Cuadro I
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La escena es en la ciudad de Capilavastu: 593
años antes de Cristo.
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Interior del magnífico palacio del
Príncipe SIDARTA.
Es de noche. Cámara del tálamo, iluminada por una
lámpara de oro.
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GOPA.
PRATYAPATI.
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PRATYAPATI.- Los más vigilantes siervos
del Rey Sudonán rondan en torno de este palacio. Las puertas
de la ciudad están defendidas. No se irá. Es menester
que no se vaya. Sin él ¿qué será de
nosotras? Con igual vehemencia le amamos, aunque de manera
distinta. Yo le amo como si fuera mi hijo. Cuando, a poco de darle
vida, murió su madre Maya Devi, por encargo suyo
quedó Sidarta a mi cuidado. No quisieron los dioses que ella
viviese, para que no padeciera lo que nosotras padecemos hoy.
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GOPA.- Inmenso dolor nos agobia. ¿Por
qué anubla su hermosa frente irremediable tristeza?
¿Por qué desea abandonarnos? ¿Qué
falta, qué mengua encuentra en mí? Yo le hubiera
preferido a los dioses, como Damayanti prefirió a Nal. Mi
ventura se cifra en obedecerle con humildad y en ser toda suya.
¡Ingrato! Su corazón insaciable no logra aquietarse en
mi amor. Su noble cabeza jamás reposa tranquila sobre mi
seno. Ya no me ama. Me juzga indigna de su cariño.
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PRATYAPATI.- No te atormentes, ¡oh, Gopa!
Sidarta te ama. Para él eres tú el ser predilecto
entre todos los seres. Pero de amor nace su pena. Amor es su
martirio. Amor le devora, creando en su alma una piedad infinita,
que no consiente ni deleite, ni goce, ni paz tan sólo. Todos
los males de la vida pesan sobre su corazón, que abarca en
su afecto la vida de los tres mundos. Amor, primogénito de
la naturaleza, por una fatal expansión de su esencia divina,
dio ser a cuanto vive; y con la vida nacieron el dolor, la pobreza,
la enfermedad y la muerte. Se diría que Sidarta es la
encarnación, el avatar de Amor, que llora y lamenta haber
creado la vida; que padece en sí cuanto todo ser que tiene
vida padece, y que anhela retrotraer la vida a la nada para que el
padecimiento acabe.
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GOPA.- Efímera es la vida: el
padecimiento que de ella nace debe de serlo también.
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PRATYAPATI.- No, Gopa; la vida no tiene
término. La muerte es cambio, no fin. Arrastrados en la
perpetua corriente, mudamos de forma, pero no de esencia, la cual
renace o reaparece siempre para el dolor. En este sentido, los
dioses, los asuras y los hombres son igualmente inmortales.
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GOPA.- ¿Y no hay ningún
dichoso?
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PRATYAPATI.- Ninguno. La infelicidad es la
primera condición de la vida.
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GOPA.- ¿Y por qué Amor creó
la vida, y la infelicidad con ella?
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PRATYAPATI.- Porque Amor no fue libre. Como del
sol brotan los rayos, como el agua mana de la fuente, así de
Amor brotó y manó la vida. Sólo movido de
compasión sublime, en virtud de un esfuerzo superior a lo
humano y a lo divino, recogiéndose en sí con
abstracción portentosa, logrará Amor recoger
también en sí la vida y darle quietud eterna.
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GOPA.- Veo que piensas como Sidarta. Aplaudes,
sin duda, su propósito que yo no comprendo.
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PRATYAPATI.- Hasta cierto punto pienso como
él; pero su propósito es audaz, me parece
irrealizable, y por audaz e irrealizable no le aplaudo. Si
él estuviese llamado, como cree, a ser el libertador de los
hombres, yo vería y haría con gusto cuantos
sacrificios hay que hacer para lograrlo.
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GOPA.- ¡Oh, Pratyapati! ¡Cuán
encontrados sentimientos -230- son
los nuestros! Si tú le amas como madre, yo, como esposa,
como mujer enamorada, le amo. Este modo de amar es menos fuerte,
por lo común, que el amor de madre. En el amor de madre hay
mucho que nace de las entrañas y que allí se arraiga.
Por eso, no ya las mujeres, sino las mismas fieras, aman a sus
hijuelos. La mujer enamorada de un hombre, cuando sólo le
ama con el amor de las entrañas, no le ama más que le
ama su madre; pero cuando le ama también con el amor del
espíritu, le ama mil y mil veces más que la madre
más amorosa; le idolatra; le mira como a un dios; tiene fe
en él; le cree capaz de todo lo grande y de todo lo bueno;
piensa que de la voluntad de él, que es ley para ella, han
de nacer el milagro, el bien y la bienaventuranza para todos. No
sé, no comprendo el propósito de Sidarta; pero
sé y comprendo que será bueno su propósito, y
que le logrará, si quiere. Si para que le logre he de hacer
yo el mayor sacrificio, pronta estoy a hacerle.
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PRATYAPATI.- ¡Oh, desventurada y
débil mujer! ¿Qué mísera
resignación es la tuya? Tú sola puedes detener al
Príncipe con la deleitosa cadena de tu afecto; mas la
veneración que el Príncipe te inspira, te excita
hasta romper esa cadena. La violencia no bastará a
retenerle; pero si tus blancos y suaves brazos le cautivan,
¿cómo te apartará de sí para ir a donde
sueña que su vocación le está llamando?
-231- El
Rey pone en ti su esperanza. No la defraudes. Retén a
Sidarta con el hechizo de tu amor y de tu hermosura. No le dejes
partir... Siento pasos. Sidarta viene. No quiero que me encuentre
aquí. Ánimo, ¡oh, Gopa!
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(Se va PRATYAPATI.)
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GOPA.- Ánimo... para detenerle no me
falta; no le necesito. Para dejarle partir he menester de todo mi
valor.
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(Entra el príncipe.)
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SIDARTA.- (Abrazando a GOPA.) ¡Esposa
mía!
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GOPA.- Dime la verdad. ¿Me amas
aún?
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SIDARTA.- Te amo más que nunca.
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GOPA.- ¿Por qué, entonces,
estás inquieto, triste y como desesperado? ¿Por
qué no se aquieta en mí tu voluntad?
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SIDARTA.- Si no te amase, mi voluntad no se
aquietaría en ti, porque buscaría más alto
objeto de su amor. Amándote, no se aquieta tampoco, porque
teme perderte. En breve plazo nos separará el destino, y
renaceremos bajo nuevas formas para no volver acaso a encontrarnos
jamás. Y no nos separaremos en la plenitud de la hermosura y
de la fuerza, jóvenes y robustos aún, sino tal vez
marchitos por la vejez y sobrecargados de disgustos y enfermedades.
Esto hará que el afecto que hoy nos tenemos se trueque en
desvío y en horror, o dé origen a una piedad
dolorosa. Pero aunque -232-
tú y yo ¡oh, hija de Dandapani!, lográsemos
revestirnos de juventud perpetua y disfrutar perenne salud,
viviendo unidos y enamorados siempre, nunca seríamos
felices, como no fuésemos egoístas. El dolor de
cuanto respira, el padecer de cuanto alienta, la muerte de cuanto
vive y el espantoso espectáculo de la miseria humana,
acibararían nuestra ventura, o nos harían indignos de
gozarla por la dureza de nuestros pechos sin compasión y por
la sequedad de nuestros ojos sin lágrimas.
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GOPA.- Tus razones son tan poderosas para
mí, que no sé cómo responder a ellas. Si
algún engaño contienen, no seré yo quien te
saque del engaño; caeré en él contigo. Es
cierto; lo sé por experiencia propia; no hay dicha cumplida.
Ni cuando tú, violentando la dulce modestia de tu
condición y prestándote al capricho de mi padre, te
presentaste a competir con mis pretendientes, y en la lucha, en la
carrera, en disparar flechas y en esgrimir las demás armas,
los venciste; ni cuando me revelaste que me amabas; ni cuando toda
yo fui tuya; ni cuando sentí en mi seno agitarse viva tu
imagen; ni cuando alimenté a nuestro hijo con la leche de
mis pechos; ni cuando, sentado en mi regazo, aquel claro
descendiente de Gotama respondió por vez primera a mi
sonrisa con su sonrisa y atinó a pronunciar tu nombre y el
mío, nunca dejaron de acibarar mi contento el temor de
perder -233- el
bien que le causaba y la consideración de que nuestro
contento y nuestro bien eran privilegio odioso, eran
contravención de la ley que condenó a los hombres a
general infortunio. Pero dime; si me amas, ¿nuestro
infortunio no será mayor separándonos? ¿Por
qué, pues, me huyes? Afirman que nos quieres abandonar a
todos. ¿Qué propósito llevas? Porque el dolor
sea general y necesario, ¿hemos de acrecentarle por nuestra
voluntad, como le acrecentarás si nos abandonas?
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SIDARTA.- Bien sabes, hermosa nieta de
Iksvacú, que por mi voluntad no se ha derramado jamás
una sola lágrima. ¿Cómo había yo de
darte voluntariamente el pesar más pequeño?
Jamás me apartaría yo de tu lado, si esto me fuera
lícito; pero no debo ocultártelo por más
tiempo: un deber imperioso me impulsa a ir lejos de ti.
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GOPA.- ¿No te alucina, no te
extravía ese deber?
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SIDARTA.- No es posible que me alucine. Mi
resolución no ha sido súbita, sino nacida de largas y
profundas meditaciones. Yo quiero y puedo libertar a los hombres de
la miseria, del dolor y de todos los males; mostrarles el camino de
la redención, redimiéndome yo mismo. Mi inteligencia,
abstrayéndose de todo, desdeñando los deleites
ilusorios con que nos brinda el Universo, en la
contemplación de sí propia, en el éxtasis,
irá poco -234- a
poco alcanzando la suprema sabiduría, elevándose por
cima de los dioses y de los asuras, adquiriendo un poder
mágico que rompa la ley fatal del encadenamiento de las
causas; y, por último, llegada al colmo de su brío,
realizada toda la virtud de su esencia, se extinguirá para
siempre, como se extingue la llama cuando da al mundo toda la luz y
todo el calor que están en ella latentes. Mi vida
será así ejemplo y dechado para los que aspiren, como
yo, a salir de la esfera tempestuosa de la vida y de las mudanzas
sin fin, y busquen la paz eterna. Obra fatal de Amor,
efusión de su esencia divina fue este Universo tan lleno de
dolor. Sean obra reflexiva de Amor el aniquilamiento, el silencio y
el reposo que nos salven del tumulto y de la guerra.
Limitación y mengua son el fundamento de nuestra vida como
individuos. Rompamos el límite, completemos el ser para que
no tenga mengua alguna, y entonces nuestra existencia sin
límites y entera, sin mengua ni falta, será como si
no fuese.
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GOPA.- El fin a que caminamos es para los ojos
de mi mente tenebroso como el abismo. Como en el abismo, hay en
él algo que me seduce y que me atrae. No penetro, sin
embargo, lo que puede ser este fin; pero los móviles que a
él te llevan son generosos, admirables, dignos de tu alma:
Sidarta mío, aun cuando fuese errada la dirección
-235- que
llevas, es tan noble el impulso que por ella te ha lanzado, que, lo
presiento con orgullo, las generaciones futuras por siglos y siglos
habrán de bendecirte y ensalzarte como al más
glorioso de los hombres. Mil tribus, naciones y pueblos
seguirán tus huellas y aprenderán tu doctrina. Por mi
amor de esposa, por el amor que tengo a nuestro hijo, quisiera
oponerme a tu empresa y retenerte a mi lado; pero el amor de tu
gloria, que reflejará en mí y en tu hijo, me mueve a
no impedir tu partida, aunque el impedirla estuviera a mi alcance.
Ve, pero llévame contigo. Déjame primero compartir
tus trabajos y después tu triunfo.
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SIDARTA.- No puede ser. Debo partir solo.
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GOPA.- Mi corazón se deshace de dolor,
pero me resigno devotamente. ¿Y cuándo, bien
mío, ha de ser tu partida?
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SIDARTA.- En el instante, ¡oh, hermosa
nieta de Iksvacú! Estamos en la mitad de la noche. Mira al
claro cielo. ¿Ves aquella luz que brilla en Oriente? Es mi
estrella, que se levanta para iluminarme y guiarme. Chandac, mi
escudero, tiene enjaezados los caballos. Los que guardan la puerta
oriental de Capilavastu, por donde ya asoma mi estrella,
están ganados y me dejarán partir. Queda en paz,
¡oh, Gopa!
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GOPA.- ¡Oh, señor del alma
mía! Tu esclava gemirá abandonada por ti mientras
viviere. Si no -236- lo
repugnas, ya que no a la mujer querida, concede el último
favor a la madre de tu hijo. Sella mi rostro con tus labios.
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(SIDARTA besa a
GOPA en silencio.
GOPA le estrecha en sus
brazos y le besa también. SIDARTA se desprende de ella con
suavidad y huye. No bien SIDARTA desaparece, GOPA cae desmayada.)
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Cuadro II
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Sigue la escena en la ciudad de Capilavastu: 593
años antes de Cristo.
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Es de día. La misma cámara del
tálamo.
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GOPA y
PRATYAPATI.
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PRATYAPATI.- Quiero decírtelo, aunque sea
dura contigo. No; tú no le amas, ya que estaba en tu mano
detenerle y le dejaste partir.
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GOPA.- Él es mi señor; yo, su
sierva. No estaba en mi mano detenerle. Su voluntad es firme y
superior a todos mis halagos; pero, aun pudiendo yo detenerle, no
le hubiera detenido.
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PRATYAPATI.- ¿Por qué?
¿Acaso crees en su doctrina?
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GOPA.- Yo creo en el impulso magnánimo
que le mueve, y esto me basta; creo en su dulce compasión
por todos los seres; en su amor a los hombres, a quienes mira como
a hermanos, sin distinción de castas, y en su deseo
vehemente de enseñarles -237- el
camino de la virtud y de la paz. Sólo no creo en una cosa de
las más esenciales que él afirma; y si de esto dudo,
o más bien, si esto niego, es por lo mucho que le amo.
¿Cómo he de creer yo en nuestra incurable miseria, en
nuestro inconsolable dolor, y en que la actividad de la mente es
don funesto, cuando, en el colmo de mi amargura, abandonada por
él para siempre, todavía vale más el recuerdo
de la dicha alcanzada y de la honra obtenida en ser suya, que todo
el pesar del abandono en que me deja? ¿Cómo he de
creer que la vida es un mal, cuando veo y columbro la suya, que ha
de ser fuente de tantos bienes? ¿Cómo he de apreciar
en poco la vida, cuando el precio infinito de la vida de él
bastará para el rescate del linaje humano?
¿Cómo he de llamarme infeliz y no bienhadada, si el
fruto de su amor vive en nuestro hijo, si la gloria de su nombre me
circundará de fulgores inmortales, y si el recuerdo de que
ha sido mío, de que le he tenido a mis plantas,
idolatrándome, embelesado en la contemplación de mi
belleza, a par que lisonjea mi orgullo, es inagotable manantial de
consuelo para mi alma?
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PRATYAPATI.- No es hondo el dolor que tan
fácilmente halla consuelo. No: tú no le amas.
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GOPA.- Quien no ama ni entiende de amor eres
tú, Pratyapati. Porque le amo, en el mismo dolor hallo
consuelo, y no sólo consuelo, sino deleite y
-238-
gloria. Y mientras el dolor es más intenso, es la dulzura
más grata. Padecer por él, llorar por él,
verse condenada por él a soledad horrible y a viudez
prematura, es sacrificio santo que hago en aras de su amor y que
encierra una virtud beatificante. Tú estás más
prendada de su doctrina que de su persona. Yo adoro su persona, y
en parte desecho su doctrina. Por amor suyo la desecho. No es
funesto don la luz de mi inteligencia, ya que alumbra su imagen; no
es funesto don mi memoria inmortal, ya que su recuerdo vive en
ella. Abomino del reposo, de la extinción que él
busca y desea, y prefiero un tormento sin fin, con tal de que viva
en mí el rastro del amor que me tuvo. Bajo la presión
de mis penas dará mi amor su más balsámico
aroma, embriagándome el alma, como huelen mejor las hierbas
y las flores de la selva cuando el villano al pasar las ofende y
las pisa.
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PRATYAPATI.- Perdóname, ¡oh,
enamorada mujer! Bien presumía yo que le amabas; pero
quería medir la energía de tu amor. La he negado,
para cerciorarme de ella, oyendo tus palabras. Todavía
tienes que pasar por un amargo trance, y ansiaba yo conocer el
brío que hay en ti para sufrirle.
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GOPA.- Antes de su abandono, antes de que esta
desgracia me hubiese herido el alma, la imaginación medrosa
me fingía mayor la pena que iba a sobrevenir, y me menguaba
los medios de consuelo. -239- Ahora
nada hay ya que me aterre. El bien que he gozado y perdido mitiga y
aun endulza con sus dejos toda la amargura del mal presente. Mi
corazón es cual vaso que ha contenido un licor oloroso y de
sabor gratísimo. El licor se ha derramado, pero lo
más substancial y rico que en él había
quedará para siempre en el fondo del vaso e incrustado en
sus paredes interiores, y trocará en miel el acíbar
que en él se ponga, y en bálsamo el veneno.
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PRATYAPATI.- Me tranquilizo al notar que el amor
que tienes a Sidarta te da energía para sufrirlo todo. Sabe,
pues, que fue en vano que el Rey enviase en su persecución a
sus más fieles servidores. No han podido dar con él.
Sidarta se ha perdido en el seno de impenetrable y sombría
floresta. Allí no es ya el Príncipe Sidarta, sino el
áspero penitente Sakiamuni. Su elegante traje le
trocó por el traje de un mendigo. La negra y rizada
cabellera que ceñía sus cándidas sienes,
formando undosos y perfumados bucles, se la cortó él
mismo, y te la envía como último presente. El
escudero Chandac tiene el encargo de entregártela, y ya se
adelanta a cumplirle, si le dejas penetrar hasta aquí.
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(GOPA hace
seña de que entre, y entra CHANDAC, trayendo en un plato de oro
la cabellera de su señor.)
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GOPA.- (Tomando en sus manos el plato
de oro y colocándole sobre el tálamo.)
¡Cuántas veces, amados cabellos, -240-
cuando estabais aún prendidos en su cabeza, os besaron mis
labios y os acariciaron mis manos! Ya estáis muertos y
separados de él. Estáis muertos porque no
tenéis memoria y no le recordáis. Yo también,
separada de él como vosotros, arrancada de él como la
flor de su tallo, carecería de vida, si mi vida no fuese su
recuerdo.
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PRATYAPATI- ¿Y por qué no
también la esperanza de que volverás a verle?
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GOPA.- Porque el recuerdo es verdadero y leal, y
la esperanza falsa y engañosa; porque el recuerdo evoca para
mí a Sidarta, enamorado, tierno, humano conmigo; todo
él para mí, y toda yo para él; mientras que la
esperanza me niega para siempre a Sidarta, y sólo me ofrece
ahora a Sakiamuni, y más tarde, cuando Sakiamuni alcance su
última victoria, a un ser incomprensible, más
luminoso que los astros y mayor en poder que los dioses, pero
inferior a Sidarta, joven, hermoso y enamorado.
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PRATYAPATI.- ¡Pero Sidarta será el
Budha libertador de los hombres!
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GOPA.- Jamás el Budha valdrá para
mí lo que Sidarta valía. Reniego de la libertad que
el Budha me dé y la trueco mil veces por la esclavitud con
que Sidarta me esclavizaba. Doy la fría calma que la
doctrina del Budha me proporcione por la agitación y la
guerra amorosa que con las caricias, los -241-
rendimientos, los celos, la ausencia y hasta los desdenes de
Sidarta me han perturbado y atormentado.
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Cuadro III
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La escena es en la ciudad de Francfort sobre el Mein,
1866 años después de Cristo y 2488 después de
Budha.
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Habitación del Dr. SEELENFÜHRER. Es de noche. Una
lámpara de petróleo ilumina la estancia, donde hay
mucho librote.
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El Dr. SEELENFÜHRER y el AUTOR.
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AUTOR.- Aseguro a usted, mi querido Dr.
Seelenführer, que cada día estoy más encantado
de haber contraído con usted estas relaciones amistosas.
Oyendo a usted comprendo el movimiento intelectual de Alemania en
lo que tiene de más hondo, y, por consiguiente, el de toda
Europa, porque (¿cómo no confesarlo?) Alemania es
nuestro Norte en ciencias y en filosofía, casi desde
Leibnitz, y sobre todo desde Kant. Usted es un resumen vivo de
cuanto ahora se sabe o se supone que se sabe; usted es un sabio a
la última moda. Todo esto me divierte mucho, porque no puede
usted figurarse lo aficionado que soy a la filosofía; pero
confieso que hay dos cosillas que me afligen.
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-242- |
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SEELENFÜHRER.- Dichoso usted, a quien
sólo afligen dos cosillas. ¡A mí me afligen y
me desesperan todas!
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AUTOR.- Pues justamente es esa una de las
cosillas que me afligen: el que a usted le aflijan todas y le
desesperen. De lo que antes yo gustaba más, en la
filosofía alemana, era del optimismo. Desde el Dr. Pangloss
hasta hace poco (al menos yo así lo entendía), han
venido siendo optimistas los grandes filósofos. El ser
llorones se dejaba a los poetas exóticos, como Byron y
Leopardi. En Alemania, ni los poetas siquiera eran quejumbrosos y
desesperados. En el más grande de todos, en Goethe, celebro
yo con singular contentamiento cierta alegría reposada y
majestuosa y cierta olímpica serenidad. Pero ¡amigo
mío!, ¡cómo ha cambiado todo! Lo que ahora
priva es la filosofía de la desesperación. La
poesía la precedió en este camino, el cual, seguido
poéticamente, confieso que me encantaba. Cuando yo era mozo
y estudiante, ¿quién no hacía versos
desesperados? Los versos desesperados eran como blasfemias y
reniegos de las personas atildadas y cultas. Había uno
perdido al juego la mesadita de 30 o 40 duros que le enviaba su
papá; había estudiado tan poco que había
salido suspenso y le habían dejado para el cursillo; la hija
de la pupilera, o la pupilera misma, le había plantado y
preferido a otro -243-
huésped; en cualquiera de estos casos, o de otros por el
estilo, leer o hacer versos desesperados a lo Byron, a lo Leopardi
o a lo Espronceda era un desahogo, con el cual se quedaba sereno el
vate o genio en agraz, y comía luego con más apetito
que nunca. El asunto es mil veces más serio en el
día. La desesperación no se muestra en jaculatorias y
raptos líricos más o menos elegantes y poco
metódicos, sino que se deduce de todo un sistema
dialéctica y sabiamente construido. Confiese usted que esto
es lastimoso. Si el término del progreso no es la
desesperación momentánea, poética y
romántica de un poeta impresionable, sino la
desesperación reducida a reglas y demostrada como una serie
de teoremas de Geometría, convenga usted en que debemos
maldecir el progreso. Aquí tiene usted, pues, las dos
cosillas que me afligen. Los dos artículos principales de mi
fe filosófica quedan destruidos con la filosofía a la
moda: la fe en el optimismo y la fe en el progreso. ¿No
sería puerilidad ridícula alegar como prueba del
progreso el que vamos ahora en ferrocarril o en tranvía, en
vez de ir a pie o a caballo; el que los retratos en
fotografía salen baratos; el que se teje con prontitud y
primorosamente por medio de máquinas de vapor, y el que
enviamos a decir a escape lo que se nos antoja por medio del
telégrafo, si en lo esencial estamos de un modo
sistemático, -244-
pertinaz y dialéctico, desesperados y dados a todos los
demonios?
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SEELENFÜHRER.- ¿Y por qué ha
de ser puerilidad ridícula? ¿Quién que penetre
en lo esencial cree que el progreso pasa de los accidentes a la
esencia? El telégrafo, el vapor, la fotografía, los
cañones rayados, son, pues, el progreso.
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AUTOR.- Yo entendía, sin embargo, que el
objeto y fin de la filosofía era la bienaventuranza, y el
término del progreso la perfección del hombre hasta
llegar a la bienaventuranza deseada: a su ideal, en el sentido
más lato. Así, pues, no puedo convencerme de que
caminamos hacia la bienaventuranza cuando veo que no sólo
estamos desesperados, sino que es tonto probadísimo, hombre
ajeno a la filosofía, acéfalo o microcéfalo
incipiente el que no se desespera.
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SEELENFÜHRER.- Esa desesperación,
hoy más vivamente sentida que en otras edades, es la prueba
más clara del progreso. Cuando el viandante va
acercándose al fin de su jornada, pica y da de espuelas a su
caballo para acabarla pronto y descansar. Así el progreso,
que va caballero en la humanidad, la pica y la espolea para que
llegue y se repose cuanto antes.
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AUTOR.- ¿Y cuál es la posada a
donde el progreso nos lleva?
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SEELENFÜHRER.- Nos lleva a la nada; al fin
del -245-
Universo y de toda la vida; a la extinción del
egoísmo y al triunfo del amor, que es la muerte. No le quepa
a usted la menor duda: la ciencia llegará a poder destruir
toda esa pesadilla horrible del Universo, que es lo que nos
conviene. En el no ser nos aquietaremos todos y cesará esta
lucha incesante por la vida que traemos ahora, ya
valiéndonos de la fuerza, ya de la astucia.
¡Cesará el dolor y se extinguirá el deseo!
¡Qué paz tan hermosa!
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AUTOR.- Guárdesela usted para sí,
que yo no la quiero.
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SEELENFÜHRER.- Pues no hay otro remedio.
Para todos vendrá. Es el único fin de nuestros males.
La idea de Hegel, después de llegar a su total
desenvolvimiento, por medio de mil y mil evoluciones y
determinaciones, se replegará sobre sí misma con toda
la plenitud del ser, sin algo que la limite y determine, y
será el no ser. La esencia de los krausistas se
realizará toda, y la realización de la esencia
será la nada. La voluntad de Schopenhauer, este
prurito, este amor primogenio, que lo ha sacado todo de sí,
como representación y fantasmagoría, dará fin
a la representación trágica de la vida, y lo
volverá a encerrar todo en sí. Mientras llegue este
día dichoso, en que ha de acabar la vida, crea usted que los
adelantamientos científicos sirven de mucho para hacerla
menos intolerable.
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-246- |
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AUTOR.- Póngame usted algún
caso.
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SEELENFÜHRER.- Pondré uno o dos de
los más capitales, pero será menester cierta
explicación previa.
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AUTOR.- Pues dé usted la
explicación.
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SEELENFÜHRER.- Ya usted sabe que
pasó la edad de la fe.
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AUTOR.- Sea, pues usted lo asegura.
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SEELENFÜHRER.- Los hombres, en esta edad de
la razón, no pueden dejarse llevar para sus actos del temor
ni de la esperanza de premios o de castigos ultramundanos. Los
hombres son autonómicos. Ellos mismos se imponen las leyes
que quieren, las derogan cuando gustan, y se absuelven cuando las
infringen. No hay ser superior al hombre, que legisle y juzgue,
salvo un fantasma que tal vez crea la conciencia y proyecta fuera
de sí, agrandándole, como la figurilla pintada en el
vidrio de una linterna mágica se agranda al proyectarse en
la pared, a causa de la obscuridad. Traiga usted una luz clara, y
la figura grande que había en la pared desaparece, y
sólo queda la figura pequeña dentro de la linterna.
Así, la proyección del fantasma que había en
nuestra mente, y que nos fingíamos en lo exterior, inmenso,
infinito, se borra, se desvanece del todo, ante las claras luces
del siglo en que vivimos.
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AUTOR.- Enhorabuena. ¿Y qué?
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-247- |
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SEELENFÜHRER.- Los hombres, pues, no tienen
para sus actos sino dos móviles; o, mejor dicho, uno solo,
que se bifurca: lo que los positivistas ramplones llaman la
utilidad. La bifurcación consiste en que unos buscan la
utilidad exclusiva de ellos, y otros, los menos, la utilidad de
todos. Esto no implica mérito ni demérito en el
hombre: todo está predeterminado: todo es fatal: todo es
obra de esa voluntad inconsciente, de ese prurito que creó
el mundo, y que se agita en nosotros y nos impulsa: a unos a la
devoción, al sacrificio, negando al individuo por amor al
todo: a otros al egoísmo, procurando la conservación,
el deleite y el bienestar del individuo, a despecho y tal vez en
perjuicio de la totalidad. Nace de aquí que no poca gente de
la más ruda, menesterosa y fiera, alentada y capitaneada por
espíritus inquietos, trate de subvertirlo todo por envidia o
por codicia, en virtud de teorías que se llaman, por
ejemplo, socialismo, comunismo y nihilismo. ¿Cuál es
el mejor modo de evitar eso? Aquí de la sabiduría, ha
dicho mi docto amigo Ernesto Renán; y ha discurrido un
medio, que pronto ofrecerá a los sabios en un libro
precioso. Consiste su medio en que los sabios se reúnan en
corporación o cofradía; se comuniquen sus inventos
sin que el público los trasluzca, volviendo a la
época de las ciencias ocultas y de la magia; y, no bien
chiste la plebe, se alborote -248- o no
los deje en paz, reciba su merecido, produciendo los sabios contra
ella, ya un buen terremoto, ya una inundación o un diluvio,
ya una epidemia, ya un par de volcanes en actividad, ya otra plaga
por el estilo. Así llegará al cabo el gobierno de los
sabios: todos los que no lo sean nos obedecerán y
temblarán, y el mundo estará lo menos mal posible.
Seguirá entretanto progresando la ciencia, y no bien
logremos poseerla del todo, acabaremos este drama del Universo y de
la historia con un suicidio colosal, o mejor expresado, con un
totalicidio y aniquilamiento de cuanto existe. El otro caso
de ventajas que ha de traernos la ciencia es el de dar una nueva
religión a la plebe ignorante. La ciencia y la
filosofía niegan a Dios; pero los que no son
científicos ni filósofos es menester que le tengan.
Esto nos conviene. La religión será, pues, nuestra
misma filosofía, expuesta, no ya en términos
dialécticos y con método, sino en imágenes,
símbolos, alegorías y otras figuras retóricas,
cada una de las cuales, tomará consistencia en la
fantasía del vulgo y será una persona divina, un ente
mitológico, Dios en suma. Ya varios amigos míos andan
por esta manera confeccionando la religión del porvenir.
Difícil es la empresa; pero ¿qué no puede la
ciencia novísima? Yo creo que acabará por salirse con
la suya.
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AUTOR.- Y dígame usted: ¿se va ya
entreviendo a cuál de las religiones positivas, existentes
hasta hoy, se parecerá más la religión del
porvenir?
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SEELENFÜHRER.- Vaya si se entrevé.
Se parecerá al budhismo.
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AUTOR.- Hombre, me alegro. Buen lazo de
fraternidad, así que seamos budhistas, vamos a tener con
más de doscientos millones de ellos que hay en Asia y en
Oceanía. Pero me alegro también por otra
razón.
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SEELENFÜHRER.- ¿Por cuál?
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AUTOR.- Porque estoy escribiendo un
diálogo, donde Gopa, la mujer de Budha, es la
heroína, y no sé cómo terminarle. Usted, que
es ya casi budhista, debe de tener vara alta con Gopa.
¿Podrá usted evocarla y hacer que yo hable con
ella?
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SEELENFÜHRER.- No hay nada más
llano. Antes de todo, quiero que sepa usted que yo no soy un
espiritista adocenado, sino el más ilustre de los
espiritistas. Yo he hecho dar un paso gigantesco al espiritismo. En
primer lugar, le he conciliado con mis ideas a lo Schopenhauer. Mi
escepticismo, a fuerza de negarlo todo, nada niega. La misma duda
cabe en que usted sea ilusión o realidad, que en que Gopa,
aparecida ahora ante nosotros, después de cerca de
veinticinco siglos de muerta, sea realidad o ilusión. Los
puros materialistas son necios. Por medio de combinaciones y
operaciones físicas y -250-
químicas de lo que llaman materia, y donde sólo ven o
pretenden ver la realidad, se jactan de explicar el
espíritu, la voluntad, la inteligencia y el deseo, que ellos
creen cualidades o resultados; y la verdad es que el resultado, tal
vez aparente, es la materia, y que de la voluntad y del
entendimiento, única cosa real, si hay algo real, es de
donde procede todo. Así, pues, no hay fundamento alguno para
negar que existan aún la mente y la voluntad individuales de
Gopa, aunque los órganos que esta voluntad y esta mente se
proporcionaron o se crearon para su uso, en cierta época
dada, hayan desaparecido.
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AUTOR.- De eso no tiene usted que convencerme.
Yo creo en la inmortalidad de las almas. Lo que se me hace duro de
creer es que ni usted ni nadie las evoque.
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SEELENFÜHRER.- Yo no trataba de convencer a
usted. Quería sólo justificarme de haber incurrido en
contradicción. Por lo demás, usted se
convencerá de mi poder nigromántico. Gopa
aparecerá y hablará con usted ahora mismo. No en vano
me apellidan Seelenführer, que equivale en griego a Psicopompo
o conductor de almas, epíteto dado a Hermes, tres veces
grande, y a otros hábiles taumaturgos de la
antigüedad.
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AUTOR.- Y dígame usted, ¿por
qué medio se comunicará Gopa conmigo?
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SEELENFÜHRER.- Por la perla de los
medios. Mi medio es una paisanita de usted, una
lozana andaluza, cuyo nombre es Carmela, a quien hallé cinco
años ha extraviada en Homburgo, haciendo sortilegios, que no
le salían bien, alrededor de una mesa de treinta y cuarenta.
Desde entonces está conmigo y se ha mediatizado,
ejerciendo la medianía de un modo que no tiene nada
de mediano y sí mucho de nuevo. Yo embargo
magnéticamente su espíritu, y queda su cuerpo como
casa deshabitada, donde el espíritu evocado penetra, se
infunde, y valiéndose de los órganos de ella, emite
la voz con sus pulmones y garganta y articula palabras con su
boca.
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AUTOR.- Amigo mío, estoy encantado de
oírle. Linda invención la de usted. Eso sí que
me gusta, y no aquella pesadez de los golpecitos en las mesas y de
la escritura después. Vea yo cuanto antes a Carmela.
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SEELENFÜHRER.- Aguarde usted un momento.
(Hace ciertos ademanes y pases con las manos, como quien
vierte por ellas diez chorros de fluido
magnético.) Ya está Carmela dormida. Ahora
evoquemos el espíritu de Gopa para que se infunda en el
lindo cuerpo de Carmela. ¡Gopa! ¡Gopa!
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(Se abre la puerta que debe haber en el fondo, y
GOPA aparece toda vestida
de blanco, muy guapa moza, aunque algo morena, y con los hermosos,
largos y negros cabellos sueltos por la espalda.)
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GOPA.- ¿Qué me quieres?
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SEELENFÜHRER.- Que respondas a lo que este
caballero te pregunte.
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GOPA.- ¿Qué he de responder? No;
yo no quiero responder a nadie. Acabas de herirme, de
emponzoñarme el corazón. Hace veinticinco siglos que
gozaba yo con el recuerdo de Sidarta, noble, generoso y enamorado.
Su último casto beso, el de la noche en que se
despidió de mí, estaba en lo íntimo de mi ser
como luz celestial que le iluminaba. Todo mi encanto se destruye
ahora. Yo no he vuelto a ver a Sidarta. No he vuelto a saber de
Sidarta en todo este tiempo. ¿Conseguiría su
propósito?, me he preguntado a veces.
¿Lograría escaparse de la esfera de la vida y
hundirse en el nirvana? En el mundo de los espíritus
me he encontrado con muchos espíritus, y nunca con el de
Sidarta. He aprendido mil verdades. He conocido el error de
Sidarta, pero mi afecto tenía razones para disculparle. En
Capilavastu, allá en el centro de la India, seis siglos
antes de que viniese al mundo Nuestro Señor Jesucristo, nada
sabíamos de Dios; no alcanzábamos que hubiese un Ser
omnipotente, bueno, infinitamente sabio, principio y fin de todas
las cosas. Nuestros dioses eran los astros, los elementos, las
fuerzas naturales personificadas; dioses ciegos, sin amor y sin
inteligencia; sin libertad; esclavos del destino; inferiores a la
naturaleza; muy inferiores a toda alma humana. -253-
¿Qué mucho que con este ateísmo por
deficiencia, con este desconocimiento infantil del Ser supremo, y
movido Sidarta de caridad sublime, imaginase su absurda aunque
benévola doctrina? Pero en la culta Europa, en el siglo XIX,
sabiendo ya cuanto los profetas de Israel han revelado, cuanto han
especulado racionalmente los filósofos de Grecia sobre Dios
personal y cuanto nos han enseñado el Evangelio y la ciencia
moderna que de él dimana, es una mala vergüenza hacerse
ateos, caer en la desesperación y retroceder al budhismo.
Imagina, pues, cuán hondo será mi dolor cuando en ti,
que te llamas ahora el Dr. Seelenführer, acabo de reconocer a
mi Sidarta, a mi Sakiamuni y a mi Bagavat, porque todos estos
nombres te dábamos. Tú no caes en ello; pero no lo
dudes: tú fuiste el Budha y quieres volver a serlo.
Entonces, como era en sazón oportuna, fuiste un grande
hombre; hoy me pareces un charlatán o un mentecato, y o te
desprecio, o te abomino. Adiós para siempre. Para siempre
acabaron ya nuestros amores.
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(El espíritu de GOPA abandona, a lo que puede
inferirse, el cuerpo de CARMELA, que cae por tierra como
exánime.)
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AUTOR.- ¿Qué es esto, amigo
Seelenführer? ¿Es verdad o mentira? Si es burla de
Carmela, es burla harto pesada, y si son veras, las veras son
más pesadas aún.
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SEELENFÜHRER.-
(Atolondrado.) ¿Si habré sido yo
el Budha? ¿Si estaré loco? ¿Si se
burlará de mí esta muchacha? (Se acerca a
CARMELA para levantarla
del suelo.) Está fría como el
mármol. ¡Qué desmayo tan horrible! ¿Si
estará muerta? Carmela, Carmela, vuelve en ti.
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CARMELA.- (Volviendo de su desmayo y
levantándose.) ¡Ay Jesús
mío!
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SEELENFÜHRER.- Muchacha, respóndeme
con franqueza. ¿Te has estado burlando de mí?
¿Qué diabluras son las tuyas?
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CARMELA.- ¿Qué diabluras han de
ser sino las que usted hace conmigo y que al fin han de costarme
caras? He tenido una pesadilla feroz; me he caído redonda en
el suelo, y estoy segura de que tengo el cuerpo lleno de
cardenales.
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SEELENFÜHRER.- ¿Y no recuerdas nada
de lo que has dicho?
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CARMELA.- Nada recuerdo. Déjeme usted
ahora. Tengo necesidad de descanso.
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(CARMELA se
va.)
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AUTOR.- Mi querido Doctor: yo no sé
qué pensar de lo que acabo de ver y oír; pero,
francamente, todos estos pesimismos, ateísmos y espiritismos
me parecen malsanos y disparatados.
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SEELENFÜHRER.- Ya sabía yo que usted
pensaba así. Usted es un metafísico superficial,
burlón y escéptico, que no sabe lo que se pesca.
Usted es un descreído, -255-
anticuado en más de cien años; un discípulo de
Voltaire.
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AUTOR.- Seré lo que a usted se le antoje.
Aunque no he tomado a Voltaire por maestro, Voltaire me divierte, y
los pesimistas alemanes me aburren. Voltaire, a pesar del
Cándido, no era un pesimista radical. Voltaire, en el
fondo, era tan optimista como Leibnitz, de quien quiso burlarse.
Fácil me sería demostrarlo, si no estuviese de
priesa. Y en cuanto al descreimiento, digo que Voltaire
jamás negó con seriedad las más altas y
consoladoras verdades, de que son fundamento la existencia de Dios,
su justicia, su providencia y la libertad y responsabilidad del
hombre. Me atrevo, por último, a dar por evidente que, si
Voltaire hubiera previsto los abominables y desesperados sistemas
de estos últimos tiempos, en vez de hacer la guerra al
cristianismo se hubiera hecho amigo de los Padres Jesuitas, hubiera
oído una misa diaria, hubiera ayunado una vez por semana y
se hubiera confesado cada mes un par de veces.
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Madrid, 1880.