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Passionados, o como trae V apassionados, los que tienen pasión, congoja, afición grande o enfermedad. (N. del E.)

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La consabida loa, como en HITA (c. 730): «Mançebillo en la villa atal non se fallará.» (c. 738): «¿Quién es, fija señora? / Es aparado bueno, que Dios vos traxo agora...» Y en Ovidio: «Scis, hera, te, mea lux, iuveni placuisse beato... / Est etiam facies, quae se tibi comparet, illi» (Amor., I, 8). (N. del E.)

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Alejandro, Héctor, Hércules y Aquiles, entre los no cristianos, y entre éstos San Jorge, eran los héroes de la Edad Media, y se hallan en medallones a cada paso. (N. del E.)

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Narciso. Recuérdense las coplas de Fernán Pérez de Guzmán: «El gentil niño Narciso / en una fuente gayado, / de sí mismo enamorado, / muy esquiva muerte priso.» Ovidio cuenta (Metam., 3) que el río Cefiso y la ninfa Liriopea le engendraron, de tal hermosura, que robaba los corazones; pero con la soberbia, que suele acompañar a la hermosura, menospreciaba a los demás, hasta a Eco, convertida en peñasco por su no correspondido amor. La cual pidió a los dioses le diese en pago que muriese el desamorado por cosa que gozar no pudiese. Narciso, que caluroso de la caza se halló cabe una fuente clara y fría, quísose refrescar en ella, y como se acostase para beber y viese en el agua su peregrina hermosura, fue tan grande el amor que le nació por gozar de ella, que, fatigado de quejarse de sí mismo por ser tal que por sí moría y su riqueza le empobrecía, comenzose a consumir con el fuego del amor hasta que cayó muerto. Si no que, porque tanta beldad no se perdiese del todo, los dioses convirtieron su cuerpo en la flor que tiene su nombre, y el alma, en el infierno, se ocupa en mirarse en las aguas de la laguna Estigia, durándole allá los deseos de acá. (N. del E.)

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Bien sabe la vieja que el amor entra en las tiernas doncellas por la puerta de la compasión. (N. del E.)

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Adriano. «Como Nerón, fue un letrado, un artista sobre el trono. Su facilidad para la pintura, la escultura y la arquitectura era admirable y hacía además bonitos versos; pero su gusto no era puro. Tenía sus autores favoritos y preferencias singulares. En suma, un pequeño literato y un arquitecto teatral. No adopta ninguna religión ni filosofía; pero tampoco niega nada. Su espíritu superior gira siempre, como una veleta, a todos los vientos. El elegante adiós a la vida, que murmura algunos momentos antes de su muerte:

«Animula, vagula, blandula...»

da la medida de su inteligencia» (RENAN, Orig. crist., pte. 6, c. I). A estos versos alude el texto. (N. del E.)

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Orfeo, aquel antico o antiguo, que antes dice, perdida Eurídice para siempre, se recogió a lo alto del monte Rodope, donde lloró tres años su cuita. Y como la llanada era rasa y sin regalo de alguna sombra, desque tornó a su música, luego vierais todos los linajes de árboles del contorno del monte moverse de sus lugares y ponérsele en rededor, haciéndole como morada deleitosa. Y allí reparaban los crueles tigres y toda suerte de bestias y de aves, embeleñadas con la suavidad de su música. En la fiesta de Baco quisieron vengarse de él las mujeres, por haberla descasado de sus maridos (OVID., Metam., 2). Arremetieron contra él a pedradas; pero las piedras caían en tierra detenidas del son de la música. Sólo a fuerza de gritar invocando a Baco, llegaron a ensordecerla, y entonces lograron matarle a pedradas y palos. Daban dolorosos quejidos las aves, bestias y serpientes al verle muerto; los árboles, enlutándose, dejaron caer sus hojas; las flores se alaciaron y los ríos lloraron tanto, que salieron de madre. Sólo las bacantes tuvieron valor para despedazarle y echar su cabeza al río Hebro, juntamente con su vihuela. Pero allí resonaron las quejas de su lengua y la melodía del instrumento, con lo que las peñas de las riberas respondieron el ay lamentable, y, si no se fueron tras el son, como solían, fue por ser música sin espíritu. Río abajo llegaron cabeza y vihuela al mar, junto a Lesbos, donde en el templo de Apolo fue colgada la vihuela, que después Júpiter la subió al cielo, y su cuerpo enterrado por las Musas. De aquella isla salieron los grandes líricos y músicos griegos. (N. del E.)

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Echar a buena, mala, peor parte, tomar lo que se dice en bueno o mal sentido, contrario o favorable. En los Proverbios de Séneca, Sevilla, 1495, f. 3, se glosa éste: «La mucha sospecha siempre echa las cosas a la más triste parte.» (N. del E.)

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Cuando la han cumplido, da a entender Lucrecia. (N. del E.)

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La vieja quiere engatusar y coger a la moza para asegurar la pesca del ama. Parar o poner como el oro, como un oro, como los chorros o los rollos del oro, como mil oros. FERRER, Dom. 2 adv.: Que le nació un nieto como un oro. ZAMORA, Monarquía mist., 2, 3, 12:, Una cosa muy perfecta decimos que es como mil oros. (N. del E.)

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