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El pasadizo que hay de un cuerpo a otro: (para acompañar un libro de Enrique Falcón)

Jorge Riechmann






1

En los años ochenta y noventa, algunos sabíamos que un libro como éste podía escribirse entre nosotros: pero alguien tenía que demostrarlo. Un libro entre la alucinación y el llanto, entre el salmo y la insurrección; un libro a horcajadas entre la compasión y la ira, un altar de resistencia y esperanza; un libro que se atreve a intentar acoger toda la miseria del mundo, un grito profético sin una gota de demagogia; un libro quizá excesivo, si la España de BMW y Tele5 resulta ser a la postre el país que prevalezca (pero hay que creer que no, esperar que no). Enrique Falcón ha escrito este libro.

Esto no es poesía, dicen los registradores mercantiles del espíritu. ¿Es esto poesía? A la poesía no se le da un ardite. (Pero ella se acuesta aquí, desayuna aquí, lava su ropa aquí, amamanta aquí, agoniza aquí.)

Apertura radical: éste es un libro vuelto del revés, que muestra a un tiempo el adentro y el afuera, es un libro trágicamente volcado. Nos habla de lo que no queremos ver, lo que preferiríamos no escuchar, lo que somos.

Si tuviera que detener una imagen de este libro -rápido y torrencial, fértil en ellas-, quizá ésta: las manos con agujeros por donde asoma el hombre. No nos dejemos arrebatar estas manos horadadas.




2

Este extensísimo poema da una mano al Canto general de Pablo Neruda, y otra mano al Cántico cósmico de Ernesto Cardenal. Y todavía le quedan varias menos libres para orar, empuñar herramientas, enlazarse con manos de compañeros, acariciar animales, decir no y , pedir silencio; y una boca dislocada para morder y para besar. A este libro, como en las pinturas de Picasso o Francis Bacon, le salen bocas y miembros en lugares anatómicamente imposibles: creo que ésa es la prueba de su veracidad.

Los poderes hoy dominantes desean que tu mente sea un tebeo; algunos contrapoderes desean que se parezca a un catecismo. Pero tu mente puede ser una sinfonía, un palacio blanco, un volcán submarino. Fue José Bergamín quien escribió: «A veces, no comprometerse es lo que suele comprometer. Por eso, la mejor manera de no comprometerse en estar ya comprometido. En arte, como en todo, hay que empezar por comprometerse».

La forma más básica de compromiso es el estar juntos duraderamente: esto tiene más que ver con el «arte de amar» que con las políticas de partido.

El problema que se planteaba a comienzos del siglo XX era el hombre sin atributos. El que se nos plantea a comienzos del XXI es el ser humano sin vinculaciones.

En una época en que el descompromiso, la evasión de responsabilidades, la extraterritorialidad de los poderes dominantes y el «arte de la fuga» se han convertido en el arma principal para ejercer el dominio, una poética resistente es, antes que nada, una poética de la vinculación .

«En las distancias cortas es donde el hombre se la juega», oímos en un anuncio publicitario. Tomémonos la licencia de entender «hombre» como «ser humano» y aparecerá una verdad: es en el encuentro cara a cara con el otro -la situación ética por excelencia, diría Levinas- donde nos la jugamos. Falcón escribe poemas cara a cara.

Poesía del vínculo. Quizá no hay mejor formulación que el verso de Quevedo: poesía que busca el «pasadizo que hay de un cuerpo a otro», que no desespera de hallarlo, aunque todas las evidencias estén en contra.

Construir una sociedad mundial basada en el cuidado del otro, y en la hospitalidad hacia las diferencias (y no grupos fundados sobre la aniquilación del otro): ése es el envite de la historia humana.

Una sociedad donde el lobo descanse junto al cordero, en efecto. El lobo no puede dejar de ser lobo, pero el ser humano (de quien se dijo aquello de homo homini lupus) puede dejar de ser asesino.




3

Elias Canetti ha relacionado la fascinación del poder, en su manifestación más desnuda, con el número creciente de víctimas que amontona. Frente a este poder como nuda violencia desatada la poesía, claro está, nada puede.

¿O quizá sí? ¿Acaso no puede la poesía hacerse voz de un infatigable desconsuelo sin desesperanza, y recoger y acunar, tierna y obstinadamente, los nombres de las víctimas? ¿Como en estas páginas de Quique Falcón?

¿Por qué ha de estar organizado el mundo bajo el principio del beneficio? y ¿por qué ha de ser la belleza una excepción? siguen siendo las preguntas. Las dos grandes preguntas.

¿Qué puede la poesía?, les preguntamos una y otra vez a los poetas. La poesía puede recordarnos que somos mortales, y que sabemos de resurrecciones; que la frágil lumbre de la conciencia está entretejida de palabras, y que éstas son material inflamable; que no tenemos que aceptar las definiciones de lo nombrable y lo innombrable impuestas por el Amo; que la belleza siempre está ahí, dispuesta o posible; que la tragedia forma parte de nuestra condición, que el ser humano aspira a lo abierto y merece superar los espacios de reclusión y oclusión.

La poesía (en su doble función celebratoria y crítica) puede mantener abierto el mundo, en positivo, o al menos -en negativo- oponer resistencia a su oclusión. Desde esta perspectiva, arte y poesía son imprescindibles e insustituibles.




4

Los mecanismos del ruido mediático -que aborrece como ninguna otra cosa la dimensión trágica de la vida humana- se orientan en primer lugar a igualar y trivializar todo lo que nos sucede. El pensamiento crítico necesita, en esa misma medida, dispositivos para destrivializar, si es que quiere llegar a incidir sobre la realidad que necesita ser transformada. En esto es sabia la práctica poética de Enrique Falcón.

Somos lo que somos. Pero de eso que somos -que cambia, claro está, y que nunca es idéntico a sí mismo- puede tirarse hacia arriba o hacia abajo. Hoy, la demediada política establecida y el estomagante tinglado de los mass-media estiran sistemáticamente hacia abajo: y los resultados son devastadores.

Cuanto más se generaliza un consenso, cualquier consenso, es cuando más falta hacen escritores, pintores, músicos, poetas que -como Enrique Falcón- digan la otra verdad.

Nuestra condición crecientemente paradójica: nos sobra arte, al mismo tiempo que la fealdad nos abruma. Rebosamos de poesía -la poesía escrita, premiada, publicada-, al mismo tiempo que la palabra nos abandona. Y lo que falta casi siempre es acción: el encuentro con el otro para la transformación de la realidad.






5

En 1998, José María Parreño y yo tuvimos la alegría de poder acoger las dos primeras partes de este largo poema, «El saqueo» y «Los otros pobladores», en la colección de poesía HOJA POR OJO; ahora nos cabe la satisfacción de contribuir a completar el incompletable libro de Enrique Falcón haciendo pública esta segunda entrega. Nos sentimos honrados.

En última instancia, son las elecciones humanas las que distinguen lo humano de lo inhumano. Frente al «no hay alternativa», prácticamente siempre puedes contestar: cabe optar entre el sí y el no. Que no nos vengan con cuentos...

A comienzos del siglo XXI está en riesgo la humanidad, el seguir siendo humanos (o el llegar a ser humanos, quizá); y está en riesgo la habitabilidad de este planeta para los seres humanos. Es decir, nos amenazan casi los máximos daños imaginables. En una situación así, resulta sorprendente la insensibilidad con que la cultura dominante en un país como el mío intenta proseguir el business as usual.

No son tiempos normales, sino tiempos excepcionales; y lo que necesitamos no es autocomplacencia ni apología de la normalidad, sino conciencia de lo insoportable. A una práctica cultural que no olvide esto llamadla, si queréis, compromiso. Compromiso con la suerte de la humanidad y con el destino de la biosfera.





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