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- XXV -

La niña muda


Dibujo letra L

La madre de Blanca cumplió su palabra y acompañó a la hija del carpintero a la escuela de sordomudas, donde fue acogida por las profesoras con suma cortesía y amabilidad, llevándose su protectora la certeza de que aprendería cuanto era susceptible de aprender, atendida la falta de que adolecía.

Pasaron dos años sin que tuviese el gusto de ver a su recomendada, si bien aluna vez preguntaba por ella a la profesora a quien solía visitar. Esta le decía que estaba satisfecha de la aplicación y comportamiento de Luisa, pero no quería presentarla a la señora hasta que pasase algún tiempo, puesto que los adelantos de estas desgraciadas son siempre más lentos que los de las que poseen el precioso sentido de que ella carecía.

-Deseo dar a usted una sorpresa, añadió la profesora.

En efecto, una tarde la maestra se presentó en casa de Blanca acompañada de Luisa y la madre de ésta, llevando sencillos pero primorosos regalos para su protectora y para   -276-   la niña, como muestra de su destreza en las labores. Había hecho para la madre un bonito pañuelo de encaje y para Blanca, un escote de camisa bordado al realce, amén de algunos pequeños objetos de cañamazo y de papel brístol.

Luisita saludó a las señoras y les manifestó su cariño y reconocimiento por la protección que le dispensaban, rogándoles aceptasen aquella ofrenda de su gratitud, con una mímica tan graciosa y expresiva que las personas a quienes se dirigía, aunque poco acostumbradas a semejante lenguaje, comprendieron en globo lo que les decía, explicándolo más detenidamente la maestra que la acompañaba.

-¡Cuánto me gustaría poder hablar un rato con ella!, dijo Blanca.

-Es lo más fácil del mundo, señorita, respondió la profesora.

-Dirija usted las preguntas que quiera, yo las traduciré a nuestro lenguaje, y ella contestará por escrito.

La niña de la casa fue corriendo buscar recado de escribir, y empezó a dirigir preguntas a la muda, primero sobre asuntos familiares y sencillos, y luego, invitada por la maestra, sobre Doctrina, Gramática, Historia y Geografía.

La maestra hablaba unas veces por señas y otras formando las letras con los dedos de la mano derecha, y la pequeñita tomaba la pluma y contestaba al punto por escrito con letra bastante clara.

-¿Qué hace usted con los dedos?, preguntó Blanca.

-Letras, como ustedes con la pluma, respondió la interrogado.

-Y Luisa, ¿sabe responder del mismo modo? Transmitida la pregunta, la muda contestó primero con los dedos y después por escrito.

-Sí sé, pero ustedes no me entenderían.

-¡Qué hable, qué hable por los dedos!

La profesora manifestó el deseo de Blanca, y Luisa al punto dijo a su manera varias oraciones, versitos y otras cosas que la profesora recitaba en alta voz.

-¡Cuanto me gustaría saber hablar así!, decía Blanca entusiasmada.

-Eso no es difícil, respondió la señora: con estudiar un poco el abecedario que yo le enviaré a usted, y recibir dos o   -277-   tres lecciones que le daré muy gustosa, para facilitar la práctica, hablará como Luisa y como yo misma.

Alfabeto de sordomudos

Alfabeto de sordomudos

-Acepto el ofrecimiento que hace usted a mi hija, dijo Flora, pues aunque ella no necesita esa habilidad, no tengo inconveniente en acceder a ese capricho suyo.

-¡Quién es capaz de calcular lo que con el tiempo puede serle útil!, respondió la profesora. Voy a referir a ustedes un pasaje de la historia contemporánea, de que usted probablemente tendrá noticia, porque de él dieron cuenta los periódicos; pero creo que la señorita Blanca lo ignorará. Cuando el General español Pavía, Marqués de Novaliches, recibió una herida en la boca, durante la batalla del Puente de Alcolea, en Septiembre de 1868, estuvo muchos días postrado en el lecho, sin poder hablar; y por consiguiente, siendo preciso que manifestara por escrito cualquier necesidad o cualquier deseo, con gravísima molestia, teniendo que incorporarse y airearse continuamente, lo cual era causa, muchas veces, de que le aumentase la calentura.

La hermana de la Caridad que le asista había estado en una escuela de sordomudas y poseía perfectamente la dactilología, que así se llama el arte de que nos ocupamos. «Si el General supiese formar las letras con los dedos, dijo a las demás personas que rodeaban el lecho, no tendría más que sacar la mano de entre las sábanas y yo le entendería.»

El rostro del paciente se iluminó de gozo, y tocando éste en el brazo a la hermana para que se volviese, le dijo por medio de la dactilología: «Si sé.» - «Perfectamente», repuso la hermana frotándose las manos con alegría.

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-El Marqués refirió de igual suerte, que cuando niño había aprendido, por entretenimiento, con otros amigos suyos, lo que tan útil iba a serle en aquella ocasión.

Desde entonces, sin ninguna molestia, comunicó sus órdenes a la cariñosa enfermera, que las transmitía inmediatamente de viva voz, hasta que, cicatrizada la herida, pudo expresarse verbalmente.

-Ignoraba ese curioso detalle, dijo la madre de Blanca, sólo sabía que ese bravo militar capitaneaba las tropas que permanecían fieles a Doña Isabel II, cuando ya casi toda España se había pronunciado en contra, y que su herida y su derrota decidieron el triunfo de la revolución.

-La maestra de Luisa invitó a la señora y a la niña a presenciar los exámenes de los ciegos y sordomudos de uno y otro sexo, que debían celebrarse tres días después; invitación que hacía extensiva a los demás individuos de la familia, y que aceptaron desde luego los que se hallaban presentes.

La mujer del artesano manifestó su gratitud a la benéfica dama, a cuya iniciativa y protección debía su hija la enseñanza, y se separaron mutuamente satisfechas.

El día designado, toda la familia de Blanca, excepto el pequeño Enrique, asistió a los exámenes como había prometido. Ante la numerosa y escogida concurrencia que llenaba el local, los cieguecitos leyeron correcta y expresivamente, aunque con pausa, en libros cuyas letras de relieve conocían perfectamente; por medio del sentido del tacto, finísimo en ellos y exquisitamente educado, y contestaron con precisión a cuantas preguntas se les dirigieron sobre las diferentes asignaturas que formaban el programa de su enseñanza; los sordomudos ejecutaron, con mayor amplitud y perfección, las habilidades de que Luisa había dado muestra en casa de Blanca, y resolvieron en el encerado varios problemas de Aritmética, Álgebra y Geometría.

Pasaron los examinadores y los concurrentes a la clase de niñas, y después de haber practicado iguales o semejantes ejercicios que los ejecutados por sus compañeros de desgracia, presentaron al público una ordenada exposición de labores, en la que se hallaban colocadas en distinto lugar, las de las ciegas de las que eran obra de las sordomudas. Las primeras, como se comprenderá, eran en menor número y   -279-   menos primorosas, pero bien hechas y admirables, para quien tuviese en cuenta que las que las habían trabajado estaban privadas del precioso sentido de la vista: en las otras, podía verse desde la modesta calceta al riquísimo encaje, y desde la sencilla camisa al primoroso bordado en blanco que cometía con el de sedas y oro.

Mientras las autoridades y demás convidados visitaban la exposición, una orquesta de ciegos del establecimiento dejaba oír algunas piezas escogidas, ejecutadas con notable maestría y ajuste, que alternaban con un coro de niñas, ciegas también, que entonaban sentidas y bellísimas letrillas, propias del acto que se celebraba, el cual terminó con un discurso del Director y unos versitos que recitó un niño ciego, dando las gracias a las personas que habían asistido.

El padre de Blanca felicitó cordialmente al Director, y éste tuvo la amabilidad de explicarle los métodos y procedimientos que empleaban para poner a los desgraciados seres, cuya educación se les confiara, en posesión de tantos y tan útiles conocimientos, y en condiciones de poder subvenir a sus necesidades, haciendo más llevadera y menos sensible su situación.

Despidióse toda la familia muy complacida, no sabiendo qué admirar más, si los adelantos de la ciencia pedagógica, la paciencia y caridad de los profesores y profesoras, o la aplicación de los cieguecitos y sordomudos de uno y otro sexo, que con tanto trabajo ilustraban su inteligencia, faltándoles a unos y otros alguno de los órganos de la percepción externa, y supliendo, los unos con la vista el sentido del oído, y los otros, con el del tacto, el precioso y esencialísimo de la vista.

-Demos gracias a Dios, dijo la madre, porque ha proporcionado a esos pobrecitos prójimos y hermanos nuestros un consuelo en su desgracia, y guardemos en el fondo de nuestro corazón profundísimo y tierno reconocimiento, por habernos dotado de todas las facultades del alma y órganos del cuerpo, con preferencia a tantos otros que están privados de alguna de estas cosas.

-Es verdad, dijo Basilio, cuando uno ve que el Señor lo ha enriquecido con todos los dones que pueden conducirle a ser bueno, instruido y dichoso, comprende la necesidad de   -280-   emplearlo, todo en su servicio y en el bien de nuestros semejantes.

-¿Has visto, Basilio, como formaban las letras con los deditos aquellos niños y niñas?, dijo Blanca.

-Sí, pero no los entendía: hasta que lo explicaban los maestros, no sabía lo que habían dicho.

-Yo tampoco, pero ahora voy a aprender la dactilología, que así se lama ese arte y sabré hablar como ellos. Así, si alguna vez tengo mal en la boca, me entenderán como a aquel General que contó la profesora que enseña a las sordomudas.

-¡Ah! ¿Sí?, la interrumpió Jacinto, pues tú me enseñarás a mí, ¿verdad?

-Sí, Jacinto, y hablaremos los dos sin que nadie nos entienda.

-¿Queréis, pues, tener secretos para vuestros padres?, dijo la madre.

-No señora, ¡Dios nos libre!, repuso Blanca, pero no nos entenderán los criados o cualquiera otra persona no iniciada en nuestro precioso arte; a usted y a papá se lo contaremos siempre todo.

Dibujo mano



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