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Campoamor y Valera: una polémica literaria

Enrique Rubio Cremades





Las reflexiones críticas y la disparidad de criterios en relación con la presencia de nuevas tendencias literarias o con la importancia de las mismas en el siglo XIX son frecuentes en la centuria pasada, siglo heredero por derecho propio de las no menos acaloradas polémicas dieciochescas que enfrentaron a los escritores más representativos de dicha época. En el último tercio del siglo XIX las polémicas literarias ocupan buena parte de la prensa periódica del momento. Frente a la conocida polémica naturalista surgen otras menos significativas, pero no por ello de menor enjundia, como la protagonizada por Clarín y Núñez de Arce o por Campoamor y Valera. Entre ambas existen no pocos puntos de contacto, pues tanto Núñez de Arce como Campoamor publicarán una serie de artículos en favor de la primacía de la poesía lírica sobre el resto de los géneros literarios, en especial sobre la novela naturalista, tan en boga por aquellos años. Si el discurso de apertura de cátedras en el Ateneo de Madrid, pronunciado el 3 de diciembre de 1887 por Núñez de Arce, sirvió como punto de partida para la polémica entre dicho autor y Clarín, el protagonizado por Campoamor y Valera no se hizo esperar, pues el 15 de diciembre de 1888, a raíz de la fundación de El Ateneo. Revista Científica, Literaria y Artística1 se inicia la referida polémica. La causa no fue otra que la publicación de un prospecto en el que se incluía lo siguiente: Se insertará toda producción referente a cualquier rama de la ciencia, sin desdeñar la poesía. El citado epígrafe debió encolerizar a Campoamor, pues a raíz de estas palabras publica en las páginas de La Ilustración Española y Americana sus conceptos teóricos sobre la poesía2 . Valera, tal como confiesa en sus cartas y en el prólogo que figura al frente de La Metafísica y la Poesía (Polémica por don Ramón de Campoamor y don Juan Valera) sale en defensa del editor de la revista El Ateneo. La serie de artículos publicados por Valera en dicha revista3 y en La España Moderna4 serán recogidos por primera vez en 1891, en un libro impreso por Sáenz de Jubera, incluyéndose, igualmente, la serie de artículos dados a la prensa por Campoamor: ¿La forma poética está llamada a desaparecer? La poesía desdeñada por la ciencia y por la prosa y La metafísica y la poesía ante la ciencia moderna.


Animadversión evidente

Las referencias, alusiones o estudios por parte de Valera sobre el corpus literario de Campoamor no comienzan con la consabida polémica, sino que nacen desde los inicios mismos en que ambos dan a la luz sus publicaciones. En todas estas referencias críticas5 Valera no se muestra muy entusiasmado con Campoamor, pues emergen en sus escritos un cierto tono displicente disfrazado con notas de humor socarrón y una hábil diplomacia que oculta su desacuerdo con Campoamor. El elogio fácil que en ocasiones aparece en los artículos de Valera revela cuán lejos está de él en su forma de entender la poesía. Actitud que refleja un cierto desprecio y desdén si tenemos en cuenta el epistolario del propio Valera. En su correspondencia con Menéndez Pelayo llamará a Campoamor bárbaro extravagante6, autor de versos necios, ignorante, prosaico, ñoño y otros calificativos parecidos. En un total de treinta y cuatro cartas en donde se habla de Campoamor no aparece ni el más mínimo tono afectivo o elogioso. En una de ellas, fechada el 25 de febrero de 1886, afirma, por ejemplo, lo siguiente: «He visto y leído algunas de esas humoradas de Campoamor que me parecen frialdades vulgarísimas y ultrapedestres. Es vergonzoso que semejante colección de simplezas se aplauda»7. En lo concerniente a su libro El ideísmo se mostrará Valera no menos mordaz: «El disparatadísimo libro El ideísmo me ha movido a escribir una serie de cartas que también formarán otro libro, sin duda, disparatado también, y que se titulará Metafísica a la ligera»8. Animadversión evidente que se produce en época temprana, como puede comprobarse en una carta escrita a su hermano José, 11 de febrero de 1858, en referencia a su carrera política y a los versos de su contendiente en la política: «De Campoamor, por lo que tiene de polaco y tunante, que para mí son palabras sinónimas, tampoco espero mucho; y si algo espero de él es por los servicios literarios que le he hecho, escribiendo en su periódico y publicando en otro, tiempo ha, un artículo elogiando sus versos mil veces más de lo que merecen»9.

Es evidente que Valera conocía tanto el peculiar carácter de Campoamor como su producción literaria, de ahí que la redacción de El Ateneo viera en él al perfecto defensor de la inoportuna frase -sin desdeñar la poesía- que figuraba en el prospecto. Es obvio que Valera no fue quien originó la polémica, sino el propio editor de la revista, valiéndose Valera de su habitual diplomacia para evitar males mayores entre quienes se sintieron aludidos por la mencionada frase: «En este sentido estoy por sostener que si pecó el editor de El Ateneo fue por lenidad. En vez de decir sin desdeñar la poesía, debió decir desdeñándola, huyendo de ella como de la peste y huyendo de todo poeta malo a quien los dioses mueven a escribir versos, en castigo de que quizá, según Horacio sospecha, minxerit in patrios cineres, o cometiese alguna otra barrabasada»10. A juicio de Valera el autor del prospecto no debe retractarse, pues si se atiende al sentido literal, al decir que se aceptará todo trabajo literario, sin desdeñar la poesía, es, precisamente, porque hace alusión a un tipo de poesía vacua, sin sentido, falsa y sin calidad literaria: «La poesía que desdeña es la falsa, y profundizando bien en la mente del prospectista, harto se ve que dice esto movido por el más peligroso respeto hacia la poesía verdadera. Sus palabras implican el mayor encomio que de la poesía puede hacerse»11. Es evidente que Campoamor mostró un profundo malestar por el prospecto, causa que motivó la polémica y la defensa y ataque a la poesía y a la prosa, respectivamente: «Francamente, empezar a publicar un periódico científico, literario, lanzando este desprecio contra la más divina de las bellas letras, me parece de un gusto muy discutible y propio solamente de prosadores empedernidos que sólo por la bibliografía han podido llegar a saber que ha existido Horacio (...). Llamar ciencia a cualquier tanteo científico prueba que la prosa es un gran medio para hablar sin saber lo que se dice»12. Los artículos de Campoamor giran en torno al significado de este párrafo, insistiendo siempre en el valor de la poesía en detrimento de la prosa poética y científica. Para el autor de estas palabras la prosa no es arte y la pretensión de querer sustituir la forma poética con la prosa científica consiste en el error de suponer que los conocimientos empíricos son una ciencia y la prosa un arte. Palabras peyorativas surgen de Campoamor a la hora de analizar la prosa poética, la prosa dominguera, según su criterio, al finalizar el primer epígrafe inserto en La forma poética ¿está llamada a desaparecer?: «¿Se pretende que la prosa poética, es decir, la prosa dominguera, que cuanto más se peina más ridícula parece, venga a sustituir a la poesía en verso, que ha sido, es y será siempre el traje natural de las majestades del cielo y de la tierra?»13.




Un arte y una ciencia (in)útiles

La contestación de Valera no se hizo esperar, y animado, tal como se ha señalado con anterioridad, por el director y redactores de la revista El Ateneo, emite una serie de juicios en contra de lo dicho por Campoamor. Valera hará una vez más gala de su habitual cordialidad y desenfado, llamando a su contrincante insigne poeta y otros apelativos de la misma índole que contrastan enormemente con lo escrito por él mismo en sus cartas. Valera muestra su desacuerdo con el artículo de Campoamor publicado en La Ilustración Española y Americana, y si bien es verdad que gusta tanto como él de la poesía y de la metafísica, no por ello las considera útiles. La poesía es para Valera un arte inútil y la metafísica una ciencia, igualmente, inútil. Ambas son un lujo mental, mientras que la prosa es indispensable: «Todos tenemos que ser prosistas, aun sin saber lo que somos; pero poetas y metafísicos no es necesario que lo seamos. El prosista, pues, reclama indulgencia; con el poeta y con el metafísico importa la severidad. Nadie les manda filosofar ni poetizar. Casi es desvergüenza gastar este lujo, cuando el que lo gasta no tiene capital para ello. ¿Va comprendiendo el señor Campoamor en qué sentido dice el prospectista, sin desdeñar la poesía? Esta poesía que se allana a no desdeñar es la que sospecha que puede ser de mala ley»14. La prosa que enseña, divierte o cumple con algún propósito, escrita siempre con temple y con cierto cuidado, es fácil de distinguir y elogiar, mientras que discernir en una masa ingente de versos algunos que sean buenos es menester, según Valera, mucho tino, despejado criterio y un juicio tan certero y claro que rara vez se halla en persona alguna. Estas aseveraciones indignaron a Campoamor, arremetiendo duramente contra Valera. Irritación que le llevaría a impugnar punto por punto las teorías que más denigraban a la poesía y a la metafísica, ridiculizando, incluso, los ejemplos utilizados por Valera para corroborar sus teorías. Para Campoamor la metafísica es la única ciencia, porque es el único conjunto de verdades sin excepción. Ellos, los metafísicos, dirigen todo el orden intelectual del mundo y los poetas dan cuerpo a las ideas, convirtiéndolas en imagen. Ante tales manifiestos Valera se muestra sorprendido e insiste en sus planteamientos anteriormente difundidos. Señala, por ejemplo, la existencia de una doble vertiente de la metafísica, la que se acepta por fe y no por raciocinio, un tipo de metafísica sin la cual no se concibe la sociedad misma, ni civilización, ni leyes, ni derechos, ni moralidad, ni orden. Esta metafísica es para Valera útil, indestructible, condición sine qua non de la vida social; sin embargo, es precientífica, intuitiva, irreflexiva y espontánea, pues se acepta por fe y sustenta los diversos credos de las religiones. Es evidente que Valera no censura esta modalidad, sino la que él mismo denomina metafísica científica o filosófica, aquella que además de ser un lujo del espíritu no ha incidido para nada en la formación de sociedades o civilizaciones cultas que han durado millares de años.

No menos sutil se muestra Valera en sus razonamientos relativos a la poesía, discrepando de Campoamor, una vez más de sus planteamientos teóricos y prácticos. Persevera Valera en sus teorías, de ahí que insista en la inutilidad de la poesía, pues nada se propone fuera de ella y tiene en sí misma su propio fin: «El orador parlamentario arenga para que triunfe su partido; el abogado escribe pedimentos para ganar pleitos a sus clientes; en fin, todo tiene un fin fuera de sí, mientras que la poesía lo tiene en ella sola»15. Igualmente, Valera muestra su sorpresa por las opiniones vertidas por Campoamor en el momento de analizar la historia de la literatura española, pues afirma rotundamente que desde Quevedo hasta el romanticismo no hubo en España verdadera poesía. Es obvio que estas apreciaciones soliviantaron a Valera, autor que sentía una especial predilección por el siglo XVIII. Su talante como hombre de letras, formación y espíritu hacían posible que Valera se encontrara cómodo entre quienes configuraron y dieron vida a la Ilustración española.




«Prosa necesaria» y «prosa bella»

La polémica, tal como señala Vicente Gaos16, puede considerarse hoy en día pueril y anacrónica; sin embargo, en su día los conceptos sostenidos tanto por Campoamor como por Valera fueron motivo de atención por parte de la crítica. E. Pardo Bazán, tras la aparición del libro La Metafísica y la Poesía (Polémica por don Ramón de Campoamor y don Juan Valera), publica en el mismo año de su edición un artículo17 en el que analiza tanto las cuestiones por ellos debatidas como las omisiones cometidas. De todo ello se desprende una cierta condescendencia con Valera, aunque no por ello desdeña el buen hacer de Campoamor: «Estuvieron en esta reñida batalla, de parte de Campoamor, la mayor suma de viveza, agudeza y resplandores, y de parte de Valera, la de exactitud, moderación y razón persuasiva (levantada sin tantas vistas a la contraria como su adversario maliciosamente supone). Puesto que me inclino al dictamen de Valera (aunque no en todo), probaré a mostrar cómo y hasta qué punto»18. A su juicio, ni Valera ni Campoamor supieron distinguir entre la llamada prosa necesaria, la que sirve para la comunicación y fines prácticos de la vida, y la prosa bella que es tan arte y puede ser tan poética como las mejores poesías. Campoamor confunde, según Pardo Bazán, la rima con la poesía, y Valera prescinde de la existencia del arte del bien hablar en prosa. De todo este conjunto de opiniones la autora del artículo disiente de los juicios de Campoamor relativos a la valoración negativa del siglo XVIII, de la nula existencia de poetas, postura que le acercaría a Valera en sus juicios.

La disputa acerca del verso y la prosa encrespó los ánimos de ambos contendientes. Los más duros ataques se dirigen específicamente contra la prosa científica. Frente a los que vaticinaban que la forma poética estaba llamada a desaparecer, Campoamor mantenía firmemente que la poesía es, por lo menos, la mitad de nuestra naturaleza, que el hombre es un animal poético, y la poesía, por consiguiente, eterna. En los artículos de Campoamor el lector percibe todo un corpus doctrinal, a diferencia de Núñez de Arce, una serie de conceptos que ya habían sido analizados anteriormente en su Poética. Polémica que enfrentaría a dos autores que estuvieron, a tenor del epistolario de Valera, distanciados en lo personal y académico. Aun tildados en su época de escépticos, ambos escritores defendieron con argumentos más apasionados que convincentes la importancia de la poesía y la función de la prosa.

E. R. C.- Universidad de Alicante







 
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