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Problemas del «Lazarillo»

Francisco Rico



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Para Eugenio Asensio



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ArribaAbajoNota previa

Quien esto escribe ha dedicado al Lazarillo dos trabajos de conjunto: un ensayo de interpretación histórica y crítica1, por una parte, y, por otra, una edición anotada cuyo primer objetivo es esclarecer el sentido literal del texto y, en el prólogo, revisar las principales cuestiones de hecho (datación, autoría, modelos y fuentes) que plantea la génesis de la novela2. Los estudios y apuntes que aquí se publican son sobre todo justificación detenida de afirmaciones que en esos dos trabajos se hacen en forma sucinta.

Van en orden cronológico de redacción, porque a menudo las conclusiones de unos han de tenerse presentes en otros posteriores y, primordialmente, porque sus insistencias, correcciones y cambios de rumbo pueden ilustrar en más de un aspecto qué largo es el arte del Lazarillo y qué corta, para abarcarlo, la vida del estudioso. Cuando aportaciones ajenas o propias han desmentido algún punto de los artículos de fecha más temprana, he dado entre paréntesis cuadrados la referencia oportuna.   —10→   Por lo demás, he añadido solo los complementos bibliográficos más urgentes o bien la indicación de dónde obtenerlos.

He dudado si incluir o no el capítulo final. Nacido como disertación ante un público variopinto, hubiera podido ponerle ahora las notas más imprescindibles; pero, aun así, quedaría como un mero esbozo, a falta de un tratamiento adecuado de otros temas que ni siquiera cabía desbrozar en los cincuenta minutos rituales en actuaciones similares. A su vez, prestar la debida atención a las técnicas narrativas del Lazarillo en tanto creadoras de la ilusión realista y precisar las convergencias y divergencias de nuestra novela con la ficción de la época habría significado escribir un libro más extenso que el presente. Por el momento, pues, he renunciado a esa tentación y me he contentado con introducir algunos retoques y reemplazar por otro nuevo un apartado del texto original.

Así, este volumen, al cabo, queda abierto, con el mismo ánimo de sus primeras páginas, más atento a apuntar problemas que confiado en resolverlos. Sólo en ese sentido hace quizá justicia al Lazarillo.

Valladolid, 4 de octubre de 1987



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He aquí la procedencia o el destino último de los estudios abajo recogidos:

  1. «Problemas del Lazarillo», en Boletín de la Real Academia Española, XLVI (1966), págs. 277-296.
  2. «En torno al texto crítico del Lazarillo de Tormes», en Hispanic Review, XXXVIII (1970), págs. 405-419.
  3. «Para el prólogo del Lazarillo: 'el deseo de alabanza'» en Actes de la Table Ronde Internationale du C.N.R.S. Picaresque espagnole, Montpellier, 1976, págs. 101-116.
  4. «(Sylva XVIII) De mano (besada) y de lengua (suelta)», en Estudios sobre arte y literatura dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, III (Granada, 1979), págs. 90-91; y en Primera cuarentena y Tratado general de literatura, Barcelona, El festín de Esopo, 1982, págs. 73-75.
  5. «(Sylva XIII) Otros seis autores para el Lazarillo», en Romance Philology, XXXIII (1979-1980), págs. 145-146; y en Primera cuarentena, págs. 57-58.
  6. «Nuevos apuntes sobre la carta de Lázaro de Tormes», en Serta Philologica Fernando Lázaro Carreter..., II (Madrid, Cátedra, 1983), págs. 413-425.
  7. «Resolutorio de cambios de Lázaro de Tormes (hacia 1552)» en Homenaje a Francisco López Estrada, Madrid, en prensa.
  8. «La princeps del Lazarillo. Título, capitulación y epígrafes de un texto apócrifo», en Homenaje a Eugenio Asensio, Madrid, Gredos-Diputación Foral de Navarra, 1988, en prensa.
  9. Lázaro de Tormes y el lugar de la novela. Discurso..., Madrid, Real Academia Española, 1987, págs. 13-23, 27-41.

Quiero agradecer la ayuda que Juan Cerezo, Jorge García y Rafael Ramos me han prestado en la preparación del original para la imprenta y especialmente en la corrección de pruebas.





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Problemas del Lazarillo


En memoria de María Rosa Lida

Pocos libros tan fértiles en problemas como La vida de Lazarillo de Tormes: de ellos, unos accidentales -cabría decir-, ajenos al anónimo autor; otros, los más, esenciales y muy intencionadamente suscitados por un escritor que se complace en el equívoco y en la ironía, y sobre uno y otra construye su novela. «A este propósito» -como diría Lázaro-, importa insistir en que cada nuevo avance de la investigación o de la crítica muestra más diáfanamente que en el Lazarillo no existen materiales neutros, y los que pudieron juzgarse tales, si examinados de cerca, acaban por revelarse datos significativos -y más: polisémicos-. Ahí reside el arte de la motivación, epigramáticamente definido por Chéjof: «Si al principio de un relato se ha dicho que hay un clavo en la pared, ese clavo debe servir al final para que se cuelgue el protagonista» (vid. T. Todorov, ed., Théorie de la littérature. Textes des formalistes russes, París, 1966, pág. 282). Me propongo ensayar ahora -sin apurar las sugerencias de los temas- unas pocas interpretaciones para otros tantos aspectos problemáticos del Lazarillo.


ArribaAbajoEl caso

Es moneda de curso corriente entre la crítica que «el Lazarillo es un libro inconcluso»3. Vale la afirmación, desde luego, si   —14→   se limita a subrayar que nos las habemos con una ficción autobiográfica, con la narración de «una vida -escribe don Américo Castro- que, por el mero hecho de contarse, ha de permanecer necesariamente oscilante e inconclusa»4. Me parece inexacta, en cambio, si implica que el Lazarillo empezó a circular y llegó a letras de molde «aun cuando el autor no lo había dado por concluido»5; o si la suposición de que «nuestras tres principales novelas picarescas, el Lazarillo, el Guzmán, el Buscón, quedan constitutivamente interminadas», conduce a interpretar la primera como «desintegración... del mito del puer aeternus»6. De hecho, si un libro concluso, bien rematado, es el que se ha propuesto a sí mismo un asunto y, por tanto, un término, y ha desarrollado aquél hasta llegar a éste, el sintagma se aplica perfectamente al Lazarillo.

Asunto último y término del Lazarillo, en efecto, se fijan con la suficiente claridad7, al justificar la razón de ser de la novela, en el mismo Prólogo (justificación del todo necesaria, por lo insólito de la empresa): «Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parescióme no tomalle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona»8. Cabe preguntarse qué «caso» es el que ha despertado la curiosidad de «Vuestra Merced» y, por ahí, ha llevado a Lázaro de Tormes, humilde pregonero de Toledo, a tomar   —15→   la pluma tan «por extenso», que en el afán de aclararlo plenamente, explicándolo desde las raíces -desde su propia personalidad-, ha acabado obligándole a esbozar una autobiografía: autobiografía, así, entendida como dimensión «diacrónica» de «el caso», como su trayectoria en el «eje de sucesiones» -por aplicar bien conocidos términos saussureanos-. Adviértase que en la «epístola hablada»9 que es el Lazarillo, no sólo abundan las expresiones dirigidas a la persona que solicitó el relato («sepa Vuestra Merced...», «huelgo de contar a Vuestra Merced...», «porque vea Vuestra Merced...», etc.), sino que incluso, en el último tractado, llega ésta a asomar su figura en la narración: «en el cual [oficio real] el día de hoy vivo y resido, a servicio de Dios y de Vuestra Merced»; «el señor Arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced...». A no disponer de otros elementos de juicio, la misma coherencia de la novela parecería exigir que si «Vuestra Merced» había pedido que se le escribiera «el caso», éste debió suceder en el período de la vida de Lázaro en que el pícaro y el señor llegaron a conocerse: el período historiado en el capítulo final. Pero -creo- bastan unas palabras del tractado VII para confirmar semejante punto de vista: «hasta el día de hoy -concluye Lázaro- nunca nadie nos oyó sobre el caso». O lo que es lo mismo: hasta el momento en que «Vuestra Merced» quiso saber, por boca del presunto consentido, de las dudosas relaciones entre el Arcipreste de Sant Salvador -su «servidor y amigo»- y la mujer del pregonero10, Lázaro siempre se había negado a ventilarlas, aun amistosamente.

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El núcleo del Lazarillo, a mi modo de ver, está en su final: a «el caso» (acaecido en último lugar y motivo de la redacción de la obra) han ido agregándose los restantes elementos -preludios e ilustraciones- hasta formar el todo de la novela; y la percepción de tal circunstancia me parece decisiva para un correcto entendimiento de la unidad y de la estructura del libro. Materias éstas a menudo controvertidas11, a cuya comprensión ayudará completar la lectura del Prólogo: «... porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto». Lázaro aporta, efectivamente, en Toledo, al recibir «todo favor y ayuda» del Arcipreste de Sant Salvador, amante de su mujer y «servidor y amigo de Vuestra Merced»: «Esto ['el caso'] fue el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró...; pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna». No atiendo ahora a las implicaciones axiológicas de semejante planteamiento12 (de una axiología, claro es, cargada de infinita   —17→   zumba), antes me limito a observar que si el Lazarillo, en irónico alarde de ejemplaridad («cuánta virtud sea saber los hombres subir, siendo bajos...»), refiere la «historia de una ascensión social» con miras a «ensalzar a los hijos de sus obras» -como se ha dicho-, la tal historia y la morale de cette histoire son consecuentes de «el caso», en el plano de las motivaciones dependen de él («y también porque...»).

Pero el Prólogo no nos interesa sólo en gracia a su último párrafo. Para Charles Ph. Wagner, se trataba de «un prólogo bastante convencional»13; de hecho -y atendida la naturaleza del libro-, el encarecimiento de la novedad de la tarea acometida («cosas... nunca oídas ni vistas», pondera Lázaro), la insistencia en la necesidad de divulgar los conocimientos («a todos se comunicase») o la captatio beneuolentiae, merced al afectado empequeñecimiento de la propia obra («esta nonada», al estilo de las nugae o ineptiae clásicas), funcionan más bien como parodia del prólogo convencional, fiel a la antigua tópica del exordio14. «La honra -añade Lázaro, con Cicerón- cría las artes»; lo comprueban «el deseo de alabanza» del soldado «que es el primero del escala», la satisfacción del predicador -por más que «desea mucho el provecho de las ánimas»- ante los elogios, la recompensa del mal justador a la adulación del truhán: «y todo va desta manera». Cierto: todo, en el orbe de la novela, se nos ofrece en la triple dimensión de los contenidos reales, los asertos de los protagonistas y las sanciones de la «opinión»15; y del mismo modo que los ejemplos aducidos en el Prólogo se disponen según una fina graduación -de lo encomiable y lo legítimo a lo ridículo-, el ternarismo se acentúa a medida que camina   —18→   el relato, para culminar en «el caso», de muy distinta entidad según se dé crédito «a dichos de malas lenguas» o a los juramentos del pregonero16, contento -como el don Fulano que «justó muy ruínmente»- con no oír cosa que le pese. «La honra cría las artes»: la deshonra de «el caso» (ya Juan Fernández de Heredia incluyó otros iguales entre «los casos de la honra»)17 ha engendrado la novela. El paralelismo -con todo el sarcasmo que supone- difícilmente puede ser ilusorio18.

Entre la exposición de motivos, en el Prólogo, y las primeras palabras de la narración se da una continuidad perfecta: «Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso... Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes...». Dice bien el pregonero «a mí llaman», porque, como se aprende después, sólo al final, en el muy concreto presente desde el que escribe, le «llaman» efectivamente por su nombre completo (lo que no deja de subrayar, satisfecho, con la tercera persona, donde pudiera seguir con el yo habitual: «en toda la ciudad, el que ha de echar vino a vender, o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hacen cuenta de no sacar provecho»). La referencia inicial a «Vuestra Merced» refuerza el vínculo entre Prólogo, relato y desenlace. En el cuerpo de la obra, las llamadas de atención al enigmático personaje -ya antes aducidas- serían ociosas si no desempeñaran idéntico papel; y, parejamente, las varias alusiones a circunstancias simultáneas   —19→   a la redacción de la novela («me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé»; «Dios es testigo que hoy día, cuando topo con alguno de su hábito...» = «en el cual el día de hoy vivo y resido»; «hasta el día de hoy nunca nadie nos oyó sobre el caso») tienen la virtud de proyectar nítidamente sobre el protagonista de «el caso» retazos de su vida pasada. Lázaro, por otra parte, asume tal pasado en función de su presente de pregonero complacido con las «mil mercedes» que Dios le envía a través de su mujer y el Arcipreste: no otro sentido parece tener su decisión de no tomar «el caso... por el medio, sino del principio»19.

Poco satisfactorio se ha juzgado, en general, el sumario del tractado I20: «Cuenta Lázaro su vida y cúyo hijo fue». Prescindamos de la tercera persona que aquí se emplea21 y notemos que el ciego ha recibido al destrón «no por mozo, sino por hijo», y que el propio chiquillo, al recordar la «cornada» que le despierta «de la simpleza en que, como niño, dormido estaba», hubo de reconocer: «después de Dios, éste me dio la vida y, siendo ciego, me alumbró22 y adestró en la carrera de vivir». El título del   —20→   tractado, así, tal vez resulte cargado de intención, y no el postizo descuidado que algunos piensan: el capítulo narra realmente «cúyo hijo fue» el pregonero toledano que escribe «el caso» -y solo secundariamente quiénes fueron Tomé González y Antona Pérez, padres de Lazarillo-. 23 Marcel Bataillon, mostrando óptimamente qué gran arte engarzó los diversos episodios del Lazarillo con hilos unitarios (en primer término, los de paralelismos, reiteraciones y contrastes, implícitos unas veces, otras destacados por las reflexiones de Lázaro), ha insistido en cómo gravita sobre el desenvolvimiento de la trama el peso de semejante paternidad moral del ciego24. Del fino análisis de Bataillon tomo un ejemplo particularmente valioso, el «pronóstico» del mendigo, cuando cura con vino al descalabrado Lazarillo: «Yo te digo... que si hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tú». El vaticinio salió «tan verdadero como adelante Vuestra Merced oirá» (siempre «Vuestra Merced» como testigo risueño -y velado- de «el caso»...). Cierto -explica Lázaro-, «el señor Arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya». Los contemporáneos del anónimo autor debieron notar bien esa convergencia de los múltiples elementos novelísticos hacia «el caso» singular; la primera adición al texto primitivo aportada por la impresión complutense (también de 1554, por Salcedo), así, no tiene otro objeto que añadir nuevas flechas (en forma de profecías) apuntadas al mismo blanco del capítulo VII: Lázaro, que en Escalona   —21→   no entiende cómo puede ser la soga «tan mal manjar que ahoga sin comerlo», ni cómo los cuernos pueden darle «alguna mala comida y cena», halla respuesta a tales perplejidades el día en que presta sus servicios para ahorcar a «un apañador en Toledo», y las varias noches que espera a su mujer «hasta las laudes».

Pero toda la novela transparenta igual orientación, segura unidad de tendencia. Lázaro chico, al arrimo de Antona Pérez, vive doce rápidos años en la ignorancia del mundo, en «la simpleza»: doce años que se resuelven en unos pocos párrafos, porque el narrador los pasó, «como niño, dormido»; y justamente los rasgos recalcados (las persecuciones «por justicia», el «arrimarse a los buenos»25, las entradas -«en casa»- del moreno amigo de Antona) reaparecen al final transmutados en ingredientes de «el caso». Frente a ello, al corto período transcurrido con el ciego se dedica buen número de páginas; a los «cuasi seis meses» en Maqueda, un cumplido capítulo: Lázaro, ya despierto y en guardia, como con su primer amo ha aprendido, lucha esforzadamente por la vida; y el hambre, tan duramente sufrida en el tractado II, quedará harto satisfecha en el VII, con el trigo, la carne, los bodigos que a Lazarillo le negó antes el «cruel sacerdote», las «mil mercedes» del Arcipreste. Los dos meses con el escudero, fundamentalmente, enseñan al muchacho lo inútil y falaz de la honra al uso: por no acatarla acabará logrando el pregonero «paz... en casa», «toda buena fortuna». El trimestre al servicio del buldero, en fin, refuerza otra importante lección: la del callar y quedarse al margen cuando conviene, la del silencio en provecho propio (por ello, posiblemente, Lázaro se relega a mero narrador del capítulo V, de protagonista activo que era)26; así, en los días de su «prosperidad», Lázaro sabe hacerse a un lado y «no mentalle nada de aquello» a su mujer. De   —22→   tal modo, Lázaro de Tormes, pregonero de Toledo, recoge y aplica en «el caso» todas las lecciones recibidas en su aprendizaje de degradación27.

En un poema correlativo (de los redescubiertos por Dámaso Alonso), los elementos diseminados a lo largo de la composición se reúnen con más rico sentido en los últimos versos; en nuestra novela, como rayos de luz, se concentran en el foco de «el caso». Por distinto camino, mis conclusiones vienen a coincidir plenamente con las de Claudio Guillén: «El principal propósito del autor no consiste, al parecer, en narrar -en contar sucesos dignos de ser contados y, por decirlo así, autónomos-, sino en incorporar estos sucesos a su propia persona... Lo narrado queda referido al ser del narrador. Y el Lazarillo, por tanto, más que un relato puro, es una 'relación' o informe hecho por un hombre sobre sí mismo... Lázaro, más que Lazarillo, es el centro de gravedad de la obra... El proceso de selección a que Lázaro somete su existencia nos muestra aquello que le importa manifestar: los rasgos fundamentales de su persona... La relación de Lázaro consiste, pues, en un ir desplegando o 'desarrollando' aquello que él sabe forma parte de su vivir y su ser actuales» (págs. 270-272). En efecto, es tal criterio de selección -dirigida al Lázaro adulto de «el caso»- el que explica la brevedad y esquematismo de los tractados IV y VI28, la aceleración   —23→   del ritmo narrativo al término del tractado III -con el fin de las mocedades de Lazarillo29-, el desajuste de tiempo «cronológico» y tiempo psíquico, con frecuencia tildados de defectos. Pero exigir a los tractados IV y VI una andadura más despaciosa no lo creo más procedente que reñir a Lázaro por haber contado, v. gr., el episodio de las uvas de Almorox, y no otra cualquiera de «las malas burlas que el ciego burlaba». El narrador explica así su elección: «porque vea Vuestra Merced a cuánto se estendía el ingenio deste astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaescieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia»; y, acabado el ejemplo, apostilla: «por no ser prolijo, dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi primer amo me acaescieron». Para los fines ilustrativos de Lázaro, basta «un caso», y por cierto, como se refiere al amo más que al mozo, como no es propiamente miembro vivo en el organismo novelístico, se nos ofrece flanqueado de aclaraciones y salvedades. Otro tanto decía don Quijote: «las acciones que ni mudan ni alteran la verdad de la historia no hay para qué escribirlas, si han de redundar en menosprecio del señor de la historia» (II, 3)30.

Más que la fluida elaboración de sucesos «autónomos», sin más trascendencia que la puramente anecdótica, usual en las memorias de literatos (testigo reciente La cucaña, de Camilo José Cela, donde no faltan motivos folklóricos incorporados al yo del narrador) la técnica selectiva del Lazarillo recuerda la de algunas obras de justificación histórica (de los Comentarios de César o el Libre dels feyts de Jaime el Conquistador a los «recuerdos» de tantos estadistas modernos), en que insistencias y silencios tienen idéntico sentido, enderezados como están a legitimar o disculpar una determinada actitud, un logro o un traspiés, toda una política; en La vida de Lazarillo de Tormes, enderezados a explicar precisamente «el caso», pretexto y asunto de la novela.



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ArribaAbajoSobre el escudero

«Vale la pena subrayar -observa doña María Rosa Lida- que los personajes más logrados [del Lazarillo] -los padres, el negro, las mujercitas caritativas, y sobre todo, el escudero- no son tradicionales31. Precisamente, a diferencia de los personajes tradicionales como el ciego, el clérigo avaro y el buldero, el escudero está presentado sin definición previa, y su modo de ser brota libremente de sus hechos y palabras, con la más consumada técnica novelística» (págs. 358-359). Cabe añadir que semejante manera narrativa es, muy en primer término, solidaria del autobiografismo de la novelita, y no hay medio de disociarla de él sin riesgo de equívoco. Pero intentemos acompañar al lector español de mediados del siglo XVI en la lectura del tractado III, revivamos algunas etapas (las menos atendidas) del lento ir revelándose del hidalgo.

Lázaro y su tercer amo -«un escudero... con razonable vestido, bien peinado»- caminan por las calles de Toledo, una mañana de verano32. El mozo no sabe nada de su nuevo señor; «hábito y continente», con todo, parecen traslucir un risueño acomodo. Las plazas del mercado quedan atrás y Lázaro presume satisfecho: «Por ventura no lo vee aquí a su contento... y querrá que lo compremos en otro cabo»; aún más, cuando, oída   —25→   la misa de once en la catedral, advierte que no se han ocupado en buscar de comer: «Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en junto». José Antonio Maravall, analizando agudamente El mundo social de «La Celestina» (Madrid, 1964, págs. 44-45), ha aclarado el porqué de las buenas esperanzas de Lázaro: las compras por menudo, el acudir diariamente a «las plazas donde se vendía pan y otras provisiones», no se avenían al modo de vida de una gran casa señorial, antes la deslustraban. En la intendencia de un gran señor, se compraba «en junto», al por mayor y de tarde en tarde; la suya, puntualiza Maravall, «seguía siendo una economía tradicional o de subsistencia, una oeconomía basada en la autonomía doméstica de provisión, ajena al mercado urbano y a su crematística» (página 45).

Lázaro, pues, cree haber caído en una rica mansión a la antigua; la tal mansión es la casa desnuda, «lóbrega y obscura», tan vívidamente evocada, que acabaría por andar en proverbios33. «Desque fuimos entrados -recuerda Lázaro, jugando del rápido Subjektwechsel que tantos matices sugiere-, [el escudero] quita de sobre sí su capa, y, preguntando si tenía las manos limpias, la sacudimos y doblamos, y, muy limpiamente soplando un poyo que allí estaba, la puso en él». El estilo de la novela no transparenta ningún género de horror aequi34; aquí, la repetición («limpias», «limpiamente») parece cargarse de sentido, si confrontada con otros pasajes del capítulo. Por ejemplo: Lázaro, en un rincón del portal, se saca del seno unos mendrugos, y el pobre amo hambriento, tras tomarle el pedazo mayor, inquiere, muy digno, «si es amasado de manos limpias» (el mozuelo pensará que, habiéndolo llevado «en el arca» en que lo llevó,   —26→   «no se le podía pegar mucha limpieza»); la mañana siguiente -cuenta-, «levantámonos, y comienza a limpiar y sacudir sus calzas y jubón y sayo y capa» (y, a falta de toalla, ha de utilizar su ropa para lavarse manos y cara)35. Evidentemente, el prurito de pulcritud sirve para dibujar rasgos muy particulares del hidalgo36, y no postizos, sino imprescindibles a la buena marcha de la narración (tejida con la trama y la urdimbre de la apariencia y la realidad del personaje); pero ¿es insensato suponer que a la vez apunta irónicamente a toda una clase social obsesionada por la limpieza... de sangre? El equívoco sería bien comprensible en un autor cristiano nuevo37.

Alguna vez se ha observado que cabe poner en duda la hidalguía real del escudero38; si fuera cierta la alusión que entreveo en el pródigo uso de limpio, limpieza, etc., la duda se disiparía fácilmente. Pero hay indicios más seguros en tal sentido. ¡Quién viera al fantasmal personaje, con la célebre paja en la boca, «venir a mediodía la calle abajo, con estirado cuerpo, más largo que galgo de buena casta»! Lázaro se fija aquí en una característica   —27→   física más de una vez señalada en los hidalgos: «Hidalgos y galgos, secos y cuellilargos», decía un refrán39 (al Caballero del Verde Gabán, mirando a don Quijote, «admiróle la longura de su cuello», que a otros parecía como de «media vara»)40. Un poema villanesco del Tesoro de Varia poesía (1580), de Pedro de Padilla, pone en boca de una moza una ristra de escarnios contra el pobre hidalgo, «escudero pelón», que la corteja; y estos entre ellos:


   Porque sois un pelón de mala cara,
galgo flaco, cansado y muy hambriento,
confeso triste y gran[de] majadero...41



Nuestro escudero, por otra parte, alardeaba de «un palomar que, a no estar derribado como está, daría cada año más de docientos palominos» (donde, se diría, el inciso condicional garantiza la existencia de la propiedad); y como es el caso que en la Edad Media la posesión de un palomar era privilegio feudal solo concedido a hijosdalgo o fundaciones religiosas, y como todavía en 1522 lo provechoso de tal privilegio hallaba amparo legal en el llamado «derecho de palomar», a los primeros lectores del Lazarillo sin duda no se les escapaba que las pretensiones del escudero, tanto en lo económico como en lo social, no carecían de algún fundamento (cfr. J. E. Gillet, «The Esquire's Dovecote», en Hispanic Studies in Honour of I. González Llubera, Oxford, 1959, págs. 135-138)42.

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Claro es que la mención del palomar -tan rentable, de estar en pie...- nos lleva de la mano a la prehistoria del personaje. «Desde el primer día que con él asenté -reparaba ya Lázaro- le conoscí ser estranjero [en Toledo], por el poco conoscimiento y trato que con los naturales della tenía». Otra vez vacilamos. Marcel Bataillon ha espigado en la Floresta española (1574), de Melchor de Santa Cruz, un cuentecillo oportuno: «Preciábase un forastero mucho de hidalgo, y amohinándose un sastre con él, dijo el hidalgo: '¿Vos sabéis qué cosa es hidalgo? Respondió el sastre: 'Ser de cinquenta leguas de aquí'» (V, III, 11). Pues no otra cosa dice Diego de Hermosilla en el Diálogo de los pajes (1573), libro por muchos conceptos afín al Lazarillo: «[más de un converso], en apartándose hasta cincuenta leguas de su naturaleza, se armó luego de esos nombres [de los hidalgos y caballeros más principales que había en los lugares donde tales conversos se bautizaron]» (ed. A. Rodríguez Villa, Madrid, 1901, pág. 45). Son vanidades éstas, desde luego, ligadas a lo universal humano, y en todos los tiempos y países han afilado la pluma del escritor de moeurs; mas su pintura en el Lazarillo -¿cómo iba a ser de otro modo?- transparenta muy precisos perfiles coetáneos.

El lejano solar del escudero, en cualquier caso, abría amplias puertas a la sospecha; más, al oírle «ser de Castilla la Vieja», haber nacido a «diez y seis leguas» de Valladolid. «Hidalguía -definió ya Hernán Mexía- es nobleza que viene a los hombres por linaje» (Nobiliario vero, I, 4) y en la realidad cotidiana cristaliza «en la libertad de los pechos ni tributos» (D. de Hermosilla, pág. 22) y en otro buen número de ventajas jurídicas: exención de cárcel por deudas, de tortura y penas afrentosas; particular protección contra la injuria; jueces y prisiones especiales... «No pechar ni pagar pechos», con todo, y como se escribía en la apócrifa Segunda parte del Guzmán de Alfarache, no es «verdadera probanza de hidalguía..., porque, según esto, todos los originarios de Valladolid, que tienen la misma exención [que los vizcaínos], la cual también tienen otros lugares, serían hijosdalgo, lo que notoriamente es falso» (II, 8). Las mejorías hidalgas, si se   —29→   basaban en la fama inmemorial, requerían una confirmación documental. A principios del XVI, pues, los registros parroquiales empiezan a cumplir funciones semejantes a las del moderno registro civil, en tanto a los municipios se confía distinguir hidalgos y pecheros, teniendo al día sendos padrones: en ellos se va a buscar quién debe contribuir al fisco la moneda forera u otras cargas plebeyas, y quién puede exigir los derechos de la nobleza hidalga. Cuando se confeccionan padrones, donde no los hay, o se reparte un pecho entre los vecinos, a los nobles tronados les tiemblan las carnes de miedo: probar su condición ha de costarles dineros que no tienen; si protestan, cualquier alcaldillo de villanos podrá decirles: «De ser hidalgo yo no ge lo ñego; mas es lacerado, y es bien que peche» (M. Alemán, Guzmán de Alfarache, II, II, 2). Las Cortes de Madrid, en noviembre de 1593, denuncian resueltamente el problema: «Habiendo el hidalgo de hacer sus probanzas con un alcalde y un receptor que le llevan mill y cuatrocientos maravedís de salario cada día, sobre lo cual aún se ha de añadir un alguacil que necesariamente ha de llevar el dicho alcalde, viene con esto a causarse a los hidalgos pobres... una total imposibilidad para seguir sus hidalguías... Con esta provisión se ha dado lugar, y aun muy larga licencia, a que el estado de los pecheros, y aun otros de menor calidad, con el odio natural que tienen al de los hijosdalgo, persigan al que vieren que es pobre, repartiéndole como a pechero y quebrantándoles los previlegios de su nobleza, porque como el medio de conseguilla ha de ser conforme a esta cédula tan costosa y ven la imposibilidad que el hidalgo tiene para hacer estos gastos, quedan ellos con más libertad para perseguillos» (Actas de las Cortes de Castilla, XIII [1887], págs. 64-65). Lo corrobora el refrán comentado por Correas: «Hidalgo o no hidalgo, quedará pelado», se decía «de los que empadronan y en prueba de hidalguía hacen consumir la hacienda» (pág. 239 a); y el recogido por Rodríguez Marín: «Hidalgo empadronado, o quedará pechero o quedará arruinado».

Si no hay padrones, solo es noble quien vive como noble; y en la nueva coyuntura social ya no viven como nobles quienes   —30→   ejercitan la actividad de defensores, sino quienes viven en ocio y riqueza y fidelidad al espíritu de clase (vid. J. A. Maravall, op. cit., págs. 28 y sigs.). Quienes, por ejemplo, como los miembros de una familia jerezana, en 1570, podían apoyar su hidalguía en «no salir a los alardes que hacían los caballeros de premia y hombres llanos, juntarse siempre con los demás caballeros y hijosdalgo, y eran de tanto pundonor que no consentían consigo a pecheros, ni éstos se atrevían a juntarse con ellos»43. Precisamente en Valladolid, de donde procedía el escudero del Lazarillo, no se llevaban padrones44 . Se comprende, así, que los antiguos lectores de la novelita pudieran sonreírse oyendo afirmar al vallisoletano «que un hidalgo no debe a otro que a Dios y al Rey nada»; se comprende, sobre todo, el enojo de nuestro personaje ante el «Manténgaos Dios»: lo único que le distinguía del villano de su lugar que así le saludaba era justamente el no querer recibir tal saludo propio de «hombres de poca arte» (en vez de «Beso las manos de Vuestra Merced», «Bésoos, señor, las manos»); aceptarlo significaba ser digno de él45. De semejante situación a la pérdida de rango no había más que un paso; la huida a la floreciente Toledo, en busca de «un buen asiento», evitó darlo.

Y en Toledo evocaba las dudosas muestras de su nobleza solariega: «Mayormente... que no soy tan pobre, que no tengo un solar de casas que, a estar ellas en pie y bien labradas, diez y seis leguas de donde nací, en aquella Costanilla de Valladolid, valdrían más de docientas veces mil maravedís, según se podrían hacer grandes y buenas». La enumeración de bienes que   —31→   proporcionarían pingües rentas, de seguir existiendo en lo presente o existir en lo futuro, pudiera ser de raigambre folklórica46. Pero si la misma ingenuidad del escudero, al confesar el mal estado de su hacienda, certifica en cierto modo la realidad de esta47, la alusión a la Costanilla de Valladolid -hoy calle de la Platería- tal vez tuviera para el lector contemporáneo una connotación de burla, capaz de rebajar considerablemente la verosimilitud del aserto (en zigzagueo de reticencias constante -y esencial- en todo el Lazarillo de Tormes). Hernán Núñez, el famoso Comendador Griego48, en su colección póstuma de Refranes o proverbios (1555), parece haber sido el primero en recoger el que sigue: «Colorada, mas no de suyo, que de la Costanilla lo trujo». Correas no nos dice gran cosa sobre él: «La Costanilla es un barrio de Valladolid, adonde comenzó el refrán; ahora costanilla se tomará por cualquier tienda donde se venda color» (como sea, pienso yo, costanero fue designación germanesca para 'pintor'); la Filosofía vulgar (1568) de Mal Lara, en cambio, nos da una excelente explicación: «Una mujer venía de ciertas estaciones; iba con todo eso tocada con color de la salsereta, y viéndola otras, dijo la una: '¡Qué colorada va nuestra vecina!' Respondió la otra: 'Colorada, mas no de suyo, que de la Costanilla la trujo'. Es lo que compró de la tienda. La Costanilla es lugar alto en Sevilla, y aun en Valladolid, donde hay especieros que venden estas colores. Aplicase al que se honra con cosa fuera de su ánimo o cuerpo o de su casa» (ed. A. Vilanova, Barcelona, 1958-59, IV, pág. 109)49. Por tal modo, la simple mención de la Costanilla de Valladolid (común, sin duda, para referirse a jactancias fantasiosas, como en otro orden de cosas pudo serlo   —32→   para motejar de cristiano nuevo)50 posiblemente bastara para inclinar a la suspicacia, para sugerir al lector de la época que el solar del escudero estaba situado en la región de las patrañas.

De tal forma, y en deliciosas páginas en que «el contexto se burla del texto»51 una y otra vez, la aparente objetividad en la presentación del escudero resulta ser más bien «engaño a los ojos», juego de pasa pasa en que nunca sabemos qué cubilete esconde la realidad del personaje y la intención del autor: «presentación ilusionista» (según la fórmula de doña María Rosa Lida, pág. 356) que rehúye las respuestas unívocas y lleva a su más sabia cristalización artística el «si fuera verdad...» del Prólogo52.





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ArribaAbajo- 2 -

En torno a la edición crítica


A José M. Caso

Enfin, Malherbe vint ... 53 No existía «edición crítica» del Lazarillo de Tormes. No lo era la de Raymond Foulché-Delbosc (Barcelona-Madrid, 1900), taracea de los textos de Alcalá de Henares [A], Burgos [B] y Amberes [C], 1554, discernida por simple mayoría de variantes (para no aducir otros tuertos). Ni lo era plenamente la de Alfredo Cavaliere (Nápoles, 1955), limitada también a las primera impresiones conocidas hoy y con frecuencia harto dispuesta a simplificar los problemas complejos. Pero la tal etiqueta conviene por sus cabales a la elaborada por José Caso. El profesor Caso ha acometido la esforzada tarea de colacionar todas las ediciones del siglo XVI, alguna del XVII y casi todas54 las modernas (entre unas y otras, cerca de veinte) que podían ofrecer una brizna de información o alguna conjetura útil; ha estudiado cada palabra y cada signo de puntuación con hondura, competencia y amor ejemplares; ha movilizado a cada propósito la suma de los datos disponibles. Y ha podido ofrecernos, así, un Lazarillo en que no hay aspecto que quede por pasar el tamiz de la crítica más exigente.

Coeditor del gran Romancero tradicional de don Ramón (I, Madrid, 1957; II, 1963), Caso sienta desde el arranque consideraciones   —34→   muy similares a las inscritas en la primera página de aquel monumento. «El Lazarillo -dice- comenzó a vivir en variantes, probablemente a través de copias manuscritas, pero también a través de impresiones diversas... Y la primera consecuencia es la de que las variantes no han sido únicamente errores de transmisión, sino modificaciones voluntarias del texto... La segunda consecuencia es que debemos renunciar por el momento a reconstruir el texto o la edición original» (32), a menudo «para aceptar como buenas dos o más variantes con valor literario» (11). Pero en el cuerpo de la página sólo hay sitio para una: la otra o las otras habrá que relegarlas al aparato, y habrá que razonar la discriminación. Que corrieron ediciones hoy perdidas se diría cosa indudable (pero sí dudo que ello pudiera ocurrir antes de 1552 ó 155355): por ahora, con todo, únicamente cabe cribar, como hace Caso (11-14), las afirmaciones de quienes dicen saber de alguna en concreto; y, ocasionalmente, señalar con más firmeza la existencia de tal o cual otra56. Ateniéndose a lo seguro, como discreto, Caso revista «Las ediciones conocidas del siglo XVI»57 (14-23) y valora juiciosamente   —35→   «Las ediciones modernas» (23-26), paso previo al examen de las varias «Opiniones sobre el problema textual» (27-31). El catálogo de la Bibliotheca Stanleiana (Londres, 1813) daba ya a B como princeps; y, sin haberla visto, Morel-Fatio asentía y de ella derivaba A y C; Foulché-Delbosc, en cambio, las suponía dependientes todas de un hipotético arquetipo X y aparecidas por el orden A, B, C; Bonilla58 distinguía la recensión A y la familia BC, más fiel ésta y en su primer representante muy próxima al texto primitivo: lo que en esencia repetían Cejador y bastantes más. Cavaliere -objeta Caso- «actúa con el prejuicio de que B representa el texto más cercano al original, por lo que busca siempre una explicación de orden filológico o estilístico, de base casi siempre subjetiva, con la que intenta demostrar la superioridad de B. Círculo vicioso del que ... no sabe salir». Círculo vicioso, porque si su estadística de variantes (muy necesitada de revisión) «no conduce a ningún resultado práctico», y aunque pueda afirmarse «la mayor perfección formal de A C», sucede también que «asimilar sistemáticamente la forma más imperfecta de B con la forma del autor ... es determinar de antemano que son A y C quienes corrigen el original, cuando el problema está en que probablemente B ofrece un texto más descuidado, más corrupto». Desde luego, nuestro editor da en el clavo: en el dilema consiste básicamente el problema textual del Lazarillo.

Caso lo ataca ya de frente en páginas bien nutridas y sobremanera agudas (32-54). El registro de variantes y erratas obvias en las ediciones de 1554, en primer término, lo lleva a definir A «como un texto independiente», más afín a C que a B y corregido e interpolado a la vista de un manuscrito X'. B casi lo alcanza en erratas y «no manifiesta intenciones correctoras»: una evidente autonomía «es acaso la razón que ha motivado el prestigio de B». En cuanto a C, trae escasas innovaciones (38) y   —36→   menos erratas (9): lo reproduce Simón (Amberes, 1555); «de un texto muy cercano», con diferencias mínimas, procede Milán (1587), seguido por Bidelo (Milán, 1615); y enteramente al mismo tipo pertenece Plantin (Amberes, 1595), con unas pocas correcciones quizá propias59. Velasco (es decir, el Lazarillo castigado por Juan López de Velasco, Madrid, 1573) muestra en sus 328 variantes (de las cuales 96 exclusivas) seguir una fuente hoy perdida, emparentada con C. En fin, si Bidelo tuvo presente las primeras páginas de Velasco, Sánchez (Madrid, 1599) lo siguió muy de cerca, aunque con supresiones y enmiendas particulares. El análisis de unas cuantas variantes, bien seleccionadas, decide a Caso a descartar los estemas60 al estilo de Morel-Fatio (B [o C] → A C [o B]), Foulché-Delbosc (XA B C)61 o Cavaliere (BXYA C)62; y a proponer, a cambio, otro más complejo y revelador63:

Estema

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¿Cómo aplicar tal estema a la fijación del texto? Para empezar, Caso renuncia a la emendatio de errores. «Las únicas rectificaciones realizadas -advierte- obedecen al criterio de la lectio difficilior, criterio que, por otra parte, he aplicado con la mayor parquedad posible, o bien se apoyan en una variante minoritaria (exclusivamente de A, B o C), explicando en unos y otros casos el porqué de mi restauración» (55). Y, así, acepta casi siempre las concordancias B-A y B-C; en los siete casos (cfr. 44) en que B-Velasco se oponen a A-C, normalmente sigue a estos últimos (salvo en 127.189 y -en parte- 143.18); la coincidencia B-Milán no aporta ninguna lectura, y B-Plantin sólo se da cuando B-C. En la discrepancia de B frente a Y (es decir, A-C, A-Velasco o aun A-Milán) y «cuando los tres textos de 1554 tienen lecciones diversas», con frecuencia discute el problema en nota y se decide por la solución con «más caracteres de autenticidad» (55), en general la de Y64.

La edición del prof. Caso «quiere ofrecer todos los problemas textuales con la mayor objetividad posible, y dar una versión   —38→   aceptable, aunque sabiendo de antemano que no es ni puede ser todavía la definitiva» (55). «Me conformaría con que [mi trabajo] contribuyera al progreso de los estudios sobre el Lazarillo» (11), nota el autor. En efecto, nadie podrá negar la enjundia de su contribución, que devuelve plenitud de significado al marbete de «edición crítica» tantas veces mal traído. Antes de insistir en ello, y para aportar mi homenaje de reflexión al esfuerzo de Caso, me gustaría considerar algunos «puntos [aún] sujetos a discusión» (11). Probablemente la merece en primer término el hipotético manuscrito X', presunta base de las enmiendas e interpolaciones de A. Desde luego la merece si, como invita a pensar su situación en el estema, se le supone pariente próximo -quizá revisión- del original (yo diría que la cuestión no queda lo bastante clara en la pág. 54 ni en ningún otro pasaje). En principio no hay por qué descartar la contaminación65; pero tampoco parece lo más normal que a un «librillo que anda por ahí ..., tan humilde»66, se le sometiera a cotejo y compulsa como si se tratara de un clásico o una obra de envergadura docta: de más altura se juzgaba La Celestina, y cuando la imprimen Francisco Delicado o Alfonso de Ulloa -añadiéndole prólogo y dando su nombre- no hacen otra cosa que purgarla de las que creen erratas67. Cierto que la edición de Alcalá se anuncia «corregida y de nuevo añadida»; justamente por el lujo de precisiones sobre el carácter de «esta segunda impresión», pienso que, si se hubieran colacionado dos textos, el librero Salzedo «no hubiera dejado de advertirlo de alguna manera» (como de López de Velasco observa Caso, 45). «Corregido», a propósito de un texto, y contrapuesto a «revisto», parece   —39→   referir a un mero retoque de ortografía, puntuación y menudencias dudosas68. La frase «corregida y ... añadida», por otra parte, junta en un mismo costal todo el trabajo efectuado sobre el Lazarillo; o en otras palabras: indica que variantes e intercalaciones tienen idéntico origen. Ahora bien, se me antoja que el adicionador de Alcalá captó admirablemente las intenciones del autor69, pero dudo mucho que su estilo deslavazado pueda confundirse con el de éste. Con los datos disponibles, entiendo que la existencia de X' (sea cual sea el vínculo que lo una al original) no se impone por su peso; vale decir, que las singularidades de A se explican suficientemente por las modificaciones introducidas en un solo texto, como fruto de un remaniement tan poco respetuoso del original, que no tiene reparo en añadirle episodios. De hecho, bien consciente de lo difícil de la hipótesis, Caso relega las interpolaciones a nota o apéndice y apenas recurre un par de veces a la supuesta autoridad de X' para referirla a B-C (94.68, 101.3); más común es que conjeture que A la refleja y se atenga a la más firme de X (94.74, 109.54, 122.155, y cfr. 142.10). Algo semejante ocurre tal vez con Velasco, el Lazarillo castigado: en cifras absolutas (cfr. pág. 46), concuerda con C 199 veces; con A, 26; con B, 18; y se aleja de los tres en 96 ocasiones. López de Velasco parece haberse tomado a pecho su tarea correctora70, y cabe preguntarse si estas 44 coincidencias con A y B no tendrán la misma fuente que las 96 diferencias frente a todas las ediciones de 1554: el criterio personal del censor. ¿Nos sentiremos, pues, tentados de prescindir de a y a' en el estema? Hacerlo seguramente sería ir demasiado lejos. No olvidemos que Caso no pretende llegar a «resultados definitivos» (54); que sitúa la relación A X' de modo que no cierra ninguna posibilidad; y, en fin, que apunta bien claro hasta qué extremo pueden   —40→   ser «individuales y caprichosas» (10) las lecciones de Velasco. Es más: nunca sigue a *Y, cuando representado por A-Velasco (así 75.91, 76.92, 77.99, 92.56; contra 107.44, C-Velasco podría remontar solo a a); y ya hemos visto que sólo muy accidentalmente acepta la concordancia B-Velasco. Un libro anónimo, sin pretensiones, antes bien con una buscada sencillez y aun rudeza, como el Lazarillo, se prestaba a muchas enmiendas menores: casi diría que invitaba a ellas (Caso habla con acierto de «tradicionalidad»71). De ahí mismo la dificultad de establecer si las peculiaridades de un texto suponen una o varias etapas previas perdidas o bien una libre elaboración de las conocidas. Para afirmar lo primero se requieren fuertes razones no siempre asequibles. Por ello, entiendo que Caso obra con tino al subrayar los elementos conjeturales del estema (54): un estema, en efecto, es una hipótesis de trabajo, no una panacea.

Como sea, la filiación propuesta deja clara la mayor proximidad de B al arquetipo (o, si se prefiere, a lo más cercano a él que podemos indicar); y creo que Juan de Junta le fue notablemente fiel. En primer término, Caso registra ocho lugares de divergencia entre las impresiones de 1554: en cuatro, y estoy convencido que con toda la razón, se inclina por la lectura de B (114.89, 121.152, 122.155, 133.13); en tres, por C (99.98, 113.87, 114.94); en uno, por A (85.15). Pero, a mi ver, B merece más crédito aún. En realidad, en 99.98 (A «se tornó», B «tórnase», C «se torna»), B concuerda mejor con el uso habitual en el Lazarillo72; en 113.87, trae prácticamente la lección de C (como tantas veces, dos aes se funden en una); y en 114.94 no veo medio de decidir entre «hoy no hobiera» (B) y «no hubiera hoy» (C), «no hubiere hoy» (A). Más instructiva es la vacilación en 85.15 (A «concha», B «corneta», C «concheta»). Caso muestra doctamente que la variante de B «no debe descartarse a   —41→   la ligera», pues pudo aludir «al bonete eclesiástico o a alguna otra prenda semejante» usada «al ofertorio para la presentación de la ofrenda». Fuera voz insólita o fuera errata, me parece seguro que se hallaba en X: en efecto, si ahí se hubiera leído «concheta», no descubro razón para no seguir tal lectura (como la siguen Simón, Velasco y tantos más); lo mismo hay que decir si se hubiera leído «concha»; mas leyéndose «corneta», es perfectamente comprensible que A y C buscaran remediar el yerro o usar un término más común. Es discutible cuál de las tres lecciones debe adoptarse; pero yo diría cierto que la de B reproduce el arquetipo con más fidelidad. En otro pasaje interesante (116.108) se apartan todavía A, B y C73. Lázaro cuenta ahí cómo ha de recurrir a la caridad de las vecinas hilanderas, «que -dice- de la lazeria que / A ellas tenían / B les traía / C les traían / , me daban alguna cosilla». X debía hablar de «la lazeria que les traía», es decir, 'la miseria y quejas con que me presentaba' (o 'la pena que les daba'), y B lo copia tal cual. En Y, en cambio, se produce una explicable errata, «traían», que no da sentido (porque ¿quiénes les traían pena o miseria?), y C, siempre poco innovador, reproduce a la letra, en tanto A procura arreglar, manteniendo el plural. De nueve discrepancias entre A, B y C, así, no menos de seis avalan a B.

Pero, como decía, el verdadero problema textual del Lazarillo lo plantean los desacuerdos de B e Y. En el prestigio de la edición burgalesa han entrado por mucho la falta de noticias, primero, y la rutina, después. Caso censura -y seguramente con acierto- el excesivo subjetivismo de las razones de Cavaliere en defensa de B, para nuestro editor «probablemente ... más descuidado, más corrupto» (29), «con signos indudables de estar bastante estropeado» ( 52, y cfr. 43) . No muestra eso el párrafo anterior, me atrevo a disentir. Por otro lado, si erratas evidentes hay en B, algunas más tiene A; si dudosas B, no menos   —42→   Y (que ya no simplemente A o C). Verbigracia: si una suerte de haplología o disimilación podría explicar que B olvide mi en «mirá, si sois mi amigo ...» (144.34), también podría ser que Y omita el indefinido en «si UN hombre en el mundo» (79.119), «cuando asienta UN hombre con un señor» (123.158)74; si quizá se debe a lo mismo que B prescinda de el en «del cual el color» (107.43), quizá se le debe igualmente que Y suprima todo en «di todo lo que sabes» (125.182); si B trae «donde lo oyesse», repartiendo tal vez un él entre donde y lo (123.163), Y escribe «osaba llegar», embebiendo la inicial de allegar (89.38). En efecto, cuando concuerdan A y C (puntualmente atenido a su modelo, como demuestran las escasas variantes propias) rara vez basta la evidencia del lugar en discusión para decidirse por Y o por B, para saber cuál es «más descuidado, más corrupto».

Del centenar de ocasiones (aproximadamente) en que discrepan B y AC en algo más que la grafía, la mayor parte nos sitúa ante un dilema enteramente irresoluble (al menos para mí, lo confieso con toda franqueza y bien a mi pesar). Y por «irresoluble» entiendo aquel lugar en que cada una de las lecturas discrepantes, nos parezca mejor o peor literariamente, puede justificarse con otros paralelos en el texto o en la época, y no explicarse como error o cambio con argumentos lo bastante claros. Valgan algunos ejemplos. El ciego «decía que Galeno no supo la mitad que él para / B muela / Y muelas / , desmayos, males de madre» (68.41). Y puede tener razón en la serie de plurales; pero no hay por qué negársela a B, tanto más cuanto que, si hoy suele hablarse de «dolor de muelas», en lo antiguo se usaba el singular normalmente75. B trata de «aqueste», Y de «este mundo» (87.25); mas otras veces concuerdan, bien en   —43→   «este», bien en «aqueste». «Y con todo, disimulando lo mejor que pude, le dixe: -'Señor, mozo soy ...'» (104.23); B no trae el «le dixe»: y, de hecho, «no es indispensable, pues se omitía a veces la frase introductora del discurso directo»76, y ahí están múltiples testimonios para probarlo77. Lazarillo enseña a su amo «el pan y las tripas, que en un cabo de la halda traía, a / B lo / Y la / cual él mostró buen semblante» (112.79); y no hay medio de saber si el hidalgo puso buena cara a la halda, al cabo de la halda o a todo lo anterior. El escudero tenía «una bolsilla de terciopelo raso, / B hecho / Y hecha / cien dobleces y sin maldita la blanca» (115.100): ¿qué era lo ajado, el terciopelo antaño raso o la bolsilla? «Mi amo ... en ocho días maldito el bocado que comió. A lo menos en casa bien / B lo / Y los / estuvimos sin comer» (116.110): ¿el bocado o los días? «El alguacil dijo a mi amo que era falsario y las bulas que predicaba, que eran falsas» (133.10): ¿suprime Y el comunísimo que pleonástico (« ... predicaba, eran ...»), o lo añade B? Y aquí lo de etcétera, etcétera. Por desgracia, nada decisivo nos permite averar una determinada concordancia verbal, un tiempo frente a otro (en el Lazarillo, que tan libremente los mezcla), un orden de palabras, un cambio mínimo en la construcción de la frase, la presencia o la ausencia de la copulativa y o que, del indefinido o del artículo. Nada nos permite fallar la mayoría de semejantes pleitos menores entre B e Y78.

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¿Cómo obrará, pues, el editor del Lazarillo, forzado a incluir en el texto una sola lectura (y -en el mejor de los casos- a enterrar las variantes a pie de página)? Seguramente no hay más que una solución: intentar discernir la tradición con más signos de fidelidad al arquetipo y atenerse a ella en todos los lugares dudosos79. Casi otro tanto sugería Claudio Guillén recientemente80 y casi otro tanto hacía por las mismas fechas el prof. Caso. Cierto: del dicho centenar de pasajes en que discrepan B y A C, Caso sigue siempre a los descendientes de Y, con muy contadas excepciones a favor de Burgos (123.165, 125.174, 126.185, 127.189, 136.34). Desde luego, suscribo el criterio (aunque me temo que no la aplicación). Nadie ignora cuán peligroso es el concepto de «manuscrit de base»81, pero ¿se sabe lo bastante que ni aun los pioneros de la crítica textual más nueva -la de los computers- pueden permitirse renunciar a él?82 Entiendo que Caso ha actuado del modo más científico: como exigía el material, sin falsillas previas. Y, sin embargo, no me decido a compartir su creencia de que es B el «más corrupto» entre los primeros representantes de X.

Que en B hay errores, no seré yo quien lo niegue. Arriba he señalado algunos muy posibles (107.43, 123.163, 144.34), con el contrapeso de otros parejos en Y. A la edición burgalesa cabe achacar también varias erratas perfectamente explicables83 y un par de ellas menos claras84, unas pocas lecturas casi sin duda faciliores85   —45→   y tal o cual otra atribuible a los hábitos lingüísticos del impresor86. Pero en bastantes ocasiones B se diría claramente preferible. De hecho, Caso lo prefiere en cinco pasajes; y creo que en buen número de otros se impone hacer lo mismo. En 78.112, viniendo a lo concreto, refiere Lázaro: «Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta, una y otra vez, assí de la del jarro, como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande, que toda la gente que por la calle passaba entraba a ver la fiesta: mas con tanta gracia y donaire / B recontaba / Y contaba / el ciego mis hazañas...». La lección de B, aquí, se ajusta admirablemente al «dábales cuenta una y otra vez»; pero por ser «recontaba» voz muy rara (tal vez creación espontánea del anónimo autor), resulta bien comprensible que Y la simplificara. 87 En 94.71 («cuanto él texía de día rompía yo de noche; / B ca / Y y / en pocos días ...»), el «ca» de B, tenga o no tenga valor copulativo88, es casi sin duda lectio difficilior (y con razón la conjetura Caso «del original»). Como lo es aquel quiebro tan del estilo suelto del Lazarillo: «nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado, ni / B hablaba / Y hablar / palabra» (116.107); donde no sólo reaparece una construcción ya conocida89, sino que se entiende tan bien el paso de «hablaba» a «hablar», como es difícil explicar el contrario. El contexto resuelve el dilema a favor de B en 120.138: «-Señor -dixe yo-, si él era lo que decís y tenía más que vós, ¿no errábades en / B no / quitárselo primero, pues decías que él también os lo quitaba? -Sí es y sí tiene y   —46→   también me lo quitaba él a mí; mas ...»; pues si Y tuviera razón en la falta de «no», si la frase no fuera interrogativa, la tajante respuesta afirmativa del escudero y la adversativa inmediata perderían buena parte de su sentido. Difficilior es asimismo la variante de B en 121.146: «¿Y no es buena / B maña / Y manera / de saludar un hombre a otro ... decirle que le mantenga Dios?». Y ello, sea «maña» abreviatura (como quería Foulché-Delbosc) o sea sinónimo90 de «manera».

Por otra parte, de un texto como el de Burgos, que «no manifiesta intenciones correctoras» (43, y nadie puede asegurarlo con más autoridad y falta de partidismo que el prof. Caso), cabe esperar esta o aquella omisión distraída, pero de ningún modo una adición. El ejemplo tal vez más característico podría ser el de 110.59: «¿Y quién pensará que aquel gentilhombre se passó ayer todo el día / B sin comer / , con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro truxo un día y una noche en el arca de su seno...?». Un admirado amigo, el prof. A. Rumeau, me advierte que el «sin comer» de B se contradice con la alusión a «aquel mendrugo», «el mejor y más grande» de los mendigados por Lazarillo. No veo yo tal contradicción, pero puede presumírsela, en efecto, si se exige a nuestra novela una absoluta literalidad; ahora bien, justamente esa presunción da cuenta exacta de la lectura de Y (que además evitaba una rima enfadosa: «se passó ayer / todo el día sin comer»), mientras, de ser cierta, haría ininteligible un añadido de B. En otras palabras: si X rezaba como B, se explica Y; si rezaba como Y, no se explica B. Pues lo mismo hay que decir de la media docena de pasajes en que B ofrece dos o tres palabras más que Y (un sujeto expreso, una cierta determinación, etc.)91. En tales lugares, Caso quizá advierte   —47→   «claramente dos arquetipos distintos» (70.47), decidiéndose siempre por Y y en general juzgando la lección de B como «interpolación totalmente inútil» (110.64), «amplificación ... innecesaria» (110.65), «repetición inútil» (125.178). Claro que tildar de «inútiles» o «innecesarios» semejantes pasajes sólo puede hacerse con la perspectiva de Y; si intentamos situarnos en la de B, probablemente tendremos que concluir que no nos resulta significativa en especial ni su presencia ni su ausencia. Con lo que, si no me engaño, volvemos al caso anterior: es comprensible que Y omitiera esos lugares en apariencia neutros; y precisamente por su poca significación, no lo es que B los añadiera. A efectos del texto crítico, pues, nos las habemos con lectiones difficiliores, que me parece necesario admitir como de X.

La fidelidad de B al arquetipo se comprueba por más de un camino. Son importantes al propósito, por ejemplo, los varios lugares en que B y C concuerdan en lecturas sumamente difíciles o erradas casi con seguridad. Dice Lázaro, así, al calderero: «-Tío, una llave de este / B C arte / A arcaz / he perdido» (88.34), «veáis si en essas que traéis hay / B C algunas / A alguna / que le haga» (88.35). «Arte» y «algunas» tienen toda la pinta de erratas (aunque pueden no serlo), y Caso hace muy bien en leer según A; mas lo que ahora interesa es que B extrema el respeto a X hasta recoger sus más dudosas lecciones, que, filtradas en Y (y quizá otras ediciones perdidas), sólo rara vez llegan a A o C. La coincidencia en erratas ciertas92 o probables93 y en momentos más o menos problemáticos94 no sólo se da entre B y C, sino incluso entre B y A. Ya en el primer párrafo de la novela se escribe: «podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a / B A las / C los / que no ahondaren   —48→   tanto los deleite» (61.2); y páginas adelante se hallan cosas como «alguno que está aquí, que por ventura pensó tomar aquesta santa bula, / B A y / dando crédito a las falsas palabras de aquel hombre, lo dexará de hacer» (135.25)95. Pues estos y otros casos en que el control de A o C permite afirmar la fidelidad de B a un texto errado o aparentemente menos correcto, invitan a conceder a la edición burgalesa un buen margen de confianza en los lugares dudosos.

En defensa de B, por fin, cabe aportar otros argumentos menores. En las fluctuaciones vocálicas o consonánticas y en la grafía u otras minucias, B es más resueltamente arcaizante (cfr. 56)96; lo que si en principio -por supuesto- puede atribuirse a los hábitos del impresor, tampoco debe despacharse de un plumazo: siempre se diría más verosímil, en efecto, que se modernice un texto antiguo, que lo contrario. O nótese la interesante variante gráfica de 68.42: «Haced esto, haréis estotro, / B C cosed / A coged / tal yerba, tomad tal raíz». Caso se atiene a A (aunque expresa sus dudas en el prólogo, 51); pero entiendo que el trueque de sibilantes en «cosed» (por 'coged'), común en lo antiguo97 y posiblemente puesto en boca del ciego con intención caracterizadora, ha de remontar a X, según muestra la concordancia B C (aparte de que si Y y *b no transmitieran «cosed», sería poco menos que imposible que Plantin introdujera tal forma por su cuenta). Otras veces es B en solitario quien conserva la versión con más garantías. El propio Caso nota que «fasta» (104.25), «extraño en un editor de Burgos», «es probable que proceda del original»; o advierte que B es más firme que Y en el uso de «le» por 'les'. Pues, parejamente, si B e Y concuerdan en «vee» (102), «veen» (65.143), en 120.142 Y trae «ves» (aceptado por Caso) y B «vees».

A mi ver, se tome por donde se tome la cuestión, los datos afianzan la mayor autoridad de B. El testimonio de los lugares   —49→   en que discrepan las tres primeras ediciones, en particular, se me antoja sumamente significativo. En el peor de los casos, por otra parte, suponiendo que las razones aducidas más arriba no basten para acreditar a B cuando se aparta de A C y la solución no es cierta, creo que sí son suficientes para rechazar la superioridad de Y. En fin, si con ello la partida queda en tablas, el último recurso -librado a la probabilidad98- puede darlo la mayor cercanía de B al original. Para formularlo como criterio editorial, yo diría: en la duda, seguir a Burgos99. Pero en estas materias no cabe afirmar seguridades que no pueden tenerse. Bastantes pasajes que me parecen de lectura obvia en un sentido, Caso los ha fallado en el otro; en la duda, ha seguido a Y. Es fácil, ciertamente, que mi enfoque del problema sea erróneo; con los materiales a mi alcance, con todo, en este momento no puedo llegar a otra conclusión. E insistiré en que el prof. Caso es cualquier cosa menos dogmático respecto a la suya: «Humildemente hay que reconocer -escribe- que el texto original del Lazarillo, o uno que se le parezca mucho, no podremos tenerlo mientras no sea posible ampliar hacia atrás los miembros conocidos del stemma» (55). Por ello, en principio, renuncia a la emendatio, y por ello subraya la posibilidad de «aceptar como buenas dos o más variantes con valor literario» (11). En un cierto sentido, así, nuestras tesis respectivas quizá no sean excluyentes. «Voy contra mi interés al confesarlo», pero aún añadiré que el centenar de desacuerdos entre B e Y prácticamente no afecta a ningún aspecto del Lazarillo con relevancia literaria: lo cual tal vez invalidara la forzosa cicatería de las páginas anteriores, si todo estribara en la literatura y si nuestra novela no estuviera tan llena de enigmas como para legitimar cualquier esfuerzo susceptible de traer una pizca de luz.

  —50→  

Cita Walter von Wartburg «el desliz cometido por Lessing en su Emilia Galotti. La madre dice allí a Emilia: '¡Ay, Dios, ay, Dios! ¡si tu padre lo supiera! ¡Cuánto se enfadó solo de oír que hace poco el príncipe te había visto no sin desagrado!' Lessing escribió aquí exactamente lo contrario de lo que quiso escribir, por el cruce de los dos giros 'no con desagrado' (nicht mit Missfallen) y 'no sin agrado' (nicht ohne Wolhlgefallen). Pero lo asombroso es que esta falta no la haya notado nadie en todo un siglo»100. Pues ejemplo más interesante de cómo el contexto se adueña del texto es aquel pasaje en que Lázaro cuenta una expedición al arca del clérigo: «Abro muy paso la llagada arca y, al tiento, del pan que hallé partido hice según deyuso está escripto» (93). Mas Lázaro no escribe tal cosa 'abajo', sino 'arriba' (a no ser que por 'abajo' entienda 'antes'). Ahora bien, multitud de veces se ha impreso el Lazarillo sin tocar ese absurdo «deyuso» (que remonta a X); multitud de veces, al anotarlo, arrastrados por la inercia del sentido, hemos traducido «deyuso» por 'arriba' (!). López de Velasco, en cambio, se paró a meditar sobre su texto y enmendó -y fue el único- en «desuso». La variante queda ahora convenientemente registrada en nuestra edición, y yo me he detenido a subrayarla para advertir hasta qué punto es útil y a menudo revelador el trabajo del profesor Caso. No hay aspecto del Lazarillo que no se haya beneficiado de su diligencia: de la grafía (v. gr., 72.68, sobre «licuor») a la morfología (así, 80.127, sobre «mojamos» como posible imperfecto), el léxico (por ejemplo, 142.17, sobre el sustantivo «servicial») o la sintaxis (con particular y repetido acierto)101. No es posible extenderse   —51→   ya sobre ello; permítaseme, pues, poner de relieve un solo acierto muy sintomático y que, por cuajado, alguien pudiera trascurar. El Lazarillo es libro escrito con cuidadoso descuido: el «grosero estilo», la prosa suelta y desembarazada del autor, fluye con libertad conversacional. Por ello, pocos ejercicios más apurados para un profesional que puntuar nuestra novela. Caso lo hace con admirable finura: destierra interpretaciones rutinarias y erradas (67.33, 131.5, entre muchas), potencia el texto proponiendo otras nuevas (como 84.9, 93.64), examina toda posibilidad sugestiva (tales 68.37, 72.65). Recuerdo pocas ediciones de obras españolas en que la puntuación (elemento decisivo si los hay, y con frecuencia harto desatendido) reciba tan fructífero trato. Y no creo engañarme al predecir que quien desee indagar seriamente cualquier faceta del Lazarillo deberá partir de la excelente edición del profesor Caso.


Apéndice (1987)

Sobre muchas de las variantes aducidas en el anterior trabajo hay observaciones o datos complementarios en la importante edición de Alberto Blecua (véase adición a la n. 59) y en la mía de 1987. La aneja tabla de correspondencias remite a página y nota en la de J. M. Caso, y a página y línea en las de A. Blecua y mía; con asterisco se marcan las variantes que no se registran en alguna de estas dos por carecer de valor para la constitución del texto.

J. M. Caso A. Blecua F. Rico
61.2 87.5 4.1
65.20 94.13 19.3
67.33 96.20* 23.12*
68.37 97.15* 26.1*
68.39 97.24* 26.10
68.41 97.26 26.11
68.42 98.2 26.14
  —52→  
70.47 98.19-21 28.1
72.65 100.12* 32.3*
72.66 101.5* 32.9*
72.68 101-10* 32.14*
75.91 106-25* 38.2*
76.92 106-27* 38.4*
77.99 107-25* 39.19*
79.119 110.12 43.9
80.127 111.2* 44.8*
80.133 111.22 44.25
81.134 111.26 45.4
81.140 112.15 46.1
81.141 112.16 46.2
84.9 114.9* 48.2*
85.14 115.20 51.7
85.15 116.4 51.16
86.24 116.25* 53.7
87 117 54
87lín4 117.2* 53.10*
87.25 118.27* 53.8*
87.27 117.4 53.12
88.34 118.9 55.7
88.35 116.11 55.9
89.38 119.1 56.10
89.42 119.21 58.5
91.52 121.18 60.23
91.54 121.30 61.6
92.56 121.33* 61.9*
93 123 63
93.64 123-5* 63.3*
93.66 123.11 63.9
94.68 123.18* 64.3*
94.69 123.19 64.4
94.71 123.26 64.11
94.74 124.4-5* 64.20*
95lín11 124.17* 65.9*
96.80 125.3 66.5
96.83 125.15 66.18
96.85 125.26 67.11
87.90 126.20 68.18
98lín10 127.12* 69.13*
98.95 128.4 70.18
  —53→  
99.98 128.15 71.6
101.3 129.15-16* 71.15
103.11 131.11 74.6
104.23 132.20 76.17
104.25 132.24* 76.21*
105.31 133.21 78.5
107.43 134.25 79.10
107.44 135.2 80.1*
107.45 135.7 80.6
108.50 136.3 81.12
108.51 136.4 81.13
109.54 137.1 82.19
110.57 137.8 83.6
110.59 137.12 84.2
110.61 137.14 84.4
110.62b 137.20 84.10
110.64 137.22 84.12
110.65 138.1 84.14
111.68 138.18 86.1
111.72 139.2* 86.10*
112.77 139.27 88.3
112.79 140.6 88.11
113.87 141.1 89.15
114.89 141.10 89.23
114.94 141.31 90.15
115.97 142.12 91.10
115.100 142.22 91.19
115.102 142.28 92.3
116.106 144.4 93.9
116.107 144.6 93.10
116.108 144.9 93.14
116.110 144.14 94.3
117.111 144.18 94.6
117.113 144.20 94.8
118.120 146.5 96.8
118.121 146.5 96.8
118.122 146.6 96.8
119.130 147.6 97.15
120.138 148.4 99.1
120.141 148.15 99.11
120.142 148.16* 99.12
120.144 149.4 99.20/100.1
  —54→  
121.146 149.11 100.7
121.150 149.18* 100.13*
121.152 150.8 102.11
122.154 150.17 103.9
122.155 151.2-3 103.12
122.157 151.5 104.1
123.58 151.6 104.3
123.163 151.18* 105.7
123.165 151.20 105.9
124.169 152.11 106.9
124.170 152.13 106.10
125.174 153.13 107.7
125.175 153.14 107.8
125.178 154.9 108.4
125.181 154.12 108.7
125.182 154.13 108.8
126.185 154.26 109.3
126.186 154.26 109.3
127.189 155.10 109.21
127.195 155.17 110.3
131lín8 158.14* 112.7*
131.5 159.24* 113.7*
132-6 159.5* 114.2
132.8 160.17 116.5
133lín9 161.2* 116.18*
133.10 160.22 116.10
133.12 160.25 116.12
133.13 160.29 116.15
133.16 161.5 117.1
134.20 161.30 118.12
134.22 162.7 118.20
134.24 162.14* 119.6
135.25 162.19 119.11
136.31 163.29* 120.27*
136.32 164.3 121.5
136.34 164.12 121.13
137.42 165.8* 122.10
138.45 165.21* 123.4
138.46 165.23 123.7
138.49 169.14 125.1
139.4 170.14 126.1
142.10 173.8 129.6
  —55→  
142.17 174.7* 131.5
143.18 174.7* 131.5*
144.24 175.21* 133.1*
144.34 176.19 134.15
145.40. 177.5. 135.7.




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