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La isla de los pájaros [Fragmento]

Mariano Latorre






Miñimiñi llegó al Caleuche

Cuenta Miñimiñi que en la bahía donde estaba anclado el barco no había niebla, porque esta torcía su rumbo frente a él, como si un oculto mandato la empujara.

Velas rojas se apretaban a las vergas de cristal, sujetas con cuerdas de oro. En el palo de mesana ondulaba una banderola rojo clara que producía la impresión de ser movida por el viento, que no soplaba en ese instante y que más bien era una llama contenida por una diabólica conciencia: las lengüecillas se alargaban o reducían, sin perder su contorno de gallardete.

Sobre la cubierta movediza como el aire, pero al mismo tiempo, sólida, iban y venían unos seres monstruosos, semejantes a hombres, pero de movimientos ágiles que, a ratos, daban la sensación que tenían alas. Dice Miñimiñi que andaban a saltos como los imbunches. Olvidó sus caras, pero todos tenían largas narices, bocas anchas como el Callulla y ojos vidriosos de peces, de pájaros o de culebras. Sin embargo, junto a estos fantasmas narigudos y alados que se apoyaban en invisibles barandillas o se encaramaban a las cofas de los palos, había oficiales y marineros con sus típicos uniformes, chaquetas de recio paño azul o blusas de lana, como un buque cualquiera que llegara a los puertos de Chiloé. Y algunos, con sus pipas encendidas, se paseaban tranquilamente en la cubierta, como un buque que va navegando.





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