Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

La paquera [Fragmento]

Mariano Latorre





Con la volubilidad de pájaro que la caracterizaba, me refería Elena la vida de la Escuela del Hospicio, donde ella estaba ya hacía un año.

-No son las malas personas las monjas, mira. La hermana Luisa es un alma de Dios. No se mete con las maestras casi nunca. La Directora es, también, persona excelente. La hermana Antonia, que es normalista titulada, es la que maneja la escuela. Es como una directora, pero sin el título. Tú no la conoces. Mira, ahí viene. Te la voy a presentar.

Llegábamos en ese instante a la puerta de la escuela, por la calle lateral.

Entraba y venía directa a nosotras una mujer alta, de enérgico andar, de cara recia y antipática. Sus pasos eran tan seguros y firmes que las tocas se movían, como si fuesen alas que ensayasen el vuelo.

Detúvose un segundo para ordenar algo a una de las mujeres que lavaban el piso. Se dirigió luego a nosotras, ante un gesto de Elena:

-Es condiscípula mía, hermana Antonia. Estudiamos juntas en Talca.

El gesto de la monja tenía no sé qué de condescendiente y al mismo tiempo de despectivo.

Pensé, primero, que la garrulería de mi amiga la molestaba íntimamente, aunque su actitud exterior, su diplomacia de monja disimulara su enojo. Aceptaba con indulgencia de mujer madura los movimientos sensuales de Elena, sus lindos hombros, sus torneadas pantorrillas, donde se posaban, a ratos, los ojos curiosos de la hermana Antonia.

La dejó hablar y con un gesto algo terco, me dijo:

-Me alegro, señorita que haya venido a esta escuela. Aquí no se sentirá usted mal. Esta pobre escuela, ¿verdad, Elena?, es un lago de aceite. Ya se dará usted cuenta.

Sus ojos duros, inquisidores, me miraban como interrogándome. Yo le respondía risueña, pero dentro de mí sentía resonar su voz bronca, sin matices femeninos.

Mientras la hermana Antonia se alejaba, no sé por qué razón permanecimos un segundo mirándola, como sugestionadas. Poco antes de entrar ella a la Sala de Profesoras, una mujercita rubia de ojos claros y de cara redonda, algo boba, se le acercó.

Elena me apretó el brazo, confidentemente.

-Está enamorada esa tonta de la hermana Antonia. La sigue por todas partes y ella la maneja como si fuera un animalito. Me atrevería a apostar qué le está diciendo en este instante:

-¿Cómo ha pasado la noche, hermana Antonia? ¿Se le ha quitado la carraspera? Dicen que una pasta de ajos es lo mejor para curar las bronquitis. Y ella le contestará. (Elena imitaba aquí muy bien la voz de la hermana Antonia).

-Estoy muy bien, Felisa. Muchas gracias.

Chispean de malicia los ojos aterciopelados de Elena, tratando de decirme lo que yo comprendía. Perfectamente, en las relaciones de Felisa y la monja.





Indice