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- VII -

Riqueza del otoño


Dibujo letra H

Había llovido, y un Sol pálido, que ya descendía a su ocaso, apareciendo entre pardas nubes, que él doraba y matizaba débilmente, iluminaba también la parte más elevada de los edificios y las copas de los más altos árboles del jardín, cuyas escasas hojas ostentaban ese color peculiar que ni es verde, ni amarillo, ni dorado; ese color que imprime al campo un tinte de melancolía, contrastando con el verdor de que le viste la primavera y el principio del estío.

Todavía más secas y de un color mas oscuro se veían infinidad de las mismas hojas en el suelo, que crujían bajo los pies o formaban un rumor leve, al arrastrarlas el suave vientecillo que empezaba a levantarse.

-¡Qué triste es el otoño, mamá mía!, dijo Blanca, que con su madre y Jacinto se hallaba asomada a un balconcito, que caía sobre el jardín.

-No te dirán eso, replicó la señora, los labradores de los pueblos vecinos.

-Pues ¿no tienen ojos para ver esos árboles secos y esa alfombra de hojas amarillas, que se extiende a sus pies?

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-Lo ven y dan gracias a Dios por su infinita Providencia.

Nosotros nos procuramos sombra y fresco en el estío con persianas, con transparentes y cortinajes; y calor en el invierno con estufas, caloríferos, alfombras, etc.; pero el pobre, que sale de su casa y camina o trabaja a la intemperie, y los niños de los aldeanos que juegan fuera de sus estrechas y miserables viviendas, encuentran en el estío cortinajes y pabellones verdes que les ofrecen apacible sombra; después la Providencia despoja los árboles de esa frondosa hojarasca, y los hombres trabajan y los niños juegan al Sol, cuyos rayos pasan sin obstáculo a través de sus desnudas ramas.

-Pero todo el mundo sabe, observó Jacinto, que la caída de las hojas es la imagen, o mejor dicho, el recuerdo de la muerte.

De una muerte temporal, repuso Flora, porque de aquí a pocos meses la vegetación renace espléndida y vigorosa, y las plantas se cubren de nuevo de tiernos brotes o retoños, frescas hojas y hermosas flores.

-Sí, pero una canción dice:

«Y nosotros nos iremos. Y no volveremos más.»



-A este mundo no, pero nuestra alma inmortal está destinada a vivir eternamente en otra morada, donde reina la paz, impera la justicia y se goza una felicidad completa y sin límites.

-¡Si el ir al cielo fuese seguro!..., insistió el muchacho.

-Seguro es para quien de veras lo quiere y lo desea, puesto que Dios lo ha prometido por premio de nuestras buenas obras; y el vivir conforme a su santa ley y practicar la virtud está en nuestra mano.

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-Tú siempre interrumpes, dijo Blanca a su hermanito. Diga, usted mamá, ¿y sólo tener sombra en el verano y Sol en invierno, están tan contentos los labradores?

-Lo están porque tienen su casa repleta como una colmena.

-¿Qué es una colmena y de qué está repleta?

-La colmena es la habitación de las abejas y está llena de panales de miel, pero en otra ocasión hablaremos de esto.

Cualquier tarde que no haya llovido, y por consiguiente, no haya barro en el suelo ni humedad en la atmósfera, saldremos al campo y verás las cuadrillas de vendimiadores, que regresan contentos a sus hogares entonando alegres canciones, y llevando en la cabeza sendos cestos con uvas doradas o negras, pero todas en estado de perfecta madurez.

-Les gustarán mucho las uvas, dijo Blanca, y por eso cantan y están alegres. A mí también me gustan.

-No todas se destinan para comerlas, si bien de las de ciertas especies se escogen los racimos más sanos, se cuelgan del techo y se guardan para el invierno, lo mismo que las peras, manzanas, membrillos, granadas, etc. En algunos pueblos de Valencia y de Andalucía, la mayor parte de la uva es de la llamada pasa, que escaldada y prensada convenientemente se exporta en grandes cantidades, constituyendo un postre tan sano como agradable; pero el principal destino que se da a la uva, en nuestro país, es el convertirla en vino.

-El vino no me gusta nada, dijo Blanca, haciendo gestos de desagrado.

-A mi, si es bueno, me gusta un poquito, añadió Jacinto.

-Cierto es que la bebida más sana es el agua; pero aunque no os guste el vino a vosotros, y aunque no   -89-   sea higiénico ni prudente que los niños se acostumbren a él, no deja de ser necesario para los hombres que se entregan a rudos trabajos y se alimentan mal, pues les conforta más que el agua; es también conveniente y a veces hasta lo prescriben los médicos a las personas débiles por temperamento o por efecto de enfermedad, y se hace de él una gran exportación para otras naciones; de manera que los cosecheros obtienen pingües beneficios.

-¿Y estrujando la uva se hace el vino?, preguntó Blanca.

-Estrujándola se convierte en un líquido que se deja fermentar en depósitos cerrados, que se llaman lagares, después se saca de allí limpio y depurado, y se embotella o se guarda en toneles para la venta o el consumo de la familia.

El vino, como los demás licores, produce deplorable resultado para el que abusa de él bebiendo con exceso, pues (en vez de fortalecer) debilita, entontece y en momentos dados hasta priva de la razón.

Otra cosecha de la estación presente tan beneficiosa como la anterior para los agricultores es el aceite, el cual se obtiene prensando las aceitunas que, como sabéis, son el fruto de los olivos.

Ved, pues, si la familia que ha cogido trigo en el verano; que en el otoño se provee de vino, aceite y frutas exquisitas, que guarda para el invierno colgandolas del techo con fuertes clavos o colocándolas en el suelo sobre una gruesa alfombra de paja, que las preserva de la humedad; que ha recolectado, ademas, raíces como patatas y cebollas, y legumbres como judías, habas y lentejas; si por añadidura ha engordado un cerdo y lo mata al sentirse los primeros fríos, salando su carne y guardándola después de haber hecho salchichas, longanizas y toda case de embutidos: ved, repito, si puede decir que ha llenado su casa como las abejitas su   -90-   colmena y dar gracias a Dios por tales beneficios, mientras el cielo se cubre de nubes y el vendaval azota las ramas de los árboles, despojándolas de sus hojas.

-Pero si no pensaran más que en llenar sus casas, guardándolo todo para sí ¿qué comeríamos los demás?, preguntó Jacinto.

-Los labradores se reservan para su consumo parte de lo que cosechan y el resto lo venden.

-De manera es, continuó Jacinto, que los labradores venden lo que les sobra a los comerciantes, y éstos lo vuelven a vender más caro, con cuyo tráfico se ganan la vida.

-Sí, por cierto, los comerciantes, clase también benemérita, compran los productos de un país y los conducen o envían a otro, que a no ser así carecería de ellos. Este cambio de productos entre diversas regiones es causa de que todas disfruten de las ventajas de los diferentes climas, y contribuye al bienestar de los hombres y a la armonía y fraternidad universal.

Al terminar estas palabras, la madre se retiró de la ventana, la cerró y mandó encender las luces, porque la noche había cerrado ya.

Dibujo floral



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