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Biografía de Concepción Gimeno de Flaquer

Eduardo del Valle





Si en todas ocasiones es difícil presentar al público los hechos culminantes de alguna persona que se haya distinguido en cualquier ramo del saber humano, ardua tarea es, sin duda, tener, no ya que detallar uno por uno, sino señalar siquiera, los incontables triunfos que ha logrado alcanzar con su raro talento y su vastísima instrucción, la más celebrada escritora, la más fecunda novelista y la más discreta pensadora que como precioso ornamento de las letras españolas ha venido del antiguo continente vertiendo en su carrera los deslumbradores destellos de su clarísima inteligencia. En efecto, cábenos hoy la inmerecida honra de presentar al público algunos rasgos biográficos de la distinguida dama, autora de ¿Culpa o expiación? y, aunque plumas más autorizadas que la nuestra, se han ocupado ya, tanto en España como en México, de biografiar a la reputada novelista autora de Madres de hombres celebres; nosotros, poseídos del respeto que inspiran el talento y la virtud, la laboriosidad y el amor a lo bello y a lo grande, vamos a intentar poner en relieve, o más bien dicho, a coleccionar en algunos renglones, los altos méritos de la erudita escritora señora doña Concepción Gimeno de Flaquer. ¡Ojalá que logremos realizarlo, rindiendo así merecido homenaje de admiración a la incansable propagandista de la más elevada de las doctrinas: la ilustración de la mujer!

La fértil ciudad de Alcañiz, de la provincia de Teruel (Aragón), sitio notable por sus espaciosas huertas y soberbios edificios y célebre por su importancia histórica, pues en ella se desarrollaron durante el siglo XII grandes sucesos políticos de los reinos de Aragón, Cataluña y Valencia, y en nuestros días (1874) sirvió de fortaleza inexpugnable contra el ejército carlista; Alcañiz, decimos, pintoresco lugar reclinado sobre alfombras de flores a la margen derecha del Guadalupe, fue en donde al finalizar el año de 1850 vio la primera luz la que algunos años después había de ser lustre y esplendor de las letras.

Fue tal su dedicación al estudio, que desde edad muy temprana brilló en los colegios de la ciudad de Zaragoza, en donde hizo sus primeros estudios; y era tan notable su facilidad en las réplicas, que las profesoras la elegían siempre para dar lucimiento a los exámenes. Ella, la niña de diez años, daba lectura al discurso de la directora, alcanzando verdaderos triunfos; porque, tierna aún, poseía ya el arte de leer con elegancia y estética, cualidad que más tarde dio motivo al erudito crítico español Leopoldo Augusto de Cueto para decir, que «Concepción Gimeno lee como Ventura de la Vega, que es el mejor lector que ha tenido España».

Adolescente aún, y cuando había terminado ya su educación en Madrid, hizo su entrada en los círculos literarios, poniéndose en comunicación, con los escritores más distinguidos, quienes admirando sus raras dotes y comprendiendo el brillante porvenir que estaba reservado a tan notable precocidad, impulsaron su natural inclinación, haciendo que continuara escribiendo para el público.

El Argos, acreditado periódico político y literario de Madrid, fue el que dio a luz los primeros artículos de la adolescente escritora, cuya firma alternaba con las muy reputadas de Castro y Serrano, Selgas, Alarcón, Fernández Duro, Grilo y otros escritores no menos eminentes. Poco apoco aquella joven tan inteligente como laboriosa, se fue formando, con sus juiciosos escritos, esa atmósfera de luz que rodea a los que sobresalen de los demás, quedando asegurada la nombradía de Concepción Gimeno como escritora de primer rango.

Empero, aquella fantasía llena de exuberancia, aquel pensamiento tan privilegiado, aquella riqueza de imaginación, no podían contenerse en los estrechos límites de las columnas de un periódico; necesitaban, como el mar, extenderse sin conocer diques ni barreras: como el viento, atravesar libremente las distancias, y como el águila, trasponer los horizontes y perderse en las regiones etéreas. Arrebatada por ese torbellino de ideas que impulsa a todo ser pensador: ambicionando abarcar mayor espacio, Concepción Gimeno escribió su primera novela Victorina, que merecidamente le dio el renombre de novelista.

A esa preciosa obra siguieron otras no menos interesantes, entre ellas La mujer española, El doctor alemán, La mujer juzgada por una mujer, etc., etc., con las cuales acabó de asegurar su renombre la ilustre dama de quien tenemos la honra de ocuparnos.

Así, entregada por completo al cultivo de las bellas letras, trascurría la existencia de Concepción Gimeno, cuando en julio de 1879, a los diez y ocho años y medio de edad, se unió en matrimonio en Madrid, con el ilustrado periodista catalán don Francisco de Paula Flaquer. Mas no por esto cesó en sus labores literarias aquella privilegiada inteligencia. Sus luminosos escritos se sucedían incesantemente, y enriquecida la ilustración de la joven escritora con el conocimiento que dan los viajes, pues en su nuevo estado recorrió los reinos de España, Francia y Portugal, aumentó el caudal de sus producciones con innumerables artículos y algunas novelas, hasta que decidió venir al continente americano.

Las blandas brisas de la primavera del año de 1883 hicieron arribar a nuestras playas a la elegante escritora, que acompañada de su esposo venía a inspirarse en la privilegiada naturaleza del suelo americano. El solo nombre de la celebrada literata, autora de La mujer española, de La mujer juzgada por una mujer, de Victorina, y de otras varias obras de no menos fama, fue bastante para que los mejores círculos de nuestra sociedad anhelaran comunicarse con tan ameritada escritora; y como aparte de su exterior hermoso y delicado, tiene el atractivo del talento; como en su mirada dulcísima de ángel irradian los fulgores del genio; como con su palabra suave y persuasiva, convence a la vez que deleita, no tardó en captarse la voluntad de cuantos la trataron. De aquí el que, en las reuniones más aristocráticas, en los centros literarios, en los paseos mejor concurridos, en todas partes, se levantara un murmullo de admiración y simpatía al aparecer la joven de blonda cabellera y de esbelta figura que acababa de hacer su entrada en nuestra sociedad. De aquí el que la viajera distinguida se viera agasajada por sus admiradores con delicados presentes, con artículos encomiásticos y con poesías hechas en loor suyo. De aquí también el que se buscaran con avidez los periódicos en que aparecían trabajos debidos a la galana pluma de la escritora a la moda.

Los periódicos más importantes fueron los favorecidos por la aplaudida cantora de la mujer, que cosechaba nuevos laureles con sus escritos, los cuales reunían a un lenguaje delicado y correcto la noble tendencia de enaltecer a la mujer.

Pero el ideal de Concepción, su sueño dorado, era fundar una publicación dedicada exclusivamente al sexo hermoso, aunque para realizar esa idea fuera preciso, como lo es entre nosotros la fundación de un periódico literario, vencer numerosas dificultades. Es verdad que la creadora de esa idea contaba con la fe inquebrantable que le daba lo elevado de su misión, con la simpatía general que con sus obras habíase conquistado, y con la suma actividad y los conocimientos en el periodismo de aquel con quien ha compartido su vida, de su esposo. Con semejantes elementos no era imposible, como no lo fue para la ilustrada dama española, establecer el más elegante, el más aristocrático y el más ameno semanario ilustrado que ha habido en la República, y cuya existencia abarca ya muy cerca de siete años. Efectivamente, el 8 de septiembre de 1883 apareció, salido de las magníficas prensas de la tipografía de Díaz de León, el primor número de El Álbum de la Mujer ostentando en la portada el retrato de la egregia poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, y dirigiendo su fundadora un saludo a las damas de México, en el que campean conceptos tan elevados y tiernos como estos:

El objetivo de mi vida es cantar vuestros méritos y virtudes, es hacer conocer vuestras facultades intelectuales, es referir vuestros múltiples heroísmos, es colocar vuestra hermosa figura sobre el más elevado pedestal.



La mujer mexicana no tiene altares donde se rinda culto a la vanidad, y si los tuviera, yo no quemaría incienso en ellos, porque el incienso quemado en aras de la vanidad, es venenoso.



¿Cómo no afianzar el crédito ya alcanzado, si descansaba los cimientos de sus futuros trabajos de una manera tan sólida? ¿Cómo no acabar de adquirir aura, si demostraba tan tierno amor al sexo hermoso? ¿Qué podía tener de raro que al inaugurar sus tareas periodísticas tan galana escritora, acudieran a ella, para prestarle ayuda los más notables de nuestros literatos y los más inspirados de nuestros poetas? En breve El Álbum de la Mujer fue más que un periódico, un ramillete de lozanas y fragantes flores que servía de ornamento los domingos lo mismo al estudio del artista que al gabinete de la gentil doncella enamorada. Pronto las caracterizadas firmas de Juan de Dios Peza, José Peón Contreras, Manuel Gutiérrez Nájera, Alfredo Chavero, Manuel Domínguez, Agustín Lazo, Javier Santamaría, José T. Cuéllar, Guillermo Prieto, Ramón Rodríguez Rivera, Luis G. Rubín, Jesús Cuevas, etc., es decir, la flor y nata de la literatura nacional, aparecieron al calce de artículos y poesías, escritos expresamente para El Álbum, o inéditos cuando menos. Así, presentando ilustraciones referentes al país y tratando de asuntos locales, El Álbum de la Mujer fue cobrando vida y vigor con beneplácito del público que lo ha sostenido durante el dilatado período de más de seis años que cuenta de existencia. Veamos de dónde proviene esa protección verdaderamente rara entre nosotros. El sostenimiento de una ilustración literaria es punto menos que imposible en México, debido al corto número de lectores de ese género y a la falta de elementos litográficos y de grabado. Escasos son aquí los artistas que se dedican a las ilustraciones, porque escaso es también ese trabajo, y si a eso se agrega que la litografía, aparte de ser costosa, no ha llegado en la República a su mayor grado de perfección, resulta que los empresarios de esa clase de publicaciones casi nunca logran alcanzar el éxito deseado. Ahora bien, la señora directora de El Álbum de la Mujer ha podido realizar ese imposible, merced a innumerables esfuerzos, a prolijos afanes y a no pocos sacrificios. ¿Qué extraño es, pues, que el público corone con el éxito los desvelos de la escritora que, con un temple de alma superior, con una asiduidad extraordinaria y con un empeño sin límites acomete y sostiene con estricta regularidad una empresa de muy difícil realización? Todavía hay más: El Álbum de la Mujer, que circula no solo en las naciones de América, sino en algunas de Europa, es el trasunto fiel de nuestras costumbres, el cronista de nuestra vida social y el enaltecedor de nuestras glorias. Véase si no el número de ese semanario correspondiente a la fecha en que se inaugura un monumento nacional, en que se verifica una fiesta aristocrática o en que se celebra el aniversario de un triunfo de la patria, y se encontrarán ilustraciones y artículos alusivos que presentan los hechos con precisión y exactitud. Y llega la predilección de la ilustrada directora de El Álbum por todo lo que se refiere a México hasta tal punto, que no perdona vez de relatar detalladamente cualquier asunto importante de actualidad, ya sea celebrando en cariñosos y elegantes conceptos el lucido examen profesional de la primera doctora mexicana, ya lamentando en sentido artículo necrológico la irreparable pérdida de algún patricio.

Tiene otra cualidad muy relevante la señora Gimeno de Flaquer. Amante del suelo que tan hospitalario es para ella, no se circunscribe a ser partícipe de sus alegrías y de sus penas: estudia con detenimiento y cariño cuanto se refiere a México; lo mismo la historia antigua que la contemporánea, no siendo una rareza, el encontrarla en su estudio, ora devorando las páginas de un libro que se refiere a épocas anteriores a la conquista, ora clasificando tipos de la raza tolteca, zapoteca o maya; porque hay que tener en cuenta que Concepción tiene un pequeño museo arqueológico azteca que le sirve para sus estudios de historia antigua. ¡Cuántas veces la hemos visto llena de afán y de interés pendiente de los labios de alguien que relata un episodio nacional! ¡cuántas otras identificarse con la felicidad o el infortunio de uno de nuestros artistas, de nuestros héroes o de nuestros sabios! Y todo para consagrar un artículo en su periódico al asunto de que se trate, enriqueciendo así el caudal de escritos sobre México que contiene su interesante semanario; porque si la inspirada novelista tiene este culto: la mujer, también abriga en su pecho esta pasión intensa: el amor a su periódico.

Consagrado el Álbum de la Mujer, como revista hispanoamericana, a difundir las producciones más notables de España y de América, ha engalanado muchas veces sus columnas con verdaderas joyas literarias debidas a personas notables de los dos continentes. Por eso a menudo alternan con los nombres de Valera, Menéndez Pelayo, Zorrilla, Joaquina Calmaseda, Emilia Pardo de Bazán, Josefa Pujol de Collado, Grilo, Salvany, etc., etc., los de Martín de la Guardia, Obligado, Bertis, Palma, Rafael Núñez, Fernando Cruz, Isaacs, Castañeda, Martí, Triay, Fernández Montalvo y tantos y tantos otros, que son estrellas de primera magnitud en la literatura americana. Así, extendido el Álbum de la Mujer en el vasto suelo de la América española, y ocupándose de todas y cada una de las naciones que la forman, es muy natural que la directora de ese periódico sea admirada por donde quiera, y que su nombre se pronuncie con cariño por todos los que hablan español.

Hasta aquí sus trabajos como directora del Álbum, trabajos que, como se ve, son bastantes por sí solos para cimentar un periódico de la índole del que nos ocupamos. Ahora, si a este empeño, si a esta asiduidad, si a este tacto exquisito para la elección y la variedad, se agrega el inmenso caudal que de cosecha propia pone en su semanario la señora Gimeno de Flaquer; si además de los escritos de los más notables literatos y poetas de Europa y América, contiene el Álbum de la Mujer, casi en todos sus números, juiciosos artículos e interesantes novelas debidos a la pluma maestra de su directora, se comprenderá sin esfuerzo por qué ha alcanzado tan larga vida una publicación que es, sin disputa, la más acreditada de cuantas en su género existen en América.

Hemos considerado a la ilustre escritora desde el punto de vista en que más se ha distinguido en América, como sostenedora de un periódico de literatura, empresa que, ya lo dijimos, es casi imposible realizarla en México. Además, durante su permanencia entre nosotros ha escrito y publicado importantes novelas que reúnen a la pureza del idioma y a la elevación de pensamientos, el fin moral que entrañan todas las obras de tan culta novelista: colocar a la mujer en el elevado puesto que le corresponde por sus relevantes méritos.

La presente novela ¿Culpa o expiación? escrita bajo nuestro cielo y dedicada tan cariñosamente a México, es una de las más ricas joyas literarias en su género, afiligranada por el exquisito gusto de su inspirada autora. Todo lo que pudiéramos decir acerca de tan notable obra, sería pálido comparado con su alto mérito. La mejor recomendación que podemos hacer de esta novela es copiar los bellísimos endecasílabos que inspiró su heroína Margarita al más delicado de los poetas venezolanos, Heraclio Martín de la Guardia. Dicen así:




Margarita


Heroína de la preciosa novela realista de
Concepción Gimeno de Flaquer



    ¿Eres vana ficción que el genio crea
por el cincel del arte embellecida,
perfección de la forma y de la idea
y a la que presta el sentimiento vida?...

    Yo siento que con fuerza en ti palpita
el corazón, y que al calor del alma,
de un alma de mujer, tu ser se agita
en fiebre ardiente o sonadora calma.

    Y pienso al verte, desdeñosa o tierna,
caprichosa en la gracia y la hermosura,
si eres del ideal la forma externa
con que sueña el amor y la ventura.

    Todo es en ti real: donaire y galas
de tu edad juvenil y tus desdenes,
hasta el amor que te elevo en sus alas
y con sus llamas coronó tus sienes.

   ¡Si fueras ilusión, al arte quiso
ceder su hábil primor naturaleza,
que eres Eva al dejar el paraíso,
conjunto y variedad de la belleza!

    Cantan en ti las notas fugitivas
del ruiseñor, la alondra y la paloma,
y por gala te dan, a ti cautivas,
la luz su iris y la flor su aroma.

    ¿Quién hallar más feliz que Prometeo
pudo el fuego divino, y el problema
así alcanzar que fatigó al deseo,
sin que las iras de los cielos tema?...

   Que no eres tú la estatua hermosa y fría
que un nuevo Fidias con amor cincela,
ni imagen que forjó la fantasía
y en los celajes por el éter vuela.

   ¡Hablan de dicha o de pesar tus ojos,
circula por tus venas sangre ardiente,
se oye el suspiro de tus labios rojos
y el beso del dolor se ve en tu frente!

    Al ascender hacia el cénit tu estrella,
Brindándote el placer horas felices,
la realidad, tan varia como bella,
te dio su colorido y sus matices.

    Y luego ¡qué ansiedad y qué hondo duelo!
¡Cómo perdida en medio al laberinto
de tu loca pasión, clamas al cielo,
luchando la razón con el instinto!

    ¡Cómo abnegada en el combate rudo
tu voluntad resiste y se defiende!
Hace el deber de la virtud escudo
y el imposible de olvidar pretende!

    ¡Yo al verte así sufrir te amo y admiro,
te sigo ansioso con creciente angustia,
y al ver tu triunfo con dolor suspiro,
pues pálida de amor te inclinas mustia!

   ¿Por qué turbar como deber tu calma?
¿Y cuál la culpa para tal tormento?
¿Cómo obligar a que despierte el alma,
si no la ha despertado el sentimiento?

   ¿Redención o castigo la corona
fue que ceñiste en tu pasión sublime?...
El corazón que ha amado te perdona
el llanto que has vertido te redime.



Quien halague su espíritu leyendo la preciosa novela ¿Culpa o expiación?, encontrará ajustados los sonoros versos de Martín de la Guardia a las cualidades morales de Margarita. En idea breve y en forma galana están encerrados el sufrimiento, la grandeza de alma y la ejemplar abnegación que hacen de la heroína de la obra una sublime mártir.

Nuestra sociedad, que siempre tiene en alta estima la virtud y el talento, ha dado a Concepción repetidas muestras de su sincero cariño. Brillante cuanto merecida fue la ovación que en febrero de 1884, es decir, algunos meses después de su arribo, le hicieron los más renombrados literatos y poetas en una elegante corona por iniciativa de varios periodistas. Coleccionados también en esa corona los pensamientos dedicados a la distinguida dama por notabilidades europeas, se ven allí alternando los nombres de Vicente Riva Palacio y Manuel J. Othón, con los de Victor Hugo y Emilio Castelar. No podemos ceder al deseo de reproducir aquí la brillante composición que insertó en esa corona el más inspirado y popular de nuestros poetas, el tierno cantor del hogar, el laureado vate Juan de Dios Peza. He aquí su preciosa poesía:




Ante un retrato de Concepción Gimeno de Flaquer


   Ya tengo tu retrato en la «Corona»
que iniciaron aquí Bertier y Mata,
pero en ese retrato se retrata
tu nombre nada más, no tu persona.

   Eres tan juvenil, tan sonriente,
miran tus claros ojos de tal modo,
que nunca imita el arte fácilmente
rostros que en la expresión lo tienen todo.

   O el lápiz ha corrido muy de prisa
o el arte para ti, no puede nada;
¿Cuándo ha muerto en tu boca la sonrisa?
¿Cuándo ha muerto en tus ojos la mirada?

    Si están mudos tus ojos y tu boca,
si fue el artista al dibujarte ingrato,
a mí tu admirador, a mí me toca
poner la fe de erratas al retrato.

   La frente en el papel sin transparencia
velada hasta las cejas por el pelo,
dice en su original: inteligencia,
sobre unos ojos de color de cielo.

   Y esos ojos aquí fijos y duros
que nada quieren ver ni nada inspiran,
son dos astros de luz, tiernos y puros,
que hablan en dulce idioma cuando miran.

   Esta boca sin arte dibujada,
es de gracias riquísimo tesoro,
roja como la flor de la granada.
Perlas sus dientes, sus palabras oro.

    Todo el contorno en el papel tan vago
es en la realidad perfecto y bello,
parecen ondas de apacible lago
las curvas escultóricas del cuello.

    Aquí no están tus gracias, no te asombre;
lo mejor ha faltado a tu corona;
al pie de una mujer está tu nombre:
¿Quién será sin tu nombre esta persona?

   Aquí no están tus gracias, no te asombre;
lo mejor ha faltado a tu corona;
al pie de una mujer está tu nombre:
¿Quién será sin tu nombre esta persona?

   ¡Oh lápiz sin verdad! ¡Oh pluma ingrata!
¿Cuándo tu augusta majestad recobras?
¿Quién es, Concha, el audaz que te retrata?
¡Tu retrato mejor vive en tus obras!



No solo en México sino en todo el territorio de la América, española se rinde culto a la fecunda novelista. Véanse los numerosos artículos y poesías que desde Guatemala hasta la República Argentina le son dedicados incesantemente; véase cómo circula El Álbum de la Mujer en todas las ciudades en donde se habla el rico idioma de Cervantes.

En La Habana también, en ese sitio encantador en que todo es sentimiento y poesía; en donde la naturaleza predispone a amar lo bello y lo grande, fue, no digamos enaltecida, sino deificada la gentil dama en su visita a aquel puerto al comenzar el año de 1887. Los breves días que permaneció en la capital de la isla fueron una cadena no interrumpida de demostraciones de admiración y simpatía. Los centros del saber y de las artes trabajaron de consuno en tributar todo género de homenajes a huéspeda tan distinguida. Las columnas de los periódicos la saludaron a porfía con frases tan galantes como justas. Reuniéronse varias sociedades para festejar la permanencia de la ilustre viajera, descollando entre todas, la fiesta que en honor suyo dio el «Centro Catalán», inaugurando con una velada literaria y un concierto su nuevo y elegante local de la calzada del Monte. Superfluo sería decir cómo se llevó a cabo tan fastuosa solemnidad, porque oportunamente lo refirieron los periódicos de La Habana y los de México. Consignaremos solamente que en ese acto fueron premiados los relevantes méritos de la cantora de la mujer con una corona de oro que le fue presentada en conmovedor discurso por el doctor Jover a nombre del «Centro Catalán» y de la «Colla de Sant Mus», terminando la velada con la lectura de las siguientes quintillas del celebrado poeta José E. Triay, que fueron muy aplaudidas:



    Bien vengas a las riberas
que baña el manso Almendar
y sombrean las palmeras;
que, si auras de gloria esperas,
aquí las vas o encontrar.

    Cantora de la mujer
que con tu genio enalteces,
de tu talento al poder
te venimos a ofrecer
el tributo que mereces.

    La belleza y el talento
se han adunado en tu ser,
y es tu mayor valimiento
el hermoso monumento
que has alzado a la mujer.

    Tú rasgaste de la historia
las páginas inmortales
que eternizan su memoria:
por ti, en su templo la Gloria
le ha erigido pedestales.

    Tú su genio y sus pasiones,
sus nobles ansias, su anhelo,
sus múltiples impresiones,
la fe de sus corazones,
llevaste radiante al cielo.

    Por eso vengo a rendir
pleito-homenaje a tus plantas;
que me has hecho revivir,
y por ti llegué a sentir
tantas emociones, ¡tantas!

    Es la mujer bella flor
que en el jardín de la vida
embriaga con su olor:
perla en la concha escondida,
fuente de paz y de amor.

   Quien la sepa enaltecer,
quien reviva su memoria,
quien aumente su poder,
realza su propio ser,
aumenta su misma gloria.

   Por esa senda marchando,
fuisteis al mundo asombrando,
sus proezas refiriendo;
él, tus voces escuchando,
tú, mil coronas tejiendo.

    Y al llegar a las riberas
que baña el manso Almendar
y sombrean las palmeras,
si lauros de gloria esperas
aquí los has de encontrar.

   Yo, con profunda emoción,
que tu valer propio abona,
te traigo en esta canción
una modesta corona
que tejió la admiración.



Tales son en compendio los triunfos que ha sabido alcanzar con su talento, virtudes y decidido empeño por las letras la eminente escritora de quien tenemos la honra de ocuparnos. Bosquejada, aunque imperfectamente, la fisonomía moral de la mujer pensadora, de la cultivadora de las bellas ideas y de la artista, hacemos adrede abstención de sus méritos de dama, porque preferimos terminar nuestro trabajo cediendo la palabra al distinguido escritor español Juan Tomás Salvany, quien biografiando a la «cantora de la mujer» hace el siguiente fidelísimo retrato de ella:

Imaginad una figura femenina con la delicadeza de una flor, con la flexibilidad de un junco y la distinción inglesa de una lady; imaginaos todavía una mano breve y nacarada, un rostro dulce y correcto al par de su estilo, una frente serena y despejada, una mirada inteligente, y como inteligente tierna, y como tierna seductora; una cabellera de unas hebras de un color rubio apagado que recuerdan la palidez de los rayos solares al filtrarse con dificultad por el espeso ramaje de una selva enmarañada; fingíos, finalmente, un acento melodioso con algo de las notas del órgano, de las vibraciones de un teclado o del susurro de la brisa acariciando las dormidas olas; fingíos todo esto, y con los ojos de la imaginación, con el oído penetrante del espíritu, habréis visto y escuchado a Concepción.



Así exactamente es la hermosura corpórea de aquella privilegiada inteligencia. No parece sino que la naturaleza en su sabiduría quiso derramar sus dones en el exterior de su elegida, como un destello del elevadísimo espíritu con que le plugo dotarla.

Hemos terminado. Débil nuestro artículo, servirá apenas como acopio de datos biográficos de la eminente escritora, que es no solamente conocida sino justamente celebrada en todos los círculos literarios. Nosotros, que a honra tenemos el contarnos en el número de sus admiradores, nos sentimos llenos de satisfacción al presentarle nuestro cumplido homenaje de respeto; porque nada es más halagador que rendir merecido culto a la virtud y al talento.

México, 1889.





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