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Daniel

Álvaro Ruiz de la Peña





Otra vez está aquí Daniel Moyano. Hace dos años, alguien tuvo la feliz ocurrencia de encargarle que hiciera un «taller literario» para gente joven (aunque la edad no sea un requisito), para que la gente joven aprendiera a hacer literatura, aprendiera a jugar con las palabras, a lanzarlas arriba y abajo y a hacerles una pequeña cuna en el folio, para que vieran el mundo desde su inteligente ingenuidad.

Daniel es, además de un extraordinario escritor, un personaje. A primera vista puedes confundirlo con un obrero en paro, uno de esos hombres que parecen pedir perdón por existir; camina sin prisa, con una carencia de afectación que hoy sólo es posible detectar en los suburbios europeos o en la altiplanicie andina. Con todo el peso de los siglos y del sincretismo cultural que éstos han ido modelando. Y así como lo mira todo con avidez y talento, cualquier escudriñador avezado distingue en él ese toque especial e indefinible que nos fascina en la gente, ese signo que delata, en aquél al que miramos, a otro mirador excepcional.

Porque la mirada lo es todo para el contador de historias. La mirada y el oído, claro.

Por eso Daniel fue músico antes que escritor; primer viola en la orquesta de la Rioja argentina, luego periodista y reportero para contar vidas y paisajes de perdedores, allá en los desérticos llanos por los que deambuló, montado en un caballo blanco, el caudillo asturiano Chacho Peñaloza.

Para Oviedo es un verdadero lujo que alguien como Daniel Moyano pise sus calles. Y es una suerte que los jóvenes universitarios -y los que no lo son- se empapen de la vieja sabiduría de este prodigioso conversador, saboreen el gusto por la escritura y aprendan el mágico oficio de las palabras, iniciándose en las técnicas del soneto, del verso libre o del relato de aventuras.

Yo creo que en este año tremendo del 92, Oviedo tiene el mejor nexo de unión con la América hispana, con esa enorme provincia multirracial que todo lo soporta en solitario. La América española más digna, más civil, culta y, en el noble sentido, liberal, pasea hoy por nuestras calles y travesías sobre los hombros algo desgastados de Daniel Moyano.

Quiera Dios, y a su derecha el espíritu dulce de Martín Fierro, que veamos a Daniel todos los años. Sin prisas, sin halagos, sin retóricas...





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