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Hermanos Argensola

Biografía Lupercio Leonardo de Argensola

Vida. Nació en Barbastro y fue bautizado en la parroquia de la Asunción de esa villa el 14 de diciembre de 1559. Hacia 1574 probablemente su padre lo envió a estudiar humanidades y filosofía a la Universidad Sertoriana de Huesca. Según Ustarroz, «asistía ya en ella en 1579», cuando compuso un soneto en elogio de la Divina y varia poesía de fray Jaime de Torres, profesor en esa universidad. En 1580 su padre se traslada con su familia a Zaragoza, en cuyo Estudio General Lupercio  completó su educación oyendo clases de Andreas Schott, de quien se consideraba discípulo según lo declaró él mismo: «[…] el P. Andrés Schoto, eruditísimo varón, cuyo discípulo me precio de haber sido en el tiempo que asistió en esta ciudad antes que entrase en la Compañía de Jesús» y también de Pedro Simón Abril. Según otras fuentes podría haber asistido también a las clases de Jerónimo Xavierre, Martín Miravete o Juan Costa. 

Lupercio viajó a Barcelona en 1582 para recibir a su padre que regresaba al país en el séquito de la hermana de Felipe II, María de Austria, viuda del emperador Maximiliano II. La emperatriz y su hija Margarita se dirigían al convento de las Descalzas Reales en Madrid, donde María viviría hasta su muerte en 1603. El padre de los Leonardo debe haber ejercido su influencia sobre el círculo de relaciones que había desarrollado en sus años de Alemania con lo que directa o indirectamente aseguró el futuro de Lupercio y de Bartolomé, quienes entraron asimismo al servicio de la nobleza española y más tarde de la corona. Otra de las personas que apoyó reiteradamente a los Argensola fue Johanna Freiin von Pernstein (1566-1631), es decir, Juana de Pernestáin y Manrique en España, que casó en 1582 con don Fernando de Gurrea y Aragón, duque de Villahermosa. Juana Pernestáin había sido dama de honor de la emperatriz y, por tanto, había formado parte, como Juan Leonardo, del séquito de María de Austria en Alemania.

Entre 1584 y 1586 Lupercio vivió en Madrid donde debe haber asistido a las reuniones de alguna academia, probablemente la Academia literaria de los humildes adoptando el nombre de Bárbaro y continuó desarrollando sus intereses literarios, pero ya años antes había compuesto poesía respetando los cánones de la poética aristotélica que incluía la imitación verbal de textos de los clásicos griegos y latinos. El procedimiento se afianzaba, además, en traducciones del latín, y del griego en menor medida, etapa intermedia o propedéutica que facilitaba la práctica de la imitación. Tanto Lupercio como su hermano Bartolomé fueron considerados excelentes traductores de la poesía de Horacio y Marcial. Por su parte, Lupercio defendió la vigencia del arte dramático antiguo y compuso en sus años juveniles tres tragedias que ya fueron alabadas por Cervantes, ambos poco amigos del modelo de la comedia nueva que Lope de Vega impuso hacia fines del XVI con su vasta producción. 

Hacia 1585 o 1586, Lupercio ya ejercía funciones de secretario del duque de Villahermosa, puesto que conservó hasta la muerte de don Fernando. Por tanto, lo acompañó a las Cortes de Monzón para reclamar el condado de Ribagorza que se había rebelado contra el padre del duque. A pesar de que el rey llegó a enviar una carta a los rebeldes, en la que requería que estos se sometieran al duque de Villahermosa, no cambió la actitud de los antiguos vasallos. Dominados temporariamente por fuerza de armas en contra de la opinión del rey y del virrey de Aragón, en 1588 Felipe II propuso a Villahermosa que cediera el condado al poder central por una suma de dinero, como ocurrió, pero no sin que don Fernando ni más tarde su hermano Francisco, se quejaran del despojo de que fueron víctimas, ya que no parece que hubieran recibido la prometida remuneración.

En cuanto a la vida privada de Lupercio, siguió desarrollándose  favorablemente a fines de la década del 80. De 1587 probablemente data su casamiento con Mariana Bárbara de Albión y en 1588 nace su hijo, Gabriel Leonardo de Albión quien, ya adulto, acompañará a su padre en varias funciones públicas y privadas. Será Gabriel de Albión, además, quien publicaría en 1634 en Zaragoza la edición póstuma de la poesía de su padre y de su tío. En cuanto a sus funciones de secretario del duque de Villahermosa, sin embargo, Lupercio se vio obligado a enfrentarse con el problema político ocasionado por la huida de Antonio Pérez a Aragón en 1590. En su conocida Información de los sucesos del reino de Aragón en los años de 1590 y 1591. En que se advierte los yerros de algunos autores, que no llegó a publicarse hasta 1808, Lupercio nos legó su interpretación de lo ocurrido en Zaragoza en 1591 y del desarrollo de las dos revueltas conocidas como las «alteraciones aragonesas» del 24 de mayo y del 24 de septiembre de 1591. Por un lado, estas surgieron en torno al caso del secretario fugitivo de Felipe II, Antonio Pérez. Cuando llegó este a Zaragoza e hizo valer el hecho de que su padre era aragonés, fue detenido en la prisión de los manifestados por el Justicia de Aragón, Juan de Lanuza. Pero Felipe II había dado la orden de que Pérez fuera juzgado por la Inquisición y, por ello, exigía que se lo transfiriera a la cárcel correspondiente en Zaragoza. Pero por otro lado, se gestaron los disturbios en protesta contra el marqués de Almenara a propósito del así llamado pleito del «virrey extranjero». Como relatan los comentarios e informaciones de la época, apelando a los fueros aragoneses, sus defensores y el Justicia intentaron impedir la entrada de las tropas enviadas por Felipe II al mando de Alonso de Vargas para mantener el orden, recurriendo a la ley que exigía que solo soldados aragoneses pudieran portar armas en el reino.

Lupercio, como secretario del duque y Bartolomé, como rector de Villahermosa, estuvieron obviamente involucrados en estos sucesos. Lupercio se encargó de la redacción de cartas enviadas al monarca por el duque de Villahermosa y el conde de Aranda, y luego también Bartolomé. Según testimonios escritos de la época, Lupercio en primer lugar, actuó como consejero del duque a lo largo del proceso. Se lee así en los Comentarios de Francisco de Aragón, hermano de Fernando, que tanto él como el Conde de Aranda estaban «sujetos al parecer de un Secretario del Duque llamado Lupercio Leonardo, que los gobernaba y les notaba las cartas que al Rey y Ministros escribían entrambos». Con todo, los esfuerzos realizados para impedir que entraran las tropas del rey a Zaragoza concluyeron en derrota. El Justicia fue degollado por traidor y el duque de Villahermosa, incriminado en parte por su conducta confusa, fue encarcelado hasta su muerte en noviembre de 1592 que, se sospechaba, no había sido por causas naturales. Lupercio se esforzó activamente en los años siguientes por obtener del monarca  que el duque fuera exonerado de culpas. Le fue concedido el perdón en 1595. 

Al mismo tiempo que continuaba al servicio de la familia del duque, Lupercio colaboró asimismo con los diputados del reino redactando cartas oficiales dirigidas al monarca o al príncipe pero tratando siempre de manifestar su fidelidad de vasallo para no perder  el favor real. Probablemente hacia 1593, con la recomendación de la duquesa de Villahermosa ya viuda, Lupercio obtiene un nuevo puesto, el de secretario de la emperatriz María, y una importante distinción: la de ser nombrado gentilhombre de cámara del archiduque Alberto, su hijo. Lo cierto es que entre 1592 y 1603 Lupercio, que viajaría frecuentemente a Madrid conoce a varios hombres de letras en la corte. En años anteriores, cuando ya era reconocido poeta en Zaragoza, había compuesto un poema laudatorio a La Austriada de Rufo, que se imprimió entre los preliminares de la obra en 1584, y en 1591 se publicó un soneto suyo de elogio en la edición de las Rimas de Vicente Espinel, también traductor de Horacio. Además de Juan Rufo y entre otros escritores con los que tuvo trato en Madrid habría que nombrar al traductor de Virgilio, Cristóbal de Mesa, a Cristóbal de Virués poeta y dramaturgo, a Cervantes y a Lope de Vega; asimismo al humanista Pedro de Valencia y al predicador de Felipe II, Francisco de Aguilar Terrones. De esta misma década datan otros numerosos textos poéticos de nuestro autor como se indicará al comentar su obra. En la corte Lupercio y Bartolomé tuvieron también ocasión de conocer y alternar con la nobleza: el duque de Osuna, el conde de Lemos o el marqués de Torralba. Como se sabe, la relación con Lemos le será evidentemente beneficiosa a Lupercio cuando años más tarde este sea designado Virrey de Nápoles.

Lupercio Leonardo desarrolló asimismo sus intereses historiográficos en esos años de intensa producción. Se sabe cuáles fueron sus expectativas cuando decidió traducir los Annales de Tácito pero creyó verse obligado a abandonar esta empresa tiempo después sin haberla concluido al descubrir que se había ya publicado una traducción de este texto. Más importante aún es que tuvo la intención de escribir la Historia general de la España tarraconense, proyecto del que sólo se conoce un bosquejo inicial. Su propósito era examinar aspectos políticos y eclesiásticos de la historia de Aragón desde que el emperador Augusto fundó la ciudad de Zaragoza hasta la reconquista del reino. Para ello se propuso estudiar árabe con el maestro Urrea, quien estaba a cargo de catalogar los manuscritos regios de la biblioteca del Escorial, y con él también su hermano. Siempre se cita un comentario de Bartolomé en carta enviada al canónigo Llorente, amigo de ambos Leonardo, en la que decía de Urrea que él era «grande poeta» y que quería «hacernos grandes arábigos». Lamentablemente Lupercio tampoco llegó a completar este texto historiográfico que había iniciado con gran entusiasmo. Con todo, otros proyectos paralelos irían surgiendo a partir de 1598, cuando solicitó el cargo de cronista de Aragón. En 1599 recibió el nombramiento oficial de cronista del rey para los reinos de la Corona de Aragón. También es importante recordar que en torno al año 1602 Lupercio entró en comunicación epistolar con el padre Juan de Mariana y con Justo Lipsio. Para traducir los Annales Lupercio debe haber utilizado la nueva edición de Tácito que Justo Lipsio había publicado en 1574. Lipsio ofrecía entonces a sus lectores un texto corregido que contenía nuevas lecturas de cientos de pasajes de la obra del historiador romano.  En las tres cartas que le dirigió manifestaba Lupercio su admiración por este renombrado humanista. En la tercera le decía haber leído con fruición sus tratados filosóficos, confirmando así su simpatía por el neoestoicismo que compartió con su hermano, Bartolomé, y con otros humanistas y hombres de letras españoles de su época. Tacitista y neoestoico, Lupercio demostró en su obra su adhesión a estos dos movimientos que tanta influencia tuvieron en la España de los siglos de oro. 

A la muerte de la emperatriz María en 1603 cesa en sus funciones de secretario y se traslada a Monzalbarba en las afueras de Zaragoza, donde padece serios problemas de salud. Ello no impide que comenzara a componer su Información de los sucesos del reino de Aragón en los años 1591 y 1592. En que se advierte los yerros de algunos autores, terminada en 1606, que no llegó a publicarse en vida del autor sino sólo póstumamente en el siglo XIX. Entre 1603 y 1606, Lupercio frecuenta la corte, compone poesía y en Valladolid ya es considerado reconocido poeta como lo demuestra la publicación de diecinueve de sus composiciones en la primera parte de las Flores de poetas ilustres compilada por Pedro Espinosa, cuya fecha de aprobación es 1603. Ya en 1608 Lupercio es nombrado cronista del reino de Aragón por decisión del consistorio, con lo que se suman a este cargo, las de sus funciones adjudicadas en 1599 de cronista del rey.

El conde de Lemos fue nombrado Virrey de Nápoles en agosto de 1608. Propuso entonces a Lupercio que aceptara el cargo de secretario de estado y guerra, que había quedado vacante al morir Juan Ramírez de Arellano. Tras un viaje a Galicia realizado en 1609, regresa a Zaragoza donde redacta su testamento y viaja a Nápoles con su mujer, su hijo y su hermano Bartolomé en 1610. A pedido de Lemos, Lupercio organiza el pequeño grupo de escritores que acompañaría al virrey a Nápoles, escogiendo a Mira de Amescua, Barrionuevo, Laredo y  Ortigosa, quienes también llegarían a esa ciudad en 1610. A poco de instalarse en ella, a pedido del virrey, deseoso de continuar la tradición establecida por su predecesor, don Pedro de Toledo, entra en contacto él mismo, Lupercio y su grupo de amigos, con una sociedad literaria organizada por el cardenal Brancaccio que dirigía entonces Giambattista Manso, amigo y biógrafo de Tasso. De la unión entre ambos grupos nacería la Academia de los Ociosos, según relata Otis Green en su biografía de Lupercio. Pronto esta academia se convertiría en un importante centro cultural de Nápoles. Se contaban entre sus miembros no sólo literatos italianos sino reconocidos estudiosos de esa ciudad y miembros de la nobleza. En las sesiones de la academia podía hablarse de literatura u otros temas y de arte dramático. El virrey recitó en una de estas sesiones una comedia que él había compuesto; en otras ocasiones se representó alguna comedia de repente. Sobre esta representación contamos con el testimonio siempre citado del autor de Comentarios del desengañado o sea Vida de D. Diego Duque de Estrada, escrita por él mismo en la que Duque de Estrada llegó a participar.

Las obligaciones del secretario del virrey eran mucho más complejas, sin embargo. Lupercio estaría envuelto estos años en agobiantes tareas administrativas y así lo declaró en varias de sus cartas. Encuentra tiempo, con todo, para continuar escribiendo obras historiográficas ya que aunque había aceptado el nuevo puesto en Italia con el permiso del consistorio, ello no lo liberaba de sus obligaciones de cronista. En carta enviada a los diputados del reino en 1612 afirmaba haber trabajado en su proyectada Historia de Carlos V, que esperaba terminar para retornar a la composición de su ya mencionada Historia de Aragón desde la fundación de Zaragoza, cuya redacción había quedado inconclusa, como indicamos. 

Lupercio Leonardo no alcanzó a finalizar estos últimos proyectos. En marzo de 1613, murió repentinamente en Nápoles tras recibir confesión y los últimos sacramentos.  El conde de Lemos comunicó la noticia a los diputados de Zaragoza así como su decisión de nombrar a Gabriel Leonardo secretario suyo. Bartolomé consignó en uno de sus poemas que, antes de morir, Lupercio había quemado sus escritos. A pesar de tan virgiliano gesto, su hijo Gabriel logró publicar lo que se había salvado de su obra junto con la poesía compuesta por su hermano menor. La edición vio la luz en Zaragoza en el año 1634.

 Obra. Desde muy joven, Lupercio Leonardo compuso poesía. Hemos mencionado ya una serie de poemas circunstanciales de elogio que aparecieron publicados en libros de algunos amigos como era costumbre en la época. Ya en Zaragoza y en torno a 1581 Lupercio escribió dos tragedias que fueron bien recibidas en su momento. Un comentario positivo siempre citado es el que transmitió Cervantes en el capítulo I, 48 de la primera parte del Quijote. El canónigo cuenta la conversación que tuvo con un autor sobre el arte dramático en la década de 1580-1590. Este autor había alabado tres tragedias escritas por Lupercio: La Isabela, La Filis y la Alejandra, en las que «se guardaban bien los preceptos del arte», a diferencia de lo que Lope de Vega  proponía sobre un arte nuevo de hacer comedias en su tiempo. Otros escritores, Vicente Espinel o Agustín de Rojas también coincidieron en celebrar el talento de Lupercio como autor teatral. Ahora bien, de los tres títulos nombrados por el personaje de Cervantes, sólo han llegado dos hasta el presente: La Isabela y La Alejandra que fueron publicadas por López de Sedano en el siglo XVIII. No podía haber sido sencilla su recepción en siglos posteriores una vez impuesta la fórmula inventada por Lope de Vega y recreada con éxito por Tirso de Molina y otros autores del XVII. Lupercio Leonardo construyó sus tragedias imitando los modelos clásicos e italianos que circulaban en el siglo XVI según reitera su editor más reciente, Luigi Giuliani. Las tragedias de Séneca tuvieron gran influencia sobre la literatura dramática europea entre 1575 y 1590 y aunque en España el proceso fue más lento, se leían las traducciones al italiano de Séneca y las imitaciones de G. Giraldi Cinthio y de Ludovico Dolce que hicieron de intermediarios en su recepción. Ambos traductores y autores impusieron el modelo senequiano de la tragedia que al principio había alternado con el de los autores trágicos griegos en Italia. Hacia 1580 Lupercio habría ya leído en traducción al latín o en adaptaciones castellanas alguna tragedia de Sófocles y de Eurípides o incluso podría haberlas visto representadas en círculos estudiantiles. Giuliani recuerda, por ejemplo, la representación de la Medea de Eurípides que había sido traducida por Pedro Simón Abril cuando fue profesor en la universidad de Zaragoza. En cuanto a los modelos italianos, también ofrece Giuliani una lista cronológica de ediciones e imitaciones italianas que estaban al alcance de Lupercio: la Orbecche de Giraldi Cinthio, la Orazia de Aretino, la Didone de Dolce. Con todo en España se adaptó tempranamente el modelo de Séneca a la tradición autóctona que culminaría en la comedia nueva tal como la desarrollaría Lope de Vega en décadas posteriores.

Lupercio construyó su primera tragedia, Alejandra, en cuatro jornadas o actos precedidas por un prólogo, que concluían con un largo epílogo. Su fuente principal fue la tragedia Marianna de L. Dolce con ecos de la Orbecche de G. Cinthio. La acción de la Alejandra se sitúa en Egipto, en Menfis, y gira en torno a una conjura preparada por dos cortesanos para derrocar al rey Acoreo y a su valido, Lupercio, recurriendo a sospechas infundadas de que la reina Alejandra lo engañaba  con Lupercio. Con esta mentira consiguen que el rey ordene la muerte de su valido y exija que Alejandra se suicide, como lo hará bebiendo un veneno. La próxima víctima será el rey mismo, a quien eliminan los cortesanos para apoderarse del reino. Una estructura semejante de la división en actos, un prólogo y un epílogo es la que escoge para la Isabela. La acción se sitúa en Zaragoza; los personajes son moros, como el rey Alboacén y el alcaide del rey, Muley, y cristianos, como la protagonista. Muley, enamorado de Isabela promete hacerse cristiano para casarse con ella. Ello entra en conflicto con la intención del rey que se dice también enamorado de Isabela. El conflicto redunda en el final trágico de Muley y de Isabela, quien se convierte de facto en mártir al luchar porque Alboacén no destierre a los cristianos en defensa de la fe. Argensola organizó su argumento para plantear como tema central de la tragedia el problema del amor en su relación con cuestiones políticas y religiosas, en este caso, el inevitable enfrentamiento de moros y cristianos. Giuliani establece como fuente principal un episodio importante de la Gerusalemme liberata de Torquato Tasso: la historia de Olindo y Sofronia (canto II, octavas 1-53) y señala ecos de la tragedia Orbecche de Giraldi Cinthio, entre otras relaciones que Argensola establece con textos italianos y clásicos. Estas tragedias se representaron en Zaragoza y en Madrid hacia 1585.

Gabriel Leonardo incluyó 94 poemas de su padre, Lupercio, en la edición princeps que salió en Zaragoza en 1634. Distribuidas en cinco grupos temáticos ordenó estos poemas por subgéneros: poesías amorosas, satíricas, religiosas / morales, y circunstanciales para concluir con un conjunto de traducciones de odas y epodos de Horacio. Entre las amorosas figuran una canción en la que «lamenta la mudanza de su fortuna» [1], la «canción a la esperanza» [2], y una serie de sonetos en los que recreaba motivos y topoi petrarquistas con reminiscencias garcilasianas, y motivos clásicos, literarios y mitológicos, como la búsqueda del favor de la amada [9], el fuego del amor [10], la fuerza de la pasión [17], el pensamiento temerario del amante [15], la amante cruel y tirana [24], las hermanas de Faetón [19], el amante prisionero de Amor [42] o el mal de ausencia [29]. Mención especial merece la composición en setenta y cinco tercetos dedicada a Aranjuez [78], «Hay un lugar en la mitad de España» caracterizado por Otis H. Green como himno de elogio al rey, al príncipe Felipe y a la princesa Isabel en la que Lupercio describe este lugar con colores retóricos que enfatizan la variedad de un paisaje natural. El epígrafe original apuntaba el motivo u origen del poema: «Estos tercetos, que se describe Aranjuez, se escrivieron con ocasión de un libro que imprimió el maestro fray Iuan Tolosa, religioso de la orden de San Agustín, al cual puso por título Aranjuez del alma». Muy conocida asimismo es la epístola a don Juan de Albión, compuesta en 1982 «desde Lérida, ciudad de Cataluña, en donde se hallava el autor en la sazón en que vino de Alemaña la Sereníssima Emperatriz María, cuyo secretario fue después.» [44]. Argensola recrea en varios poemas satíricos motivos frecuentes en este género, por ejemplo, la crítica de vicios así como combina tópicos conocidos en sus poemas de elogio y religiosos. Notables son, finalmente, las traducciones de Horacio que incluyen tanto el famoso epodo «Beatus ille» como la oda séptima del libro tres sobre la huída de la diosa Astrea y la oda quinta del libro uno: «Quis multa gracilis

Decía ya J. M. Blecua que Lupercio no hizo explícita su poética excepto algunos comentarios que incluyó en dos discursos pronunciados cuando fue presidente de una academia zaragozana probablemente hacia 1606. Se refirió en ellos a la necesidad de buscar la perfección en lo que se escribía y descartar lo mediocre y sostuvo que «la verdadera y legítima poesía… abrió camino a la filosofía moral para que introdujese sus preceptos en el mundo». La misma preocupación moral es la que explica su Memorial dirigido a Felipe II contra la representación de las comedias de 1597 en el que se opone incluso a la representación de autos sacramentales pidiendo que se suspendan. Blecua indica por ello que Lupercio prefirió desarrollar sus cualidades de historiógrafo y así lo sugieren, evidentemente, los proyectos de traducción de Tácito y su Historia general de la España tarraconense que no llegó a terminar. Sí había concluido su Información de los sucesos del reino de Aragón en los años 1591 y 1592, obra encargada por la diputación cuando era cronista del rey para los reinos de la corona de Aragón pero, como se ha dicho, no llegó a publicarse en vida del autor. Al ser nombrado por el consistorio cronista del reino de Aragón en 1608 se ocupó de la preparación del Mapa de Aragón, realizado por Juan Bautista Labaña, cosmógrafo del rey para el que preparó una breve historia del reino en latín y castellano. La aprobación de los diputados sólo se concreta después de su muerte en 1613 y sale publicado en 1619. Finalmente, entusiasmado con la redacción de la Historia de Carlos V, trabajó en ella en sus años de Nápoles pero su muerte repentina hizo que quedara inconclusa.

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