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- XXXVII -


ArribaAbajo   Tiempo fue de dolor el que yo tuve
sujeto a dura voluntad ajena;
tiempo fue en que perdí mi grande pena;
mas en perder más fiero mal sostuve.

   Tiempo fue de mi afrenta aquel do estuve  5
atado y sin valor en la cadena;
tiempo fue en que cerré a la luz serena
los ojos, y en error perdido anduve.

   Tiempo es ya que no duerman en su engaño
mis sentidos; ya es tiempo que deshaga  10
la razón mi porfía y devaneo;

   que ya no es justo conocer el daño
y abrazar la ocasión aunque en la llaga
siempre abierta respire mi deseo.




- XXXVIII -


ArribaAbajo   Ya que la grande fe del amor mío
y el eterno dolor de mi tormento
no pueden descubrir un sentimiento
liviano en vuestro ingrato pecho frío.

   Mostrad con más desdén mayor desvío,  5
porque con el afán que triste siento,
o acabe en triste muerte el descontento,
o huya este confuso desvarío;

   antes, pues más no sufre el mal presente,
volved, fiera enemiga de mi gloria;  10
la dulce libertad que yo tenía:

   Porque de vos ya pierdo osadamente,
sin esperanza alguna, la memoria;
mas ¡ay cómo me engaña esta osadía!




- XXXIX -


ArribaAbajo   Bien puede el vano error y la porfía
de mi ardiente deseo desfrenado
llevarme en su furor arrebatado,
y oscurecerme el cielo en claro día;

   que al fin la luz serena que me guía  5
la vista abre de nuevo a mi cuidado,
y de improviso error todo ocupado,
repugnó a la perdida suerte mía.

   Respiro ya del importuno peso;
y aunque no arrojo el yugo sacudido,  10
no me oprime la fuerza del tormento.

   Ni libre canto ya, ni lloro preso,
ni sano de mi llaga ni herido;
dudoso estó en confuso sentimiento.




- XL -


ArribaAbajo   Ya comienza a mudar su faz el cielo
sereno de mis días no turbados,
ya tornan a estrecharme mis cuidados,
a amor en fuego vuelve el tibio hielo.

   Incauto en tantos daños alzo el vuelo  5
de atrevidos deseos no cansados,
que van en lo que sigue tan cebados,
que pierden al peligro ya el recelo.

   Ufano intento, débil esperanza
y pocas fuerzas hacen que fallezca  10
en medio del camino la osadía.

   Cuando trocare el caso esta mudanza,
será para que siempre en mal padezca
quien yerra y persevera en su porfía.




- XLI -


ArribaAbajo   En la oscura tiniebla del olvido
y fría sombra, do tu luz no alcanza,
Amor me tiene puesto sin mudanza
este fiero desdén aborrecido,

   porque de su crudeza perseguido,  5
hecho mísero ejemplo de venganza,
del todo desampare la esperanza
de volver al favor y al bien perdido.

   Tú que sabes mi fe y oyes mi llanto,
rompe las nieblas con tu ardiente fuego  10
y tórname a la dulce suerte mía.

   Mas ¡oh! ¡Si oyese yo tal vez el canto
de mi enemiga, que saldría luego
a la pura región de la alegría!




- XLII -


ArribaAbajo   Ya siento el dulce espíritu de la aura,
que mansamente murmurando aspira;
ya veo el puesto a donde amor me tira,
y a do su muerta llama el fuego instaura.

   ¿Cuál amador de Cintia, o Delia, o Laura  5
temió más el desdén, la ardiente ira,
que yo la Luz que tiernamente mira
mi mal, y de la pena me restaura?

   Como al que espantó el rayo con el trueno
y lumbre, que aun le queda a la memoria  10
el alto estruendo del terror pasado;

   tal yo, que estuve triste y siempre lleno
de males, huyo en muestras de mi gloria,
temiendo el bien que no esperé, engañado.




- XLIII -


ArribaAbajo   Tú, que con la robusta y ancha frente
y grandes hombros sustentaste, alzado,
rey africano, todo el consagrado
cerco de las estrellas reluciente;

   y tú, que cuando Atlante temblar siente  5
la inmensa carga, sin doblar cansado
el vigor de tu cuello, levantado,
sufriste tanto peso osadamente,

   yo no os envidio, aunque en la grandeza
y en valor desigual, porque el sereno  10
cielo y estrellas, do el Amor se cría

   y donde reina eterna la belleza,
sostuve glorioso y de bien lleno
cuanto sufrió la corta suerte mía.




- XLIV -


ArribaAbajo   Amor en mí se muestra todo fuego,
y en las entrañas de mi Luz es nieve,
fuego no hay que ella no torne en nieve,
ni nieve que no mude yo en mi fuego.

   La fría zona abraso con mi fuego,  5
la ardiente mi Luz vuelve helada nieve,
pero no puedo yo encender su nieve
ni ella entibiar la fuerza de mi fuego.

   Contrastan igualmente hielo y llama,
que de otra suerte fuera el mundo hielo  10
o su máquina toda viva llama.

   Mas fuera, porque ya resuelto en hielo
o el corazón desvanecido en llama,
ni temiera su llama ni su hielo.




- XLV -


ArribaAbajo   Hurtadas glorias de esperanza incierta,
vanos efectos, días mal gastados
dieron triste principio a mis cuidados
y ocasión a mis lástimas abierta.

   De mi favor y mi alegría cierta  5
los pasos fueron súbito cortados,
y fueron mis dolores renovados
con la memoria de mi gloria muerta.

   Ahora queda inútil esperanza,
frío, calor, temor, suspiro y llanto,  10
y sólo amor en mi engañada suerte.

   No deseo tornar en confianza;
que no hay corazón que sufra tanto,
ni aun bien que me defienda de la muerte.




- XLVI -


ArribaAbajo   Sólo de unos honestos dulces ojos
tengo lleno mi alto pensamiento;
sólo de una belleza cuido y siento,
que da justa ocasión a mis enojos;

   sólo me prende un lazo, que en manojos  5
de oro esparce el amor al manso viento;
sólo de una grandeza mi tormento
procede, que enriquece mis despojos.

   No escucho otra voz ni amo, y no me acuerdo
de otra gracia jamás, ni espero y veo  10
otro valor igual en mortal velo;

   si no fuese saber que ausente pierdo
la gloria que se debe a mi deseo,
nunca más bien de amor me diese el cielo.




- XLVII -


ArribaAbajo   Llevarme puede bien la suerte mía
al destemplado cerco y fuego ardiente
de la abrasada Libia, o do se siente
casi perpetua sombra y noche fría,

   que en la niebla tendré lumbre del día,  5
templanza en el calor, aunque esté ausente
de vos, mi bien, y Amor, siempre inclemente,
me niegue la esperanza de alegría.

   Y no podrá mi áspero tormento,
y el inmenso dolor, que temo tanto,  10
turbarme un solo punto de mi gloria;

   que en medio de mi grave sentimiento,
de mi hielo y mi llama, alegre, canto
de mi dichoso mal la rica historia.




- XLVIII -


ArribaAbajo   Aquí yo vi el luciente y puro velo
por los hermosos hombros esparcido,
que se puso en mi cuello, y sacudido
a la aura, el oro retocó en su vuelo.

   Cual baja el bello Amor del alto cielo  5
con crispante esplendor esclarecido,
tal mi Luz pareció con encendido
vigor, que hace ilustre y rico el suelo.

   Mis ojos, que gozaron esta gloria,
son dichosos, y guardan la alegría  10
para el dolor que el alma presa siente.

   ¡Oh qué dulce holganza a la memoria,
dulce bien y regalo de aquel día,
que siempre alabo en soledad ausente!




- XLIX -


A don Pedro Tello


ArribaAbajo   En tanto que en el fiero hórrido seno
de la antigua Cartago el estandarte
de España honráis, y al sarraceno Marte
el pecho de temor mostráis ajeno,

   yo aquí, do el rico Betis, de honor lleno,  5
el fértil curso ufano en vueltas parte,
dando de mí al amor la mejor parte,
de mi incierta esperanza me enajeno.

   Mi Luz bella y sus lazos y oro canto,
y aunque el valor insigne vuestro admiro,  10
de lauro a vos no envidio la corona;

   que a mayor premio el ánimo levanto
si mi divina Luz, por quien suspiro,
de sus hermosas hebras me corona.




- L -


ArribaAbajo   Pensoso vuelvo a la alma del pasado
tiempo el dolor que tuve, y el presente,
ya que razón alguna no consiente
que en dulce error padezca enajenado.

   El cuello ya levanto deslazado,  5
que la señal del yugo impresa siente;
¿cuál tuyo, oh impío Amor, grave accidente,
digo, podrá mudar mi ufano estado?

   Yo sé bien cuánto duele una esperanza
que huye y un temor que crece en pena,  10
y cuán vano el es el fin de mi deseo;

   mas deshaces, cruel, mi confianza
simple, que a tus engaños me condena,
y voy alegre al mal que temo y veo.




- LI -


ArribaAbajo   Las armas fieras cante el triste hado
del soberbio Ilión, ceniza hecho
el impío orgullo, el temerario pecho
con saeta celeste atravesado;

   el mar nunca primero navegado,  5
y duras peñas del concurso estrecho,
de centauros el ímpetu deshecho,
o Egeón con cien brazos indignado;

   quien en la Aonia selva ornó su frente,
habitador de la Cirrea cumbre,  10
para vencer la muerte con memoria;

   que yo sólo, si Amor tal bien consiente,
mi pura Estrella, canto vuestra lumbre,
que me afina en las llamas de su gloria.




- LII -


ArribaAbajo   ¿Por qué renuevas este encendimiento,
tirano Amor, en mi herido pecho,
que ya casi olvidado del mal hecho
vivía en soledad de mi tormento?

   Cuando más descuidado y más contento  5
revuelves a meterme en tanto estrecho,
oblígasme, cruel, que a mi despecho
procure contrastar tu fiero intento.

   Las armas, en el templo ya colgadas,
visto y el acerado escudo embrazo  10
y en mi venganza salgo a la batalla.

   Mas ¡ay! que a las saetas, que templadas
en la luz de mi Estrella están, y al brazo
tuyo no pude resistir la malla.




- LIII -


ArribaAbajo   ¿Quién rompe mi reposo? ¿Quién desata
el dulce sueño al corazón cansado?
¿Quién despierta el temor de mi cuidado?
¿Quién mi sosiego amado desbarata?

   La fuerza de mi afán, que me maltrata  5
turbando mi descanso, y tan pagado
estoy del mal, que en él, enajenado
de lo más, el sentido se recata.

   Fuera yo a mi pasión no agradecido
si no buscara extremos en la pena,  10
como en la presunción de mi osadía.

   El bien de mi dolor tan bien sufrido
es pensar que cuan fiero me condena
tanto es mayor con él la gloria mía.




- LIV -


ArribaAbajo   Ojos en quien me espíritu respira
tal vez, ardiendo en lúcidas centellas;
ojos no, mas purísimas estrellas,
rayos que el sol menor celoso mira;

   rico puesto, a do sólo amor espira,  5
dichoso en las eternas luces bellas,
y sus llamas afina, y templa en ellas,
siempre fiero y cruel, la aguda vira;

   no alcanza nombre alguno a la belleza
vuestra; y así, no digo cuánto siento,  10
que tanto bien no acabe en voz humana.

   Baste que para osar a vuestra alteza
vos llame ¡oh dulce causa a mi tormento!
ojos de mi sirena soberana.




- LV -


ArribaAbajo   Céfiro renovó en mi tierno pecho
floridas ramas de esperanza cierta,
a mansa pluvia, a sol temprano abierta,
y todo se mostraba en mi provecho.

   Cuando de hielo un crudo soplo hecho  5
de aquella parte de calor desierta,
abate en tierra mi esperanza muerta,
y el trabajo en un punto, fue deshecho.

   Quedó en el mismo puesto el hielo frío,
que con el fuego en mi dolor contiende,  10
y vence alguna vez, otra es vencido.

   De allí siempre temí en el pecho mío
la nieve, que aunque el fuego me defiende,
medroso estoy del daño recibido.




- LVI -


ArribaAbajo   Salen mil pensamientos al encuentro
cuando estoy más ajeno, y pueden tanto
que a pena de mis males me levanto
y ya me hallo en el peligro dentro.

   Sin recelo mi afrenta sigo y entro  5
osando, o ciego error, para más llanto,
y aunque me esfuerzo, al fin no puedo cuanto
debo en tantas mudanzas con que encuentro.

   No es la tristeza ni el dolor quien hace
la guerra que padezco de mi daño,  10
que el mal no espanta a quien lo tiene en uso.

   El bien que temo y dudo me deshace,
que yo sé bien por el ausente engaño
juzgar de este presente el fin confuso.




- LVII -


(A don Melchor Maldonado)


ArribaAbajo   Si puede celebrar mi rudo canto
la luz de vuestro ingenio y la nobleza,
tendrá perpetua gloria con grandeza
de fama en el dorado y rico manto.

   Pero si de mi mal no me levanto  5
y Amor me ocupa todo en la belleza,
sola y grave ocasión de mi tristeza,
por quien suspiro y me deshago en llanto,

   será en cuanto sostenga la alma mía
el duro peso, sin temor de olvido,  10
siempre vuestro valor de mí estimado,

   porque el sosiego, trato y cortesía
a vos todo me tienen ofrecido,
¡oh ilustre honor del nombre Maldonado!




- LVIII -


ArribaAbajo   Tal vez abrasa con vapor fogoso,
tal vez enfría con horror helado,
de la africana fuente desatado
el cristal en el mismo trato ondoso.

   Cuando el cielo en la sombra está medroso,  5
hierve en ardor su curso destemplado,
y cuando yace el sol más inflamado,
corre un invierno de rigor nevoso.

   Son tales los milagros en mi pecho,
sujeto y condenado a tu crudeza,  10
haces, fiero tirano y señor mío,

   que estoy en el calor un hielo hecho,
y un fuego de inmortal naturaleza
en la fuerza y vigor del mayor frío.




- LIX -


A don Álvaro de Bazán primer marqués de Santa Cruz


ArribaAbajo   Esconde, tardo Bágrada, en tu seno
la fiera armada de tu osada gente,
y arrancando los cuernos de la frente
pierde el orgullo ya, de esfuerzo ajeno.

   Que a todo el ancho Ponto pone freno,  5
vengando con la aguda espada ardiente
los insultos, que sufre el Occidente,
el domador del cita y agareno.

   Verás la tierra presa, el mar sangriento,
y al nombre de Bazán temblar medroso  10
el corazón más bravo y arrogante,

   y atado en hierro el cuello descontento,
rendirse al brazo suyo poderoso
cuanto abrazan el Nilo y grande Atlante.




- LX -


ArribaAbajo   Ausente pienso en mi dolor conmigo,
si alguna vez estuve tan contento,
que no diese el cuitoso sentimiento
el lugar que se debe al más amigo;

   y hallo al fin en este mal que sigo  5
que nunca un hora libre de tormento
puede alcanzar; que al cabo el pensamiento
es mi amor contrario y enemigo.

   Bien que puedo traer a la memoria
sombras de un bien que descubrí tan vano,  10
que se despareció luego a mis ojos;

   mas esto no me puede causar gloria;
antes da siempre a mi dolor la mano
para que no se acaben mis enojos.




- LXI -


A don Luis Barahona de Soto


ArribaAbajo   Vos celebrando al son de noble lira,
insigne Soto, vuestra dulce pena,
del Dauro la ribera tenéis llena
y el verde bosque, que de vos se admira

   Yo aquí, do Amor en mi dolor conspira,  5
solo en esta desierta, ardiente arena,
rompo mis ojos en profunda vena
y el gran Betis en mi mal suspira.

   Dichoso vos, que en luz de inmortal fuego,
de vuestra Fénix renováis la gloria,  10
que no podrá cubrir niebla de olvido.

   Yo, mísero, sin bien, herido y ciego
avivo de mis males la memoria,
desesperado y nunca arrepentido.




- LXII -


ArribaAbajo   Amor, en un incendio no acabado
ardí del fuego tuyo, en la florida
sazón y alegre de mi dulce vida,
todo en tu viva imagen trasformado.

   Y ahora, oh vano error, en este estado,  5
no con llama en cenizas escondida,
mas descubierta, clara y encendida,
pierdo en ti lo mejor de mi cuidado.

   No más, baste, cruel, ya en tantos años
rendido haber al yugo al cuello yerto,  10
y haber visto en el fin tu desvarío.

   Abra la luz la niebla a tus engaños,
antes que el lazo rompa el tiempo y muerto
sea el fuego del tardo hielo mío.




- LXIII -


A la muerte de don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz


ArribaAbajo   Pongan en tu sepulcro, oh flor de España,
la virtud militar y la victoria
grandes ciudades presas, en memoria,
y todo el noble mar que a Grecia baña.

   Tú solo, tú, con singular hazaña  5
ganaste vencedor tan alta gloria,
que las voces se cansan de la historia
que tus ínclitos hechos acompaña.

   El furor de otomano quebrantado
será justo despojo, que esculpido  10
en lengua de la fama alce tu nombre.

   Can tal blasón, valor nunca domado,
ingenio y arte hacen que vencido
no pueda ser del tiempo un mortal hombre.




- LXIV -


ArribaAbajo   El triste afán del corazón doliente,
con la memoria de mis males llena,
va repitiendo con tu sola arena,
sacro rey de las aguas de Occidente.

   Las ondas acreciento a tu corriente,  5
socorriendo a tu curso con la vena
de mis ojos llorosa, y junto suena
el suspiro, que esfuerza a la creciente.

   Al fin gasto el humor, y cesa el viento
y exhala el fuego con incendio tanto  10
que de húmido te hace ardiente río.

   En vano intentas a este encendimiento
resistir, pues no pudo el grave llanto
quebrantar su rigor, del dolor mío.




- LXV -


ArribaAbajo   Como en la cumbre excelsa de Mimante,
do en eterna prisión arde y procura
alzar la frente airada y guerra oscura
mover de nuevo al cielo el gran gigante,

   se nota de las nubes, que delante  5
vuelan y encima en hórrida figura,
la cálida de tempestad futura,
que amenaza con áspero semblante,

   así de mis suspiros y tristeza,
del grave llanto y grande sufrimiento  10
se muestra el mal, que encierra el duro pecho.

   Por eso no os ofenda mi flaqueza,
bella estrella de amor, que mi tormento
no cabe bien en vaso tan estrecho.




- LXVI -


ArribaAbajo   Fiero dolor, que el corazón cuitado
tanto afliges y cansas; dolor fiero,
que por templar mi mal con honra quiero
llamar sólo dolor desesperado;

   pues al extremo a tu rigor llegado,  5
y del amor ningún remedio espero,
acaba ya mi vida, o, pues no muero,
acábese contigo mi cuidado.

   Porque si del furor de mi tormento
puedo alentar, ya nunca más victoria  10
daré de mí al autor de tu crudeza;

   y el horror de la pena y mal que siento
quedará siempre vivo en mi memoria,
para huir contino tu dureza.




- LXVII -


ArribaAbajo   Preso en la red de amor dorada y pura,
y ardiendo en vivos rayos de belleza,
mueve el sutil pincel, y con destreza
su fuerza en vuestra luz mostrar procura.

   La arte a su fin llegó, la hermosura  5
al intento excedió en extrema alteza;
en ella infunde el mismo su grandeza,
y espíritu se hace en su figura.

   Su llama en él enciende a quien la mira,
y en la virtud, que halla soberana,  10
lleva el alma abrasada en alto vuelo;

   y con la gloria eterna, que le inspira,
goza, excelsa y bellísima Diana,
el sereno esplendor del alto cielo.




- LXVIII -


ArribaAbajo   Esta sola desierta, ardiente arena,
fatal sepulcro al último occidente,
de armas rotas, de muerta y presa gente
y de sangrientos ríos está llena.

   Infamia y honra en un error condena  5
al corazón cobarde y al valiente;
el premio es desigual; que el uno siente
perpetua gloria, el otro eterna pena.

   Con un súbito estrago y espantoso
y confuso desorden acabando,  10
cedió el valor heroico al africano.

   Grave crimen del vulgo temeroso;
que, pues murió, muriera peleando
do murió, todo el reino lusitano.




- LXIX -


ArribaAbajo   Fernando, yo surqué con viento lleno
del dulce Amor el grande mar abierto,
y libre de temor, sin buscar puerto,
atravesé de un seno en otro seno.

   En medio el curso, se turbo el sereno  5
cielo, y revuelto todo, el Ponto incierto
rompe mi flaca nave, y ya desierto
de salud, en las ondas voy, ajeno.

   Si en esta tempestad es tal mi suerte
que escape de peligro, nunca el fiero  10
tirano llevará de mí victoria;

   mas antes que en olvido cubra Muerte
mi nombre humilde, celebrar espero
del español belígero la gloria.




- LXX -


ArribaAbajo   Si no sufría ya la adversa suerte
que más viviera el reino lusitano,
ardiera en guerra fiera, y Marte insano
moviera del contrario el brazo fuerte.

   Cuanta saña y furor la tierra vierte,  5
hierro, fuego enemigo de impía mano
armara, y no entregara al africano
los cobardes despojos de su muerte.

   No es vergüenza morir, y la victoria
y vida, el honor no, rendir osado  10
al ímpetu de Libia violenta.

   Fuera sin culpa mísero con gloria,
honrárase en la queja de su hado,
y faltara a sus lágrimas la afrenta.




- LXXI -


ArribaAbajo   Soberbio Tajo, que en la gran corriente
entrabas de Neptuno impetuoso,
¿por qué con tardo paso y temeroso
vas humilde abatiendo tu creciente?

   Si al fiero Luco osado alza la frente,  5
domador de tu ejército famoso,
no debes tú por eso estar medroso,
ni el furor libio recelar presente;

   que en tu favor el Ebro grande, el Duero
y el sacro ondoso Betis a porfía  10
el valor juntarán, la fuerza y arte.

   Luego verás al númida guerrero
perder roto el orgullo y la osadía,
y cautivo humillado venerarte.




- LXXII -


A don Francisco de Medina


ArribaAbajo   Ya que en vano contrasto al dolor fiero,
y faltándome el bien, crece el tormento,
y la esperanza sin ningún aliento
me olvida, y de remedio desespero,

   este desierto puesto sólo quiero,  5
pues lo aquejó mil veces mi lamento;
que al triste cuerpo, siempre descontento,
sea el sepulcro de su mal postrero.

   Si tuvo en vos, Francisco, Amor tirano
tal vez imperio, a lástima movido,  10
este verso cortad en mi memoria:

   «Uno aquí yace que amó firme en vano,
y cuando esperó bien, aborrecido
la vida lo dejó, y huyó su gloria».




- LXXIII -


ArribaAbajo   Fría ceniza de mi ardiente fuego,
y rotas hebras de mal firme nudo
que me enlazó, de cuitas ya desnudo,
vos miro alegre y libre en mi sosiego.

   No es este el tiempo, no, en que anduve ciego,  5
ni la ocasión que así perderme pudo;
que contra el mal embraza el fuerte escudo
razón, y el feudo antiguo ya vos niego.

   La luz pura, en mi oscura niebla abierta,
me descubre el error que proseguía,  10
y lleva osando por el paso estrecho.

   Muerto el deseo, y la esperanza muerta,
y sin fuerza vosotros, ¿qué porfía
vos mueve a molestar mi duro pecho?




- LXXIV -


ArribaAbajo   Cuando rendía la arrogante frente
el ya vencido reino lusitano,
y de Filipo el brazo soberano
ponía el freno estrecho al Occidente,

   con fiero influjo, con señal ardiente,  5
que dio sospecha y dio temor no en vano,
el cielo se llevo con dura mano
la luz más pura de Austria y excelente;

   mas, de estrelladas hebras coronada,
esculpió entre los astros su belleza,  10
do alegre mira el rico hesperio suelo.

   ¡Cuánto puedes virtud, que arrebatada
de esta humildad a la inmortal grandeza,
eres amor, y eres honor del cielo!




- LXXV -


ArribaAbajo   Donde el dolor me lleva vuelvo al paso,
tan cansado y perdido que no tengo
para arribar fuerza, y nunca vengo
a conceder holganza al cuerpo laso.

   El mal me sigue de uno en otro paso,  5
perpetuo y grave, tal que lo sostengo
sólo por entender que en mí me vengo
de cuanta pena por Amor yo paso.

   Si en este afán, que ha de acabarse tarde,
osara esperar bien, fuera descanso  10
dulce y regalo mi mortal congoja.

   Mas ya remedio no vendrá, que guarde
el corazón caído, y más me canso
cuando el trabajo intenso en algo afloja.




- LXXVI -


ArribaAbajo   Alma bella, que en este oscuro velo
cubriste un tiempo tu vigor luciente,
y en hondo y ciego olvido gravemente
fuiste escondida, sin alzar el vuelo;

   ya despreciando este lugar, do el cielo  5
te encerró y apuró, con fuerza ardiente,
y roto el mortal nudo, vas presente
a eterna paz, dejando en guerra el suelo.

   Vuelve tu luz a mí y del centro tira
al ancho cerco de inmortal belleza,  10
como vapor terrestre levantado,

   este espíritu opreso, que suspira
en vano por huir de esta estrecheza,
que impide estar contigo descansado.




- LXXVII -


ArribaAbajo   En noche sola voy con sombra, oscuro,
sin bien, perdido, ajeno de reposo,
con débil paso y corazón medroso,
buscando del amor lugar seguro.

   Siento al lado del arco el golpe duro,  5
y de mayor peligro receloso,
vuelvo sujeto a mi dolor penoso,
y en mal antiguo nuevo mal procuro.

   El yerto, hórrido risco despeñado,
y la montaña áspera parece  10
llana senda al deseo que me lleva.

   Culpa no es del, que siempre va engañado;
mas la razón, que ve, ¿por qué se ofrece
al conocido error que nunca prueba?




- LXXVIII -


ArribaAbajo   Osé y temí, mas pudo la osadía
tanto que desprecié el temor cobarde;
subí a do el fuego más se enciende y arde
cuanto más la esperanza se desvía.

   Gasté en error la edad florida mía,  5
ahora veo el daño, pero tarde,
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.

   Tal vez pruebo (¿mas que vale?) alzarme
del grave peso que mi cuello oprime,  10
aunque falta a la poca fuerza el hecho.

   Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.




- LXXIX -


A Pompeyo


ArribaAbajo   Después que Mitridates rindió al hado
el fiero pecho, y Asia sacudida,
cayó rota, y la tierra, al fin vencida,
vio el mar de los piratas despojado,

   lo que no pudo el medo, el parto osado,  5
ni virtud de Sertorio esclarecida,
una vil, flaca diestra la temida
cabeza, oh gran Pompeyo, te ha cortado;

   y el cuerpo mal cubierto de la arena,
triste ultraje y cruel de humana gloria,  10
desierto yace. ¡Oh cuánto en ti la dura

   suerte discorde se mostró y ajena!
Pues falleciendo tierra a tu victoria,
la tierra falleció a tu sepultura.




- LXXX -


A Felipe II


ArribaAbajo   Ya que el sujeto reino lusitano
inclina al yugo la cerviz paciente,
y todo el grande esfuerzo de Occidente
tenéis, sacro señor, en vuestra mano,

   Volved contra el suelo hórrido africano  5
el firme pecho y vuestra osada gente,
que su poder, su corazón valiente,
que tanto fue, será ante el vuestro en vano.

   Cristo os da la pujanza de este imperio
para que la fe nuestra se adelante  10
por do su santo nombre es ofendido.

   ¿Quién contra vos, quién contra el reino hesperio
bastará alzar la frente, que al instante
no se derribe a vuestros pies rendido?




- LXXXI -


Al marqués de Santa Cruz, en la rendición de las terceras


ArribaAbajo   «Yo, que el temor al piélago Adriano
quité, y de Etolia en el famoso estrecho
quebré el orgullo, y sin valor deshecho
dejé primero el ímpetu otomano,

   en este peligroso golfo insano,  5
do Francia llora rota el crudo hecho,
osando en tu valor, con fuerte pecho
pongo fin al imperio lusitano.

   Alargue el mar su derramado seno,
que en todo él pienso ser victoriosa,  10
siguiendo en cualquier trance tu bandera».

   España así con esplendor sereno
dijo al grande Bazán en la dudosa
conquista de la presa ya Tercera.




- LXXXII -


A Juan Antonio del Alcázar


ArribaAbajo   Osé subir con poca diestra suerte
al florido Helicón, y donde baña
el cristal de Ipocrene la campaña,
y Castalia las puras ondas vierte,

   para alabar el pecho osado y fuerte  5
los grandes hechos que honran nuestra España;
mas no se debe a mí tan gran hazaña,
no es vencedor mi canto de la muerte.

   Por no entregarme al ocio descuidado,
Antonio, escribo, y mi serena Estrella  10
voy con mis rudos versos ofuscando;

   mas, si en sus vivos rayos inflamado
me veo, vos veréis en gloria de ella
honrando a España ir vuestro Fernando.




- LXXXIII -


ArribaAbajo   Dejad ya de seguir el paso incierto
del militar honor, y aquel cuidado
de igualar al abuelo celebrado,
y en paz tomad, Señor, seguro puerto.

   Ya vuestro sol va al occidente cierto,  5
de dolencia y afán y años cargado,
¿qué esperáis? Romped ya el embarazado
camino, y escoged el más abierto.

   Harta gloria habéis dado a nuestra España
con el valor y la real largueza,  10
que sin igual en vos conoce el suelo.

   Creed que no será mejor hazaña
vivir con vos de hoy más, y dar al cielo
parte de vuestras obras y grandeza.




- LXXXIV -


ArribaAbajo   Aunque el dolor que la alma triste oprime
no deja respirar al buen deseo,
si tal vez descargado el peso veo,
y el duro afán que menos me lastime,

   podrá ser, por ventura, que se estime  5
mi canto igual con el del tracio Orfeo,
y que el sacro furor del gran Timbreo
en la celeste cumbre me sublime.

   Entonces, cuando ya vencida incline
la envidia, entre los pocos que sostiene  10
mostrará vuestro nombre la memoria;

   y allí el valor y el corazón insigne
vuestro honrarán las musas de Hiprocrene,
del hesperio león oh excelsa gloria.




- LXXXV -


ArribaAbajo   Cese tu fuego, Amor, cese ya, en tanto
que respirando de su ardor injusto,
pruebo a sentir este pequeño gusto
de ver mi rostro humedecido en llanto.

   Que nunca el alto Etna con espanto  5
los grandes miembros y el rebelde busto
del impío que cayó con rayo justo,
puede encender ni nunca encendió tanto.

   No amortiguan mis lágrimas tu fuego,
antes avivan su furor creciendo,  10
aunque venzan del Nilo la corriente.

   ¿Si, suelto en agua, rompo el nudo luego,
que más te agrada desatarlo ardiendo,
es menos mal lo que es más diferente?




- LXXXVI -


ArribaAbajo   Sigo por un desierto no tratado,
sin luz, sin guía, en confusión perdido,
el vano error, que sólo me ha traído
a la miseria del más triste estado.

   Cuanto me alargo más, voy más errado  5
y a mayores peligros ofrecido,
dejar atrás el mal me es defendido,
que el paso del remedio está cerrado.

   En ira enciende el daño manifiesto
al corazón caído, y cobra aliento  10
contra la instante tempestad osando.

   O venceré tanto rigor molesto,
o en los concursos de su movimiento
moriré, con mis males acabando.




- LXXXVII -


ArribaAbajo   Dulces halagos, tierno sentimiento
regalos blandos y amoroso engaño,
que a un rudo pecho y del Amor extraño
fuiste grave ocasión de su tormento,

   ¿qué dura fuerza y grande movimiento  5
os deshizo y mostró el cubierto daño?
¿Por qué no me consuela el desengaño
ya que me ofende ver mi perdimiento?

   No me distes herida tan liviana
que a lo íntimo del alma no tocase,  10
quedando en ella eternamente abierta.

   Faltaste porque nunca yo alcanzase
del bien que tuve en esperanza vana
segura una hora de alegría cierta.




- LXXXVIII -


ArribaAbajo   Al triste humor que mísero destilo,
¿cómo no falto? Cómo crece tanto
en medio de la vena de mi llanto
de ardiente ondas este eterno Nilo?

   La llama esfuerza mi lloroso hilo,  5
las lágrimas mi fuego, porque cuanto
templarlos pruebo, en mi dolor levanto
de su concurso un mal mezclado estilo.

   No inundó mayor pluvia el duro suelo
de la ancha tierra, ni Etna de su cumbre  10
exhaló mayor llama sin sosiego.

   Deucalión y quien pensó del cielo
regir incauto la perpetua lumbre,
más agua aquí hallarán y más fuego.

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