Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo

Acto II

 
El teatro representa la plaza de la villa de Cádiar. En el fondo se ve una antigua mezquita, que sirve de templo a los cristianos, y a la cual se sube por unas gradas. A cada lado de la iglesia habrá una calle, larga y angosta, ambas en cuesta. También habrá otras que desembocan en la plaza.

 

Escena I

 
PASTORES y ZAGALAS, gente del pueblo, soldados castellanos.

 
 
Al alzarse el telón, se ve una fogata en medio de la plaza. Aparecen grupos de gente del pueblo y el coro de pastores y zagalas cantando y bailando; algunos soldados castellanos están mirando el baile.

 

VILLANCICO

CORO
Zagalas, pastores,
venid a adorar
al Rey de los cielos,
que ha nacido ya.
ZAGALA PRIMERA
La noche va apenas
su curso a mediar,
y al sol no le envidia
su luz celestial.
ZAGALA SEGUNDA
Diciembre ha dejado
su fuego y hogar,
y a mayo le roba
la gala y beldad.
CORO
Zagalas, pastores,
venid a adorar
al Rey de los cielos,
que ha nacido ya.
ZAGALA PRIMERA
En nieve y escarcha
se ven ya brotar
claveles y rosas,
laurel y arrayán.
ZAGALA SEGUNDA
Con ramas y flores
la cuna adornad,
en tanto que un ángel
meciéndola está.
CORO
Zagalas, pastores,
venid a adorar
al Rey de los cielos,
que ha nacido ya.
ZAGALA PRIMERA
Monarcas de Oriente
van pronto a llegar,
y ricas ofrendas
al Niño traerán.
ZAGALA SEGUNDA
Del campo los dones
le placen aún más;
que en vez de palacio,
nació en un portal.
CORO
Zagalas, pastores.
venid a adorar
al Rey de los cielos,
que ha nacido ya.
 
(Mientras están cantando y bailando por última vez óyese el toque de la campana.)

 

UN SOLDADO.-   ¡Silencio!... ¿No estáis oyendo?...

PASTORES Y ZAGALAS.-   ¡Vamos, vamos!...

OTROS.-   Después bailaremos.

 
(Entran todos en la iglesia, cuya puerta se cierra luego; óyense al instante los ecos del órgano, y poco después los acentos de un canto pausado y suave. Cuando se haya concluido la primera estrofa, y en tanto que sólo se oye la música, se ve asomar por una de las calles del fondo a ABEN FARAX, acompañado de dos o tres moriscos, y por la otra al PARTAL y al DALAY, con otros cuantos. Vienen todos embozados en sus alquiceles y albornoces, y se acercan con el mayor recato. Así que lleguen a las esquinas de la iglesia y que ven despejada la plaza, sacuden en el aire los alquiceles blancos para llamar a otros moriscos, que vienen por diferentes puntos. ABEN FARAX y el PARTAL se juntan hacia el centro de la plaza, en medio de un grupo de MORISCOS; otros se reúnen en varios grupos y hacen ademán de estarse concertando para la empresa. Reina el mayor silencio; y sólo le interrumpe el eco lejano del canto.)

 

HIMNO

ESTROFA I

Cantemos al Señor, que la esperanza
del pueblo de Israel colmó clemente;
por siempre sella el pacto de alianza,
y hasta el débil mortal bajar consiente.

CORO

¡Enjuga, Sión, el llanto;
no más signos de dolor!
¡Otra vez resuene el canto,
que ha nacido el Salvador!

ESTROFA II

La cándida paloma ya aparece;
y el símbolo de paz muestra a la tierra:
receja el mar, el iris resplandece,
brama el infierno, y sus abismos cierra.

CORO

¡Enjuga, Sión, el llanto;
no más signos de dolor!
¡Otra vez resuene el canto,
que ha nacido el Salvador!

ESTROFA III

No es ya el Dios de venganza, cuya diestra
ciudades en pavesas convertía;
hoy cual astro benéfico se muestra,
y cielo y tierra inunda en alegría.

CORO

¡Enjuga, Sión, el llanto;
no más signos de dolor!
¡Otra vez resuene el canto,
que ha nacido el Salvador!


Escena II

 
ABEN FARAX, el PARTAL, el DALAY, el XENIZ y otros moriscos.

 

ABEN FARAX.-   Ya están en la iglesia...

PARTAL.-   Con eso tendrán menos que andar... bajo los pies tienen el sepulcro.

ABEN FARAX.-   ¿Se hallan prontos todos los nuestros?...

PARTAL.-   Así que demos el grito de exterminio, le repetirán por todo el pueblo, y llegará hasta el pie del castillo.

XENIZ.-   Mucha lástima tengo a los que allí se encuentran... ¡Ese Aben Humeya tiene el brazo tan pesado!...

ABEN FARAX.-    (Pasando de un grupo a otro.)  ¿Dónde está el Dalay?...

DALAY.-   Aquí.

ABEN FARAX.-   ¿Están ya marcadas todas las casas de los castellanos?...

DALAY.-   Y hasta las nuestras en que hay alguno de ellos.

ABEN FARAX.-   Es preciso echar abajo las puertas, que no se abran de par en par ante vosotros... ¡No hallen en parte alguna ni refugio ni asilo!...

PARTAL.-   Cuidado, amigos, que no confundáis a los castellanos con otros...; los distinguiréis por el traje...

DALAY.-   No es menester sino cerrar los ojos y dejar obrar los puñales.

ABEN FARAX.-   Ve a ponerte delante de una de esas puertas, mientras el Partal va a posesionarse de la otra... Que hallen cerradas todas las salidas, y que si intentan abrirse paso, caigan muertos a vuestros pies.

DALAY.-   Descuida...

PARTAL.-   Seguidme...

 
(Se van seguidos de muchos moriscos, y cada cual se coloca con los suyos hada el promedio de una de las calles del fondo, como para aguardar a los que intenten salir de la iglesia por las puertas de costado.)

 

ABEN FARAX.-    (Al XENIZ y a los que se han quedado con él.)  A nosotros nos cabe mejor suerte... ¡Vamos a ser los primeros que vertamos su sangre!

 
(Aprestan sus armas.)

 

XENIZ Y OTROS MORISCOS.-   ¡Vamos al punto, vamos!

 
(Encamínanse con el mayor silencio hacia la puerta principal de la iglesia, ínterin que el canto continúa, cada vez más suave y apacible. Cuando se hallen reunidos ante la puerta y en las gradas, ABEN FARAX se vuelve a ellos y les señala el cielo con su sable. Todos ellos gritan al punto:)

 

¡Mueran los castellanos!

 
(En todas las calles resuena el mismo grito.)

 


Escena III

 
ABEN FARAX y los suyos entran con ímpetu en la iglesia; óyese el estruendo; la gente quiere salir de tropel, y las dos hojas de la puerta se cierran de golpe. Al tiempo mismo se oyen estos varios acentos:

 

HOMBRES Y MUJERES.-   ¡Piedad..., por Dios..., piedad!

MORISCOS.-   ¡Mueran los castellanos!

SOLDADOS.-   ¡Asesinos!

 
(Resuena en la iglesia el ruido de las armas; los SOLDADOS castellanos quieren abrirse paso con la espada; los MORISCOS intentan impedírselo, pero son arrollados, y los castellanos bajan por las calles del fondo, cruzan con presteza la plaza y se van por una de las calles laterales, perseguidos por los MORISCOS y defendiéndose al arma blanca.)

 

SOLDADOS.-   ¡Al castillo!... ¡Salvémonos!

MORISCOS.-   ¡Mueran los castellanos!... ¡Mueran!...

TODOS.-   ¡Al castillo!

 
(Al punto que los MORISCOS hayan dejado libres las puertas de la iglesia, sale de tropel la GENTE del pueblo, PASTORES, MUJERES, niños... Huyen por todas partes en la mayor confusión, y se van por las diversas calles. Así, esta dispersión como la anterior refriega deben verificarse en lo hondo de la plaza, de suerte que los actores no se presenten en el primer término del cuadro.)

 


Escena IV

 
Un grupo de MORISCOS, la VIUDA de un castellano, un MORISCO.

 
 
Baja la VIUDA, corriendo por una de las calles del fondo, con un niño en los brazos; un MORISCO la persigue de cerca con sable en mano.

 

VIUDA.-   ¡Mi hijo!... ¡mi hijo!...

MORISCO.-   En el infierno volverás a verle.

VIUDA.-   ¡Por Dios!...

 
(Al momento mismo de pasar por delante de una de las calles laterales, sale por ella MULEY CARIME, y se interpone entre la VIUDA y el morisco, que estaba ya a punto de alcanzarla.)

 


Escena V

 
Los mismos. MULEY CARIME.

 

MULEY CARIME.-   ¿Qué haces?

MORISCO.-    (Queriendo descargar el golpe.)  Es hijo de un castellano...

MULEY CARIME.-   ¡Detente! Yo te creía un hombre esforzado..., no un asesino.

 
(La VIUDA, rendida de cansancio y de angustia, está a los pies de MULEY CARIME y abraza sus rodillas, así como el niño.)

 

MORISCO.-   Es que...

MULEY CARIME.-   Ya lo sé; con la oscuridad de la noche te has engañado..., yo te disculpo... ¡Creías perseguir a un enemigo... y es una mujer!

 
(El MORISCO se queda confuso; apártase poco a poco y va a juntarse con los demás.)

 

UN MORISCO.-     (En el grupo.)  ¡Otra vez el viejo... por todas partes se le encuentra!

MULEY CARIME.-     (A la mujer.) Levántate, infeliz...; nada tienes ya que temer... ¿Por qué me besas la mano? Yo no he hecho sino lo que debía.

MORISCO l.º-   ¿Lo estáis oyendo?... Ni aun trata de disimular...; siempre ha querido bien a los cristianos.

MORISCO 2.º-   ¡Quién sabe!... Tal vez lo será en el fondo de su corazón.

LA VIUDA.-     (Al tiempo de levantarse.)  Así, hijo mío...; bésale los pies...; acaba de salvarte la vida.

 
(El niño lo ejecuta.)

 

MULEY CARIME.-   ¿No tienes más hijos que éste?

VIUDA.-   Es el único... y he estado a punto de perderle... ¡Ya le he visto traspasado en mis brazos!...  (Abraza al niño con la mayor ternura.) 

MULEY CARIME.-   No llores, buena mujer, no llores... ¿y no ves que afliges a ese niño?... Escucha:  (En tono más bajo.)  corres peligro si te vuelven a hallar aquí... En este momento están ciegos, y son capaces de todo... Ven conmigo; yo te acompañaré hasta las puertas del pueblo, y te indicaré un paraje en que puedas guarecerte.

VIUDA.-   ¡Dios os bendiga!... Habéis salvado a este infeliz huérfano...

MULEY CARIME.-   Ya me conoce el angelito... ¿Lo ves?... Me toma la mano... Venid, venid conmigo.

 
(Vanse por la calle opuesta a la que conduce al castillo.)

 


Escena VI

 
Los MORISCOS.

 
 
Quédanse por un momento callados y como absortos.

 

MORISCO 1.º-   Ha salvado la vida a ese muchacho... para alegar luego ese mérito.

MORISCO 2.º-   Lástima es que haya tomado nuestro vestido...; mejor le asentaba el traje castellano.

MORISCO 1.º-   Se lo ha quitado esta noche, por no morir con sus amigos...; pero le habrá guardado para mejor ocasión.

MORISCO 2.º-   ¿Y quién tiene la culpa?... Nosotros. ¿Por qué le hemos dejado escapar?...



Esvena VII

 
Los dichos. ABEN ABÓ, ABEN FARAX.

 
 
ABEN ABÓ y ABEN FARAX desembocan por la calle que conduce al castillo, a tiempo de oír las últimas palabras.

 

ABEN FARAX.-   ¿A quién?

MORISCO 1.º-   Al hijo de un castellano...

MORISCO 2.º-   Que ha salvado Muley Carime.

ABEN FARAX.-   ¡Muley Carime!

MORISCO 1.º-   ¿Y por qué lo extrañas?... Nada más natural... Ha sido toda su vida el más vil esclavo de los cristianos.

ABEN FARAX.-   No habléis de él en esos términos..., debéis tratarle con más respeto... ¿No es suegro de vuestro rey?...

MORISCO 2.º-   ¡De nuestro rey!

MORISCO l.º-   Si se vuelve como Carime poco le durará el serlo.

ABEN ABÓ.-   Eso es... echar fieros a sus espaldas, y después temblar en su presencia.

ALGUNOS MORISCOS.-   ¡Nosotros!

ABEN ABÓ.-   ¿Pues no acabáis de decirlo?... Con una palabra de Muley Carime se os ha caído el puñal de las manos.

MORISCO 1.º-   ¡Si no se hubiera tratado de un niño!

ABEN FARAX.-   Tienes razón, amigo... su padre tal vez degolló al tuyo.

MORISCO 1.º-   Su hijo le vengará.

 
(Vase al punto, haciendo seña a los demás para que le sigan; y desaparecen por la misma calle por la que fue MULEY CARIME.)

 


Escena VIII

 
ABEN ABÓ, ABEN FARAX.

 

ABEN ABÓ.-   ¡Miserables! Su furor se enciende y se apaga como lumbrarada de sarmientos.

ABEN FARAX.-   ¿Y quién nos quita aprovecharnos, a la primera ocasión favorable, de ese carácter impetuoso?... ¡Quién sabe!... Quizá este último lance pudiera sernos útil. Ya empiezan a murmurar de Muley Carime; no será difícil trocar la desconfianza en odio.

ABEN ABÓ.-   Mucho piensan en ese viejo... Bien se echa de ver que te negó la mano de su hija, y que la entregó ante tus mismos ojos al rival que más aborrecías...

ABEN FARAX.-   Hace ya muchos años que he echado en olvido mi amor; pero no he olvidado mi afrenta.

ABEN ABÓ.-   ¿Y no ves más que a Muley Carime, cuando intentas vengarla?...

ABEN FARAX.-   Es que de un solo golpe espero herir dos víctimas.

ABEN ABÓ.-    (Dándole la mano.)  ¡Si hubieras visto al otro insolente, como acabo de verle yo!... He tenido que huir de su presencia; porque ya no podía contenerme. Todas sus proezas se reducían a haber degollado unos cuantos soldados, viejos, enfermos...; otros que se hallaban sepultados en el sueño o en la embriaguez... Pues bien, ¿lo creerás? Aben Humeya se mostraba envanecido, como si acabase de alcanzar una victoria... Ya se enseñoreaba del castillo; ya afectaba la majestad real... «¿Quién es ese guerrero, se dignó preguntar, que ha subido por la escala antes que nadie?...» Como que mostraba deseos de recompensarle; mas al punto que oyó mi nombre, frunció el entrecejo, y no acertó a pronunciar ni una sola palabra.

ABEN FARAX.-   No disimula su odio contra el nombre Zegrí; le mamó al nacer; corre por sus venas...

ABEN ABÓ.-   ¡Y yo también transmitiré mi odio con mi sangre, a mis hijos y a los nietos de mis hijos, hasta la última generación! A duras penas he podido ahogarle unos momentos, para reunir contra el enemigo común las dos tribus rivales; mas cuando he visto a ese ambicioso ser el postrero que se haya empeñado en el levantamiento, para usurpar en el mismo instante la suprema potestad; cuando le veo aprestarse a insultarnos con su desaire, aun más amargo que su enojo... No, Farax, no; no hemos nacido nosotros para ser sus esclavos.

ABEN FARAX.-   ¡Sus esclavos!... No te apures, Aben Abó; acaba de subir sobre un precipicio, y el pie va a deslizársele. Yo conozco a nuestros guerreros aun mejor que tú propio; en un arrebato de entusiasmo, le han proclamado rey...; creían de buena fe que sólo nombraban un caudillo, no que se sometían a un dueño... Pero si nuestras armas padecen el menor descalabro, si recae sobre él la más leve sospecha... Bajo su mismo techo vive ese viejo, padre de su mujer, confidente de Mondéjar, y dócil instrumento de sus órdenes... Ha tenido la osadía de proteger en medio del tumulto la vida de algunos cristianos; procurará aún con sus consejos tímidos entorpecer nuestros esfuerzos... ¿Qué más habemos menester para deshacernos de entrambos?...

ABEN ABÓ.-   ¡Calla!... ¿No es él... aquel que viene allí con dos castellanos?

ABEN FARAX.-   Sí...; no hay duda; es Muley Carime...

ABEN ABÓ.-   Ven, ven aquí...

ABEN FARAX.-    (Poniendo sobre su corazón la mano de ABEN ABÓ.) ¿Ves qué aprisa late?... Pronto nos veremos vengados.

 
(Ocúltanse en el portal de una casa, sita cerca de la calle por donde desembocan los otros, y cuya puerta habrá sido derribada aquella noche. Después sacan la cabeza de cuando en cuando, como acechando a MULEY CARIME y a LARA, y procurando enterarse de su conversación. Antes de concluirse la escena anterior, empieza a clarear el día, en términos de que puedan distinguirse los objetos.)

 


Escena IX

 
LARA, MULEY CARIME, un ESCUDERO.

 
 
Este último traerá en la mano derecha una pica con una bandereta blanca, y en la izquierda un escudo muy rico.

 

MULEY CARIME.-   En este sitio debéis aguardar, noble Lara... Ya he dado aviso de vuestra llegada, y dudo mucho que os consientan entrar en el castillo.

LARA.-   Más bien debo agradecérselo que darme por ofendido... ¡Así me ahorrarán el ver a mis hermanos asesinados!... ¿Pero puedo hablaros ingenuamente, como un caballero honrado a su antiguo amigo?... Yo sabía las noticias que había recibido Mondéjar, anunciando inminente el peligro; ahora mismo, estoy viendo con mis ojos estas ruinas, estos desastres... y, sin embargo, todo cuanto percibo no me parece aún sino un sueño pesado... ¡Trabajo me cuesta darle crédito!

MULEY CARIME.-   Y no obstante es la realidad.

LARA.-   Vos mismo, que habéis sido hasta ahora el padre de estos pueblos, y su intercesor para con Mondéjar, ¿cómo habéis podido también burlar su confianza, y dejaros arrastrar de una locura que tiene que costar tantas lágrimas?...

MULEY CARIME.-   No es tiempo de inculpaciones ni de excusas... ¿De qué servirían ya?... Por mi parte, no he perdonado medio (Dios lo sabe) para librar a estos pueblos de tan graves desdichas...; cuando recaigan sobre mí, las arrostraré con buen ánimo.

LARA.-   No basta morir con denuedo para cumplir con los deberes que nos impone la patria, cuando se la ve al borde del abismo...

MULEY CARIME.-   Debe uno compartir su suerte...

LARA.-   Antes bien salvarla.

MULEY CARIME.-   ¡Salvarla!... Se conoce, noble Lara, que estáis acostumbrado al tumulto de las armas y al horror de una lid campal; mas no tenéis idea de un espectáculo aun más espantoso y terrible... ¡el levantamiento de un pueblo!

LARA.-   No ignoro cuán difícil sea lograr que se oiga la voz de la razón, cuando arden todos los pechos en sed de venganza; pero tampoco ignoro la condición del pueblo, tan feroz en el primer ímpetu, como inconstante en sus empresas y cobarde en la adversidad. Fácil cosa es pelear con bizarría, cuando no se aventura sino la propia vida cara a cara del enemigo; pero cuando se ve uno rodeado de poblaciones enteras, sin abrigo ni amparo, extenuadas de cansancio y de hambre; cuando no se ven por todas partes sino mujeres y niños demandando socorro a gritos, y amenazados de quedar esclavos... ¡Consultad vuestro corazón; una hija tenéis!...

MULEY CARIME.-   Sí...

LARA.-    (Interrumpiéndole). ¿Y estáis seguro de tenerla mañana?

MULEY CARIME.-    (Después de una breve pausa.)  No sois padre, Lara; de cierto no lo sois... ¡No me hubierais hecho entonces esa cruel pregunta!

LARA.-   No ha sido mi ánimo lastimaros con mis expresiones; antes bien han sido dictadas por la amistad más sincera, por el más vivo interés... ¡Ni cómo pudiera yo disfrazaros la verdad en tan terrible trance! Un día, una hora, un instante quizá va a decidir de la suerte de estos pueblos; si no rinden las armas al punto que se les intime, su ruina es cierta, inevitable; ¡salvadlos de su destrucción!... Mondéjar contaba con vuestra prudencia, con el influjo de vuestra familia, hasta con ese mismo don Fernando de Válor, que acaba de ponerse al frente de los sublevados...

MULEY CARIME.-   Se ha visto, sin saber cómo, seducido por amigos pérfidos, arrastrado por la muchedumbre...

LARA.-   Mas, ¿son ellos por ventura los que podrán salvarle?...

MULEY CARIME.-    (Con tono abatido.) Sólo Dios...

LARA.-   Y vos también.

MULEY CARIME.-   ¡Yo!

LARA.-   Vos mismo.

MULEY CARIME.-   No acierto a comprenderos...  (Óyese ruido a lo lejos.) 

LARA.-   Y no es ésta ocasión ni lugar de explicarme más claro...; pero no pierdo la esperanza de hablaros otros cortos momentos antes de partir... ¡Tal vez tendremos la dicha de impedir muchos males!...

 
(Llegan por todas partes los moriscos; ABEN ABÓ y ABEN FARAX salen del portal, sin ser vistos de LARA ni de MULEY CARIME. Óyese, hacia el lado del castillo, el son de atabalejos y de otros instrumentos morunos; y poco después se presenta ABEN HUMEYA, acompañado de varios caudillos y seguido de la muchedumbre. Todos los moriscos salen armados con arcabuces, ballestas, hondas, etc. Algunos sacan también en la mano estandartes rojos. Colócanse por el recinto de la plaza, en las gradas de la iglesia, en las calles del fondo, de suerte que el conjunto forme un vistoso cuadro.)

 


Escena X

 
LARA, MULEY CARIME, ABEN HUMEYA, ABEN ABÓ, ABEN FARAX, ABEN JUHAR, EL PARTAL, EL DALAY, EL XENIZ, el ESCUDERO castellano y muchos MORISCOS.

 

ABEN HUMEYA.-   Decid, noble Lara, a qué sois enviado... Dispuestos nos veis a escucharos.

LARA.-   El ilustre marqués de Mondéjar, capitán general del reino de Granada, me envía a vos, don Fernando...

TODOS LOS MORISCOS.-    (Interrumpiéndole de pronto.) ¡Aben Humeya!

ABEN HUMEYA.-    (Impone silencio a los suyos con el ademán, y después se vuelve a LARA, que habrá manifestado alguna sorpresa.)  Podéis continuar libremente; nadie volverá a interrumpiros.

LARA.-   El ilustre marqués de Mondéjar me envía cerca de vos y de estos pueblos... y antes de servir de intérprete a tan digno caudillo, omito, como inútil, recordaros cuán acreedor es a vuestra veneración, a vuestra confianza y, aun puedo decirlo sin recelo, a vuestra gratitud... Tan grandes y tan recientes son sus beneficios, que no habréis podido olvidarlos. De muchos años a esta parte, os ha gobernado con celo y con justicia... Ni se ha contentado con eso; sino que honrándose, entre tantos títulos de gloria, con el de vuestro protector natural, no vaciló un instante en ir a echarse a los pies del trono... No parecía un jefe solícito, intercediendo en favor de un pueblo, sino más bien un padre ofreciendo su vida por sus hijos... ¿Y cómo habéis correspondido vosotros a tan hidalgo proceder?... No necesito sonrojaros; tended la vista en rededor... o más bien, mirad vuestras manos; ¡teñidas están de sangre inocente! Y a pesar de todo, a la vista de tanta atrocidad, cuando se oyen aún los ayes de las víctimas, y cuando el brazo de la justicia está ya alzado sobre vuestras cabezas, tomo yo sobre mí dirigiros todavía pláticas de paz... Conozco bien a Mondéjar; le agrada más el perdón que el castigo. ¡Pero cuidado no os equivoquéis al calcular el motivo o las resultas de este paso!... Sólo una sumisión pronta, un sincero arrepentimiento, un recurso a la clemencia del monarca, sirviendo de intercesor ese mismo jefe, vuestro ángel tutelar en la tierra, pueden preservaros hoy de una ruina cierta... ¡Dios, únicamente Dios, pudiera salvaros mañana!

ABEN HUMEYA.-    (Se habrá mostrado como pensativo y distraído al concluirse la alocución de LARA.)  ¡Hola!... cargad de cadenas a ese castellano, y conducidle a una mazmorra.

 
(Algunos MORISCOS dan muestras de obedecer, y después se detienen indecisos.)

 

LARA.-   ¡Y qué! ¿Vais a coronar tantos crímenes con este atentado?... Pero nadie se acercará impunemente a un soldado de los tercios de Castilla.

 
(Echa mano al puño de la espada; el ESCUDERO hace ademán con la lanza de ponerse en defensa.)

 

ABEN HUMEYA.-   Lara, el ánimo y esfuerzo nada valen en esta ocasión... Vais a experimentar, vos mismo, los tormentos que nuestros antiguos opresores nos han hecho sufrir... Ahora veremos hasta dónde raya esa entereza castellana, de que blasonáis tanto; o si antes bien no preferís rescatar la vida a costa de vuestra sumisión, de vuestros juramentos, de vuestra misma fe...

LARA.-   ¿Quién?... ¡Yo, bárbaro!... ¿Renunciar yo, por salvar una vida sin honra, renunciar a mi rey, a mi patria, a la religión de mis padres?... ¡Antes la muerte, mil veces la muerte!

ABEN HUMEYA.-    (Con sequedad y desaire.)  Esa es nuestra respuesta. Marchaos.

TODOS LOS MORISCOS.-    (Arrebatados de entusiasmo.)  ¡Viva Aben Humeya!

LARA.-    (Después de mostrarse un poco perplejo.)  Escuchadme... un momento siquiera...

ABEN HUMEYA.-   ¿Y qué tenéis que añadir?... ¿Reconvenciones?... Ya las hemos oído. ¿Promesas?... No hay una sola que no hayáis quebrantado. ¿Amenazas?... Resueltos estamos a morir.

MUCHOS MORISCOS.-   ¡Todos lo estamos!

OTROS MUCHOS MÁS.-   ¡Todos!

LARA.-   Pero tenéis esposas, tenéis hijos... ¿Habéis pensado en su suerte?

ABEN HUMEYA.-   Sí, hemos pensado en ella; y al punto hemos empuñado las armas.

VARIOS CAUDILLOS.-   ¡Y para no soltarlas jamás..., jamás!

ABEN HUMEYA.-   Ya estáis oyendo, Lara... ¿qué esperáis?...

LARA.-    (Tras una corta pausa.) Voy por última vez a poner vuestra suerte en vuestras manos; mas no olvidéis, en tan fatal momento, que seréis responsables ante Dios y los hombres de cuanta sangre se derrame.  (Toma la lanza que tenía el escudero, clávala en la tierra, y cuelga de ella el escudo. Vuelve luego a su puesto.) -¡Habitantes de estas sierras!... el marqués de Mondéjar os envía su propio escudo, en señal de protección y como prenda inviolable de paz... ¿Queréis guardarle en vuestro poder y volver inmediatamente a la obediencia del rey de Castilla?

VARIOS MORISCOS.-   ¡No!

OTROS MUCHOS.-   ¡No!

 
(Tiran piedras y flechas contra el escudo, y échanle por tierra.)

 

ABEN ABÓ.-    (Coge un tizón ardiendo de la hoguera, otros moriscos siguen su ejemplo, y van a pegar fuego a la iglesia.)  Di a Mondéjar que venga a tomar posesión de la villa... ¡nosotros mismos vamos a iluminarle el camino!

LARA.-   ¿Qué hacéis?... ¡Acabáis de pronunciar vuestra sentencia de muerte!

 
(Hace una seña al ESCUDERO, que vuelve a tomar inmediatamente la lanza y el escudo.)

 


Escena XI

 
Los mismos de la escena anterior, excepto LARA y su ESCUDERO.

 

ABEN HUMEYA.-   Id, Muley Carime, acompañad a ese enviado, y no le perdáis de vista hasta que esté fuera del pueblo.

 
(Vase MULEY CARIME; ABEN FARAX sigue a corta distancia sus pasos, acompañado de algunos de su bando.)

 


Escena XII

 
Los mismos, excepto MULEY CARIME, ABEN FARAX y los suyos.

 

ABEN HUMEYA.-   Y vos, Aben Juhar, partid al instante..., poneos al frente de nuestros pueblos sublevados, e impedid al enemigo que cruce el río de Orjiva.



Escena XIII

 
Los dichos, menos ABEN JUHAR.

 

ABEN HUMEYA.-   ¡Está echado el resto; acabáis de oírlo de la misma boca de nuestros contrarios; ni paz ni tregua cabe ya entre nosotros; no nos dejan más alternativa que el triunfo o el cadalso!

MUCHOS MORISCOS.-   ¡Con gusto la aceptamos!

ABEN HUMEYA.-   ¡Cuán satisfecho estoy, en este instante, al verme rey de tal nación!

PARTAL.-   Antes pereceremos que volver al antiguo yugo.

ABEN HUMEYA.-   Quien no teme la muerte, está cierto de la victoria. ¡Seguidme, amigos, seguidme; demos nosotros mismos la señal de pelea; y no repita el eco de estos montes sino acentos de guerra!

TODOS.-   ¡Viva Aben Humeya!

 
(Óyese el eco de las aclamaciones y de los instrumentos militares. El incendio de la iglesia va en aumento; empiezan a caer puertas y ventanas, y dejan ver el interior del templo ardiendo, al mismo tiempo que está nevando a copos.)

 


 
 
FIN DEL ACTO SEGUNDO
 
 


Arriba
Anterior Indice Siguiente