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Sonetos


Fernando de Herrera


Ramón García González (ed. lit.)




Datos biográficos de Fernando de Herrera

Nace en Sevilla el año 1534.

De familia humilde, dedicó toda su vida al estudio y a la poesía.

A pesar de ser beneficiado de la parroquia de San Andrés de Sevilla, no quiso nunca tomar las órdenes sagradas mayores.

Su amistad con los Condes de Gelbes, que llegaron a Sevilla por el año 1559, influyó en su poesía, sobre todo en sus sonetos, al enamorarse platónicamente de la Condesa de Gelbes, Leonor de Millán, que muere en 1581. A ella y con diferentes apelativos le dedicó parte de sus sonetos. El poeta por entonces tenía 25 años. A pesar de las especulaciones, nunca se supo si el amor que sentía el poeta por la joven Condesa pasara de lo estrictamente platónico. El esposo de Leonor siempre aceptó la dedicatoria de todos estos versos.

Pasó entre sus amigos y conocidos como hombre afable y cortés, sobre todo en la Academia Juan Mal de Lara, que solía frecuentar, y en donde conoció gran parte de los escritores y pintores que por entonces vivían en Sevilla.

En 1582 publicó un reducido volumen con el título de Algunas Obras de Fernando de Herrera, de tema amoroso, y la mayoría de estos poemas dedicados a Leonor de Millán. En alguno de sus poemas la llama Luz, Estrella, Heliodoro, Lumbre, etc., tratándola en algunos de sus versos de «belleza divina». A partir de la muerte de su amada el poeta no vuelve a escribir y sólo emplea su tiempo en retocar su obra.

Años después de su muerte el suegro del pintor Velásquez, Francisco Pacheco, publica con el título Versos de Fernando de Herrera enmendados y divididos por él en tres libros.

Sus sonetos marcan una lírica muy cercana a Petrarca por el que se sentía gran admiración.

Fernando de Herrera era conocido como «el Divino». Sin apenas datos de su muerte y posterior enterramiento, parte de su obra se perdió sin saber las verdaderas causas. Gracias a Pacheco, gran amigo y admirador de su obra, se salvaron algunas de sus obras.

Célebre es la obra Anotaciones a la obra de Garcilaso publicada en 1580; mas a pesar de la admiración que sentía por este poeta, no fue impedimento para la crítica de sus versos.

Nunca abandonó Sevilla, en donde murió el año 1597.








ArribaAbajoLibro primero




- I -


Abajo   Sufro llorando, en vano error perdido,
el miedo y el dolor de mi cuidado,
sin esperanza; ajeno y entregado
al imperio tirano del sentido.

   Mueve la voz Amor de mi gemido  5
y esfuerza el triste corazón cansado,
porque siendo en mis cartas celebrado
de él se aproveche nunca el ciego olvido.

   Quien sabe y ve el rigor de su tormento,
si alcanza sus hazañas en mi llanto,  10
muestre alegre semblante a mi memoria.

   Quien no, huya y no escuche mi lamento,
que para libres almas no es el canto
de quien sus daños cuenta por victoria.



- II -


ArribaAbajo   Luz en cuyo esplendor el alto coro
con vibrante fulgor está apurado,
de dulces rayos bello ardor sagrado,
do enriqueció Eufrosina su tesoro;

   Ondoso cerco que purpura el oro,  5
de esmeraldas y perlas esmaltado
y en sortijas lucientes encrespado,
a quien me inclino humilde, alegre adoro;

   cuello apuesto, serena y blanca frente,
gloria de amor, gentil semblante y mano,  10
que desmaya la rosa y nieve pura,

   es esta por quien fuerzo el mal presente
que pruebe su furor, y siempre en vano
aventajar intento mi ventura.



- III -


ArribaAbajo   Pues de este luengo mal penando muero,
sin que remedio alguno estorbe el daño,
amor me dé, en consuelo de mi engaño,
falso placer ajeno, aunque postrero;

   que mi dolor anime el duro acero,  5
y en blanda saña el tibio desengaño,
y el desdén manso, en cuya ausencia engaño
mi perdición, y en vano el bien espero;

   para que de mi muerte la memoria,
y en voluntad ingrata mi firmeza  10
haga a la edad siguiente insigne historia,

   que de mis esperanzas y riqueza
fincarán (¡corto premio a tanta gloria!)
deseos acabados en tristeza.



- IV -


ArribaAbajo   ¡Oh, fuera yo el olimpo, que con vuelo
de eterna luz girando resplandece
cuando mengua Timbreo y Cintia crece
en el medroso horror del negro velo!

   En lo mejor del noble hesperio suelo,  5
que cerca baña el Betis, y enriquece,
viera la alma belleza que florece
y esparce lumbre y puro ardor del cielo;

   y en su candor clarísimo encendido,
volviera todo en llama, como espira  10
en fuego cuanto asciende al alta etra.

   Tal vigor en sus rayos escondido
yace, que si con fuerza alguno mira
en ella, con más fuerza en él penetra.



- V -


ArribaAbajo   Amor, que me vio libre y no ofendido,
torció, de mil despojos ricos llena,
en lazos de oro y perlas la cadena,
y en nieve escondió y púrpura, atrevido.

   Con la flor de las luces yo perdido,  5
llegué y apresuré mi eterna pena;
tiembla el pecho fiel y me condena;
huyo, doy en la red, caigo rendido.

   La culpa de mis daños no merezco,
que fue el nudo hermoso, y de mi grado  10
no una vez le entregara la victoria.

   Cuanto sufro en mis cuitas y padezco
hallo en bien de mis yerros engañado
y del engaño salgo a mayor gloria.



- VI -


ArribaAbajo   Con el puro sereno en campo abierto
vuela mi alado carro, y fresco llega.
El viento arando el golfo; la paz niega
cielo airado, aire adverso, flujo incierto.

   Desampara huyendo el mar desierto;  5
mas el miedo y horror lo aflige y ciega;
noto cruel, que su furor despliega,
las velas rompe, impide entrar el puerto.

   Cuando ríe una luz en occidente
que alegra el orbe etéreo, y desfallece  10
el soplo austrino y cesa el ponto oscuro,

   la prora vuelvo, y lejos tardamente
la tierra sola en puntas aparece,
y nunca al puerto arribo que procuro.



- VII -


ArribaAbajo   Vuela y cerca la lumbre y no reposa,
y huye y vuelve, a su beldad rendida,
figura simple suya, y encendida
siente que fue a su muerte presurosa;

   mas yo, alegre en mi luz maravillosa,  5
a consagrar osando voy mi vida,
que espera, de su bello ardor vencida,
o perderse o cobrarse venturosa.

   Amor, que en mí engrandece su memoria,
entibia mi esperanza en lento engaño  10
y en llama ingrata ufano me consumo.

   Cuidé (¡tal fue mi mal!) ganar la gloria
del bien que vi, y al fin hallo en mi daño
que sólo de mi incendio resta el humo.



- VIII -


ArribaAbajo   ¿Qué bello nudo y fuerte me encadena
con tierno ardor, en quien amor airado
me enciende el corazón, y en un cuidado
duro y terrible siempre me enajena?

   El oro que al Gange indo en su ancha vena  5
luciente orna, y en hebras dilatado,
con luengo cerco y terso ensortijado,
gentil corona en blanca frente ordena.

   ¡Oh vos, que al sol vencido, prestáis fuego,
en quien mi pensamiento no medroso  10
las alas metió libre, y perdió el vuelo!

   Lazos que me estrecháis, mi pecho ciego
abrasad, porque en prez del mal penoso
segura mi fe rinda su recelo.



- IX -


A la derrota del duque de Sajonia por Carlos V


ArribaAbajo   Do el suelo horrido el Albis frío baña
al sajón, que oprimió con muerta gente
y rebosó espumoso su corriente
en la esparcida sangre de Alemaña;

   al celo del excelso rey de España,  5
al seguro consejo y pecho ardiente,
inclina el duro orgullo de su frente,
medroso, y su pujanza, a tal hazaña.

   La desleal cerviz cayó, que pudo
sus ondas con semblante sobrar fiero  10
y sus bosques romper con osadía,

   Marte vio, y dijo, y sacudió el escudo:
«¡Oh gran Emperador, gran caballero!
¡Cuánto debo a tu esfuerzo en este día!»



- X -


ArribaAbajo   La púrpura en la nieve desteñida,
el dulce ardor con tibia luz perdía,
y en los cercos y oro parecía
Venus desfallecer con voz vencida.

   La enemiga cruel de humana vida  5
su niebla alegremente esclarecía,
y mi alma el fin último traía
en vuestros graves ojos escondida.

   Mas aspirando amor suave y tierno
en el hielo y las rosas, la victoria  10
porfió y consiguió en dichosa suerte.

   Centelló en vuestra faz su fuego eterno,
y a la belleza ufano dio la gloria
que en vida volvió leda la impía muerte.



- XI -


ArribaAbajo   Corta alegría, inútil vanagloria,
deseos en ingrato afán perdidos,
suspiros tarde en mi dolor crecidos,
despojos que aborrezco, de impía historia,

   Para amargo temor de la memoria  5
vos halláis en mi daño reducidos;
mas, después de mis males pretendidos,
mal podéis pretender mayor victoria.

   Conozco al fin y siento bien mi engaño,
que el dardo que en mi pecho temblar veo  10
mostró fiera experiencia de mi afrenta.

   Dejadme, pues huís, mi desengaño;
que ni vuestra promesa ya deseo,
ni el bien de vuestra pena me contenta.



- XII -


ArribaAbajo   Veo el ajeno bien, veo el contento
que ofrece blando amor al pobre estado;
y como al fin doliente, acongojado,
busco un liviano engaño a mi tormento.

   Aparto de la pena el pensamiento,  5
y espero, osadamente aventurado,
nueva gloria en la fuerza del cuidado,
y doy valor seguro al sufrimiento.

   Surte incierto mil veces mi deseo,
la presa desparece por quien muero,  10
y se remonta con desdén perdido.

   Temo ser otro insano Salmoneo,
que fingió el no imitable rayo fiero,
y fue con rayo abrasador herido.



- XIII -


ArribaAbajo   Las hebras que cogía en lazos de oro
con arte vuestra blanca y tierna mano,
miraba, y el semblante altivo y llano
y la florida luz que amando adoro.

   Creía en vos del sacro excelso coro  5
que el esplendor se unía soberano;
porque en sombra, aunque bella, y traje humano
no vio tal bien el orbe y tal tesoro.

   Cuando rompiste leda el dulce espanto,
que de vos parte ausente y solo apena,  10
preguntando: «¿Qué fuerza me arrebata?»

   Yo, que temo partirme, suelto en llanto,
digo: «Pienso que a muerte me condena
del cruel vuestro amor la saña ingrata».



- XIV -


ArribaAbajo   En este que prosigo, espacio incierto,
armado con los riscos y espantoso,
descubro estrecho paso y afanoso,
dudosa salud siempre y daño cierto.

   Huyendo entre las peñas del desierto,  5
dilato el rastro del dolor penoso;
resuena áspero el viento, y el hermoso
cielo yace en tinieblas encubierto.

   Ya corro despeñándome sin tiento,
ya doy en las espinas con los ojos,  10
y no hallo algún fin en mi camino.

   Cánsase y desespera el sufrimiento,
y no teme el peligro y los abrojos
cuanto llevar presente el mal contino.



- XV -


ArribaAbajo   Crece y alienta fiero en el nemeo
león, y imprime su furor presente,
y en el orbe terrestre esfuerza ardiente
las llamas el dañoso Iperioneo.

   Y cuando amor, ingrato a mi deseo,  5
descubre en su león más inclemente
los rayos, acabar indignamente
mi estéril esperanza triste veo.

   Abrasa el corazón, do nunca el frío
tuvo lugar, ¡ay, oh dolor penoso,  10
a quien otro ninguno es semejante!

   No puede amortiguar el llanto mío
este incendio; que el Betis espumoso
ni todo el grande Océano es bastante.



- XVI -


ArribaAbajo   Ardía, en varios cercos recogido,
del crispante cabello en torno, el oro,
que en bellos lazos coronado adoro,
dichoso en el dolor del mal sufrido.

   Vibraba el esplendor esclarecido  5
y dulces rayos, del amor tesoro,
por quien en pérdida busco fiel y lloro
la gloria de mi daño consentido.

   Veste negra, descuido recatado,
suave voz de angélica armonía  10
era, mesura y trato soberano.

   Yo, que tal no esperaba, transportado,
dije, en la pura luz que me encendía:
«No encierra tal valor semblante humano».



- XVII -


ArribaAbajo   De bosque en bosque, de uno en otro llano,
solo, en medroso horror y sombra oscura,
voy suspirando ausente, y la luz pura
busco, que me encubrió el amor tirano.

   Corto el río y traspaso el monte en vano;  5
que no se debe más a mi ventura;
el bien que la esperanza me procura
huye y se me desliza de la mano.

   En este duro estrecho me lamento,
porque sea mi daño manifiesto  10
y alguno se conduela en mi cuidado.

   No cohorta al fin esto mi tormento;
que tanto mi dolor es más molesto
cuanto de ajeno pecho más llorado.



- XVIII -


ArribaAbajo   En tu cristal movible la belleza
veo, Nereo padre, figurada
de mi luz, que de rayos coronada,
muestra alegre su gracia y su grandeza.

   Tus ondas vibran y arden con la alteza  5
de la llama titania, y la rosada
frente alabo, y de púrpura imitada
en ellas, y de nieve la pureza.

   Si alzo al polo los ojos, donde junto
te pinta su color, presente miro  10
de mi lucero el dulce ardor florido.

   Y dudoso del bien, al mismo punto
vuelvo, y en tu fulgente ponto admiro
su esplendor, y en el cielo dividido.



- XIX -


ArribaAbajo   Del fiero Marte el canto numeroso
y de la selva olvido, y verde prado
la avena, porque vuelvo al fin cuitado,
en gloria de quien turba mi reposo;

   de aquel cruel, que fuerte y poderoso,  5
terror de hombres y dioses y cuidado,
me forzó a tolerar el mal de grado,
y en mi pasión me agrada estar lloroso.

   El silencio, el semblante descontento
y el confuso gemido es muestra abierta  10
de mi penoso y luengo desvarío.

   No me duele aunque inmenso, mi tormento;
duéleme que mi pena, a todos cierta,
no conozca quien causa el error mío.



- XX -


ArribaAbajo   Tal alto esforzó el vuelo mi esperanza,
que mereció perderse en su osadía;
yo bien lo sospechaba y le temía
de su atrevida empresa la venganza.

   No me escuchó, y siguió con confianza  5
que huyó con los bienes que tenía;
y conmigo en tal cuita y agonía
se adolece y lamenta en la mudanza.

   Para aliviar la culpa en tanto daño,
de Faetón el rayo le recuerdo,  10
y de su intento ufano la memoria;

   que solo ya me sirvo del engaño,
en mi mal, y en mi error, penando pierdo
sin razón, las promesas de mi gloria.



- XXI -


ArribaAbajo   Dulce el fuego de amor, dulce la pena,
y dulce de mi daño es la memoria
cuando renueva amor la antigua historia
que a su grave tormento me condena;

   mas cuando hallo mi esperanza llena  5
de bien y de promesas de victoria,
un súbito dolor turba mi gloria,
y todos mis contentos desordena;

   que será esta luz pura de belleza
la fe del justo amor en poca tierra  10
vuelta, y el fuego muerto que me inflama.

   ¡Oh vano ardor de la inmortal flaqueza!
¿Si el fin que ofrece paz de tanta guerra
no dejará aun ceniza de mi llama?



- XXII -


ArribaAbajo   ¿A do tienes la luz, Héspero mío,
la luz, gloria y honor del Occidente?
¿Estás puesto en el cielo reluciente
en importuno tiempo y seco estío?

   Lleva tu resplandor al sacro río,  5
que tu belleza espera alegremente,
y el céfiro te sea otro oriente,
hecho lucero, y no Héspero tardío.

   Merezca Betis fértil tanta gloria,
que solo él de estas luces ilustrado,  10
a tierra y cielo lleve la victoria:

   Que tu belleza y resplandor sagrado
hará perpetuo, de inmortal memoria,
mientras corriere al mar arrebatado.



- XXIII -


ArribaAbajo   Las luces do el amor su fuerza apura
con el sereno ardor de sus centellas;
el oro crespo, en mil sortijas bellas
de rayos coronado, y llama pura;

   las palabras vestidas de dulzura,  5
que la armonía celestial en ellas
parece, el pecho duro a mis querellas,
la mano que a la nieve vuelve oscura,

   son causa del tormento y dolor mío,
con muchas que callando siento y veo,  10
y no me valen en mi esquiva suerte.

   En su dureza sólo el bien confío;
porque a vana esperanza y gran deseo
no se debe pedir sino la muerte.



- XXIV -


Incendio de Troya


ArribaAbajo   El bravo fuego sobre el alto muro
del soberbio Ilión crecía airado,
y todo por mil partes derramado,
se envolvía confuso en humo oscuro.

   Caía traspasado por el duro  5
hierro, y ardía en llamas abrasado,
y se rendía al ímpetu del hado
del Frige osado al corazón seguro.

   Solo el rey de Asia, muerto en la ribera,
grande tronco ¡ay cruel dolor! yacía,  10
y su cuerpo bañaba el ponto ciego.

   ¡Oh fuerza oculta de la suerte fiera!
Que cuando Troya en fuego perecía,
falte a Priamo tierra y falte fuego.



- XXV -


ArribaAbajo   Acabe ya el lamento grande mío,
con quien inundo, Betis, tu corriente;
que mi dolor acerbo no consiente
perpetuo estado a tanto desvarío.

   Este fuego en quien ardo gaste el frío,  5
rompa este yugo estrecho ya mi frente,
y amor en sus rendidos no me cuente;
que del a luengo paso me desvío.

   No me tendrá en confuso error su olvido,
su desdén, su rigor y su tormento,  10
que tanto se cansaron en mi pena.

   Mas yo ¿qué digo, ausente y ofendido,
si el impío ofrece siempre al pensamiento
de mi astro fatal la luz serena?



- XXVI -


ArribaAbajo   Betis, que en este tiempo solo y frío
escuchas mi dolor, del hondo asiento,
acoge en tu quieto movimiento
los últimos suspiros que yo envío;

   y, si tiene valor tu sacro río,  5
dame que en árbol verde mi tormento
lamente transformado, que ya siento
débil la voz, cual cisne, al canto mío;

   porque con nuevas ramas tu corriente
cercaré coronando, y destilado  10
iré en tu luengo curso y extendido;

   que mi luz ceñirá su bella frente
de mis hojas, o en llanto desatado,
seré en sus blancas manos recogido.



- XXVII -


ArribaAbajo   Yo vi a mi dulce Lumbre que esparcía
sus crespas ondas de oro al manso viento,
y con suave y tierno movimiento
mi duro corazón enternecía;

   mi rustiqueza y torpe rebeldía  5
perdió, vencida, el obstinado intento,
y en blando y regalado sentimiento
trocó mi alma la aspereza mía.

   Nunca me vi más preso ni rendido,
y nunca vi en mi Luz mayor dureza,  10
ni más recio desdén mi largo olvido.

   A término tan grave y estrecheza,
casas, mi triste suerte me ha traído,
que temo de mi Lumbre al belleza.



- XXVIII -


ArribaAbajo   Largos, sutiles lazos esparcidos
por el rosado cuello y blanca frente;
dorada diadema, ardor luciente,
llenos de mis despojos ofrecidos;

   tiernos y bellos ojos encendidos,  5
rayos de amor, por quien mi pecho siente
la herida inmortal que llevo ausente
abrasada mi fuerza y mis sentidos;

   dichoso yo, que merecí cadena
de vuestras ricas hebras, y la llama  10
que de voz procedió en estos mis ojos.

   ¡Oh, si pudiera acrecentar la pena
y avivar más el fuego que me inflama,
para daros debidos los despojos!



- XXIX -


ArribaAbajo   El duro hierro agudo que la mano,
rica de mis despojos por vos siente,
y la sangre esparció que amor ardiente
guardó cual néctar puro y soberano;

   guiolo amor, y abrió manso y humano  5
lugar al dolor vuestro tiernamente;
que el mal que siento grave y vehemente,
blando siente el cruel pecho tirano.

   La herida terrible que en mis ojos
de los vuestros entró, y causó mi pena,  10
venganza toma ahora en vuestro yerro.

   No es culpa vuestra, es gloria a mis despojos;
y así, que os hiera el dulce amor ordena,
como a mí vuestros ojos, vuestro hierro.



- XXX -


ArribaAbajo   Las hebras de oro puro que la frente
cercan en ricas vueltas, do el tirano
señor teje los lazos con su mano,
y arde en la dulce luz resplandeciente;

   cuando el invierno frío se presente,  5
vencedor de las flores del verano,
el purpúreo color tornando vano,
en plata volverán su lustre ardiente.

   Y no por eso amor mudará el puesto;
que el valor lo asegura y cortesía,  10
el ingenio y del alma la nobleza.

   Es mi cadena y fuego el pecho honesto,
y virtud generosa lumbre mía,
de vuestra eterna, angélica belleza.



- XXXI -


ArribaAbajo   Si a mi triste memoria en hondo olvido
desierta sepultase sombra oscura,
jamás yo ausente en mísera figura
lamentaría el daño no debido;

   mas preséntela llevo, y voy perdido  5
por cierto error a estrecha desventura,
y es muerte fiera él, ya de mi ventura
rico despojo al corazón caído.

   De mi gloria me acuerdo para pena,
del mal para dolor, y nunca veo  10
o pienso cosa ajena de mi engaño.

   Pobre de bien mi suerte, y de afán llena
fue; y aunque no, bastara mi deseo
para no dar lugar al desengaño.



XXXII


Mario en Cartago


ArribaAbajo   Del peligro del mar, del hierro abierto
que vibró el fiero Cimbro, y espantado,
huyó la airada voz, salió cansado
de la infelice Birsa Mario al puerto.

   Viendo el estéril campo y el desierto  5
sitio de aquel lugar infortunado,
lloró con él su mal, y lastimado,
rompió así en triste son el aire incierto:

   «En tus ruinas míseras contemplo
¡oh destruido muro! cuánto el cielo  10
trueca, y de nuestra suerte el grande estrago.

   «¿Cuál más terrible caso, cual ejemplo
mayor habrá, si puede ser consuelo
a Mario en su dolor el de Cartago?»



- XXXIII -


ArribaAbajo   No es tan duro mi pecho que no sienta
la fuerza del dolor que en él desciende;
mas amor, por más daño, me defiende
que descubra las llagas de mi afrenta.

   quiere que calle el mal y que consienta  5
la pena que me aqueja y siempre ofende,
y en fuego desusado tarde enciende
el corazón, que en llama se sustenta.

   Si esta grave pasión no perturbara
el pecho, bien pudiera confiado  10
llegar al dulce fin de la alegría;

   mas ¡ay, cuánto es esta esperanza cara!
y por mirar su bien ¡cuánto ha pasado
de afán y de tormento la alma mía!



- XXXIV -


ArribaAbajo   Este lauro que tiene en su corteza
verde escrita la honra de mi pena,
y en él el manso céfiro resuena
mi mal, su resplandor y su belleza;

   cuando el sol elevado en más alteza  5
se vio, me dio en sus hojas sombra llena;
fue el calor blando y la congoja buena,
y entonces me alegraba la aspereza.

   Ahora, ¡oh triste hado, avaro cielo!
que deja el sol ardiente el paso abierto,  10
y todo el mal y daño en mi fortuna,

   con llanto eterno y falto de consuelo
miro el lauro, y padezco en el desierto,
por su culpa, el calor que me importuna.



- XXXV -


ArribaAbajo   Del mar las ondas quebrantarse vía
en las desnudas peñas, desde el puerto;
y en conflicto las naves que el desierto
Bóreas, bramando con furor, batía,

   cuando gozoso de la suerte mía,  5
aunque afligido del naufragio cierto,
dije: no cortará del Ponto incierto
jamás mi nave la temida vía.

   ¡Mas, ay triste, que apena se presenta
de mi fingido bien una esperanza  10
cuando las velas tiendo sin recelo!

   Vuelo cual rayo, y súbita tormenta
me niega la salud y la bonanza,
y en negra sombra cubre todo el cielo.



- XXXVI -


ArribaAbajo   Ardientes hebras do se ilustra el oro,
de celestial ambrosía rociado
tanto mi gloria sois y mi cuidado
cuanto sois del amor mayor tesoro,

   luces que al estrellado y alto coro  5
prestáis el bello resplandor sagrado,
cuanto es Amor por vos más estimado
tanto humildemente os honro más y adoro.

   Purpúreas rosas. perlas de Oriente,
marfil terso y angélica armonía,  10
cuanto os contemplo tanto en vos me inflamo

   y cuanta pena el alma por vos siente
tanto es mayor valor y gloria mía,
y tanto os temo cuanto más os amo.



- XXXVII -


ArribaAbajo   Viví gran tiempo en confusión perdido
y todo de mi mismo enajenado;
desesperé de bien, que en tal estado
perdí la mejor luz de mi sentido.

   Mas cuando de mí tuve más olvido,  5
rompió los duros lazos al cuidado
de Amor el enemigo más honrado,
y ante mis pies lo derribó vencido.

   Ahora que procuro mi provecho
puedo decir que vivo, pues soy mío,  10
libre, ajeno de Amor y de tus daños.

   Pueda el desdén, Antonio, en vuestro pecho
acabar semejante desvarío
antes que prevalezcan sus engaños.



- XXXVIII -


ArribaAbajo   Desea descansar de tanta pena,
conociendo ya tarde el desengaño,
mi alma, hecha a su dolor extraño,
y del perdido tiempo se condena.

   Ve su triste esperanza de ansias llena,  5
poco bien, mucho mal, perpetuo daño,
y las glorias debidas cierto engaño,
que el su dulce tirano al fin ordena.

   Siente sus fuerzas flacas y sin brío,
y su deseo vano y peligroso,  10
y medrosa levanta apena el vuelo.

   Amor, porque no crezca en ella el frío,
el fuego aviva do arde, y sin reposo
busca y gime, hallando luz del cielo.



- XXXIX -


ArribaAbajo   El suave color que dulcemente
espira, el tierno ardor de rosa pura,
la viva luz de eterna hermosura,
el sereno candor y alegre frente;

   el semblante do yace amor presente,  5
la mano que a la nieve de blancura
orna, pueden volver la noche oscura
en día y claridad resplandeciente.

   En vos el sol se ilustra, y se colora
el blanco cerco, y ledas las estrellas  10
fulguran, y las puntas de Diana.

   Tal vos contemplo, que la roja aurora
y de Venus la lumbre soberana,
en vuestra faz ardiendo son más bellas.



- XL -


ArribaAbajo   Alzo el cansado paso, y a la cumbre,
sufriendo encima esta pesada carga,
pruebo llegar; mas la distancia larga
me ofende, y más la grave pesadumbre.

   Bien que me esfuerza una pequeña lumbre  5
que veo lejos; pero no descarga
esto mi afán penoso, antes alarga
de mi prolijo error la incertidumbre.

   Con el peso abrazado desfallezco;
que mi obstinada afrenta no consiente  10
que desampare ya esta empresa mía.

   Luchando con el mal, pruebo, y me ofrezco
al peligro, esperando ver presente
alegre en tantos tristes algún día.



- XLI -


ArribaAbajo   El fuego que en mi alma se alimenta,
y consume al estéril duro frío,
da vida al casi muerto pecho mío,
y en virtud de sus llamas me sustenta.

   Justo es que muera y viva en él y sienta  5
la gloria de mi dulce desvarío,
porque de mis trabajos yo confío
la esperanza del premio en quien me alienta.

   Como en inmenso frío junta espira
inmensa oscuridad, cuya tristeza  10
ocupa el corazón con grave pena:

   Así con el excelso ardor conspira
excelsa luz, que deja en su belleza
mi alma de alegría y de bien llena.



- XLII -


ArribaAbajo   De vos ausente, ocupa en llanto el día,
y la noche me acoge en mi lamento,
y para más dolor, conmigo cuento
mi breve bien perdido y alegría.

   Vuestro duro rigor ya bien debía  5
enternecerse de mi sentimiento,
y descubrirme en tanto apartamiento
un rayo solo de la lumbre mía.

   Pero si vos queréis con este olvido
alentar la pasión que me maltrata,  10
lo hecho sobra ya para venganza.

   Mas aunque en soledad y aborrecido,
no podréis, aunque más podáis, ingrata,
que yo no os ame, ajeno de esperanza.



- XLIII -


ArribaAbajo   Lloro solo mi mal, y el hondo río
en sus turbadas ondas lleva el llanto;
ya es tiempo, digo, Amor, en triste canto,
que pongas justo fin al dolor mío;

   que sigo ausente sin tu desvarío,  5
y en tu vana esperanza me levanto,
y en este paso desamparas cuanto
de tu promesa y tu valor confío.

   Ya es tiempo, Amor, que el áspero tormento
acabe, o que mi vida se deshaga,  10
la esperanza, el deseo y osadía;

   que en tanto mal ya falta el sufrimiento,
y el crudo golpe de esta acerba llaga
al íntima llegó del alma mía.



- XLIV -


ArribaAbajo   Pues la flor do crecía mi esperanza
quemó duro rigor de ingrato hielo,
y a mi ardiente deseo negó el cielo
de fortuna mejor más confianza,

   do el sol con tibio rayo tarde alcanza,  5
y luenga sombra ofende el mustio suelo,
daré ausente, olvidado, sin consuelo,
a mi injusta osadía igual venganza.

   Mas no sufre la fuerza que padezco
tan corta paga en tanto atrevimiento;  10
que en la ausencia el dolor es menos fiero.

   Llega ya a estrecho tal, que no merezco
alabanza ni culpa en mi tormento;
tanto es grande mi mal, que desespero.



- XLV -


ArribaAbajo   Lloré y canté de amor la saña ardiente,
y lloro y canto ya la ardiente saña
de esta cruel, por quien mi pena extraña
ningún descanso al corazón consiente.

   Esperé y temí el bien tal vez ausente,  5
y espero y temo al mal que me acompaña,
y en un error, que en soledad me engaña,
me pierdo sin provecho vanamente.

   Veo la noche antes que huya el día,
y la sombra crecer, contrario agüero.  10
¿Mas qué me vale conocer mi suerte?

   La dura obstinación de mi porfía
no cansa ni se rinde al dolor fiero,
mas siempre va al encuentro de mi muerte.



- XLVI -


A un capitán valeroso


ArribaAbajo    El trabajo de Fidia ingenioso,
que a Júpiter Olimpio dio la gloria,
fue soberbio despojo de victoria
al tiempo, en nuestra injuria presuroso;

   pero al valor de Aquiles animoso  5
el siempre insigne Homero alzó la historia,
y dio a la fama eterna su memoria
con alta voz del canto generoso.

   Yo, que mal puedo ser en honra vuestra
nuevo Homero, consagro, luz de España,  10
de mis incultos versos la armonía;

   Mas si me mira Caliope diestra,
valdrá, si mi deseo no me engaña,
mas que Fidia mortal la musa mía.



- XLVII -


ArribaAbajo   Triste esperanza, incierta, en blando pecho
por luengo tiempo inútil engendrada,
que mi descanso y gloria aventurada
en temor truecas vano y en estrecho,

   huye de mí, que sobra el daño hecho;  5
sigue en otra ocasión mejor entrada;
porque en vida tan mísera y cansada
es toda tu porfía sin provecho.

   Si este lugar lloroso te contenta,
busca mejor fortuna al pobre estado,  10
y sosiego al furor del dolor mío;

   que atendiendo el deseo me atormenta,
y caído y sin fuerzas mi cuidado,
me estrecha el corazón con torpe frío.



- XLVIII -


ArribaAbajo   Razón es ya que la cansada vida,
tanto tiempo sujeta al amor vano,
huya el fiero poder de este tirano,
y ya deslace mi cerviz caída.

   Perezca la esperanza aborrecida,  5
el deseo abatido y mi liviano
intento; que mi bien ya está en mi mano,
ya tengo mi fortuna conocida.

   Seguro podré ver de hoy más la suerte
del mísero amador, el vil denuesto,  10
el congojoso miedo, el celo frío;

   que no podrá respeto de mi muerte
hacer que mude el curso al fin propuesto;
tal ejemplo es el grave dolor mío.



- XLIX -


ArribaAbajo   Fueron de un corto bien que huye luego,
antes que vuelva la ocasión la frente,
muestras las que el Amor halló presente,
con mi alma ardió en su eterno fuego.

   Pero glorias de un niño solo y ciego,  5
que cedo las deshace un accidente,
¿cómo pueden valer a un pecho ausente,
que en su dolor no alcanza algún sosiego?

   Fundé mis esperanzas en arena,
que el viento esparce, airado, sin concierto,  10
y rendido al temor, perdí el recelo.

   Cayeron, y el cruel, por mayor pena,
en altas nubes desmayó desierto,
ni alzar osando ni inclinar el vuelo.



- L -


ArribaAbajo   Duro es este peñasco levantado,
que no teme el favor del bravo viento,
fría esta nieve, que el soberbio aliento
del Aquilón arroja apresurado;

   más duro es vuestro pecho y más helado,  5
en quien la piedad no ha hecho asiento,
ni el fuego de amoroso sentimiento
en él jamás, por culpa vuestra, ha entrado.

   Sordas las ondas son de aqueste río,
pero más sorda vos a mis clamores,  10
que aún poco os pareció ser dura y fría.

   Mas todo este dolor del pecho mío
no causa tantas penas y dolores
cuanto la soledad del alma mía.



- LI -


Al Betis


ArribaAbajo   Igual al Tebro, al Arno y al Metauro;
superior al Tajo, Duero y Ebro,
sagrado Ispalo río, a quien celebro,
corre ufano al ondoso ponto mauro.

   Tu bello mirto rinde al verde lauro  5
y a las mejores hojas del enebro;
cuanto es mayor el lauro que el enebro
tanto es el mirto inferior el lauro.

   Sólo falta, conforme a tu alta gloria,
lugar en el luciente y firme cielo  10
con el nombre de Eridano trocado.

   Mas, ya que se te niegue esta victoria,
serás en el dichoso hesperio suelo
cual Eliconio Olmeo venerado.



- LII -


ArribaAbajo   La viva llama dais y luz ardiente
del rosado esplendor y faz serena,
la gracia y risa eterna, de amor llena,
a Venus bella, a Faetón luciente;

   al cielo el que vos dio valor presente,  5
la suave armonía que resuena
en vuestra dulce boca a su sirena,
el olor, perlas y oro al Oriente;

   la mano y color lúcido al aurora,
las flechas al Amor, que en mí herido  10
pecho gasta cruel con ardor ciego;

   a mi triste vos place dar, Señora,
sólo esquivo desdén, ingrato olvido,
que en nuestro hielo encienden mi impío fuego.



- LIII -


ArribaAbajo   Probó atento el artífice dichoso
a la imagen impresa y forma pura
hacer no inferior la hermosura,
por quien Betis va al piélago pomposo.

   La gracia dio, dio el resplandor hermoso  5
que en la nieve la púrpura figura,
lumbre que a la tiniebla vence oscura,
mas que todos osado y temeroso;

   pero la majestad de la belleza
tierna, y serena gloria de la frente,  10
y ojos dulces do el blando amor se cría,

   no pudo, y justo fue que su rudeza
vuestra beldad no alcance floreciente,
sola entre tantas, ¡oh ínclita María!



- LIV -


ArribaAbajo   La muerte pido, un corazón amante
vos me entregáis, y me dejáis ausente
de las bellas lazadas de oro ardiente
y del sereno y celestial semblante.

   ¿Por qué no temo pues el mal instante,  5
aunque sus rayos Marte ya clemente
contraiga, si el dolor que está presente
cansa el pecho en sus lástimas constante?

   Este afán no esperado, esta partida
el errante furor enciende fiero,  10
no el trabajo cruel de enferma suerte.

    Tal me hallo en la ausencia aborrecida,
que el dado corazón fue triste agüero
al duro cierto riesgo de la muerte.



- LV -


ArribaAbajo   Después que en mí tentaron su crudeza
de Amor y vos las flechas y los ojos,
di honra al uno, al otro los despojos,
y sufrí saña de ambos y aspereza.

   El fuego que encendió vuestra belleza  5
hizo dulces y alegres mis enojos,
y suave entre espinas y entre abrojos
el dolor que causaba mi tristeza.

   Tuve esperanza incierta de mi ufana
muerte, viendo el valor de mi tormento;  10
y confié este error de mi osadía.

   Mas ¡ay! que tanta gloria suerte humana
no alcanza, y no se debe al mal que siento
el bien que me negáis, Estrella mía.



- LVI -


ArribaAbajo   ¿Quién debe, sino yo, acabar el llanto;
que de mis esperanzas derribado,
me veo en tal miseria y apartado
de aquella luz que ausente alabo y canto?

   Mi alma no soporta pesar tanto,  5
y el nudo que la estrecha desatado,
ligera ira con vuelo acelerado,
sin descansar siguiendo su ardor santo.

   Si esta indigna corteza la retarda,
y lenta engaña el gozo de su gloria,  10
corta, Amor, corta presto el flaco aliento;

   que sólo el bien que en mi dolor me guarda,
por la vida que pierdo tal victoria
dará, que en precio exceda a mi tormento.



- LVII -


ArribaAbajo   Aquí donde florece la belleza,
en cuyo dulce fuego el Amor prueba
su flecha y mil trofeos nobles lleva,
vi de mi luz serena la pureza.

   Mi bien, que fue el valor y su grandeza,  5
en mi memoria mísera renueva,
y entre pasado afán y cuita nueva
no espero algún remedio a mi tristeza.

   De mi gloria ¡oh dichoso antiguo puesto!
¡Cuál desigual semblante en ti contemplo!  10
¡Cuán gran mudanza aflige la alma mía!

   Oscuro el día, y siempre el sol molesto
te hiera, y seas de mi mal ejemplo
hasta que en ti renazca mi alegría.



- LVIII -


ArribaAbajo   Mientras Amor entrega los despojos
de quien suspira tierna y cuida y ama,
yo en vano ausente ardo en tibia llama,
viendo trocar mis flores en abrojos.

   Vos en vuestro esplendor honráis los ojos,  5
yo voy a do mi ciego error me llama;
vuestro sol vos regala y vos inflama,
yo en lenta pena enciendo mis enojos.

   Dichoso vos, que nunca o vuestra gloria
fue de penosas ansias ofendida,  10
o sentisteis la fuerza del veneno;

   mas yo jamás, mezquino, sin memoria,
sin triste mal de amor pasé la vida,
y del más corto bien fui siempre ajeno.



- LIX -


ArribaAbajo   Yo vi en sazón alegre un tierno pecho
ufano dulcemente con mi pena,
y que anudarnos pudo en su cadena
el ya cortés amor con lazo estrecho.

   Yo veo el bien que tuve ya deshecho,  5
y mi segura fe de cuitas llena,
y que el ingrato en impío afán condena
a quien halla en su agravio satisfecho.

   Yo vi que no fui indigno de la gloria
que en su rigor me usurpa la mudanza,  10
y en sombra del olvido ya me veo.

   Entristézcome siempre en la memoria,
desfallezco medroso en la esperanza,
y al fin pierdo la vida en el deseo.



- LX -


ArribaAbajo   Si el fuego idalio el tierno canto inspira,
y en tu pecho, Amalteo, algún cuidado
la estrella infunde ya que en mar turbado
te guía, osa herir tu culta lira.

   Por ti Betis humilde al Tebro admira,  5
Tebro, mayor que el Arno celebrado,
y entre lucientes astros colocado,
envidioso Erídano lo mira.

   Contigo calla el coro de Elicona,
que baña el cuerpo en su cristal corriente,  10
y pierde el dulce niño los despojos;

   que del materno mirto la corona
teje para ceñir tu sabia frente,
o canta o cierre siempre Amor sus ojos.



- LXI -


ArribaAbajo   Si yo puedo vivir de vos ausente,
fálteme siempre el bien y ofenda al cielo,
y al débil cuerpo mío en leve vuelo
la alma, suelte del peso, no sustente.

   Si puedo respirar sin el presente  5
vigor de vuestra luz, el impío suelo,
lleno de eterna sombra y desconsuelo,
entre el perdido número me cuente.

   Si padezco doliente y apartado,
si se enajena el bien que en vos tenía,  10
¿Por qué no rompe el pecho esta mudanza?

   Si muero do se pierde mi cuidado,
a mis ojos Amor ¿por qué no envía
un solo rayo dulce de esperanza?



- LXII -


A Alfonso Ramírez de Arellano, autor de un soneto en su elogio


ArribaAbajo   Alfonso, vuestro noble y grave canto,
con quien de eternos giros la armonía
asuena, celebrar de la luz mía
debiera la belleza que honro y canto;

   que yo la dura fuerza de mi llanto  5
muestro, y mal fiero y la ponzoña fría,
y el bien que a mi esperanza se desvía,
cuando en cuitoso son la voz levanto.

   No que a mi nombre humilde diera gloria,
que ya osa alzar igual por vos la frente,  10
a quien ilustra el Arno, grato al cielo;

   mas estimar si puedo esta memoria
verá el ilustre reino de Occidente
cuánto en vuestra alabanza ensalzo el vuelo.
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