Américo Castro, en el estudio que encabeza su valiosa
edición de
El burlador de Sevilla y
El vergonzoso en palacio (Clás. Cast.,
II, Madrid, 2ª edic., 1932) hace notar cómo, a lo largo del teatro
tirsiano, Portugal aparece reiteradamente. Varias son las comedias cuya
acción acaece en tierra portuguesa. Unas, ceñidas estrechamente a
su territorio y a su Historia, como
Las quinas de Portugal y
Siempre ayuda la verdad; otras reflejan
costumbres y aspectos de la vida cortesana:
El vergonzoso en palacio,
El amor médico y
Averígüelo Vargas. Otras,
finalmente, muestran facetas de la relación entre castellanos y
portugueses en una variada distribución de vertientes y reflejos:
La gallega Mari-Hernández,
Doña Beatriz de Silva,
Antona García.59
—88→
Es indudable que, espigando aquí y allá, a
través de estas comedias, lograremos darnos una idea, si no cabal,
sí, por lo menos, aproximada, de la concepción que Tirso abrigaba
del país portugués. En líneas generales, podemos afirmar
que, aparte de la interpretación común a los escritores de la
época sobre las virtudes y desgracias del hombre portugués, Tirso
entrevé, cariñosamente, aspectos entrañables de la
Historia y la vida de Portugal, con el mismo amor e idénticas
preocupaciones que las que le acosan en su teatro de tema íntegramente
castellano. Intentarernos demorarnos en los principales remansos portugueses de
su teatro.60
La Historia
¿Qué temas de Historia portuguesa aparecen en el
teatro de Tirso de Molina? En general, podemos
—89→
afirmar que Tirso
recoge los dos o tres grandes temas de la Historia medieval portuguesa. Por lo
menos, aquéllos más cuajados de emoción: el origen de la
nacionalidad, la ínclita generación de Don Juan I y el
romántico episodio de Inés de Castro.
Los orígenes de la independencia de Portugal se dramatizan
en
Las quinas de Portugal, la última de las
comedias de Tirso. Allí se expone la obra política de Alfonso
Enríquez y el recuerdo heroico de la batalla de Ourique. Al final del
manuscrito que conserva la comedia en la Biblioteca Nacional de Madrid,61 Tirso confiesa paladinamente cuáles
han sido sus fuentes de información. Dice literalmente:
Todo lo historial de esta comedia se ha sacado con puntualidad
verdadera de muchos autores, ansí portugueses como castellanos,
especialmente del
Epítome de Manuel de Faria y Sousa,
parte 3ª, cap. I, en la vida del primer Conde de Portugal, pág.
339, don Enrique, y cap. II, en la del primer Rey de Portugal D. Alfonso
Enríquez, pág. 349
et per totum; ítem del librillo
en latín intitulado
De vera regum Portugaliae Genealogia; su autor,
Duarte Núñez, jurisconsulto, cap. I,
De Enrico Portugaliae comite, fol. 2 et cap.
II;
de Alfonso primo Portugaliae rege, fol. 3. Pero
esto y todo lo que además de ello contiene esta representación se
pone, con su autor,
—90→
a los pies de la Santa Madre Iglesia y al
juicio y censura de lo que con caridad y suficiencia le emendaren.
En Madrid, a 8 de Marzo de 1638.
El Maestro Fray Gabriel Téllez.
Es curiosa la exactitud de la cita.
El Epítome de Faria y Sousa responde con
ceñida precisión a la llamada de Tirso. El clima milagrero que
rodea el nacimiento de Alfonso Enríquez es recogido a vuelapluma, con la
suficiente claridad para ser recordado por el auditorio. Tirso gusta de
insinuar en el oído al espectador aquellas cosas que le son familiares.
Así ocurriría con estas piernas inútiles del recién
nacido rey, y su milagrosa curación:
Los versos que quedan citados se dan como final de una larga tirada
de endecasílabos en los cuales Giraldo, arzobispo que bautizó a
Alfonso Enríquez, narra la historia del conde D. Enrique, padre del
primer rey. En esta narración se sigue con puntualidad el texto del
Epítome.
Estava contra este pronóstico una objeción evidente.
Avia nacido don Alonso pegadas las piernas desde las rodillas a los tovillos.
Era su ayo Egas Muniz excelente portugués, que afligido con tal defeto
en una criatura que en lo restante de su proporción y forma era
bellísima, solicitó, devoto con Dios, el exercicio de los pies
que la naturaleza le negava. Aparecióle la Virgen Maria, Señora
Nuestra, y díxole: Que en lugar de Carquere junto a la ciudad de Lamego,
estava casi cubierto de tierra un edificio, que avia sido levantado a su
memoria, i, en él, imagen suya, limpiasse el templo, pusiese en el altar
el niño delante della, quedaria sano, i seria instrumento memorable del
estrago de los barbaros. Egas aora con tanta Fe como antes devoción,
executó el mandamiento por espacio de cinco años, i el cielo
desempeñó la palabra de su Reina: pudo luego andar el Principe.
(Epítome, págs.
349-350.)
De igual fuente ha sacado Tirso la información para
describir la conquista de Santarén y la batalla de Ourique:
Alfonso Enríquez, conde lusitano,
infante de Castilla,
—92→
nieto de Alfonso sexto soberano,
hijo de Enrique, a quien postrada humilla
la cerviz arrogante
del otomano el célebre turbante,
el Tejo armado pasa
y con un escuadrón, si en suma breve,
inmenso en el valor, incendio abrasa
tus tierras, rayos ellos, ellas nieve;
y porque tu diadema le corone,
a Santarén se acerca y sitio pone.
(Quinas, 574 a.)
La correlación entre la comedia de Tirso y el texto de Faria
y Sousa es muy ajustada en los detalles aislados. Ambas coinciden en el
número de guerreros que reúne Alfonso Enríquez, por
ejemplo, y en los nombres propios. Ismael, el rey moro, aparece así en
ambos textos. Los guerreros cristianos -«que eran sólo treze
mil»- salen en idéntica proporción en las
Quinas:
... trece mil
somos no más contra el vil
ismaelita
(Quinas, 582 b.)
Trece mil soldados tengo,
cada cual un Cipión,
un portugués Viriato,
un Hércules vengador.
(Quinas, 578 a.)
Asimismo se encuentra en ambos sitios la arenga
—93→
del
Rey animando a los portugueses, decaídos ante la superioridad
numérica del enemigo. Esta mutua dependencia se observa con gran
claridad en el largo capítulo de la piedad del Rey vencedor. En la
conquista de Santarén, Alfonso Enríquez, según dice el
Epítome,
«Hizo voto de edificar en Alcobaça un suntuoso
Monasterio a la sagrada orden del Cister, i que le dotaría todo lo que
mirava desde la eminencia de un monte donde se hallaba votando: que assí
fueron siempre términos de su zelo los templos sagrados i de su
liberalidad los orizontes remotos. Al punto que hizo el voto, San Bernardo que
estava en su Claraval (revelándoselo Dios), llamó a dos de sus
Monges i les dixo que se pusiessen en camino para dar principio a la nueva
casa. Claras muestras de que hazían consonancia en los oídos
celestiales las armas i las ofertas de Alonso. -Desde entonces le trató
Bernardo por sus cartas, i fué su socorro con su vida i
oraciones».
(Epítome, pág. 355).
Pues bien, todo esto lo recuerda la comedia de Tirso con rapidez,
pero exactamente:
Prescindiendo de la niebla poética, milagrera, que rodea
Las quinas -Cristo da al Rey las armas de
Portugal en el tercer acto- la fuente de Faria sigue siendo el venero hasta el
fin. En la fundación de la Orden de Avís, la comedia expone:
Premiemos ahora, amigos,
hazañas que el lauro os dan.
Yo he prometido a la cruz
una orden militar:
las aves que el vuelo alzaron
cuando nos dieron señal
de esta vitoria celeste
también a esta Orden darán
nombre que no eclipse el tiempo:
que, aunque de Alcántara es ya,
las aves del vaticinio
de Avís la han de intitular.
Sé vos su primer maestre,
su caudillo e capitán,
valiente Gonzalo Viegas.
(Quinas, 589 b.)
El
Epítome (pág. 364) dice
escuetamente, entre los títulos y honores repartidos por Alfonso
Enriquez: «A don Gonzalo Viegas, hijo de su ayo, eligió para
Maestre de Avís, i todos
—96→
fueron primeros en estos
cargos». Entre estos primeros cargos está Gonçalo
Méndez de Amaya, al que «hizo su Adelantado mayor». (Epítome, pág. 364):
Gonçalo Méndez de Amaya
adelantado será
mayor, pues lo es en sus hechos,
del reino de Portugal.
(Quinas, 590 a.)
Alfonso Enríquez aparece en la comedia como enamorado de una
Elvira Gualtar, madre de Teresa y Urraca. El recuerdo del matrimonio de estas
bastardas, como asimismo la madre, está identificado en la cita del
Epítome:
Es curiosa la exactitud de Tirso al señalar honradamente su
fuente de información, que, como vemos, sigue muy de cerca. El librito
de Nunes de Leão65 por su brevedad de datos era,
sin duda, menos atrayente. De una apresurada lectura de este libro puede haber
salido el hacer Matilde a la princesa Mafalda, esposa del Rey, ya que hay
alguna de este nombre: la de Alfonso III, por ejemplo. Aunque lo más
probable es que se trate de una mala lectura del manuscrito de Madrid.
Siempre ayuda la verdad desarrolla un tema de
amor y de caballerosidad portugueses, en el que hace de juez Pedro I, el amante
esposo de doña Inés de Castro. Es interesante ver cómo
Tirso, que intuye genialmente tipos universales, de gigantesca
—98→
valoración poética, tiene en sus manos el tema de
Reinar después de morir y lo desecha,
sin duda alguna por ser demasiado conocido ya. El prodigioso acorde de
dramatismo y sentimiento de la comedia de Luis Vélez de Guevara se
limita, en la de Tirso de Molina, a unos cuantos versos que no hacen otra cosa
que evocar lo conocido, como una mano tendida en salutación. El
diálogo, lento y engolado, narra escuetamente la desasosegada historia
de Inés:
Como en
Las quinas, se expresan alusiones a la
expansión marinera de Portugal:
Al indio más apartado
vuestras quinas lleve el cielo
(Siempre... 231 a.)
La fama tus glorias cante
invicto honor de esta edad,
y plega a Dios que tus quinas,
—100→
pues ya por los mares corres,
honren almenas y torres
de las más remotas Chinas.
(232 a.)
Dos veces se ocupó Tirso del primer duque de Coimbra, Pedro
de Portugal. Pocos temas de la historia peninsular tan atrayentes, tan cuajados
de poesía como el destino de los hijos de Juan I el de Aljubarrota. Una
ventolina larga, de tragedia, cruza, como un escalofrío de asombro, la
vida de los infantes. Es la suave brevedad de don Duarte, y la figura viajera y
soñadora del Duque Regente, coronada por la amargura de Alfarrobeira. Y
es la nostalgia marinera de don Enrique, asomado a los horizontes más
anchos de la Historia de su país. Y es la heroica santidad del
mártir de Ceuta.67 Pero pocos temas tan a propósito para los
contrastes del Barroco como la asendereada vida del Duque Regente: de los altos
sitiales del Gobierno, del poder material, a la ruina total, al
descrédito, a la muerte en horrorosa guerra civil. Don Pedro de Coimbra
resulta así un vivo símbolo de la caducidad de las glorias
terrenas, a que tan aficionado fue el arte barroco. Y a la vez tiene un nimbo
de romántica
—101→
pesadumbre, de inconcreta
insatisfacción. Éste es el valor preciso que tiene en el teatro
de Tirso. El infortunio del Duque de Coimbra aparece como un fondo
histórico sobre el que se mueve la trama escénica en dos sitios:
El vergonzoso en palacio y
Averígüelo Vargas. En ambas
comedias Tirso adultera la verdad histórica, pero en ambas se hace
patente, al final, la inocencia del Duque. Existe una gran diferencia de
interpretación entre las dos comedias. En
El vergonzoso se hace ver la desgracia del
Duque, expuesta en tonos de franca simpatía. En
Averígüelo Vargas se exhibe
repetidas veces, y en tonos calurosos, la inquebrantable fidelidad de Don Pedro
al rey niño Alfonso V. En
El vergonzoso, Don Pedro aparece viviendo
disfrazado de pastor en una sierra, a la espera de que corran vientos mejores
para su suerte. Cuenta que tuvo que huir, acompañado de su esposa, la
cual muere de parto en la montaña, dejándole un niño,
Dionis, el personaje central de la comedia. El exacto conocimiento de la verdad
histórica se refleja en los datos aislados que siembran las narraciones
de la fuga. Se registra el matrimonio de Alfonso V con Isabel, hija del
Regente. Se hace notar el parentesco de la reina viuda, Leonor, con el Rey de
Castilla. Durante veinte años -de nuevo la poesía- el Duque vive
escondido,
—102→
entregado a menesteres rústicos, temeroso de la
amenaza real. Sus propiedades fueron confiscadas y la sal esparcida en su
heredad. Finalmente, son descubiertos los traidores que causan su desgracia y
el Duque es repuesto en sus antiguos honores:
El Rey nuestro señor Alfonso el
Quinto
manda: que en todos sus estados reales,
con solenes y públicos pregones,
se publique el castigo que en Lisboa
se hizo del traidor Vasco Fernández,
por las traiciones que a su tío el Duque
Don Pedro de Coimbra ha levantado,
a quien da por leal vasallo y noble,
y en todos sus estados restituye;
mandando que en cualquier parte que asista,
si es vivo, le respeten como a él mismo;
y si es muerto, su imagen hecha al vivo
pongan sobre un caballo, y una palma
en la mano, le lleven a su corte,
saliendo a recebirle los lugares:
y declara a los hijos que tuviere
por herederos de su patrimonio,
dando a Vasco Fernández y a sus hijos
por traidores, sembrándoles sus casas
de sal, como es costumbre en estos reinos
desde el antiguo tiempo de los godos.
(Vergonzoso, pág. 150.)
Tirso sabía muy bien cuál era la verdad de lo
sucedido con el Duque de Coimbra.
El vergonzoso en palacio está
intercalado en
Los cigarrales
—103→
de Toledo. Al final de la comedia Tirso expone
algunos de los juicios que la representación mereció por parte de
los asistentes. Entre esas opiniones, como era de esperar, se encuentra el
reproche a la falta de rigor histórico. A todo ello Tirso contesta de
esta manera:
«Pedante hubo historial que afirmó merecer castigo el
poeta que, contra la verdad de los anales portugueses, había hecho
pastor al Duque de Coimbra don Pedro (siendo así que murió en una
batalla que el rey don Alonso su sobrino le dió, sin que le quedase hijo
sucesor), en ofensa de la casa de Avero y su gran duque...». «Como
si la licencia de Apolo se estrechase a la recolección histórica,
y no pudiese fabricar, sobre cimientos de personas verdaderas, arquitecturas
del ingenio fingidas...».
(Ibídem, pág. 159.)
En
Averígüelo Vargas, el Duque aparece
resistiéndose a las insidias de los cortesanos, que le aconsejan se
corone y usurpe los derechos al rey niño. Tras de alguna pasajera
vacilación Don Pedro sacrifica sus ambiciones y se muestra como ejemplo
de fidelidad hacia su sobrino:
La situación se resuelve con una larga serie de frases
afectuosas entre tío y sobrino.
También aquí recuerda el matrimonio del Rey con
Isabel, la hija del Regente. En diversas ocasiones se citan otros personajes.
Así, la reina viuda, Leonor, que se marcha voluntariamente a Castilla,
las Cortes de Santarén, etc.68 El fondo novelesco de la comedia lo constituyen dos hijos
bastardos de Don Duarte, Sancha y Ramiro, que han alcanzado su más
lograda juventud ignorantes
—105→
de su personalidad, y a los que el
Infante Don Pedro ayuda y casa dignamente, incorporándolos al seno de la
familia real.69
Doña Beatriz de Silva dramatiza la
vida de la bella dama portuguesa de este nombre, que acompañó a
la infanta doña Isabel de Castilla cuando esta princesa vino a contraer
matrimonio con Juan II. Doña Isabel era nieta de Juan I de Portugal.
Tirso lo recuerda fielmente:
La infanta doña Isabel
es, pues en eso advertís,
nieta ilustre del de Avís,
rey de Portugal, de aquel
que en Aljubarrota un día
a Castilla destrozó
y con su esfuerzo borró
manchas de su bastardía.
(Beatriz, d S. 496 a.)
Beatriz de Silva provocó una violenta pasión amorosa
en el corazón del monarca castellano, y, a la vez, una correlativa
excitación de celos en el alma de doña Isabel. Encolerizada la
Reina con su dama, pretende darle muerte, encerrándola en un armario.
Beatriz de Silva se libera del suplicio gracias a la intervención de la
Virgen primero,
—106→
y de San Antonio de Padua después.
Encaminados sus pasos por la senda de la devoción, Beatriz funda la
Concepción francisca de Toledo. La comedia, que comienza con una movida
acción de dobles bodas -se narra también el matrimonio de Leonor,
hija del rey Don Duarte, con Federico III de Alemania-, acaba en un ambiente de
encendida milagrería, lo que desvirtúa sus calidades.
La historia de doña Beatriz de Silva y de la
fundación de la Concepción francisca de Toledo era sobradamente
conocida en el siglo XVII. La
Historia de Toledo, de Pedro de Alcocer,
Toledo, 1554, lo explicaba detalladamente (Libro II, cap. 16, folio CVII). Dada
la altísima estimación que todo español de los siglos XVI
y XVII siente por Toledo,70 no es nada de extrañar que Tirso -que por lo
demás elogia apasionadamente a Toledo y la conoce- hubiera manejado ese
libro. Además, en 1612 se publicó en Madrid la
Crónica y historia de la fundación y
progreso de la Provincia de Castilla de la orden del bienaventurado Padre San
Francisco, escrita por Pedro de Salazar, libro que sería frecuente
en las bibliotecas conventuales, y en el que se reproduce
—107→
fielmente el recitado de Alcocer en lo que a Beatriz de Silva se refiere.71
La ráfaga imperial del Portugal manuelino la recuerda Tirso
en una de sus más finas comedias:
El amor médico. Coimbra, con sus riberas
tranquilas, orilladas de álamos, y su ajetreo universitario. Don Manuel
el Venturoso sale a escena en una ceremonia de oposición a
cátedras. Tirso evoca, con la rapidez que caracteriza sus tramas, uno de
esos momentos de la Historia peninsular que estuvieron más cuajados de
promesas: la boda de Manuel o Venturoso con Isabel, primogénita de los
Reyes Católicos. El pensamiento político de la unificación
peninsular, tantas veces quebrantado por la muerte, surge en estas
líneas de una escueta veracidad:
ya que os embarquéis, gozad
entre gente castellana
—108→
preñeces de plata pura;
pues sabéis que Portugal
siempre se ha llevado mal
con Castilla.
DON GASPAR.-
Ya asegura
don Manuel, que reina en él,
paces que eternizar pueda,
pues nuestros reinos hereda.
DON GONZALO.-
Princesa es doña Isabel,
su esposa, desta corona,
muerto el príncipe Don Juan,
y ya jurados están.
. . . . . . . . . . . . . . .
DON RODRIGO.-
La corte sigo
del Rey Manuel, fiado
en que como Castilla le ha jurado
por príncipe heredero...
(Amor médico, págs. 32 y
53.)
Don Manuel fue, efectivamente, jurado, heredero del trono de
Castilla en las Cortes de Toledo de 1498. Otras Cortes, celebradas en Zaragoza
en el mismo año, le juraron como heredero de la Corona de Aragón.
El primogénito de este matrimonio, Don Miguel de la Paz, el
príncipe anhelado que, de vivir, habría podido tener bajo su mano
toda la Península, murió en 1500, sin vencer siquiera la primera
infancia. A esta leve nostalgia de época y de destino frustrado se
limita la evocación histórica de
El amor médico. En varias ocasiones,
citas del Rey Católico y de
—109→
las grandes empresas viajeras
de Portugal coadyuvan a centrar cronológicamente la evocación del
Venturoso.
De todo lo que vamos exponiendo se deduce que la Historia
portuguesa no tiene, en el teatro de Tirso de Molina más que un valor de
fondo, de última lejanía sobre la que actualizar la trama de las
comedias. Únicamente escapa a este denominador general
Las quinas de Portugal, donde la batalla de
Ourique y la independencia del reino son el motivo central y la
justificación plena de la comedia. El fondo histórico es
más leve, más lejano, más borroso si se quiere, en
La gallega Mari-Hernández y en
El burlador.
La gallega Mari-Hernández comienza con
una larga narración de Don Álvaro de Atayde, que cuenta la muerte
de Don Fernando de Alencastre, duque de Braganza, ordenada por Don Juan II,
o príncipe perfeito. La
represión de la nobleza, llevada a cabo por el gran Rey, se respira con
claridad en la introducción de la comedia. Recuerdos diseminados de las
batallas de Aljubarrota y de Toro cooperan al fondo histórico de la
acción, fondo envuelto en una suave lejanía.
Aun más valor secundario, de incidente de tramoya, tiene el
fondo histórico de
El Burlador. Juan I de Portugal es evocado en
la comedia. Ya Américo Castro, en su excelente edición, hace
—110→
notar los anacronismos del trozo y la escasa importancia que el
teatro en general concedía al rigor histórico. Tirso enreda en la
conversación los hechos pertinentes a Manuel I con los de Juan I y
recuerda a Goa:
DON GONZALO.-
Hallé en Lisboa
al rey don Juan, tu primo, previniendo
treinta naves de armada.
REY.-
¿Y para dónde?
DON GONZALO.-
Para Goa me dijo: mas yo entiendo
para otra empresa más fácil apercibe.
A Ceuta o Tánger pienso que pretende
cercar este verano.
(Burlador, pág. 196.)
Quizá la cita de la ciudad asiática tuviera
más cordial eco en el patio, que asociarla inmediatamente a su
circunstancia histórica la presencia de los portugueses en Oriente,
mientras que la conquista de Ceuta quedaría ya más alejada en el
círculo de curiosidades e intereses del espectador medio.
La repartición
geográfica
Junto al fondo de prestigio histórico hay una realidad
geográfica. La tierra portuguesa sale en las comedias de Tirso de
Molina, aquí y allá, despaciadamente, al conjuro de sus nombres
más representativos. De todas las asomadas de paisaje
—111→
portugués, la más encariñada y minuciosa es la de Lisboa
en
El Burlador. La ciudad se describe con
paladeada morosidad, deteniéndose el recuerdo en cada uno de sus
monumentos y lugares más destacados. Durante mucho tiempo se ha venido
pensando en que la descripción de Lisboa era obra de un
portugués, y se le privaba a Tirso de su paternidad. Después de
las atinadas observaciones de Américo Castro, es pueril intentar
mantener ese punto de vista.72 Por
añadidura, en otras comedias portuguesas de Tirso -Doña Beatriz de Silva- se respira el mismo caluroso,
acariciado recuerdo de la ciudad, expuesto y condensado en muy parecidos
términos:
REY.-
¿Es buena tierra
Lisboa?
DON GONZALO.-
La mayor ciudad de España;
y si mandas que diga lo que he visto
de lo exterior y célebre, en un punto
en tu presencia te pondré un retrato.
(Burlador, pág. 197.)
PEREIRA.-
Gran señora, no lloréis,
LEONOR.-
Lisboa es merecedora
de esta amorosa señal,
pues no la ama quien no llora,
—112→
ni tiene ciudad igual
el orbe en cuanto el sol dora.
(Beatriz de Silva, pág. 493
a.)
La leyenda de la fundación de Lisboa por Ulises se registra
igualmente en las dos comedias:
El Tajo se menciona en ambas comedias como el mejor mensaje de la
tierra española. Su curso hacia el desenlace lisboeta está
presente en el verso de Tirso, así como el encendido asombro marinero
del estuario:
El afanoso trajinar de la Lisboa que Tirso entrevé en sus
comedias se percibe con viveza en la rapidez de las descripciones:
Y lo que desta ciudad
te cuento por excelencia
es, que, estando sus vecinos
comiendo, desde las mesas
ven los copos del pescado
que junto a sus puertas pescan,
que, bullendo entre las redes,
vienen a entrarse por ellas,
y, sobre todo, el llegar
cada tarde a su ribera
más de mil barcos cargados
de mercancías diversas,
y de sustento ordinario:
pan, aceite, vino y leña,
frutas de infinita suerte,
nieve de Sierra de Estrella,
que por las calles a gritos,
puesta sobre las cabezas,
las venden. Mas ¿qué me canso?
porque es contar las estrellas
querer contar una parte
de la ciudad opulenta.
Ciento y treinta mil vecinos
tiene, gran señor, por cuenta.
(Burlador, pág. 203.)
ROBERTO.-
Todo el mundo está cifrado
en esta insigne ciudad;
de toda su variedad
—115→
la quinta esencia ha sacado
la bella naturaleza.
VASCO.-
Bien la podéis alabar
si por tanto variar
se conoce su grandeza.
ROBERTO.-
Como grandes edificios,
adornan a las ciudades
riquezas y cantidades
de mercaderes y oficios.
ROBERTO.-
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Esa grandeza confirma
la riqueza de su mar,
sus damas, calles y galas.
(Siempre ayuda la verdad, pág. 212
a.)
El centro de la vida ciudadana está enumerado con rigor y
precisión. El Terreiro do Paço, junto al mar, con su nostalgia
levantada de navíos; la Rua Nova, la Plaza del Rocío, el chafariz
del Rey, etc.:
En este último trozo de
Beatriz de Silva encontramos citado el fuerte
de San Gian, «San Julián», y el monasterio manuelino de los
Jerónimos, en Belén. También se recuerdan en
El Burlador:
Completan la visión de Lisboa las menciones de lugares
cercanos: Aldea Gallega,77 el monasterio
—118→
de Odivellas,
sepultura del rey poeta Don Dionís,78 el convento de Jabregas, y se evoca la Misericordia, la
piadosa fundación de la reina Doña Leonor, esposa de Juan
II.79
De las ciudades portuguesas recordadas por Tirso, es Coimbra la que
sigue en intensidad a Lisboa. La fama de la vieja ciudad universitaria se asoma
a la gracia de su paisaje, donde el Mondego traza su sesgo romántico. Ya
en
Siempre ayuda la verdad, el extranjero pregunta
si no hay Universidad en Lisboa:
ROBERTO.-
... Como grandes edificios,
adornan a las ciudades
riquezas y cantidades
de mercaderes y oficios.
¿No hay aquí Universidad?
VASCO.-
En Coimbra está fundada
—119→
donde se aumenta, adornada
de una y otra facultad,
hasta música y poesía.
(pág. 212.)
Y toda la actividad universitaria se recoge en
El amor médico, en torno a aquella
Doña Jerónima, que, disfrazada de doctor, logra una
cátedra y el cuidado de los pulsos reales. Tirso desenvuelve una movida
escena de togas y mucetas, de personajes y de músicas, en torno a un
acto académico. Pero la presencia literaria del río famoso se
insinúa como un sosiego de quieta poesía, como un refugio a las
asechanzas amorosas que asaetean a los personajes de la hermosa comedia. Nada
como esta invitación al silencio, a la dulzura soleada de la orilla:
Coimbra tiene frescuras,
su río alegres riberas...
La comedia supone una peste en Lisboa, peste que ha motivado un
éxodo total. Y en este tiempo de alarma y de incertidumbre Coimbra
ofrece su mejor presencia:
Pica la peste tanto
en Lisboa que a todos pone espanto,
y en riesgo tan terrible,
es ciudad saludable y apacible
Coimbra, celebrada
por la fama presente y la pasada;
—120→
benévolo su clima,
fértil su territorio, en cuya estima
cristales del Mondego
compiten con el Tajo...
. . . . . . . . . . . . . . .
Ilustre le hizo al mundo
la asistencia del rey don Juan segundo,
que lo más de su vida
en él tuvo su corte entretenida.
(pág. 54.)
El resto de las localizaciones geográficas no tiene
más valor que el dar el más elemental aire de exactitud exigido
por la comedia. Son puros testigos de la imprescindible verosimilitud, o de la
necesaria situación espacial de los personajes.
El vergonzoso en palacio ocurre en Avero, la
pequeña ciudad al N. de Lisboa.
Averígüelo Vargas se desenvuelve en
Monblanco, lugar que no he logrado identificar, y en Santarén.
La Gallega Mari-Hernández se desarrolla
en la tierra fronteriza, donde Chaves, Braganza y el río Tamega son
puntos de referencia.
El Burlador cita varios lugares como ciudades
en discusión a través de la ininterrumpida rivalidad
castellano-portuguesa: Serpa, Mora. Olivenza, Almendral, Mértola y
Herrera. Santarén, Tomar, Évora, Braga, Arrayolos, Ocrato, Viseo,
etc., salen en diversos sitios a lo largo de las comedias que nos ocupan. La
más esmaltada de nomenclátor es
—121→
Las quinas de Portugal. La abundancia
está justificada por la necesidad de explicar minuciosamente los
fundamentos históricos de la Independencia y de la Reconquista:
Guimaraes, Lamego, Cezimbra -además de muchas de las citadas- y, sobre
todo, el sentido inciso de Oporto:
En la ciudad de Oporto, donde el Duero,
para que nazca mar, expira río,
flor en botón, nací del cano enero
de un tronco generoso, padre mío.
(Quinas, pág. 570 b.)
proporcionan al teatro portugués de
Tirso de Molina una adecuada, exacta sensación de paisaje real.
Las cualidades del hombre
portugués: amor y celos
El rasgo más acusado, más henchido de trascendencia
que todo español del siglo XVII encuentra en los portugueses, es el de
un rápido, fulminante apasionamiento amoroso. Cualquier humano
está sujeto a este dulce, acongojado sobresalto. Pero si este humano ha
nacido en Portugal, entonces el amor se convierte en un trágico
desasosiego, avasallador, que necesita de una constante, ininterrumpida
exposición, llena de extremosidades, de prurito de superioridad. Ya
—122→
Quevedo (Sueños, Clás. Cast.,
XXXI, pág. 220) encuentra en el Infierno a la muerte de amores
«con muy poquito seso. Tenía, por estar acompañada, porque
no se le corrompiese por la antigüedad, a Píramo y Tisbe
embalsamados, y a Leandro y Hero y a Macías en cecina, y
algunos portugueses derretidos».
Cervantes narra la pasión gigantesca del portugués Manuel de
Sousa Coutiño, a quien, al pronunciar la última palabra con que
cuenta sus mal logrados amores, «dando un gran suspiro, se le
salió el alma, y dió consigo en el suelo» (Persiles, edic. Schevill-Bonilla, I, pág. 75).80 Una copiosa lista de ejemplos
ha recogido Miguel Herrero García en su libro
Ideas de los españoles en el siglo XVII.
La facilidad y violencia del amor entre los portugueses llevaron a la
creación de un adjetivo, «portugués» con valor de
«enamoradizo, apasionado». Los constantes malentendidos y la
suspicacia prolongada entre castellanos y lusos hicieron que el empleo de esta
denominación se generalizara. No se encuentra apenas comedia o texto del
período clásico español donde no brote un fogoso
enamoramiento portugués. Tirso posee, como era de esperar, numerosas
llamadas al sentimiento colectivo:
Este amor portugués logra extender su fama a todas partes.
Roberto, el extranjero de
Siempre ayuda la verdad, dice:
Si fuere el Rey, Blanca hermosa,
aunque Elena me ha contado
que es mi amor de vos pagado,
dejaré, que es justa cosa,
la pretensión amorosa;
que, fuera de ser quien es,
y tan bravo, fuera error
tener en cosas de amor
competidor portugués.
(pág. 215.)
Esta exagerada cualidad, este tomar la vida como un vendaval
enamorado se usa como término de comparación y de referencia para
aclarar un proceder galante o encariñado:
La manifestación externa de este derretimiento
acarreó el símil con el sebo:
En Portugal todo es sebo
hasta quedarse en pabilo.
(Amor médico, pág.
55.)
La imagen del hombre decaído, enflaquecido por el consumir
amoroso, evocó la vela con rapidez. Y así se encuentra en
muchísimos lugares.83 Según Herrero García, (ob. cit., página
—125→
165), fue Tirso quien
acuñó y puso en circulación la metáfora del
sebo portugués. Por lo menos, Tirso de
Molina la emplea con inusitada frecuencia. Herrero García señala
apariciones del sebo en
La celosa de sí misma, en
Cautela contra cautela,
Antona García y
La Gallega Mari-Hernández.84
—126→
Pero se podría ensanchar prodigiosamente la lista de los
testimonios. Es frecuente en
El vergonzoso en palacio:
JUANA.-
Pasito, que te derrites;
Como te adoro me atrevo;
no te apartes, no te quites,
de nieve te has vuelto sebo.
Nunca has sido, sino agora,
portuguesa.
(pág. 91.)
Del mismo modo en
El amor médico:
D. GASPAR.-
¡Ay, qué mano!
TELLO.-
De mortero.
Ensébanlas las hermosas
que en nuestra Castilla están;
—127→
considera tú qué harán,
siendo aquí todas sebosas.
(pág. 88.)
Sospecho que ha de posar
allí, de donde salieron
las sebosas embozadas.
(Ibídem, pág. 87.)
¡Qué dulce y tierno papel!
Derrítese el sebo luego.
(Ibídem, pág. 120.)
En la animada
Por el sótano y el torno, comedia llena
de gracejo, de dulce mohín apicarado, también sale un
portugués noble y enamoradizo. Cuando la dama cortejada comienza a
sentir rendida su fortaleza, la esclava define con ceñida
precisión el alboroto de su ánimo:
SANTARÉN.-
¿Y nuestra niña?
POLONIA.-
Sebosiña un poco está
(Rivadeneyra, V. 238 c.)
Los dos versos arriba citados se dan en una escena en la que no se
habla más que de la pareja central. Esta circunstancia nos aclara el
exacto rigor de «enamoramiento» que la palabra llegó a tener
en el léxico castellano de la época.
Pareja con esta condición inflamable del portugués
corre la honestidad y firmeza del sentimiento en las mujeres. Ser mujer
portuguesa equivale a ser «enamorada fiel y constante»:
—128→
Doña Beatriz es cortés,
y en fe de su urbanidad,
sin costas de voluntad,
con término portugués,
se muestra agradable a todos,
y sólo amorosa a mí.
(Beatriz de Silva, 502 a.)
ISABEL.-
Suspensa, sí; no sola, que el que adora
con sus deseos amistad profesa.
En Vuestra Alteza el alma hablaba agora
REY.-
Fineza, al fin, de amante portuguesa.
¿Y de qué se trataba? ¿Amor o celos?
(Ibídem, 503 b.)
Temes de mi sexo frágil
banderizados empleos;
soy portuguesa, y bien sabes
que no ha habido en mi nación
ninguna a quien los anales
que afrentas inmortalizan,
puedan notar de inconstante.
(La Gallega Mari-Her., 110 a.)
Este amor no impide una valoración exagerada del recato y de
la honestidad:
¿Segunda vez, don Gaspar,
en mi barrio y a estas puertas?
Si en Castilla están abiertas,
dando ocasiones lugar
que logren sus intereses,
acá las cierra el honor.
(Amor médico, pág.
111.)
—129→
Estamos en tierra ajena;
el recato portugués
con las mujeres, ya ves
que libertades enfrena.
El uso desto te avisa:
toda doncella de casa
no sale hasta que se casa
ni aun los domingos a misa.
(Amor médico, pág.
111.)
En justa correspondencia con la exaltación amorosa, el
portugués está siempre minado por los celos. Celos también
extremosos, alocados, crueles. En el patio habría también una
complicidad soterraña para explicarse el furor del portugués o
portuguesa heridos de celosa preocupación. «Como en materia de
amor, / son portugueses los celos», se dice en
Doña Beatriz de Silva (pág. 501
a). En
El amor médico se repite casi
exactamente:
porque del modo que amor
son portugueses los celos.
(pág. 111.)
En
Doña Beatriz de Silva, la reina de
Castilla, Doña Isabel, portuguesa de nacimiento, da rienda suelta a sus
afanes de venganza, empujada por las falsas sospechas:
Basta, que truje conmigo
mi mismo desasosiego,
—130→
del rey y su corte el fuego,
de la paz el enemigo.
Doña Beatriz me ha quitado
de mi esposo la mitad,
que es el alma y voluntad:
sólo el cuerpo me ha dejado.
Si no me lo restituye,
conocerá por su mal
que celos de Portugal
no es cuerda quien no los huye.
(pág. 503 a.)
La misma reina expone reiteradas veces los celos que la atormentan
como causa de su maldad, de su odio encendido contra Doña Beatriz:
Mi nación es muy celosa,
y hay que temer de los dos
(pág. 513 b.)
Los celos mi paciencia han apurado;
solicita el poder, la injuria instiga
a la venganza que el rigor profesa;
que soy mujer celosa y portuguesa.
(pág. 504 a.)
Yo he heredado el ser cruel
de mi nación, por exceso.
(pág. 501 b.)
Finalmente, no es difícil percibir este sentido de los celos
fatales, predestinados por el hecho de nacer en Portugal:
Era demasiado grande la hazaña imperial de Portugal para que
no hubiese quedado huella de su brillo en el hablar cotidiano de los
españoles.
—132→
Las empresas conquistadoras y marineras
hicieron sobrenadar la admiración por los que las llevaron a cabo. Ser
portugués equivalía a ser «decidido, valiente,
hazañoso». En el libro tantas veces citado de Herrero
García se recogen numerosos testimonios del valor y arrogancia de los
portugueses, ya en serio, ya en burla. En Tirso abundan los ejemplos claros, en
los que se dan como consustanciales la patria y la valentía;
BRITO.-
¿Y seré yo si le sigo
también valiente, señor?
EGAS.-
¿No eres portugués, pastor?
BRITO.-
¡Y cuómo!
EGAS.-
Vente conmigo,
que el serlo sólo te basta.
(Quinas, 573 a.)
En
La Gallega Mari-Hernández, Don
Álvaro de Atayde despierta alborotado a las voces de «guarda el
lobo», y dice:
Lobos, ¿qué mal me han de hacer,
si soy portugués?
(Rivadeneyra, V, 113 c.)
No es raro el ejemplo de crítica -en Tirso siempre de un
amplio gesto de benevolencia amable- ante la ostentación de ese
valor,86 pero,
—133→
en el teatro que nos ocupa, abundan los
recuerdos de franco reconocimiento de esa valentía.87 Tirso
—134→
compara a los portugueses con
Viriato repertidas veces:
¡Oh, portugués Viriato!
¡Oh, escuadrón invicto y fiel!
(Quinas, 575 a.)
Trece mil soldados tengo,
cada cual un Cipión,
un portugués Viriato,
un Hércules vengador.
(Ibídem, 578 a.)
CONDE.-
¿Trae mucha gente?
CRIADO.-
Serán
diez mil, cada cual Viriato
portugués.
(Mari-Hernández, Rivadeneyra, V, 121
c.)
¡Con qué enojo escucho y trato
hasta las cosas más viles!
O tengo el alma de Aquiles,
o me engendró Viriato.
(Siempre ayuda la verdad, pág. 214
b.)
Entremezcladas con la bravura, aparecen otras cualidades de los
portugueses en el teatro de Tirso: la cólera, la fidelidad, las empresas
en África, la cortesía y amistad para con el perseguido,
—135→
la religiosidad.88 En
Las quinas de Portugal se representa una mujer
portuguesa llena de una bravura verdaderamente masculina, en la que
—136→
se condensan simbólicamente todas las virtudes de la
raza:
LEONOR.-
Hoy vengarán
mis enojos a mi padre.
Canalla torpe, esperad
a una mujer portuguesa,
porque a sus pies advirtáis
que hay Semiramis cristianas,
que Amazonas castas hay,
que hay en Portugal Minervas,
prodigios de nuestra edad.
(Quinas, 589 a.)
No es digna suya esa empresa;
yo te quitaré arrogante,
con la torpe vida, el guante,
que soy Leonor portuguesa.
(Quinas, 574 a.)
Rivalidad
castellano-portuguesa
Corre por la España del XVI y del XVII una ininterrumpida
corriente de suspicacia y de pequeños rencores entre castellanos y
portugueses. La
Forneira de Aljubarrota sale a escena en
cualquier discusión local, como un símbolo. Tirso no podía
faltar a este común sentir. El teatro español del Siglo de Oro
habla a sus oyentes, irrestañablemente,
—137→
de lo que les es
familiar y querido, de aquello que tiene un exacto hueco en el paisaje de su
cultura y de su sensibilidad:
¡Qué! ¿Cuidaba Portugal
que era sola su forneira?
Pues a fe de Dios, si torno
a enojarme, aunque aquí os hallo,
que estimedes más mi mallo
que la pala de su forno.
(Gallega Mari-Hernández, Rivad., V,
120 c.)
En
Doña Beatriz de Silva se nombra asimismo
a la famosa panadera:
La hazaña saldrá aquí de la
Forneira,
que hacéis de blasonar esa victoria.
(pág. 491.)
La vieja enemistad se recuerda en
El Amor médico, con
precisión:
La rivalidad produce un continuado combatir palabrero por los
motivos más fútiles. La cortesía,
—138→
las buenas
maneras, el conducirse ante las damas, etc., etc. Cualquier materia de
conversación puede servir de motivo para estas largas disputas
triviales. Sirvan de ejemplo las mantenidas en
Doña Beatriz de Silva sobre la prioridad
en el acompañamiento de la hermosa:
PEREIRA.-
Cuando en público acá la Infante sale,
un caballero solo ocupa el lado
de la dama a quien sirve, porque iguale
el premio de su dicha a su cuidado;
mi amor quiere que en ello me señale,
y la presente suerte me ha costado
un año de servicios y desvelos
que aumentan ya esperanzas y ya celos.
Si allá en Castilla, noble caballero,
no se pratica este uso cortesano,
ya que os aviso aconsejaros quiero
dejéis el puesto que ocupáis en vano.
PEDRO GIRÓN.-
Nunca es blasón el término grosero,
que acostumbra el que es noble castellano,
que la corte del Rey don Juan segundo
puede enseñar mesura a todo el mundo.
Esa ley, que contáis por maravilla,
es muy antigua allá, y hála heredado
Portugal de la corte de Castilla,
como el reino también, antes condado.
Obligación os corre de cumplilla.
(Beatriz de Silva, pág. 491
b.)
Del mismo modo se refleja la hospitalidad que las Cortes de ambos
reinos concedían a los fugitivos de la corte enemiga:
—139→
... que empeñando mis lugares,
y recogiendo mis joyas,
castellanas majestades
de rigores portugueses
tiene España, que nos guarden.
(Gallega Mari-Hernández, Riv., V,
pág. 110 a.)
La convivencia entre castellanos y portugueses en las ciudades
debía provocar constantes reconvenciones y polémicas. Buen
ejemplo de ello son los siguientes versos:
¡Muy gentil talle
para venirme a buscar!
Dejarme con Don Rodrigo
agora y hacer testigo
al que os viere registrar
mis puertas, de liviandades
que culpen vuestra nobleza.
La castellana llaneza
permite allá ociosidades,
que por acá lleva mal
la gente menos sencilla.
Mientras no estéis en Castilla,
vivid como en Portugal.
(Amor médico, pág.
111.)
El portugués de
Tirso
Que Portugal era un mundo entrevisto por Tirso de Molina con una
luz de íntima ternura nos lo demuestran no sólo las frecuentes
asomadas de la Historia y de personajes portugueses en
—140→
sus
comedias, sino también el uso de la propia lengua portuguesa. Tirso
versifica en portugués. Es verdad que este portugués no es, ni
con mucho, un modelo de purismo, pero no debemos perder de vista las
condiciones del público que oiría y aplaudiría las
comedias. Para Tirso -y Harzentbusch lo hacía resaltar- el uso del
portugués intercalado en los parlamentos castellanos era uno de tantos
recursos escénicos como se podían emplear para acarrear el
vítor. Pero hemos de reconocer que
están siempre colocados en los momentos de mayor viveza
dramática, y que llenan una misión intransferible, henchida de
sugerencias. La primera consecuencia tangible para nosotros es la de que esos
diálogos eran clarísimamente entendidos por el espectador. -Hoy
no sucedería así.- Y es porque el espectador medio del siglo XVII
aún tiene una conciencia que pudiéramos llamar peninsular, de
unidad total, de cuerpo geográfico. Unidad peninsular que no tiene
absolutamente punto alguno de contacto con la forzada ortopedia política
de los Felipes. Portugal y lo portugués son, para el hombre medianamente
ilustrado de la época, componentes de
lo español. Ya Herrero García, en
su trabajo tantas veces recordado aquí, llama la atención sobre
numerosos testimonios de este contenido. Incluso en lo geográfico,
Lisboa es
—141→
la mayor ciudad de España.
(Burlador, pág. 197.)
La sierra de Espantarruines que aparece en
Las quinas, es también de lo mayor de
España.90 Los portugueses eran españoles, como los vascos, como los
andaluces. El curioso puede ver ejemplos en el libro citado, ejemplos
procedentes de muy diversos autores.
El portugués de Tirso, nos parece representar, en sus
comedias, un papel muy aproximado al que, en algunas representaciones teatrales
de hoy, desempeña el catalán. Presenta un tipo humano
estereotipado, familiar, cuyas cualidades excelentes o deleznables se evocan
automáticamente al conjuro de su habla. Es inexcusable oírle
hablar de esa manera. Unas veces, la lengua se usa como un recurso
cómico, sacrificada al juego de palabras, tan frecuente, del que tanto
se usó en la comedia del XVII. Así, por ejemplo, en
El Burlador:
MOTA.-
Es lástima vella
lampiña de frente y ceja.
Llamábale el portugués vieja
y ella imagina que bella.
D. JUAN.-
Sí, que
velha en portugués
—142→
suena vieja en castellano.
(pág. 121.)
Pero es mucho más frecuente el uso poético de la
lengua.
El amor médico es la mejor prueba de la
altura dramática de su empleo. No es sólo, como Harzentbusch
quería, un disparadero cómico, no. En el enmarañado -y tan
claro y sugeridor, sin embargo- acto III, a cada aparición y
desaparición del portugués como medio expresivo corresponde una
transmutación de la personalidad en el hablante. A tal punto llega la
identificación de la mudanza y su valor, que no sería entendida
la comedia de no comprender este portugués que brota a borbotones,
irrestañable. Es, incluso, la piedra de toque para el reconocimiento,
para la identificación del voluntariamente borroso personaje:
ESTEF.-
Dúdolo, dotor o Marta,
dadme más claros indicios.
JERON.-
¿No os dije yo que
o doutor
tinha aqui perto seus mimos?
Terceira dos seus amores
vos roguei serdes, porque
isto
naon é ser
alcobeteira.
(pág. 132.)
Fiel a la concepción de «enamoradizo» del hombre
portugués, la lengua portuguesa quiebra
—143→
el castellano
conversacional para dar paso a la frase apasionada:
No, mi señora, su traje
sólo en mí sostituído,
mi poca barba y edad,
el fuego en que me derrito,
la dispensación severa,
los celos siempre atrevidos,
en mujer me transformaron.
Naon vos acanheis, sol
minho,
meus olhos, meu
coração,
minha gloria, meu
feitiço,
mana minha, cravo
d’ouro:
eu sou vosso rapazinho.
Satis sit, crucior pro te
usque ad animi deliquium.
A requiebros castellanos,
portugueses y latinos,
¿qué desdén será bastante
a enojarse y resistirlos?
Venga esa mano, y quedemos
en paz, casados y unidos,
como os pombos rulhadores
acostuman en seus ninhos.
(pág. 135-6.)
Igualmente, el portugués es el vehículo
poético de la carta en que la asediada doncella tolera nuevos
asaltos:
Tudo quanto vos fallou
meu irmaon vos hei ouvido
pelo furaco escondido
—144→
da chave; se vos bradou,
nao temais, que vossa
sou:
homem é o doutor
mofinho;
zombai do seu escarninho;
pois sois fidalgo
galante,
e vinde-cá d’hoje
avante
se vos prace serdes
minho.
(pág. 119-120.)
Es en
El amor médico donde hay más
abundante empleo del portugués. Para terminar este apartado
recordaré el brevísimo, pero exacto, delgadísimo fervor
que recuerda una voz portuguesa que resuena en
Por el sótano y el torno:
Dª JUSEPA.-
Escucha aqueste papel.
POLONIA.-
Pues ¿viene en verso?
JUSEPA.-
Es poeta.
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
Oye agora este soneto.
POLONIA.-
¿En su idioma?
JUSEPA.-
En portugués.
Ya tú sabes lo que gusto
desta lengua.
POLONIA.-
Ya yo sé
cuán amigo della fué
tu padre, y que de su gusto
y libros fuiste heredera;
en cuya lectura gastas
tantos ratos, que a ser bastas
portuguesa verdadera.
(Rivad. V, 238 b.)
—145→
Y el soneto es de Camões. No engaña Tirso, no se
apropia nada de nadie. Lo dice honradamente, paladinamente:
para una décima breve
me dió el tiempo comisión;
que un soneto que la envío,
el Camõens me le prestó.
(Ibídem, 238 a.)
Se reconoce en esta breve cita la devoción que Tirso
sentía por el gran poeta portugués. No de distinta manera nos ha
expuesto la que sintió por Lope de Vega y por Cervantes. El soneto
parece estar citado de memoria:
En el momento más difícil de la comedia, la
situación se resuelve con una inesperada conversación en
portugués. La bella enamorada, fugitiva de la rigurosa disciplina de una
hermana mayor, es sorprendida por esta última en casa del propio amante.
Se ha vestido a la portuguesa, con trajes de una hermana del arriesgado novio.
Y ¿cómo salir del atolladero? Hacerse, fingirse portuguesa.
¡Cómo se adivina la sonrisa comprensiva y contenta del
auditorio!:
—147→
. . . . . . . . . . . . . . .
D. BERNARDA.-
¿Cómo a esta casa viniste?
Habla, liviana, traidora,
afrenta de tu linaje,
¿quién te ha puesto en este traje?
D. JUSEPA.-
¿Qué é isto?,
¿vindes, senhora,
douda? Naon vindes em
vos.
Don Duarte, ¿qué
mulher
é ista? Deve de
ser
vossa
obrigaçaon.
D. FERNANDO.-
(apart.) Por Dios,
que parece portuguesa.
D. DUARTE.-
(apart.) ¡Hay más
gracia! ¡Hay mayor sal!
D. JUSEPA.-
¿Eu venho de
Portugal
para ouvir
parvuiças?
D. BERNARDA.-
Cesa,
embaidora. Pues, ¿tú a mí
embelecos y lenguajes
que no entiendo? ¿Tú esos trajes?
¿Quién te enseñó a hablar
ansí?
Nacida en Guadalajara,
y ya en Madrid portuguesa.
Lo que tu lengua confiesa
desmintiendo está tu cara.
En vano negar presumes
lo que el alma y ojos ven.
D. JUSEPA.-
Os borrofos de amor tem.
¿Contra quem saon os
quejumes?
Don Duarte, botalda fora,
e si naom, irme-é de
aquí.
(Rivadeneyra, pág. 245 c.)
Y la burla se resuelve en una deliciosa escena de interiores, donde
la derrota de la celosa guardiana
—148→
se oculta tras el eco de un
viejo romancillo. Tirso ha logrado, con el bilingüismo de la escena, una
de las más delgadas y sugestivas creaciones de su teatro.
Final
Hemos realizado un rápido giro -¡ay, esta vida
nuestra, de alocada premura!- por el teatro de Tirso de Molina que evoca a
Portugal. No hemos pretendido dar un tono exhaustivo, definitivo, a nuestro
trabajo.92 El teatro
de Tirso de Molina presenta, cada vez más y más, nuevos paisajes
cordiales, más anchos horizontes entrevistos. Nos conformaríamos
con que las líneas anteriores ayudaran a su mejor y más leal
interpretación. Baste señalar que Portugal y lo portugués
fueron para Tirso lo suficientemente atrayentes para elevarlos a criatura de
arte, desde su ladera castellana. Y que lo hizo con el mismo gesto amplio que
inunda toda su producción.