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ArribaAbajoCriaturas

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ArribaAbajoCanción de las muchachas muertas

Recuerdo de mi sobrina Graciela



¿Y las pobres muchachas muertas,
escamoteadas en abril,
las que asomáronse y hundiéronse
como en las olas el delfín?

¿Adónde fueron y se hallan,  5
encuclilladas por reír
o agazapadas esperando
voz de un amante que seguir?

¿Borrándose como dibujos
que Dios no quiso reteñir  10
o anegadas poquito a poco
como en sus fuentes un jardín?
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A veces quieren en las aguas
ir componiendo su perfil,
y en las carnudas rosas-rosas  15
casi consiguen sonreír.

En los pastales acomodan
su talle y busto de ceñir
y casi logran que una nube
les preste cuerpo por ardid;  20

Casi se juntan las deshechas;
casi llegan al sol feliz;
casi reniegan su camino
recordando que eran de aquí;

casi deshacen su traición  25
y van llegando a su redil.
¡Y casi vemos en la tarde
el divino millón venir!




ArribaAbajoDeshecha



Hay una congoja de algas
y una sordera de arenas,
un solapamiento de aguas
con un quebranto de hierbas.

Estamos bajo la noche  5
las criaturas completas:
los muros, blancos de fieles;
el pinar lleno de esencia,
una pobre fuente impávida
y un dintel de frente alerta.  10
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Y mirándonos en ronda,
sentimos como vergüenza
de nuestras rodillas íntegras
y nuestras sienes sin mengua.

Cae el cuerpo de una madre  15
roto en hombros y en caderas;
cae en un lienzo vencido
y en unas tardas guedejas.

La oyen caer sus hijos
como la duna su arena;  20
en mil rayas soslayadas,
se va y se va por la puerta.

Y nadie para el estrago,
y están nuestras manos quietas,
mientras que bajan sus briznas  25
en un racimo de abejas.

Descienden abandonados
sus gestos que no sujeta,
y su brazo se relaja,
y su color no se acuerda.  30

¡Y pronto va a estar sin nombre
la madre que aquí se mienta,
y ya no le convendrán
perfil, ni casta, ni tierra!

Ayer no más era una  35
y se podía tenerla,
diciendo nombre verídico
a la madre verdadera.

De sien a pies, era única
como el compás o la estrella.  40
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Ahora ya es el reparto
entre dos devanaderas
y el juego de «toma y daca»
entre Miguel y la Tierra.

Entre orillas que se ofrecen,  45
vacila como las ebrias
y después sube tomada
de otro aire y otra ribera.

Se oye un duelo de orillas
por la madre que era nuestra:  50
una orilla que la toma
y otra que aún la jadea.

¡Llega al tendal dolorido
de sus hijos en la aldea,
el trance de su conflicto  55
como de un río en el delta!




ArribaAbajoConfesión




I

-Pende en la comisura de tu boca,
pende tu confesión, y yo la veo:
casi cae a mis manos.

Di tu confesión, hombre de pecado,
triste de pecado, sin paso alegre,  5
sin voz de álamos, lejano de los que amas,
por la culpa que no se rasga como el fruto.
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Tu madre es menos vieja
que la que te oye, y tú niño es tan tierno
que lo quemas como un helecho si se la dices.  10

Yo soy vieja como las piedras para oírte,
profunda como el musgo de cuarenta años,
para oírte;
con el rostro sin asombro y sin cólera,
cargado de piedad desde hace muchas vidas,  15
para oírte.

Dame los años que tú quieras darme,
y han de ser menos de los que yo tengo,
porque otros ya, también sobre esta arena,
me entregaron las cosas que no se oyen en vano,  20
y la piedad envejece como el llanto
y engruesa el corazón como el viento a la duna.

Di la confesión para irme con ella
y dejarte puro.
No volverás a ver a la que miras  25
ni oirás más la voz que te contesta;
pero serás ligero como antes
al bajar las pendientes y al subir las colinas,
y besarás de nuevo sin zozobra
y jugarás con tu hijo en unas peñas de oro.  30


II

Ahora tú echa yemas y vive
días nuevos y que te ayude el mar con yodos.
No cantes más canciones que supiste
y no mientes los pueblos ni los valles
que conocías, ni sus criaturas.  35
¡Vuelve a ser el delfín y el buen petrel
loco de mar y el barco empavesado!
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Pero siéntate un día
en otra duna, al sol, como me hallaste,
cuando tu hijo tenga ya treinta años,  40
y oye al otro que llega,
cargado como de alga el borde de la boca.
Pregúntale también con la cabeza baja,
y después no preguntes, sino escucha
tres días y tres noches.  45
¡Y recibe su culpa como ropas
cargadas de sudor y de vergüenza,
sobre tus dos rodillas!




ArribaAbajoJugadores



-«Jugamos nuestra vida
y bien se nos perdió.
Era robusta y ancha
como montaña al sol;

Y se parece al bosque  5
raído, y al dragón
cortado, y al mar seco,
y a ruta sin veedor.

La jugamos por nuestra,
como sangre y sudor,  10
y era para la dicha
y la Resurrección.

Otros jugaban dados,
otros colmado arcón;
nosotros, los frenéticos,  15
jugamos lo mejor.
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Fue más fuerte que vino
y que agua de turbión
ser en la mesa el dado
y ser el jugador.  20

Creímos en azares,
en el y en el no.
Jugábamos, jugando,
infierno, y salvación.

No nos guarden la cara,  25
la marcha ni la voz;
ni nos hagan fantasma
ni nos vuelvan canción.

Ni nombre ni semblante
guarden del jugador.  30
¡Volveremos tan nuevos
como ciervo y alción!

Si otra vez asomamos,
si hay segunda ración,
traer, no traeremos  35
cuerpo de jugador.»




ArribaAbajoLeñador



Quedó sobre las hierbas
el leñador cansado,
dormido en el aroma
del pino de su hachazo.
Tienen sus pies majadas  5
las hierbas que pasaron.
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Le canta el dorso de oro
y le sueñan las manos.
Veo su umbral de piedra,
su mujer y su campo.  10
Las cosas de su amor
caminan su costado;
las otras que no tuvo
le hacen como más casto,
y el soñoliento duerme  15
sin nombre, como un árbol.

El mediodía punza
lo mismo que venablo.
Con una rama fresca
la cara le repaso.  20
Se viene de él a mí
su día como un canto
y mi día le doy
como pino cortado.

Regresando, a la noche,  25
por lo ciego del llano,
oigo gritar mujeres
al hombre retardado;
y cae a mis espaldas
y tengo en cuatro dardos  30
nombre del que guardé
con mi sangre y mi hálito.




ArribaAbajoMujeres catalanas



-«Será que llama y llama vírgenes
la vieja mar epitalámica;
será que todas somos una
a quien llamaban Nausicaa.»
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«Que besamos mejor en dunas  5
que en los umbrales de las casas,
probando boca y dando boca
en almendras dulces y amargas.»

«Podadoras de los olivos,
y moledoras de almendrada,  10
descendemos de Montserrat
por abrazar la marejada...»




ArribaAbajoGracias en el mar

A Margot Arce



Por si nunca más yo vuelvo
de la santa mar amarga
y no alcanza polvo tuyo
a la puesta de mi casa,
en el mar de los regresos,  5
con la sal en la garganta,
voy cantándote al perderme:
-¡Gracias, gracias!

Por si ahora hay más silencio
en la entraña de tu casa,  10
y se vuelve, anocheciendo,
la diorita sin mirada,
de la joven mar te mando,
en cien olas verdes y altas,
Beatrices y Leonoras,  15
y Leonoras y Beatrices
a cantar sobre tu costa:
-¡Gracias, gracias!
—126→

Por si pones al comer
plato mío, miel, naranjas;  20
por si cantas para mí,
con la roja fe insensata;
por si mis espaldas ves
en el claro de las palmas,
para ti dejo en el mar:  25
-¡Gracias, gracias!

Por sí roban tu alegría
como casa transportada;
por si secan en tu rostro
el maná que es de tu raza,  30
para que en un hijo tuyo
vuelvas, en segunda albada,
digo vuelta hacia el Oeste:
-¡Gracias, gracias!

Por si no hay después encuentros  35
en ninguna Vía Láctea,
ni país donde devuelva
tu piedad de blanco llama,
en el hoyo que es sin párpado
ni pupila, de la nada,  40
oigas tú mis dobles gritos,
y te alumbren como lámparas
y te sigan como canes:
-¡Gracias, gracias!

Para tallarte  45
gruta de plata
o hacerte el puño
de la granada,
en donde duermas
profunda y alta,  50
y de la muerte seas librada,
mitad del mar yo canto:
-¡Gracias, gracias!
—127→

Para mandarte
oro en la ráfaga,  55
y hacer metal
mi bocanada,
y crearte ángeles
de una palabra,
canto vuelta al Oeste:  60
-¡Gracias, gracias!




ArribaAbajoVieja



Ciento veinte años tiene, ciento veinte,
y está más arrugada que la Tierra.
Tantas arrugas lleva que no lleva otra cosa
sino alforzas y alforzas como la pobre estera.

Tantas arrugas hace como la duna al viento,  5
y se está al viento que la empolva y pliega;
tantas arrugas muestra que le contamos sólo
sus escamas de pobre carpa eterna.

Se le olvidó la muerte inolvidable,
como un paisaje, un oficio, una lengua.  10
Y a la muerte también se le olvidó su cara,
porque se olvidan las caras sin cejas...

Arroz nuevo le llevan en las dulces mañanas;
fábulas de cuatro años al servirle le cuentan;
aliento de quince años al tocarla le ponen;  15
cabellos de veinte años al besarla le allegan.

Mas la misericordia que la salva es la mía.
Yo le regalaré mis horas muertas,
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y aquí me quedaré por la semana,
pegada a su mejilla y a su oreja.  20

Diciéndole la muerte lo mismo que una patria;
dándosela en la mano como una tabaquera;
contándole la muerte como se cuenta a Ulises,
hasta que la oiga y me la aprenda.

«La Muerte», le diré al alimentarla;  25
y «La Muerte», también, cuando la duerma;
«La Muerte», como el número y los números,
como una antífona y una secuencia.

Hasta que alargue su mano y la tome,
lúcida al fin en vez de soñolienta,  30
abra los ojos, la mire y la acepte
y despliegue la boca y se la beba.

Y que se doble lacia de obediencia
y llena de dulzura se disuelva,
con la ciudad fundada el año suyo  35
y el barco que lanzaron en su fiesta.

Y yo pueda sembrarla lealmente,
como se siembran maíz y lenteja,
donde a tiempo las otras se sembraron,
más dóciles, más prontas y más frescas.  40

El corazón aflojado soltando,
y la nuca poniendo en una arena,
las viejas que pudieron no morir:
Clara de Asís, Catalina y Teresa.




ArribaAbajoPoeta52

A Antonio Aita



-«En la luz del mundo
yo me he confundido.
Era pura danza
de peces benditos,
y jugué con todo  5
el azogue vivo.
Cuando la luz dejo,
quedan peces lívidos
y a la luz frenética
vuelvo enloquecido.»  10

«En la red que llaman
la noche, fui herido,
en nudos de Osas
y luceros vivos.
Yo le amaba el coso  15
de lanzas y brillos,
hasta que por red
me la he conocido
que pescaba presa
para los abismos.»  20

«En mi propia carne
también me he afligido.
Debajo del pecho
me daba un vagido.
Y partí mi cuerpo  25
como un enemigo,
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para recoger
entero el gemido.»

«En límite y límite
que toqué fui herido.  30
Los tomé por pájaros
del mar, blanquecinos.
Puntos cardinales
son cuatro delirios...
Los anchos alciones  35
no traigo cautivos
y el morado vértigo
fue lo recogido.»

«En los filos altos
del alma he vivido:  40
donde ella espejea
de luz y cuchillos,
en tremendo amor
y en salvaje ímpetu,
en grande esperanza  45
y en rasado hastío.
Y por las cimeras
del alma fui herido.»

«Y ahora me llega
del mar de mi olvido  50
ademán y seña
de mi Jesucristo,
que, como en la fábula,
el último vino,
y en redes ni cáñamos  55
ni lazos me ha herido.»

«Y me doy entero
al Dueño divino
que me lleva como
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un viento o un río,  60
y más que un abrazo
me lleva ceñido,
en una carrera
en que nos decimos
nada más que «¡Padre!»  65
y nada más que «¡Hijo!»




ArribaAbajoPalomas



En la azotea de mi siesta
y al mediodía que la agobia,
dan conchitas y dan arenas
las pisadas de las palomas...

La siesta blanca, la casa terca  5
y la enferma que abajo llora,
no oyen anises ni pespuntes
de estas pisadas de palomas.

Levanto el brazo con el trigo,
vieja madre consentidora,  10
y entonces canta y reverbera
mi cuerpo lleno de palomas.

Tres me sostengo todavía
y les oigo la lucha ronca,
hasta que vuelan aventadas  15
y me queda paloma sola...

No sé las voces que me llaman
ni la siesta que me sofoca:
¡Epifanía de mi falda,
Paloma, Paloma!  20





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ArribaAbajoRecados53

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ArribaAbajoRecado de nacimiento para Chile



Mi amigo me escribe: «Nos nació una niña».
La carta esponjada me llega
de aquel vagido; y yo la abro y pongo
el vagido caliente en mi cara.

Les nació una niña con los ojos suyos,  5
que son tan bellos cuando tiene dicha,
y tal vez con el cuello de la madre
que es parecido a cuello de vicuña.

Les nació de sorpresa una noche
como se abre la hoja del plátano.  10
No tenía pañales cortados
la madre, y rasgó el lienzo al dar su grito.

Y la chiquita se quedó una hora
con su piel de suspiro,
como el niño Jesús en la noche,  15
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lamida del Géminis, el León y el Cangrejo,
cubierta del Zodíaco de enero.

Se la pusieron a la madre al pecho
y ella se vio como recién nacida,
con una hora de vida y los ojos  20
pegados de cera...

Le decía al bultito los mismos primores
que María la de las vacas, y María la de las cabras:
-«Conejo cimarrón», «Suelta de talle»...54
y la niña gritaba pidiéndole  25
volver donde estuvo sin cuatro estaciones...

Cuando abrió los ojos,
la besaron los monstruos arribados:
la tía Rosa, la «china» Juana,
dobladas como los grandes quillayes  30
sobre la perdiz de dos horas.

Y volvió a llorar despertando vecinos,
noticiando al barrio,
importante como la Armada Británica,
sin querer aplacarse hasta que todos hubiesen sabido...  35
Le pusieron mi nombre,
para que coma salvajemente fruta,
quiebre hierbas donde repose
y mire el mundo tan familiarmente
como si ella lo hubiese creado, y por gracia...  40

Mas añadieron en aquel conjuro
que no tenga nunca mi suelta imprudencia,
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que no labre panales para osos
ni se ponga a azotar a los vientos...

Pienso ahora en las cosas pasadas,  45
en esa noche cuando ella nacía
allá en un claro de mi Cordillera.

Yo soñaba una higuera de Elqui
que manaba su leche en mi cara.
El paisaje era seco, las piedras,  50
mucha sed, y la siesta, una rabia.

Me he despertado y me ha dicho mi sueño:
-«Lindo Suceso camina a tu casa».

Ahora les escribo los encargos:
No me le opriman el pecho con faja.  55
Llévenla al campo verde de Aconcagua,
pues quiero hallármela bajo un aromo
en desorden de lanas, y como encontrada.

Guárdenle la cerilla del cabello,
porque debo peinarla la primera  60
y lamérsela como vieja loba.
Mézanla sin canto, con el puro ritmo
de las viejas estrellas.

Ojalá que hable tarde y que crezca poco;
como la manzanilla está bien.  65
Que la parturienta la deje
bajo la advocación de Marta o Teresa.
Marta hacía panes
para alimentar al Cristo hambreado
y Teresa gobernó sus monjas  70
como el viejo Favre sus avispas bravas...
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Yo creo volver para Pascua
en el tiempo de tunas55 fundidas
y cuando en vitrales arden los lagartos.
Tengo mucho frío en Lyon  75
y me abrigo nombrando el sol de Vicuña.

Me la dejarán unas noches
a dormir conmigo.
Ya no tengo aquellas pesadillas duras
y vuelta el armiño, me duermo tres meses.  80

Dormiré con mi cara tocando
su oreja pequeña,
y así le echaré soplo de Sibila.
(Kipling cuenta de alguna pantera
que dormía olfateando un granito  85
de mirra pegado en su pata...)56

Con su oreja pequeña en mi cara,
para que, si me muero, me sienta,
pues estoy tan sola
que se asombra de que haya mujer así sola  90
el cielo burlón,

y se para en tropel el Zodíaco
a mirar si es verdad o si es fábula
esta mujer que está sola y dormida.



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ArribaAbajoRecado a Lolita Arriaga, en México



Lolita Arriaga, de vejez divina,
Luisa Michel sin humo y barricada,
maestra parecida a pan y aceite
que no saben su nombre y su hermosura,
pero que son los «gozos de la Tierra»,  5

Maestra en tiempo rojo de vikingos,
así ambulante entre vivacs y rayos,
cargando la pollada de niños en la falda
y sorteando las líneas de fuego con las liebres.

Panadera en aldea sin pan, que tomó Villa,  10
porque no le lloraran los chiquitos, y en otra
aldea del azoro, partera a medianoche,
lavando al desnudito entre los silabarios.

O escapando en la noche del saqueo
y el pueblo ardiendo, vuelta salamandra,  15
con el recién nacido colgado de los dientes
y en el pecho terciadas las mujeres.

Providencia y perdón de tus violentos,
cuyas torvas azota Huitzilopochtli, el negro,
«porque todos son buenos, alanceados del diablo  20
que anda a zancadas a medianoche haciendo locos»...

Comadre de las cuatro preñadas estaciones,
que sabes mes de mangos, de mamey y de yucas,
mañas de raros árboles, trucos de injertos vírgenes;
floreal y frutal con la Cibeles madre.  25

Contadora de «casos» de iguanas y tortugas,
de bosques duros alanceados de faisanes,
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de ponientes partidos por cuernos de venados
y del árbol que suda el sudor de la muerte.

Vestida de tus fábulas como el jaguar de rosas,  30
cortándolas de ti por darlas a los otros
y tejiéndome a mí el ovillo del sueño
con tu viejo relato innumerable.

Bondad abrahámica de Lola Arriaga,
maestra del Señor enseñando en Anáhuac,  35
sustento de milagro que me dura en los huesos
y que afirma mis piernas en las siete caídas.

Encuentro tuyo en la tierra de México,
conversación feliz en el patio con hierba,
casa desahogada como tu corazón,  40
y escuela tuya y mía que es nuestro largo abrazo.

Madre mía sin sueño, velándome dormida
del Odio que llegaba hasta la puerta57
como el tigrillo, se hallaba tus ojos,
y se alejaba con carrera rota...  45

Los cuentos que en la Sierra a darme no alcanzaste
me los llevas a un ángulo del cielo,
¡En un rincón sin volteadura de alas,
dos atónitas viejas, las dos diciendo a México58
con unos ojos tiernos como las tiernas aguas  50
y con la eternidad del bocado de oro
sobre la lengua sin polvo del mundo!



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ArribaAbajoRecado para las Antillas




I

La isla celebra fiesta de la niña.
El Trópico es como Dios absoluto
y en esos soles se muere o se salva.

Anda el café como un alma vehemente;
en venas anda, de valle o montaña  5
y punza el sueño de niños oscuros:
hierve en el pan y sosiega en el agua.

De leño tiene su casa la niña
y llega el viento del mar a su cama;
llega en truhán con olor de plantíos  10
y entran en él toronjales y cañas.

La niña lee un poema de Blake
y de San Juan de la Cruz una estancia;
cuenta sus años y saltan los veinte
como polluelos que están en nidada...  15

Se los sabía y no los sabía;
en huevos de oro le colman la falda:
cuando pasea son veinte flamencos;
cuando conversa son veinte calandrias.

Ella se acuerda de Cuba y Castilla;  20
de adolescencias de ayer y de infancias.
Niña jugó bajo un árbol del pan
y amó de amor en las Córdobas blancas.

Cantan sus muros de fábulas locas;
cuando se duerme, más alto le cantan;  25
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toda canción que cantaron los hombres
ellos las tienen, las silban, las danzan;

Van por los muros en aves o víboras59;
cuando ella duerme a la cara le bajan60:
el Siboney y la india Guarina,  30
el Mar Sargasso y el Barco Fantasma.

La negra sirve un café subterráneo,
denso en el vértigo, casto en la nata.
Entra partida de su delantal,
de risa grande y bandeja de plata.  35

Yo, que no estoy, yo le digo que llegue61
tosca y divina como es una fábula,
y mientras bebe la niña su néctar,
la negra dice su ensalmo de magia.

Sale corriendo a encontrar sus amigas,  40
grita sus nombres de tierras cristianas.
Se llaman dulce, modoso o agudo:
Águeda, Juana, Clarisa, Esperanza.
Y entre ellas cruzan revoloteando
locas palomas pardi-jaspeadas.  45

Los mozos llegan a la hora de siesta,
son del color de la piña y el ámbar.
Cuando la miran la mientan «su sangre»,
cuando consiente, la dicen «la Patria.»

En medio de ellos parece la piña,  50
entre su mata ceñida de espadas.
En medio de ellas será flambuayana62,
fuego que el viento tajea en mil llamas.
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La aman diversa y nacida de ellos,
como los lagos se gozan sus garzas.  55
Y otra vez caen y vuelan sesgueando
palomas rojas y amoratadas.


II

Ahora duerme en cardumen de oro
del cielo tórrido, junto a las palmas,
adormecida en su Isla de fuego,  60
pura en su tierra y en su agua antillana.

Duerme su noche de aromas y duerme
sus mocedades que aún son infancias.
¡Duerme su patria que son tres Antillas63
y los destinos que están en su raza!  65




ArribaAbajoRecado a Rafaela Ortega, en Castilla



Sabiduría de Rafaela Ortega,
hallazgo en la vía,
copa de plata ganada en mi viaje.
Se me rompe tu cara
en los cien países cruzados,  5
y voy a juntarla
y a colgarla en el muro de todas mis casas.

En una comisura la paciencia,
la piedad en la otra, y al medio, la sonrisa;
gotas de aceite dorado que tiemblan,  10
las dos iguales como las cejas.
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Grueso cuerpo sin marchas y ademanes dormidos,
algodones candeales que se van y se vienen.
Modo de hablar de madeja de lapa,
tan suave, tanto, que engaña al rebelde,  15
porque es gobierno de cuanto la toca,
imperceptible y ceñido gobierno.

Si me lo enseña, volteo este mundo,
mudo los cerros y tuerzo los ríos
y hago que dancen muchachos y viejos  20
sin que ellos sepan que danzan sonámbulos...

Caminar suave que el aire no parte,
para hospitales con caras volteadas
y con oídos que son inefables;
o para playas con siestas de niños  25
hundidos como pollada en la duna.
Ella en un ruedo de lienzos volando
sin que su viento le grite en la cofia
ni le rezongue la guija a los pies...

Vino después de su tiempo. Ha dejado  30
por cortesía pasar a los otros,
que se llamaban Quiroga y Las Casas.
No llegó a América a darnos oficios
-viejos oficios en tierra doncella-
y yo por ella, perdí para siempre,  35
anchos telares cruzando mi cara,
el rollo de unos tapices vehementes
y el azureo muslín de una jarra.

Rojez de prisa, no se la miraron;
carrera loca, no le conocieron.  40
Una reina perdió su reino,
por no galopar rompiendo los céspedes
y llegar a día y hora de repartos.
—145→

Su único pecado yo se lo conozco:
se quedó sola; reza y borda sola,  45
sin nube de amor sobre su cabeza
y sin arrayán de amor a su espalda,
pecado en tremenda tierra de Castilla,
donde las aldeas de soledad gritan
a cielo absoluto y tierra absoluta...  50

Sabiduría de Rafaela Ortega,
tarde llegó a sazonarme la lengua.
¡Igual que la oveja lame la sal gema
para un corazón que va al matadero,
yo la he conocido de paso a la muerte,  55
y la dejo aquí contada y bendita!




ArribaAbajoRecado para la «residencia de Pedralbes», en Cataluña



La casa blanca de cien puertas
brilla como ascua a mediodía.
Me la topé como a la Gracia,
me saltó al cuello como niña.

La patria no me preguntaron,  5
la cara no me la sabían.
Me señalaron con la mano
lecho tendido, mesa tendida,
y la fiebre me conocieron
en la cabeza de ceniza.  10

La palma entra por las ventanas,
el pinar viene de las colinas,
el mar llega de todas partes,
regalándole Epifanía.
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La tierra es fuerte como Ulises,  15
el mar es fiel como Nausica.

Me miran blando las que miran;
blando hablan, recto caminan.
No pesa el techo a mis espaldas,
no cae el muro a las rodillas.  20
El umbral fresco como el agua
y cada sala como madrina;
la hora quieta, el muro fiel,
la loza blanca, la cama pía.
Y en silla dulce descansando  25
las Noemíes y las Marías.

De Cataluña es la aceituna
y el frenesí del malvasía,
de Mallorca son las naranjas;
de las Provenzas, el habla fina.  30
Unas manos que no se ven
traen el pan de gruesa miga
y esto pasa donde se acaba
Francia y es Francia todavía...

Los días son fieles y francos  35
y más prieta la noche fija.
Por los patios corre, en espejos
y en regatos, la mocería.
El silencio después se raya
de unos ángeles sin mejillas,  40
y en el lecho la medianoche,
como un guijarro, mi cuerpo afila.

Hacia años que no paraba,
y hacia más que no dormía.
Casas en valles y en mesetas  45
no se llamaron casas mías.
El sueño era como las fábulas,
—147→
la posada como el Escita;
mi sosiego la presa de agua
y mis gozos la dura mina.  50

Pulpa de sombra de la casa
tome mi máscara en carne viva,
La pasión mía me recuerden,
la espada64 mía me la sigan.
Pene en los largos corredores  55
un caminar de cierva herida,
y la oración, que es la Verónica,
tenga mi faz cuando la digan.

¡Volteo el ámbito que dejo,
miento el techo que me tenía,  60
marco escalera, beso puerta
y doy la cara a mi agonía!




ArribaAbajoRecado a Victoria Ocampo en la Argentina



Victoria, la costa a que me trajiste,
tiene dulces los pastos y salobre el viento,
el mar Atlántico como crin de potros
y los ganados como el mar Atlántico.
Y tu casa, Victoria, tiene alhucemas,  5
y verídicos tiene hierro y maderas,
conversación, lealtad y muros.

Albañil, plomero, vidriero,
midieron sin compases, midieron mirándote,
midieron, midieron...  10
Y la casa, que es tu vaina,
medio es tu madre, medio tu hija...
—148→
Industria te hicieron de paz y sueño;
puertas dieron para tu antojo;
umbral tendieron a tus pies...  15

Yo no sé si es mejor fruta que pan
y es el vino mejor que la leche en tu mesa.
Tú decidiste ser «la terrestre»,
y te sirve la Tierra de la mano a la mano,
con espiga y horno, cepa y lagar.  20

La casa y el jardín cruzan los niños;
ellos parten tus ojos yendo y viniendo;
sus siete nombres llenan tu boca,
los siete donaires sueltan tu risa
y te enredas con ellos en hierbas locas  25
o te caes con ellos pasando médanos.

Gracias por el sueño que me dio tu casa,
que fue de vellón de lana merino;
por cada copo de tu árbol de ceibo,
por la mañana en que oí las torcazas;  30
por tu ocurrencia de «fuente de pájaros»65,
por tanto verde en mis ojos heridos,
y bocanada de sal en mi aliento:
por tu paciencia para poetas
de los cuarenta puntos cardinales.  35

Te quiero porque eres vasca
y eres terca y apuntas lejos,
a lo que viene y aún no llega;
y porque te pareces a bultos naturales:
a maíz que rebosa la América  40
-rebosa mano, rebosa boca-,
—149→
y a la Pampa que es de su viento
al alma que es del Dios tremendo...

Te digo adiós y aquí te dejo,
como te hallé, sentada en dunas.  45
Te encargo tierras de la América,
¡a ti tan ceiba y tan flamenca66,
y tan andina y tan fluvial
y tan cascada cegadora
y tan relámpago de la Pampa!  50

Guarda libre a tu Argentina67
el viento, el cielo y las trojes;
libre la Cartilla, libre el rezo,
libre el canto, libre el llanto,
el pericón y la milonga,  55
libre el lazo y el galope
¡y el dolor y la dicha libres!
Por la Ley vieja de la Tierra;
por lo que es, por lo que ha sido,
por tu sangre y por la mía,  60
¡por Martín Fierro y el gran Cuyano68
y por Nuestro Señor Jesucristo!







  —151→  

ArribaAbajoNotas

  —153→  

ArribaAbajoRazón de este libro69

Alguna circunstancia me arranca siempre el libro que yo había dejado para las Calendas, por dejadez criolla. La primera vez el Maestro Onís y los profesores de español de Estados Unidos forzaron mi flojedad, y publicaron Desolación; ahora entrego Tala por no tener otra cosa que dar los niños españoles dispersados a los cuatro vientos.

Tomen ellos del pobre libro de mano de su Gabriela, que es una mestiza de vasco, y se lave Tala de su miseria esencial por este ademán de servir, de ser únicamente el criado de mi amor hacia la sangre inocente de España, que va y viene por la Península y por Europa entera.

Es mi mayor asombro, podría decir también que mi más aguda vergüenza, ver a mi América Española cruzada de brazos delante de la tragedia de los niños vascos. En la anchura física y en la generosidad natural de nuestro Continente, había lugar de sobra para haberlos recibido a todos, evitándoles los países de lengua imposible, los climas agrios y las razas extrañas. El océano esta vez no ha servido para nuestra caridad, y nuestras playas, acogedoras de las más dudosas emigraciones,   —154→   no han tenido un desembarcadero para los pies de los niños errantes de la desgraciada Vasconia. Los vascos y medio vascos de la América hemos aceptado el aventamiento de esas criaturas de nuestra sangre y hemos leído, sin que el corazón se nos arrebate, los relatos desgarrantes del regateo que hacían algunos países para recibir los barcos de fugitivos o de huérfanos. Es la primera vez en mi vida en que yo no entiendo a mi raza y en que su actitud moral me deja en un verdadero estupor.

La grande argentina que se llama Victoria Ocampo y que no es la descastada que suele decirse, regala enteramente la impresión de este libro hecho en su Editorial Sur, Dios se lo pague y los niños españoles conozcan su alto nombre.

En el caso de que la tragedia española continúe, yo confío en que mis compatriotas repetirán el gesto cristiano de Victoria Ocampo. Al cabo, Chile es el país más vasco entre los de América.

La «Residencia de Pedralbes», a la cual dediqué el último poema de Tala, alberga un grupo numeroso de niños, y a mí me conmueve saber que ellos viven cobijados por un techo que también me dio amparo en un invierno duro. Es imposible en este momento rastrear desde la América las rutas y los campamentos de aquellas criaturas desmigadas por el suelo europeo. Destino, pues, el producto de Tala a las instituciones catalanas que los han recogido dentro del territorio, de donde ojalá nunca hubiesen salido, a menos de venir a la América de su derecho natural. Dejo a cargo de Victoria Ocampo y de Palma Guillén la elección del asilo al cual se apliquen los pocos dineros recogidos.

Ruego que no despojen a los niños vascos las editoriales siguientes, que me han pirateado los derechos de autor de Desolación y de Ternura, invocando el nombre de esos huérfanos: la Editorial catalana Bauzá y la Editorial Claudio García, del Uruguay, son las autoras de aquella mala acción.



  —155→  

ArribaAbajoExcusa de unas notas

Alfonso Reyes creó entre nosotros el precedente de las notas de autor sobre su propio libro. Cargue él, sabio y bueno, con la responsabilidad de las que siguen.

Es justa y útil la novedad. Entre el derecho del crítico capaz -llamémosle Monsieur Sage- y el que usa el eterno Don Palurdo, para tratar de la pieza que cae a sus manos, cabe una lonja de derecho para que el autor diga alguna cosa. En especial el autor que es poeta y no puede dar sus razones entre la materia alucinada que es la poesía. Monsieur Sage dirá que a la pretensión; Don Palurdo dirá, naturalmente que no.

Una cauda de notas finales no da énfasis a un escrito, sea verso o prosa. Ayudar al lector no es protegerlo; sería cuanto más saltarle al paso, como el duende, y acompañarle unos trechos de camino, desapareciendo en seguida...

Lleva este libro algún pequeño rezago de Desolación. Y el libro que le siga -si alguno sigue- llevará también un rezago de Tala...

Así ocurre en mi valle de Elqui con la exprimidura de los racimos. Pulpas y pulpas quedan en las hendijas de los cestos. Las encuentran después los peones de la vendimia. Ya el vino se hizo y aquello se deja para el turno siguiente de los canastos...




ArribaAbajoDedicatoria

Tardo en pagar mis deudas. Pero en esta ausencia de doce años de mi México no tuve antes sosiego largo para juntar lo disperso y aventado.



  —156→  

ArribaAbajo«Muerte de mi madre»

Ella se me volvió una larga y sombría posada; se me hizo un país en que viví cinco o siete años, país amado a causa de la muerta, odioso a causa de la volteadura de mi alma en una larga crisis religiosa. No son ni buenos ni bellos los llamados «frutos del dolor» y a nadie se los deseo. De regreso de esta vida en la más prieta tiniebla, vuelvo a decir, como al final de Desolación, la alabanza de la alegría. El tremendo viaje acaba en la esperanza de las Locas Letanías y cuenta su remate a quienes se cuidan de mi alma y poco saben de mí desde que vivo errante.




ArribaAbajo«Nocturno de la consumación»

Cuantos trabajan con la expresión rimada, más aún con la cabalmente rimada, saben que la rima, que escasea al comienzo, a poco andar se viene sobre nosotros en una lluvia cerrada, entrometiéndose dentro del verso mismo, de tal manera que, en los poemas largos, ella se vuelve lo natural y no lo perseguido... En este momento, rechazar una rima interna llega a parecer... rebeldía artificiosa. Ahí he dejado varias de esas rimas internas y espontáneas. Rabie con ellas el de oído retórico, que el niño o Juan Pueblo, criaturas poéticas cabales, aceptan con gusto la infracción.




ArribaAbajo«Nocturno de la derrota»

No sólo en la escritura sino también en mi habla, dejo por complacencia, mucha expresión arcaica, sin poner más condición al arcaísmo que la de que esté vivo y sea llano. Muchos,   —157→   digo, y no todos los arcaísmos que me acuden y que sacrifico en obsequio de la persona anti-arcaica que va a leer. En América esta persona resulta siempre ser una capitalina. El campo americano -y en el campo yo me crié- sigue hablando su lengua nueva veteada de ellos. La ciudad, lectora de libros doctos, cree que un tal repertorio arranca en mí de los clásicos añejos, y la muy urbana se equivoca.




ArribaAbajo«Dos himnos»

Después de la trompa épica, más elefantina que metálica de nuestros románticos, que recogieron la gesticulación de los Quintana y los Gallegos, vino en nuestra generación una repugnancia exagerada hacia el himno largo y ancho, hacia el tono mayor. Llegaron las flautas y los carrizos, ya no sólo de maíz, sino de arroz y cebada... El tono menor fue el bienvenido, y dejó sus primores, entre los que se cuentan nuestras canciones más íntimas y acaso las más puras. Pero ya vamos tocando al fondo mísero de la joyería y de la creación en acónitos. Suele echarse de menos, cuando se mira a los monumentos indígenas o la Cordillera, una voz entera que tenga el valor de allegarse a esos materiales formidables.

Nuestro cumplimiento con la tierra de América ha comenzado por sus cogollos... Parece que tenemos contados todos los caracoles, colibríes y las orquídeas nuestros, y que siguen en vacancia cerros y soles, como quien dice la peana y el nimbo de la Walkiria terrestre que se llama América.

Lo mismo que cuando hice unas Rondas de niños y unas Canciones de Cuna, balbuceo el tema por vocear su presencia a los mozos, es decir, a los que vienen mejor dotados que nosotros y «con la estrella de la fortuna» a mitad de la frente. Puede que; como en el caso anterior, el que entendió la señal siga la ruta y alcance el logro. Yo sé muy bien que doy un puro balbuceo del asunto. Igual que otras veces, afronto el   —158→   ridículo con la sonrisa de la mujer rural cuando se le malogra el frutillar o el arrope en el fuego...

El que discuta la necesidad de hacer de tarde en tarde el himno en tono mayor, sepa a lo menos que vamos sintiendo un empalago de lo mínimo y de lo blando, del «mucílago de linaza...»

Si nuestro Rubén, después de la Marcha Triunfal (que es griega o romana) y del Canto a Roosevelt que es ya americano, hubiese querido dejar los Parises y los Madriles y venir a perderse en la naturaleza americana por unos largos años -era el caso de perderse a las buenas- ya no tendríamos estos temas en la cantera; estarían devastados y andarían entonando el alma del mocerío. Llega el escuadrón de mozos sin mucho gusto que digamos del «Aire Suave» o de la Marquesa Eulalia. Tiene razón: el aire del mundo se ha vuelto un puelche70 violento y el mar de jacintos se muda de pronto en él otro mar que los marinos llaman acarnerado.




ArribaAbajo«Saudade»

Suelo creer con Stefan George en un futuro préstamo de lengua a lengua latina. Por lo menos, en el de ciertas palabras, logro definitivo del genio de cada una de ellas, expresiones inconmovibles en su rango de palabras «verdaderas». Sin empacho encabezo una sección de este libro, rematado en el dulce suelo y el dulce aire portugueses, con esta palabra Saudade. Ya sé que dan por equivalente de ella la castellana «soledades». La sustitución vale para España; en América el sustantivo soledad no se aplica sino en su sentido inmediato, único que allá le conocemos.



  —159→  

ArribaAbajo«Beber»

Falta la rima final, para algunos oídos. En el mío, desatento y basto, la palabra esdrújula no da rima precisa ni vaga. El salto del esdrújulo deja en el aire su cabriola como una trampa que engaña al amador del sonsonete. Este amador, persona colectiva que fue millón, disminuye a ojos vistas, y bien se puede servirlo a medias, y también dejar de servirlo...




ArribaAbajo«Todas íbamos a ser reinas»

Esta imaginería tropical vivida en un valle caliente, aunque sea cordillerano, tenía su razón de ser. El hacendado don Adolfo Iribarren -Dios le dé bellas visiones en el cielo-, por una fantasía rara de hallar en hombre de sangre vasca, se había creado, en su casa de Montegrande, casi un parque medio botánico y zoológico. Allí me había yo de conocer el ciervo y la gacela, el pavo real, el faisán y muchos árboles exóticos, entre ellos el flamboyán de Puerto Rico, que él llamaba por su nombre verdadero de «árbol del fuego» y que de veras ardía en el florecer, no menos que la hoguera.

No bautizan con Ifigenia sino con Efigenia, en mis cerros de Elqui. A esto lo llaman disimilación los filólogos, y es operación que hace el pueblo, la mejor criatura verbal que Dios crió, quien avienta el vocablo de pronunciación forzada y pedante, por holgura de la lengua y agrado del oído.




ArribaAbajo«La sombra»

Ya otras veces ha sido (para algún místico), el cuerpo la sombra y el alma la «verdad verídica». Como aquí.



  —160→  

ArribaAbajo«Poeta»

La poesía entrecomillada pertenece al orden que podría llamarse La garganta prestada como «Jugadores». A alguno que rehuía en la conversación su confesión o su anécdota, se le cedió filialmente la garganta. Fue porque en la confidencia ajena corría la experiencia nuestra a grandes oleadas o fue sencillamente porque la confidencia patética iba a perderse como el vilano en el aire. Infiel es el aire al hombre que habla, y no quiere guardarle ni siquiera el hálito. Yo cumplo aquí, en vez del mal servidor...




ArribaAbajo«Albricias»

Albricia mía: En el juego de las Albricias que yo jugaba en mis niñeces del valle de Elqui, sea porque los chilenos nos evaporamos la s final, sea porque las albricias eran siempre cosa en singular -un objeto escondido que se buscaba- la palabra se volvía una especie de sustantivo colectivo. Tengo aún en el oído los gritos de las buscadoras y nunca más he dicho la preciosa palabra sino como la oí entonces a mis camaradas de juego.

La feliz criatura que inventó la expresión donosa y la soltó en el aire, vio el contenido de ella en pluralidad, como una especie de gajo de uvas o de puñado de algas, y en plural la dio, puesto que así la veía. El sentido de la palabra en la tierra mía es el de suerte, hallazgo o regalo. Yo corrí tras la albricia en mi valle de Elqui, gritándola y viéndola en unidad. Puedo corregir en mi seso y en mi lengua lo aprendido en las edades feas -adolescencia, juventud, madurez-, pero no puedo mudar de raíz las expresiones recibidas en la infancia. Aquí quedan, pues, esas albricias en singular...




Arriba«Recados»

Las cartas que van para muy lejos y que se escriben cada tres o cinco años, suelen aventar lo demasiado temporal -la semana, el año- y lo demasiado menudo -el natalicio, el año nuevo, el cambio de casa-. Y cuando, además, se las escribe sobre el rescoldo de una poesía, sintiendo todavía en el aire el revoloteo de un ritmo sólo a medias roto y algunas rimas de esas que llamé entrometidas, en tal caso, la carta se vuelve esta cosa juguetona, tirada aquí y allá por el verso y por la prosa que se la disputan.

Por otra parte, la persona nacional con quien se vivió (personas son siempre para mí los países) a cada rato se pone delante del destinatario y a trechos lo desplaza.   —161→   Un paisaje de huertos o de caña o de cafetal, tapa de un golpe la cara del amigo al que sonreíamos; un cerro suele cubrir la casa que estábamos mirando y por cuya puerta la carta va a entrar llevando su manojo de noticias.

Me ha pasado esto muchas veces. No doy por novedad tales caprichos o jugarretas: otros las han hecho y, con más pudor que yo, se las guardaron. Yo las dejo en los suburbios del libro, «fuora dei muri», como corresponde a su clase un poco plebeya o tercerona. Las incorporo por una razón atrabiliaria, es decir, por una loca razón, como son las razones de las mujeres: al cabo estos Recados llevan el tono más mío, el más frecuente, mi dejo rural en el que he vivido y en el que me voy a morir.