Escena I
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El PRIOR, un NOVICIO.
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Bajan poco a
poco del monte; el joven precede y sostiene al anciano; vienen
cubiertos con unas capas negras, y debajo el hábito
de monjes; el NOVICIO trae en la mano una linterna sorda.
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NOVICIO.-
Cuidado, padre mío, cuidado al bajar.
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PRIOR.-
Gracias a Dios ya estamos aquí... ¿Ves cómo
todo se consigue cuando hay fe viva y voluntad firme y ardiente?
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NOVICIO.-
Esta noche aún ha sido peor que otras,
¡tan oscura y con la tormenta tan cerca!... Los relámpagos
deslumbraban los ojos y ni siquiera se veía dónde
se ponía el pie... |
PRIOR.-
Ya ves cómo hemos
llegado con el favor de Dios... (Se sientan.) Ahora descansaremos
un poco y principiaremos nuestra tarea... Tú, hijo
mío, que ya no tengo fuerzas sino para animarte con
mis palabras. |
NOVICIO.-
Y a mi me basta... Yo solo lo haré,
as no siempre ha sido así.-. |
PRIOR.-
Más no
siempre ha sido así... Aquí donde me ves he
sido muy robusto; trabajaba con la azada en mi huerto...
y apenas pasaba un día sin que removiese la tierra
de mi sepultura.... ¡Quién me había de decir
entonces!... Pero cúmplase la voluntad de Dios...
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NOVICIO.-
¿Por qué os afligís así?
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PRIOR.-
En más de sesenta años no había
salido del monasterio, como no fuese a pasear por esos montes...
Todo el mundo se reducía para mí a lo que alcanzaba
mi vista... Mi sola ambición, mi único deseo
era vivir tranquilo a la sombra de esos altares..., y cuando
se cumpliera mi última hora... ¡Ya ves cuán
cerca estaba mi morada hasta que llegase la eternidad! |
NOVICIO.-
Me da pena el veros así... |
PRIOR.-
Deja que me desahogue,
hijo mío... A pesar de los años, ¿crees que
se seca el corazón y que no hay lágrimas para
lamentar tanta desventura... ¡No lloro por mí!...
¿Qué me importa a mi el mundo?... La vida misma la
sobrellevo como una carga que la voluntad del Señor
me ha impuesto... Lloro por mis hermanos, por mi triste patria,
por tantas víctimas inocentes como perecen cada día
en esta tierra desventurada... ¿Imaginas que puedo ver con
indiferencia tanta profanación y tanto escándalo?...
¡La religión del Crucificado, proscrita, escarnecida;
se arroja ál Señor de su templo y sobre el
ara santa se coloca a una criatura inmunda! |
NOVICIO.-
¡Cómo
tembláis, padre mío!... |
PRIOR.-
La sangre
hierve en mis venas al recordar tanta impiedad y al prever
la tremenda expiación que el cielo le prepara!...
(Arrodillase.) ¡Ten piedad, Dios mío, ten piedad de
la Francia!... Están ciegos y no saben lo que se hacen...
Perdona hasta a esos malvados así te blasfeman y ultrajan...
¡Tú pediste desde el Calvario por los mismos que te
crucificaron!... (Silencio.) Ya estoy más sereno...
Sosiégate... Lo que causa pena, hijo mío, es
pensar en suerte... ¿Qué va a ser de ti? |
NOVICIO.-
No os inquiete semejante cuidado... |
PRIOR.-
Por mí
nada tengo que temer. ¿Qué se puede temer a mi edad?...
Pero ¡tú, tan mozo, tan gallardo!... |
NOVICIO.-
Yo
no he conocido más padre que vos... y el que está
en los cielos... Huérfano y desvalido me recogisteis
en el monasterio; en él me he criado, en él
iba a consagrar a Dios mi vida... ¿Dónde queréis
que vaya abandonándoos en medio de tantos peligros?...
|
PRIOR.-
¿Y por qué los has de correr tú por
mi causa?... Todavía no habías hecho tus votos...
|
NOVICIO.-
Los había hecho delante de Dios, y eso
me basta... Quizá me ha destinado a ser el báculo
de vuestra vejez, vuestro apoyo, vuestro consuelo... A cerraros
los ojos con mis manos cuando Dios os lleve a su seno...
|
PRIOR.-
¡Sí, hijo mío, sí!... Ya que
no me concede el Señor expirar en esta santa casa,
concédame a lo menos el morir en tus brazos... (Le
abraza con la mayor ternura y permanece así unos cuantos
momentos.) Vamos, hijo, no perdamos tiempo... Vamos con buen
animo a continuar la tarea comenzada... (El NOVICIO coloca
la luz sobre el ara, saca una pala pequeña y un pico
que traía y se pone a trabajar, como para apartar
unos escombros y buscar algo escondido.) Ahí deben
de hallarse; yo mismo las coloqué con mis propias
manos después de haberlas presentado a la adoración
de los fíeles... Las más preciosas se hallaban
reunidas en un nicho sobre el altar... Ahí están
las que dejó al monasterio su piadoso fundador y las
que envió San Luis desde la Tierra Santa... ¿Y había
yo de dejarlas expuestas a la profanación y los insultos?
No, no por cierto; ¡aunque me costara mil vidas, tengo de
salvarlas!... |
NOVICIO.-
Me parece que suena hueco en el
muro... Tal vez habremos acertado. |
PRIOR.-
Animo, hijo mío,
ánimo... Si yo pudiera ayudarte... Dame, dame ese
pico... Vas a ver si me quedan fuerzas al cabo de mis años...
Uno. dos, tres... No te sonrías, muchacho... ¿Te parece
que no puedo?... |
NOVICIO.-
Pero si yo lo haré...
¿Para qué os cansáis?... |
PRIOR.-
¿En qué
pudiera emplear mejor las cortas fuerzas que el Señor
me ha dejado?... |
NOVICIO.-
Nada de eso; sentaos aquí...,
y mientras yo trabajo contadme los viajes de aquel misionero
que conquistó para Dios tantas gentes sin más
armas que sus palabras... |
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(Principian a quebrarse las nubes
y la luna ilumina sucesivamente los montes y después
la escena; se divisan pasando por las alturas algunos caballos
que conducen del diestro JUAN y el CRIADO de M. LOYZEROLE,
dirigiéndose desde la izquierda de los espectadores
a la derecha, y luego se pierden de vista. Vense bajar por
una senda del monte a EDUARDO, detrás MATILDE, guiando
su padre y después M. de LOYZEROLE.)
|
PRIOR.-
¡Qué
tiempos aquéllos, y quién es capaz de enumerar
los prodigios que obraron aquellos santos varones!... Con
el Evangelio en una mano y la Cruz en la otra atravesaban
tierras desconocidas, civilizaban las tribus salvajes, les
hacían detestar los sacrificios humanos, les enseñaban
a cultivar la tierra y a labrar sus hogares;'y mil veces
sellaban con su propia sangre la fe que predicaban... Así
le sucedió a aquel buen misionero, cuya vida te empecé
a contar la otra noche... ¡Mas me parece que siento ruido!...
|
NOVICIO.-
¿Y quién pudiera venir a este desierto?...
|
PRIOR.-
¡Quién sabe!... Algunos caminantes que se
hayan extraviado o que vengan a recobrarse de la pasada tormenta...
Oigo rodar algunas piedras... Asómate tú...,
pero poco a poco y sin que te descubran... |
NOVICIO.-
No
tengáis cuidado... (Asómase con cautela, escondiéndose
detrás de una pilastra.) No hay duda... Gente viene...
y ya está muy cerca... |
PRIOR.-
Pues ocultémonos
aquí... Ven, hijo mío, ven... |
NOVICIO.-
Yo
no me apartaré de vuestro lado... |
Escena II
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Dichos.
EDUARDO, MATILDE, el MARQUÉS, M. de LOYZEROLE.
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El
PRIOR y el NOVICIO se ocultan en la capilla medio derribada,
en tanto que los otros bajan al llano
|
EDUARDO.-
Por fin
llegamos con bien al cabo de tantos trabajos... |
MATILDE.-
Mentira me parecía que habíamos de llegar cuando
me veía en medio de esos riscos y teniendo que bajarlos
a pie para no despeñarnos... ¿Venís muy cansado,
papá?... |
MARQUÉS.-
Un poco, hija mía;
más lo estarás tú, que has traído
conmigo tanto cuidado... Ahora descansaremos hasta que amanezca;
y después, con la ayuda de Dios... |
MATILDE.-
Aquí
estaréis mejor, sobre esta piedra... Yo me sentaré
a vuestro lado... Eduardo, para todos hay sitio... Aquí
hay uno muy bueno... |
EDUARDO.-
No cabe mejor. (Se sienta
al lado de MATILDE.) |
MARQUÉS.-
(A M. LOYZEROLE.) ¿Qué estáis haciendo ahí?
|
M. LOYZEROLE.-
Estoy contemplando estas desdichas... ¡Un
monasterio tan antigua, tan lleno de gloriosos recuerdos,
reducido a ceniza!... |
MARQUÉS.-
¿Y por qué
lo extrañáis? ¿No han hecho lo mismo en todas
partes?... Para ellos no hay nada respetable ni sagrado...
¿No han devastado la basílica de San Dionisio y arrojado
al viento las cenizas de nuestros reyes?... Si sigue así
el furor de esos vándalos pronto no ofrecerá
Francia sino un campo de ruinas y de escombros... |
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(Mientras
hablan entre sí los dos padres, se emprende el siguiente
diálogo:)
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MATILDE.-
No era miedo... |
EDUARDO.-
Pues ¿qué era, mi vida?
A cada relámpago cerrabas los ojos y cuando se oía
un trueno... |
MATILDE.-
¡Eran tan fuertes, Eduardo!... Y
luego se repetían cien veces en esas montañas...
Involuntariamente apretaba el brazo de mi padre... ¡Y sentía
tanto consuelo cuando te veía cerca de mí!...
En medio de los dos, ¿qué puedo temer yo en el mundo?... |
EDUARDO.-
Nada. |
MATILDE.-
Si no fuera por eso... Ahora
sí, te confieso mi debilidad... La vista de esas ruinas...
Y al otro lado eso, sepulcros... No me quedaría aquí
sola.... |
EDUARDO.-
¿Es ése todo el valor que mostrabas
antes?... |
MATILDE.-
La verdad, yo lo hacía para animar
a mi buen padre; pero en mis adentros... |
EDUARDO.-
¿Ves
tú cómo acerté?... ¿Cómo quieres
que no adivine lo que pasa en tu alma?... |
MATILDE.-
¿Y qué
mérito ha en ello cuando yo te dejo que leas hasta
el fondo de mi corazón?... |
Escena III
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Dichos.
JUAN y el CRIADO de M. de LOYZEROLE vienen de la parte de
la derecha de los espectadores; pasan por detrás de
donde están sus amos y se dirigen hacia la capilla
arruinada; traen unas mantas y unos arreos.
|
JUAN.-
Mientras
los señores siguen en sus pláticas y contemplando
las estrellas..., que mi amo conserva esa afición
desde que navegábamos por esos mundos sería
cosa muy acertada buscar un fondeadero... ¿Qué te
parece?... Por malo que sea el puerto no ha de faltarnos
donde echar el ancla. Allí hay un buen paraje... A
lo menos estaremos a cubierto y cerca de los amos... ¡Calle...,
es una capilla y está medio arruinada!... Yo a los
vivos no les tengo miedo; pero ¡cuando entro en una iglesia
de noche y parece que me miran aquellos santos tan grandes
y que hacen visajes las lámparas!... (Arroja un grito
y retrocede, azorado.) |
MARQUÉS.-
¿Qué es eso,
Juan? |
JUAN.-
¡Señor!... ¡Señor!... Al entrar,
en esa capilla... |
MARQUÉS.-
Acaba... |
JUAN.-
He visto... |
MARQUÉS.-
¿Qué has visto?... |
JUAN.-
He visto
un bulto... alto, muy lo.... vestido de blanco... |
MARQUÉS.-
¡Estás borracho!... |
JUAN.-
Al lado del altar... ¡Y
me miró con unos ojos!... |
MARQUÉS.-
Aparta,
majadero... |
EDUARDO.-
Yo iré a ver... |
MARQUÉS.-
Ese hombre está soñando... No hay que hacerle
caso... |
MATILDE.-
No vayas, Eduardo, no vayas... |
EDUARDO.-
No tengas cuidado... Luego no será nada. |
Escena
IV
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Dichos. El PRIOR, el NOVICIO
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PRIOR.-
(Saliendo de
la capilla al tiempo de acercarse los otros.) ¿Qué
buscáis aquí?... (Los otros se detienen suspensos.)
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MARQUÉS.-
Perdonad...
Estábamos tan lejos de imaginar siquiera... |
MATILDE.-
¡Qué susto he llevado, Eduardo! |
PRIOR.-
Pero ¿quién
sois? ¿Qué os ha traído a este sitio y a semejantes
horas? |
MARQUÉS.-
¿No lo adivináis? La misma
revolución que ha causado todos esos estragos...
|
M. LOYZEROLE.-
Venimos huyendo de su furor... y buscamos
los parajes más solitarios... |
PRIOR.-
En otros tiempos,
hijos míos, hubierais hallado aquí un albergue
cómodo y seguro... Nunca se cerraban esas puertas
para los desgraciados... Mas ahora... ya lo veis... Apenas
quedan en pie esas paredes para denotar donde tenía
el Señor su morada... |
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(Acércase el NOVICIO
y le sienta en una piedra; a su derecha, M. LOYZEROLE; a
su izquierda, el MARQUÉS, y después, MATILDE
y EDUARDO. El NOVICIO se coloca detrás, a cierta estancia;
JUAN y el otro mozo se sientan más lejos, al pie de
la montaña.)
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M. LOYZEROLE.-
Habíamos oído
hablar del incendio de este monasterio; pero no era de creer
que hubiese hecho tantos estragos... |
PRIOR.-
¡Y en una sola
noche, que el corazón se me parte de solo recordarla!
Hacía tiempo que una banda de malhechores vagaba por
esta comarca... Habían quemado algunas mieses y pegado
fuego a una u otra casa de campo... ¿Qué puede esperarse
de unos hombres sin religión, sin ley, a quienes se
quita todo freno divino y humano?... Hasta aquí llegó
el rumor de sus atrocidades; pero esperábamos que
nos salvase nuestra soledad y retiro... ¡No lo ha querido
Dios!... Una noche..., poco más de las doce serían...,
estábamos en el coro...; reinaba el silencio más
profundo... y sólo resonaban los cánticos que
dirigíamos al Señor, cuando de repente oímos
un ruido espantoso y vimos por las vidrieras el resplandor
de las llamas... Acudimos todos, todos... Algunos de nuestros
hermanos perdieron la vida por preservar del incendio las
cosas santas... Otros no fueron tan dichosos... Yo permanecí
hasta el último instante en aquella capilla... Y ese
joven que veis ahí y otro buen religioso me sacaron
sin conocimiento de en medio de las llamas... Los malvados
habían pegado fuego al edificio por los cuatro costados...
Y a las pocas horas.... ¡ya veis, hijos míos, ya veis
lo que ha quedado!... (Cúbrese el rostro con entrambas
manos y calla por unos momentos.) |
MARQUÉS.-
Sentimos haberos, causado tanta pena con traeros a la memoria...
|
PRIOR.-
Al contrario, es un desahogo... Siento un consuelo
que no puedo explicaros al verme rodeado de vosotros... Cuando
en medio de las tribulaciones que el Señor nos envía
se encuentran almas caritativas que las compadezcan..., ¡cómo
que se alivia su peso y debemos dar gracias a la Divina Providencia!...
Pero ¿quién sabe?... Quizá sois más
desgraciados que yo, ¡y os estoy afligiendo en vez de consolaros!... |
MARQUÉS.-
¡No, padre mío!... Vuestras palabras
son un bálsamo para nuestras almas!... |
M. LOYZEROLE.-
Y debemos bendecir el momento en que hemos venido a este
sitio... |
MATILDE.-
(A EDUARDO.) ¿No es verdad que este buen
religioso parece un santo en la tierra?... |
MARQUÉS.-
¡Hace tanto tiempo que no oímos la palabra de los
ministros del Señor!... Ni aun ese consuelo nos han
dejado en medio de nuestras desdichas... |
PRIOR.-
¿Cómo
habían de respetar la religión los que se han
declarado enemigos de Dios y de los hombres?... Mas ella
saldrá triunfante, no lo dudéis, hijos míos;
está escrito por la mano del Altísimo y no
puede faltar... ¡Las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella!... En medio de tan cruel persecución,
¿no descubrís clara, patente, la mano de la Providencia?...
Ved a los ministros del Señor resistir igualmente
a la seducción y a las amenazas, celebrar los divinos
misterios en las profundidades de la tierra, como los primitivos
cristianos, y recibir como ellos la palma del martirio...
¡Dichosos, dichosos mil veces que están ya gozando
del cielo!... |
MATILDE.-
¿No ves, Eduardo?... |
EDUARDO.-
¿Qué, mi vida? |
MATILDE.-
Un resplandor allá
a lo lejos... |
EDUARDO.-
No veo nada... |
MATILDE.-
Si ha
pasado como un relámpago... |
EDUARDO.-
¿Estás
todavía pensando en la tormenta? |
MATILDE.-
No lo
dudes, lo he visto. |
EDUARDO.-
Fue tu imaginación... |
MATILDE.-
¿Y ahora? |
EDUARDO.-
(Levantándose, y lo
mismo hacen los demás.) Es cierto. |
MARQUÉS.-
¿Qué será? |
M. LOYZEROLE.-
¿Quién puede
adivinarlo? |
PRIOR.-
¿Hacia dónde se descubre esa
luz?... |
EDUARDO.-
Allá en el fondo, que apenas se
divisa... |
PRIOR.-
Ahí está la sepultura del
santo fundador. |
EDUARDO.-
Pues de allí sale el reflejo... |
MATILDE.-
¿Y no ves como unas sombras en aquellas paredes?...
Mira, mira cómo se mueven. |
EDUARDO.-
Allí
hay gente... No tiene duda... Y parece como que se dirigen
hacia aquí... |
PRIOR.-
Venid, venid conmigo detrás
de esa capilla... Desde ahí podremos estar en acecho
hasta salir de incertidumbre... (El NOVICIO acude y conduce
el PRIOR; los demás le siguen.) |
MATILDE.-
Pronto
empezamos a llevar sustos... |
MARQUÉS.-
¡Animo, hija
mía!... |
Escena V
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Sale el CAPITÁN DE BANDOLEROS
con otros cuantos, entre ellos un mozo de pocos años,
que trae un saco a cuestas; el BANDIDO 2.º trae una manta
con candeleros de plata y otros objetos; sacan dos teas encendidas,
que colocan entre las piedras, y se sientan en el suelo formando
un semicírculo en el primer término de la escena
|
CAPITÁN.-
Después de tanto sudar, ¡bravo botín
hemos sacado!... |
BANDIDO 1.º.-
¡Y luego decían que
estos zánganos eran tan ricos!... |
BANDIDO 2.º.-
¡Quién
sabe! Quizá tienen escondidos sus tesoros debajo de
tierra... |
CAPITÁN.-
El modo de que no vuelvan nunca
jamás es quemarles todas las madrigueras... |
BANDIDO
2.º-
¡Como les quedan tantas!... |
CAPITÁN.-
Cuando
sea hombre este rapaz y cuente que ha visto un fraile o un
noble, se van a quedar las gentes eón la boca abierta...
|
BANDIDO l.º-
¿Te se ha pasado ya el miedo? ¿No te da vergüenza?...
Al des tapar aquel sepulcro se quedó más amarillo
que la cera... Temblando estaba como un azogado al quitarle
el anillo al muerto... |
BANDIDO 2.º.-
Yo no sé a quién
ha salido..., porque su padre y toda su casta... Y eso que
aquel maldito juez les cortó muy pronto los vuelos;
que si hubieran vivido ahora... |
CAPITÁN.-
Ahora cada
cual campa por sus respetos... |
BANDIDO l.º-
Mira cómo
está... Aún no le ha salido el susto del cuerpo...
|
CAPITÁN.-
¿Temes que te lleve el diablo mentecato?...
Aún cree en tonterías como su abuelo. |
BANDIDO
2.º-
(Abriendo la manta en que trae los objetos robados.)
No sería malo, ya que tenemos tiempo... |
CAPITÁN.-
Cepos quedos... Ahí nadie toca... |
BANDIDO 1.º.-
Tiene
esa maldita maña... |
BANDIDO 2.º.-
Es que siempre me
toca lo peor..., y aquí todos somos iguales... |
CAPITÁN.-
¿Y quién dice que no?... Pero si hemos de seguir juntos
y no ha de volverse esto un infierno, es preciso que alguno
mande... Si no, se llevó el diablo la compañía
y cada cual tire por su lado... |
BANDIDO 1.º.-
Tiene razón...
|
BANDIDO 2.º.-
¿Y quién se lo disputa?... |
CAPITÁN.-
Recoged ahora esos trebejos... Llevémoslos a la cueva;
los juntaremos con los demás, y cuando estemos todos
reunidos se hará el reparto como es regular... Pero
así que cada cual haya guardado lo suyo, si otro se
atreviese ni siquiera a mirarlo... Ya sabéis que no
necesito alguaciles ni verdugos para hacer justicia a palo
seco. |
|
(Levántanse y se dirigen a la montaña;
delante va el número 1.º, quien al acercarse donde
están durmiendo JUAN y el otro CRIADO, retrocede;
va amaneciendo poco a poco.)
|
BANDIDO 1.º.-
(Al capitán.)
Allí hay dos hombres tendidos y están dormidos
como troncos... |
CAPITÁN.-
¿Qué casta de gente
es? |
BANDIDO 1.º.-
No se distingue bien; pero tienen trazas
de criados... |
CAPITÁN.-
Dales un buen zamarreo y
verás qué pronto despiertan... |
BANDIDO l.º.-
¡Hola! |
JUAN.-
¿Es ya la hora?... Pues no es mal modo de
despertarme... ¡Ah!... |
BANDIDO 1.º.-
¡Chito, o mueres!... |
JUAN.-
¡Señor, señor! ¿Dónde está
mi amo? (Va a echar mano a las pistola que tiene al lado.)
|
BANDIDO 1.º.-
¿Qué vas
a hacer? |
CAPITÁN.-
Matadle, si se mueve... |
JUAN.-
¡Señor! ¡Señor!... |
|
(Le atan y le tienden boca
abajo en el suelo; en este tiempo escapa el otro CRIADO y
echa a correr hacia detrás de la capilla.)
|
CAPITÁN.-
Seguidle y que no se escape ese perro...
|
|
(Unos cuantos bandidos
le persiguen y se ven salir juntos a los que estaban escondidos.)
|
Escena VI
|
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Dichos. El MARQUÉS, MATILDE, EDUARDO.
M. de LOYZEROLE, el PRIOR, el NOVICIO
|
CAPITÁN.-
¿Qué
hacíais ahí? ¿No respondéis? |
PRIOR.-
Habían venido para buscar un refugio después
de la tormenta, y la casualidad nos ha reunido en este sitio.
|
CAPITÁN.-
A ti no te pregunto... |
MARQUÉS.-
Es la pura verdad... |
CAPITÁN.-
¿Adónde vais?...
|
M. LOYZEROLE.-
A Nevers... |
CAPITÁN.-
¿Y por qué
habéis tomado este camino?... |
M. LOYZEROLE.-
Nos
dijeron que era el mejor... |
CAPITÁN.-
No te turbes...
En la cara se te conoce que estás mintiendo... |
EDUARDO.-
¿Cómo te atreves?... |
CAPITÁN.-
¿Y quién
eres tú, miserable, para hablarme a mí de esa
suerte? |
M. LOYZEROLE.-
¡Hijo mío! |
MATILDE.-
¡Eduardo!...
|
CAPITÁN.-
Parece que ese mozo tiene bríos...
Yo se los cortaré... ¡Todos de rodillas!... Ahí...
Y el que siquiera respire... Registradlos, a ver el dinero
que traen... |
|
(MATILDE se abraza a su padre, y al lado se
coloca M. de LOYZEROLE. EDUARDO se pone en ademán
de defenderlos; el PRIOR, apoyado en el NOVICIO, está
cerca de él.)
|
EDUARDO.-
Nadie se acercará sin que primero me arrebaten la
vida... |
CAPITÁN.-
Ahora lo veremos... |
|
(Va a abalanzarse
hacia ellos; EDUARDO saca de pronto una pistola y le dispara
un tiro; el capitán se detiene y le apunta con otra,
y en este momento el PRIOR se interpone entre ambos.)
|
PRIOR.-
¡Por Dios!... ¿Qué va! a hacer!... ¡Ay!... (Cae herido
mortalmente en brazos del NOVICIO y le indica con señas
que lo conduzca a la capilla.) Ahí... Ahí...
Que tenga ese consuelo... (El NOVICIO le conduce al pie del
altar y allí expira en sus brazos.) |
CAPITÁN.-
(A EDUARDO.) ¿Qué me miras así?... ¿Crees que
voy a quitarte la vida?... No, te la guardo para mayor tormento...
Conducidlos a la cueva... Allí confesarán dónde
tienen escondido el dinero... (Se estrechan todos formando
un grupo como para ampararse mutuamente.) Separadlos. ¿Qué
tardáis?... Pronto... Así, así se hace... |
MATILDE.-
¡Eduardo!... |
EDUARDO.-
¡Matilde mía!...
|
M. LOYZEROLE.-
¡Hijo de mi vida!... |
CAPITÁN.-
Llevadlos
arrastrando y llegarán más pronto... |
|
(Los separan
con violencia y dan algunos pasos hacia el monte; en esto
aparece gente con escopetas y otras armas de fuego, distribuida
en los riscos; al mismo tiempo que salen otros por distintos
lados de la escena.)
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Escena VII
|
|
Los mismos. El AGENTE DE POLICÍA.
|
|
El AGENTE DE POLICÍA sale por
un lado y grita al momento de presentarse.
|
AGENTE.-
¡Nadie
se mueva!... (Quedan todos suspensos.) ¡A un lado!... (Los
bandidos se apartan hacia el lado de los sepulcros; los demás,
al opuesto.) |
CAPITÁN.-
Tenían traza de gente
sospechosa... |
AGENTE.-
Nadie te lo pregunta... |
CAPITÁN.-
Y por eso íbamos a presentarlos... |
AGENTE.-
Basta...
(El capitán se aleja y se une con los otros bandidos.)
El pasaporte... |
MARQUÉS.-
Aquí está.
|
AGENTE.-
(Leyendo.) «Juan Batut, labrador...» Tendrías
muchas yuntas de bueyes, ¿no es verdad?...Con su hija María...
«No está, muy tostada del sol... Se conoce que salía
muy poco de casa... (A M. de LOYZEROLE.) ¿Y el tuyo?... (Leyendo.) Francisco
Lamothe, comerciante.» Un labrador y un comerciante juntos...
¿Iríais a la feria a hacer algún negocio de
granos?... ¿Dónde te dieron este pasaporte?... |
M.
LOYZEROLE.-
En la capital del distrito... |
AGENTE.-
Pero
advierto que la fecha es atrasada... y lo mismo esta... uno
de Brumario y otro de Prarial... Son ya añejos y es
preciso renovarlos... |
M. LOYZEROLE.-
¿Cómo?... |
AGENTE.-
Volviendo al mismo punto donde los sacasteis... ¿Por qué
te pones amarillo?... ¿Tienes algo que temer?... |
M. LOYZEROLE.-
Nada. |
AGENTE.-
Tanto mejor; seguidme... |
MARQUÉS.-
Advierte que se nos causan graves perjuicios... Ya me ves,
viejo y achacoso... Mi hija con una salud delicada... (Se
le acerca y le habla al oído.) |
AGENTE.-
¿Cómo
tienes valor? Olvidas que hablas con un republicano? Más
quiero yo la sangre de un aristócrata que todos los
tesoros del mundo... Vamos. |
M. LOYZEROLE.-
Ten compasión
siquiera de estos dos padres desgraciados... |
EDUARDO.-
¿Qué
vais a hacer?... ¡Más vale perder la vida que humillarse
ante ese malvado!... |
AGENTE.-
¡Insolente!... |
MATILDE.-
¡Por Dios, Eduardo!... Mira que nos pierdes... |
AGENTE.-
Yo castigaré su osadía... |
M. LOYZEROLE.-
Sírvanle
de disculpa sus pocos anos... Es joven, fogoso, y en un arrebato...
¿No es verdad que no has querido ofenderle?... (EDUARDO calla.)
|
AGENTE.-
Muy alta tiene la cabeza... Y es mala señal
en estos tiempos... Vamos... |