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- V -

Bellezas de la primavera


Dibujo letra M

- Mamá, hoy es jueves -decía Blanca saltando de gozo-. ¿Sabe usted lo que quiere decir eso?

-Sí, en tus labios quiere decir: Hoy es fiesta, esta tarde no tengo que ir al colegio.

-Pero quiere decir también que iremos a dar un paseo.

-Yo no; pero rogaré a tu papá que os acompañe.

-Y ¿por qué no, mamá? Tan buen tiempo como hace, ¿no será lástima que se prive usted de tomar el aire y el Sol que todavía es agradable?

-Ya lo disfrutaré otro día, pues hoy he determinado que quiten las esteras y alfombras y llamado al tapicero.

-Ya lo harían él y las criadas.

-Tienes razón, lo harían bien o mal; pero una buena ama de casa no debe consentir que estas operaciones se lleven a cabo sin que ella las presencie y las dirija.

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Ve con tu papá y tus hermanitos, da un largo paseo y a la vuelta encontrarás la habitación despojada de sus pesados cortinajes de invierno, de sus esteras y alfombras respirando todo la frescura y alegría propiasde la bellísima estación en que nos hallamos.

-¿Y cómo se llama esta estación?

-La primavera.

Comió alegremente la familia, y un rato después Blanca, en compañía de su papá y sus hermanos mayores, salió al campo a disfrutar los placeres con que en todo tiempo, y más en la estación florida, nos brinda la madre naturaleza.

Un vientecillo fresco, ligero y suave templaba el ardor del Sol que empezaba a sentirse con intensidad. Las violetas ocultas entre el verde follaje, que como mullida alfombra tapizaba el suelo, y las blancas flores de los naranjos y limoneros mezclaban sus perfumes y embalsamaban el ambiente; los almendros, manzanos y perales, desnudos todavía de hojas, pero cubiertos de pequeñas y lindas flores blancas y rosadas se mostraban por todas partes como preciosos ramilletes; y los sembrados de trigo, formando cuadros más o menos regulares, ostentaban su color verde y brillante, meciéndose sus tallos a impulso del ligero céfiro.

La bóveda celeste no se hallaba oscurecida por negras o pardas nubes, y solamente interrumpía su terso azul alguna blanca y diáfana nubecilla de caprichosa forma.

Los jóvenes paseantes se hallaban regocijados, charlaban, brincaban y reían, cuando una linda mariposa pasó junto a Blanca, que emprendió con ardor su persecución. El padre la llamó y le dijo:

-¿Por qué persigues ese hermoso animalito? ¿Qué mal te ha hecho?

-Ninguno, pero me gusta mucho y quisiera tenerla, por lo mismo que es tan bonita.

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-Es decir, que porque es bella y te encanta su presencia, quisieras privarla de su libertad.

-La tendría en casa, como tenemos el canario.

-El canario canta y nos recrea con sus alegres trinos; además, como esa clase de pájaros nacen ya en las pajareras preparadas por el hombre y viven siempre dentro de nuestras habitaciones, no echan de menos una libertad que nunca han disfrutado, al paso que la mariposa, que de nada te serviría y cuya vida es muy corta, moriría tanto más pronto cuanto que no tienes habitación que destinarle.

-La pondría debajo de un vaso.

-Y como el vaso no es como la jaula, que está formada de alambres, por entre los cuales circula el aire, la pobre mariposa moriría asfixiada, y si resistía a la asfixia moriría de hambre.

-Además, cuanto se diga sobre el asunto es ya inútil -observó Jacinto-, porque mira cuán lejos se ha ido.

-Está bien, pero deja que hablemos -repuso Blanca-. ¿Dice usted, papá, que dentro del vaso no habría aire?

-No he dicho eso; porque el aire, si no se extrae, está en todas partes. El aire, agente invisible e impalpable, que por todos lados nos rodea, envolviendo nuestro globo, es pesado, es transparente, esto es, que vemos los objetos a través de grandes masas de este fluido; es insípido, esto es, que no tiene sabor alguno; inodoro, es decir, que carece de olor, y es incoloro en pequeña cantidad, al paso que en las grandes masas toma un color azul, como ése en el cual se destaca hoy el brillante disco del Sol. Por eso, cuando vemos a lo lejos una montaña, nos parece azulada porque lo es la gran masa de aire a través de la cual la miramos, por la misma razón que si tenemos ante los ojos un vidrio verde o encarnado, verdes o encarnados nos parecerán los objetos que miremos.

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- Es verdad, papá, yo he observado eso del vidrio. Pues bien, el aire, como he dicho, está en todas partes, a menos que se extraiga por medio de un aparato que se ha inventado con este objeto, llamado máquina neumática, y esta operación tiene por nombre hacer el vacío. Debajo, pues, del vaso en que encerrases la mariposa habría aire, pero he dicho que no circularía, que no podría renovarse, y a un insecto que se encerrase allí le sucedería lo que a ti si te enterrasen, por ejemplo, en el ropero donde tu mamá guarda los vestidos.

-¿Y que me sucedería?

-Voy a explicártelo. El aire es un compuesto de dos gases llamados el uno oxígeno y el otro nitrógeno o ázoe, y para estar en buenas condiciones para la respiración de personas y animales necesita tener las proporciones siguientes: de cien partes de aire, 21 de oxígeno, 79 de ázoe o nitrógeno, y una pequeña cantidad de ácido carbónico; pues aunque hay algo de vapor de agua (que es lo que se llama vulgarmente humedad) esto no es en realidad parte del aire, sino un componente de la atmósfera.

Tú sabes que continuamente respiramos; al hacerlo, introducimos aire en nuestros pulmones y lo volvemos a arrojar, pero ya descompuesto, pues nos apropiamos una parte del oxígeno que se mezcla con la sangre, dándole el color rojo, y en cambio expelemos una cantidad de gas ácido carbónico, el cual es altamente nocivo, pues envenena la atmósfera; de modo que cualquier persona o animal encerrado en un aposento reducido y donde no se renovase el aire, consumiría el oxígeno, cargaría la atmósfera de gas ácido carbónico, y moriría por asfixia como he dicho anteriormente.

-Por eso mamá tiene tanto cuidado de que se renueve el aire de las habitaciones, dijo Blanca.

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Basilio hubiera deseado preguntar algo más acerca de la respiración, pero su padre le hizo observar la multitud de pétalos blancos y rosados que una ráfaga de viento arrancó de los cercanos frutales, y que vino revoloteando a caer a sus pies:

-¡Qué lástima de flores!, dijo Jacinto ¿Para qué las hará Dios hacer para vivir tan poco?

-Y ¿crees tú que no han llenado ya su misión sobre la Tierra?, replicó el padre.

-No sé.

-Pues has de saber que eso que nos atrae y encanta en las flores, llamado corola por los botánicos, no es más que la parte accesoria, como si dijésemos el vestido con que se engalanan. Ésta es unas veces de una sola pieza, como sucede en las campanillas, por ejemplo, y otras de varias, como las rosas, claveles, etc. Cuando es de varias piezas llámanse estas pétalos. Al caer la corola, ya está fecundada una de las partes esenciales de la flor, que se llama pistilo, y se ha formado la fruta que contiene la semilla. Muchas veces, como en ese árbol que véis a la derecha, son unas pequeñísimas manzanas que irán creciendo hasta llevar a su completo desarrollo, y después madurarán, adquiriendo un precioso color amarillo con manchas de fino carmín, un olor agradable y un sabor delicioso.

-¡Cuán hermosa es la primavera!, dijo Basilio.

-Es cierto, hijo mío, es la juventud del año y un poeta la ha llamado la sonrisa del Eterno. Es el despertar de la naturaleza, que parece dormida o más bien muerta durante el invierno. Los árboles, que hace dos meses parecían troncos secos destinados a arder en la chimenea, se cubren de verdes pimpollos y bonitas flores; los insectos alados, como la mariposa, que quería coger Blanca, han pasado el invierno entregados a un sueño letárgico convertidos en crisálidas o ninfas y envueltos en un capullo...

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-Como los gusanos de seda, ¿verdad?

-Ciertamente. La forma y el color varían y generalmente el envoltorio es más pequeño en las otras especies; pero todos los insectos alados, han sido primero gusanos, después crisálidas, han salido más tarde de su estrecha cárcel con su nueva y más bella forma, entonces es cuando ponen sus huevecillos o larvas, los que nacerán a su vez otros gusanos.

-Mire usted, papá, observó Blanca. Mire usted aquel pajarito qué paja tan larga lleva en el pico.

-¿Sabes tú para que la quiere?

-No, señor.

-Pues precisamente de eso iba a hablaros. Como en esta hermosa y fecunda estación todo recobra movimiento y vida, todo renace y germina, también los pajarillos comprenden con el maravilloso instinto de que Dios les ha dotado, que van a tener huevecitos que empollar, y después, pequeñuelos que cuidar; se unen por parejas y cada una de éstas forma un nido con velloncitos y lana que las ovejas dejan prendidos en los zarzales, con las pajitas o espartos que por casualidad encuentran por los caminos, y con los filamentos de algunas plantas; pero con estos escasos y al parecer despreciables materiales, lo construyen a la vez tan fuerte y tan ligero, que al paso que se columpia entre dos débiles ramitas, puede resistir el peso de varias avecillas, que encuentran en su seno blando y cómoda abrigo, y el del padre o la madre, que alternativamente cubren con sus alas a sus hijuelos resguardándolos del viento y de la lluvia.

-Yo no he visto ningún nido. ¿Qué forma tienen?, interrogó Blanca.

-Generalmente, contestó el padre, tienen el tamaño y la forma de media naranja, o mejor dicho de la corteza de ésta, pues son cóncavos.

-Y ¿hasta cuándo están los pajarillos en el nido?

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-Hasta que se cubren de plumas y aprenden a volar. Entre tanto los padres van a buscar semillitas o mosquitos y otros insectos, según la especie a que pertenecen, y con cariñosa solicitud se los introducen en el pico, cuidando de repartir el alimento entre los hermanitos que, piando y batiendo las alas, reclaman la satisfacción de esta necesidad.

-Pero no todas las aves anidan en los árboles, dijo Basilio.

-No, por cierto, contestó el padre: las águilas, buitres y otras aves de rapiña construyen sus nidos en las aberturas de inaccesibles peñascos; las cornejas, cigüeñas y otras semejantes, en las elevadas torres, y las golondrinas, en los aleros de nuestros tejados, especialmente en las casas de campo, siendo tal su instinto, que después de haber pasado el invierno en lejana tierra, reconocen al volver a nuestro país su antigua morada y anidan en el mismo sitio varios años consecutivos.

-¿Son golondrinas esos lindos pajarillos que pasan chillando y vuelan formando curvas sobre nuestras cabezas?, preguntó Jacinto.

-Sí, hijo mío, fácil es conocerlas por sus largas alas, por su blanco pechuelo y por el negro azulado y brillante del resto de su plumaje.

-Y ¿dice usted que vienen de lejos?, preguntó Blanca.

-Sí, de África, adonde emigran al empezar el invierno, y pasan allí la temporada de los fríos y las nieves, volviendo en los primeros días de la primavera.

-¿Pero no es necesario pasar el mar para trasladarse a África?

-Sí tal, pero ellas sin haber estudiado Geografía, saben que dirigiéndose al Mediodía de Espalda encontrarán el estrecho de Gibraltar, brazo de mar que (como indica su nombre) tiene poca amplitud y a cuyo opuesto lado se hallan situadas las costas africanas. Además,

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Nido de águilas

Nido de águilas

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si el viento contrario dificulta o retarda su viaje, y no pueden resistir el cansancio, abaten su vuelo y se posan en cualquier embarcación que encuentren por el camino, cubriendo sus mástiles y jarcias, y regocijando a la tripulación con sus alegres píos, que les recuerdan los campos de su país.

-Y ¿no las matan?

-Rara vez, pues el marino europeo las ama y respeta, pareciéndole reconocer en ellas a los mensajeros de la patria y la familia, que pocas horas antes han visto su esposa o a sus hijos, han saludado sus bosques y montañas o han apagado su sed en la fuente vecina a su hogar.

-Y nosotros tampoco les hacemos daño, como a los murciélagos, añadió Jacinto.

-Hacéis muy mal en hacer daño a los murciélagos, dijo severamente el padre.

-Yo no, pero otros niños.

-Nosotros saludamos a la golondrina como a la anunciadora del buen tiempo, y nadie las mata porque tienen muy poca carne, y vivas nos prestan un servicio como todas las otras aves insectívoras, porque se comen las moscas, mosquitos y destruyen las larvas de muchos insectos, que perjudican a las plantas y son la pesadilla de los labradores.

-Y ¿los murciélagos también son aves insectívoras?, preguntó Jacinto.

-Insectívoros, sí; pero aves, no.

-Como veo que vuelan, por eso me lo parecía.

-Son mamíferos alados.

-Y ¿qué quiere decir mamíferos?

-Animales mamíferos son aquéllos que no ponen huevos, ni dan de comer a sus hijitos como las palomas, ni les enseñan a picar como las gallinas y perdices, sino que los alimenta la madre con su leche.

-Sí, vamos -interrumpió Blanca-, como aquella cabra   -72-   que se ha echado en el suelo para que mame más cómodamente su cabritillo.

-Sí, y como todos los cuadrúpedos, esto es, animales de cuatro pies.

-¿Y decía usted que los murciélagos dan de mamar a sus hijuelos?

-Sí por cierto, pues no tienen de aves más que las alas, y aun éstas no están cubiertas de plumas, sino formadas de una membrana sutil como una suave y fina tela.

-Pues yo les diré a mis amigos, respondió Jacinto, que cuando cojan un murciélago no lo martiricen.

-Harás muy bien, y aún será mejor les digas que no los cojan, porque son animalitos inofensivos, y además de que nada conduce el privarlos de la libertad, como una vez en su poder un murciélago, ni les serviría de nada, ni se haría admirar por su belleza, concluirían por quitarle la vida más o menos cruelmente.

Después de una breve pausa, el padre continuó diciendo:

Hijos míos, el Sol esta próximo a su ocaso, ved cuán bello espectáculo nos ofrece el cielo. ¿Qué pincel podría reproducir esas bellísimas tintas de púrpura y rosa? Pero el vientecillo es algo frío, y debemos regresar a casa.

Los niños obedecieron al punto, y llegados a la presencia de su madre la enteraron de cuanto habían visto y de la agradable conversación que habían sostenido.

-Casualmente, respondió Flora, acabo de recibir un periódico literario que contiene una poesía dedicada a la primavera.

-A ver, mamá, dijo Blanca.

-Que la lea Basilio en voz alta, replicó Flora entregando el papel a su hijo mayor, y así todos saborearemos   -73-   el placer de oír elogiar la grata estación que atravesamos.

Basilio leyó:




La primavera


   ¡Mil y mil veces bendita
la estación grata y risueña,
bendita tú, deliciosa
y apacible primavera!

    Tú, con el cetro de flores,
tocas el campo, y despierta
de su pesado letargo,
de su profunda tristeza.

    Preso estaba el arroyuelo,
y también la fuente presa,
y aunque de cristal brillante
duras eran sus cadenas.

    Mas ya tus auras templadas
arroyo y fuente deshielan,
y ellos, con dulce murmullo
se deslizan por la vega;

    ya los prados y colinas
tapiza menuda yerba,
en que el matinal rocío
la naciente luz refleja.

    Bajo del verde follaje
recátase la violeta,
y sólo el suave perfume
delata a la flor modesta.

    Bandadas de golondrinas,
de brillante pluma negra,
y otras aves emigrantes
pueblan ya nuestras riberas.

    Con voz alegre saludan
nuestra hospitalaria tierra,
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y cada cual se dirige
y en torno revolotea,

    al paraje en que otros años,
con su dulce compañera,
formara el amable nido
donde su prole se alberga.

    Albas flores perfumadas
en los árboles se ostentan,
flores esmaltan el prado,
flores coronan la sierra.

    Y el céfiro, que difunde
su pura fragante esencia,
deleita blando el sentido
y el alma encanta y recrea.

   Juguetonas mariposas
de formas lindas y esbeltas,
con matices que envidiaran
los claveles y camelias,

    batiendo sus leves alas
inquietas revolotean,
besan las flores gallardas
y caprichosas se alejan.

    El gracioso cabritillo
y la blanca corderuela,
con sus alegres balidos
la grata estación celebran;

    y paciendo con delicia
la fresca y menuda yerba
saltan y triscan gozosos
en la florida pradera.

    Mas luego, cuando la noche
cambia la rústica escena,
tendiendo un velo sembrado
de innumerables estrellas;

    ó bien si la tibia Luna,
su luz derramando bella,
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el monte llano ilumina
y en el mar azul refleja;

    el ruiseñor melodioso,
el cantor por excelencia,
cuyos trinos son encanto
de músicos y poetas,

    llena el aire de armonía
con sus amantes endechas,
posado en su blando nido
qué oculta la selva espesa.

    Esta es la paz de los campos,
esta es la vida hechicera
que otorga siempre a sus hijos
la madre Naturaleza.

    Si alguna vez, por acaso,
tan dulce calma se altera;
si cubren el horizonte
apiñadas nubes negras,

    el ronco trueno retumba,
y el huracán en la selva
troncha los árboles grandes
y los más tiernos doblega;

    pronto, en fecundante lluvia
las densas nubes deshechas,
cobra el campo nueva vida,
la atmósfera, trasparencia;

    y en el aire se dibuja
con su divina belleza
arco de vivo colores
que junta el cielo y la tierra.

   ¡Venturosos los que pueden
presenciar tales escenas,
desde la choza pajiza
de verde parra cubierta!

   Dichosas las pastorcillas
que en prado ameno se ostentan,
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Sin más adornos, ni galas
que su cándida belleza.

    Mas ¡ay de los ciudadanos,
esclavos de la etiqueta,
que discurren pensativos
por largas calles estrechas!

    La vegetación lozana
miran al arte sujeta,
los pájaros enjaulados,
los arbustos en macetas,

   las flores casi marchitas,
los árboles en hileras,
y en vez de la tibia Luna
el gas y la luz eléctrica...

   No te gozan, te adivinan,
deliciosa Primavera,
mas te saludan diciendo:
¡oh estación grata y risueña,

    Exuberante de vida,
de esperanzas y riquezas,
de flores y de perfumes,
bendita, bendita seas!

Dibujo flor



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