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Cuatro tesis de mayo

Enrique Falcón


Este texto empezó a escribirse tras una intervención pública en Estados Unidos (Hispanic Lecture Series, University of North Florida, abril de 2004), tomó cuerpo el 1.º de mayo en Valencia, se contrastó en Alicante (Jornadas de Literatura Comparada «El imaginario creativo del siglo XXI», del 4 de mayo) y se compartió finalmente durante una lectura pública en la ciudad de La Laguna (Tenerife, 21 de mayo de 2004).

Una poética para 150.000.000: desordenar la vida (en la intemperie compartida del mundo), hacer visible lo ninguneado y apurar el tiempo de las acogidas : acompañar tantas opciones –personales, colectivamente organizadas, removiéndose en red– por la resistencia : bajar al temblor de dentro en el encuentro con los otros : renombrar el mundo allí donde la herida, allí donde estalle la vida que resiste : incluir la distorsión de la lengua en un proyecto de escritura que ponga en conflicto nuestras relaciones simbólicas y políticas con el reino de los asesinos, el de –también– los usurpadores del lenguaje : reconocer insuficiente la viabilidad de la protesta a partir de sólo los contenidos : y (contra todo descanso) : pronunciar «nosotros» –para el cautiverio y la esperanza– en una lengua que no sea la materna.





Las lógicas del etiquetado parecen funcionar tanto en las operaciones del mercado de bienes y servicios como en las de lo literario. No voy tanto a meterme ahora con todo esto como en recordar apenas la cantidad de etiquetas que durante este tiempo se han ido costrando en mi pobre poesía –la viejita y la canalla– y en cuyo mercadeo de términos confieso que también yo he caído en alguna que otra ocasión.

Hace un par de semanas una persona de la comunidad hispana de Jacksonville, en EEUU, me llamaba «poeta antiglobalización» tras haber escuchado por primera vez mis versos. En agosto del 99 y para cierta antología, Manuel Rico acuñó –creo que por primera vez– el término de poesía «de la conciencia crítica» (y «de insurrección del lenguaje», además) al aplicarlo a mi trabajo y al de un compañero canalla en tantas lides. Un año antes fui uno de los llamados «poetas feroces» que Correyero incluyó en su antología «de poesía radical, marginal y heterodoxa». Y a los cinco años ya me convirtieron la escritura en «poesía de la resistencia». Lo de «poesía social» me lo he tenido que oír más de quince veces, y otras tantas su eterna e insistente actualización de «nueva poesía social». Y el colmo se lo lleva Luis Antonio de Villena, que en el prólogo a su Lógica de Orfeo nos adscribe a unos cuantos a una supuesta «neopoesía social» en lo que me imagino debió de ser un gracioso error de imprenta.

Reconozco que en ninguna de estas etiquetas (sólo son eso, y no debería darles más importancia de la que en poco tendrán) ni me siento a gusto ni siquiera a mis anchas. Y en las pocas veces pocas que releo mis poemas me pasa en enteros hasta casi lo mismo. Por «poesía de la conciencia» ya se entiende otra cosa mucho más restrictiva aunque muy necesaria (pero no es tanto conciencia lo que necesitamos, como esperanza). No acabo de entender qué poesía no es de verdad «social», independientemente del proceso de politización con que quiera recibirse. Lo de «poeta feroz» me viene más que a ropa grande, y eso bien lo saben quienes bien me conocen. Lo que sea «resistencia» o «radical», poco lo veo en la literatura de mi tiempo y más en la fidelidad constante, a pie de calle, de las organizaciones sociales y políticas con las que he tenido el lujazo de encontrarme. Y si acaso he llegado a sentirme a gusto con algo que me sirviera para describir, presentar o (sobre todo) disimular lo que temblorosamente escribo, lo he hecho con etiquetas del tipo «poesía del conflicto» o «poesía crítica» (ambos términos los robé, por cierto, en las muchas discusiones cómplices entre mis compañeros/as los unionistas).

En cualquier caso –y esto es lo que más me interesa para esta mesa de hoy1–, me suele dar la sensación de que, cuando alguien me viene con algún poema mío y con eso de la poesía social (o concienzuda, o radical, o conflictiva, o resistente...), se me acerca también con una carga de –por lo menos– cuatro presupuestos de los que en seguida no me cabe más remedio que desdecirme. Porque van cargadas las palabras y casi siempre tienen dueño.

Estas cuatro ideas prejuiciadas (me imagino que por causa del sistema educativo y de las inercias del canon en la tradición peninsular) parecen venir a decir que este tipo de poesía ha de ser –más o menos, y con distintas intensidades o matices– [1] ajena de lo íntimo (sic) a causa de su voluntad colectiva (sic también), [2] ha de estar dirigida a los pobres (sic) y a las víctimas de un sistema en verdad injusto, [3] ha de ser realista (sic) y hasta casi transparente, y [4] ha de perseguir un cambio significativo (sic) en las estructuras sociales y políticas de su tiempo.

Sabiendo que –en literatura– las posibilidades son muchas, y en tantas ocasiones hasta complementarias por sus diferencias, me da ahora por mirar el tipo de poesía por el que particularmente yo he querido caminar (os juro que, por encima de todo, a ciegas) y me animo a contradecir –con las siguientes cuatro tesis respectivas– esos cuatro presupuestos.

*  *  *


1ª tesis: Este tipo de poesía no es ajena a lo íntimo

Seguramente una de las más eficaces operaciones del discurso neoliberal (el que mantiene a los ricos pocos en la defensiva, a sus representantes menos en posición de ataque, y a los pobres muchos en las cunetas de la historia) sea la terrible separación con que ha marcado lo público y lo privado. Extirpados de nuestra ciudadanía práctica, alejados de la plaza pública las más de las veces, nos hemos convertido –bajo el signo de la pacificación– en consumidores miedosos para quienes participar en un sindicato, una asociación ciudadana o una organización de base parece más que menos una reliquia histórica o, en el mejor de los casos, algo que delegar sobre las administraciones políticas. La Asociación de Vecinos en la que trabajo hizo suya por el contrario la idea (que de Porto Alegre viene, y de los foros sociales de la resistencia) de que nada de lo que nos afecte se debería hacer sin nuestra participación, precisamente porque «nada humano me es ajeno». Pasa en poesía lo que también nos ocurre en nuestro ser con otros.

Siempre me he preguntado por qué el hambre no es una recurrencia al menos temática en nuestras literaturas, cuando es la única recurrencia existencial –la única «experiencia»– de tantos millones de hombres. Siempre he sospechado de esos poetas que circunscriben los «verdaderos» temas «eternos» de la poesía (generalmente la suya propia, por lo demás) a sólo cinco aspectos de nuestra vida: el amor erótico, la soledad irreductible, el paso del tiempo, el envejecimiento nostálgico y la muerte (casi siempre muerte-por-muerte-natural), temas que –sea dicho aparte– me interesan, y os digo que mucho y que no sólo en poesía. Vinieron los usurpadores del lenguaje y los gestores del miedo y nos separaron lo público de lo privado: ciudadanos y poetas se nos colaron, en gran parte, por el lado de las exclusivas experiencias privadas. Para la mayor parte de los vecinos del barrio en el que vivo son más influyentes y cotidianos los procesos de deslocalización empresarial que los efectos embriagadores de la luna eterna que cantan los poetas. Y yo no acabo de entender por qué uno no habla de sí mismo –de su íntima humanidad y con otros tantos compartida– cuando habla del Fondo Monetario Internacional, de las matanzas en Irak, de lo que está pasando en las periferias de las ciudades españolas, o de la política de Shell en el delta del Níger. Mientras nuestra suerte común no sea entendida como un asunto también personal, no cabrá un lugar para la esperanza. Y lo que uno escribe a la intemperie del mundo debería dar –¿por qué no?– también cuenta de ello.

La verdad es que, en literatura, no me desagrada nada esa idea de que se nos despiste la mente de la supuesta «materia poética», porque creo en la necesidad de que seamos permanentemente descentrados y sacados de nuestra inviolable vida privada, no más por poder devolverle a lo personal, a lo íntimo, aquello colectivo y común que nos ha sido arrebatado. Mi maestro Roque Dalton denunciaba la presuposición de que la poesía fuera un «vaso santo» que no debiera mancharse con el imperialismo, la tortura o la miseria cotidiana de los sin voz y los sin rostro. Yo creo que vale la pena (y mucho) que la poesía se nos contamine irremediablemente con ese olor a pies (de realidades supuestamente ajenas tanto a la materia de un poema como a nuestro macdonalizado cuartito íntimo), que la poesía se nos contamine con ese vuelco de mostaza, con el crimen nuestro de todos los días.




Moltmann 1964


—a Raquel


... el «final de la historia» cobra de este modo una cercanía palpable...


Jürgen Moltmann: Theologie der Hoffnung
(1964, veinticinco años antes)
               


Lo mejor de todo
no es que en el 89 Fukuyama
—asesor del Departamento de Estado de EE. UU.
no dijera nada nuevo
o viviera del cuento hasta el momento presente.
Lo mejor de todo
es que vienes tú a desmentirlo
de noche cansada, tú cuando regresas
y ocupas la casa, mi temblor y tu boca.
Lo mejor de todo entonces
es que abres el futuro
y recoges sus víctimas para ya no olvidarlas
reventando mis llagas en las llagas del mundo.
Lo mejor de todo entonces:
abrirme así las manos,
tantearme en lo imposible
y amarte mientras pueda.




2ª tesis: Este tipo de poesía no se dirige a los pobres

No busco ni a los pobres, ni a las víctimas muchas de este sistema que ningunea carniceando, entre la gente que da en parar sobre alguno de mis libros o aparece por alguno de estos recitales. Cuando escribo un poema no pienso que el poema vaya dirigido a ellos. He tenido esto bien claro desde el principio, así como que sería una indignidad por mi parte escribir en su nombre, que eso de ser «voz de los sin voz» no deja de ser un paso más (aunque no el más terrible) en el pisoteo de la gente cuya dignidad ya está, de por sí, pisoteada.

Mi poesía no está escrita para ellos. Para ellos va mi tiempo (mediocremente), mi conversación, las más de las veces la mera compañía, cuando entro en prisión semana tras semana, o cuando me carteo con los más alejados, o cuando he dormido en los pisos de los terminales, o cuando enseño a escribir y a leer a quienes les escuecen los ojos, y al final resulta que soy yo el conversado, el visitado, el carteado, el despertado (si me dejo) y el mil veces reenseñado. Si los poetas quieren dirigirse a los pobres, deberían bajar a la calle, trabajar en las organizaciones, conversar con ellos y ser dignos de poder ser invitados a entrar en sus casas. Hace un par de años J (que lleva varios años en prisión y también le da por escribir) me dice: «Aquí en el trullo no necesitamos literatura, sino justicia». En España hay más presos que lectores de poesía.

Personalmente no voy a caer en el espejismo de escribir un poema y creer que son ellos, los desnucados, los que van a leerlo. Cuando en alguna ocasión alguno de mis vecinos del barrio (yo vivo desde hace 12 años en un «barrio de acción preferente» de la periferia invisible de Valencia), o cuando alguna persona presa en la cárcel de Picassent me ha pedido que le leyera un poema, sólo la complicidad me ha llevado a hacerlo, pero con la explicación previa –nunca fácil de dar– de que fueron otros para quienes quiso ser escrito.

Estos otros son –sencillamente– aquellos que ya están activamente cerca de ellos, o –quizá en menor medida– aquellos que están todavía posibilitados para acercarse a los muchos ningunos que sortean las cunetas de nuestro tiempo. Por ejemplo, y entre muchos/as, vosotros mismos.




«Todo vosotros»


(Poema que la gente de las asambleas barriales de Matanzas, Argentina, pidió acompañar la guitarra sublevada de Javier Peñoñori)


Para ser la mano y la protesta
que combaten con pan la bruma en un cuchillo.

Para transformar el miedo largo que nos sitia
y decir que no hay victoria
ni en los perros del amo ni en su caza del hombre.

Porque van a mirarnos los hijos del tiempo
altamente en su grito hermano decisivo
cuando estalla con la siembra su asirse a la esperanza.

Porque la vida, pese a todo, importa y con ella resistimos,
así puedas tú abrirme y escucharme:
que aquí se te invita a levantarte.

Por detrás del precipicio,
clarea urgente el canto de la espiga
desde el suelo que sois todo vosotros.




3ª tesis: Este tipo de poesía no tiene por qué ser realista

Entiendo que es un espejismo malintencionado la (supuesta) separación entre formas y contenidos a la que quizá nos han acostumbrado demasiado. Un proyecto de escritura que quiera poner en crisis nuestras relaciones simbólicas y políticas con este mundo terrible del que somos cómplices no puede tampoco dejar de considerar que el lenguaje ha de ponerse también en crisis. El lenguaje es, ante todo, mediador primero en nuestras relaciones de dominio y de explotación, y también lo es en nuestras posibilidades personales, colectivas, de emancipación y encuentro. El desgarro de la boca no es un ejercicio solipsista si el territorio que pisamos es el de la matanza, y todavía se me tendrá que demostrar que no vivimos inmersos en él. Lejos de ciertos espejismos de «transparencia» y «borrado del montaje», soy incapaz de olvidar que un poema es –entre otras muchas cosas– un artefacto de palabras y que le es legítimo hablar en una lengua que no sea la materna. Además de lo propiamente ideológico, el llamado estilo presupone –también– un acto de elección moral.

Por el lado de las estrategias retóricas, y de las modulaciones muchas de la escritura poética, precisamente se van cociendo hoy algunos de los más fecundos debates entre quienes los nuevos etiquetados nos sitúan en ya no sé qué suerte de «poesía crítica». De nuevo, pues, en el candelero, la cuestión de los realismos y la viabilidad de la protesta a partir de (sólo?) «el contenido». En ese debate (que prefiero entender como un contraste de estrategias –cómplices y diversas– con un mismo horizonte común), me sitúo en una opción que cuestiona si de verdad un poema crítico puede sostenerse sobre la (supuesta) «transparencia» de los signos con que articulamos la protesta, si puede sostenerse sobre el mito del sujeto autobiográfico redondo y autounitario (sin fisuras), si puede sostenerse –en definitiva– un proyecto crítico de escritura sin que se intensifique también (asideros incluidos para el lector y el referente) una práctica de crisis y de desarticulación en el lenguaje, con cuyos materiales ese poema es montado.




Hoja de conquistas


—a Diana Bellessi y Eliana Ortega




las mujeres enfermas que jugaron con burros
las que cavaron tumbas en las palmas de un trueno
las sólo voz dormidas en los centros solares
las hambrientas de todo
las preñadas con todo
las hijas del golpe y de los sueños mojados
las que fijan continentes que dejaron atrás
las niñas con pimienta en sus quince traiciones
las de pan-a-diez-céntimos sin cafetería
las del turno de visita con oficios de muerte
las madres eternas de los locutorios
las arrasadas, las caratapiadas, las comepromesas
las terribles solitas en las salas de baile
las clandestinadas pariendo futuros
las oficinistas que ahogaron sus príncipes
las acorraladas
las desamparadas, las sepultureras
las del polvo sobreimpuesto y el trago a deshora
las poquito conquistadas
las niñitas vestidas con mortajas azules
las que cosen el mundo por no reventarlo
las mujeres con uñas como mapas creciendo
las hembras cabello-de-lápida
    (todavía más grandes que su propio despojo)
las corresquinadas, las titiriteras,
las que tierra se trajeron atada a los bolsillos
las nunca regresadas
las nunca visibles
las del nunca es tarde
las del vis-a-vis sin un plazo de espera
las reinas en los parques y en los sumideros

todas ellas las mujeres que me llegan con todos sus cansancios,
todas, en sigilo: las amantes

y mis camaradas.




y 4ª tesis: Este tipo de poesía es inútil

... Que para eso ya están las organizaciones sociales. Que para eso ya estamos en las organizaciones sociales (... y en ocasiones ni aun así).

Para tiempos de pacificación social como éste en el que vivo: «El criterio de fecundidad de un arte comprometido no estriba en la solución de crisis y conflictos, sino en combatir la ilusión de que –en medio de los peligros y bajo el signo de la catástrofe– todavía se sigue viviendo en un mundo sin peligro alguno» (Arnold Hauser, en una cita de mis compañeros del colectivo 'Alicia bajo Cero', en Poesía y poder).




Vientres de Madrid y de Bagdad


a 13 de marzo de 2004


«[...] la lógica de la guerra a todos sus niveles conduce al hermanamiento de todas sus víctimas civiles, sean éstas del bando que sean: un inesperado cordón umbilical parece unirlas todas y dejan sin argumentos, y completamente solos, a los señores canallas de la guerra.»


Eugen Drewermann: «Contra la injusticia»                



Sólo entonces
os he visto.

En la nuca partida del suelo iraquí.
Y en la sangre bramando por la grava de Atocha.

Y en el Pozo:
izando sus calambres tras una siembra triste,
los ombligos de los hombres
abiertos y a cuchilla por los perros del Amo.

Yo cuido de los vientres de las novias perdidas
–los hombros de los niños se han quedado sin hora;
cuido de las oraciones cansadas de la tierra
y del largo cabello de todos nuestros muertos.

Soy el pueblo sin puñal y tres veces devastado,
el silbo de una cuenta enmudecida.
Yo cuido de las flores y los peines:
soy un hombre en la altura de todas vuestras muecas.

Y escarbo en las costillas de la bestia
besando lo imposible que habla en vuestra sangre:
soy el hombre que cuelga de un ombligo,
la cólera enterrada en los pozos del mundo.

Y os digo:

que la lumbre tronará por los espejos
que un caballo volteará por vuestra boca
que siempre las heridas
de todos estos hijos
saldrán casi estallando por un fundado cielo.

Sólo entonces
os he visto,
a los unos y a los otros, sangre terca unida ahora.

Desde entonces sea el hombre:

yo bramo en vuestro propio
cordón umbilical.

—Enrique Falcón (*)

Barrio del Cristo (Valencia),
mayo de 2004







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