueste papel.
POLONIA.-
Pues ¿viene en verso?
JUSEPA.-
   Es poeta.
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Oye agora este soneto.
POLONIA.-
¿En su idioma?
JUSEPA.-
      En portugués.
Ya tú sabes lo que gusto
desta lengua.
POLONIA.-
      Ya yo sé
cuán amigo della fué
tu padre, y que de su gusto
y libros fuiste heredera;
en cuya lectura gastas
tantos ratos, que a ser bastas
portuguesa verdadera.

(Rivad. V, 238 b.)                


  —145→  

Y el soneto es de Camões. No engaña Tirso, no se apropia nada de nadie. Lo dice honradamente, paladinamente:

para una décima breve
me dió el tiempo comisión;
que un soneto que la envío,
el Camõens me le prestó.

(Ibídem, 238 a.)                


Se reconoce en esta breve cita la devoción que Tirso sentía por el gran poeta portugués. No de distinta manera nos ha expuesto la que sintió por Lope de Vega y por Cervantes. El soneto parece estar citado de memoria:



Quem ve, senhora, claro e manifesto
o lindo ser de vossos olhos bellos,
se naon cegara a vista só en-velos,
naon pagara o que deve a vosso gesto.

Este me pareceu o preço honesto;
mas eu por devetaja merece-los.
dei mais a vida e alma por quere-los,
donde já me naon fica mais de resto.

Asi que a alma, a vida e a esperança,
e tudo quanto tem, ja tudo é vosso;
mas o proveito disso, eu só o levo.

Porque é tamanha a bemaventurança
de dar-vos quanto tenho e quanto posso,
que quanto mais vos pago, mais vos debo.91


  —146→  

En el momento más difícil de la comedia, la situación se resuelve con una inesperada conversación en portugués. La bella enamorada, fugitiva de la rigurosa disciplina de una hermana mayor, es sorprendida por esta última en casa del propio amante. Se ha vestido a la portuguesa, con trajes de una hermana del arriesgado novio. Y ¿cómo salir del atolladero? Hacerse, fingirse portuguesa. ¡Cómo se adivina la sonrisa comprensiva y contenta del auditorio!:

  —147→  
. . . . . . . . . . . . . . .
D. BERNARDA.-
¿Cómo a esta casa viniste?
Habla, liviana, traidora,
afrenta de tu linaje,
¿quién te ha puesto en este traje?
D. JUSEPA.-
¿Qué é isto?, ¿vindes, senhora,
douda? Naon vindes em vos.
Don Duarte, ¿qué mulher
é ista? Deve de ser
vossa obrigaçaon.
D. FERNANDO.-
        (apart.) Por Dios,
que parece portuguesa.
D. DUARTE.-
 (apart.) ¡Hay más gracia! ¡Hay mayor sal!
D. JUSEPA.-
¿Eu venho de Portugal
para ouvir parvuiças?
D. BERNARDA.-
      Cesa,
embaidora. Pues, ¿tú a mí
embelecos y lenguajes
que no entiendo? ¿Tú esos trajes?
¿Quién te enseñó a hablar ansí?
Nacida en Guadalajara,
y ya en Madrid portuguesa.
Lo que tu lengua confiesa
desmintiendo está tu cara.
En vano negar presumes
lo que el alma y ojos ven.
D. JUSEPA.-
Os borrofos de amor tem.
¿Contra quem saon os quejumes?
Don Duarte, botalda fora,
e si naom, irme-é de aquí.

(Rivadeneyra, pág. 245 c.)                


Y la burla se resuelve en una deliciosa escena de interiores, donde la derrota de la celosa guardiana   —148→   se oculta tras el eco de un viejo romancillo. Tirso ha logrado, con el bilingüismo de la escena, una de las más delgadas y sugestivas creaciones de su teatro.

Final

Hemos realizado un rápido giro -¡ay, esta vida nuestra, de alocada premura!- por el teatro de Tirso de Molina que evoca a Portugal. No hemos pretendido dar un tono exhaustivo, definitivo, a nuestro trabajo.92 El teatro de Tirso de Molina presenta, cada vez más y más, nuevos paisajes cordiales, más anchos horizontes entrevistos. Nos conformaríamos con que las líneas anteriores ayudaran a su mejor y más leal interpretación. Baste señalar que Portugal y lo portugués fueron para Tirso lo suficientemente atrayentes para elevarlos a criatura de arte, desde su ladera castellana. Y que lo hizo con el mismo gesto amplio que inunda toda su producción.