Escena
II
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ABEN FARAX.- Ya están en la iglesia... |
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PARTAL.- Con eso tendrán menos que andar... bajo los pies tienen el sepulcro. |
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ABEN FARAX.- ¿Se hallan prontos todos los nuestros?... |
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PARTAL.- Así que demos el grito de exterminio, le repetirán por todo el pueblo, y llegará hasta el pie del castillo. |
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XENIZ.- Mucha lástima tengo a los que allí se encuentran... ¡Ese Aben Humeya tiene el brazo tan pesado!... |
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ABEN FARAX.- (Pasando de un grupo a otro.) ¿Dónde está el Dalay?... |
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DALAY.- Aquí. |
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ABEN FARAX.- ¿Están ya marcadas todas las casas de los castellanos?... |
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DALAY.- Y hasta las nuestras en que hay alguno de ellos. |
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ABEN FARAX.- Es preciso echar abajo las puertas, que no se abran de par en par ante vosotros... ¡No hallen en parte alguna ni refugio ni asilo!... |
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PARTAL.- Cuidado, amigos, que no confundáis a los castellanos con otros...; los distinguiréis por el traje... |
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DALAY.- No es menester sino cerrar los ojos y dejar obrar los puñales. |
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ABEN FARAX.- Ve a ponerte delante de una de esas puertas, mientras el Partal va a posesionarse de la otra... Que hallen cerradas todas las salidas, y que si intentan abrirse paso, caigan muertos a vuestros pies. |
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DALAY.- Descuida... |
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PARTAL.- Seguidme... |
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ABEN FARAX.- (Al XENIZ y a los que se han quedado con él.) A nosotros nos cabe mejor suerte... ¡Vamos a ser los primeros que vertamos su sangre! |
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XENIZ Y OTROS MORISCOS.- ¡Vamos al punto, vamos! ¡Mueran los castellanos! |
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Escena
III
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HOMBRES Y MUJERES.- ¡Piedad..., por Dios..., piedad! |
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MORISCOS.- ¡Mueran los castellanos! |
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SOLDADOS.- ¡Asesinos! |
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SOLDADOS.- ¡Al castillo!... ¡Salvémonos! |
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MORISCOS.- ¡Mueran los castellanos!... ¡Mueran!... |
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TODOS.- ¡Al castillo! |
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Escena
IV
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VIUDA.- ¡Mi hijo!... ¡mi hijo!... |
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MORISCO.- En el infierno volverás a verle. |
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VIUDA.- ¡Por Dios!... |
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Escena
V
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MULEY CARIME.- ¿Qué haces? |
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MORISCO.- (Queriendo descargar el golpe.) Es hijo de un castellano... |
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MULEY CARIME.- ¡Detente! Yo te creía un hombre esforzado..., no un asesino. |
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MORISCO.- Es que... |
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MULEY CARIME.- Ya lo sé; con la oscuridad de la noche te has engañado..., yo te disculpo... ¡Creías perseguir a un enemigo... y es una mujer! |
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UN MORISCO.- (En el grupo.) ¡Otra vez el viejo... por todas partes se le encuentra! |
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MULEY CARIME.- (A la mujer.) Levántate, infeliz...; nada tienes ya que temer... ¿Por qué me besas la mano? Yo no he hecho sino lo que debía. |
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MORISCO l.º- ¿Lo estáis oyendo?... Ni aun trata de disimular...; siempre ha querido bien a los cristianos. |
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MORISCO 2.º- ¡Quién sabe!... Tal vez lo será en el fondo de su corazón. |
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LA VIUDA.- (Al tiempo de levantarse.) Así, hijo mío...; bésale los pies...; acaba de salvarte la vida. |
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MULEY CARIME.- ¿No tienes más hijos que éste? |
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VIUDA.- Es el único... y he estado a punto de perderle... ¡Ya le he visto traspasado en mis brazos!... (Abraza al niño con la mayor ternura.) |
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MULEY CARIME.- No llores, buena mujer, no llores... ¿y no ves que afliges a ese niño?... Escucha: (En tono más bajo.) corres peligro si te vuelven a hallar aquí... En este momento están ciegos, y son capaces de todo... Ven conmigo; yo te acompañaré hasta las puertas del pueblo, y te indicaré un paraje en que puedas guarecerte. |
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VIUDA.- ¡Dios os bendiga!... Habéis salvado a este infeliz huérfano... |
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MULEY CARIME.- Ya me conoce el angelito... ¿Lo ves?... Me toma la mano... Venid, venid conmigo. |
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Escena
VI
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MORISCO 1.º- Ha salvado la vida a ese muchacho... para alegar luego ese mérito. |
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MORISCO 2.º- Lástima es que haya tomado nuestro vestido...; mejor le asentaba el traje castellano. |
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MORISCO 1.º- Se lo ha quitado esta noche, por no morir con sus amigos...; pero le habrá guardado para mejor ocasión. |
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MORISCO 2.º- ¿Y quién tiene la culpa?... Nosotros. ¿Por qué le hemos dejado escapar?... |
Esvena
VII
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ABEN FARAX.- ¿A quién? |
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MORISCO 1.º- Al hijo de un castellano... |
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MORISCO 2.º- Que ha salvado Muley Carime. |
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ABEN FARAX.- ¡Muley Carime! |
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MORISCO 1.º- ¿Y por qué lo extrañas?... Nada más natural... Ha sido toda su vida el más vil esclavo de los cristianos. |
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ABEN FARAX.- No habléis de él en esos términos..., debéis tratarle con más respeto... ¿No es suegro de vuestro rey?... |
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MORISCO 2.º- ¡De nuestro rey! |
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MORISCO l.º- Si se vuelve como Carime poco le durará el serlo. |
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ABEN ABÓ.- Eso es... echar fieros a sus espaldas, y después temblar en su presencia. |
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ALGUNOS MORISCOS.- ¡Nosotros! |
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ABEN ABÓ.- ¿Pues no acabáis de decirlo?... Con una palabra de Muley Carime se os ha caído el puñal de las manos. |
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MORISCO 1.º- ¡Si no se hubiera tratado de un niño! |
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ABEN FARAX.- Tienes razón, amigo... su padre tal vez degolló al tuyo. |
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MORISCO 1.º- Su hijo le vengará. |
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Escena
VIII
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ABEN ABÓ.- ¡Miserables! Su furor se enciende y se apaga como lumbrarada de sarmientos. |
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ABEN FARAX.- ¿Y quién nos quita aprovecharnos, a la primera ocasión favorable, de ese carácter impetuoso?... ¡Quién sabe!... Quizá este último lance pudiera sernos útil. Ya empiezan a murmurar de Muley Carime; no será difícil trocar la desconfianza en odio. |
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ABEN ABÓ.- Mucho piensan en ese viejo... Bien se echa de ver que te negó la mano de su hija, y que la entregó ante tus mismos ojos al rival que más aborrecías... |
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ABEN FARAX.- Hace ya muchos años que he echado en olvido mi amor; pero no he olvidado mi afrenta. |
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ABEN ABÓ.- ¿Y no ves más que a Muley Carime, cuando intentas vengarla?... |
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ABEN FARAX.- Es que de un solo golpe espero herir dos víctimas. |
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ABEN ABÓ.- (Dándole la mano.) ¡Si hubieras visto al otro insolente, como acabo de verle yo!... He tenido que huir de su presencia; porque ya no podía contenerme. Todas sus proezas se reducían a haber degollado unos cuantos soldados, viejos, enfermos...; otros que se hallaban sepultados en el sueño o en la embriaguez... Pues bien, ¿lo creerás? Aben Humeya se mostraba envanecido, como si acabase de alcanzar una victoria... Ya se enseñoreaba del castillo; ya afectaba la majestad real... «¿Quién es ese guerrero, se dignó preguntar, que ha subido por la escala antes que nadie?...» Como que mostraba deseos de recompensarle; mas al punto que oyó mi nombre, frunció el entrecejo, y no acertó a pronunciar ni una sola palabra. |
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ABEN FARAX.- No disimula su odio contra el nombre Zegrí; le mamó al nacer; corre por sus venas... |
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ABEN ABÓ.- ¡Y yo también transmitiré mi odio con mi sangre, a mis hijos y a los nietos de mis hijos, hasta la última generación! A duras penas he podido ahogarle unos momentos, para reunir contra el enemigo común las dos tribus rivales; mas cuando he visto a ese ambicioso ser el postrero que se haya empeñado en el levantamiento, para usurpar en el mismo instante la suprema potestad; cuando le veo aprestarse a insultarnos con su desaire, aun más amargo que su enojo... No, Farax, no; no hemos nacido nosotros para ser sus esclavos. |
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ABEN FARAX.- ¡Sus esclavos!... No te apures, Aben Abó; acaba de subir sobre un precipicio, y el pie va a deslizársele. Yo conozco a nuestros guerreros aun mejor que tú propio; en un arrebato de entusiasmo, le han proclamado rey...; creían de buena fe que sólo nombraban un caudillo, no que se sometían a un dueño... Pero si nuestras armas padecen el menor descalabro, si recae sobre él la más leve sospecha... Bajo su mismo techo vive ese viejo, padre de su mujer, confidente de Mondéjar, y dócil instrumento de sus órdenes... Ha tenido la osadía de proteger en medio del tumulto la vida de algunos cristianos; procurará aún con sus consejos tímidos entorpecer nuestros esfuerzos... ¿Qué más habemos menester para deshacernos de entrambos?... |
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ABEN ABÓ.- ¡Calla!... ¿No es él... aquel que viene allí con dos castellanos? |
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ABEN FARAX.- Sí...; no hay duda; es Muley Carime... |
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ABEN ABÓ.- Ven, ven aquí... |
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ABEN FARAX.- (Poniendo sobre su corazón la mano de ABEN ABÓ.) ¿Ves qué aprisa late?... Pronto nos veremos vengados. |
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Escena
IX
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MULEY CARIME.- En este sitio debéis aguardar, noble Lara... Ya he dado aviso de vuestra llegada, y dudo mucho que os consientan entrar en el castillo. |
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LARA.- Más bien debo agradecérselo que darme por ofendido... ¡Así me ahorrarán el ver a mis hermanos asesinados!... ¿Pero puedo hablaros ingenuamente, como un caballero honrado a su antiguo amigo?... Yo sabía las noticias que había recibido Mondéjar, anunciando inminente el peligro; ahora mismo, estoy viendo con mis ojos estas ruinas, estos desastres... y, sin embargo, todo cuanto percibo no me parece aún sino un sueño pesado... ¡Trabajo me cuesta darle crédito! |
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MULEY CARIME.- Y no obstante es la realidad. |
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LARA.- Vos mismo, que habéis sido hasta ahora el padre de estos pueblos, y su intercesor para con Mondéjar, ¿cómo habéis podido también burlar su confianza, y dejaros arrastrar de una locura que tiene que costar tantas lágrimas?... |
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MULEY CARIME.- No es tiempo de inculpaciones ni de excusas... ¿De qué servirían ya?... Por mi parte, no he perdonado medio (Dios lo sabe) para librar a estos pueblos de tan graves desdichas...; cuando recaigan sobre mí, las arrostraré con buen ánimo. |
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LARA.- No basta morir con denuedo para cumplir con los deberes que nos impone la patria, cuando se la ve al borde del abismo... |
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MULEY CARIME.- Debe uno compartir su suerte... |
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LARA.- Antes bien salvarla. |
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MULEY CARIME.- ¡Salvarla!... Se conoce, noble Lara, que estáis acostumbrado al tumulto de las armas y al horror de una lid campal; mas no tenéis idea de un espectáculo aun más espantoso y terrible... ¡el levantamiento de un pueblo! |
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LARA.- No ignoro cuán difícil sea lograr que se oiga la voz de la razón, cuando arden todos los pechos en sed de venganza; pero tampoco ignoro la condición del pueblo, tan feroz en el primer ímpetu, como inconstante en sus empresas y cobarde en la adversidad. Fácil cosa es pelear con bizarría, cuando no se aventura sino la propia vida cara a cara del enemigo; pero cuando se ve uno rodeado de poblaciones enteras, sin abrigo ni amparo, extenuadas de cansancio y de hambre; cuando no se ven por todas partes sino mujeres y niños demandando socorro a gritos, y amenazados de quedar esclavos... ¡Consultad vuestro corazón; una hija tenéis!... |
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MULEY CARIME.- Sí... |
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LARA.- (Interrumpiéndole). ¿Y estáis seguro de tenerla mañana? |
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MULEY CARIME.- (Después de una breve pausa.) No sois padre, Lara; de cierto no lo sois... ¡No me hubierais hecho entonces esa cruel pregunta! |
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LARA.- No ha sido mi ánimo lastimaros con mis expresiones; antes bien han sido dictadas por la amistad más sincera, por el más vivo interés... ¡Ni cómo pudiera yo disfrazaros la verdad en tan terrible trance! Un día, una hora, un instante quizá va a decidir de la suerte de estos pueblos; si no rinden las armas al punto que se les intime, su ruina es cierta, inevitable; ¡salvadlos de su destrucción!... Mondéjar contaba con vuestra prudencia, con el influjo de vuestra familia, hasta con ese mismo don Fernando de Válor, que acaba de ponerse al frente de los sublevados... |
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MULEY CARIME.- Se ha visto, sin saber cómo, seducido por amigos pérfidos, arrastrado por la muchedumbre... |
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LARA.- Mas, ¿son ellos por ventura los que podrán salvarle?... |
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MULEY CARIME.- (Con tono abatido.) Sólo Dios... |
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LARA.- Y vos también. |
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MULEY CARIME.- ¡Yo! |
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LARA.- Vos mismo. |
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MULEY CARIME.- No acierto a comprenderos... (Óyese ruido a lo lejos.) |
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LARA.- Y no es ésta ocasión ni lugar de explicarme más claro...; pero no pierdo la esperanza de hablaros otros cortos momentos antes de partir... ¡Tal vez tendremos la dicha de impedir muchos males!... |
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Escena
X
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ABEN HUMEYA.- Decid, noble Lara, a qué sois enviado... Dispuestos nos veis a escucharos. |
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LARA.- El ilustre marqués de Mondéjar, capitán general del reino de Granada, me envía a vos, don Fernando... |
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TODOS LOS MORISCOS.- (Interrumpiéndole de pronto.) ¡Aben Humeya! |
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ABEN HUMEYA.- (Impone silencio a los suyos con el ademán, y después se vuelve a LARA, que habrá manifestado alguna sorpresa.) Podéis continuar libremente; nadie volverá a interrumpiros. |
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LARA.- El ilustre marqués de Mondéjar me envía cerca de vos y de estos pueblos... y antes de servir de intérprete a tan digno caudillo, omito, como inútil, recordaros cuán acreedor es a vuestra veneración, a vuestra confianza y, aun puedo decirlo sin recelo, a vuestra gratitud... Tan grandes y tan recientes son sus beneficios, que no habréis podido olvidarlos. De muchos años a esta parte, os ha gobernado con celo y con justicia... Ni se ha contentado con eso; sino que honrándose, entre tantos títulos de gloria, con el de vuestro protector natural, no vaciló un instante en ir a echarse a los pies del trono... No parecía un jefe solícito, intercediendo en favor de un pueblo, sino más bien un padre ofreciendo su vida por sus hijos... ¿Y cómo habéis correspondido vosotros a tan hidalgo proceder?... No necesito sonrojaros; tended la vista en rededor... o más bien, mirad vuestras manos; ¡teñidas están de sangre inocente! Y a pesar de todo, a la vista de tanta atrocidad, cuando se oyen aún los ayes de las víctimas, y cuando el brazo de la justicia está ya alzado sobre vuestras cabezas, tomo yo sobre mí dirigiros todavía pláticas de paz... Conozco bien a Mondéjar; le agrada más el perdón que el castigo. ¡Pero cuidado no os equivoquéis al calcular el motivo o las resultas de este paso!... Sólo una sumisión pronta, un sincero arrepentimiento, un recurso a la clemencia del monarca, sirviendo de intercesor ese mismo jefe, vuestro ángel tutelar en la tierra, pueden preservaros hoy de una ruina cierta... ¡Dios, únicamente Dios, pudiera salvaros mañana! |
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ABEN HUMEYA.- (Se habrá mostrado como pensativo y distraído al concluirse la alocución de LARA.) ¡Hola!... cargad de cadenas a ese castellano, y conducidle a una mazmorra. |
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LARA.- ¡Y qué! ¿Vais a coronar tantos crímenes con este atentado?... Pero nadie se acercará impunemente a un soldado de los tercios de Castilla. |
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ABEN HUMEYA.- Lara, el ánimo y esfuerzo nada valen en esta ocasión... Vais a experimentar, vos mismo, los tormentos que nuestros antiguos opresores nos han hecho sufrir... Ahora veremos hasta dónde raya esa entereza castellana, de que blasonáis tanto; o si antes bien no preferís rescatar la vida a costa de vuestra sumisión, de vuestros juramentos, de vuestra misma fe... |
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LARA.- ¿Quién?... ¡Yo, bárbaro!... ¿Renunciar yo, por salvar una vida sin honra, renunciar a mi rey, a mi patria, a la religión de mis padres?... ¡Antes la muerte, mil veces la muerte! |
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ABEN HUMEYA.- (Con sequedad y desaire.) Esa es nuestra respuesta. Marchaos. |
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TODOS LOS MORISCOS.- (Arrebatados de entusiasmo.) ¡Viva Aben Humeya! |
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LARA.- (Después de mostrarse un poco perplejo.) Escuchadme... un momento siquiera... |
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ABEN HUMEYA.- ¿Y qué tenéis que añadir?... ¿Reconvenciones?... Ya las hemos oído. ¿Promesas?... No hay una sola que no hayáis quebrantado. ¿Amenazas?... Resueltos estamos a morir. |
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MUCHOS MORISCOS.- ¡Todos lo estamos! |
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OTROS MUCHOS MÁS.- ¡Todos! |
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LARA.- Pero tenéis esposas, tenéis hijos... ¿Habéis pensado en su suerte? |
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ABEN HUMEYA.- Sí, hemos pensado en ella; y al punto hemos empuñado las armas. |
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VARIOS CAUDILLOS.- ¡Y para no soltarlas jamás..., jamás! |
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ABEN HUMEYA.- Ya estáis oyendo, Lara... ¿qué esperáis?... |
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LARA.- (Tras una corta pausa.) Voy por última vez a poner vuestra suerte en vuestras manos; mas no olvidéis, en tan fatal momento, que seréis responsables ante Dios y los hombres de cuanta sangre se derrame. (Toma la lanza que tenía el escudero, clávala en la tierra, y cuelga de ella el escudo. Vuelve luego a su puesto.) -¡Habitantes de estas sierras!... el marqués de Mondéjar os envía su propio escudo, en señal de protección y como prenda inviolable de paz... ¿Queréis guardarle en vuestro poder y volver inmediatamente a la obediencia del rey de Castilla? |
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VARIOS MORISCOS.- ¡No! |
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OTROS MUCHOS.- ¡No! |
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ABEN ABÓ.- (Coge un tizón ardiendo de la hoguera, otros moriscos siguen su ejemplo, y van a pegar fuego a la iglesia.) Di a Mondéjar que venga a tomar posesión de la villa... ¡nosotros mismos vamos a iluminarle el camino! |
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LARA.- ¿Qué hacéis?... ¡Acabáis de pronunciar vuestra sentencia de muerte! |
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Escena
XI
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ABEN HUMEYA.- Id, Muley Carime, acompañad a ese enviado, y no le perdáis de vista hasta que esté fuera del pueblo. |
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Escena
XII
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ABEN HUMEYA.- Y vos, Aben Juhar, partid al instante..., poneos al frente de nuestros pueblos sublevados, e impedid al enemigo que cruce el río de Orjiva. |
Escena
XIII
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ABEN HUMEYA.- ¡Está echado el resto; acabáis de oírlo de la misma boca de nuestros contrarios; ni paz ni tregua cabe ya entre nosotros; no nos dejan más alternativa que el triunfo o el cadalso! |
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MUCHOS MORISCOS.- ¡Con gusto la aceptamos! |
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ABEN HUMEYA.- ¡Cuán satisfecho estoy, en este instante, al verme rey de tal nación! |
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PARTAL.- Antes pereceremos que volver al antiguo yugo. |
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ABEN HUMEYA.- Quien no teme la muerte, está cierto de la victoria. ¡Seguidme, amigos, seguidme; demos nosotros mismos la señal de pelea; y no repita el eco de estos montes sino acentos de guerra! |
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TODOS.- ¡Viva Aben Humeya! |
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FIN DEL ACTO SEGUNDO